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HOMILÍA EN LA VIGILIA PASCUAL

Getafe, 30 de marzo de 2024

Cantemos el ¡Aleluya!, queridos hermanos, porque verdaderamente ha resucitado el Señor. Debemos “dar gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.

  Exulte el Cielo y goce la tierra, alégrese nuestra madre la Iglesia.

  Sí, la Iglesia se alegra y se viste de fiesta porque su Esposo, y Señor, la llena de gracia y hermosura. Ella sale a las calles y a las plazas a anunciar a todos su gozo y alegría, que su luto se ha convertido en fiesta y su opresión en libertad. Anuncia la Iglesia la resurrección del Señor, porque ella vive para esto, solo para esto, para anunciar que el Crucificado ha resucitado. ¡Cómo se puede callar gozo tan inmenso que desborda el corazón! ¡Cómo no anunciar que la herencia del hombre no es ya la muerte sino la vida!

  En una preciosa homilía del siglo II, se presenta a Cristo, el nuevo Adán, que sale a buscar al primer Adán, quiere encontrarlo como el pastor quiere encontrar a la oveja que estaba perdida. Es el Adán eterno que sale a visitar a los que viven en las tinieblas y en las sombras de la muerte, porque quiere iluminar las oscuridades que los confunden y los precipitan al abismo de la muerte. “Yo soy tu Dios”, le dice. “Levántate, salgamos de aquí. El enemigo te sacó del paraíso; yo te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celeste. Te prohibí que comieras del árbol de la vida, que no era sino imagen del verdadero árbol; yo soy el verdadero árbol, yo, que soy la vida y que estoy unido a ti. (...) El trono de los querubines está preparado, los portadores atentos y preparados, el tálamo construido, los alimentos prestos, se han embellecido los eternos tabernáculos y moradas, han sido abiertos los tesoros de todos los bienes, y el reino de los cielos está preparado desde toda la eternidad”.

  Sí, hermanos, esta noche, Cristo sale al encuentro de cada hombre que vive en las tinieblas del pecado para mostrarle el gozo de la salvación. Sale a nuestro encuentro, a tu encuentro, para decirte: Yo soy tu Dios; estaba muerto, pero ya ves, ahora vivo, y vivo para ti, para llevarte al reino que he preparado para ti, al reino donde ya no hay luto, ni llanto, ni dolor, sino paz y alegría eternas.

  Esta noche santa es ya el amanecer de un nuevo día, es el amanecer de aquel día que no conoce el ocaso, es el amanecer en el que aquellas mujeres que no se habían dejado robar la esperanza fueron a embalsamar el cuerpo del Señor; es verdad que tenían temor, no sabían quién les movería la pesada piedra del sepulcro, pero su amor era más grande que el temor. Preciosa lección, el amor es siempre más grande que el temor, cuando amo y amo de verdad no temo, ellas nos muestran que el amor es más fuerte que la muerte. “Esto es lo que realiza la Pascua del Señor –decía el Papa en la vigilia pascual del pasado año- nos impulsa a ir hacia adelante, a superar el sentimiento de derrota, a quitar la piedra de los sepulcros en los que a menudo encerramos la esperanza, a mirar el futuro con confianza, porque Cristo resucitó y cambió el rumbo de la historia” (Francisco. Homilía de la vigilia pascual, 2023).

  La tumba vacía es señal de que Cristo no mora ya entre los muertos. Cristo vive, ha resucitado, como les dice el ángel a las mujeres: “No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? Ha resucitado. No está aquí”.

  De la misma Noticia nace el envío, la misión. Aquellas mujeres son enviadas a anunciar el Evangelio a “los discípulos y a Pedro”. La resurrección del Señor no es para guardarla sino para anunciarla a todos, para que todos puedan gozar de esta nueva vida que hemos recibido. Es precisamente este anuncio el que regenera y revitaliza a la Iglesia cada día, el que a lo largo de estos dos milenios ha resonado en el mundo y, sobre todo, en el corazón de tantos hombres y mujeres. Nosotros, queridos hermanos, estamos esta noche aquí por el testimonio que hemos recibido de otros que creyeron en Jesús ante de nosotros.

  Por eso, la pregunta que siempre nos hacemos, ¿cómo puedo yo participar en la resurrección de Cristo? La respuesta es siempre la misma: por el Bautismo. Por el Bautismo somos incorporados a Cristo, participamos en su muerte y somos incorporados así a su nueva vida. El bautismo nos muestra la actualidad de la salvación. Dios sigue llamando y consagrando hoy a muchos nuevos hijos de Dios por el Bautismo. “En el Bautismo el Señor entra en nuestra vida por la puerta de nuestro corazón. Nosotros no estamos ya uno junto a otro o uno contra otro. Él atraviesa todas estas puertas. Esta es la realidad del Bautismo: Él, el Resucitado, viene, viene a nosotros y une su vida a la nuestra, introduciéndonos en el fuego vivo de su amor. Formamos una unidad; sí, somos uno con Él y de este modo somos uno entre vosotros” (Benedicto XVI. Homilía de la vigilia pascual, 2008).

