D. Agustín Giménez, Profesor del Centro de Teología: La Sagrada Escritura: Verbum Domini

MEMORIA AGRADECIDA A UN PONTÍFICE
Benedicto XVI y la Sagrada Escritura

La aportación de Joseph Ratzinger al estudio de la Sagrada Escritura ha sido decisiva para rescatar a la Sagrada Escritura de la crisis en la que cayó durante el siglo XX.

En los diez minutos de que dispongo quiero remitir a tres momentos -a mi juicio emblemáticos- para atisbar la aportación de Joseph Ratzinger/Benedicto XVI en este campo:

a) Conferencia dirigida a los exegetas (intérpretes de la Escritura), siendo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe, y por tanto presidente de Pontificia Comisión Bíblica, en Nueva York, año 1988.

Constató lo que muchos vislumbraban y casi nadie se atrevía a afirmar con claridad: el estudio de la Sagrada Escritura y su interpretación estaba en una profunda crisis. El método histórico-crítico, que había imperado a sus anchas más de un siglo, mirando por encima del hombro a todos los demás modos de interpretar la SE, no había dado resultados positivos. Se había manifestado como un método fundamentalmente estéril, hipotético, incapaz de alcanzar un consenso mínimamente razonable en cuestiones fundamentales. El entonces J.Ratzinger analizó minuciosamente y con una lucidez como yo no he visto anteriormente la crisis metodológica que había en el estudio de la Biblia, mostrando la debilidad de sus presupuestos filosóficos, muchas veces falsos y anti-cristianos, excluyendo positivamente la fe. Hizo una llamada universal a poner unas bases diversas sobre las que construir el estudio bíblico: precisamente las bases explicitadas por el Concilio Vaticano II Dei Verbum, sobre la Divina Revelación, nº12 & 3, que había sido sistemáticamente arrinconado por los biblistas como un resquicio del pasado, y que sin embargo era la clave fundamental para la interpretación bíblica: hay que tomar los 72 libros bíblicos como una unidad, fruto de que tienen un solo autor (Dios), aparte de muchos autores humanos. De tal modo que cada texto debe interpretarse atendiendo al contenido y unidad de toda la SE. Sólo entonces se tiene la perspectiva adecuada para interpretar cualquier texto. El método histórico-critico, por el contrario, había gastado demasiadas fuerzas en investigar la formación histórica de los textos, despedazando muchas veces el texto inspirado (el único que es Palabra de Dios) en pequeños trocitos procedentes de hipotéticas fuentes, y reunidos en el texto final por razones del todo indemostrables.

En esta llamada a los exegetas, J.Ratzinger no oculta lo exigente de la tarea encomendada, diciendo explícitamente que será necesaria toda una generación de exegetas para poder regenerar el mundo bíblico desde sus entrañas.

b) Publicación del primer volumen de Jesús de Nazaret, siendo ya Benedicto XVI pero en cuanto J.Ratzinger, donde manifiesta con firmeza su postura: me fío de los evangelios. Y lo hace no sólo por fe, sino porque su razón le empuja a ello, porque lo más razonable es acoger los datos que se nos ofrecen. Lo más impropio es de hecho rechazarlos. En su prólogo ofrece una de las mejores introducciones que existen para el estudio de los evangelios, pero por desgracia, no podemos detenernos ahora en ello.

También manifiesta por primera vez que ha surgido una esperanza en el horizonte metodológico del estudio de la Biblia, pues menciona la existencia de un método que respeta las exigencias teológicas e históricas del texto bíblico: la exégesis canónica, nacida curiosamente en el mundo protestante.

c) El sínodo de la Palabra y la publicación de la exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini, como acto magisterial. En ella nos invita a “redescubrir algo que corremos el peligro de dar por descontado en la vida cotidiana: el hecho de que Dios hable y responda a nuestras cuestiones” (VD 4).

