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El sacerdote misionero diocesano Paul Schneider cumple cinco años de estancia en Etiopía y ahora que se acerca el Año Nuevo Etiope (Enkutatash, 11-12 de septiembre) escribe una nueva carta a los fieles de la Diócesis de Getafe en la que relata los nuevos retos que van surgiendo en su misión en Lagarba.

Cada día encuentra nuevos modos de ayudar a las personas a las que pastorea espiritualmente: cuidarlas y rehabilitarlas en sus adicciones –como la del alcoholismo de Adamu y Fikere- , planear nuevos proyectos de mejora locales y afianzar la comunidad de fe que se va creando día a día. Incluso se dedica a plantar miles árboles en la época de lluvias –desde junio- con el fin de obtener frutas con las que alimentar a la población ante la escasez de comida.

Schneider reconoce que la misión solo se puede vivir desde la fe y con la ayuda de Dios que se manifiesta cada día de distintas maneras, incluso a través de problemas con la población musulmana, por quienes Paul pide a los diocesanos que recen “para que recéis por ellos, pues el Señor nos pide orar por nuestros enemigos, sus nombres son: Saaniyo Mohammed Seid, Hassan Abbas, Bediru Jamal, Harifu Saaniyo, Deme Saaniyo, Megersa Saaniyo”.

"Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos. Porque si sólo amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? (Mt 5, 43-46)". 

“Yo en realidad no vine aquí para hacer casas, puentes, carreteras y pozos, ni para plantar árboles ni regenerar alcohólicos. (…) yo vine aquí para mi salvación, para ser más Suyo, para no negarle nada, y para compartir su amor. Eso es, básicamente, la evangelización. La evangelización es lo más necesario para el mundo, más que todas las causas sociales. Todo lo demás viene después, "Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura" (Mt 6, 33). La evangelización tiene su base en la adoración. Mi presencia aquí consiste en vivir con los pobres, ser su padre y su pastor, y aportar todo lo que pueda para el mejoramiento de sus vidas, en lo espiritual, en lo material, en todo” subraya este sacerdote misionero.

Paul insiste que en su misión se enfrenta diariamente a nuevos retos, a problemas que supera con la ayuda de la fe “Cristo te pide renovar diariamente la generosidad, y la misión te exige superar tus egoísmos, hacer sacrificios y vivir con austeridad” y que le permiten descubrir que en medio de tanta pobreza las personas pueden mantener la inocencia y la ilusión.

“Los pobres del campo, aunque jamás hubieran elegido voluntariamente la pobreza y el haber nacido aquí, tienen una fortaleza especial para vivir con privaciones continuas, y tienen además la ilusión y la inocencia del que no está satisfecho ni hastiado, y no se ve gente amargada como se ve en la ciudad” relata. 

Paul comparte la vida de “los más pobres entre los pobres” y se siente cada vez más uno de ellos, al mismo tiempo que todos juntos son cada vez “más de Cristo”: “me gusta echar una mano a los agricultores en las tareas del campo, y eso también es parte de la evangelización, estar con la gente y trabajar con ellos, conocer sus fatigas y hacerme uno con ellos, y que me sientan como suyo. Trabajar juntos, compartir la comida, rezar juntos, esto es la Iglesia”.

Por último anuncia que visitará la Diócesis “a mediados de octubre si Dios quiere” y añade “estoy contento con esta vida, con sus fatigas y privaciones. Es la dinámica del sacrificio que se repite cada día, como la Eucaristía”.

 

Carta de Paul Schneider

 

Lagarba, 14 de agosto de 2022 Día de San Maximiliano Kolbe Queridos hermanos: La verdad, nunca pensé que la misión fuera tan apasionante. Desde que terminamos los pozos en las escuelas y empezaron las lluvias a finales de junio, mi ritmo de trabajo ha disminuido en cuanto a obras y proyectos grandes, pero las relaciones personales se han intensificado, con la comunidad, con muchas familias del entorno, cristianos y musulmanes. 

Voy a hacer cinco años aquí, he aprendido la lengua amhara, y ya me defiendo algo en oromo. Disfruto con la gente, nos reímos mucho, siempre hablamos de hacer cosas juntos, y a menudo siento que ninguna otra época de mi vida hubiera sido mejor para que Dios me trajese a este lugar. 

