San Claudio

Estoy tan convencido, Dios mío, de que velas sobre todos los que esperan en Ti, y de que no puede faltar cosa alguna a quien aguarda de Ti todas las cosas, que he determinado vivir de ahora en adelante sin ningún cuidado, descargando en Ti todas mis inquietudes: «en paz me acuesto y en seguida me duermo, porque Tú sólo, Señor, me haces vivir tranquilo» (Sal 4,10).

Los hombres pueden despojarme de los bienes y de la honra, las enfermedades pueden privarme de las fuerzas e instrumentos de servirte; Yo mismo puedo perder Tu gracia pecando; pero no por eso perderé la esperanza; antes la conservaré hasta el último suspiro de mi vida y serán vanos los esfuerzos de todos los demonios del infierno por arrancármela: "en paz me duermo y al punto descanso".

Que otros pongan su confianza en sus riquezas o en sus talentos: que descansen otros en la inocencia de su vida, o en la aspereza de su penitencia, o en la multitud de sus buenas obras, o en el fervor de sus oraciones; en cuanto a mí toda mi confianza se funda en mi misma confianza: «Tú, sólo, Señor, me haces vivir tranquilo» (Sal 4,10).

Confianza semejante jamás fue defraudada: «Nadie esperó en el Señor y quedó confundido» (Sir 2,11). Así que seguro estoy de ser eternamente bienaventurado, porque espero firmemente serlo, y porque eres Tú, Dios mío, de quien lo espero: «en Ti, Señor, he esperado; no quedaré avergonzado jamás» (Sal 30,2; 70,1).

Bien conozco ¡ah! demasiado lo conozco, que soy frágil e inconstante; sé cuanto pueden las tentaciones contra la virtud más firme; he visto caer los astros del cielo y las columnas del firmamento; pero nada de esto puede aterrarme. Mientras mantenga firme mi esperanza, me conservaré a cubierto de todas las calamidades; y estoy seguro de esperar siempre, porque espero igualmente esta invariable esperanza.

En fin, para mí es seguro que nunca será demasiado lo que espere de Ti, y que nunca tendré menos de lo que hubiere esperado. Por tanto, espero que me sostendrás firme en los riesgos más inminentes y me defenderás en medio de los ataques más furiosos, y harás que mi flaqueza triunfe de los más espantosos enemigos. Espero que Tú me amarás a mí siempre y que te amaré a Ti sin intermisión, y para llegar de un solo vuelo con la esperanza hasta dónde puede llegarse, espero a Ti mismo, de Ti mismo, oh Creador mío, para el tiempo y para la eternidad.

Amén.

San Claudio La Colombière (carta XCVI)