Últimas Noticias
-
Jornada Mundial del Migrante: "Aportan el aire fresco de su fe en medio de una sociedad envejecida"
-
Traen miedos, dudas y muy poco equipaje: Inmigrantes, la diócesis los acoge como a hijos
-
La acogida especial que transforma la vida de cada migrante, hoy en el Informativo diocesano en COPE
-
TEXTO COMPLETO: Homilía del obispo de Getafe en la Misa con motivo del inicio del curso pastoral en la diócesis
-
“La evangelización no es una carga: Necesitamos evangelizadores sin miedo y sin doblez”, asegura el obispo de Getafe en el inicio de curso pastoral
-
Carta Pastoral del obispo de Getafe para el curso 2025-2026: 'Creemos, Anunciamos, Servimos'
¡Hola familia querida!, nos encontramos nuevamente para seguir dialogando en la fe con san Juan Pablo II, quien nos decía en el programa anterior que “Tanto el Estado como la Iglesia, cada uno en su propio campo y con sus propios medios, están al servicio de la vocación personal y social del hombre”. Hoy le preguntamos ¿Cuál es la relación entre cultura, ciencia y Dios? Le escuchamos:
“A lo largo de los siglos, la Iglesia ha vivido en alianza con las letras, las artes y las ciencias; esta asociación ha sido y es recíprocamente fecunda, y está llamada a seguir siendo fuente de creatividad y vitalidad intelectual en el futuro.
Es una necesidad apremiante, ya que la decadencia humana y el progresivo agotamiento cultural que se notan en nuestra época, coinciden en gran parte con los sistemas filosóficos que pretenden hacer del hombre un rival de Dios, orientan al individuo y a la sociedad por caminos que alejan de Aquel que es la causa de su existencia y el término final de todo afán verdaderamente humano.
La verdadera cultura es, pues, instrumento de acercamiento y participación, de comprensión y solidaridad. Por eso, el auténtico hombre de cultura tiende siempre a unir, no a dividir; no crea barreras, difunde entendimiento y concordia; le mueve el deseo de abrir nuevos cauces a la creatividad y al progreso.
Quien alienta ese afán en su quehacer cultural ha de plantearse los interrogantes más profundos del hombre; esto es, el sentido último de la existencia y el modo de vida verdaderamente adecuado a ese fin. Si falta ese compromiso moral, no se llegaría a ser un verdadero hombre de cultura, porque se quedaría en el formalismo, la neutralidad; en una palabra, en la decadencia cultural.
¿Qué es cultura? Es cultura aquello que impulsa al hombre a respetar más a sus semejantes, a ocupar mejor su tiempo libre, a trabajar con un sentido más humano, a gozar de la belleza y amar a su Creador. La cultura gana en calidad, cuando contribuye a vivir armoniosamente, toda la constelación de los valores humanos.
Sembrad, con la cultura, gérmenes de humanidad; gérmenes que crezcan, se desarrollen y hagan robustas a las nuevas generaciones. Trabajad en el mundo de la cultura con un sentido de trascendencia, porque Dios es la Suma Verdad, la Suma Belleza, el Sumo Bien y con la labor científica y artística, se puede dar gloria al Creador y preparar así el encuentro con Dios Salvador.
Hasta aquí sus palabras amigas que resuenan desde la eternidad hacia lo más profundo de nuestro corazón. “Trabajad en el mundo de la cultura con un sentido de trascendencia, porque Dios es la Suma Verdad, la Suma Belleza, el Sumo Bien”. Nos encomendamos a tu intercesión querido papa santo y nos encontramos la semana que viene para seguir dialogando contigo en la fe: san Juan Pablo II. ¡Bendiciones!
¡Hola familia querida!, nos encontramos nuevamente para seguir dialogando en la fe con san Juan Pablo II, quien nos decía en el programa anterior que “El trabajo es como una “vocación” que eleva al hombre a ser partícipe de la acción creadora de Dios”. Hoy le preguntamos ¿Cómo pasar de la “soledad” a la “solidaridad” personal? Le escuchamos:
Ningún cristiano debiera permanecer insensible ante la necesidad ajena pues si la caridad es nuestro mandamiento supremo, ¿cómo se puede quedar cruzado de brazos si la justicia es el presupuesto básico y primer fruto de la caridad?
El servicio que vuestro testimonio puede prestar al hombre, requiere de cada uno de vosotros un compromiso exigente que os lleve a decir ¡basta! a todo lo que sea una clara violación de la dignidad del hombre y del trabajador.
Basta, a un conformismo reductor que no se proponga otra cosa que silenciar todo diálogo cuya cuestión central sea la persona y su dignidad en la vida y en la profesión.
Basta, a unas situaciones en las que los derechos del trabajador estén subordinados a sistemas económicos que busquen el máximo beneficio, sin reparar en la cualidad moral de los medios que emplean para obtenerlo.
