Hola amigos: es tiempo de misericordia y una de las gracias que no podemos perder en este Año Santo, es la de ganar la Indulgencia Plenaria pasando por las “puertas” establecidas por Don Joaquín, nuestro Obispo, que son las siguientes: la Santa Iglesia Catedral Santa María Magdalena y el Santuario del Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles.
¿Cuál es el sentido de atravesar estas “puertas santas”? Lo ha explicado el papa Francisco en sus Catequesis sobre la Misericordia de Dios con estas palabras:
La Puerta indica a Jesús mismo que ha dicho: “Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará”. Atravesar la Puerta Santa es el signo de nuestra confianza en el Señor Jesús que no ha venido para juzgar, sino para salvar (cfr Jn 12,47).
Atravesar la Puerta Santa es signo de una verdadera conversión de nuestro corazón. Cuando atravesamos aquella Puerta es bueno recordar que debemos tener abierta también la puerta de nuestro corazón. Estoy delante de la Puerta Santa y pido al Señor ‘ayúdame a abrir la puerta de mi corazón’. No tendría mucha eficacia el Año Santo si la puerta de nuestro corazón no dejará pasar a Cristo que nos empuja a andar hacia los otros, para llevarlo a Él y a su amor.
Por lo tanto, como la Puerta Santa permanece abierta, porque es el signo de la acogida que Dios mismo nos reserva, así también nuestra puerta, aquella del corazón, esté siempre abierta para no excluir a ninguno. ¡A ninguno!
Jesús mismo nos sigue diciendo: «Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento» (Jn 10,9). Él es la puerta que nos hace entrar y salir. ¡Porque el rebaño de Dios es un amparo, no una prisión! Son los ladrones, aquellos que tratan de evitar la puerta, porque tienen malas intenciones, y se meten en el rebaño para engañar a las ovejas y aprovecharse de ellas.
Nosotros debemos pasar por la puerta y escuchar la voz de Jesús: si sentimos su tono de voz, estamos seguros, somos salvados. Podemos entrar sin temor y salir sin peligro. Delante de nosotros se encuentra la gran puerta de la Misericordia de Dios, que acoge nuestro arrepentimiento ofreciendo la gracia de su perdón. La puerta es generosamente abierta, pero nosotros debemos valerosamente cruzar el umbral.
El Señor no fuerza jamás la puerta: Él también pide permiso para entrar, como dice el Libro del Apocalipsis: «Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos” (3,20).
Es tiempo de misericordia, ¿te atreves a recibirla y a ofrecerla? ¡Jesús Misericordioso te bendiga y la Virgen Santa te cuide! Amén.
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