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Jesús nos recuerda a sus discípulos que para tener relaciones fraternas es necesario suspender juicios y condenas. De hecho, es el perdón el pilar que sostiene la vida de la comunidad cristiana, porque en el se manifiesta la gratuidad del amor con el cual Dios nos ha amado primero.
¡El cristiano debe perdonar! Pero ¿Por qué? Porque ha sido perdonado. Todos nosotros hemos sido perdonados. No hay ninguno de nosotros, que en su vida, no haya tenido necesidad del perdón de Dios. Y porque nosotros hemos sido perdonados, debemos perdonar.
Y lo recitamos todos los días en el Padre Nuestro: “Perdona nuestros pecados; perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Es decir, perdonar las ofensas, perdonar tantas cosas, porque nosotros hemos sido perdonados de tantas ofensas, de tantos pecados.
Y así es fácil perdonar. Si Dios me ha perdonado, ¿por qué no debo perdonar a los demás? ¿Soy más grande que Dios? ¿Entendemos esto?
A su Iglesia, a nosotros, Jesús nos indica también un segundo pilar: “dad”. Perdonar es el primer pilar; dar es el segundo pilar. «Dad, y se os dará […] con la medida con que midáis se os medirá» (v. 38).
Dios da muy por encima de nuestros méritos, pero será todavía más generoso con cuantos aquí en la tierra serán generosos. Jesús no dice que cosa sucederá a quienes no dan, pero la imagen de la “medida” constituye una exhortación: con la medida del amor que damos, planteamos nosotros mismos cómo seremos juzgados, como seremos amados.
Si observamos bien, existe una lógica coherente: ¡en la medida con la cual se recibe de Dios, se da al hermano, y en la medida con la cual se da al hermano, se recibe de Dios!
Tenemos que perdonar, ser misericordiosos, vivir nuestra vida en el amor y en el dar. Este amor permite a los discípulos de Jesús no perder la identidad recibida de Él, y de reconocerse como hijos del mismo Padre. En el amor que practiquemos en la vida se refleja así aquella Misericordia que no tendrá jamás fin (Cfr. 1 Cor 13,1-12).
Es tiempo de misericordia, ¿te atreves a recibirla y a ofrecerla? ¡Jesús Misericordioso te bendiga y la Virgen Santa te cuide! Amén.
Hola amigos: es tiempo de misericordia, y en los Santos Evangelios encontramos el fundamento de este tiempo. Es del pasaje del Evangelio de Lucas, 6, 36-38 del cual se ha tomado el lema de este Año santo extraordinario: Misericordiosos como el Padre. La expresión completa es: «Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso» (v. 36). No se trata de un slogan, sino de un compromiso de vida.
Para comprender bien esta expresión, podemos confrontarla con aquella paralela del Evangelio de Mateo, donde Jesús dice: «Por lo tanto, sed perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo» (5,48).
Nos enseña el papa Francisco en sus catequesis sobre la Misericordia, que en el discurso de la montaña, que inicia con las Bienaventuranzas, el Señor enseña que la perfección consiste en el amor, en el cumplimiento de todos los preceptos de la Ley.
En esta misma perspectiva, San Lucas precisa que la perfección es el amor misericordioso: ser perfectos significa ser misericordiosos. ¿Una persona que no es misericordiosa es perfecta? ¡No! ¿Una persona que no es misericordiosa es buena? ¡No! La bondad y la perfección radican en la misericordia.
Seguro, Dios es perfecto. Entretanto si solamente lo consideramos así, se hace imposible para los hombres alcanzar esta absoluta perfección. En cambio, tenerlo ante los ojos también como misericordioso, nos permite comprender mejor en que consiste su perfección y nos impulsa a ser como Él, llenos de amor, compasión y misericordia.
Pero me pregunto: ¿Las palabras de Jesús son reales? ¿Es de verdad posible amar como ama Dios y ser misericordiosos como Él? Si miramos la historia de la salvación, vemos que toda la revelación de Dios es un incesante e inagotable amor de los hombres: Dios es como un padre o como una madre que ama con un amor infinito y lo derrama con abundancia sobre toda criatura.
