
11/12/2025. En el número de octubre de la revista 'Padre de Todos', Laura M. Otón, Doctora en Comunicación, escribe un artículo en el que analiza el creciente fenómeno espiritual de los jóvenes, que ha llamado la atención de los medios de comunicación. Ofrecemos a continuación el artículo completo:
Dios recupera el escenario de lo público
«Dios está de moda». «Los jóvenes abrazan a Dios en la cultura pop». «Los jóvenes vuelven a creer en Dios». «Ser monja es la nueva moda». Frases como estas nos llegan últimamente desde los medios. Todos están muy sorprendidos. ¿Todos? No. Son muchos los que vivimos con la certeza de que el Dios del amor es el único consuelo para la sociedad del relativismo. Este año, 16 millones de personas en el mundo han decidido abrazar el catolicismo y sumarse al reto de la luz que constatan cada día más de 1.400 millones de personas en el planeta. Dejarse querer por Jesucristo es rompedor, lo ha sido siempre. Los profetas se hicieron eco de este momento que vivimos; los salmos que cantamos y rezamos son la confirmación fehaciente de lo que está pasando. Tenemos un manual de instrucciones con 73 libros, la Biblia. Y pasa lo mismo que con el del horno: muchos lo usan, pero pocos le sacan el máximo partido.
La Iglesia —institución— no siempre ha sabido comunicar, aun teniendo la mejor marca y coach de la Historia de los últimos 2025 años. Perdió muchas batallas culturales por acomplejarse, por retraerse en el templo. Ahora, el milagro eucarístico ha llegado a una generación a la que se le ha vendido que lo realmente importante era deshacerse de las cosas, de descartarlas, de arrojarlas al cubo de la basura, como explica Bauman. Esa pasión de un mundo revelándose y anulando al individuo no contaba con que este joven buscaría en las tinieblas del descarte, en esa basura, la solución.
Dios estará de moda cuando más de 380 millones de cristianos dejen de ser perseguidos y discriminados por su fe. La cultura, el cine, la música y la literatura sin caricaturizar, normalizando la alegría del Evangelio, arrodillando sin complejos a veinte mil personas en auditorios, demuestra que todos cabemos aquí porque Él nos ama sin preguntar, nos espera por los siglos de los siglos, nos perdona, nos cura, nos repara, nos acoge de nuevo como hijos pródigos que somos. Dios no es que recupere el escenario de lo público, es que nunca se fue, siempre estuvo caminando a nuestro lado; fuimos, una vez más, los que por nuestras máscaras no le reconocimos en el camino. Eso —bendito sea— vuelve a ser noticia.