¡Hola familia querida!, nos encontramos nuevamente para seguir dialogando en la fe con san Juan Pablo II, quien nos decía en el programa anterior “¡Cultivad con magnanimidad y lealtad el amor a la patria, mirando siempre también por el bien de toda la familia humana!”. Hoy le preguntamos ¿La conversión se debe ver en las obras de la vida? Le escuchamos:

“Amadísimos hermanos y hermanas: la respuesta la da la misma Sagrada Escritura en el libro de los Hechos de los apóstoles, capítulo 26, versículo 20: ‘Les prediqué que era necesario arrepentirse y convertirse a Dios, manifestando su conversión en obras’.

Con estas palabras, el mismo San Pablo, el Apóstol de las Gentes, compendia el contenido de su predicación. Él había ido por el mundo para difundir el mensaje de Jesús entre los hombres de su tiempo, repitiendo la invitación apremiante del Maestro: “Se ha cumplido ya el tiempo, y el reino de Dios está cerca: haced penitencia, y creed la Buena Nueva” (Mc 1, 15).

Toda la Iglesia, a lo largo de estos dos milenios de su peregrinación por esta tierra, no cesa de anunciar a toda la humanidad ese mensaje de penitencia y conversión a Dios. Un mensaje que es divinamente eficaz, porque en la fuerza de la Palabra y los Sacramentos opera el poder de Cristo, el Hijo de Dios encarnado.

Nuestra Madre la Iglesia, por ejemplo en cada Cuaresma, nos anima a “anhelar..., con el gozo de habernos purificado, la solemnidad de la Pascua, para que... por la participación en los misterios que nos dieron nueva vida, alcancemos la gracia de ser con plenitud hijos de Dios”. La liturgia nos llama a crecer en esa nueva vida que recibimos en el momento del bautismo, participando en los misterios de la muerte y resurrección de nuestro Salvador.

La penitencia y conversión, recuerdan, con particular intensidad, que para vivir como cristianos no basta haber recibido la gracia primera del bautismo, sino que es preciso crecer continuamente en esa gracia. Además, ante la realidad del pecado, resulta necesario arrepentirse y convertirse a Dios, manifestando la conversión con obras.

Es el paso de las tinieblas a la luz, del pecado a la gracia, de la esclavitud del demonio a la amistad con Dios, que tuvo lugar en las aguas de nuestro bautismo, y se vuelve a realizar cada vez que se recupera la gracia mediante el sacramento de la penitencia. Queridos hermanos y hermanas: ¡Vale la pena volver al Padre Dios  para ser perdonados!”


Hasta aquí sus palabras amigas que resuenan desde la eternidad hacia lo más profundo de nuestro corazón. “¡Vale la pena volver al Padre Dios para ser perdonados!” Nos encomendamos a tu intercesión querido papa santo y nos encontramos la semana que viene para dialogar en la fe contigo: san Juan Pablo II. ¡Bendiciones!