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Hola amigos: es tiempo de misericordia, y siguiendo las catequesis de la misericordia del papa Francisco, quisiera presentar un aspecto importante de la misericordia: la inclusión. Dios, de hecho, en su diseño de amor, no quiere excluir a nadie, sino que quiere incluir a todos.
Por ejemplo, mediante el bautismo, nos hace sus hijos en Cristo, miembros de su cuerpo que es la Iglesia. Y nosotros, cristianos, estamos invitados a usar el mismo criterio: la misericordia es ese modo de actuar, ese estilo, con el que buscamos incluir en nuestra vida a los otros, evitando cerrarnos en nosotros mismos y en nuestras seguridades egoístas.
En el pasaje del Evangelio de Mateo, capítulo 11, versículo 28, Jesús dirige una invitación universal: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré”. Nadie está excluido a este llamamiento, porque la misión de Jesús es la de revelar a todas las personas el amor del Padre.
Este aspecto de la misericordia, la inclusión, se manifiesta en el abrir los brazos para acoger sin excluir; sin clasificar a los otros en base a la condición social, a la lengua, a la raza, a la cultura, a la religión: delante de nosotros hay solamente una persona a la que amar como la ama a Dios.
Al que encuentro en mi trabajo, en mi barrio, esa es una persona a la que amar como lo hace Dios. ‘Pero este es de ese país, de esta religión, de esta raza…’ Es una persona que Dios ama y yo debo amarla. Esto es incluir, esto es la inclusión.
¡Cuántas personas cansadas y oprimidas encontramos también hoy! Por el camino, en las oficinas públicas, en los ambulatorios médicos… La mirada de Jesús se apoya en cada uno de ellos, también a través de nuestros ojos. ¿Y nuestro corazón cómo es? ¿Es misericordioso? ¿Y nuestro modo de pensar y de actuar, es inclusivo?
¡Cómo son verdaderas las palabras de Jesús que invita a los que están cansados y agobiados a ir a Él para encontrar descanso! Sus brazos abiertos en la Cruz demuestran que nadie está excluido de su amor y de su misericordia. Ni siquiera el pecador más grande. Nadie.
Todos somos incluidos en su amor y en su misericordia. Nos sentimos acogidos e incluidos en Él por su perdón. Todos necesitamos ser perdonados por Dios. Dejémonos implicar en este movimiento de inclusión de los otros, para ser testigos de la misericordia con la que Dios ha acogido y acoge a cada uno de nosotros.
Es tiempo de misericordia, ¿te atreves a recibirla y a ofrecerla? ¡Jesús Misericordioso te bendiga y la Virgen Santa te cuide! Amén.
En su primer Ángelus decía: «Al escuchar ‘misericordia’, esta palabra cambia todo. Es lo mejor que podemos escuchar: cambia el mundo. Un poco de misericordia hace al mundo menos frío y más justo. Necesitamos comprender bien esta misericordia de Dios, este Padre misericordioso que tiene tanta paciencia» (17 marzo 2013).
En la exhortación apostólica Evangelii Gaudium el término “misericordia” aparece 29 veces. En el Ángelus del 11 enero 2014 manifestó: «Estamos viviendo el tiempo de la misericordia. Éste es el tiempo de la misericordia. Hay tanta necesidad hoy de misericordia, y es importante que los fieles laicos la vivan y la lleven a los diversos ambientes sociales. ¡Adelante!».
Escribió en el mensaje para la Cuaresma de 2015: «Cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia».
Con el Jubileo de la Misericordia, está poniendo al centro de la atención el Dios misericordioso que invita a todos a volver hacia Él. El encuentro con Él inspira la virtud de la misericordia.
El Año Santo es un acontecimiento espiritual que acerca a Jesús. El Papa lo enmarcó en cuatro parábolas evangélicas: las de la oveja perdida, la moneda extraviada y el padre de los dos hijos. La cuarta, como contra ejemplo, es la del siervo despiadado.
La bula de convocatoria incluyó un punto de examen: «Jesús afirma que la misericordia no es sólo el obrar del Padre, sino también el criterio para saber quiénes son realmente sus hijos».