La VD comienza por este punto básico, sin el cual todo lo demás no tendría sentido (leer la Biblia, estudiarla, interpretarla…), afirmando con rotundidad: Dios habla, el Dios que existe desea relacionarse con nosotros. Y para manifestar esta realidad, que da sentido a la existencia del hombre, B XVI utilizó una expresión sugestiva: “sinfonía de la Palabra” (cf. VD 7); se refiere al hecho de que Dios ha decidido hablar, entrar en dialogo con su criatura, no unívocamente y por un solo medio, sino a través de toda una sinfonía de voces. Lo cual indica el interés supremo de Dios en que su criatura le escuche, ya que intenta hablarle por todos los canales de que dispone.

B XVI subraya que la Palabra de Dios es única, el Verbo eterno, pero su voz se deja oír de diversos modos, y siempre con un mismo fin: invitar al hombre a la comunión con su Creador.

En un sentido propio, el sintagma “Palabra de Dios” se refiere a la segunda persona de la Trinidad: “el Logos indica originariamente el Verbo eterno, es decir, el Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos y consustancial a él […] por tanto, Jesucristo, nacido de María Virgen, es realmente el Verbo de Dios que se hizo consustancial a nosotros. Así pues, la expresión ‘Palabra de Dios’ se refiere aquí a la persona de Jesucristo” (VD 7§1).

Sin embargo, Benedicto XVI distingue entre dos niveles en los que hablar análogamente de la Palabra de Dios, por otra parte intrínsecamente relacionados e inseparables: la Creación y la historia de la salvación. Ambas están en función del único plan de salvación (1), pero cada una a su nivel.

-La Creación como música de fondo:
     o    Una melodía externa al hombre: Dios nos habla a través de cada criatura del cosmos, que grita silenciosamente a nuestra inteligencia diciendo: “Yo no soy Dios, Él me ha creado”.
     o    Una melodía dentro del hombre: el ser humano, además, escucha el reflejo de la voz divina que da testimonio de sí misma, invitándole constantemente a buscarle, a hacer el bien y evitar el mal. Es la conciencia.

-La historia de la salvación, escenario de la sinfonía
     o    Encarnación del Verbo, el solista consumado: podemos comparar el cosmos a un “libro” y considerarlo “como la obra de un Autor que se expresa mediante la ‘sinfonía’ de la creación. Dentro de esta sinfonía se encuentra, en cierto momento, lo que en lenguaje musical se llamaría un ‘solo’, un tema encomendado a un solo instrumento o a una sola voz, y es tan importante que de él depende el significado de toda la ópera. Este ‘solo’ es Jesús […]. Es el centro del cosmos y de la historia. (VD 13.2)
     o    La predicación apostólica (portavoces del Verbo) y la Sagrada Escritura. “El mismo Espíritu, que habló por los profetas, sostiene e inspira a la Iglesia en la tarea de anunciar la Palabra de Dios y en la predicación de los Apóstoles; es el mismo Espíritu, finalmente, quien inspira a los autores de las Sagradas Escrituras” (VD 15§2).
     o    La voz del Verbo en el tiempo de la Iglesia. Como Dios ya lo ha dicho todo en Jesús y no tiene ninguna novedad que comunicar, cabe el peligro de pensar que ya no hace falta escucharle. Sería un grave error deducir esta consecuencia de la definitividad de la revelación en Cristo. De hecho, cada día la Iglesia se levanta anhelando escuchar la voz de Dios. Cada mañana la Iglesia se despierta pendiente de la voz del Esposo. El salmo invitatorio expresa este deseo: “¡¡Ojalá escuchéis hoy su voz!!”. Manifiesta el convencimiento de que Dios puede hablarnos cada día, decirnos una palabra que renueve nuestra vida, que rompa la monotonía. Él quiere hablarnos. Ésa es la razón última de que estudiemos la Sagrada Escritura: no es una palabra del pasado, sino que está viva y por ella el Verbo sigue proponiéndonos su amistad. Al mismo tiempo, este salmo nos alerta del mayor peligro de cada día: “no endurezcáis vuestro corazón”. El peligro, en efecto, es endurecerse ante su voz, que sigue hablándonos, guiándonos hacia la verdad plena.

