¡Hola familia querida!, nos encontramos nuevamente para seguir diálogando en la fe con san Juan Pablo II, quien nos decía en el programa anterior “Los hijos de Dios saben hallar en la Virgen la guía y el modelo seguro para seguir a Jesús”. Hoy le preguntamos ¿Cómo debe ser un auténtico apostolado? Le escuchamos:

“Desde el día de la Encarnación, Jesús, comenzó su obra de redimir todo cuanto estaba caído a causa del pecado, y entregarlo al Padre como nueva creación. Jesús, «con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre» (Gaudium et spes, 22.) y lo ha transformado en una nueva creatura por la filiación divina de la que El mismo nos hace partícipes.

Verdaderamente el Padre ha enviado a su Hijo al mundo para que nosotros, unidos a El y transformados en El, podamos restituir a Dios el mismo don de amor que El nos concede: «De tal manera amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en El tenga la vida eterna» (Jn 3, 16).

A partir de esa donación de amor, podemos comprender mejor y hacer realidad en nosotros la vida eterna de Dios, que consiste en participar de la donación total y eterna del Hijo al Padre en el amor del Espíritu Santo.

He querido recordares estos ideales cristianos para reavivar en vuestra mente y en vuestro corazón el objetivo final y grandioso de toda evangelización. Sólo el apóstol que esté enamorado de estos ideales de perfección, sabrá afrontar todas las dificultades transformándolas en un seguimiento más radical de Cristo y en una entrega pastoral más decidida.

Pero hay un obstáculo en el corazón de cada hombre, que impide este proceso de unidad interior y de armonía con toda la creación: el pecado, la ruptura con Dios, la enemistad con el hermano. Vivimos en una sociedad que, a veces, parece haber perdido la conciencia del pecado, precisamente porque ha perdido el sentido de los valores del espíritu que han de animar cualquier auténtico humanismo.

El hombre, salido de las manos del Creador, sólo hallará su realización plena cuando en su mente y en su conducta, se asimile a su condición de «imagen y semejanza de Dios» (cf. Gen 1, 26). El pecado, es la destrucción del don de Dios que, mediante Cristo Salvador, se nos entrega en el Espíritu.”

Hasta aquí sus palabras amigas que resuenan desde la eternidad hacia lo más profundo de nuestro corazón. “Sólo el apóstol que esté enamorado de estos ideales de perfección, sabrá afrontar todas las dificultades transformándolas en un seguimiento más radical de Cristo y en una entrega pastoral más decidida”. Nos encomendamos a tu intercesión querido papa santo y nos encontramos la semana que viene para seguir dialogando contigo en la fe: san Juan Pablo II. ¡Bendiciones!