22/06/2025. En la tarde del domingo, la Catedral de Getafe ha acogido la Santa Misa con motivo de la solemnidad del Corpus Christi presidida por el obispo Mons. Ginés García Beltrán.
A continuacion, la homilía completa:
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Hoy celebramos el misterio más profundo y luminoso de nuestra fe: el Cuerpo y la Sangre de Cristo, entregados por nosotros. La solemnidad del Corpus Christi nos invita a contemplar, adorar y vivir la Eucaristía como fuente de comunión, de caridad y de esperanza.
El Evangelio que hemos proclamado, nos presenta la escena de la multiplicación de los panes y los peces. Jesús, rodeado de una multitud hambrienta no solo de pan, sino de sentido, de consuelo, de verdad, no los despide. Al contrario, les dice a sus discípulos: “Dadles vosotros de comer”. Y aquí comienza el milagro.
Este gesto no es solo una solución práctica a una necesidad puntual. Es un signo profético de lo que será la Eucaristía: el pan partido que sacia el hambre más profunda del ser humano, el alimento que no se agota, la presencia viva de Cristo que se entrega por amor.
San Agustín, con su agudeza espiritual, nos recuerda: “No se os dé el pan de la mesa del Señor como algo que se come y se olvida, sino como algo que transforma”. Porque quien recibe el Cuerpo de Cristo no puede seguir siendo el mismo. La Eucaristía no es un rito aislado, sino una escuela de vida.
Fijémonos en los detalles del relato. Jesús toma los cinco panes y los dos peces, levanta los ojos al cielo, pronuncia la bendición, los parte y los da a los discípulos para que los repartan. Es la misma estructura de la consagración eucarística. Jesús no actúa solo: involucra a sus discípulos. Les hace partícipes del milagro. Y hoy, también a nosotros nos dice: “Dadles vosotros de comer”.
¿A quién? A los que tienen hambre de pan, sí, pero también a los que tienen hambre de dignidad, de justicia, de compañía. La Eucaristía nos compromete con los pobres, con los que sufren, con los que están solos. No podemos adorar al Señor en el sagrario y pasar de largo ante su rostro doliente en la calle.
La Eucaristía es sacramento de unidad y de paz. Ante los constantes signos y acciones de guerra que amenazan nuestro mundo, queremos proponer la Eucaristía como bálsamo para las heridas del mundo, y un camino distinto a los enfrentamientos que solo traerán sangre y división. La paz no se consigue por la fuerza, sino por el amor.
El lema del Día de la caridad de este año nos recuerda que “mientras haya personas, hay esperanza”. Y esa esperanza se alimenta en cada Eucaristía. Porque allí aprendemos que el amor no se guarda, se reparte. Que la vida no se acumula, se entrega. Que la fe no se encierra, se comparte.
Con ocasión de esta solemnidad del Corpus Christi, no podemos dejar de dar gracias a Dios por la inmensa labor que realiza Cáritas, expresión viva de la caridad de la Iglesia. En cada gesto de acogida, en cada alimento compartido, en cada acompañamiento silencioso, Cáritas hace presente el amor de Cristo por los más vulnerables. Su entrega cotidiana es un testimonio elocuente de que la Eucaristía no se queda en el templo, sino que se prolonga en el servicio concreto al hermano. Por eso, hoy quiero agradecer profundamente a todos los que hacen posible el milagro de Cáritas cada día, directivos, voluntarios, trabajadores y colaboradores de las Cáritas Diocesana y parroquiales, y al mismo tiempo que os invito a todos a sumaros a esta gran obra de misericordia. Que cada uno, desde sus posibilidades, se sienta llamado a colaborar con esta Iglesia de la caridad, que no deja a nadie atrás.
Nuestra Catedral, en esta solemnidad, se convierte en un gran cenáculo donde Cristo vuelve a decirnos: “Esto es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros”. Y nosotros respondemos no solo con un “Amén” de labios, sino con un “Amén” de vida: siendo pan partido para los demás.
Vuelvo a citar a San Agustín cuando dice: “Sed lo que recibís, y recibid lo que sois: el Cuerpo de Cristo”. Es decir, la Eucaristía no solo nos une a Cristo, sino que nos une entre nosotros. Nos hace Iglesia. Nos hace comunidad. Nos hace hermanos.
Por eso, al salir hoy en procesión con el Santísimo por las calles de nuestra ciudad, no lo hacemos como una costumbre piadosa más. Lo hacemos como testigos de un Dios que camina con su pueblo. Que no se queda encerrado en los templos, sino que sale al encuentro de todos. Que quiere bendecir nuestras casas, nuestras plazas, nuestras heridas.
Que esta solemnidad del Corpus nos renueve en la fe eucarística, nos despierte del letargo espiritual y nos impulse a vivir con alegría el mandamiento del amor. Que cada comunión sea un envío. Que cada adoración sea una transformación. Que cada misa sea un compromiso.
Y que María, mujer eucarística, nos enseñe a acoger, a guardar y a entregar a Jesús con la misma ternura con la que lo llevó en su seno.