La muerte de Jesús es el culmen de la historia de amor de Dios con el hombre. Un amor tan grande que solo Dios lo puede realizar. Es evidente que, relacionado con este amor que no tiene medidas, nuestro amor siempre será imperfecto.
Pero, ¡cuando Jesús nos pide ser misericordiosos como el Padre, no piensa en la cantidad! Él pide a sus discípulos convertirse en signo, canales, testigos de su misericordia. Y la Iglesia no puede dejar de ser sacramento de la misericordia de Dios en el mundo, en todos los tiempos y hacia toda la humanidad. Todo cristiano, por lo tanto, está llamado a ser testigo de la misericordia, y esto sucede en el camino a la santidad.
Es tiempo de misericordia, ¿te atreves a recibirla y a ofrecerla? ¡Jesús Misericordioso te bendiga y la Virgen Santa te cuide! Amén.
Hola amigos: es tiempo de misericordia, y durante este Jubileo hemos reflexionado muchas veces sobre el hecho que Jesús se expresa con una ternura única, signo de la presencia y de la bondad de Dios.
En una de sus catequesis sobre la Misericordia de Dios el papa Francisco nos propone detenernos en un pasaje conmovedor del Evangelio (Cfr. Mt 11,28-30), en el cual Jesús dice: «Venid a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. […] Aprended de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio» (vv. 28-29).
La invitación del Señor es sorprendente: llama a seguirlo a personas sencillas y oprimidas por una vida difícil, llama a seguirlo a personas que tienen muchas necesidades y les promete que en Él encontraran descanso y alivio.
La invitación es dirigida en forma imperativa: «venid a mí», «tomad mi yugo», y «aprended de mí». Tratemos de profundizar en el significado de estas expresiones.
El primer imperativo es «Venid a mí», dirigiéndose a aquellos que están cansados y oprimidos. Se trata de cuantos no pueden contar sobre sus propios medios, ni sobre amistades importantes. Ellos sólo pueden confiar en Dios.
Conscientes de la propia, humilde y mísera condición, saben que dependen y esperan de la misericordia del Señor. De esta manera, convirtiéndose en sus discípulos reciben la promesa de encontrar consolación para toda la vida.
El segundo imperativo dice: «Tomad mi yugo». En el contexto de la Alianza, la tradición bíblica utiliza la imagen del yugo para indicar el estrecho vínculo que une el pueblo a Dios y, de consecuencia, la obediencia a su voluntad expresada en la Ley.
Recibiendo el “yugo de Jesús” todo discípulo entra así en comunión con Él y es hecho participe del misterio de su cruz y de su destino de salvación.
Sigue el tercer imperativo: «Aprended de mí». A sus discípulos Jesús presenta un camino de conocimiento y de imitación. Jesús no es un maestro que con severidad impone a otros cargas que Él no lleva.
Él se dirige a los humildes, a los pequeños, a los pobres, a los necesitados porque Él mismo se ha hecho pequeño y humilde, y experimentó sus mismos dolores.
¿Qué vamos a responder a la triple invitación de Jesús Misericordioso?: «Venid a mí», «Tomad mi yugo», «Aprended de mí».
Es tiempo de misericordia, ¿te atreves a recibirla y a ofrecerla? ¡Jesús Misericordioso te bendiga y la Virgen Santa te cuide! Amén.
Hola amigos: es tiempo de misericordia, y como nos enseña el papa Francisco: “El amor de Dios nos sale al encuentro, como un río en crecida que nos arrolla pero sin aniquilarnos; más bien, es condición de vida”, y “cuanto más nos dejamos involucrar por este amor, tanto más se regenera nuestra vida”.
“No se puede mirar para otro lado y dar la espalda para no ver tantas formas de pobreza que piden misericordia”, “no sería digno de la Iglesia ni de un cristiano «pasar de largo» y pretender tener la conciencia tranquila sólo porque se ha rezado”.
La misericordia de Dios no es “una idea bonita” sino una acción concreta, y “la misericordia humana no será auténtica hasta que no se concrete en el actuar diario”, en los gestos cotidianos que “hacen visible la acción de Dios en medio de nosotros”.
