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¡Hola familia querida!, nos encontramos nuevamente para seguir dialogando en la fe con san Juan Pablo II, quien nos decía en el programa anterior que “Habéis sido llamados para sentir dentro de vosotros y vivir con todas las consecuencias el lema de San Pablo, que se os convierte en examen cotidiano: «¡Ay de mí si nο evangelizare!”. Hoy le preguntamos ¿Cuál es el sentido humano y sobrenatural del trabajo? Le escuchamos:
“¡Mi gozo ha sido siempre grande al encontrarme entre personas que comparten la condición común de trabajadores! ¡Con toda franqueza os puedo decir que me he sentido especialmente cercano al mundo del trabajo, es más, me he considerado uno de vosotros! Todo eso lo llevo en el corazón.
Alguna vez he dicho que aquellos años como obrero, en la cantera de una empresa química, fueron para mí una nueva lección sobre el Evangelio. Es verdad, porque en aquel ambiente, en aquella época de esfuerzo laboral, me fue dado comprobar la profunda relación de solidaridad existente entre el Evangelio y la problemática de la actividad humana en nuestros tiempos.
No es una nueva constatación teórica; es una gozosa realidad humana y cristiana que la Iglesia, tiene la grave responsabilidad de difundir, para que sea conocida y vivida por los hombres y mujeres del mundo laboral. En este día os animo a que cada uno, cada una, hagáis “el esfuerzo interior del espíritu, con el fin de dar a vuestra labor el significado que tiene a los ojos de Dios” (Laborem exercens, 24).
El trabajo es como una “vocación” o llamado que eleva al hombre a ser partícipe de la acción creadora de Dios. Es el medio que Dios ofrece al hombre para “someter” la tierra, descubrir sus secretos, transformarla, gozarla y de este modo, enriquecer su propia personalidad. Su modelo será Cristo, el Redentor del hombre, el cual, no habiendo desdeñado pasar una gran parte de su existencia en el taller de un artesano, rescató el esfuerzo y la dignidad del trabajo, transformándolo para siempre en instrumento de redención.
Es cierto que el mundo laboral presenta graves motivos de preocupación. Los conozco bien. Pero no es menos cierto que tales motivos no deben llevaros al derrotismo, a la pasividad, a la falta de esperanza. Nuestra fe católica nos da motivos suficientes para no desesperar jamás, por difícil y dura que pueda parecer cualquier situación.”
Hasta aquí sus palabras amigas que resuenan desde la eternidad hacia lo más profundo de nuestro corazón. “El trabajo es como una “vocación” o llamado que eleva al hombre a ser partícipe de la acción creadora de Dios”. Nos encomendamos a tu intercesión querido papa santo y nos encontramos la semana que viene para seguir dialogando contigo en la fe: san Juan Pablo II. ¡Bendiciones!
¡Hola familia querida!, nos encontramos nuevamente para seguir dialogando en la fe con san Juan Pablo II, quien nos decía en el programa anterior que “Somos totalmente de Dios, con la alegría de prolongar, cada uno según su propia vocación, la presencia, la palabra, el sacrificio y la acción salvífica de Cristo”. Hoy le preguntamos ¿Cuál debe ser el espíritu que anime nuestro apostolado? Le escuchamos:
“Vivid en la esperanza, sin dejaros vencer por el desaliento, por el cansancio, por las críticas. Es el Señor quien está con vosotros, pues os eligió como instrumentos suyos para que deis mucho fruto y vuestro fruto perdure (cf. Jn 15, 16).
Cuantos trabajáis como «agentes de pastoral» encontraréis sin duda en la catequesis un campo concreto de acción evangelizadora para la renovación eclesial. Una catequesis bien orientada es la base para una vida sacramental, personal, familiar y social, pues toda acción apostólica y especialmente la catequesis está «abierta al dinamismo misionero de la Iglesia» (Catechesi Tradendae, 24).
A todos os invito a trabajar juntos para una evangelización permanente. ¡Iglesia de Cristo! «Levántate y resplandece, porque ha llegadο tu luz, y la gloría del Señor alborea sobre ti» (cf. Is 60, 1).
El Señor se manifiesta en su misterio de la cruz y de la resurrección; El resplandecerá con la luz de la verdad para llamar a todos los pueblos con la fuerza del Espíritu: «Los pueblos caminarán a tu luz» (Ibíd., 60, 3).
¡Cómo pido a Dios que la Iglesia camine en la luz de Cristo! ¡Caminad firme, decididamente; el Señor os tiene de la mano y os iluminará con su luz! (Sal 91, 12).
