HOMILÍA DEL OBISPO DE GETAFE, MONS. GINÉS GARCÍA BELTRÁN, CON MOTIVO DE LA SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI, CELEBRADO EN ARANJUEZ

Aranjuez, 22 de junio 2025

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Hoy, en esta Solemnidad del Corpus Christi, nos reunimos como pueblo de Dios en la hermosa ciudad de Aranjuez, donde la fe se entrelaza con la historia, el arte y la belleza de su patrimonio. En este día, la Iglesia entera se postra en adoración ante el Amor de los amores, Cristo Eucaristía, presente, real y verdadero en el Santísimo Sacramento del altar.

“Cantemos al Amor de los amores”, canta el pueblo cristiano, y no es solo un himno, es una confesión de fe, una proclamación jubilosa que brota del corazón creyente. Hoy, más que nunca, resuena con fuerza en nuestras calles y plazas, mientras el Señor, oculto bajo las especies del pan, recorre en procesión esta ciudad que lo acoge con reverencia y belleza. ¡Qué privilegio poder acompañar al Señor por los rincones de Aranjuez, donde la piedra y la flor, el arte y la historia, se convierten en custodios del misterio!
Dios está aquí. Esta certeza transforma nuestra vida. No es una idea, no es un símbolo: es una presencia. Una presencia que consuela, que interpela, que transforma. En cada Eucaristía, el cielo toca la tierra. En cada adoración, el alma se abre al misterio. En cada procesión, como la que hoy vivimos, el Señor sale a nuestro encuentro, se hace vecino, camina con nosotros. No hay rincón de nuestra vida que no pueda ser alcanzado por su gracia.
Pero esta fiesta no se queda en la contemplación. El Corpus Christi es también el Día de la Caridad, porque no se puede adorar al Señor en la custodia y olvidarlo en el hermano que sufre. Como recuerdo en mi carta pastoral con motivo de este día de la Caridad: “La Eucaristía no es solo banquete, sino escuela de entrega, sacramento de comunión y manantial de caridad”. Cada vez que comulgamos, cada vez que adoramos, somos enviados. En palabras de san Juan Crisóstomo: “¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies cuando lo veas desnudo”.
El lema de este año, “Mientras haya personas, hay esperanza”, nos invita a mirar con ojos nuevos a quienes nos rodean. Porque en cada rostro hay una promesa de Dios. En cada herida, una llamada a la compasión. En cada historia, una oportunidad de encuentro. La Eucaristía nos educa en la lógica del don, nos enseña a partir el pan de nuestra vida, a ser pan para los demás.
Hoy, al contemplar al Señor en la custodia, pensemos también en tantos hermanos que viven en soledad, en pobreza, en exclusión. Pensemos en los jóvenes sin oportunidades, en los migrantes que buscan un hogar, en las familias que luchan por salir adelante. Ellos no son una nota a pie de página del Evangelio: son el mismo Cristo que nos sale al paso. Como nos recuerda el Papa León XIV: “Los pobres no son una distracción para la Iglesia, sino los hermanos más amados”.
Queridos hermanos y hermanas, que esta Eucaristía con la procesión posterior no sea solo un acto externo, sino una expresión de nuestra fe viva. Que nuestras calles, engalanadas para el paso del Señor, reflejen también un corazón dispuesto a acogerlo. Que el canto no se apague al terminar la celebración, sino que resuene en nuestras obras, en nuestra entrega, en nuestra vida cotidiana.
Agradezco de corazón la labor silenciosa y generosa de cada una de nuestras Cáritas, que son manos tendidas, miradas que restauran, palabras que consuelan. Vosotros hacéis visible el rostro de Cristo en medio del mundo. En cada gesto sencillo, en cada puerta abierta, en cada despensa compartida, la Iglesia se hace prójimo y siembra esperanza.
Esta ciudad de Aranjuez, joya del Tajo, donde la belleza de sus jardines, palacios y calles se convierte hoy en alfombra para el Rey de reyes. Que su patrimonio no sea solo un tesoro artístico, sino también espiritual. Que cada piedra hable de fe, que cada rincón sea testigo del paso de Dios.
Os invito a todos, queridos hermanos, a vivir esta solemnidad con el corazón abierto. Que el Señor, presente en la Eucaristía, nos transforme. Que su paso por nuestras calles deje huella en nuestras almas. Que, nuestros cantos sean un cántico nuevo, el canto de un corazón nuevo.
Dios está aquí. Y eso lo cambia todo.