Cerro de los Ángeles, 8 de junio de 2018

“Mirarán al que traspasaron”


Estas palabras del evangelio de san Juan, cumplimiento de la profecía de Zacarías en el sacrificio de Cristo, dirigen nuestra mirada al Señor Crucificado y a su costado traspasado, así la celebración del misterio del corazón abierto de Cristo nos introduce en el misterio de su amor por nosotros.

Al contemplar este misterio de amor hasta el extremo descubrimos también la grandeza del sacerdocio de Cristo del cual participamos nosotros por la ordenación sacramental. “El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”, repetía el santo Cura de Ars. Por eso, en esta Eucaristía damos gracias a Dios por nuestro sacerdocio, y lo hacemos de modo especial por los hermanos que este año celebran el Jubileo de sus 50 o 25 años de sacerdocio.

Damos gracias a Dios por la vida y el ministerio de nuestro querido Obispo, Mons. Joaquín Mª López de Andujar; y por la de los sacerdotes, Mateo Herrero, Fidel Izaguirre, Guillermo Corral, José Aragón, Mariano Lozano, Santiago Gómez. Antonio Lizana y Jesús Juan Juan que celebran sus Bodas de Oro sacerdotales.

Y también por los que celebran las Bodas de Plata en el ministerio, José Julio Fernández, Ángel Corella, José Juan Lozano, Juan José Villar, José Florencio Córcega y Mingo Kaminoouchi.

Esta acción de gracias por el don precioso del sacerdocio ministerial se convierte en oración por la santificación de los sacerdotes, por nuestra santificación. Como repiten tantas almas buenas en su plegaria cotidiana, tenemos también nosotros que pedir al Señor: “Danos sacerdotes santos”. Concédenos el don de la santidad para que el pueblo que nos has encomendado se acerque a través del testimonio de nuestro ministerio a la fuente del amor que brota de tu costado abierto, que se esconde en tu corazón.

1. El relato del Evangelio que hemos proclamado nos habla del Calvario, de la cruz. Para preservar la pureza ritual en el día grande la Pascua, los judíos pidieron a Pilato que acabara con el escenario infame que protagonizaban unos ajusticiados, por eso había que quebrarles las piernas para que la muerte fuera más rápida. Sin embargo, al llegar a Jesús, los soldados se dieron cuenta que ya estaba muerto.

Jesús ya estaba muerto, la entrega de la vida por amor ya se había consumado. Todo estaba cumplido, y Dios había realizado su salvación por nosotros. La vida y la muerte de Jesús no era un cuento por bello que fuera, era una realidad. Dios se entrega en el Hijo para la salvación del género humano. Cargado con nuestros delitos, Él que no conoció el pecado se hizo pecado, para mediante el sacrificio de su vida borrar la deuda que nos separaba de Dios y de su amor.

El pecado que nos abocó a la muerte era una condena insuperable para nosotros, pero Dios en su misericordia nos libró de ella y nos hizo participes de su salvación. Su amor reconstruyó lo que el hombre había destruido por la desobediencia, y a lo largo de la historia se ha ido encargando de seguir destruyendo por su infidelidad, por la falta de correspondencia al amor de Dios.

Dios nos ha amado siempre, como nos recordaba el profeta Oseas, porque su amor es eterno. Es un amor fiel y lleno de ternura, “con lazos humanos lo atraje, con vínculos de amor”, sigue diciendo la Palabra de Dios. Nos cuida como un padre o una madre cuida de sus criaturas; con mimo y con paciencia nos atrae hacia sí, nos abraza para protegernos, y hasta nos da de comer. Sin embargo, la respuesta del hombre es la lejanía, el desprecio, la falta de correspondencia. Y Dios en vez de cansarse, de retirarnos el don de su gracia, se conmueve: “Mi corazón está perturbado, se conmueven mis entrañas”, escuchamos en la profecía. Mirar la imagen del Señor con sus brazos abiertos, mostrándonos la hondura de su corazón, que es la expresión de la grandeza de su amor, nos lleva hasta sus entrañas mismas. Todos estamos invitados a entrar en las entrañas de Cristo, a meternos en su corazón, sede de su bondad, de su grandeza, de su belleza. Entrar en el corazón de Cristo es entrar en el misterio mismo de Dios.