Entre las realidades más hermosas de la Iglesia se encuentran las obras de caridad en el servicio que cada día, casi siempre de forma silenciosa y oculta, dando forma y visibilidad a la misericordia.
Los que viven para servir, manifiestan uno de los deseos más hermosos del corazón del hombre: hacer que una persona que sufre se sienta amada, y que cuando uno sirve de esta manera es la mano de Cristo que llega a todos.
“La credibilidad de la Iglesia pasa también de manera convincente a través de su servicio a los niños abandonados, los enfermos, los pobres sin comida ni trabajo, los ancianos, los sin techo, los prisioneros, los refugiados y los emigrantes, así como a todos aquellos que han sido golpeados por las catástrofes naturales”. “Dondequiera que haya una petición de auxilio, allí debe llegar el cristiano con su testimonio activo y desinteresado”.
Por tanto, debemos ser siempre diligentes en la solidaridad, fuertes en la cercanía, solícitos en generar alegría y convincentes en el consuelo. “El mundo tiene necesidad de signos concretos de solidaridad, sobre todo ante la tentación de la indiferencia”.
Estemos siempre contentos y llenos de alegría por servir, pero no dejemos que nunca sea motivo de presunción que nos lleve a sentirnos mejores que los demás”, “por el contrario, nuestra obras de misericordia sean la humilde y elocuente prolongación de Jesucristo que sigue inclinándose y haciéndose cargo de quien sufre”.
Pidamos ser instrumentos humildes en las manos de Dios para aliviar el sufrimiento del mundo, y dar la alegría y la esperanza de la resurrección.
Es tiempo de misericordia, ¿te atreves a recibirla y a ofrecerla? ¡Jesús Misericordioso te bendiga y la Virgen Santa te cuide! Amén.
Con su misericordia, el Señor acompaña el camino de los patriarcas, les dona hijos a pesar de la condición de esterilidad, les conduce por caminos de gracia y de reconciliación, como muestra la historia de José y sus hermanos (cfr Gen 37-50).
Y podemos pensar, por ejemplo, en tantos hermanos que están alejados en su familia y no se hablan. Pero este Año de la Misericordia es una buena ocasión para reencontrarse, abrazarse y perdonarse, y olvidar las cosas malas que han hecho mucho daño.
La misericordia de Dios actúa siempre para salvar. Es todo lo contrario de aquellos que actúan siempre para matar. El Señor, mediante su siervo Moisés, guía a Israel como si fuera un hijo, lo educa en la fe y realiza la alianza con él, creando una relación de amor fuerte, como el del padre con el hijo y el del esposo con la esposa.
A tanto llega la misericordia divina. Dios propone una relación de amor particular, exclusiva, privilegiada. Cuando da instrucciones a Moisés a cerca de la alianza, dice:
«Ahora, si escuchan mi voz y observan mi alianza, serán mi propiedad exclusiva entre todos los pueblos, porque toda la tierra me pertenece. Ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación que me está consagrada» (Ex 19,5-6).
Cierto, Dios posee ya toda la tierra porque la ha creado; pero el pueblo se convierte para Él en una posesión especial: es su personal “reserva de oro y plata” como aquella que el rey David afirmaba haber donado para la construcción del Templo.
Por lo tanto, en esto nos convertimos para Dios acogiendo su alianza y dejándonos salvar por Él. La misericordia del Señor hace al hombre precioso, como una riqueza personal que le pertenece, que Él custodia y en la cual se complace.
Son estas las maravillas de la misericordia divina, que llega a pleno cumplimiento en el Señor Jesús, en esa “nueva y eterna alianza” consumada con su sangre, que con el perdón destruye nuestro pecado y nos hace definitivamente hijos de Dios.
Y si nosotros somos hijos de Dios, tenemos la posibilidad de tener esta herencia – aquella de la bondad y de la misericordia – en relación con los demás.
Pidamos al Señor que en este Año de la Misericordia también nosotros hagamos cosas de misericordia; abramos nuestro corazón para llegar a todos con las obras de misericordia, la herencia misericordiosa que Dios Padre ha tenido con nosotros.
Es tiempo de misericordia, ¿te atreves a recibirla y a ofrecerla? ¡Jesús Misericordioso te bendiga y la Virgen Santa te cuide! Amén.