CAMINAMOS EN ESPERANZA HACIA LA PASCUA

“Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

El tiempo cuaresmal que nos disponemos a celebrar es expresión elocuente de la condición humana, el hombre es “homo viator”, ser en camino; asumir esta condición de caminante nos recuerda que tenemos un origen buscado y querido, y que nos dirigimos a una meta preparada para nosotros desde la eternidad. La consciencia de la fuente de la vida y de su destino es la condición para comprender que nuestra vida tiene sentido.

La Iglesia, en este tiempo santo de preparación a la celebración de la Pascua del Señor, nos invita a vivir el misterio de nuestra propia pascua, el paso de Dios por nuestra vida, por la vida del mundo. Es un momento de renovación interior, de vuelta al Señor que siempre nos invita a su intimidad, a compartir su camino para compartir también su vida.

Dice el poeta que se hace camino al andar, por eso cada año nos introducimos en la cuaresma con un espíritu penitencial, es decir, con el deseo y la voluntad de vivir la conversión.

La conversión es una gracia, no nos convertimos a nosotros mismos, es la fuerza del amor de Dios que viniendo a nuestros corazones nos saca de la cerrazón egoísta en la que nos hemos instalado y nos abre a un horizonte de gracia donde Dios vuelve a ser el centro y donde los hermanos existen, forman parte esencial de nuestra existencia. Si la conversión es una gracia hemos de pedirla; la cuaresma es tiempo propicio para pedir esta gracia de la conversión.

El relato de las tentaciones que proclamamos en el primer domingo de este tiempo cuaresmal nos recuerda que, en la vida, permanentemente, somos tentados, pues la existencia humana tiene mucho de combate contra el mal; pero la tentación no es derrota, también Cristo fue tentado y venció, por eso nosotros podemos vencer en Él. Salir a los desiertos de la vida puede ser un camino de crecimiento, si es el Espíritu el que nos guía y sostiene y -como a Jesús- nos lleva al desierto para que, en la prueba de la propia pobreza, al sentirnos sin aquello en lo que habíamos puesto el corazón, que habíamos hecho necesario, aunque no lo fuera, nos agarremos a lo esencial. El desierto como la conversión es prueba, pero sobre todo es lugar de presencia, de reconocimiento y acogida del amor. El desierto que frustra al hombre, que lo condena a la muerte es el desierto de la ausencia de Dios, el de la fascinación de lo material que nos engaña con la posesión de lo que nos esclaviza.

Para atravesar el desierto de la conversión se nos da como arma la Palabra de Dios, una palabra que nos revela su Rostro, su intimidad, sus entrañas. En estos días cuaresmales ha de brotar de los labios, y, sobre todo del corazón, las palabras del salmo: “tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro”. En el segundo domingo de esta Cuaresma se proclama el relato de la transfiguración; en el Tabor, Jesús muestra a sus discípulos su rostro, la gloria que se oculta en nuestra humanidad. Es la voz del Padre la que revela el misterio del cuerpo transfigurado del Señor, profecía del Misterio Pascual. Los discípulos no son capaces de entender, es difícil de entender que el camino a la gloria tenga que pasar por el rechazo, el sufrimiento, la cruz. La rebelión de Pedro ante el camino mesiánico que les anuncia Jesús identifica nuestras propias rebeldías ante el modo de actuar de Dios, ante las dificultades personales y las incomprensiones y el rechazo de la Iglesia

Para llegar a la gloria anunciada en el Tabor hay que bajar del monte, hay que volver a la vida y acoger el rostro doliente del Hijo que será entregado, padecerá y morirá en una cruz. Este es el gran desafío cada día para la vivencia de la fe, contemplar y acoger en nuestra vida el rostro desfigurado del Señor, aprender a verlo en los rostros sufrientes de la humanidad, también en las propias heridas. Detrás de lo feo del mundo, detrás del pecado está la gloria de Dios que quiere manifestarse en nosotros. S. Juan Pablo II, al comenzar este segundo milenio, nos invitaba a contemplar el rostro de Cristo en la hora de la cruz, “Misterio en el misterio, ante el cual el ser humano ha de postrarse en adoración” (NMI, 25).

La contemplación del rostro doliente de Cristo es una llamada fuerte a la compasión, a acercarnos a los demás, especialmente a los más pobres, para hacer el bien. “La Cuaresma es un tiempo propicio para buscar —y no evitar— a quien está necesitado; para llamar —y no ignorar— a quien desea ser escuchado y recibir una buena palabra; para visitar —y no abandonar— a quien sufre la soledad. Pongamos en práctica el llamado a hacer el bien a todos, tomándonos tiempo para amar a los más pequeños e indefensos, a los abandonados y despreciados, a quienes son discriminados y marginados” (Francisco, Mensaje para la Cuaresma 2022).

Este es el camino que nos lleva a Dios y a los hermanos, el que nace de su corazón misericordioso, de su paternidad entrañable. No hay imagen más viva del corazón compasivo de Dios que la que encontramos en la parábola del hijo pródigo que escucharemos en el cuarto domingo de este tiempo de cuaresma. Jesús nos describe al Padre desde su corazón, un corazón que con infinita paciencia espera la vuelta del hijo, nuestra propia vuelta de los devaneos con el pecado. El hijo que ha abandonada la casa paterna no ha puesto solo distancia física, sino distancia vital, su corazón se ha alejado del corazón del padre, y ahora vuelve por necesidad, porque en la casa del padre se vive mejor, lo hace con miedo y con un discurso preparado. No ha entendido todavía el corazón del padre, que lo ve a lo lejos, sale de sí, lo abraza, lo besa, le devuelve la dignidad que había perdido.