“El Corazón de Jesús es el símbolo por excelencia de la misericordia de Dios; pero no es un símbolo imaginario, es un símbolo real, que representa el centro, la fuente de la que ha brotado la salvación para la entera humanidad”, nos recordaba el Papa Francisco ya al comienzo de su pontificado.

2. Los soldados al ver que Jesús ya estaba muerto no le quebraron las piernas, pero uno con la lanza le traspasó el costado, “y al punto salió agua y sangre”. Es el fruto de la Pascua, de la entrega del Señor. Del costado abierto de Jesús brota el don de la Iglesia, de él hemos nacido nosotros, nacemos por el agua y la sangre, por el bautismo y la Eucaristía.

“El costado traspasado del Redentor es la fuente a la que nos invita a acudir la encíclica Haurietis aquas:  debemos recurrir a esta fuente para alcanzar el verdadero conocimiento de Jesucristo y experimentar más a fondo su amor. Así podremos comprender mejor lo que significa conocer en Jesucristo el amor de Dios, experimentarlo teniendo puesta nuestra mirada en él, hasta vivir completamente de la experiencia de su amor, para poderlo testimoniar después a los demás” (Benedicto XVI). 

De este texto del Papa Benedicto podemos entresacar los rasgos de la verdadera devoción al misterio del corazón de Jesús, que es el misterio mismo del amor de Dios, contenido y base de toda verdadera espiritualidad y devoción cristiana. Por tanto, es importante subrayar que el fundamento de esta devoción es tan antiguo como el cristianismo.

En primer lugar, el conocimiento del amor de Dios que se ha manifestado en Cristo. No hay verdadero conocimiento sin una verdadera actitud de búsqueda, sin deseo. Hemos de buscar cada día a Dios, hemos de desear su amor. Esta búsqueda y deseo que llevan al verdadero conocimiento se realiza en el amor, y si lo que primero mueve no es el amor, terminará llevando al amor. Decía el filósofo alemán contemporáneo Habermas que no hay conocimiento sin interés, y es verdad. Sólo buscamos conocer lo que nos interesa, nos detenemos en lo que no interesa y contemplamos aquello a lo que nos mueve el interés. Pues interesémonos por Cristo, busquémosle con toda nuestra vida, deseemos que su reino habite en nosotros y en el mundo, y brotará entonces el conocimiento interior, el conocimiento sapiencial, el que se hace experiencia y vida en nosotros. Volvamos constantemente a la Escritura para conocer al Señor y experimentar su amor; vayamos a los sacramentos que son fuente de conocimiento y experiencia, pues en ellos se nos da la gracia, se nos capacita.

Este conocimiento nos ha llevado a la experiencia. Lo que otros nos dicen puede ser muy grande, muy impactante, nos conmueve las experiencias de otros, pero no es suficiente, tenemos que experimentar. Para experimentar es fundamental mirar. La mirada combina la novedad de lo que vemos con la paciencia del encuentro que siempre es gratuito. Mirar al Señor nos cambia, la mirada de Cristo es transformadora. El Evangelio nos enseña que Jesús mira con amor, y su amor cura. Experimentar el amor y la misericordia de Dios es la condición de cualquier conversión y de toda sanación interior.

Y la experiencia nos lleva a la vida. Vivir de esa experiencia del amor de Dios. El que experimenta el amor de Dios ya no puede, no sabe vivir sin ese amor. Toda la vida es el amor de Dios. No hay nada en mi vida que se escape al amor de Dios, mi vida misma es Cristo, como nos dice san Pablo en la carta a los Filipenses.

Por último, el testimonio. Lo que hemos visto y oído, lo que hemos experimentado y vivido, es para anunciarlo a los demás, para compartirlo con todos. De lo que está lleno el corazón habla la boca. No es este un tesoro para guardarlo, es para anunciarlo, para que llegue a todos. El testimonio es condición de crecimiento y de fecundidad de la devoción cristiana. Sin anuncio, sin testimonio, la vida cristiana pierde su vigor y la devoción se hace vacía.

