DEJÁNDOLO TODO LE SIGUIERON

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El único superviviente de un naufragio llegó a la playa de una isla deshabitada y perdida en el océano. Durante meses rezaba fervientemente a Dios pidiendo ser rescatado. Cada día escudriñaba el horizonte suspirando por vislumbrar un barco que pasara por aquel lugar tan apartado de las rutas habituales, pero pasaba el tiempo y parecía que jamás llegaría nadie.

Cansado, finalmente optó por construir una cabaña de madera en la que protegerse de los rigores del invierno y resguardar también sus escasas y modestas pertenencias. Le costó muchas semanas de trabajo agotador. Un día, a media tarde, después de hacer una ronda por la isla en busca de alimento, encontró a su vuelta la casa envuelta en llamas, con el humo ascendiendo hasta el cielo. El rescoldo, que durante tanto tiempo había procurado conservar de modo permanente, había desprendido un chispa y su casa se había incendiado. Lo peor había ocurrido. Lo había perdido todo. Se quedó lleno de tristeza y de rabia. “¡Dios mío, como pudiste hacerme esto a mi! ¿No era suficiente con lo que tenía?” Y así lamentándose se quedo dormido, tendido en la playa. A las pocas horas le despertó el sonido de un barco que se acercaba a la isla. Habían venido a rescatarlo. “¿Cómo supieron que estaba aquí?” preguntó el hombre a sus salvadores. “Vimos su señal de humo y acudimos enseguida”, contestaron ellos.

A veces, en nuestra vida hemos puesto mucho empeño en conseguir algunos logros, probablemente bastante modestos si se miran desde la distancia, y un buen día nos encontramos con que lo hemos perdido todo o lo vamos a perder, y nos parece algo realmente duro. Si embargo, cuando perdemos todo por entregarlo a Dios, nos sucede como a aquel naufrago, que al perder todas sus modestas posesiones se encontró con algo mucho más grande.(1)


1 Cf “La llamada de Dios”. Alfonso Aguiló. Ed. Palabra. Madrid 2008. pp. 121-122

DEJÁNDOLO TODO LE SIGUIERON

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El único superviviente de un naufragio llegó a la playa de una isla deshabitada y perdida en el océano. Durante meses rezaba fervientemente a Dios pidiendo ser rescatado. Cada día escudriñaba el horizonte suspirando por vislumbrar un barco que pasara por aquel lugar tan apartado de las rutas habituales, pero pasaba el tiempo y parecía que jamás llegaría nadie.

Cansado, finalmente optó por construir una cabaña de madera en la que protegerse de los rigores del invierno y resguardar también sus escasas y modestas pertenencias. Le costó muchas semanas de trabajo agotador. Un día, a media tarde, después de hacer una ronda por la isla en busca de alimento, encontró a su vuelta la casa envuelta en llamas, con el humo ascendiendo hasta el cielo. El rescoldo, que durante tanto tiempo había procurado conservar de modo permanente, había desprendido un chispa y su casa se había incendiado. Lo peor había ocurrido. Lo había perdido todo. Se quedó lleno de tristeza y de rabia. “¡Dios mío, como pudiste hacerme esto a mi! ¿No era suficiente con lo que tenía?” Y así lamentándose se quedo dormido, tendido en la playa. A las pocas horas le despertó el sonido de un barco que se acercaba a la isla. Habían venido a rescatarlo. “¿Cómo supieron que estaba aquí?” preguntó el hombre a sus salvadores. “Vimos su señal de humo y acudimos enseguida”, contestaron ellos.

A veces, en nuestra vida hemos puesto mucho empeño en conseguir algunos logros, probablemente bastante modestos si se miran desde la distancia, y un buen día nos encontramos con que lo hemos perdido todo o lo vamos a perder, y nos parece algo realmente duro. Si embargo, cuando perdemos todo por entregarlo a Dios, nos sucede como a aquel naufrago, que al perder todas sus modestas posesiones se encontró con algo mucho más grande.(1)


1 Cf “La llamada de Dios”. Alfonso Aguiló. Ed. Palabra. Madrid 2008. pp. 121-122

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2. Santiago, Apóstol : un hombre que lo dejó todo por Cristo.
Santiago, hijo de Zebedeo y hermano de Juan, cuando escuchó la llamada del Señor, se fió de Él y lo dejó todo por Él. “Jesús siguió adelante y vio a otros dos hermanos , Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo, arreglando sus redes; Él los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron.
