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ORDENACIÓN PRESBÍTEROS
12 de Octubre de 2004
Muy queridos hermanos que hoy vais a ser ordenados presbíteros, queridos familiares y amigos, queridos formadores del seminario, queridos hermanos sacerdotes, queridos amigos y hermanos todos.
Hace dos días celebrábamos con gozo, en nuestra Diócesis, la ordenación de diáconos y hoy nos volvemos a encontrar llenos de alegría para la ordenación de presbíteros. ¡ Bendito sea Dios!. “ Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia... (salmo 106). Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre. El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades. (salmo 99)”. Continuamente tenemos que dar gracias a Dios porque nos acompaña en el camino de la vida dándonos continuas pruebas de su amor. Y ¡ qué mayor prueba de amor que su presencia cercana, en el ministerio sacerdotal, que hoy se va a ver acrecentada y enriquecida, en nuestra diócesis, con la ordenación de ocho nuevos presbíteros!. Sí. En el ministerio sacerdotal, el Señor ha querido mostrarnos su amor. Ha querido permanecer sacramentalmente como Buen Pastor que guía y cuida a su pueblo y como alimento de vida eterna en el pan eucarístico. Sacerdocio y Eucaristía son inseparables. No hay eucaristía sin sacerdocio ni sacerdocio sin eucaristía. Los dos sacramentos nacieron en la Última Cena, cuando el Señor, “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo”.
Hace ahora un año, nuestro querido obispo D. Francisco, al que en estos momentos volvemos a recordar con emoción, decía en su homilía de ordenación de presbíteros: “Nos reunimos para la ordenación sacerdotal de este grupo a quienes el Señor ha llamado para ser ministros suyos. Les impondremos las manos, invocaremos al Espíritu Santo y les entregaremos los signos de un poder espiritual, que arranca de aquella noche santa de la Última Cena, en que Cristo quiso instituir la Eucaristía como memorial de su Pasión, Muerte y Resurrección. Desde aquel momento, Eucaristía y sacerdocio quedaron íntimamente vinculados. Si la Eucaristía es centro y cumbre de la vida de la Iglesia, también lo es del ministerio sacerdotal... La Eucaristía es la principal y central razón de ser del sacerdocio... En aquella memorable noche al ofrecerles a sus apóstoles como alimento su Cuerpo y su Sangre, Cristo les implicó misteriosamente en el sacrificio que habría de consumarse pocas horas después en el Calvario”. Hago mías, con gratitud, estas palabras de D. Francisco.
Realmente al pensar en la grandeza del ministerio sacerdotal uno se siente sobrecogido al ver la distancia tan grande que existe entre la misión que el Señor nos confía y nuestra debilidad humana; y sentimos como S. Pablo que este tesoro lo llevamos en “vasijas de barro”. Pero nuestros temores desaparecen cuando pensamos que es el Señor quien nos ha elegido y que nunca nos faltará la fuerza de su Espíritu para cumplir esta misión.
Queridos hermanos que vais a ser ordenados presbíteros, tened confianza en Dios, dejaos llevar por Él. Él os ha llamado y Él os acompañará siempre con la fuerza de su Espíritu. No os avergoncéis de vuestra debilidad, ni de la debilidad de la Iglesia frente a los poderes de “este mundo” Porque vuestra fuerza es el Señor. Y Dios ha querido, como nos dice el apóstol, elegir lo débil del mundo para confundir a los “fuertes”. Dios os ha elegido. Y en esa elección se tiene que fundar vuestra confianza. Tened presentes aquellas palabras del Señor al profeta Jeremías, que acabamos de escuchar: “Antes de formarte en el vientre te escogí, antes de que salieras del seno materno te consagré... Adonde yo te en envíe irás y lo que yo te mande lo dirás. No tengas miedo que Yo estaré aquí para librarte... Mira yo pongo mis palabras en tu boca... (Jer. 1,4-9). Y también haced vuestras y meditad muchas veces las palabras del apóstol Pablo: “Encargados de este ministerio por misericordia de Dios no nos acobardamos... no adulteramos la Palabra de Dios... Predicamos que Cristo es Señor y nosotros siervos vuestros por Jesús” (“2 Cor. 4,1-2.5-7).
El Señor os ha elegido para continuar, sin interrupción, en el mundo su obra de Maestro, Sacerdote y Pastor, siendo colaboradores de los obispos, con quienes, junto con todo el presbiterio y en unidad de sacerdocio, sois llamados al servicio del Pueblo de Dios.
