Se llama, Iñaki, y tiene 28 años. Es uno de los seminaristas que este domingo recibirá la ordenación diaconal en Villaviciosa de Odón. Aunque sus padres viven en Boadilla, “tengo corazón vasco”, reconoce.
Después de pasar por Toledo y San Sebastián, hace tan solo un año recaló en el Seminario mayor de Getafe: “aquí he estado 5º y lo que llevo de 6º. Vengo de una familia católica, mis padres son católicos, practicantes, y desde pequeño me han inculcado no solo la fe, sino un anhelo de santidad, o sea, un anhelo de grandeza. No una grandeza a lo mejor solo humana, sino una grandeza espiritual y de querer ser santo”.
“He sido siempre un chico muy movido y quería ser bombero, desde pequeño quería ser bombero”, asegura al hablar de su infancia y adolescencia. “Cuando terminé 2º de Bachillerato, antes de ponerme con la oposición a bombero, decidí darme un año de descanso para luego coger la oposición con ganas. Y en ese año de descanso se me planteó la posibilidad de viajar a Latinoamérica, a Sudamérica, como de misión. Yo, como había sido un chico de Iglesia, iba a las parroquias y ofrecía a los sacerdotes mi ayuda, a cambio de un plato de comida y una cama donde dormir”, cuenta en una entrevista a la diócesis.
“Iba acompañando a sacerdotes en distintas pastorales. Y entonces, estando en diferentes parroquias en países de Hispanoamérica, frecuentaba las parroquias. En una de ellas, un sacerdote me comentó que él se iba a ir de misión a una zona tropical en Ecuador, que se llama El Puyo, y que sí le acompañaba durante un mes por diferentes aldeas que hay dentro de la selva”.
Acompañando a este sacerdote “me di cuenta de que la vida de un sacerdote merece la pena”. “Yo no me veía siendo sacerdote o todavía no lo encajaba del todo, pero dije: ‘esta vida merece la pena’. La atención espiritual que ese sacerdote llevaba a cabo era encomiable, era realmente admirable”, reconoce Iñaki.
“Volví diciendo: ‘los sacerdotes merecen la pena, pero yo quiero ser bombero’”. Fue con la oración donde fue planteando a Dios qué quería de él: “¿Quieres que sea bombero?, ¿quieres que me case?, ¿quieres que sea sacerdote?’. Descubrí que el Señor podía estar llamándome a una vocación sacerdotal”.
“Descubrí, hablando con un sacerdote, que la vocación es una intimidad a la que Dios te llama. Es una intimidad a la que Dios te llama. Y fruto de esa intimidad, como consecuencia, nace la atención pastoral”.
La historia de Iñaki Suárez continúa en el siguiente vídeo:
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