Sus orígenes se sitúan en el sufrimiento de ver cómo una parte de la población (un mundo emergente, el mundo obrero) nacía al margen de la Iglesia.

El deseo profundo de una evangelización que entrando en ese mundo, ayudara a unir la fe y la vida concreta, saliendo así al paso de lo que el Concilio Vaticano II llamó el “gran drama del catolicismo: el divorcio entre la fe y la vida”.

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