Carta del obispo de Getafe, D. Ginés García Beltrán, al inicio de 2024, Año de la Oración

SEÑOR, ENSÉÑANOS A ORAR

En el itinerario de preparación al Jubileo de 2025, este año 2024 que acabamos de comenzar lo dedicaremos a la oración. Es un buen momento –siempre lo es– para reflexionar sobre la oración y, sobre todo, para redescubrir su valor y la necesidad de orar. La oración es necesaria, imprescindible para el creyente. La fe la profesamos en el Credo, la celebramos en los sacramentos y la vivimos en la vida en Cristo (la moral). Sin embargo, para que todo esto sea vivo, para que sea personal, es necesaria la oración.

Qué bien expresa esta realidad Teresa del Niño Jesús: «Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría». «Si conocieras el don de Dios» (Jn 4, 10), le dice Jesús a la samaritana. «La maravilla de la oración –nos enseña el Catecismo de la Iglesia católica– se revela precisamente allí, junto al pozo donde vamos a buscar nuestra agua: allí, Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber. Jesús tiene sed, su petición llega desde las profundidades de Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él» (San Agustín. N. 2.560). En el Evangelio, Jesús aparece orando con frecuencia.

En sus mismas palabras se revela la importancia de la oración como expresión de la relación filial con el Padre, y por esta experiencia personalísima, ve imprescindible que los discípulos oren personalmente, en solitario, al Padre. Siempre habrá enfermos, habrá que predicar, que marchar, pero eso nunca podrá ser el obstáculo o la excusa para que Jesús no se confronte con el Padre.

Jesús obra desde la misericordia del Padre, y para eso a diario tendrá que asomarse al interior del corazón del Padre. De lo contrario, no actuaría como misionero. No puede haber misión sin vida de oración.

Jesús es también maestro de oración. Cuando sus discípulos le pidieron que les enseñara a orar, les mostró el Padrenuestro, fundamento y totalidad de toda oración cristiana. El Padrenuestro «es, en verdad el resumen de todo el Evangelio» (Tertuliano. De oratione, 1, 6). En este sentido, dice también san Agustín: «Recorred todas las oraciones que hay en las Escrituras, y no creo que podáis encontrar algo que no esté incluido en la oración dominical». Sobre el Padrenuestro seguiremos hablando.

¡Es necesario orar! Orar para un cristiano no es una obligación; es una necesidad. No orar no es un pecado; es una desgracia. Este año puede ser una oportunidad preciosa para orar. Los que ya lo hacen, intensificando su oración; los que no, comenzando a orar, con humildad, sencillamente, sabiendo que, cuando oramos, hablamos con aquel que sabemos que nos ama, como nos recuerda Santa Teresa de Jesús. Termino estas letras con estas preciosas palabras del santo cura de Ars sobre la oración: «Te amo, Dios mío, y mi único deseo es amarte hasta el último suspiro de mi vida. Te amo, Dios mío, infinitamente amable, y prefiero morir amándote a vivir sin amarte. Te amo, Señor, y la única gracia que te pido es amarte eternamente. [...] Dios mío, si mi lengua no puede decir en todos los momentos que te amo, quiero que mi corazón te lo repita cada vez que respiro».