El Año litúrgico empieza con el Tiempo de Adviento: tiempo en el que se despierta en los corazones la espera de la vuelta de Cristo y la memoria de su primera venida, cuando se despojó de su gloria divina para asumir nuestra carne mortal.
“El Adviento es un tiempo de preparación para la Navidad, donde se recuerda a los hombres la primera venida del Hijo de Dios… Es un tiempo en el que se dirigen las mentes, mediante este recuerdo y esta espera a la segunda venida de Cristo, que tendrá lugar al final de los tiempos” (Misal Romano, Nº 39).
Cuatro son los personajes del Adviento en espera, en preparación y anuncio del Dios que llega, del Señor que se acerca. El primero de ellos es el profeta Isaías. En el Nuevo Testamento destacan María de Nazaret y su esposo José, y Juan el Bautista, auténtico prototipo del adviento; el que lo señala físicamente: “Este es el Cordero de Dios”, palabras que recordamos en cada Misa a lo largo del año.
La Virgen María lo trajo al mundo. Ella sabía que lo estaba esperando, sabía que iba a nacer. A San José se lo manifiesta el Ángel.
Acudamos a ellos como modelos e intercesores.
Conviene que evitemos el pensamiento de que es “una año más”, “lo de siempre”; “ya me lo sé”. Es posible que no recordemos cómo vivimos el Adviento en 2014. Siempre encontramos algo nuevo “en lo de siempre”; también porque las circunstancias personales, familiares y sociales, cambian.
El color morado en los ornamentos litúrgicos nos lo recodará cada día: tiempo de espera, de esperanza bien fundada.
Pedimos: “Concede a tus fieles, Dios todopoderosos, que salgan con buenas obras al encuentro de tu enviado Jesucristo, y que colocados a tu derecha, merezcan entrar en posesión del Reino celestial” (Oración colecta Domingo I de Adviento)