Es muy posible que Santiago conociese ya a Jesús o, por lo menos, hubiese oído hablar de Él. Jesús empieza su predicación en Galilea, en las ciudades que están junto al lago y su fama se fue extendiendo con rapidez por toda aquella región. Santiago conocía cosas de Jesús. E, incluso sentiría una gran curiosidad y un gran deseo de conocerle mejor. Pero lo que nunca pudo imaginar fue que el mismo Jesús, se acercara a Él y fijándose en Él le llamara de una forma tan directa y tan personal. Eso mismo debió suceder con el resto de los apóstoles y con otras muchas personas, como por ejemplo Zaqueo o el joven rico. Y eso mismo puede suceder con cada uno de nosotros. Sabemos cosas de Jesús hasta que un día el mismo Señor se pone delante de nosotros y nos dice : ven y sígueme.
Santiago, al oír la voz del maestro no lo duda. El impacto de esa llamada fue tan grande que abandona todo aquello, que en ese momento le daba mayor seguridad: su familia y su trabajo, es decir, todo lo que tenía; y se va con Jesús.
Vamos a recorrer brevemente las distintas etapas de la vida del apóstol. A través de estas etapas se va fraguando y se va fortaleciendo la amistad con Jesús. Poco a poco, en un largo proceso, Santiago se va convirtiendo en el amigo del Señor, un amigo que llega incluso a dar su vida por Él. A lo largo de este proceso estarían muy gravadas en el corazón de Santiago aquellas palabras pronunciadas por Jesús en la última Cena: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando, No os llamo ya siervos porque el siervo no sabe lo que hace su Señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mi, sino que yo os he elegido a vosotros y os he destinado a que vayáis y deis fruto y un fruto que permanezca” (Jn.15,13 – 16)..
Santiago ira comprendiendo a lo largo de ese camino de crecimiento en la amistad con el Señor cómo se iban cumpliendo aquellas palabras pronunciadas por Jesús en la última Cena. Fue comprendiendo el gran amor que Jesús le tenía, un amor que le llevó a la cruz ((“nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”), fue comprendiendo que la amistad con Jesús supone docilidad y confianza en su Palabra (”Sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”), fue comprendiendo, cada día con mayor admiración y sorpresa, la revelación del Misterio de Dios (“todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”), fue comprendiendo que en el origen de esa amistad con el Señor hay una decisión del Señor, una llamada, una elección (“no me habéis elegido vosotros a mi , sino que yo os he elegido a vosotros”) y fue comprendiendo también que esa elección y esa llamada estaba destinada a dar muchos frutos; Jesús le había elegido por ser un colaborador suyo en la gran tarea de extender el evangelio por el mundo entero (“os he destinado para que deis fruto y un fruto que permanezca”)
Vamos a ver cómo se desarrollan en al vida de Santiago las distintas etapas de su crecimiento en la amistad con el Señor y vamos a ir viendo también cómo el Señor nos esta invitando a nosotros también a seguir ese camino.
Estas etapas son: la llamada, el seguimiento, el escándalo de la cruz, la resurrección del Señor, la venida del Espíritu Santo y la misión apostólica.
La llamada.
Jesús cuando llama, no llama “ a medias”. No llama para que le demos algo de nosotros: algo de nuestro tiempo, algo de nuestro afecto, alguna de nuestra cualidades, alguna etapa de nuestra vida. No. Jesús cuando llama, llama a la persona entera, llama al corazón, que es el centro de la persona, llama a la totalidad de nuestro ser. Y lo hace así, porque El quiere llenar todo nuestro ser de su luz, de su amor y de su gozo, (“Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo llegue a su plenitud (Jn. 15,11) y sabe también que la felicidad de una persona y el sentido de su vida solo se encuentran si llenan a la persona entera.
Jesús llama a Santiago y le pide que se fíe totalmente de Él. Y Santiago se fía y lo deja todo y se va con Jesús. Santiago pone toda su vida en manos de Jesús. Se deja llevar por Jesús. Su corazón está con Jesús: sus afectos, sus proyectos, su futuro: todo lo pone en manos de Jesús. A Santiago le sucede lo que aquel mercader de perlas finas, que cuando encuentra la perla con la que siempre había soñado, vende todo lo que tiene para adquirirla.