 

Estamos plantando muchos árboles, es la época para ello, ahora que llueve y el terreno no se reseca. Sólo en esta semana, y con la colaboración voluntaria de la gente, hemos plantado unos cinco mil árboles, sobre todo coníferas y grevilleas, a la vera de nuestra nueva carretera, para que a medida que crezcan las raíces se fortalezcan los taludes y no haya desprendimientos, y también hemos plantado muchos frutales en la misión. Ya teníamos plantado casi un centenar de plantas de café, y la semana pasada hemos añadido árboles de guayaba, mango, papayas, plátanos, chirimoyas, entre otros. 

 

Tardarán años en dar fruto, y los que no prosperen los iremos cambiando. Con el ir y venir en la camioneta estoy conociendo los viveros públicos de toda esta zona, y conociendo a más gente de otros lugares. Como hemos hecho la carretera y otros proyectos, las autoridades están muy agradecidas, tengo contactos, y nos dan gratis todas las plantas de semillero que necesitemos. 

 

No contento con reforestar el terreno de la misión, les animo a todos los vecinos a plantar árboles en las lindes de sus campos y en los terrenos que han quedado baldíos por la erosión o el cultivo continuo. Nada puede asegurar que llueva como antaño, pero la sombra de los árboles ciertamente reduce la temperatura del suelo, evita que la humedad se evapore, y cuando sus hojas caen van creando mantillo (en el caso de los árboles de hoja caduca) y hacen la tierra más fértil. 

 

Además, allí donde hay una arboleda, los cultivos, las hortalizas y los frutales están más protegidos del pedrisco y de los vientos fuertes. No cuesta nada, un árbol se planta en dos minutos, y una vez que arraiga, apenas necesita cuidados. 

 

Cambiando de tema, dejadme que os hable de dos buenos amigos míos, Adamu y Fikere, dos hombres que ahora viven y trabajan en la misión. Ambos tienen cerca de 50 años, y de verdad son pobres entre los pobres, y por eso los quiero más que a nadie. 

 

En marzo del año pasado acogí en la misión a Adamu, y el alcohol era uno de sus problemas. Adamu es uno de los muchos agricultores de Lagarba, no lo ha tenido fácil, apenas tiene tierras propias, no siempre se ha llevado bien con sus hermanos, y a estas alturas de la vida tiene pocas fuerzas para el trabajo intenso del campo. Antes de que le "rescatáramos", es decir, antes de invitarle a venir a vivir a la misión, Adamu vivía solo, se emborrachaba todos los días (con áreke, el licor local, un aguardiente a base de maíz) y comía poco y mal, tenía dolores por todo el cuerpo, fiebres frecuentes y los ojos enrojecidos por vivir con polvo y suciedad, en una choza cuyo tejado se estaba desmoronando. 

 

Durante las noches de sus últimas semanas en ese estado gritaba, no sé si por la borrachera, por miedo o pánico, por la enfermedad, o por todo a la vez. Yo no sé nada de alcoholismo y desintoxicación, ni aquí en Etiopía hay centros de rehabilitación ni terapias, pero si este hombre iba a morir así, había que hacer algo. Comida y refugio yo sí podía darle, algo parecido a un hogar, y llevarle al hospital si se pone peor, y comprar medicinas. 

 

Aquí hay tareas de las que se puede ocupar: las gallinas, las cabras, el mantenimiento del recinto, proteger la iglesia. Vino a la misión, pero no dejó el alcohol de inmediato. Sin embargo, con el paso de los meses y la misma convivencia se nos fue haciendo claro que tenía que dejarlo, y le dimos un ultimátum. Yo creo que para dejar un vicio muy arraigado es necesaria la voluntad propia, el amor propio, y la experiencia de amor de otros, y también a veces el amor auténtico se traduce en mano dura. 

 

Es imprescindible la comunidad, el grupo de los que te quieren y no permiten que te vuelvas loco o hagas tonterías, o te sigas equivocando. Para Adamu, su comunidad somos Shawle, Gucho, Demmelash y yo, y desde hace un mes también Fikere, que aunque no tan descalabrada como la de Adamu, también llevaba una vida de alcoholismo, soledad, sin perspectiva de futuro alguna. Fikere es más pacífico, dócil y paciente que Adamu, pero en cualquier caso han hecho buenas migas. Fikere era el encargado de la mula cuando la teníamos, pues la vendí cuando me fui acostumbrando a las caminatas. 

