06/08/2025. Los jóvenes de la diócesis, unos 3.000, han vivido unos intensos días en Roma convocados en torno al Papa León XIV en el Jubileo celebrado desde el 26 de julio al 3 de agosto. En el corazón del Año Santo, esta cita ha ofrecido a los chicos y chicas de todas las diócesis del mundo una oportunidad única para encontrarse con Cristo a través de la oración, los sacramentos, la música, la catequesis y la comunidad.
Durante la vigilia celebrada en el Circo Máximo, el Papa habló con fuerza y ternura a los jóvenes, invitándolos a escuchar el susurro del Espíritu en medio de la vida cotidiana:
“Cuando te encuentras con pruebas o decisiones difíciles —decía el Santo Padre—, no estás solo. El Señor camina contigo, y su amistad puede cambiar verdaderamente tu historia”; así ha podido comprobarlo Nacho, de 18 años, de la parroquia San Martín Obispo de San Martín de Valdeiglesias, quien compartió con emoción su historia: una travesía desde el agnosticismo hasta el bautismo en la pasada Vigilia Pascual, en el Cerro de los Ángeles, que le ha llevado a participar en el Jubileo y un particular encuentro con Dios en medio del sufrimiento.
“Yo era agnóstico… y acabé arrodillado ante el Señor”
Nacho no tuvo una infancia cercana a la fe. Criado en Madrid y más tarde trasladado a San Martín, cuenta que su relación con Dios era inexistente, marcada incluso por cierta soberbia espiritual: “No es que no creyera. Es que me creía mejor que Dios”, afirma sin rodeos.
Su camino hacia la fe comenzó de forma inesperada, con el recuerdo de su tía fallecida y un momento de profunda introspección delante de una imagen suya en casa de sus abuelos. Aquel día sintió por primera vez “una voz” que lo llamaba. Años después, un sacerdote del Colegio Seminario de Rozas de Puerto Real, donde estudiaba, le propuso asistir a la JMJ de Lisboa 2023. Nacho aceptó con la esperanza de que sus padres se negaran, pero para su sorpresa, apoyaron la idea con entusiasmo.
Durante el viaje y las convivencias previas, comenzó a ser acogido por jóvenes de su parroquia, San Martín Obispo, sin ser juzgado, a pesar de su distancia. Uno de ellos fue Adrián, quien sería clave en su proceso. En una adoración eucarística celebrada en Galicia, algo inesperado ocurrió: “Me senté al fondo, sin ganas, casi dormido… hasta que escuché mi nombre en un grito. Miré a mi alrededor y solo vi gente llorando, abrazada, emocionada… y pensé: yo quiero eso”.
“No entendía cómo podían tener esa paz. Pero entonces lo supe: la fe se vive distinto en cada uno. Yo la descubrí a través del amor de quienes me acogieron”, relata.
Fue entonces cuando decidió ponerse de rodillas ante el Señor y se abrió a la posibilidad de creer. A partir de ahí, siguió participando en la vida parroquial y recibió catequesis hasta llegar al bautismo, confirmación y primera comunión en la noche de Pascua. Todo, gracias al acompañamiento de su comunidad, sus catequistas y su párroco, Juanma: “Le conté mi experiencia en la JMJ y él luchó por mí. Gracias a él, y a personas como Miri o Duván, hoy puedo decir que soy cristiano”.
“Me arrolló un coche en Roma… y supe que tenía paz porque tenía a Dios”
En el Jubileo de los Jóvenes, Nacho volvió a experimentar el rostro vivo de Cristo en la comunidad. Pagó su viaje con su propio trabajo, deseando encontrar paz interior. Pero esta vez, la paz llegó en medio del dolor físico: atropellado por un coche cuando iba en bicicleta a hacer un encargo.
“Lo primero que pensé fue: ‘No me va a pasar nada, porque tengo a Dios’”.
Ese momento se convirtió en el culmen de su testimonio. No solo fue asistido por sus compañeros, sino que experimentó algo aún más profundo: que su comunidad no eran solo amigos, sino familia.
“Cuando llamé a Pablo, uno de los primeros en ayudarme, lo entendí: no tengo colegas, tengo hermanos. Gente que se queda contigo hasta las tres de la mañana si hace falta”, subraya.
Aquel día, entre el dolor físico y la conmoción, supo que la fe no es solo sentimiento, sino certeza de estar acompañado, amado y sostenido por Dios y por los hermanos.
Nacho termina su testimonio con una invitación clara: vivir la fe desde la sencillez, la perseverancia y la conciencia de que no se trata de ser perfectos, sino de caminar con Cristo.
“Somos pecadores, claro. Pero Dios nos quiere así, con nuestras debilidades. Hay que ir a misa, rezar, levantarse cuando uno cae, estar con la familia y con la parroquia… Hay que cuidar la fe como se cuida una llama”, remarca.
Y concluye con una certeza que ya forma parte de su vida: “Soy cristiano porque deseo serlo. Porque deseo estar con Cristo”.
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