El Papa Francisco advierte que «dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para ser felices». La misericordia es «la viga maestra que sostiene la Iglesia. Su credibilidad pasa a través del amor misericordioso y compasivo».
Es tiempo de misericordia, ¿te atreves a recibirla y a ofrecerla? ¡Jesús Misericordioso te bendiga y la Virgen Santa te cuide! Amén.
Hola amigos: es tiempo de misericordia, y entre las obras de misericordia, se nos pide dar de comer al hambriento y de beber al sediento. Cuantas veces caminando por la calle, encontramos a una persona en necesidad, o quizás un pobre viene a tocar a la puerta de nuestra casa, y esto nos involucra en primera persona.
Nos enseña el papa Francisco que cuando vemos la pobreza en la carne de un hombre, de una mujer, de un niño, ¡esto sí nos interpela! Y a veces estamos acostumbrados a huir de la necesidad, de no acercarnos o enmascarar un poco la realidad de los necesitados. Así nos alejamos de la realidad.
En estos casos, ¿Cuál es mi reacción? ¿Dirijo la mirada a otro lugar y sigo adelante? O ¿Me detengo a hablar y me intereso por su estado? Y si tú haces esto no faltará alguno que diga: “¡Pero este está loco al hablar con un pobre!” ¿Veo si puedo acoger de alguna manera a aquella persona o busco de librarme lo más antes posible? Pero tal vez ella pide solo lo necesario: algo de comer y de beber.
Son siempre actuales las palabras del apóstol Santiago: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: “Vayan en paz, caliéntense y coman”, y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta» (2,14-17): es incapaz de dar amor.
Hay siempre alguien que tiene hambre y sed y tiene necesidad de mí. No puedo delegar a ningún otro. Este pobre me necesita a mí, de mi ayuda, de mi palabra, de mi empeño. En esto estamos todos comprometidos.
El papa Benedicto XVI, en la encíclica Caritas in veritate, afirma: «Dar de comer a los hambrientos es un imperativo ético para la Iglesia universal. […] El derecho a la alimentación y al agua tiene un papel importante para conseguir otros derechos. […] Por tanto, es necesario que madure una conciencia solidaria que considere la alimentación y el acceso al agua como derechos universales de todos los seres humanos, sin distinciones ni discriminaciones» (n. 27).
No olvidemos las palabras de Jesús: «Yo soy el pan de Vida» (Jn 6,35) y «El que tenga sed, que venga a mí» (Jn 7,37). Estas palabras son para todos nosotros creyentes una provocación, una provocación a reconocer que, a través del dar de comer al hambriento y de dar de beber al sediento, nos estamos jugando una auténtica relación con Dios, un Dios que ha revelado en Jesús su rostro de misericordia. Es tiempo de misericordia, ¿te atreves a recibirla y a ofrecerla? ¡Jesús Misericordioso te bendiga y la Virgen Santa te cuide! Amén.
Hemos meditado sobre el actuar del Padre en el Antiguo Testamento y después, a través de los pasajes evangélicos, hemos visto cómo Jesús, en sus palabras y en sus gestos, es la encarnación de la Misericordia. Él, a su vez, ha enseñado a sus discípulos: “Sed misericordiosos como el Padre” (Lc 6,36).
Éste es un compromiso que interpela la conciencia y la acción de cada cristiano. De hecho, no basta con experimentar la misericordia de Dios en la propia vida; es necesario que quien la recibe se convierta también en signo e instrumento para los otros. La misericordia, además, no está reservada solo a los momentos particulares, sino que abraza toda nuestra existencia cotidiana.
Entonces, ¿cómo podemos ser testigos de la misericordia? No pensemos que se trata de cumplir grandes esfuerzos o gestos sobrehumanos. No, no es así. El Señor nos indica un camino mucho más sencillo, hecho de pequeños gestos pero que a sus ojos tienen un gran valor, a tal punto que nos ha dicho que seremos juzgados por los gestos.
