26/07/2025. Del 4 al 15 de julio, cerca de un centenar de jóvenes del grupo “Montañeros” de la parroquia San Juan de Ávila de Móstoles vivieron una experiencia intensa tanto física como espiritual en Saravillo (Huesca), en pleno corazón del Pirineo aragonés. Cadetes y jefes, acompañados por el párroco Jaime Bertodano, el vicario parroquial Rafael Marina y el diácono Enrique Sebastián, participaron en marchas, juegos, veladas, momentos de oración y convivencia que fortalecieron su fe y el espíritu de grupo.
Los participantes resaltan tanto la dureza de algunos momentos como la emoción de otros, especialmente “la peregrinación al santuario de Bruis, donde la Virgen, en su humildad y cercanía, acogió al grupo con los brazos abiertos, ofreciendo un espacio de recogimiento e invitando a cada joven a entregarse y renovarse en la fe”.
Responsabilidad y ejemplo en Saravillo
Olga, de la patrulla 2, señala que este campamento “no ha sido sólo un campamento de montañeros más”. Este año, explica, su patrulla fue la mayor del grupo, lo que “conllevó tanto la responsabilidad como la gran suerte de poder empezar a ser ejemplo para los demás”. Sin embargo, reconoce que esta experiencia “no habría sido posible sin el apoyo y recordatorio constante de nuestras jefas, Pilar y Sofi”, quienes acompañaron y guiaron en todo momento.
Para Olga, el campamento en Saravillo fue “maravilloso” desde el lugar hasta las actividades. Destaca especialmente las marchas, “donde he podido disfrutar y aprender de mis compañeras de patrulla, y también las marchas con todo el grupo”. En cada paso, asegura, “todo estaba pensado por el Señor y en todo momento he podido verle y sentir el cariño de Su Madre”.
Una de las experiencias más significativas fue la marcha de dos días, que comenzó con todo el grupo, pero que solo terminó la parte mayor del campamento. “Tuvimos ratos que fueron un verdadero regalo, como el tiempo libre conociendo más a otras patrullas o el rosario viendo las estrellas”. Sin embargo, para Olga lo más importante fue la peregrinación al Santuario de Bruis, “un sitio más recogido e íntimo donde la Virgen, una vez más, nos esperaba con los brazos abiertos y con ganas nos acogía en su casa”, permitiendo al grupo pasar los últimos dos días en ese espacio de recogimiento.
Olga concluye emocionada: “Gracias a Ella, este campamento he podido salir un poco más de mí y entregarme a los demás siguiendo el ejemplo de todos los jefes y curas de Montañeros, que con la ayuda del Señor hacen posible este campamento en el que, como bien dice el lema, Dios hace nuevas todas las cosas”.
“Dios hace nuevas todas las cosas”
Noelia, jefa de borde, comienza proclamando que “mi alma proclama la grandeza del Señor, porque ha hecho nuevas todas las cosas, restaurándolas y transformándolas desde su amor”. Para ella, las dificultades y pruebas del campamento han sido como “oro refinado en el crisol”, un proceso de entrega y superación constante siguiendo “las huellas de nuestro Señor en la cruz”.
Pero Noelia también subraya la ayuda que Dios brinda en cada paso: “esa charla que te hace olvidar aquello que te pesa, esa mano que te sostiene, te lleva y te guía, esa palabra de aliento que te anima, esa canción que te saca de ti”. Además, recuerda cómo los jefes y la patrulla “te ayudan a apartar la mirada del suelo y elevarla al cielo”, y cómo “la confesión te llena de misericordia” y “la misa te da la fuerza y el alimento para seguir”.
Para ella, “ese Cristo tan cercano no para de presentarse en cada momento, en cada paso, y sale a nuestro encuentro continuamente, muchas veces desapercibido, actuando en lo escondido de cada corazón, en lo sencillo, en lo cotidiano, en una simple marcha a la montaña a la que voy medio obligado sin ganas y con pereza, pero de la que vuelvo con la certeza de que todo un Dios me ama en su creación”.
Noelia subraya que “"Montañeros", desde sus comienzos, ha sido un sitio donde nunca se ha dejado de derramar este amor y donde se han recibido muchas gracias de las que estaré eternamente agradecida”. Para ella, este campamento ha sido una oportunidad de vivir no solo como jefa, sino también como “madre, hermana y amiga de estos pequeños”, y de “ver cómo el Señor se sirve de lo poco que le doy para multiplicarlo y sacar fruto abundante”.
Finalmente, concluye con una reflexión profunda: “Todo el que se acerca a esta Fuente no sale defraudado, y el Señor siempre queda satisfecho de haber dado de beber a almas tan sedientas de Él a través de instrumentos tan pequeños y de la debilidad de cada jefe. Tan sólo una gota le basta para saciar la sed de tantos, tan sólo una vida entregada y dispuesta a darse, a salir de su tierra, merece la pena en rescate por muchos”.
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