Concluyo con unas palabras de B XVI en esta exhostación apostólica, que ilustran magníficamente esta realidad: “En la Palabra de Dios proclamada y escuchada, y en los sacramentos, Jesús dice hoy, aquí y ahora, a cada uno: ‘Yo soy tuyo, me entrego a ti’, para que el hombre pueda recibir y responder, y decir a su vez: ‘yo soy tuyo’” (VD 51§2).
 


(1) VD 9: “La creación es el lugar en el que se desarrolla la historia de amor entre Dios y su criatura; por tanto, la salvación del hombre es el motivo de todo”.

Mons. D. José Rico Pavés, Obispo Auxiliar: Surco vivo de la tradición

MEMORIA AGRADECIDA DE UN PONTIFICADO
Homenaje al Papa Benedicto XVI


Presentación del Acto
    (Mons. José Rico Pavés)

    El presente acto académico desea ser un sentido homenaje al fecundo pontificado del Papa Benedicto XVI. La diócesis de Getafe desea unirse a la acción de gracias a Dios de toda la Iglesia por la vida y el ministerio del Santo Padre. San Juan de Ávila, declarado Doctor de la Iglesia por Benedicto XVI, nos ayuda a orientar el agradecimiento que deseamos expresar con este acto. Al inicio de una carta dirigida a un amigo, editada en 1578, el santo doctor afirmaba:

Tres grados se suelen poner de la virtud del agradecimiento. El primero es conocer en el corazón el beneficio recibido; el segundo, alabarlo y contarlo con palabra; el tercero, satisfacerlo con la obra, según la posibilidad de quien lo recibió... Porque así como la principal parte del beneficio es el amor puro, liberal y sin interes con que se hace, así lo principal con que se debe agradecer es el mismo corazón grato y aparejado a hacer lo que pudiere con quien le benefició, para que así corresponda corazón a corazón y haya igualdad (Ep. 76 [Obras completas, IV (BAC maior 74), 325]).

    De la mano de san Juan de Ávila, queremos en esta tarde hacer memoria del Pontificado de Benedicto XVI presentando a Dios nuestra acción de gracias. Cumpliremos los tres grados que sugiere el santo: repasaremos brevemente algunos de los hilos conductores del Magisterio pontificio de Benedicto XVI a fin de "conocer en el corazón el beneficio recibido" y ofrecer pistas para "alabarlo y contarlo con la palabra"; llegaremos, en fin, a "satisfacerlo con la obra" uniéndonos a la oración litúrgica de la Iglesia con la oración de Vísperas.
    Los temas seleccionados se expondrán tomando como hilo conductor la rica enseñanza del Papa sobre la Tradición de la Iglesia. El Pontificado de Benedicto XVI ha sido un testimonio gozoso de la fecundidad de la tradición eclesial, entendida como el surco vivo en el que recibimos y comprendemos la Palabra de Dios escrita, donde celebramos la fe de la Iglesia, donde somos capacitados para el diálogo con la modernidad, donde recibimos en fin el amor desbordante de Dios.
    Agradezco de corazón la aportación de los profesores de nuestro Centro Diocesano de Teología que, con muy poco tiempo, han preparado este Acto. Agradecimiento muy especial a don José Ramón Velasco y a don Ángel Gómez, director y secretario respectivamente del Centro Diocesano de Teología, que han coordinado las diferentes intervenciones y han dispuesto de forma eficaz todo lo necesario para que en esta tarde resuene desde nuestra diócesis la acción de gracias a Dios por el Papa Benedicto XVI.

EL SURCO VIVO DE LA TRADICIÓN
    (Mons. José Rico Pavés)

    A modo de pórtico, la primera de las intervenciones desea recuperar las enseñanzas del Papa sobre la Tradición viva de la Iglesia. Para ello se recordarán únicamente dos actuaciones especialmente relevantes: el discurso dirigido a la Curia vaticana el 22 de diciembre del año 2005 y el ciclo de catequesis sobre la Tradición desarrollado en las Audiencias de los miércoles.