Pensemos ahora en nosotros. El Señor también se ha fijado en vosotros y también os llama. Su llamada tendrá matices distintos en cada uno. El Señor puede llamar de muchas formas, porque son también muchas las tareas que Él puede encomendarnos. Pero sea cual sea la vocación a la que nos llame (y no hay que descartar ninguna), en todas nos invita a la totalidad de la entrega. Nos invita a ser de Él, a estar con Él y a caminar siempre con Él. Y esa totalidad a la que nos invita, supone desprendernos de todo aquello que no nos deja ser libre, de todo aquello que no impide caminar.
Junto a la tumba del apóstol, que lo dejo todo por Cristo, podéis preguntaros: “¿que es lo que en este momento me esta impidiendo decirle “si!” a Jesús?; ¿qué es lo que tengo que “vender? ¿que es lo que tengo que quitarme de encima, para adquirir esa “perla preciosa, que es Jesús?”.
En este peregrinación todos, o la mayor parte, habéis vivido el gozo del encuentro con Jesús en el sacramento de la Confesión y habéis experimentado el perdón de vuestros pecados. Eso es la más importante. Y eso habrá que repetirlo con frecuencia. Pero además de eso hay otras cosas. No voy a entrar en detalles, pero indico algunas. No se trata de pecados, se trata de excusas, de disculpas para no entregarse totalmente al Señor: una buena excusa es dejar pasar el tiempo y de esta manera, dejándolo todo para mañana, no comprometerme nunca a nada; otra buena excusa es decir que no estoy suficientemente preparado para ese compromiso que se me propone, otra buena excusa son las propias limitaciones y complejos (“no se”, “no puedo”, “no me atrevo”, “lo voy a hacer mal” ); otra buena excusa, la que siempre solemos poner, es el “no tengo tiempo” (esto del “tiempo” es un trampa porque sabemos perfectamente que cuando algo nos interesa, siempre sacamos tiempo para ello).Seamos sinceros con el Señor y no tengamos miedo a su llamada. “Cristo no nos va a quitar nada sino que nos lo va a dar todo” (Benedicto XVI)
El seguimiento.
Jesús no se lo explica todo a Santiago en el momento de la llamada. Simplemente le dice que le siga. A Jesús se le conoce siguiéndole. Es el trato con Jesús el que nos hace comprender lo que Él quiere de nosotros. Dice S. Marcos en su evangelio que cuando Jesús llamó a los apóstoles , les llamó “para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar”( Mc. 3,14). Antes de enviarles a predicar Jesús llama a sus apóstoles a “estar con Él”.Si queremos saber lo que el Señor quiere de nosotros tenemos que aprender a “estar con Él “ y a “caminar con Él”.
Esta peregrinación es como un símbolo, una imagen, de lo que significa caminar siguiendo a Jesús. Vamos a fijarnos en algunos aspectos de este seguimiento:
1.- La comunidad apostólica: A Jesús se le sigue, no en solitario, sino en comunidad. Santiago sigue a Jesús en el seno de la comunidad apostólica. Y en esa comunidad aprende a ser discípulo y a ser hermano.
En estos días de peregrinación hemos experimentado la alegría de caminar juntos. Aunque el camino se hiciese duro, caminábamos tranquilos porque sabíamos que no estábamos solos; y, lo mismo que nosotros estábamos dispuestos a prestar ayuda a quien la necesitase, también nosotros la recibiríamos siempre que fuera necesario. Y caminábamos tranquilos, sin miedo a perdernos, porque sabíamos que éramos bien guiados por nuestros jefes hacia la meta deseada por todos. Y, a pesar del cansancio y el esfuerzo estábamos tranquilos y alegres porque sabíamos que nunca nos iba a faltar el alimento necesario y el descanso en un lugar seguro.
Lo que estamos viviendo estos días es una imagen de la Iglesia. La Iglesia es un pueblo que camina en medio del mundo, guiados por Jesús, con el ejemplo y la intercesión de la Virgen María, de Santiago y de todos los santos y acompañados por aquellos que el Señor ha puesto a nuestro lado para mostrarnos el camino y para alimentar nuestra fe con la Palabra de Dios y con los sacramentos.
2.- La oración: Seguir a Jesús supone un trato personal con Él, supone “estar con Él”. Eso es la oración: mirarle y dejarse mirar por Él, amarle y dejarse amar por Él. Esta presencia amorosa de Jesús, que nos consuela y nos fortalece la habéis vivido estos días en las vigilias de oración ante en Santísimo Sacramento.
