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PRIMER ANIVERSARIO DE D. FRANCISCO

Nos reunimos en la conmemoración del primer aniversario de la muerte de D. Francisco para pedir por él, para fortalecer nuestra fe en la resurrección de Jesucristo y para dar gracias al Señor, una vez más, por los abundantes bienes espirituales que la diócesis de Getafe ha recibido de Dios en su ministerio episcopal.

En la primera lectura el profeta Isaías anuncia con bellas imágenes la manifestación plena de Dios para todos aquellos que confían en su misericordia. “En aquel día, preparará el Señor de los ejércitos, para todos los pueblos, un festín de manjares suculentos (...) aniquilará la muerte para siempre (...) enjugará las lágrimas de todos los rostros y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país (...) Celebremos y gocemos con su salvación” (Is. 25,6-9). Bajo la imagen del banquete se anuncia la salvación universal. Es un signo anticipador del banquete eucarístico que hoy nos congrega aquí, en el que actualizamos sacramentalmente el misterio de la Pascua y recibimos la promesa de nuestra futura inmortalidad.

La celebración de la Eucaristía, en cuanto que es acción de gracias al Padre por el don de la redención, nos ayuda a vivir estos momentos en los que, al recordar a una persona tan querida para nosotros como fue D. Francisco, comprendemos todo el amor que Dios nos tiene y cómo ese amor llega a nosotros a través de personas elegidas por él para mostrarnos su paternidad y para que nos sintamos, de verdad, hijos suyos tratados siempre por Él con entrañas de misericordia. “Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! (...) Ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que , cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (1 Jn. 3,1-2)

Tenemos que crecer en el amor de Dios. Si Dios nos ha amado de esta manera y, en su Hijo Jesucristo, muerto y resucitado, nos ha abierto las puertas de la inmortalidad, hemos de convertir nuestra vida en un don para los demás mostrándoles con el testimonio de nuestra entrega todo el amor que Dios les tiene.

En la homilía de mi ordenación episcopal D. Francisco nos invitaba a poner la mirada en la realidad concreta de nuestra diócesis para despertar en nosotros la necesidad y el deseo de la evangelización: “Tenemos delante este extenso sur de Madrid marcado, como toda la sociedad actual, por la pérdida de Dios, por la crisis de fe, acompañada de forma indisoluble por la crisis de lo humano (...) y con el denominador común de la falta de relaciones de amor y de la consiguiente soledad humana”. Y después de hablarnos de las diversas soledades, sufrimientos e injusticias que padece el hombre de hoy, terminaba diciéndonos: “La respuesta la tenemos clara y plena en Jesucristo, Hijo de Dios vivo, hecho carne en las entrañas de María, muerto y resucitado por la salvación del hombre. El plan Dios, su proyecto, es la salvación del hombre. La única y definitiva verdad es el Amor que salva por amor, hasta la muerte, a todo hombre. Nuestra respuesta es la de nuestro corazón entregado a Cristo, del cual nace una nueva fuerza sobrenatural que conduce al amor hasta dar la vida”.

En un momento como este en que, unidos como una familia que se quiere, recordamos con cariño al que fue nuestro Padre y Pastor y confesamos nuestra fe en la resurrección de Jesucristo, hemos de seguir mirando hacia delante; y con la fuerza del Espíritu Santo, seguir manifestando, con fortaleza, a todos los hombres el amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro, vencedor de la muerte.

El evangelio que hemos proclamado, revelando la voluntad salvadora de Dios, fortalece nuestra esperanza y nos anima en el trabajo de la evangelización: “Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en Él, tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. Nos llena de consuelo saber que la vida de un hombre como D. Francisco que ha visto y ha creído en el Hijo de Dios, posee ya la vida eterna y resucitará en el último día.

Y al mismo tiempo, al escuchar estas palabras del Señor, sentimos el gozo y la responsabilidad de cumplir la voluntad del Padre uniéndonos a Cristo, creyendo en Él y viéndole cada día, con los ojos de la fe, en la oración que nos conforta, en los sacramentos que nos salvan, en la Palabra de Dios que nos ilumina y en la caridad que nos une y abre nuestro corazón a las necesidades de todos los hombre y hace posible en nosotros el milagro del perdón de las ofensas

Tenemos que grabar muy dentro de nosotros la palabra del Señor: “que no se pierda nada de lo que el Padre me dio”. Que no se pierda el mensaje de humanidad, de esperanza, de alegría y de servicio al Evangelio de Cristo que D. Francisco nos dejó. Y que no se pierdan estos hombres y mujeres, de nuestra diócesis de Getafe, contemporáneos nuestros, vecinos nuestros, amigos nuestros, compañeros de trabajo nuestros, familiares nuestros, tan zarandeados y engañados por una cultura mentirosa, que bajo el pretexto de un pretendido progreso, les está apartando de la única fuente capaz de saciar su sed de inmortalidad: Jesucristo, nuestro Señor, muerto y resucitado, vivo y cercano a todos los hombres, por el don de Espíritu Santo, en nuestra Madre la Iglesia.

Nosotros, que hemos conocido el amor de Dios y hemos creído en él, hemos de sentir todos los días la urgencia de la evangelización, teniendo muy claro, que el mejor y, podríamos decir que casi el único, camino es el de mostrar a los hombre el atractivo y la belleza de la vida cristiana, manifestada en todas las realidades de la vida, y de una Iglesia que. guiada por el Espíritu Santo, viva con pasión su amor a todos los hombres, ofreciéndoles generosamente su gran tesoro, que es Jesucristo.

La Virgen María, modelo perfecto de fe vivida, nos ayuda continuamente con su intercesión. A ella acudimos también hoy para que nos acompañe en nuestro caminar hacia Cristo y en nuestro servicio a los hombres; y nos conceda la gracia de ser testigos valientes del evangelio de la vida y de la esperanza, haciendo germinar en nuestra diócesis las semillas que dejó D. Francisco.