09/07/2025. Con motivo del reciente Jubileo de los Seminaristas, el director espiritual del Seminario de Getafe Nuestra Señora de los Apóstoles, Miguel Ángel Íñiguez Martínez, ha escrito el siguiente artículo publicado en la revista Vida Nueva:

 

 

Llamar sin límite de edad

 

Se habla mucho de vocaciones tardías en la Iglesia, pero en realidad no existen tales vocaciones, bajo mi punto de vista, pues para Dios, que es el que llama, no hay ningún límite de edad. Ningún previo que condicione su actuar libre y soberano.

Es verdad que Dios llama a la consagración normalmente en los años jóvenes, entre los 18 y 30 habitualmente. Lo mismo al sacerdocio que a cualquier instituto de Vida Consagrada, o a la vida matrimonial. Y así ha de seguir siendo también hoy, por la sencilla razón de que con esos años es cuando uno se plantea ideales grandes y nobles. Si un joven no entrega toda su vida entera al proyecto de Dios, está viviendo como un viejo prematuro.

Pero esto no quita que también haya personas que sienten la llamada de Dios en una edad más avanzada, lo que no quiere decir que sea una vocación tardía, sino que ha llegado entonces el plantearse el plan de Dios en ese preciso momento. Dios nos da la vocación desde el mismo momento en el que nos da el don de la vida, pero en tantas ocasiones, por diferentes motivos, uno no responde hasta una determinada edad.

 

El tiempo de Dios

Como muestra voy a explicar un poco mi trayectoria personal en la vocación al sacerdocio. Me ordené con 51 años y nunca he considerado que fuese tarde. Era el tiempo de Dios. Hasta ese momento nunca había pensado en ser sacerdote, ni era algo que estuviese adormecido en mi interior, sencillamente, Dios me llamó con esa edad. Surgió en unos ejercicios espirituales y me abrió un horizonte jamás soñado.

También es verdad que con mi edad los estudios resultan un poco más complicados y hace falta una fuerza de voluntad añadida para sacarlos adelante. Pero nada hay imposible si el ideal está claro y se vive todo como un proceso vocacional.

 

Dirección y consejo

En un primer momento me sobresaltó la idea por miedo a que fuese un mero deseo mío, pero acompañado de la dirección espiritual y el consejo prudente del obispo, se fue clarificando y afianzando ese primer rayo de luz. En Zaragoza, ante la Virgen del Pilar, es donde le pedí a la Madre por primera vez por mi vocación sacerdotal.

Como yo ya había hecho algunas asignaturas de Teología, el obispo me puso en contacto con el decano de la facultad para completar el ciclo, y la condición de que lo mantuviese con discreción, puesto que él ya estaba al tanto y también mis superiores. Me aseguró con toda claridad que siendo sacerdote podría ayudar mucho más a los Cruzados de Santa María, Instituto al que pertenezco.

 

Años de silencio

Fueron tres años de silencio que me han ayudado mucho en el discernimiento y que hoy aconsejo a otros a que vayan afianzando su vocación y no lo pregonen a los cuatro vientos mientras no haya una seguridad cierta en el camino comenzado.

La ordenación sacerdotal supuso un antes y un después en mi vida personal y en la pastoral. Cambió todo de una forma espectacular. Ser ministro de Cristo va más allá de cualquier expectativa que pueda tener un hombre. Constantemente te va poniendo en situaciones de entrega y todo ello te hace madurar día tras día.

 

Dar gracias

El ser sacerdote de Jesucristo es lo más grande que me ha ocurrido en la vida, después del nacimiento y del Bautismo. No me canso de dar gracias y pido a Dios para que haya muchos jóvenes que respondan con su vida a la llamada del Señor.

Hoy, entre otras tareas, soy director espiritual en el Seminario Mayor de Getafe, por lo que doy muchas gracias a Dios, pues allí todos los días aprendo acompañando a los seminaristas.

Dios puede llamar a cada persona en cualquier etapa o situación de su vida. Lo que importa es responder con generosidad y sin ningún miedo, porque Dios quiere lo mejor para cada uno de nosotros.

Que nadie tenga miedo porque se ve joven, mediano o mayor. Cualquier momento de nuestra vida es bueno para entregarlo a un proyecto noble.

 

 

 

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