Basta, a un sistema laboral que obligue a las madres de familia a trabajar muchas horas fuera de casa; que no valore suficientemente la labor agrícola; que margine a las personas minusválidas; que discrimine a los inmigrantes.
Basta, a que el derecho a trabajar quede al arbitrio de circunstancias económicas o financieras, las cuales no tengan en cuenta que el pleno empleo de las fuerzas laborales debe ser objetivo prioritario de toda organización social.
Basta, a la fabricación de productos que ponen en peligro la paz y atentan gravemente a la moralidad pública, e incluso a la salud de la población. Basta, también, a la insolidaria distribución de alimentos y a la indignidad en la vivienda de los trabajadores en tantos suburbios de las grandes ciudades.
Pero no olvidéis que ese compromiso requiere una actitud de solidaridad personal: hay que superar la tendencia al anonimato en las relaciones humanas; hay que hacer un esfuerzo positivo para convertir la “soledad” en “solidaridad”, buscando momentos de comprensión, de ayuda mutua, de fomento de la amistad.
Hasta aquí sus palabras amigas que resuenan desde la eternidad hacia lo más profundo de nuestro corazón. “Hay que superar la tendencia al anonimato en las relaciones humanas; hay que hacer un esfuerzo positivo para convertir la “soledad” en “solidaridad”. Nos encomendamos a tu intercesión querido papa santo y nos encontramos la semana que viene para seguir dialogando contigo en la fe: san Juan Pablo II. ¡Bendiciones!
¡Hola familia querida!, nos encontramos nuevamente para seguir dialogando en la fe con san Juan Pablo II, quien nos decía en el programa anterior que “Todos están llamados a participar responsablemente en la vida pública, cada uno desde su propio puesto”. Hoy le preguntamos ¿Cómo debe ser la relación entre la Iglesia y el Estado? Le escuchamos:
“La Iglesia reconoce, respeta y alienta la legítima autonomía de las realidades temporales, y específicamente de la política. Su misión propia la sitúa en un plano diverso ella es “signo y salvaguarda del carácter trascendente de la persona humana” (Gadium et spes, 76).
No obstante, el mensaje cristiano es portador de una buena nueva para todos, también para el mundo político, económico y jurídico. Cuando la autoridad de la Iglesia, proclama la doctrina cristiana o emite juicios de carácter moral sobre las realidades de orden político, y cuando impulsa la promoción de la dignidad y los derechos inalienables del hombre busca sobre todo el bien integral de la comunidad política, y, el bien integral de la persona.
Al mismo tiempo, la Iglesia reconoce que corresponde a los laicos católicos como algo propio el vasto campo de cuestiones políticas, en las que caben soluciones diversas, entre las cuales han de buscar aquellas compatibles con los valores evangélicos. Ellos tienen la gran responsabilidad de buscar y aplicar soluciones verdaderamente humanas a los desafíos de los nuevos tiempos.
Tanto el Estado como la Iglesia, cada uno en su propio campo y con sus propios medios, están al servicio de la vocación personal y social del hombre. Se abre así un amplio espacio de diálogo y de cooperación, partiendo siempre del respeto mutuo a la propia identidad y funciones de cada una de las dos instituciones.
La ya larga historia de tantos pueblos, ligada por múltiples vínculos a la herencia cristiana que ha recibido, lo demuestra con sobrada elocuencia. En esa trayectoria se han ido forjando las condiciones propicias para que la colaboración entre la Iglesia y la comunidad política sea particularmente fecunda.
Espero que en el futuro, se incremente esa recíproca ayuda, comprensión y respeto, manifestados en forma adecuada de cooperación –siempre con un fin trascendente- de la Iglesia, “experta en humanidad”.
Hasta aquí sus palabras amigas que resuenan desde la eternidad hacia lo más profundo de nuestro corazón. “Tanto el Estado como la Iglesia, cada uno en su propio campo y con sus propios medios, están al servicio de la vocación personal y social del hombre”. Nos encomendamos a tu intercesión querido papa santo y nos encontramos la semana que viene para seguir dialogando contigo en la fe: san Juan Pablo II. ¡Bendiciones!
¡Hola familia querida!, nos encontramos nuevamente para seguir dialogando en la fe con san Juan Pablo II, quien nos decía en el programa anterior que “Habéis sido llamados para sentir dentro de vosotros y vivir con todas las consecuencias el lema de San Pablo, que se os convierte en examen cotidiano: «¡Ay de mí si nο evangelizare!”. Hoy le preguntamos ¿Cuál es el sentido humano y sobrenatural del trabajo? Le escuchamos:
“¡Mi gozo ha sido siempre grande al encontrarme entre personas que comparten la condición común de trabajadores! ¡Con toda franqueza os puedo decir que me he sentido especialmente cercano al mundo del trabajo, es más, me he considerado uno de vosotros! Todo eso lo llevo en el corazón.