 Y, ¿todavía hay que preguntarse por qué hay que pedir perdón?, ¿por qué hay que confesar los pecados?, ¿por qué el sacramento de la penitencia? Porque es la puerta de la misericordia de Dios, de nuestra salvación; porque quien no experimenta el perdón en su propia vida, no sabrá, ni podrá, perdonar a los demás; sencillamente, por experimentar en el corazón el gozo del abrazo misericordioso de Dios. Aprovechemos estos días para acercarnos al sacramento del perdón, si hace tiempo que no lo has hecho, ahora es el momento; los pecados no se pesan, sencillamente, se perdonan.

El camino de conversión de la cuaresma nos ha de llevar también a vivir la comunión. Como hemos señalado los obispos españoles en nuestras recientes líneas de acción pastoral: “Hemos pasado de una sociedad moderna que buscaba la solidez en los grandes principios ideológicos y en las grandes causas, a una sociedad posmoderna que es líquida y voluble. Como consecuencia surgen la desvinculación y la desconfianza, la fragmentación de las vidas y la precariedad de los vínculos humanos en una sociedad individualista de relaciones efímeras en las que no se mantienen ni la lealtad ni el compromiso adquirido”.

Nuestro modo de vida, que es también nuestra palabra profética ante el mundo y ante la cultura en la que vivimos, ha de ser la comunión. La comunión es don y exigencia de la fe, porque hemos creído en un Dios que es Comunión; pero también exigencia de la naturaleza misma de la Iglesia, que es icono del Dios Trinidad, es una vocación al modo de vivir en el mundo. El gran vínculo de esta comunión, y también su fortaleza, es la Eucaristía, pues si compartimos la misma mesa y el mismo pan, ¿cómo vivir desunidos?; por eso le pedimos al Señor “que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del cuerpo y la sangre de Cristo” (Plegaria Eucarística II).

Vivimos en el enjambre digital, en expresión de filósofo Byung-Chul Han, que hace del mundo una suma de individualidades aisladas; nosotros estamos llamados cada día a construir un «nosotros». Tenemos masa, pero no pueblo. Nuestras parroquias y demás comunidades son el mejor lugar y la mejor oportunidad para crear pueblo, para pasar de una masa anónima a un pueblo con identidad, con esperanza.

Al mirar a la meta de la Cuaresma contemplo el Aleluya de la Pascua, la victoria de Cristo sobre el mal y el pecado, y me gozo porque la muerte ha perdido el aguijón que la hacía eterna para convertirla en un paso del Señor que nos regala el Cielo. Pienso en los catecúmenos que en esta Pascua recibirán los sacramentos de la iniciación cristiana, son una prueba más de que el amor de Dios no se deja vencer, llega hasta lo más profundo, hasta el final. Además, son muchos los signos que, en medio de variadas situaciones de muerte, nos hablan de resurrección, porque “Cristo tomó de ti su carne, pero te da de sí tu salvación; tomó de ti la muerte, pero te da de sí tu vida; tomó de ti la humillación, pero te da de sí tu gloria; tomó de ti su tentación, y te da de si tu victoria” (San Agustín. Enarrationes in Psalmos, 60).

Queridos hermanos y hermanas, en la Vigilia pascual renovaremos la gracia de nuestro bautismo y el compromiso de vivir según nuestra condición de bautizados, que nos ayude a ello la intercesión de María, la Virgen Madre, la que acompañó al Hijo hasta la cruz y la que esperó contra toda esperanza su resurrección”.

+ Ginés García Beltrán
Obispo de Getafe

EXAMEN DE CONCIENCIA
Papa Francisco

En relación a Dios
1. ¿Solo me dirijo a Dios en caso de necesidad?
2. ¿Participo regularmente en la Misa los domingos y días de fiesta?
3. ¿Comienzo y termino mi jornada con la oración?
4. ¿Blasfemo o tomo en vano el nombre de Dios, de la Virgen, de los santos?
5. ¿Me he avergonzado de manifestarme como católico?
6. ¿Qué hago para crecer espiritualmente, cómo lo hago, cuándo lo hago?
7. ¿Me revelo contra los designios de Dios?
8. ¿Pretendo que Él haga mi voluntad?

En relación al prójimo
9. ¿Sé perdonar, tengo comprensión, ayudo a mi prójimo?
10. ¿Juzgo sin piedad tanto de pensamiento como con palabras?
11. ¿He calumniado, robado, despreciado a los humildes y a los indefensos?
12. ¿Soy envidioso, colérico, o parcial?
13. ¿Me avergüenzo de mis hermanos, me preocupo de los pobres y de los enfermos?
14. ¿Soy honesto y justo con todos o alimento la cultura del descarte?
15. ¿Incito a otros a hacer el mal?
16. ¿Observo la moral conyugal y familiar enseñada por el Evangelio?
17. ¿Cómo cumplo mi responsabilidad en la educación de mis hijos?
18. ¿Honro a mis padres?
19. ¿He rechazado la vida recién concebida?
20. ¿He colaborado a hacerlo?
21. ¿Respeto el medio ambiente?

En relación con nosotros mismos
22. ¿Soy un poco mundano y un poco creyente?
23. ¿Como, bebo, fumo o me divierto en exceso?
24. ¿Me preocupo demasiado de mi salud física, de mis bienes?
25. ¿Cómo utilizo mi tiempo?
26. ¿Soy perezoso?
27. ¿Me gusta ser servido?
28. ¿Amo y cultivo la pureza de corazón, de pensamientos, de acciones?
29. ¿Nutro venganzas, alimento rencores?
30. ¿Soy misericordioso, humilde, y constructor de paz?