HOMILÍA EN LA ORDENACIÓN DE PRESBÍTEROS

Getafe, 12 de octubre de 2021

“Querido hermano en el episcopado.
  Querido hermanos sacerdotes; Sres. Vicarios generales y episcopales.
  Querido Sr. Rector del Seminario y equipo de formadores.
  Queridos Fernando y Alfonso
  Queridos diáconos y seminaristas.
  Queridos consagrados y consagradas.
  Querido padres, familiares y amigos de los ordenandos.
  Hermanos y hermanas en el Señor.

1. Quiero que hoy mis primeras palabras sean de acción de gracias a Dios por nuestra diócesis de Getafe, por tanta gracia recibida en estos 30 años de existencia; gracias a Dios por vosotros, pueblo santo de Dios, por la constancia de vuestra fe, por el testimonio de vuestra esperanza, por el ardor de la caridad que el buen Dios ha sembrado en nuestros corazones. 

  Un día como hoy, en la nueva Catedral de la Magdalena, comenzaba su ministerio pastoral el primer obispo de esta diócesis, Mons. Francisco José Pérez y Fernández- Golfín. El Papa san Juan Pablo II había querido que la populosa diócesis de Madrid-Alcalá, fueran desde ese momento tres diócesis, Madrid como cabeza de la nueva provincia eclesiástica, y las diócesis de Getafe y Alcalá, como sufragáneas. Comenzaba ese día un camino de gracia que ya, y a pesar de su juventud, ha dado muchos frutos de santidad.

  D. Francisco, con una fuerza espiritual y pastoral admirable, unido a su arrollador carisma, comenzó el camino de la Iglesia diocesana de Getafe en un cada vez más poblado, joven y vital sur de Madrid. Hoy, después de 30 años, hemos de reconocer y agradecer su misión evangelizadora, su cercanía a todos, y su entrega hasta el límite, herencia que recibimos como un don de Dios y que hemos de continuar en el hoy de nuestra historia.

  Al primer Obispo, sucedió Mons. Joaquín Mª López de Andújar, que durante tantos años ha guiado la marcha de esta Iglesia, con humildad y entrega. D. Joaquín ha seguido con desvelo de buen pastor el crecimiento y la consolidación de la diócesis, amándola como el esposo ama a la esposa, en fidelidad y sin ahorrar los sufrimientos que hace auténtico al amor, ayudado por sus obispos auxiliares, Mons. Zornoza y Mons. Rico Pavés, el presbiterio diocesano, los consagrados, y el pueblo santo de Dios.

  Una de las grandes intuiciones de nuestro primer obispo fue la creación del Seminario diocesano, al que se dedicó como a su labor más importante, con el único fin de formar a los sacerdotes que necesitaba, y necesitaría la nueva Diócesis. Desde el principio el Señor nos bendijo con abundantes vocaciones, prueba de esa fecundidad es la celebración de esta tarde en la que recibirán el orden sacerdotal dos seminaristas de nuestro seminario. Damos gracias a Dios que nos sigue bendiciendo con el don de sacerdocio para hacer presente cada día a Jesucristo y renueva a la Iglesia con el amor del buen pastor.

2. “El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí”.

  La profecía de Isaías nos introduce en lo más profundo de esta celebración y en el misterio de la elección de Dios sobre cada hombre. Dios, en su designio de amor llama a los hombres a la vida que es comunión con Él, y les da su espíritu, los hace capaces de vivir y existir en Él y para Él.

  Todos hemos sido llamados a la vida y a la fe, pero a cada uno se le ha dado una misión, y porque no somos capaces por nosotros mismos, con nuestras solas fuerzas, de realizar la misión para la que hemos sido llamados, Dios nos da su espíritu que nos unge –nos consagra- y nos hace capaces. Esa consagración, por tanto, no es una puesta a punto para realizar algo, sino que nos configura, y hasta nos crea. Ser conscientes de esto, queridos hermanos, nos librará de la tentación de considerar los ministerios simples oficios, y a los ministros profesionales de lo sagrado. Somos elegidos, consagrados y enviados para la misión para la que hemos sido creados. Ser cristianos, como ser sacerdotes, no es un adjetivo en nuestra vida, es un sustantivo.

  Queridos Fernando y Alfonso, Dios os creó y os eligió para ser lo que desde hoy seréis: sacerdotes. Vuestras historias son diferentes; sin duda, muy ricas, habéis andado muchos caminos para llegar aquí, pero creed que Dios no ha sido ajeno a ese camino, os ha traído hasta aquí porque os había querido, desde siempre, para esta misión que os encomienda, y para la que hoy os consagra. Este misterio del sacerdocio es una verdadera obra de artesanía del amor de Dios que hoy se revela en vuestras personas y en vuestra experiencia.