 

Él me acompañaba a sitios lejanos, y pasábamos horas juntos. Ahora, Adamu y a Fikere viven aquí, y diariamente dan de comer a los bueyes y a las cabras (ahora hay mucha hierba que sirve de forraje, por todo el desbrozado que llevamos hecho en la misión desde hace cuatro años, antes casi todo era maleza, abrojos y espinos), y trabajan con la azada para que el sorgo y el maíz crezcan todo lo posible y den fruto, y me ayudan a plantar árboles en las zonas designadas para ello. Me acompañan en Misa todas las mañanas, y comemos juntos todas las comidas. Es lo más parecido que tengo a una comunidad. Los veo contentos, y eso me alegra mucho, y su salud mejora visiblemente cada día. Están luchando en su interior y, en eso, todos somos iguales, todos tenemos nuestras luchas. 

 

A veces me asombra el hecho de que esté viviendo aquí, con esta gente, y hago memoria de por qué vine, y balance de estos años en la misión. Vine aquí voluntariamente, acuciado por el deseo de un mayor desprendimiento, pidiéndole a mi obispo de Getafe su bendición para marchar. Aunque aquí las privaciones son el pan de cada día, de no haber sido la experiencia misionera de estos años una ocasión para crecer en la fe y en la alegría, estaba a tiempo de volverme a mi querida diócesis. La fe te proporciona muchos regalos, te abre puertas, corazones y pueblos. La misión sólo se puede vivir desde la fe. 

 

Yo en realidad no vine aquí para hacer casas, puentes, carreteras y pozos, ni para plantar árboles ni regenerar alcohólicos. Todo eso lo hago porque toca hacerlo y, si yo no lo hiciera, posiblemente no lo haría nadie, o tal vez sí. Ni siquiera me considero el autor de esas obras, ni mucho menos me vanaglorio de ello, aunque disfrute trabajando y esas obras me apasionen. Yo vine aquí para mi salvación, para ser más Suyo, para no negarle nada, y para compartir su amor. Eso es, básicamente, la evangelización. La evangelización es lo más necesario para el mundo, más que todas las causas sociales. Todo lo demás viene después, "Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura" (Mt 6, 33). La evangelización tiene su base en la adoración.

 

 Mi presencia aquí consiste en vivir con los pobres, ser su padre y su pastor, y aportar todo lo que pueda para el mejoramiento de sus vidas, en lo espiritual, en lo material, en todo. Cuando vives con ellos, los pobres comparten lo que tienen, y también te piden. 

 

Te piden con frecuencia, en ocasiones te llegan a agobiar, y veces das y a veces te niegas, pero en cualquier caso sabes que Cristo te pide renovar diariamente la generosidad, y la misión te exige superar tus egoísmos, hacer sacrificios y vivir con austeridad. Austeridad, por ejemplo, en la comida. Aquí, si tengo alguna comida especial que me gusta, he llegado a la conclusión de que prefiero compartirlo con los que viven conmigo y, si no es para compartirlo, es mejor privarme de ello y no comprarlo, y simplemente comer lo que ellos comen, aunque a veces eche de menos algunas cosas como el chocolate o la carne. 

 

Aquí no se come a la carta, cuando comes con otros, está feo hacer diferencias o querer comer tú solo cosas caras o especiales compradas en la ciudad, como fiambre, atún en lata, leche en polvo o chocolate (todos ellos productos inasequibles para la gente del campo), a no ser, como digo, que convides a todos los que están contigo. Yo ya no tengo excusa para no comer lo mismo que ellos, aunque no siempre me encante, pues tengo el estómago más que adaptado, y me he acostumbrado a comer siempre injera, verduras y legumbres, y a no comer carne, lácteos o huevos más que muy de vez en cuando, cuando hay una fiesta o cuando voy a la ciudad, que puede ser cada mes o cada dos meses. 

 

Así es como viven en Lagarba la mayoría de mis familias, no pueden permitirse más. En la medida de lo posible, y sin perjuicio de la salud, el que viene aquí una temporada larga debe comer y beber lo que hay aquí, lo que la gente de aquí come y bebe. (Lc 10, 8, Comed y bebed lo que os pongan, es uno de los consejos de Jesús a sus discípulos misioneros). Nadie se muere de hambre en Lagarba, pero muchas familias son pobres y pasan algo de hambre, sólo comen una o dos veces en todo el día, y la comida es muy sencilla y las porciones ajustadas, rara vez quedan sobras. 