Jesús ha querido establecer un estrecho paralelismo entre el ministerio confiado a los sacerdotes y su propia misión: “quien a vosotros os recibe a Mi me recibe, y quien me recibe a Mi, recibe al que me ha enviado”(Mt.10,40); “quien a vosotros os escucha, a mi me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a Mi me rechaza; y quien me rechaza a Mi, rechaza al que me ha enviado”(Lc. 10,16). Y el evangelista S. Juan, a la luz del acontecimiento pascual de la muerte y resurrección del Señor, llega a decir: “Como el Padre me envió, también Yo os envío” (Jn.20,,21; cf.13,20; 17.18). Igual que Jesús tiene una misión que recibe directamente del Padre, así los sacerdotes tienen una misión que reciben de Jesús. Y de la misma manera que “ el Hijo no puede hacer nada por su cuenta” (Jn. 5,19.30) Jesús les dice a los apóstoles y hoy os dice a vosotros: “ separados de Mi no podéis hacer nada”(Jn 15,5). Vuestra misión, queridos hermanos que vais a ser ordenados presbíteros, no es propia, sino que es la misma misión de Jesús. Y esto es posible no por las fuerzas humanas, sino sólo por el poder de Dios. “Recibid el Espíritu Santo - dice el Señor a sus apóstoles - a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos”(Jn. 20, 23). (cf. PDV 14)
“Los presbíteros - nos dirá Juan Pablo II en PDV – son en la Iglesia y para la Iglesia una representación sacramental de Jesucristo, Cabeza y Pastor: proclaman con autoridad su Palabra; renuevan sus gestos de perdón y de ofrecimiento de la salvación, principalmente con el Bautismo, la Penitencia y la Eucaristía; ejercen hasta el don total de sí mismos, el cuidado amoroso de su comunidad, a la que congregan en la unidad y conducen al Padre por medio de Jesucristo en el Espíritu. En una palabra, los presbíteros existen y actúan para el anuncio del evangelio al mundo y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y Pastor ...” (PDV 15)
Una identificación tan intensa con la persona y la misión de Jesús nos está pidiendo a los sacerdotes una gran intimidad con Él en la oración y un modo de vivir como el de Cristo. Una relación tan estrecha con Jesús, nos esta exigiendo una caridad sin límites como la del Señor “ el cual, siendo de condición divina no hizo alarde de su categoría divina, sino que se despojó de su rango tomando la condición de esclavo... y se humilló a si mismo obedeciendo hasta la muerte y una muerte de cruz”. (Fil. 2, 6-10). Nos está pidiendo una existencia radicalmente evangélica, marcada y configurada por la cruz del Señor. Una cruz abrazada con amor y con gozo. Porque en la cruz del Señor, en su sacrificio redentor, diariamente actualizado en la celebración eucarística, está nuestra salvación y está la salvación del mundo y está el sentido último de nuestra misión como sacerdotes. La existencia del sacerdote es “Eucaristía” hecha vida.
Dentro de unos momentos, cuando os entregue la patena con el pan y el cáliz con el vino para la ofrenda eucarística escucharéis, cada uno de vosotros, estas palabras: “recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras y conforma tu vida con el misterio de la cruz del señor”. Que la Eucaristía sea el centro de vuestra vida. Es el momento más esencial en la vida de un sacerdote. Es el momento del día que da sentido a todo lo demás. En la Eucaristía el sacerdote se hace uno con Cristo, entra con Cristo, por el don del Espíritu Santo, en el misterio de la redención, se identifica de tal manera con Cristo que su palabra y su vida ya no son suyas, son las palabras y la vida del mismo Cristo: “Tomad y comed, esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros. Tomad y bebed, esta es la Sangre de la Nueva a Alianza derramada por vosotros”. Toda la vida del sacerdote es vida eucarística, es constante acción de gracias por el amor del Padre, manifestado en el sacrificio redentor de su Hijo; y es constante ofrenda que se entrega para que los hombres tengan vida eterna. Toda la vida del sacerdote es un morir para que otros vivan, es tener los sentimientos de Cristo, el amor de Cristo, la compasión de Cristo. Es acercarse al ciego, incapaz de descubrir la verdad, para iluminar sus ojos con la luz de la fe; es acercarse al que está cansado de la vida y ha perdido la esperanza para decirle, como el Señor al paralítico: “levántate y anda”. Es buscar como buen pastor a tantas ovejas perdidas, a tantas “samaritanas” deseosas de que alguien les ofrezca el agua viva del Espíritu para calmar su sed de amor, de reconocimiento sincero, de dignidad y de verdadero respeto; es volver la mirada a muchos “pedros” arrepentidos para secar sus lágrimas y, en el nombre de Cristo, perdonar sus pecados, es acercarse a tantos “zaqueos” que hartos ya, de bienes que se corrompen , buscan, muchas veces sin saber donde , esos bienes del espíritu, cuyo origen sólo podrá ser encontrado en el amor infinito de un Dios, que en su Hijo Jesucristo muerto y resucitado, nos lo ha dado todo.
¡ Oh María, Madre de Jesucristo y Madre de los sacerdotes, tu que estuviste con tu Hijo Jesucristo al comienzo de su vida y de su misión, lo buscaste como Maestro entre la muchedumbre y lo acompañaste en la cruz, acoge a estos hijos tuyos, que hoy van a ser ordenados sacerdotes, protégelos y acompáñalos siempre en su vida y en su ministerio para sean en todo momento fiel reflejo de tu Hijo Jesucristo, Buen Pastor, y como Él den su vida por las ovejas. Madre de los sacerdotes , ruega por nosotros . AMEN