De hecho, una de las páginas más bonitas del Evangelio de Mateo nos lleva a la enseñanza que podemos considerar de alguna manera como el “testamento de Jesús” por parte del evangelista, que experimentó directamente en sí la acción de la Misericordia.
Jesús dice que cada vez que damos de comer a quien tiene hambre y de beber a quien tiene sed, que vestimos a una persona desnuda y acogemos a un forastero, que visitamos a un enfermo o a un preso, lo hacemos a Él (cfr Mt 25,31-46). La Iglesia ha llamado estos gestos “obras de misericordia corporal” porque socorren a las personas en sus necesidades materiales.
Hay también otras siete obras de misericordia llamadas “espirituales”, que se refieren a otras exigencias humanas importantes, sobre todo hoy, porque tocan la intimidad de las personas y a menudo hacen sufrir más.
Son cosas de todos los días, ante las cuales podemos objetar: “pero yo también estoy dolido, ya Dios te ayudará, ahora no tengo tiempo”. No. Me paro, escucho, pierdo el tiempo y consuelo. Ese es un gesto de misericordia. Y esto no se hace solo a esa persona concreta, se hace a Jesús.
Es tiempo de misericordia, ¿te atreves a recibirla y a ofrecerla? ¡Jesús Misericordioso te bendiga y la Virgen Santa te cuide! Amén.
Hola amigos: es tiempo de misericordia, y por muchos aspectos, -como nos enseña el papa Francisco en sus catequesis sobre la Misericordia Divina- la oración del Santo Rosario a la Virgen Santísima es la síntesis de la historia de la misericordia de Dios que se transforma en historia de salvación para quienes se dejan plasmar por la gracia.
Los misterios que contemplamos son gestos concretos en los que se desarrolla la actuación misericordiosa de Dios para con nosotros. Por medio de la plegaria y de la meditación de la vida de Jesucristo, volvemos a ver su rostro misericordioso que sale al encuentro de todos en las diversas necesidades de la vida. María nos acompaña en este camino, indicando al Hijo que irradia la misericordia misma del Padre.
Ella es en verdad la Madre que muestra el camino que estamos llamados a recorrer para ser verdaderos discípulos de Jesús. En cada misterio del Rosario la sentimos cercana a nosotros y la contemplamos como la primera discípula de su Hijo, la que cumple la voluntad del Padre.
La oración del Rosario no nos aleja de las preocupaciones de la vida; por el contrario, nos pide encarnarnos en la historia de todos los días para saber reconocer en medio de nosotros los signos de la presencia de Cristo. Cada vez que contemplamos un momento, un misterio de la vida de Cristo, estamos invitados a comprender de qué modo Dios entra en nuestra vida, para luego acogerlo y seguirlo.
Descubrimos así el camino que nos lleva a seguir a Cristo en el servicio a los hermanos. Cuando acogemos y asimilamos dentro de nosotros algunos acontecimientos destacados de la vida de Jesús, participamos de su obra de evangelización para que el Reino de Dios crezca y se difunda en el mundo.
Somos discípulos, pero también somos misioneros y portadores de Cristo. Por tanto, no podemos encerrar el don de su presencia dentro de nosotros. Por el contrario, estamos llamados a hacer partícipes a todos de su amor, su ternura, su bondad y su misericordia. Es la alegría del compartir que no se detiene ante nada.
María nos permite comprender lo que significa ser discípulo de Cristo. Ella fue elegida desde siempre para ser la Madre, aprendió a ser discípula. Su primer acto fue ponerse a la escucha de Dios. Obedeció al anuncio del Ángel y abrió su corazón para acoger el misterio de la maternidad divina.
Sin embargo, no basta sólo escuchar. Esto es sin duda el primer paso, pero después lo que se ha escuchado es necesario traducirlo en acciones concretas. El discípulo, en efecto, entrega su vida al servicio del Evangelio de la Misericordia. Es tiempo de misericordia, ¿te atreves a recibirla y a ofrecerla? ¡Jesús Misericordioso te bendiga y la Virgen Santa te cuide! Amén.