1. La correcta recepción del Concilio Vaticano II

    Al recordar el cuarenta aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II al inicio de su pontificado, en diciembre de 2005, el Papa Benedicto XVI recuperó un texto de san Basilio de Cesarea (1). En su tratado Sobre el Espíritu Santo, el obispo capadocio describe la situación en la que se encuentra la Iglesia unos cuarenta años después del Concilio de Nicea (325), primer concilio ecuménico, con estas palabras:

¿A qué asemejaremos la presente situación? Sin duda se parece a un combate naval que por viejas ofensas han trabado algunos hombres avezados en las batallas navales y amantes de la guerra, y que alimentan abundante odio mutuo... Un clamor bronco de los que por la controversia se enzarzan en mutua refriega, un vocerío confuso y un ruido indistinto de alborotos que no callan nunca tienen ya casi llena a toda la Iglesia, subvertiendo por exceso y por defecto la recta doctrina de la piedad (2).

    Tras citar las palabras de san Basilio, el Papa añadió: «No queremos aplicar esta descripción dramática a la situación del post-Concilio, pero ciertamente algo de lo que ha sucedido se refleja en ella: ¿por qué la recepción del Concilio en grandes partes de la Iglesia, se ha desarrollado hasta ahora de manera tan difícil?» (3). El mismo Papa ofrece la respuesta: la recepción del Concilio ha estado condicionada por dos maneras contrarias de interpretarlo. Una ha sido la interpretación (o hermenéutica) de la discontinuidad y de la ruptura; otra opuesta, la de la reforma. La primera ha causado confusión; la segunda, silenciosa aunque cada vez más visible, sigue produciendo frutos. Veamos más brevemente estos dos modos de entender el Concilio.

1.1. Interpretación de la discontinuidad y de la ruptura

    Es la de quienes han entendido la aportación conciliar como una ruptura con la historia anterior de la Iglesia. Esta forma de interpretar el Vaticano II enfrenta la Iglesia postconciliar a la preconciliar, considera insuficientes los textos (la letra) de los documentos conciliares, e invoca su espíritu. Esta interpretación es fácilmente identificable en la vida de la Iglesia, pues ha llevado a planteamientos del tipo “hasta ahora se hacía así... a partir de ahora vamos a ir por otro lado”, es decir, se ha traducido en un empeño por “volver a inventarlo prácticamente todo”, en cualquier ámbito: el de las enseñanzas y doctrina de la Iglesia, en el de la moral, en el de la liturgia, etc. Los que así han interpretado el Concilio, se presentan como los intérpretes autorizados del Vaticano II, invocan muchas veces y de manera muy ruidosa el Concilio, con fórmulas del tipo: “como ya dijo el Concilio...”, pero de él no se dan citas, porque en realidad se atribuyen al Concilio afirmaciones y propuestas que no formuló.
    A los que han interpretado en clave de discontinuidad el Concilio y han vivido la recepción como una ruptura con lo anterior, Benedicto XVI les recuerda que procediendo así se destruye en su raíz la naturaleza misma del Concilio. Porque si los Padres conciliares hubieran roto con la Tradición anterior, entonces ¿con qué autoridad y en nombre de quién habrían celebrado el concilio? Los obispos, por el contrario, en expresión de san Pablo, son administradores de los misterios de Dios (1 Cor 4, 1), y como tales han de ser fieles y sabios (cf. Lc 12, 41-48). Es decir, deben administrar el don del Señor de manera justa para que de fruto abundante y el Señor, al final, pueda decir: porque has sido fiel en lo poco, ti daré autoridad sobre mucho (Mt 25, 14ss). En estas palabras del evangelio encuentra Benedicto XVI sintetizada la dinámica de la fidelidad.

1.2. Interpretación de la reforma

     Para entender la “hermenéutica de la reforma”, Benedicto XVI ha recordado dos intervenciones. En primer lugar, las palabras de Juan XXIII en las que señalaba el propósito del Concilio, a saber:

... transmitir pura e íntegra la doctrina, cierta e inmutable, de modo que sea profundizada y presentada de manera adecuada a las exigencias de nuestro tiempo. Pues una cosa es el depósito de la fe, es decir, las verdades contenidas en nuestra veneranda doctrina, y otra cosa el modo en que son enunciadas, manteniendo en ellas el mismo sentido y el mismo alcance (4).

