15/08/2025. En la solemnidad de la Asunción de la Virgen María, el obispo de Getafe ha presidido la Santa Misa en la parroquia Santo Domingo de Silos en Pinto, celebrando además a la patrona de esta localidad.
A continuación, la homilía completa:
Queridos hermanos y hermanas en el Señor,
Hoy Pinto se engalana para celebrar con alegría y solemnidad a su patrona, la Virgen María en el misterio de su Asunción. Esta fiesta, profundamente arraigada en la vida de esta comunidad y de este pueblo, no es solo una tradición que se repite cada año, sino una proclamación viva de esperanza, una afirmación de fe, una respuesta luminosa al clamor de la humanidad.
En este día, la Iglesia nos invita a contemplar a María, elevada en cuerpo y alma al cielo, como signo de lo que estamos llamados a ser. Ella, la humilde sierva del Señor, la madre del Salvador, ha alcanzado la plenitud de la vida. Y en su glorificación, descubrimos el destino último de todos los que creen: la comunión eterna con Dios.
Quiero aprovechar esta ocasión para felicitar de corazón a la refundada Hermandad de la Virgen, patrona de Pinto. Que vuestra entrega y devoción sean signo vivo del amor que esta comunidad profesa a María Santísima. Que bajo su manto sigáis creciendo en fe, unidad y servicio, siendo reflejo de su ternura y fortaleza para todo el pueblo. ¡Que el Señor bendiga vuestra misión y que la Virgen os guíe siempre!
1. La proclamación del dogma de la Asunción por el Papa Pío XII, el 1 de noviembre de 1950, no fue un gesto aislado ni un capricho teológico, y no estuvo exento de debates dentro y fuera de la Iglesia. Pero si miramos al momento histórico, hemos de reconocer que fue una respuesta profética en un momento crucial de la historia. El mundo acababa de atravesar la tragedia de la Segunda Guerra Mundial, con sus horrores indecibles, sus campos de concentración, sus ciudades arrasadas, sus millones de muertos. Además, con el final de la guerra no habían acabado las desgracias para la humanidad. Comenzaba la llamada Guerra Fría, que levantaba en el mundo un muro entre ideologías, más pendientes de la agresión mutua y de la sofisticación de las armas que en curar las heridas que los enfrentamientos del siglo habían producido en el corazón de la humanidad.
En ese contexto, cuando parecía que el mal había triunfado, que la humanidad había perdido su rumbo, la Iglesia alza la voz y proclama: María ha sido llevada al cielo. No como evasión, sino como afirmación. No como mito, sino como realismo. Porque si Dios se ha encarnado, si ha asumido nuestra carne, entonces esa carne está llamada a la gloria. El dogma de la Asunción es una proclamación de esperanza en medio del dolor. Es una declaración de que Dios no pasa por el mundo sin dejar huella. El Papa insiste, no es una verdad nueva, es la verdad eterna que la Iglesia proclama en este momento de la historia.
2. La primera lectura de hoy, tomada del libro del Apocalipsis, nos presenta una imagen poderosa:
Una mujer “vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza, y está encinta” Esta mujer es signo. Es María, pero también es la Iglesia. Es la humanidad redimida. Es la esperanza encarnada. En medio del combate cósmico entre el bien y el mal, entre el dragón y el niño, aparece esta figura luminosa. No como una fantasía, sino como una respuesta real al grito del corazón humano: “¡Señor, sálvanos!”
Esta imagen no es decorativa. Es profundamente teológica. Nos habla de una mujer que ha sido revestida de la gloria de Dios, que ha vencido al mal, que ha dado a luz al Salvador. Y en ella, vemos anticipado el destino de la Iglesia, de cada uno de nosotros. Porque si María ha sido glorificada, es para que nosotros vivamos en la tierra con la certeza de que la historia tiene sentido, de que el amor triunfa, de que la vida vence a la muerte. El Concilio en el Decreto Sacrosanctum Concilium así lo enseña: “La santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica del su Hijo; en Ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la Redención y la contempla gozosamente, como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser” (SC, 103).
