SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
CELEBRACIÓN DE LOS JUBILEOS SACERDOTALES DE ORO Y PLATA

Cerro de los Ángeles, 24 de junio de 2022 

Queridos hermanos sacerdotes, especialmente saludo y felicito a los hermanos que este año cumplís el 50 y 25 aniversario de vuestra ordenación sacerdotal. 

Queridos diáconos y seminaristas,
hermanos y hermanas en el Señor:

Esta mañana comenzábamos la oración litúrgica de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús con el invitatorio “Venid, adoremos al Corazón de Jesús, herido por nuestro amor”. Palabras que queremos repetir ahora, en esta celebración eucarística que es una alabanza a la grandeza de Dios manifestada en el don de su corazón, y que nos mueve a la adoración de tan gran misterio.

Esta fiesta es una invitación a acercarnos al misterio del Corazón de Cristo para contemplarlo, para unirnos a él, para meternos dentro él, para vivir y descansar en él.

1.  El Corazón de Jesús es manifestación de la encarnación del Verbo de Dios que toma nuestra carne, por puro amor, para salvarnos. No se reviste de humanidad, sino que asume verdadera y realmente nuestra humanidad, por eso tiene corazón, un corazón como el nuestro, pero un corazón hecho a la medida de su divinidad. Se hace semejante a nosotros, para hacer que nosotros nos hagamos semejantes a Él. Su corazón humano es el corazón que Dios ha creado para la humanidad y que el pecado había ensuciado y deformado. El misterio del Corazón del Señor nos enseña que nuestro corazón está hecho a la medida del Suyo, y que nuestro gozo y el sentido de la vida humana es vivir en, y desde, su corazón para responder a la vocación a la que todos hemos sido llamados. 

El Corazón de Jesús manifiesta al hombre de todos los tiempos, y particularmente al hombre de hoy cómo es un corazón, cómo late un corazón, un corazón de carne, capaz de amar y de acoger, de perdonar y de ser compasivo, de sentir y de cuidar. Frente a tantos corazones endurecidos por el odio y la violencia, por la pobreza y el sufrimiento, por la soledad y la incomprensión; frente a tantos corazones destrozados por el pecado y la ausencia de Dios, el Corazón de Cristo es un testimonio de sentido que llena el corazón del hombre.

Cristo en su corazón es fuente de vida, de esperanza, de paz, de alegría, de amor. “Omnia nobis est Christus”, decía san Ambrosio. Sí, Cristo es todo para todos. Necesitamos a Cristo, Cristo nos es necesario, sin Él nos sentimos perdidos, sin rumbo ni destino. ¿Qué puede dar sentido a tanto sin sentido?, ¿quién puede iluminar nuestras oscuridades y sombras de muerte?, ¿quién nos fortalecerá en nuestro desvalimiento y nos acompañará en el camino de la vida?, ¿quién dará respuesta a los grandes interrogantes de la humanidad? Cristo, solo Cristo porque nos ama, y ha hecho de su existencia una entrega por nosotros.

Es verdad que el corazón que ama es un corazón herido; el amor siempre hiere, pero estas heridas hacen crecer, llaman a la intensidad del mismo amor. Cuando sufrimos por otro lo amamos más, lo sentimos más nuestro, más parte de nosotros mismos. Al asumir nuestra humanidad, Cristo tomó sobre sí nuestro pecado para destruirlo, como dice san Pablo, “al que no conocía pecado, Dios lo hizo pecado”, ¡qué grandeza!, ¡qué misterio para contemplar y agradecer! Esta es la expresión y la prueba más grande de la medida del amor de Dios, un amor que no tiene medida, el perdón de los pecados, la misericordia entrañable.

Desde aquí podemos entender el sentido de la reparación, que es devolver al Señor amor por amor, reparando los olvidos, los desprecios y ultrajes de muchos hermanos. Es reparar el pecado que ofende a Dios y ensucia su imagen en nosotros y en el mundo. Es unirnos a Cristo y a su sufrimiento por los pecados del mundo, en el ofrecimiento de nuestra vida que se une a su propia ofrenda.

De manera sencilla lo hemos visto en la imagen del buen pastor del que nos hablaba el texto evangélico que hemos escuchado. El pastor que deja a las noventa y nueve ovejas para buscar a la que se ha perdido. No nos dice el texto la causa por la que está perdida, ni importa, a Dios no le importa, lo único que hay en su corazón es que está perdida y que hay que encontrarla, sin ella el rebaño no está completo. El pastor sale y busca, deja el lugar seguro y confortable y arriesga para encontrar a esa oveja que está en su corazón porque es suya.

Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros. Qué imagen tan bella que la iconografía cristiana ha expresado desde los primeros siglos. Cristo con la oveja sobre sus hombros forman una unidad, parece uno; él la rodea con sus brazos y ella descansa sobre los hombros. Dice el evangelio que el pastor está muy contento, y convoca a todos para darles la buena noticia: ha encontrado a la oveja perdida. Pues esta es la imagen del cielo, hay más alegría por un solo pecador que se convierte que por noventa y nueve que no necesitan conversión.