 

A todo el mundo le encanta el azúcar y el café, y ésta es la tierra del café, pero muchas familias por falta de ingresos se pasan días y semanas sin café o sin azúcar. Eso sí, cuando hay una fiesta importante, como el Año Nuevo etíope (Enkutatash, 11/12 de septiembre), o Pascua o Navidad, todas las familias comen carne, aunque para comprar unos cuantos kilos tengan que endeudarse, y se gastan los ahorros que tienen ese día de fiesta para que no falte café, azúcar, chat, y galletas para los niños. Las familias más pudientes también les compran a sus hijos ropa nueva para estrenar en esos dos o tres días señalados en el año, pero muchos otros no pueden. 

 

Todo esto no os lo cuento para dar pena; los pobres del campo, aunque jamás hubieran elegido voluntariamente la pobreza y el haber nacido aquí, tienen una fortaleza especial para vivir con privaciones continuas, y tienen además la ilusión y la inocencia del que no está satisfecho ni hastiado, y no se ve gente amargada como se ve en la ciudad. Os lo contaba más que nada para compartir mi experiencia, que tiene mucho de liberación, y que ha sido una adaptación gradual, no exenta de renuncias, incluso en algo tan prosaico como la comida. 

 

El Hijo de Dios trabajó con sus manos y nos enseñó que el trabajo manual es una escuela de santidad. Lo mismo hicieron san Pablo, los Padres del desierto, los benedictinos, y los laicos de todos los siglos. Como el cura de la novela de Unamuno, ‘San Manuel Bueno, mártir’, me gusta echar una mano a los agricultores en las tareas del campo, y eso también es parte de la evangelización, estar con la gente y trabajar con ellos, conocer sus fatigas y hacerme uno con ellos, y que me sientan como suyo. Trabajar juntos, compartir la comida, rezar juntos, esto es la Iglesia. Hay tiempo para todo, tiempo para ponerse la sotana y tiempo para quitársela y arremangarse, coger la azada, y que te salgan callos y ampollas en las manos, y ensuciarte con sudor y polvo, y en todo puede uno encontrar la alegría del Señor. 

 

Me falta espacio para contaros una historia muy interesante de reconciliación que tuvimos hace unos meses con unos musulmanes fanáticos. Digo fanáticos, por no decir ladrones y sinvergüenzas descerebrados. Son un clan cuyas casas están al pie de las tierras de la misión, entre la misión y el río, y tienen la mala costumbre de intentar robarnos, como cuando nos intentaron arrebatar el terreno de Kirara hace 3 años, pistola en mano, con disparos al aire y amenazas. Aunque nos causan mucho trastorno, siempre acabamos perdonándoles e incluso ayudándoles, así somos de tontos, y ellos ya van tres veces en cinco años que vuelven a las andadas. 

 

De todos modos, sus intentos son cada vez más ridículos, y los demás musulmanes están empezando a detestarles, y en ese clan se odian hasta entre ellos. Rara vez se salen con la suya, al final siempre han acabado teniendo que devolver lo robado o compensar los daños. Con la mayoría de los vecinos musulmanes tengo buena relación, nos apreciamos y ayudamos mutuamente, y muchos son parientes directos de mis feligreses católicos. En todo caso, aprendo de la experiencia de cada día, y me dejo instruir por la Sagrada Escritura, "No devolváis mal por mal, ni insulto por insulto; por el contrario, bendecid, pues habéis sido llamados a heredar la bendición (1Pe 3, 9)". Para que recéis por ellos, pues el Señor nos pide orar por nuestros enemigos, sus nombres son: Saaniyo Mohammed Seid, Hassan Abbas, Bediru Jamal, Harifu Saaniyo, Deme Saaniyo, Megersa Saaniyo. "Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos. Porque si sólo amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? (Mt 5, 43-46)". 

 

Espero poder veros pronto y compartiros en detalle nuestro proceso de reconciliación con ellos, y otras historias que he vivido y estoy viviendo. Iré a España a mediados de octubre si Dios quiere. Estoy contento con esta vida, con sus fatigas y privaciones. Es la dinámica del sacrificio que se repite cada día, como la Eucaristía. Te vas consumiendo, y sabes que el sacrificio tiene un propósito eterno, que Dios te tiene preparado el premio y el descanso. Pedid por mí en la Eucaristía, ofreced vuestros cuerpos a Dios como hostia viva (Cfr Rm 12, 1). 

 

Un abrazo y ¡hasta pronto! 

 

P. Paul Schneider