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¡Hola familia querida!, nos volvemos a encontrar con el querido e inolvidable san Juan Pablo II. Él fue un santo que se labró en el dolor y este dolor tuvo para él una eficacia redentora. Hoy le preguntamos: ¿Qué sentido tiene el dolor en nuestra vida?, le escuchamos:
"Quiero deciros que Cristo, siempre cercano a los que sufren, os llama junto a Sí. Aún más: deciros que estáis llamados a ser “otros Cristo” y a participar en su misión redentora. Y, ¿qué es la santidad sino imitar a Cristo, identificase con Él?
Quienes se enfrentan al sufrimiento con una visión meramente humana, no pueden entender su sentido y fácilmente pueden caer en el desaliento; a lo que más llegan a aceptarlo con triste resignación ante lo inevitable.
Los cristianos, en cambio, aleccionados por la fe, sabemos que el sufrimiento puede convertirse –si lo ofrecemos a Dios– en un instrumento de salvación, y en camino de santidad, que nos ayuda a alcanzar el cielo. Para un cristiano, el dolor no es motivo de tristeza, sino de gozo: el gozo de saber que en la cruz de Cristo todo sufrimiento tiene un valor redentor.
También hoy el Señor nos invita diciendo: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, que yo os aliviaré” (Mt 11, 28). Volved pues a El vuestros ojos, con la segura esperanza de que os aliviará y encontraréis consuelo.
No dudéis en hablarle de vuestro sufrimiento, tal vez también de vuestra soledad; presentadle todo ese conjunto de pequeñas y grandes cruces de cada día, y así no os pesarán, pues será Jesús mismo quien las llevará por vosotros: “Nuestros sufrimientos Él los ha llevado, nuestros dolores Él los cargó sobre Sí” (Is 53, 4).
Sabemos bien que el dolor y el sufrimiento están inseparablemente unidos a la condición humana desde el pecado de nuestros primeros padres (cf. Gn 3, 7-19). Sin embargo, ese dolor y ese sufrimiento tienen un valor redentor, habiendo sido asumidos por Cristo, que “en su condición de hombre, se humilló a Sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Flp 2, 8).
La redención que nos ganó Cristo de una vez para siempre, se sigue aplicando a los hombres, a través de los tiempos, por medio de la Iglesia, que se apoya de modo especial en el dolor y en el sufrimiento de los cristianos, que son ¡otros Cristos!
Hasta aquí sus palabras amigas que resuenan desde la eternidad hacia lo más profundo de nuestro corazón. ¿Nos animamos a aceptar la presencia del dolor en sentido redentor en nuestra vida? Nos encomendamos a tu intercesión querido papa santo y nos encontramos la semana que viene para dialogar en la fe contigo: san Juan Pablo II. ¡Bendiciones!
¡Hola familia querida!, nos volvemos a encontrar con san Juan Pablo II y nuestros: “Diálogos de fe”, conversando imaginaria y amigablemente con él, pero con exquisita fidelidad a sus escritos. Siempre nos dejó la imagen de ser un hombre de oración, En él el deseo de perfección se manifestaba tan fuertemente que lograba tener siempre despierto el espíritu a través de la oración incesante.
Su portavoz durante 22 de los 26 años que duró su pontificado, el español Joaquín Navarro Valls, ha destacado que siempre "estaba en contacto directo con Dios. Desde los primeros tiempos, y desde las primeras veces que lo vi sencillamente rezar; en esos momentos tuve rápidamente la certeza de que este hombre era un santo”. Hoy nosotros le preguntamos: ¿Cómo podemos ser nosotros hombres de oración?, le escuchamos:
"Es hora de redescubrir, queridos hermanos y hermanas, el valor de la oración, su fuerza misteriosa, su capacidad de volvernos a conducir a Dios y de introducirnos en la verdad radical del ser humano. Cuando un hombre ora, se coloca ante Dios, ante un Tú, un Tú divino, y comprende al mismo tiempo la íntima verdad de su propio yo: Tú divino, yo humano, ser persona, creado a imagen de Dios.
La oración puede definirse de muchas maneras. Pero lo más frecuente es llamarla un coloquio, una conversación, un entretenerse con Dios. Todo se renueva en la oración, tanto los individuos como las comunidades. Surgen nuevos objetivos e ideales, especialmente el redescubrimiento del llamado a la santidad.
La oración debe caracterizarse también por la adoración y la escucha atenta de la Palabra de Dios, pidiendo perdón a Dios e implorando la remisión de los pecados. La oración debe ir antes que todo: quien no lo entienda así, quien no lo practique, no puede excusarse de la falta de tiempo: lo que le falta es amor.