Alguna vez he dicho que aquellos años como obrero, en la cantera de una empresa química, fueron para mí una nueva lección sobre el Evangelio. Es verdad, porque en aquel ambiente, en aquella época de esfuerzo laboral, me fue dado comprobar la profunda relación de solidaridad existente entre el Evangelio y la problemática de la actividad humana en nuestros tiempos.
No es una nueva constatación teórica; es una gozosa realidad humana y cristiana que la Iglesia, tiene la grave responsabilidad de difundir, para que sea conocida y vivida por los hombres y mujeres del mundo laboral. En este día os animo a que cada uno, cada una, hagáis “el esfuerzo interior del espíritu, con el fin de dar a vuestra labor el significado que tiene a los ojos de Dios” (Laborem exercens, 24).
El trabajo es como una “vocación” o llamado que eleva al hombre a ser partícipe de la acción creadora de Dios. Es el medio que Dios ofrece al hombre para “someter” la tierra, descubrir sus secretos, transformarla, gozarla y de este modo, enriquecer su propia personalidad. Su modelo será Cristo, el Redentor del hombre, el cual, no habiendo desdeñado pasar una gran parte de su existencia en el taller de un artesano, rescató el esfuerzo y la dignidad del trabajo, transformándolo para siempre en instrumento de redención.
Es cierto que el mundo laboral presenta graves motivos de preocupación. Los conozco bien. Pero no es menos cierto que tales motivos no deben llevaros al derrotismo, a la pasividad, a la falta de esperanza. Nuestra fe católica nos da motivos suficientes para no desesperar jamás, por difícil y dura que pueda parecer cualquier situación.”
Hasta aquí sus palabras amigas que resuenan desde la eternidad hacia lo más profundo de nuestro corazón. “El trabajo es como una “vocación” o llamado que eleva al hombre a ser partícipe de la acción creadora de Dios”. Nos encomendamos a tu intercesión querido papa santo y nos encontramos la semana que viene para seguir dialogando contigo en la fe: san Juan Pablo II. ¡Bendiciones!
¡Hola familia querida!, nos encontramos nuevamente para seguir dialogando en la fe con san Juan Pablo II, quien nos decía en el programa anterior que “Somos totalmente de Dios, con la alegría de prolongar, cada uno según su propia vocación, la presencia, la palabra, el sacrificio y la acción salvífica de Cristo”. Hoy le preguntamos ¿Cuál debe ser el espíritu que anime nuestro apostolado? Le escuchamos:
“Vivid en la esperanza, sin dejaros vencer por el desaliento, por el cansancio, por las críticas. Es el Señor quien está con vosotros, pues os eligió como instrumentos suyos para que deis mucho fruto y vuestro fruto perdure (cf. Jn 15, 16).
Cuantos trabajáis como «agentes de pastoral» encontraréis sin duda en la catequesis un campo concreto de acción evangelizadora para la renovación eclesial. Una catequesis bien orientada es la base para una vida sacramental, personal, familiar y social, pues toda acción apostólica y especialmente la catequesis está «abierta al dinamismo misionero de la Iglesia» (Catechesi Tradendae, 24).
A todos os invito a trabajar juntos para una evangelización permanente. ¡Iglesia de Cristo! «Levántate y resplandece, porque ha llegadο tu luz, y la gloría del Señor alborea sobre ti» (cf. Is 60, 1).
El Señor se manifiesta en su misterio de la cruz y de la resurrección; El resplandecerá con la luz de la verdad para llamar a todos los pueblos con la fuerza del Espíritu: «Los pueblos caminarán a tu luz» (Ibíd., 60, 3).
¡Cómo pido a Dios que la Iglesia camine en la luz de Cristo! ¡Caminad firme, decididamente; el Señor os tiene de la mano y os iluminará con su luz! (Sal 91, 12).
Cuando las sociedades de la abundancia y del consumo atraviesan una grave crisis de valores del espíritu, la Iglesia fiel a Cristo, podrá ser luz que ilumine al mundo para que camine por el sendero de las virtudes humanas y cristianas, que son el verdadero fundamento de la sociedad, de la familia y de la paz.
De ahí vuestro compromiso evangelizador; vuestra misión de ser luz para iluminar a quienes están en tinieblas. Habéis sido llamados para sentir dentro de vosotros y vivir con todas las consecuencias el lema de San Pablo, que se os convierte en examen cotidiano: «¡Ay de mí si nο evangelizare!» (1Co 9, 16).
Hasta aquí sus palabras amigas que resuenan desde la eternidad hacia lo más profundo de nuestro corazón. “Habéis sido llamados para sentir dentro de vosotros y vivir con todas las consecuencias el lema de San Pablo, que se os convierte en examen cotidiano: «¡Ay de mí si nο evangelizare!”. Nos encomendamos a tu intercesión querido papa santo y nos encontramos la semana que viene para seguir dialogando contigo en la fe: san Juan Pablo II. ¡Bendiciones!