07/06/2025. La Basilica del Sagrado Corazón del Cerro de los Ángeles ha acogido en la tarde del sábado el Jubilleo de los Movimientos, realidades eclesiales y nuevas comunidades, y en el día en el que se ha celebrado en la diócesis la Jornada de Apostolado Seglar. El encuentro ha estado presidido por el obispo de Getafe, Mons Ginés García Beltrán.

A continuacion, el texto completo de la homilía: 

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Nos hemos reunido hoy en este lugar santo, el Cerro de los Ángeles, para celebrar el Jubileo de los Movimientos y Asociaciones de Apostolado Seglar de nuestra diócesis. Es un tiempo de gracia, de renovación y de envío, en el que el Espíritu Santo nos impulsa a vivir con mayor intensidad nuestra vocación bautismal en la misión de la Iglesia.

Este encuentro es signo de la vitalidad de nuestra diócesis, de la riqueza de los carismas que el Señor ha suscitado en medio de su pueblo y de la diversidad de caminos por los que el Espíritu nos conduce en la tarea evangelizadora. Cada movimiento, cada asociación, cada comunidad aquí presente es una expresión concreta de la acción de Dios en la historia, una manifestación de su amor que se hace presente en la vida de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Hoy, en este Jubileo, queremos renovar nuestro compromiso con la misión que el Señor nos ha confiado. Queremos dejarnos transformar por su Espíritu, para que nuestra vida sea testimonio vivo del Evangelio. Queremos caminar juntos, en comunión, para que nuestra diócesis sea reflejo de la unidad y el amor que Cristo nos ha enseñado.

En este Jubileo, estamos centrados en la hermana pequeña de las virtudes, como dice Peguy, en la esperanza, que nos sostiene en el camino de la evangelización y nos da la certeza de que Dios está obrando en medio de nosotros. San Pablo, en su carta a los Romanos, nos recuerda que "la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rom 5,5). Esta esperanza no es un simple optimismo humano, sino la certeza profunda de que Dios es fiel a sus promesas, de que su gracia nos precede y nos acompaña, de que su Reino está creciendo, aunque muchas veces no lo veamos con claridad.

El querido y recordado papa Francisco nos ha hablado en muchas ocasiones de la esperanza cristiana, recordándonos que "la esperanza es la virtud de un corazón que no se cierra en la oscuridad, que no se detiene en el pasado, sino que sabe ver el futuro" (Audiencia General, 20 de septiembre de 2017). En nuestra misión evangelizadora, necesitamos esta esperanza que nos impulsa a seguir adelante, incluso cuando encontramos dificultades, cuando el ambiente parece hostil, cuando los frutos tardan en llegar. La esperanza nos hace perseverar, nos da la fuerza para seguir sembrando la Palabra, confiando en que el Señor hará crecer lo que hemos plantado.

 

Los frutos del Espiritu Santo: Vida en el Espiritu y misión evangelizadora

San Pablo, en su carta a los Gálatas, nos habla de los frutos del Espíritu Santo: amor, alegría, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio (cf. Gal 5,22-23). Estos frutos son el signo de una vida transformada por la presencia del Espíritu, una vida que se convierte en testimonio del Evangelio.

El Espíritu Santo es el gran protagonista de la misión de la Iglesia. Sin su acción, nuestra tarea evangelizadora sería estéril, nuestras palabras vacías y nuestros esfuerzos inútiles. Es Él quien nos capacita para anunciar el Evangelio con valentía, quien nos da la fuerza para perseverar en la misión, quien nos concede la sabiduría para discernir los caminos que debemos seguir.

Hoy, en este Jubileo, estamos llamados a contemplar estos frutos como el fundamento de nuestra misión evangelizadora. La promoción del anuncio del Evangelio, que en muchos casos es primer anuncio, anuncio en medio de un mundo marcado por la increencia, por la indiferencia, y la aparente ausencia de Dios que lo ha hecho insignificante, innecesario, que requiere de nosotros que vivamos el amor y la alegría del Espíritu, para que nuestra palabra y nuestro testimonio sean creíbles. No podemos anunciar a Cristo si no vivimos en el amor, si no irradiamos la alegría de la fe, si no somos testigos de la paz que Él nos ha dado.

El proceso discipular y el acompañamiento necesitan paciencia y benignidad, para caminar junto a los hermanos en su crecimiento en la fe. La evangelización no es un acto puntual, sino un proceso que requiere tiempo, dedicación y entrega. Es un camino en el que cada persona avanza a su ritmo, en el que cada uno necesita ser acompañado con amor y comprensión.

La formación en la fe exige fidelidad y dominio propio, para perseverar en el conocimiento y la vivencia de la verdad revelada. No podemos conformarnos con una fe superficial, con un conocimiento parcial del Evangelio. Estamos llamados a profundizar en la Palabra de Dios, a formarnos en la doctrina de la Iglesia, a crecer en nuestra vida espiritual.

Y las celebraciones litúrgicas han de ser expresión de la paz y la bondad que el Espíritu nos concede, para que sean verdaderamente encuentro con Dios y fuente de comunión. La liturgia es el corazón de la vida cristiana, el lugar donde nos encontramos con Cristo, donde recibimos su gracia, donde nos unimos como comunidad en la alabanza y la acción de gracias.

 

La comunión que nos funda y nos fundamenta

Pero nuestra misión no puede realizarse sin la comunión, porque es el amor recibido de Dios el que nos une y nos hace Iglesia. La comunión no es solo un sentimiento, sino una realidad que hemos de vivir, hacer crecer y expresar en estructuras concretas: en la parroquia, en el arciprestazgo, en la diócesis.

Esta comunión ha de vivirse de modo sinodal, en corresponsabilidad en la misión, reconociendo la ministerialidad de la Iglesia y la caridad que nos define. No somos individuos aislados, sino miembros de un único cuerpo, en unidad y armonía, en torno al obispo, sucesor de los apóstoles y signo y garantía de la unidad.

La sinodalidad no es simplemente un método de trabajo, sino una forma de ser Iglesia. Es caminar juntos, escucharnos unos a otros, discernir en comunidad los caminos que el Señor nos señala. Es reconocer que todos, desde nuestra vocación y misión específica, somos corresponsables en la tarea evangelizadora.

Queridos hermanos, en este Jubileo renovemos nuestro compromiso de vivir la comunión como fundamento de nuestra misión. Que nuestras comunidades sean espacios de fraternidad, de escucha y de discernimiento, donde cada uno pueda aportar sus dones para la edificación del Reino de Dios. Que nuestra diócesis sea reflejo de la unidad de la Iglesia, signo visible del amor de Dios en medio del mundo.

 

María, Madre de la Iglesia

Y en este camino de misión y comunión, no podemos dejar de mirar a María, Madre de la Iglesia. Ella, llena del Espíritu Santo, nos enseña a vivir en docilidad a la voluntad de Dios, en humildad y en servicio.

María es el modelo perfecto de discípula y misionera. Ella acogió la Palabra de Dios en su corazón, la meditó, la vivió y la anunció con su vida. Ella estuvo presente en los momentos clave de la historia de la salvación, acompañando a su Hijo en su misión, sosteniendo a los discípulos en la hora de la prueba, intercediendo por la Iglesia naciente.

Que la Virgen María nos acompañe en este tiempo de gracia, nos ayude a ser discípulos fieles y nos impulse a ser testigos valientes del Evangelio. Bajo su amparo, avancemos con confianza en la misión que el Señor nos encomienda.

 

 

 

 

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