  Como el Señor Jesús que hizo suyas la profecía de Isaías, hoy también vosotros la hacéis vuestra: “El espíritu del Señor está sobre mí”. El Espíritu que está, pero no solo está, sino que os llena e invade vuestro ser y vuestro actuar. El santo papa san Juan Pablo II nos decía en la Exhortación Pastores dabo vobis”: “El Espíritu es el principio de la consagración y de la misión del Mesías. (...) En virtud del Espíritu, Jesús pertenece total y exclusivamente a Dios, participa de la infinita santidad de Dios que lo llama, lo elige y envía. Así el espíritu se manifiesta como fuente de santidad y llamada a la santificación” (n. 19).

  Este Espíritu está sobre todo el Pueblo de Dios y nos revela y comunica lo que es nuestra vocación fundamental: la santidad. Todos estamos llamados a ser santos, pero no todos de la misma manera. La santidad no está por encima, ni es algo distinto a nuestro estado de vida, es decir, que la santidad, vocación primera de vuestro sacerdocio, está en ser santos sacerdotes, en la identificación con Cristo, Cabeza y Pastor de la comunidad, en vivir las virtudes según el Corazón de Cristo, Buen Pastor, en la entrega a nuestro pueblo como Cristo se entregó por nosotros. No hagáis nunca de la santidad una coraza que os oprima con exigencias estériles, sino vivirla como la vocación que os libera y os hace cada día vivir con alegría e ilusión vuestro sacerdocio. No olvidéis nunca que el pueblo de Dios nos quiere, y espera de nosotros sacerdotes santos, pero no como una utopía inalcanzable, sino como un camino posible con la ayuda de Dios. Que el testimonio de vuestra vida sacerdotal sea un testimonio gozoso que interrogue, invite, y seduzca a vuestro pueblo.

  No descuidéis los medios que os harán vivir en santidad y que se compendian en lo que se ha venido en llamar: caridad pastoral, es decir, “aquellas actitudes y comportamientos que son propios de Jesucristo” (PDV, 21). En este sentido debéis distinguiros por una autoridad que es servicio, entrega total, humilde y amorosa, en obediencia al Padre en la Iglesia a la que habéis sido llamados. Desde aquí adquiere sentido vuestra oración diaria, el anuncio de la Palabra, la celebración de los sacramentos, y el servicio a la comunión y a la caridad. Y no olvidéis que “el servicio de Jesús llega a su plenitud en la muerte en cruz” (Ibid), en la entrega total y hasta el final.

  ¡Qué sorprendente y qué maravilloso es el designio de Dios! No lo podemos comprender, pero sí lo podemos acoger, aceptar, y gozar.

  Os repito, y repito a todos los hermanos sacerdotes, vivamos nuestro sacerdocio con gozo, con toda la alegría de nuestro corazón; no permitamos que nuestros pecados y los avatares de la vida nos hagan vivir el ministerio como una carga pesada, que el exceso de trabajo, o la falta de respuesta en nuestra labor, no borren la dicha de lo que somos y la alegría de poder servir al Señor con nuestra vida.

3. La carta a los Hebreos nos recordaba que “todo sumo sacerdote está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios” (5,1). Nosotros tenemos un Sumo Sacerdote, Jesucristo, su sacerdocio es definitivo, no tiene que ofrecer cada día porque se ha ofrecido una vez para siempre, convirtiéndose en la víctima misma y en el altar donde se inmola el sacrificio. El sacerdocio de Cristo une a Dios con los hombres, pues Él mismo se hizo hombre, tomó nuestra condición humana, y, obediente al Padre, se ha convertido en causa de salvación eterna.

  Este sacerdocio de Cristo se representa y actualiza en nuestro sacerdocio. No tenemos cada uno un sacerdocio propio, sino que nuestro sacerdocio es el de Cristo, esto supone que mi sacerdocio no es, y no puede ser, “una nota suelta”, sino que formo un cuerpo con los que participan de la misma gracia sacerdotal. Todos los que compartimos el sacerdocio de Cristo hemos nacido y estamos llamados a vivir en una fraternidad sacramental que se expresa, de un modo especial, en el Presbiterio.

  Vivir la comunión forma parte de lo esencial del ministerio ordenado, como de la misma vida cristiana. Somos ministros de la comunión viviendo en la comunión de la Iglesia, comunión con el Obispo del que sois colaboradores, comunión con los hermanos sacerdotes, siendo verdaderos hermanos, comunión con el pueblo de Dios al que estáis llamados a servir.