    Queridos catecúmenos, ahora vais a ser bautizados, vais a recibir la novedad del Bautismo; sí, en vosotros, todos los bautizados recordamos, y viene bien hacerlo, que el Bautismo es una novedad porque es una nueva vida: nuestra vida pertenece a Cristo, ya no nos pertenece a nosotros mismos. El Bautismo os recuerda, y nos recuerda, una verdad fundamental: la vida no es una posesión, sino un don. La consecuencia de entender la vida como dominio de uno mismo es la soledad, soledad que se hace más dura en el momento del sufrimiento y de la muerte; sin embargo, cuando la vida es un don que he recibido, sé que nunca estoy solo, tampoco en el sufrimiento y en la muerte. Nacemos de a la paternidad de Dios, y lo hacemos en el seno de la Iglesia madre. No estáis aquí esta noche por casualidad, habíais sido elegidos antes de la creación del mundo, y ahora se manifiesta en vuestra vida la gloria de Dios. La Iglesia os recibe con alegría, entrad pues a formar parte de nuestra familia, la de los hijos de Dios.

    Queridos hermanos de la tercera comunidad neocatecumenal de San José Obrero de Móstoles, esta iglesia madre de la Diócesis os acoge y os abraza. Durante estos años ha intentado acompañar vuestro camino de renovación bautismal; seguro que no siempre lo hemos hecho bien, pero hemos estado ahí. En primer lugar, los obispos que os hemos querido acompañar con amor de padre y hermano; también vuestros catequistas y los presbíteros que os han servido. El camino tiene dificultades, lo tuvo el de nuestro Señor, y el siervo no es más que su amo. Os invito ahora a mirar adelante, a seguir caminando, porque el camino no se acaba hasta llegar al Cielo. Renovar con vuestra vida a la Iglesia y mostrar a todos los hombres la hermosura de su rostro. Permanecer siempre unidos a la Iglesia y a sus pastores, porque esta será la garantía de vuestra perseverancia. Vivid la alegría del Evangelio y llevarla a los demás; y no os canséis nunca de seguir trabajando por la extensión del Reino; que vuestras pobrezas no sean nunca una excusa ni una condición para dejar de anunciar el amor de Dios y el perdón de los pecados.

    Es hermoso escuchar que el Señor va por delante de nosotros. En la tarea del anuncio del Evangelio nunca estamos solos, Él Señor va delante preparando el camino de los discípulos, el camino de la evangelización. Él siempre es el primero que llega, por eso no nos puede faltar la confianza: no podemos tener miedo. ¿Por qué nos da miedo hablar de Dios, anunciar a Jesucristo? Nos puede el temor de ser rechazados, de ser incomprendidos, de ser ridiculizados; nos creemos que no estamos capacitados; pero ¿qué importa si el Señor ya llegó primero? Las mujeres y los discípulos son invitados a ir a Galilea. “Recuerda tu Galilea y camina hacia tu Galilea. Es el “lugar” en el que conociste a Jesús en persona; donde Él para ti dejó de ser un personaje histórico como otros y se convirtió en la persona más importante de tu vida. No es un Dios lejano, sino el Dios cercano, que te conoce mejor que nadie y te ama más que nadie. Hermano, hermana, haz memoria de Galilea, de tu Galilea; de tu llamada, de esa Palabra de Dios que en un preciso momento te habló justamente a ti; de esa experiencia fuerte en el Espíritu; de la alegría inmensa que sentiste al recibir el perdón sacramental en aquella confesión; de ese momento intenso e inolvidable de oración; de esa luz que se encendió dentro de ti y transformó tu vida; de ese encuentro, de esa peregrinación. Cada uno sabe dónde está la propia Galilea, cada uno de nosotros conoce dónde tuvo lugar su resurrección interior, ese momento inicial, fundante, que lo cambió todo. No podemos dejarlo en el pasado, el Resucitado nos invita a volver allí para celebrar la Pascua. Recuerda tu Galilea, haz memoria de ella, reavívala hoy” (Francisco. Homilía de la vigilia pascual, 2023).

  Que María, que fue testigo gozosa de la resurrección de su Hijo, nos a ayude también a nosotros a ser testigos en medio del mundo de la nueva vida del Resucitado.
 
  Amén. ¡Aleluya!

               + Ginés, Obispo de Getafe

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