3. Los sacramentos: El seguimiento a Jesús supone también la participación en los sacramentos. Estos días hemos vivido con especial emoción y gozo la Eucaristía diaria y nos hemos encontrado con la misericordia de Dios en el sacramento de la Reconciliación. Lo que hemos vivido estos días hay que continuarlo. Estemos donde estemos, aunque no podamos encontrar un ambiente tan excepcional como el de estos días, la Eucaristía tendrá siempre el mismo valor y la Reconciliación siempre será posible. Pero habrá que buscarlo y sólo lo buscaremos si lo sentimos como algo absolutamente necesario para seguir caminando con Jesús.
4. La conversión del corazón: El seguimiento a Jesús supone también un progresivo cambio de vida, una auténtica conversión, un cambio de mentalidad, un salir de un mundo egoísta para entrar en el reino del amor, de la vida y de la verdad. Fijaos lo que decía S. Pablo a los cristianos de Roma: “No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos, mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cual es la voluntad de Dios: lo bueno , lo agradable, lo perfecto (...) Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien; amándoos cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los demás; con espíritu fervoroso; sirviendo al Señor; con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración; compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad” (Rom. 12, 2- 12)
La mentalidad del mundo está muy metida en todos nosotros. Y el cambio de mentalidad supondrá tiempo y constancia. El Señor no nos va a pedir que cambiemos en dos días. A Santiago le costó mucho cambiar de mentalidad. Después de estar mucho tiempo con Jesús todavía seguía pensando, con la mentalidad del mundo, que lo más importante era aspirar a los primeros puestos para poder dominar mejor a los demás. Y Jesús tiene que corregirle. Los cambios de mentalidad cuestan. Pero el Señor tendrá paciencia cono nosotros como la tuvo con Santiago y con los demás apóstoles. Lo único que nos pide es que nunca nos apartemos de Él y que siempre le busquemos allí donde con toda seguridad podemos encontrarle que es en la Comunidad Cristiana, en la Iglesia.
5. La formación: En la Iglesia encontraremos, si lo buscamos de verdad, además de los sacramentos, la formación necesaria para que no sólo nuestro corazón, sino también nuestra mente sea iluminada y transformada por la luz de Cristo. Es muy importante en nuestros tiempos esta iluminación de la inteligencia. Continuamente llega a nosotros una avalancha de informaciones, muchas veces contradictorias y caóticas. Vivimos una situación en la que, con mucha frecuencia, se confunde el bien con el mal, se llama bueno y provechoso para el hombre lo que es malo y dañino para él. Corremos el riesgo de ir edificando nuestra vida sobre unos cimientos inseguros. Y nos puede ocurrir como aquel que edificó su casa sobre arena que, cuando vinieron los huracanes y las lluvias, la casa se hundió.
Es importantísimo en nuestros tiempos edificar la casa sobre roca. Y la roca es Cristo. Gracias a Dios, en nuestra diócesis hay muchos medios de formación para los jóvenes. Buscadlos y pedidlos. Y si veis que todavía son insuficientes tenéis todo el derecho a pedir e incluso exigir toda la formación que necesitéis.
El escándalo de la cruz.
Nos dice el evangelio que según se iba aproximando el momento de la Pasión y de la Cruz, Jesús iba preparando a los discípulos y les iba anunciando lo que estaba a punto de suceder. Especialmente quiso preparar a sus tres discípulos preferidos: Pedro, Santiago y Juan, los mismos que estarían junto a Él en la agonía de Getsemaní. Y esta preparación especial la hizo llevándoles a un monte alto y transfigurándose ante ellos para que, aunque sólo fuera por unos instantes, contemplaran la gloria de su divinidad: “su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos blancos como la luz” (Mt.17,2). Jesús quiso que experimentaran el gozo de la Pascua, para que el recuerdo de este momento le ayudara a superar el escándalo de la cruz.
Mirad, no podemos separar a Jesús de la Cruz. El vive ya glorioso y Resucitado, está junto al Padre y, al mismo tiempo, camina con nosotros en la Iglesia. Pero en el Cristo vivo y glorioso permanecen las huellas de su pasión, las heridas de sus manos, de sus pies y de su costado. Estar con Jesús supone abrazar la cruz.
En estos días se nos está mostrando de forma especial el rostro glorioso de Cristo. Estamos a gusto. Nos pasa lo mismo que a Pedro, a Santiago y a Juan en el monte Tabor: “Señor que bueno es estarnos aquí” (Mt.7,4). Nos gustaría que siempre, en nuestra vida reinara la alegría, la fe y la amistad. Pero sabemos que las cosas no son así. En la vida hay cosas difíciles y momentos amargos. Incluso podremos vivir situaciones de verdadero escándalo. Momentos en los que podemos llegar a decir. “Señor ¿cómo es posible esto? ¿cómo es posible este sufrimiento en mi familia? ¿cómo es posible que esta persona en la que yo he confiado tanto me defraude de esta manera? ¿ por qué tengo que sufrir así? ¿ por que no me salen las cosas como yo quiero? ¿ por que me cuestan tanto los estudios? ¿por qué no encuentro trabajo después de tanto esfuerzo? ¿ Por que esta enfermedad? ¿por qué este vacío interior y esta desesperanza que siento?
