HOMILÍA DE LA VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA

Getafe, 11 de abril de 2020

El anuncio de la resurrección del Señor es la buena noticia que llena la tierra y la transforma. Si Cristo ha resucitado nuestra vida adquiere sentido y confirma la esperanza de que también nosotros resucitaremos.

La oscuridad de esta noche se ve iluminada por la luz que es Cristo resucitado, vencedor del pecado y de la muerte. Como hemos cantado en el pregón pascual, la tierra entera se goza de tanta claridad, porque las tinieblas han sido disipadas. También la Iglesia, nuestra madre, canta la victoria de su Esposo y siente en lo más profundo el amor que le ha dado vida.

Hemos escuchado con gran emoción que en medio de la noche se hizo luz, porque no hay oscuridad ni sombra de muerte que no sea iluminada por la victoria de Cristo. “Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!”.

Esta noche encierra el misterio de la resurrección: “Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos”. Podemos preguntarle a la noche de dónde brotó la luz que la ilumina para siempre. Sí, podemos preguntar a la noche del mundo, a la noche del sufrimiento que padecemos por la pandemia, a la noche de nuestra vida. La noche de sentido, aunque cueste creerlo, encierra ya el secreto de la victoria. Y es que la noche es tiempo de salvación.

1. Al amanecer del primer día de la semana, el día de la creación, fueron las mujeres, a las que nos les había flaqueado el amor por Jesús, al sepulcro, y vieron a un ángel y la piedra del sepulcro corrida, nos cuenta el Evangelio. Ellas, las que no han dejado que les roben la esperanza, son las primeras testigos de la resurrección. Verán el lugar, pero también verán al mismo Resucitado. Hay un mensaje que se repite: No temáis. En la resurrección no hay lugar al temor. Teme el que no confía, teme el que se queda en la oscuridad, teme el que no cree posible la esperanza.

Jesús no está en la tumba, ¡ha resucitado! Lo anunció y se ha cumplido. Esta buena noticia lleva en sí el fuego misionero. La resurrección no es sólo para nosotros, es para comunicarla, para llevarla a los demás. Tanto gozo no puede quedar encerrado en nosotros como Cristo no quedó encerrado en una tumba. La resurrección es una fuerza imparable, “no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección” (EG, 276).

El evangelista S. Mateo nos transmite también los sentimientos de las mujeres ante el anuncio de la resurrección, cuando con sus propios ojos ven que la tumba está vacía; estaban “llenas de miedo y de alegría”, dice. Tenían miedo porque el hecho de la resurrección las desborda, nos desborda; surge el miedo ante la grandeza de lo que humanamente nos supera, pero la alegría que vive junto al miedo abre el camino de la fe, es el deseo que les ha llevado a la búsqueda, y esta al encuentro. El mismo Jesús sale a su encuentro y las llama a la alegría, dejando a un lado el temor. ¿Por qué han de temer si Él va con los discípulos, y los antecede en la misión?

Jesús envía a las mujeres, las hace apóstoles de la resurrección: “id a comunicar a mis hermanos”. Como dice S. Tomás de Aquino entre otros pensadores cristianos, María Magdalena es “apóstol de los apóstoles”.

Hay un detalle que aparece en los relatos pascuales, como aparece en el texto evangélico que hemos proclamado: el resucitado es el crucificado. No son dos personas distintas. “Ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!”. Este dato es verdaderamente importante. De la muerte nace la resurrección, Cristo ha resucitado de entre los muertos, nosotros también de la muerte pasaremos a la vida.

En la historia del pensamiento se ha querido ver la muerte como la soledad absoluta, la oscuridad en la que no tenemos la compañía de los demás, por eso, la muerte eterna, el infierno, sería la soledad total, la ausencia absoluta del amor. Es la muerte que muchas veces experimentados también en esta vida, y que ha conformado el alma de muchos de nuestros contemporáneos. Pero esta soledad ha sido superada cuando Cristo se ha encontrado con ella y la ha convertido en abrazo salvador; y el infierno ha sido vencido desde que el amor ha entrado en el reino de la muerte y ha habitado la soledad del hombre. Cristo lo ha hecho por nosotros, para darnos el don de la vida eterna; por eso, si rechazo el amor de Dios, el amor que me salva, podré experimentar la muerte eterna.

El mal no tiene la última palabra, la escena trágica de la vida terrena del hombre es sólo el escenario donde el mal se resiste a ser aniquilado, pero el amor de Dios no se deja vencer. Se abre paso la esperanza que espera a pesar de todo, espera porque confía porque ha experimentado la victoria de Cristo que le confirma que el amor es más fuerte que la muerte.

2. Pero, ¿cómo experimentar esta victoria en mi vida sin que se quede sólo en palabras, o en una bonita teoría? Por el bautismo. Hemos escuchado a S. Pablo en la carta a los Romanos: “Pues si hemos sido incorporados a él –a Cristo- en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya”. El bautismo nos incorpora a Cristo y nos destina a compartir su Pascua, nos hace herederos del Cielo. Si Cristo que es la cabeza ha resucitado, nosotros que somos su cuerpo también resucitaremos. Por el bautismo, la resurrección nos ha alcanzado.

La Vigilia pascual es el momento de la renovación de las promesas bautismales, también es la noche en que un grupo de catecúmenos adultos reciben los sacramentos de la Iniciación Cristiana. Es un momento fuerte de fe. El testimonio de la conversión de hombres y mujeres con historias muy diferentes que han descubierto a Cristo y quieren incorporarse a su nueva vida es un regalo. Vienen de un proceso de catequesis realizado con esmero en nuestras parroquias, donde les han mostrado la belleza de la fe en Cristo; vienen como niños ilusionados por la nueva vida que se les regala. Recuerdo a aquel catecúmeno que me decía: siempre, por tradición religiosa familiar, busqué la fuente del amor, entonces conocí Cristo y me di cuenta que en Él está la fuente del amor. Otra catecúmena conoció y aprendió a amar al Señor por la Virgen, María la llevó a Cristo. Este año no podremos celebrar estos sacramentos, lo haremos más adelante, pero esta noche tenemos los tenemos muy presentes, pedimos por ellos para que su fe se fortalezca y anhelen el momento de incorporarse a Cristo por el bautismo.

Nosotros, queridos hermanos, vamos a renovar las promesas del bautismo y vamos a profesar la fe. La fe que recibimos en el bautismo es algo siempre nuevo y siempre actual. Que hoy renovemos junto a la fe nuestra vida, que muramos al hombre viejo par renacer a la nueva vida del Resucitado, que pidamos a Dios, nuestro Padre, que seamos santos como él es Santo.

El culmen de nuestra celebración será la Eucaristía, donde el Señor resucitado se hace real y verdaderamente presente. Cristo, que vive para siempre, se nos da en alimento para que vivamos en Él; quiere habitar en nosotros y fortalecer nuestra vida. La resurrección del Señor se actualiza en la Eucaristía que es ya prenda de la vida eterna. “El que coma de este pan vivará para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6, 51). Celebrar la Eucaristía es celebrar la vida, es llenar el mundo de vida.

“Junto a cada uno de nosotros estará siempre María, como estuvo presente entre los Apóstoles, temerosos y desorientados en el momento de la prueba. Teniendo su misma fe Ella nos mostrará, más allá de la noche del mundo, la aurora gloriosa de la resurrección” (S. Juan Pablo II, Homilía en la vigilia Pascual, 2003).

+ Ginés, Obispo de Getafe