Con el título “Me enseñarás el sendero de la vida” tomado del salmo 15, los obispos del país vasco y de Navarra han publicado el pasado domingo 4 de Junio, solemnidad de Pentecostés, una interesante carta pastoral sobre el tema de la educación.

Ya en la introducción advierten que el núcleo fundamental de la educación no es una cuestión de metodología, sino más bien una puesta en juego de dos libertades: la del educando y la del educador en un contexto de relación interpersonal y en el seno de una comunidad educativa. En este encuentro de libertades que se realiza a través del acompañamiento que el educador y toda la comunidad educativa ofrecen al educando es donde este va avanzando en madurez.

Los obispos, después de destacar el gran papel que la Iglesia, durante muchos siglos,  ha tenido en este campo de la educación, en sus mas diversos ámbitos, y de una manera muy especial en aquellos lugares donde se detectaban serias carencias educativas o situaciones de pobreza, exclusión o vulnerabilidad, insisten en que en la actualidad, la Iglesia debe y tiene derecho a seguir desarrollando, a través de la Escuela Católica y de sus múltiples iniciativas educativas, una importante función social de ayuda a los padres en su deber  y en su derecho de educar a sus hijos según sus propias convicciones.

Se señala en esta carta Pastoral que la educación católica favorece el papel de la familia asegurando una buena preparación de los niños y jóvenes para formar ellos, en su momento, nuevas familias y, educando en valores y virtudes que darán solidez a su vida moral e instruyendo en el conocimiento de Jesucristo y en las enseñanzas de la Iglesia.

Quieren los obispos, con este documento, entrar en el debate social de la educación ofreciendo de una manera leal y constructiva la aportación de la Iglesia.

En su análisis de la realidad,  este documento nos ayuda a ver que vivimos un tiempo que demanda una educación auténtica que se apoye en pilares que den respuesta a cuatro urgentes necesidades.

En primer lugar la necesidad de una educación basada en la experiencia de un amor, capaz de sostener y dar sentido a la vida, la necesidad, dice el documento, de la “experiencia de un amor fundante”. Por el ritmo de vida que hoy se impone, en gran numero de hogares, muchos de nuestros niños y jóvenes pasan mucho tiempo solos y se sienten sin apoyos seguros y sin claridad en su desarrollo afectivo y buscan compensaciones o amistades o hábitos de vida que pueden ser muy perjudiciales para ellos.

En segundo lugar la necesidad  de la búsqueda de la verdad. Hay que despertar en los educandos la certeza de que la verdad existe y de que esta verdad puede  encontrada, pero para encontrarla hay que buscarla. Tenemos que despertar en ellos, frente a la cultura del nihilismo, del escepticismo y del relativismo, una verdadera pasión por la verdad que les ayude a sustentar su vida sobre unas firmes convicciones, unos valores y unas virtudes, que les sirvan de guía y orientación en sus vidas.

En tercer lugar la necesidad de saber  afrontar las frustraciones, para hacer frente a las dificultades y a los inevitables fracasos y sufrimientos que se les irán presentando en la vida. Las nuevas generaciones, educadas, en muchos casos en la comodidad y en la satisfacción inmediata de sus caprichos, se hunden fácilmente y caen en la depresión cuando las cosas no salen como ellos quieren. Hay que ayudarles a comprender que las dificultades son oportunidades que pueden servir para  crecer en madurez y en capacidad de asumir responsabilidades que nos parecen muy difíciles.

Y en cuanto lugar, la necesidad de avanzar en el equilibrio adecuado entre libertad y disciplina. Una verdadera educación en la libertad ha de basarse en el respeto a la verdad y en el ejercicio de la responsabilidad. Y esto supone aceptar la autoridad moral del que educa.

Que esta Carta Pastoral nos ayude  a entrar en este difícil campo de la educación defendiendo lo que creemos que es mejor para todos y ofreciendo nuestra colaboración.

Para todos, un saludo cordial y mi bendición.