05/11/2025. En el número de octubre de la revista ‘Padre de Todos’, el obispo auxiliar, Mons. José María Avendaño Perea, publica un artículo bajo el título ’Vivir arrebujados en la Trinidad Santa' y que ofrecemos a continuación:
Empezamos el curso en nuestra querida Diócesis de Getafe y pienso en vosotros y, desde los latidos de mi alma,os comparto estas palabras que traslado a vuestra vida como discípulos misioneros de Jesucristo.
Vivir la fe cristiana es mucho más que cumplir unos ritos o acoger unas verdades: es dejarse abrazar por el Misterio de Dios, que no es soledad sino comunión. La Trinidad Santa nos revela que en lo más hondo del ser divino hay relación, entrega, amor sin medida. El Padre engendra al Hijo, el Hijo se ofrece totalmente al Padre, y el Espíritu Santo es el soplo de ese amor eterno. No contemplamos un Dios lejano, inaccesible, sino un Dios que nos invita a entrar en su propia vida.
Decir que estamos llamados a vivir arrebujados en la Trinidad significa reconocernos envueltos, cobijados y sostenidos en ese círculo de amor. Como quien se cubre con un manto en medio del frío, así el cristiano se recoge en el calor trinitario. El Padre nos crea y nos sostiene, el Hijo nos rescata con su entrega en la cruz y su resurrección, y el Espíritu nos vivifica desde dentro, haciéndonos templos vivos. En esa intimidad hallamos nuestro verdadero hogar.
El alma que se sabe abrazada por la Trinidad no teme. Se siente pequeña, sí, pero no sola. Descubre que su vida es un reflejo de esa comunión: estamos hechos para amar y ser amados, para donarnos y acoger. Las heridas del egoísmo, de la división, de la soledad, solo encuentran consuelo cuando nos dejamos guiar por el Espíritu hacia esa fuente de amor.
Vivir arrebujados en la Trinidad es también misión: quien goza de ese abrazo no puede guardárselo. Así como el Hijo vino enviado por el Padre, así nosotros, habitados por el Espíritu, somos enviados al mundo a testimoniar que Dios es Amor. No se trata de grandes gestos, sino de la humildad de cada día: la caridad en lo pequeño, la paciencia en la dificultad, la misericordia en el perdón.
Al final, todo se resume en reposar en el corazón de Dios. Santa Isabel de la Trinidad lo decía con sencillez y hondura: «Mi morada será la Trinidad». Que también nosotros aprendamos a hacer de esa comunión divina nuestro refugio, nuestro descanso y nuestra fuerza. Vivir arrebujados en la Trinidad Santa es vivir ya, anticipadamente, lo que será nuestra eternidad: estar para siempre en el abrazo del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Feliz comienzo del curso y contad con mi bendición.