La Asunción de María está alojada en el sudor y las lágrimas de nuestra condición humana. No es una evasión de la realidad, sino su plenitud. María no fue llevada al cielo por haber vivido fuera del mundo, sino por haberlo vivido con radical fidelidad a Dios, por su Sí en la Anunciación, por su Estar junto a la Cruz, por su Guía de la Iglesia peregrina. Su vida fue profundamente humana, desde el Misterio del Hijo, en el que meditaba y llevaba en su corazón. Es precisamente en esa humanidad vivida con fe donde se revela la gloria.
Haber traído al Hijo de Dios al mundo no es una cuestión trivial. Y por eso, su cuerpo no podía conocer la corrupción. Porque en ella, la humanidad alcanzó su plenitud. En ella, la carne fue plenamente habitada por Dios.
El dogma de la Asunción no es una idea abstracta. Está alojado en la carne y la sangre, en el sudor y las lágrimas de la humanidad de todos los tiempos. Es una afirmación de que la vida humana, vivida en fidelidad, está llamada a la gloria.
3. El Evangelio de hoy nos presenta el canto de María: el Magnificat.
En este canto, María proclama la justicia de Dios, que derriba a los poderosos y enaltece a los humildes. Que sacia a los hambrientos y despide vacíos a los ricos. Es el canto de los que esperan contra toda esperanza. De los que creen que el amor es más fuerte que la muerte. En el Magnificat, María nos enseña que vivir en Cristo y para Cristo no es evadirse del mundo, sino transformarlo desde dentro.
El Magnificat, es una mirada al mundo, una interpretación del mismo, desde la mirada de Dios. Y nos invita a mirar nuestra historia con ojos de fe, a descubrir la acción de Dios en lo pequeño, en lo humilde, en lo cotidiano.
“Ella, la Mujer nueva, está junto a Cristo, el Hombre nuevo, en cuyo misterio solamente encuentra verdadera luz el misterio del hombre, como prenda y garantía de que en una simple criatura —es decir, en Ella— se ha realizado ya el proyecto de Dios en Cristo para la salvación de todo hombre” (MC, 57), escribe San Pablo VI en su Exhortación mariana.
¡Qué consuelo saber que María no está lejos! Que su Asunción no la aleja de nosotros, sino que la acerca más. Que desde el cielo sigue siendo madre, intercesora, compañera de camino. Que, en nuestras lágrimas, en nuestras luchas, en nuestras noches oscuras, ella está presente, cuidando, consolando, guiando.
“Asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada” (LG, 62)
Celebrar la Asunción en Pinto es mirar al cielo, donde tenemos nuestra patria definitiva, pero ahora, aquí, transformar la tierra. No es solo venerar a María, sino imitarla. Ser como ella: disponibles a Dios, atentos al prójimo, valientes en la fe, humildes en el servicio. Porque si María ha sido llevada al cielo, es para que nosotros vivamos en la tierra como ciudadanos del Reino.
En este tiempo marcado por la incertidumbre, por las guerras, por las divisiones, la Asunción de María es un signo de esperanza. Nos dice que la historia no está condenada. Que la humanidad no está perdida. Que Dios sigue actuando. Que el amor es más fuerte que el odio. Que la vida vence a la muerte.
Y en Pinto, donde celebramos a María como patrona, esta esperanza se hace concreta. En nuestras familias, en nuestras calles, en nuestras parroquias, podemos vivir como hijos de la luz, podemos ser reflejo de esa mujer vestida del sol, podemos ser Iglesia que canta el Magnificat, que enaltece a los humildes, que construye paz.
María, madre nuestra,
María, mujer vestida del sol,
María, signo de esperanza,
Ruega por nosotros, ruega por Pinto y los pinteños. Amén.
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