El evangelio nos dice que Jesús en el huerto de los olivos, sintió tristeza y angustia. Sintió sobre sí el peso de la ingratitud y del pecado. Pero Jesús no se hunde ante el sufrimiento, sino que se pone en las manos del Padre: “Padre; todo es posible para ti; aparta de mi este cáliz; pero no sea lo que yo quiero sino lo que quieres tu (Mc.14,36).
En esos momentos difíciles, cuando sentimos sobre nosotros el peso de la cruz, no estamos sólo. Jesús nos acompaña. Y Él hará que salgamos fortalecidos de la prueba.
El evangelio no nos dice nada en concreto sobre lo que hizo Santiago durante la Pasión. Sólo dice, hablando de todos los apóstoles en general, que “abandonándole, huyeron” (Mc14,56). Estaban sobrecogidos por lo que estaba sucediendo. Y tuvieron miedo. Seguro que Santiago lloraría, como Pedro, por su cobardía. Y seguro que, igual que Pedro, sentiría después el perdón , la misericordia y el consuelo del Señor Resucitado.
Ante las dificultades no podemos caer en el temor y en la huida. Hemos de permanecer como la Virgen María y el apóstol Juan, firmes y valientes al pie de la cruz. Y, estando con Jesús, descubriremos en el sufrimiento una sabiduría nueva: la sabiduría del amor que da la vida. Y podremos decir como el apóstol S. Pablo: “la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; más para los que se salvan - para nosotros – es fuerza de Dios” (I Cor.1,18)
La resurrección de Jesús y la venida del Espíritu Santo.
La resurrección del Señor y la venida del Espíritu Santo son dos acontecimientos que van unidos. Dice el evangelio de S. Juan que los apóstoles, después de todo lo que había sucedido en el Calvario, estaban reunidos en el Cenáculo con las puertas cerradas, por miedo a los judíos y “Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: la paz con vosotros. Dicho esto les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús repitió: paz a vosotros; como el Padre me envió, también yo os envío. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: recibid el Espíritu Santo ... (Jn.20,19-23).
Este momento del encuentro con el resucitado y del don del Espíritu Santo va a significar el comienzo de la Iglesia y de la misión apostólica. Aquellos hombres que hasta ese momento estaban llenos de miedo, abren las puertas del Cenáculo y, ante el asombro de todos , comienzan a dar testimonio de la resurrección de Jesús con mucho valor.
Este don del Espíritu Santo lo hemos recibido todos en el Bautismo y en la confirmación. Del Bautismo no os acordáis ninguno, pero de la Confirmación si. En la Confirmación, mientras el Obispo hacía sobre vuestra frente, con el Santo Crisma, la señal de la cruz, os decía pronunciando vuestro nombre: “Recibe por esta señal, el don del Espíritu Santo” Y vosotros contestasteis : “Amen”.
Habéis recibido, como los apóstoles, el don del Espíritu Santo. Y el Espíritu Santo quiere transformar vuestras vidas, como transformó la vida de los apóstoles, para que todos seáis testigos valientes de la Resurrección del Señor. Con el don de fortaleza, quiere quitaros todos los miedos que nos os dejan caminar con libertad; con el don de sabiduría y el don ciencia quiere iluminar vuestras mentes para pensar y sentir siempre como piensa y siente el Señor; con el don de consejo quiere ayudaros a descubrir la vocación a la que le Señor os llama; y con el don de piedad quiere que sintáis el gozo inmenso de sentiros y de ser en verdad hijos de Dios. Y para que esto suceda sólo os pide una cosa: que le abráis la puerta de todo vuestro ser y le dejéis entrar. “Mirad que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Apoc. 3,20)
A partir de la venida del Espíritu, Santiago se convertirá en el gran apóstol. Santiago va a dejar que el Espíritu entre a raudales en su vida hasta el punto de convertirla en una vida totalmente entregada a la voluntad del Señor. Lleno del Espíritu del Señor, Santiago sólo quiere una cosa en su vida: que la luz del Resucitado llegue a todos los corazones.