    Este propósito de expresar de manera nueva una determinada verdad exige ciertamente una reflexión renovada y una relación viva también nueva con ella. En este sentido el objetivo marcado por Juan XXIII al Concilio fue muy exigente, como exigente es la síntesis de fidelidad y dinamismo. Donde esta orientación ha guiado la recepción conciliar, han brotado frutos duraderos. Revisando estos frutos, Benedicto XVI concluye: «Cuarenta años después del Concilio podemos observar cómo lo positivo es más grande y está más vivo que cuanto pudo aparecer en la agitación de los años en torno a 1968. Hoy comprobamos que la semilla buena, aun cuando se ha desarrollado lentamente, crece todavía, y con ella crece nuestro profundo agradecimiento por la obra desarrollada por el Concilio» (5).
    La segunda intervención recordada por Benedicto XVI para explicar la hermenéutica de la reforma son las palabras de Pablo VI en la clausura del Concilio.

El Concilio Vaticano II, reunido en el Espíritu Santo y bajo la protección de la Bienaventurada Virgen María, que hemos declarado Madre de la Iglesia, y de San José, su ínclito esposo, y de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, debe, sin duda, considerarse como uno de los máximos acontecimientos de la Iglesia. En efecto, fue el más grande por el número de padres del globo, incluso de aquellas donde la jerarquía ha sido constituida recientemente; el más rico por los temas que durante cuatro sesiones han sido tratados cuidadosa y profundamente; fue, en fin, el más oportuno, porque, teniendo presente las necesidades de la época actual, se enfrentó, sobre todo, con las necesidades pastorales y, alimentando la llama de la caridad, se esforzó grandemente por alcanzar no sólo a los cristianos todavía separados de la comunidad de la sede apostólica, sino también a toda la familia humana (8.12.1965).

    El concilio es considerado como uno de los máximos acontecimientos de la Iglesia; grande por el número de participantes; rico por los temas desarrollados; oportuno, por haber mirado a las necesidades de nuestro mundo con solicitud pastoral. La amplitud de las cuestiones tratadas, unido a la hondura de los planteamientos y a la universalidad de las aportaciones, lleva a Benedicto XVI a situar la aportación conciliar en el horizonte histórico de la Modernidad. La fractura que progresivamente se había ido produciendo entre la Iglesia y la cultura desde el siglo XVII ha encontrado su respuesta en el Vaticano II. Esa fractura se materializó en tres ámbitos: en el de las ciencias, en el de los Estados modernos y en el de la tolerancia religiosa. Ante esta fractura la Iglesia no ha respondido en clave de ruptura, sino mostrando la capacidad del evangelio, custodiado y transmitido por la Tradición, de responder a las cuestiones de todos los tiempos. El pontificado de Benedicto XVI han contribuido poderosamente a continuar la recepción del Concilio Vaticano II, despejando sus interpretaciones falseadoras e insertándolo en el surco vivo de la tradición eclesial.