Cuando las sociedades de la abundancia y del consumo atraviesan una grave crisis de valores del espíritu, la Iglesia fiel a Cristo, podrá ser luz que ilumine al mundo para que camine por el sendero de las virtudes humanas y cristianas, que son el verdadero fundamento de la sociedad, de la familia y de la paz.
De ahí vuestro compromiso evangelizador; vuestra misión de ser luz para iluminar a quienes están en tinieblas. Habéis sido llamados para sentir dentro de vosotros y vivir con todas las consecuencias el lema de San Pablo, que se os convierte en examen cotidiano: «¡Ay de mí si nο evangelizare!» (1Co 9, 16).
Hasta aquí sus palabras amigas que resuenan desde la eternidad hacia lo más profundo de nuestro corazón. “Habéis sido llamados para sentir dentro de vosotros y vivir con todas las consecuencias el lema de San Pablo, que se os convierte en examen cotidiano: «¡Ay de mí si nο evangelizare!”. Nos encomendamos a tu intercesión querido papa santo y nos encontramos la semana que viene para seguir dialogando contigo en la fe: san Juan Pablo II. ¡Bendiciones!
¡Hola familia querida!, nos encontramos nuevamente para seguir dialogando en la fe con san Juan Pablo II, quien nos decía en el programa anterior que “En Cristo, y con la fuerza del Espíritu Santo, nos convertidos en auténticos evangelizadores, en sus apóstoles de hoy”. Hoy le preguntamos ¿Por qué el cristiano es totalmente de Dios? Le escuchamos:
“Todos nosotros, sacerdotes, personas consagradas, agentes de pastoral, somos totalmente suyos, con la alegría de prolongar, cada uno según su propia vocación, la presencia, la palabra, el sacrificio y la acción salvífica de Cristo, vencedor del pecado y de la muerte.
Somos totalmente suyos por el bautismo, que nos configura sacramentalmente con la muerte y resurrección del Señor, para dar así comienzo a una vida nueva por la que Cristo recupera y entrega al Padre toda nuestra existencia en novedad de vida.
Por el hecho de ser bautizados, somos ya llamados a ser santos, puesto que «todos los fieles», de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad (Lumen gentium, 40)
Somos totalmente suyos por la misión que Él ha confiado a los Apóstoles y a toda la Iglesia. A esta misión «merece que el apóstol le dedique todo su tiempo, todas sus energías y que, sí es necesario, le consagre su propia vida» (Evangelii nuntiandi, 5).
Somos totalmente suyos por la ordenación sacerdotal que nos capacita sacramentalmente para representar a Cristo, Cabeza de su Cuerpo místico, y servir así a todos los fieles en su nombre y con su autoridad. El hecho de haber recibido el sacramento del orden, requiere por nuestra parte una profunda identificación con Cristo y con los misterios de nuestra fe, de los cuales somos dispensadores.
Somos totalmente suyos por la consagración religiosa y por la práctica permanente de los consejos evangélicos, que radicando en aquella recuperación y entrega al Padre que el sacramento del bautismo plasmó en cada uno de nosotros, imprime en nuestro ser una semejanza y configuración con Cristo muerto y resucitado.”
Hasta aquí sus palabras amigas que resuenan desde la eternidad hacia lo más profundo de nuestro corazón. “Somos totalmente suyos, con la alegría de prolongar, cada uno según su propia vocación, la presencia, la palabra, el sacrificio y la acción salvífica de Cristo”. Nos encomendamos a tu intercesión querido papa santo y nos encontramos la semana que viene para seguir dialogando contigo en la fe: san Juan Pablo II. ¡Bendiciones!
¡Hola familia querida!, nos encontramos nuevamente para seguir dialogando en la fe con san Juan Pablo II, quien nos decía en el programa anterior “Sólo el apóstol que esté enamorado de estos ideales de perfección, sabrá afrontar todas las dificultades transformándolas en un seguimiento más radical de Cristo y en una entrega pastoral más decidida”. Hoy le preguntamos ¿Cuál es el fundamento de todo apostolado de la Iglesia? Le escuchamos:
“Cristo, es la fuente de todo apostolado. Gracias a que Él ha vencido el pecado con el sacrificio de la cruz, en una «oblación del amor supremo, que supera el mal de todos los pecados de los hombres» (Dominum et Vivificantem, 31). Así, ha vencido, pues, por medio de la obediencia al Padre hasta la muerte, transformada ya en misterio pascual de resurrección (cf. Flp 2, 8-11).