La misión apostólica.
Nos cuenta el libro de los “Hechos de los Apóstoles” que, llenos del Espíritu Santo, los apóstoles salieron del Cenáculo y empezaron a dar testimonio de la Resurrección del Señor con mucho valor y que pronto fue surgiendo en torno a ellos una comunidad en la que “todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos según la necesidad de cada uno. Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo” (Hech. 2,42-47).
Pero los apóstoles no se quedan sólo en Jerusalén, sino que pronto se van extendiendo por otros muchos lugares. Según una venerable tradición Santiago viene a España, que, en aquella época, era como llegar al fin del mundo (= Finisterre). Cuando uno esta lleno del Espíritu de Dios siente en su corazón el deseo ardiente de anunciar Cristo y de hacer participar a todos del gozo de la fe.
Hemos de sentir en estos días la urgencia de la evangelización. Vosotros, jóvenes, escuchad la voz del Señor, como la escuchó el apóstol Santiago: “Como el Padre me envió, así os envío yo”( Jn. 20,21. Tenéis que sentiros elegidos y llamados por Cristo para llevar a todos los jóvenes el Evangelio de la vida y de la esperanza. Los jóvenes lo necesitan. Los jóvenes lo está esperando. No os dejéis engañar por las apariencias. Es verdad que el ambiente cultural que vivimos parece ignorar a Dios. Pero también es verdad que en ese ambiente cultural los jóvenes no están a gusto. En su corazón hay un vacío que sólo Cristo puede llenar.
Los jóvenes buscan amar y ser amados. Decidles que sólo en Cristo encontrarán el amor que no defrauda, el amor que da la vida por ellos, el amor capaz de acompañarles siempre. Teniendo a Cristo nunca estarán solos. Y con Cristo se acrecentará en ellos su capacidad de amor. Habladles también de la Iglesia, comunidad de vida y de amor: lugar donde habita el Señor y donde, a pesar de nuestros pecados, todos nos sentimos hijos de Dios, iguales en dignidad y hermanos y donde podemos encontrar la luz necesaria para ver , sin engaño, la realidad y para descubrir nuestra misión en el mundo
Los jóvenes buscan y desean libertad. Decidles que, siguiendo a Cristo, serán verdaderamente libres, convirtiendo su libertad en un camino hacia el bien y la verdad, superando obstáculos y rompiendo las ataduras que esclavizan al hombre. “Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”
Los jóvenes, en esta cultura del relativismo, del “todo vale” o del “cada uno tiene su verdad”, están desconcertados, se sienten inseguros, no se atreven a asumir compromisos y miran el futuro con temor. Decidles que Cristo es “el camino, la verdad y la vida”. Decidles que Cristo es la Roca firme sobre la que pueden edificar su vida. Decidles que caminando con Cristo su futuro es un futuro lleno de esperanza.
Los jóvenes quieren que su vida sea útil; quieren que su vida sea fecunda. No se resignan a estar en el mundo sin poder ofrecer nada a los demás. Necesitan saber que es lo que pueden aportar. Quieren conocer cual es su lugar en el mundo. Necesitan descubrir su vocación. Decidles que Cristo confía en ellos. Decidles que Cristo tiene preparada una misión para cada uno de ellos. Decidles que estando unidos a Cristo, como los sarmientos están unidos a la vid, podrá ofrecer a la humanidad, con su vida y su trabajo, frutos abundantes.
Los jóvenes, muchas veces a tientas y en medio de la oscuridad, en un mudo que pretende ignorar a Dios o incluso negarlo, no pueden vivir sin Dios. Los jóvenes buscan a Dios. Buscan un fundamento que de sentido a sus vidas. No es contentan con una vida intrascendente y efímera. Tiene ansias de vida. Tienen deseos de plenitud y de inmortalidad. Decidles que Cristo nos ha revelado el Misterio de Dios. Decidles que en la humanidad de Cristo resplandece la gloria de la divinidad. Decidles que viviendo unidos a Cristo, por el don del Espíritu Santo, podrán descubrir a Dios fuente de la vida, del amor, de la esperanza y de la verdadera alegría. Podrán descubrir a Dios como Padre.
Que esta peregrinación a la tumba del Apóstol, amigo del Señor y testigo de su resurrección gloriosa, nos una más íntimamente a Cristo, nos haga sentir el gozo de caminar en la vida, como hermanos, en el seno de la Iglesia y nos haga fuertes y valientes para llevar a todos los hombres la Buena Nueva del Evangelio.