Cuando recéis debéis ser conscientes de que la oración no significa sólo pedir algo a Dios o buscar una ayuda particular, aunque ciertamente la oración de petición sea un modo auténtico de oración.
Dios nos oye y nos responde siempre, pero desde la perspectiva de un amor más grande y de un conocimiento más profundo que el nuestro.
La oración es el reconocimiento de nuestros límites y de nuestra dependencia: venimos de Dios, somos de Dios y retornamos a Dios. La oración, acompañada por el compromiso de hacer la voluntad de Dios, devuelve el auténtico gusto por la vida.
Hasta aquí sus palabras amigas que resuenan desde la eternidad hacia lo más profundo de nuestro corazón. ¿Nos animamos a ser como él, hombres de oración, de una auténtica y profunda comunión con Dios? Nos encomendamos a tu intercesión querido papa santo y nos encontramos la semana que viene para dialogar en la fe contigo: san Juan Pablo II. ¡Bendiciones!
¡Hola familia querida!, nuevamente nos encontramos con san Juan Pablo II y nuestros: “Diálogos de fe”, conversando imaginariamente con él, pero con respuestas literales de sus escritos. En sus viajes por el mundo fue reconocido como un Mensajero de la Paz, ¿Nos puedes dar, querido Papa santo, las claves para una verdadera paz?, le escuchamos:
"La paz exige cuatro condiciones esenciales: Verdad, justicia, amor y libertad. La verdad, será fundamento de la paz cuando cada individuo tome conciencia rectamente, más que de los propios derechos, también de los propios deberes con los otros. La justicia, edificará la paz cuando cada uno respete concretamente los derechos ajenos y se esfuerce por cumplir plenamente los mismos deberes con los demás.
El amor será fermento de paz, cuando la gente sienta las necesidades de los demás como propias y comparta con ellos lo que posee, empezando por los valores del espíritu. La libertad, alimentará la paz y la hará fructificar cuando, en la elección de los medios para alcanzarla, los individuos se guíen por la razón y asuman con valentía la responsabilidad de las propias acciones.
El clima de paz verdadera entre las naciones no consiste en la simple ausencia de enfrentamientos bélicos, sino en una voluntad consciente y efectiva de buscar el bien de todos los pueblos, de manera que cada Estado, al definir su política exterior piense en una contribución específica al bien común internacional.
La paz y la violencia germinan en el corazón del hombre, sobre el cual sólo Dios tiene poder. La violencia jamás resuelve los conflictos, ni siquiera disminuye sus consecuencias dramáticas.
La verdadera reconciliación entre hombres enfrentados y enemistados solo es posible, si se dejan reconciliar al mismo tiempo con Dios. No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón. La auténtica religión no apoya el terrorismo y la violencia, sino que busca promover de toda forma posible la unidad y la paz de la familia humana.
La paz es uno de los bienes más preciosos para las personas, para los pueblos y para los Estados. En este tiempo amenazado por la violencia, por el odio y por la guerra, testimoniad que Él y sólo Él puede dar la verdadera paz al corazón del hombre, a las familias y a los pueblos de la tierra. Esforzaos por buscar y promover la paz, la justicia y la fraternidad. Y no olvidéis la palabra del Evangelio: Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios". (Mt 5,9).”
Hasta aquí sus palabras amigas que resuenan desde la eternidad hacia lo más profundo de nuestro corazón. Asumimos el desafío de trabajar por la paz, para ser llamados un día ¡hijos de Dios! Nos encomendamos a tu intercesión querido papa santo y nos encontramos la semana que viene para dialogar en la fe contigo: san Juan Pablo II. ¡Bendiciones!
¡Hola familia querida!, nuevamente con san Juan Pablo II y nuestros: “Diálogos de fe”, diálogos imaginarios, pero sacados literalmente de sus escritos. En el programa pasado nos contaba su vocación al sacerdocio, hoy quiero preguntarle, ¿Cómo se enteró de su nombramiento de Obispo y cómo fue su llegada a la Sede de Pedro?, le escuchamos:
"Un día al oír las palabras del primado anunciándome la decisión de la Sede Apostólica de hacerme Obispo, le dije: ‘Eminencia, soy demasiado joven, acabo de cumplir los treinta y ocho años...’, "Pero el primado replicó: ‘Esta es una imperfección de la que pronto se librará. Le ruego que no se oponga a la voluntad del Santo Padre’. "Entonces añadí solo una palabra: ‘Acepto’. ‘Pues vamos a comer’, concluyó el Primado (...)
"Sucesor de los Apóstoles. Yo –un ‘sucesor’– pensaba con gran humildad en los Apóstoles de Cristo y en aquella larga e ininterrumpida cadena de obispos que, mediante la imposición de las manos, habían transmitido a sus sucesores la participación en la misión apostólica". ("¡Levantaos! ¡Vamos!", Plaza y Janés, 2004, pp. 22 y 26).