2.  En esta fiesta tan nuestra celebramos también los jubileos sacerdotales de los 50 y 25 años de la ordenación de un grupo de hermanos nuestros. Es un día feliz para ellos y para toda la diócesis.

Quiero hacer notar que los sacerdotes que celebran sus Bodas de Plata son los seminaristas que comenzaron el seminario de una Diócesis naciente. Comenzaron una verdadera aventura en Cubas de la Sagra, una aventura que ha dado abundantes frutos para esta Iglesia diocesana. Damos gracias a Dios por vosotros y con vosotros. Damos gracias a Dios por nuestro seminario y pedimos que el Señor nos siga bendiciendo con santas y abundantes vocaciones, tan necesarias para el servicio de la Iglesia.

Este momento de la celebración del jubileo de vuestro sacerdocio es un buen momento para volver al primer amor, para traer a la memoria la gracia recibida por la imposición de las manos, y tantas gracias recibidas a lo largos de estos años. También lo es para todos nosotros, queridos hermanos sacerdotes.

Queridos hermanos, el alma del sacerdocio está en la relación personal, llena de confianza y amistad, con la persona de Jesús. El ministerio sacerdotal no es, no puede ser fecundo, sin una relación personal e íntima con el Señor. Necesitamos al Señor, gozar de su intimidad que renueva nuestra vida y la llena de juventud y alegría. No olvidemos que, para hablar de Él, tenemos antes que hablar con Él. Los proyectos pastorales desde la oración constante y prolongada adquieren valor y sentido nuevos; lo demás será puro activismo. 

No somos funcionarios, somos llamados, somos siervos de Cristo, nuestra vida es Cristo, y su servicio es la misma vida vivida cada día, en cada instante como entrega igual a la suya. El Señor sigue preguntándonos como a Pedro: ¿me amas?, y espera nuestra respuesta: “Señor, sabes que te amo”. El pastoreo en la Iglesia es consecuencia del amor a Cristo.

Por ello, queridos hermanos, permitidme que ponga voz a lo que seguro hay en el deseo de vuestro corazón:

Lo importantes es el ser, lo que somos, y es un peligro poner todas las fuerzas en lo que hacemos. Lo que realizamos, lo hemos de hacer desde lo más profundo, desde lo que somos, de lo contrario se quedará en actos vacíos, pueden recoger algún aplauso que se olvidará enseguida. Lo único que permanece es la huella de la santidad, no se quedan en la memoria de las comunidades los curas simpáticos, quedan los santos. Redescubrir cada día, delante de Dios, lo que somos, profundizar en el don recibido y responder con generosidad hacen que se muestre la verdadera esencia del sacerdocio. Dios y no las cosas de Dios, como recordaba el Cardenal Van Thuan; las cosas pasan, también las realizadas como un bien, lo único que permanece es Dios. Nosotros somos testigos de Dios, las cosas son instrumentos para acercar a los hombres a Dios y Dios a los hombres; pero los instrumentos siempre tienen caducidad, Dios es eterno.

Buscar siempre lo esencial, mostrad el ideal. Un sacerdote siempre tiene cosas que hacer, el trabajo pastoral nos exige más tiempo del que nos da el día. Una tentación sería atender siempre a lo urgente, dejando para después lo importante que nunca llega; y corremos el peligro de dejar para otro momento: la oración, la Eucaristía celebrada con paz y fervor, atender a los hermanos en el sacramento de la penitencia, visitar a los enfermos, dedicar tiempo a escuchar como Padre a los que vienen a nosotros; estudiar y preparar la predicación de la Palabra de Dios

Vivir de acuerdo con lo que sois. El testimonio diario de nuestra vida y ministerio es un medio indispensable de nuestra evangelización. Nuestro modo de vida tiene una fuerza incomparable para nuestros fieles; nuestra vida se convertirá también en un gran interrogante frente a una cultura que ha olvidado, y ya desconoce, el estilo evangélico de vida. Hemos de ser pobres y austeros, mostrando dónde está la verdadera riqueza, amigos y hermanos de los pobres que han de encontrar en nosotros el amor de un Dios que se preocupa de ellos. Obedientes a la voluntad de Dios, en la comunión de la Iglesia y con sus Pastores. Célibes por el Reino que es “tener un corazón de acero para la castidad y un corazón de carne para la caridad” (L. Lacordaire, citado por R. Cantalamessa, El alma de todo sacerdocio, p. 54).

Esta fiesta, queridos hermanos, tendría que poner en nuestro corazón y en nuestra vida los mismos sentimientos de Cristo, pidamos al Señor un corazón a la medida del Suyo, un corazón que ama y perdona, un corazón misericordioso y atento a las necesidades de los demás. Es lo que, con vosotros, pido para esta Iglesia diocesana de Getafe.

Nos encomendamos al corazón de María, venerada en este lugar como Nuestra Señora de los Ángeles, para que cada día nos acerque a su Hijo, y acompañe el camino discipular de esta Iglesia.