Carta del obispo de Getafe con motivo del Corpus Christi, Día de la Caridad: "Mientras haya personas, hay esperanza"
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Al llegar la Solemnidad del Corpus Christi, Día de la Caridad, deseo hacerme cercano a cada uno de vosotros con estas palabras nacidas de la fe y la esperanza. El lema que nos acompaña, “Mientras haya personas, hay esperanza”, no es un simple consuelo humano, sino una afirmación profundamente cristiana. Porque donde hay personas, hay rostros, hay historias, hay heridas, y, sobre todo, hay posibilidad de encuentro. En el rostro de cada persona habita una promesa de Dios.
La Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo no puede entenderse al margen del mandamiento del amor. La Eucaristía no es solo banquete, sino escuela de entrega, sacramento de comunión y manantial de caridad. De hecho, la Eucaristía nos educa en la lógica de Jesús, que no se guardó nada para sí, sino que se hizo alimento para todos.
Cada vez que adoramos el Cuerpo del Señor, aprendemos a reconocerlo en la carne doliente de los pobres. Porque no puede haber verdadera Eucaristía sin compromiso con el que sufre. San Juan Crisóstomo lo decía sin ambages: "¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies cuando lo veas desnudo. No lo honres aquí en el templo con telas de seda y lo descuides fuera, donde padece frío y desnudez".
En su reciente mensaje para la Jornada Mundial de los pobres, el papa León XIV, nos recuerda que “los pobres no son una distracción para la Iglesia, sino los hermanos y hermanas más amados, porque cada uno de ellos, con su existencia, e incluso con sus palabras y la sabiduría que poseen, nos provoca a tocar con las manos la verdad del Evangelio”.
Como Iglesia diocesana, no podemos ser ajenos a los rostros de tantos hermanos que viven situaciones de exclusión, soledad o necesidad. Ellos no son una nota a pie de página del Evangelio, sino parte esencial de nuestra fe. Jesús se identifica con ellos: “Tuve hambre y me disteis de comer…” (Mt 25,35). El pobre no es solo destinatario de la caridad, es maestro del Evangelio, es presencia viva de Cristo que interpela y transforma.
No podemos vivir la fe eucarística sin dejarnos tocar por el sufrimiento del otro. Y esa cercanía debe pasar de la contemplación a la acción: amar no es solo sentir, es decidirse a servir.
Quiero expresar mi más hondo agradecimiento por la silenciosa, constante y generosa labor de nuestra Cáritas diocesana, así como de todas las Cáritas parroquiales. Vosotros sois manos tendidas que dignifican, miradas que restauran, palabras que consuelan. En cada gesto sencillo, en cada puerta abierta, en cada despensa compartida, la Iglesia se hace prójimo y siembra esperanza.
Vuestra tarea no es solo asistencia: es también acompañamiento, defensa de derechos, escucha activa, apuesta por la dignidad. Hoy más que nunca, necesitamos comunidades que no sean autosuficientes, sino samaritanas; no replegadas en sí mismas, sino abiertas al grito del hermano herido.
La caridad no es un añadido opcional a la vida cristiana; es su médula. Toda Eucaristía celebrada nos envía a ser pan partido para el mundo. Por eso, os invito con urgencia y ternura a hacer de la caridad una forma de vida: en nuestras familias, en nuestras parroquias, en nuestros trabajos.
Concretamente, pido a cada comunidad y a cada fiel que se acerque de nuevo a los más pobres: que les escuchemos, les acojamos, les prioricemos. Y que nuestras parroquias sean verdaderos “hospitales de campaña” donde nadie se sienta descartado. Asimismo, os animo a sostener las obras caritativas de la diócesis, con vuestra colaboración económica, con vuestro tiempo, con vuestras capacidades.
Quizá no podamos resolver todas las pobrezas estructurales, pero sí podemos comprometernos con cada persona concreta, confiando en que “mientras haya personas, hay esperanza”.
Permitidme terminar esta carta poniéndonos bajo el amparo de Santa María, madre de la Caridad. Ella, que se adelantó en la Visitación al encuentro de su prima Isabel, nos enseña a ser una Iglesia en salida, que lleva a Jesús en el corazón y se pone al servicio con prontitud y ternura. Que su ejemplo nos impulse a vivir una caridad viva, encarnada, fecunda.
Que el Señor, que se nos da como Pan de Vida en cada Eucaristía, fortalezca nuestras manos y encienda nuestros corazones para ser portadores de su amor allí donde más se necesita.
Con mi afecto y bendición.
Mons Ginés Garcia Beltrán, obispo de Getafe