Esta superación del pecado por medio del amor es un nuevo inicio del «restituir» a Dios todas las cosas y toda la humanidad como cosa suya. El hombre como persona y la humanidad entera pueden en Cristo, hacer de la propia existencia una donación a Dios y a los demás.
Es doloroso reconocer que el propio pecado ha crucificado a Cristo que vive en el hermano; pero es consolador encontrarse con Cristo crucificado que muere amando para destruir el pecado y restaurar al hombre. Ese hombre perdonado y restaurado, como San Pablo o San Agustín es quien mejor puede anunciar a todos el perdón y la reconciliación.
¿No es verdad que en esta perspectiva tan grandiosa del Evangelio, se reaviva la esperanza cristiana, que sabe construir la paz anunciando a todos el perdón y la reconciliación en el gozo de Cristo resucitado?
Jesucristo es el Hijo de Dios que hα sellado para siempre una Alianza de amor entre Dios y los hombres. «Él puso su morada entre nosotros » (cf. Jn 1, 14), y compartió nuestra misma existencia, hasta el punto de hacer de su muerte sacrificial la fuente de una nueva vida para todos los hombres (cf. Ibíd., 7, 38-29).
Por Cristo y en la vida nueva del Espíritu, el hombre ya puede ser restituido a la Trinidad Santísima, pues de su cruz viene la fuerza de la redención (Dominum et Vivificantem, 14). Por tanto, en Cristo, y con la fuerza del Espíritu Santo, nos convertidos en auténticos evangelizadores, en sus apóstoles de hoy.”
Hasta aquí sus palabras amigas que resuenan desde la eternidad hacia lo más profundo de nuestro corazón. “Por tanto, en Cristo, y con la fuerza del espíritu Santo, nos convertidos en auténticos evangelizadores, en sus apóstoles de hoy”. Nos encomendamos a tu intercesión querido papa santo y nos encontramos la semana que viene para seguir dialogando contigo en la fe: san Juan Pablo II. ¡Bendiciones!
¡Hola familia querida!, nos encontramos nuevamente para seguir diálogando en la fe con san Juan Pablo II, quien nos decía en el programa anterior “Los hijos de Dios saben hallar en la Virgen la guía y el modelo seguro para seguir a Jesús”. Hoy le preguntamos ¿Cómo debe ser un auténtico apostolado? Le escuchamos:
“Desde el día de la Encarnación, Jesús, comenzó su obra de redimir todo cuanto estaba caído a causa del pecado, y entregarlo al Padre como nueva creación. Jesús, «con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre» (Gaudium et spes, 22.) y lo ha transformado en una nueva creatura por la filiación divina de la que El mismo nos hace partícipes.
Verdaderamente el Padre ha enviado a su Hijo al mundo para que nosotros, unidos a El y transformados en El, podamos restituir a Dios el mismo don de amor que El nos concede: «De tal manera amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en El tenga la vida eterna» (Jn 3, 16).
A partir de esa donación de amor, podemos comprender mejor y hacer realidad en nosotros la vida eterna de Dios, que consiste en participar de la donación total y eterna del Hijo al Padre en el amor del Espíritu Santo.
He querido recordares estos ideales cristianos para reavivar en vuestra mente y en vuestro corazón el objetivo final y grandioso de toda evangelización. Sólo el apóstol que esté enamorado de estos ideales de perfección, sabrá afrontar todas las dificultades transformándolas en un seguimiento más radical de Cristo y en una entrega pastoral más decidida.
Pero hay un obstáculo en el corazón de cada hombre, que impide este proceso de unidad interior y de armonía con toda la creación: el pecado, la ruptura con Dios, la enemistad con el hermano. Vivimos en una sociedad que, a veces, parece haber perdido la conciencia del pecado, precisamente porque ha perdido el sentido de los valores del espíritu que han de animar cualquier auténtico humanismo.
El hombre, salido de las manos del Creador, sólo hallará su realización plena cuando en su mente y en su conducta, se asimile a su condición de «imagen y semejanza de Dios» (cf. Gen 1, 26). El pecado, es la destrucción del don de Dios que, mediante Cristo Salvador, se nos entrega en el Espíritu.”
Hasta aquí sus palabras amigas que resuenan desde la eternidad hacia lo más profundo de nuestro corazón. “Sólo el apóstol que esté enamorado de estos ideales de perfección, sabrá afrontar todas las dificultades transformándolas en un seguimiento más radical de Cristo y en una entrega pastoral más decidida”. Nos encomendamos a tu intercesión querido papa santo y nos encontramos la semana que viene para seguir dialogando contigo en la fe: san Juan Pablo II. ¡Bendiciones!