  Os invito, queridos hermanos, a cuidar y a trabajar por la comunión en la Iglesia viviendo primero vosotros en comunión. Muchas veces el demonio puede engañarnos pensando que yo solo puedo hacerlo, que no necesito a los demás, que los caminos y las estructuras de comunión no son importantes ni necesarias, en definitiva, es el pecado de Babel que se perpetua a través del tiempo, la tentación de construir una parroquia, una Iglesia a mi medida por buena y santa que sea mi intención.  Nuestro sacerdocio se empobrece, y hasta peligra, cuando nos encerramos en nosotros mismos y nos incapacitamos para la oración común, la escucha, el diálogo, la aceptación del hermano que es diferente a mí. Que vuestro sacerdocio, queridos hijos, esté siempre abierto a la comunión con la Iglesia.

  Este año estamos invitados, de modo particular, a tomar conciencia de la sinodalidad de la Iglesia. Como sabéis bien la sinodalidad no es un invento de nuestro tiempo, la Iglesia por naturaleza es sínodo, pueblo que camina junto al encuentro del Señor, ya decía san Juan Crisóstomo en el siglo IV: “Sínodo es nombre de Iglesia”. Nuestra vocación es caminar juntos, al hablar de la sinodalidad me parece oportuno traer unas palabras del papa Francisco que nos pueden dar luz: “Caminar juntos es el camino constitutivo de la Iglesia; la cifra que nos permite interpretar la realidad con los ojos y el corazón de Dios; la condición para seguir al Señor Jesús y ser siervos de la vida en este tiempo herido. Respiración y paso sinodal revelan lo que somos y el dinamismo de comunión que anima nuestras decisiones. Solo en este horizonte podemos renovar realmente nuestra pastoral y adecuarla a la misión de la Iglesia en el mundo de hoy; solo así podemos afrontar la complejidad de este tiempo, agradecidos por el recorrido realizado y decididos a continuarlo con parresía” (Discurso a los obispos italianos 22/5/2017).

  La sinodalidad exige escucharnos, dialogar, sentirnos corresponsables en la Iglesia, dar participación verdadera a los laicos en la vida y la acción de la Iglesia, pues como dice san Bernardo de Claraval “praesis ut prosis”: “presides la Iglesia para servirla”.

4. Finalmente, queridos Fernando y Alfonso, habéis escuchado en el Evangelio las palabras del Señor que hoy voy van dirigidas a vosotros de un modo especial: “apacienta mis ovejas” (Jn 21,17).

  El Señor os encomienda hoy el pastoreo de su pueblo, el pueblo que ha salvado al precio de su propia sangre, es su mejor tesoro, como tiene que ser también el nuestro. Cada uno de los hombres y mujeres que se acercan a nosotros buscan a Dios, aunque no lo sepan muchas veces, y en vosotros tienen que encontrar a Dios.

  El encargo del pastoreo a Pedro viene marcado por el recuerdo de su propia debilidad; la exigencia para poder cumplir el encargo del pastoreo es el amor. “Señor, tú sabes que te amo”, “tú lo sabes todo” (Jn 21,17). El secreto de pastoreo está en el amor al Señor, si amas de verdad al Señor amarás a las ovejas; aunque muchas veces el pecado te paralice, aunque te sientas débil e incapaz, aunque la tarea sea dura, tú ama y el que te llama te dará la fuerza necesaria para ser fiel.

  Tened siempre cerca de vosotros a los pobres, a los que más necesitan a Dios, a los pobres materiales, pero también a los que viven la pobreza espiritual y moral, que estos hermanos tengan un lugar especial en vuestro corazón. Ellos serán los que os acerquen al Cielo, y cuando os presentéis ante el juicio de Dios sus nombres estarán escritos en vuestras manos, y el Juez os dirá: entra a gozar el premio de los buenos pastores.

  Como rezamos en la oración colecta de la fiesta de san Gregorio Magno, hoy pedimos para vosotros: “concede el espíritu de sabiduría a quienes confiaste la misión de gobernar, para que el progreso de los fieles sea el gozo eterno de los pastores”.

  Queridos hermanos, hoy, como siempre, la Virgen nos mira con ojos de misericordia. Esta imagen de la Virgen peregrina que ha recorrido desde Éfeso la geografía española nos acompaña recordándonos que la Virgen María siempre acompaña el camino de la Iglesia, que la cuida y la protege, que como primera discípula siempre nos lleva a Jesús. Le encomendamos el camino que hoy emprenden estos dos jóvenes, con la confianza que ella es Madre de Cristo Sacerdote, y Madre de los sacerdotes. Como le decía esta mañana: “Madre, ven”, “Madre, quédate con nosotros”.

+ Ginés, Obispo de Getafe