2. Las catequesis sobre los grandes maestros de la Tradición

    La segunda referencia que nos permite descubrir la importancia de la Tradición en el pontificado de Benedicto XVI es el ciclo de catequesis dedicado a los grandes maestros de la Tradición de la Iglesia. Como es sabido, en los primeros meses de su pontificado, el Papa completó las catequesis del beato Juan Pablo II sobre los salmos e himnos de laudes y vísperas. Las primeras catequesis propiamente suyas las dedicó a abrir una nueva línea de enseñanza centrada en los apóstoles y sus colaboradores. Vino después el ciclo de catequesis dedicadas a los Santos Padres, a los autores medievales, a las grandes mujeres de la Iglesia en la época medieval y a los doctores de la Iglesia. Este conjunto de catequesis se abrió con unas sesiones dedicadas a exponer el sentido católico de la Tradición. Para este acto, considero oportuno traer a la memoria alguna de las enseñanzas ahí contenidos.
    La catequesis de la Audiencia del miércoles, 26 de abril de 2006, estuvo dedicada a la naturaleza íntima de la Iglesia, edificada sobre el cimiento de los apóstoles. Después de presentar en cuatro catequesis la realidad de la comunión eclesial, suscitada y sostenida por el Espíritu Santo, y conservada y promovida por el ministerio apostólico, Benedicto XVI quiso reflexionar sobre el alcance de la comunión eclesial.
    La comunión de la Iglesia no se extiende únicamente a todos los creyentes de un determinado momento histórico, sino que abarca todos los tiempos y a todas las generaciones. Tal es la fuerza de la Tradición: permite la comunión con los creyentes de los tiempos.

Tenemos una doble universalidad: la universalidad sincrónica -estamos unidos con los creyentes en todas las partes del mundo- y también una universalidad diacrónica, es decir: todos los tiempos nos pertenecen; también los creyentes del pasado y los creyentes del futuro forman con nosotros una única gran comunión (6).

    El garante de la presencia del misterio en la historia es el Espíritu Santo. Gracias a Él la experiencia del encuentro con Cristo Resucitado, que vivió la comunidad apostólica en los orígenes de la Historia de la Iglesia, pueden vivirla las generaciones sucesivas, en cuanto transmitida y actualizada en la fe, en el culto y en la comunión del pueblo de Dios.

La Tradición es la comunión de los fieles en torno a los legítimos pastores a lo largo de la historia, una comunión que el Espíritu Santo alimenta asegurando el vínculo entre la experiencia de la fe apostólica, vivida en la comunidad originaria de los discípulos, y la experiencia actual de Cristo en su Iglesia. En otras palabras, la Tradición es la continuidad orgánica de la Iglesia, templo santo de Dios Padre, edificado sobre el cimiento de los apóstoles y mantenido en pie por la piedra angular, Cristo, mediante la acción vivificante del Espíritu Santo (7).

    La Tradición no es entonces transmisión de cosas o de palabras, es «el río vivo que se remonta a los orígenes, el río vivo en el que los orígenes están siempre presentes».

***

    Sirvan estas palabras de Benedicto XVI para subrayar la importancia de la Tradición como surco vivo en el que la presencia siempre nueva del encuentro fundante con el Señor nos permite recibir, custodiar y transmitir la Palabra de Dios escrita (Sagrada Escritura), la novedad del culto cristiano que nos llega por la Liturgia, la capacidad para entrar en diálogo con nuestro mundo y la frescura imperecedera del amor primero. Tales son los temas que se irán exponiendo a continuación.


1.  Cf. Benedicto XVI, Discurso a la Curia (22.12.2005).
2.  Basilio de Cesarea, De Spiritu Sancto 30, 76.77 (BPa 32, 238.241).
3.  Benedicto XVI, Discurso a la Curia (22.12.2005).
4.  Benedicto XVI, Discurso a la Curia (22.12.2005).
5.  Ibidem.
6. Benedicto XVI, Audiencia (26.4.2006).
7. Benedicto XVI, Audiencia (26.4.2006).
8. Benedicto XVI, Audiencia (26.4.2006).

Delegación de Anuncio, Catecumenado y Catequesis

Delegada

María Barber Buades
Email: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Teléfono: 630 94 56 50
Web:  https://dacc.diocesisgetafe.es/


Área de Primer Anuncio

Responsable: Gonzalo Pérez Boccherini- Stampa
Email: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Área Catecumenado

Responsable: Jesús Ortiz de Zárate
Email: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Área de Catequesis

Responsable: Miren Eguzkiñe Atutxa Gallastegui
Email: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Área de Pastoral Bíblica

Responsable : Sonia Ortega Sandeogracias
Email: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Área de Pastoral con personas con discapacidad

Responsable: Mª Teresa Álvarez Escobar
Email: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Área de Reiniciación Cristiana

Responsable: Pendiente