17/05/2025. La parroquia San Carlos Borromeo de Villanueva de la Cañada ha acogido en la tarde del sábado la celebración de la Eucaristía con la institución de los ministerios de acólito y lector de cinco seminaristas del Seminario Mayor Nuestra Señora de los Apóstoles. El obispo de la diócesis, Mons. Ginés GarcÍa Beltrán, ha señalado en la homilía que "la vocación nace y se fortalece en el amor, pues quien se siente amado por Dios es capaz de responder con generosidad a su llamado".
A continuación, el texto completo de la homilía.
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Nos encontramos en el tiempo de Pascua, cuando la Iglesia proclama con alegría la victoria de Cristo sobre la muerte. Es un tiempo de renovación, de esperanza y de crecimiento en la fe. Hoy, en medio de esta alegría pascual, celebramos la institución de cinco seminaristas, tres de ellos como lectores, y dos como acólitos, un paso importante en su formación hacia el sacerdocio. Esta celebración nos invita a reflexionar sobre la vocación cristiana y el servicio que cada uno de nosotros está llamado a ofrecer en la Iglesia.
La Palabra de Dios que hemos escuchado ilumina este momento con enseñanzas profundas. En el libro de los Hechos de los Apóstoles, contemplamos a Pablo y Bernabé recorriendo diversas comunidades, fortaleciendo a los discípulos y exhortándolos a permanecer fieles a la fe. Esta imagen nos recuerda que el ministerio que hoy reciben nuestros seminaristas no es una función aislada, sino parte de la misión evangelizadora de la Iglesia. Al ser instituidos como lectores, se les confía el anuncio de la Palabra, la proclamación clara y fiel de los textos sagrados, para que la comunidad pueda escuchar y meditar el mensaje de Dios. Su tarea no consiste solo en leer, sino en preparar su corazón para que esa Palabra transforme su vida y la de quienes la escuchan.
Este servicio de la Palabra encuentra eco en el salmo responsorial, que nos invita a bendecir el nombre de Dios y a proclamar su misericordia. Cada vez que un lector anuncia la Escritura, está participando en esta alabanza, ayudando a la comunidad a reconocer la presencia viva de Dios en la historia. Pero esta proclamación exige preparación, oración y un profundo amor por la Sagrada Escritura. Por ello, queridos seminaristas, os exhorto a que este ministerio sea para vosotros una escuela de encuentro con la Palabra, una oportunidad para crecer en vuestra relación con Dios y para hacer de su mensaje un testimonio en vuestra propia vida.
Junto con la proclamación de la Palabra, también se os confía el ministerio del acólito, que tiene una relación estrecha con el misterio eucarístico. En el Apocalipsis, hemos escuchado la visión de la nueva Jerusalén, donde Dios mora en medio de su pueblo y renueva todas las cosas. Esta imagen nos habla del altar como el lugar donde Dios sigue actuando hoy, donde Cristo se hace presente y renueva su alianza con nosotros.
Queridos seminaristas, como acólitos, vuestra tarea es asistir en el altar, cuidar con reverencia los signos sagrados y colaborar en la celebración del misterio eucarístico. No es un simple servicio litúrgico, sino un ministerio de cercanía con Cristo, un privilegio que os invita a profundizar en vuestro amor por la Eucaristía. Que cada gesto que realicéis en el altar sea expresión de vuestra fe y testimonio del amor que Dios tiene por su pueblo.
Finalmente, el Evangelio nos ofrece el núcleo de esta celebración: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado». Este mandato de Jesús nos recuerda que el verdadero discipulado no se mide por el reconocimiento humano, sino por la capacidad de amar con entrega, como Él lo hizo. Este amor es el que debe animar vuestros ministerios. Un lector que proclama la Palabra sin amor no transmite su verdadero significado. Un acólito que asiste en el altar sin humildad no hace visible la grandeza del misterio que celebra. Por eso, la institución que hoy recibís debe ser asumida con un corazón abierto, dispuesto a servir con generosidad y compromiso.
En medio de nuestra celebración, resuena con fuerza el mandato de Jesús: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros». La vocación nace y se fortalece en el amor, pues quien se siente amado por Dios es capaz de responder con generosidad a su llamado. La pastoral vocacional no puede ser simplemente una estructura o un programa dentro de la Iglesia, sino una verdadera escuela de discernimiento que ayude a cada joven a preguntarse en oración qué quiere Dios de su vida, qué espera de él, qué misión le confía en el mundo. La vocación no es un destino impuesto, sino un camino de encuentro con el Señor. Por eso, es fundamental que los jóvenes pidan con sinceridad la luz y la fuerza necesarias para decir “sí” sin miedo, para abrir su corazón a la posibilidad de una entrega total a Cristo y a su pueblo.
Pero este camino vocacional no se recorre en soledad; requiere el apoyo de la comunidad. Las familias, las parroquias, los colegios, cada cristiano deben tomar en serio esta propuesta vocacional, no solo por la necesidad de nuevos ministros en la Iglesia, sino porque es parte de la realización del plan amoroso de Dios en cada persona. Cuando una familia cultiva el amor a Dios, cuando una comunidad anima y sostiene la búsqueda vocacional de los jóvenes, está colaborando en la obra del Señor. Necesitamos comunidades que alienten con fe el discernimiento vocacional, que transmitan la alegría de seguir a Cristo y que ayuden a los jóvenes a descubrir que la vocación es respuesta al amor de Dios y camino hacia una vida plena. La Iglesia no necesita simplemente servidores, sino discípulos enamorados de Cristo, que hagan de su vida una respuesta generosa a la llamada del Señor.
Estos ministerios que os recibís, queridos seminaristas, no son meras funciones dentro de la liturgia; son parte esencial de vuestra formación vocacional. Como nos recuerda la pastoral vocacional de la Iglesia, cada etapa en la preparación hacia el sacerdocio es un tiempo de crecimiento en el servicio y en la entrega. Aprovechad este momento para fortalecer vuestra relación con Cristo, para madurar en la fe y para vivir con fidelidad la llamada que habéis recibido. La Iglesia os acompaña, os forma y os sostiene en este camino.
Agradezco de corazón, agradecemos todos al Seminario su entrega en la formación de los futuros sacerdotes. Su labor de acompañamiento, discernimiento y formación es fundamental para que cada seminarista madure en su vocación. Seguid siendo una verdadera “Escuela del Evangelio”, donde la fraternidad, la oración y el servicio, en la alegría, ayuden a cada joven a configurarse con Cristo, Buen Pastor. Gracias a los formadores y a todos los que hacéis posible este camino vocacional, construyendo el futuro de nuestra Iglesia.
A todos los presentes, y a todos los que formamos esta Iglesia que camina en Getafe, os animo a apoyar a estos jóvenes con vuestra oración. La vocación sacerdotal necesita el respaldo del pueblo de Dios, el estímulo de quienes han experimentado el amor de Cristo y desean verlo reflejado en nuevos pastores. Que estos seminaristas encuentren en vosotros un aliento constante para vivir su vocación con alegría.
Miremos hermanos a María, la Virgen de la escribe S. Juan de Ávila: “¿Quién es esta cuya vista alegra, cuyo mirar consuela y cuyo nombre esfuerza?”. Que Ella, modelo de servicio y entrega, acompañe a estos hermanos nuestros en este camino y les ayude a vivir estos ministerios con fidelidad y amor. Que su corazón permanezca siempre abierto a la voz del Señor y que su servicio en la Iglesia sea reflejo del amor que Cristo nos ha enseñado.
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