Los años pasaron y llego 1978, año en que fui elegido Papa: "Creo que no fui yo el único sorprendido aquel día por la votación del Cónclave. Pero Dios nos concede los medios para realizar aquello que nos manda y que parece humanamente imposible. Es el secreto de la vocación.
Toda vocación cambia nuestros proyectos, al proponernos otro distinto, y asombra ver hasta qué extremo Dios nos ayuda interiormente, cómo nos conecta a una nueva ‘longitud de onda’, cómo nos prepara para entrar en este nuevo proyecto y hacerlo nuestro, viendo en él, simplemente, la voluntad del Padre y acatándola. A pesar de nuestra debilidad y de nuestras opiniones personales. ("¡No tengáis miedo! André Frossard dialoga con Juan Pablo II", Plaza y Janés, 1982, pp. 24-25).
Cómo no recordar lo que dije al comienzo de mi pontificado: ¡Hermanos y hermanas! ¡No tengáis miedo de acoger a Cristo y de aceptar su potestad! ¡Ayudad al Papa y a todos los que quieren servir a Cristo y, con la potestad de Cristo, servir al hombre y a la humanidad entera!¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!
Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo Él lo conoce!
Hasta aquí sus palabras amigas que resuenan desde la eternidad hacia lo más profundo de nuestro corazón. ¡No tengamos miedo! ¡Abramos, más todavía, abramos de par en par las puertas a Cristo! Nos encomendamos a tu intercesión querido papa santo y nos encontramos la semana que viene para dialogar en la fe contigo: san Juan Pablo II. ¡Bendiciones!
¡Hola familia querida!, en nuestro encuentro de hoy con san Juan Pablo II y nuestros: “Diálogos de fe”, diálogos imaginarios, pero literales en sus expresiones, hoy quiero preguntarle, ¿Cómo sintió su vocación al sacerdocio?, le escuchamos:
"Después de la muerte de mi padre, ocurrida en febrero de 1941, poco a poco fui tomando conciencia de mi verdadero camino. Yo trabajaba en la fábrica y, en la medida en que lo permitía el terror de la ocupación comunista, cultivaba mi afición a las letras y al arte dramático. Mi vocación sacerdotal tomó cuerpo en medio de todo esto, como un hecho interior de una transparencia indiscutible y absoluta. Al año siguiente, en otoño, sabía que había sido llamado. Sería sacerdote". ("Del temor a la esperanza", Solviga, 1993, p. 34).
"¿Cuál es la historia de mi vocación sacerdotal? La conoce, sobre todo, Dios. En su dimensión más profunda, toda vocación sacerdotal es "un gran misterio", es un don que supera infinitamente al hombre. Ante la grandeza de este don sentimos cuán indignos somos de ello". ("Don y misterio", BAC, 1996, p. 17).
"La vocación sacerdotal es un misterio. Es el misterio de un ‘maravilloso intercambio’ entre Dios y el hombre. Este ofrece a Cristo su humanidad para que Él pueda servirse de ella como instrumento de salvación. Si no se percibe el misterio de este ‘intercambio’, no se logra entender cómo puede suceder que un joven, escuchando la palabra ‘sígueme’, llegue a renunciar a todo por Cristo, en la certeza de que por este camino su personalidad humana se realizará plenamente". ("Don y misterio", p. 90).
"En el intervalo de casi cincuenta años de sacerdocio lo que para mí continúa siendo lo más importante y más sagrado es la celebración de la Eucaristía. Domina en mí la conciencia de celebrar en el altar ‘in persona Christi’. Jamás a lo largo de estos años he dejado la celebración del Santísimo Sacrificio. La Santa Misa es, de forma absoluta, el centro de mi vida y de toda mi jornada". (Discurso, 27-10-1995).
Por esto os digo a cada uno de vosotros: escuchad la llamada de Cristo, cuando sintáis que os dice: «Sígueme.» Camina sobre mis pasos. ¡Ven a mi lado, permanece en mi amor! Esa llamada pide que optes por Cristo. ¡La opción por Cristo y su modelo de vida; Por su mandamiento de amor! El amor verdadero es exigente. No cumpliría mi misión si no os lo hubiera dicho con toda claridad. El amor exige esfuerzo y compromiso personal para cumplir la voluntad de Dios.
Hasta aquí sus palabras amigas que resuenan desde la eternidad hacia lo más profundo de nuestro corazón. ¡Animémonos a seguir a Cristo como él lo hizo, entregándose del todo y sin reservas! Nos encomendamos a tu intercesión querido papa santo y nos encontramos la semana que viene para dialogar en la fe contigo: san Juan Pablo II. ¡Bendiciones!