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El pasado domingo 20 de febrero se celebró, en la Iglesia Catedral de Getafe, el Rito de Ingreso y Admisión al Catecumenado de ocho candidatos.

Jesús Manuel Úbeda Moreno, vicario para la Evangelización y la Transmisión de la Fe, presidió esta celebración, cargada de bellos signos litúrgicos, en la que los ocho jóvenes y adultos de la Diócesis, de edades comprendidas entre 15 y 41 años y que han conocido la figura de Jesús en el Precatecumenado, fueron admitidos como Catecúmenos de la Iglesia católica.  

Los simpatizantes, nombre que reciben antes de entrar en el grado de catecúmenos, pertenecen a siete comunidades distintas: Nuestra Señora de la Asunción (Arroyomolinos); San Estéban Protomártir (Cenicientos); Santa María Magdalena (Ciempozuelos); Santo Domingo de Guzmán (Humanes de Madrid); San Francisco Javier (Pinto); Nuestra Señora del Pilar (Valdemoro) y de la  Pastoral Universitaria de San Pablo CEU (Boadilla del Monte),  y provienen -además de España-  de diversos países: Marruecos, República Checa y Honduras.

Al inicio de la ceremonia fueron presentados por sus padrinos y catequistas en el atrio de la Catedral, donde pidieron la fe de la Iglesia y renunciaron a los ídolos, para seguir sólo a Jesucristo, único Dios verdadero. Fueron signados con la cruz en la frente, en los oídos, ojos, boca, pecho y espalda, para recibir la fuerza de Cristo y se les impuso una cruz de madera, como signo de su entrada en el Catecumenado.

A continuación llegó uno de los momentos más emocionantes, en el que la Iglesia Madre abrió de par en par sus puertas para acoger a estos nuevos catecúmenos, que tras la cruz de Cristo y en su nombre, fueron invitados a entrar, para ocupar su lugar reservado, seguidos por sus padrinos, catequistas, sacerdotes acompañantes, familiares y amigos.

Una vez en el templo, participaron de la Palabra de Dios y fueron animados por Jesús Úbeda a seguir con determinación el camino que les ha iluminado Cristo, “que es el Único capaz de colmar los deseos de sus corazones de amor y felicidad infinita”. 

Con gran alegría y entusiasmo los impulsó a “acoger las enseñanzas de la Iglesia, a caminar tras el Dios vivo que quiere hacerles partícipes de su intimidad y de su vida divina” y a “no desanimarse, sabiendo que cuentan con las oraciones de todos los fieles”. Finalmente se les entregó la sagrada Biblia.