Desde estos rasgos que definen la devoción al Corazón de Jesús, podemos entender la consagración y la reparación, expresiones fundamentales en esta devoción. La Consagración es la entrega total a Jesucristo, la respuesta de amor a su amor primero, en la que entregamos toda nuestra persona, lo que somos, tenemos y hacemos para que su Reino viva en nosotros y en todos los hombres. Y la reparación es devolver al Señor amor por amor, reparando los olvidos, los desprecios y ultrajes de muchos hermanos. Es reparar el pecado que ofende a Dios y ensucia su imagen en nosotros y en el mundo. Es unirnos a Cristo y a su sufrimiento por los pecados del mundo, en el ofrecimiento de nuestra vida que se une a su propia ofrenda.

3. El corazón de Cristo, su costado traspasado es sobre todo un sacramento de caridad que nos lleva a vivir nosotros esa misma caridad con los demás. “Su Corazón divino llama entonces a nuestro corazón; nos invita a salir de nosotros mismos y a abandonar nuestras seguridades humanas para fiarnos de él y, siguiendo su ejemplo, a hacer de nosotros mismos un don de amor sin reservas” (Benedicto XVI. Homilía, junio 2009).

Sus heridas nos han curado. Es una llamada a curar también nosotros tantas heridas que hay en el corazón del hombre y en las entrañas del mundo. Poner amor donde hay odio y división, poner paz donde hay guerra e incomprensión, poner justicia en las desigualdades y en la corrupción, poner libertad en medio de tantas esclavitudes, poner alegría donde cuando el corazón se ha instalado en la tristeza por la falta de esperanza, es poner la gracia donde el pecado y la ausencia de Dios ha llevado el infierno.

4. Queridos hermanos sacerdotes, al mirar a este misterio de amor cuya imagen contemplamos en el corazón de Jesús, vemos también la grandeza de nuestra vocación y la tarea de nuestro ministerio.

Que os puede pedir vuestro Obispo, pues lo mismo que cada día pide para sí, para vosotros, para los seminaristas, que seamos santos. “La Iglesia necesita sacerdotes santos; ministros que ayuden a los fieles a experimentar el amor misericordioso del Señor y sean sus testigos convencidos (..) pediremos al Señor que inflame el corazón de cada presbítero con la "caridad pastoral" capaz de configurar su "yo" personal al de Jesús sacerdote, para poderlo imitar en la entrega más completa” (Benedicto XVI, ibid).

El pueblo nos quiere hombres de Dios, pastores según su corazón; servidores solícitos y fieles, auténticos, disponibles y misericordiosos. En el misterio del corazón de Cristo encontramos la medida de nuestro ministerio, la razón más profunda de nuestra vocación, la escuela donde aprender y el hogar donde descansar de nuestras fatigas y soledades.

No olvidemos que nuestra fuerza no está en las cualidades personales que cada uno tiene, ni en los éxitos pastorales; no está en la juventud, ni en la hoja de méritos por el tiempo trabajado; no está ni siquiera en el ministerio concreto que se nos ha encomendado. Nuestra fuerza está en Él, sólo en Él, y nuestra paga en poder ser sus testigos y sacramentos de su presencia.

5. Querido hermanos y hermanas, no disponemos a celebrar el Centenario de la Consagración de España al Corazón de Cristo, que tuvo lugar aquí, en este mismo lugar del Cerro de los Ángeles. Todos somos conscientes que el momento socio-político no es el mismo de entonces, pero el amor de Dios sí, y nuestro deseo y necesidad de consagrarnos a este amor y consagrar España entera, también. Por eso, siguiendo la intención de mi venerado predecesor, Mons. Joaquín Mª López de Andújar y del nuestro Obispo Auxiliar, Mons. José Rico Pavés, unida al deseo de tantos de los fieles de esta iglesia diocesana, he solicitado a la Santa Sede se nos conceda la gracia de un Año Jubilar con motivo de esta efeméride, que comenzaría el primer domingo de Adviento y terminaría en la Solemnidad del Cristo Rey.

Os invito a todos, pues todos estamos convocados, a celebrar este Centenario de la Consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús con espíritu misionero, haciendo que el amor de Dios llegue a todos los hombres sin excepción, especialmente a los más pobres. A través de nuestra palabra sencilla y llenas de convicción, de nuestra ilusión, y de nuestra vida han de conocer al Señor, para amarle y seguirle.

Que nos obtenga esta gracia la Virgen María, cuyo Inmaculado Corazón contemplaremos mañana con fe viva. Renovemos nuestra consagración a los corazones de Jesús y de María. A Jesús por María.

+ Ginés, Obispo de Getafe