Hola amigos: es tiempo de misericordia, y para poder recibirla con un corazón bien dispuesto necesitamos ser lavados de nuestros pecados cada día, por eso necesitamos la confesión de los pecados de la que habla san Juan en su carta:

“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.” (1Jn 1, 8–9). En la confesión el Señor nos lava sin cesar los pies sucios para poder así sentarnos a la mesa con Él.

Como recuerda el Papa Francisco en una de sus catequesis: «El sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación brota directamente del misterio pascual. En efecto, la misma tarde de la Pascua el Señor se aparece a los discípulos, encerrados en el cenáculo, y, tras dirigirles el saludo “Paz a vosotros”, sopló sobre ellos y dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados” (Jn 20, 21–23).

Este pasaje nos descubre la dinámica más profunda contenida en este sacramento. Ante todo, el hecho de que el perdón de nuestros pecados no es algo que podamos darnos nosotros mismos. Yo no puedo decir: me perdono los pecados. El perdón se pide, se pide a otro, y en la Confesión pedimos el perdón a Jesús.

El perdón no es fruto de nuestros esfuerzos, sino que es un regalo, es un don del Espíritu Santo, que nos llena de la purificación de misericordia y de gracia que brota incesantemente del corazón abierto de Cristo crucificado y resucitado».

El Señor Jesús es muy bueno y jamás se cansa de perdonarnos. Incluso cuando la puerta que nos abrió el Bautismo para entrar en la Iglesia se cierra un poco, a causa de nuestras debilidades y nuestros pecados, la Confesión Sacramental la vuelve abrir, precisamente porque es como un segundo Bautismo que nos perdona todo y nos ilumina para seguir adelante con la luz del Señor.

Una vez que se nos ha abierto la puerta del amor de Dios por el bautismo, en primer lugar, y por la penitencia que «nos permite experimentar en carne propia la grandeza de la misericordia», podemos entonces introducirnos y llenarnos de la misericordia divina, identificándonos con el amor de Dios que se hace presente en la Santa Misa.

El profeta Joel pone en boca de Dios: “Volved a mí con todo el corazón” (2, 12). Si, esta es la necesidad que todos tenemos: volver al Dios de la Misericordia del que por nuestros pecados nos hemos alejado.

Es tiempo de misericordia, ¿te atreves a recibirla y a ofrecerla? ¡Jesús Misericordioso te bendiga y la Virgen Santa te cuide! Amén.