Fiesta del Santisimo Cristo del Humilladero (Cadalso)

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FIESTA DEL SANTÍSIMO CRISTO DEL HUMILLADERO
Cadalso - 2005

En torno a la mesa del altar, en esta fiesta del Santísimo Cristo que tantas resonancias afectivas despierta en todos nosotros, especialmente en los que habéis nacido y vivido siempre en Cadalso, el Señor nos convoca y nos llama para estar con Él, para escuchar su Palabra, para manifestarle con gozo que queremos seguirle y para caminar con Él en el camino de la vida. Y nosotros hemos respondido a su llamada con nuestra presencia aquí, en un ambiente de fraternidad y de fiesta y queremos hoy acompañarle con nuestros cantos, con nuestra plegaria y con nuestra fe. En medio de la rutina diaria necesitamos estos momentos de expansión, de fiesta y de encuentro familiar para que Cristo desde la cruz nos recuerde las cosas esenciales de la vida y nos consuele en la tribulación. Contemplando el rostro del Señor, crucificado por amor, queremos hoy renovar nuestro deseo más íntimo de quitar de nosotros todo lo que estorba para el encuentro con Cristo, de acudir a los sacramentos, particularmente al sacramento de la reconciliación para recibir el perdón de los pecados, actualizar en nosotros la gracia bautismal y orientar nuestra vida definitivamente según la luz del Evangelio.

Celebramos esta fiesta del Santísimo Cristo en el marco litúrgico de la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz. En el oficio de lecturas leíamos esta mañana estas preciosas palabras de san Andrés de Creta: “Por la Cruz,cuya fiesta celebramos, fueron expulsadas las tinieblas y devuelta la luz. Celebramos hoy la fiesta de la cruz y, junto con el Crucificado, nos elevamos hacia lo alto, para, dejando abajo la tierra y el pecado, gozar de los bienes celestiales (...) Quien posee la cruz posee un tesoro. Y, al decir un tesoro, quiero significar con esta expresión a aquel que es, de nombre y de hecho el más excelente de todos los bienes, en el cual, por el cual, y para el cual culmina nuestra salvación y se nos restituye al estado de justicia original”

Este misterio de amor que es la cruz de Cristo, queridos hermanos de Cadalso, quiso el Señor anticiparlo, en la última cena, en el misterio eucarístico. En este año de la Eucaristía os invito especialmente a contemplar el rostro de Cristo en el pan y en el vino consagrados, donde el Señor ha querido permanecer con nosotros, acompañando y dando unidad a su Iglesia hasta el final de los tiempos.

Hace pocas semanas más de setecientos jóvenes de la diócesis de Getafe, peregrinaba a al ciudad alemana de Colonia para participar con el Papa Benedicto XVI en la vigésima Jornada mundial de la Juventud. Ha sido un acontecimiento eclesial y social de una gran magnitud. Era verdaderamente sorprendente ver invadidas de jóvenes, venidos de todos los continentes, las calles de Colonia y de las ciudades cercanas de Bön y Dusseldorf, acamando a Jesucristo y vitoreando al Papa. La autoridades y las fuerzas de orden público estaban verdaderamente sorprendidas al ver aquellas inmensas riadas de jóvenes, sin ningún altercado, sin ninguna violencia, sin alcohol y sin drogas, en un clima de fiesta, de paz y de alegría, con banderas de todos los países, con chicos y chicas de todas las razas, sintiéndose felices de pertenecer a la Iglesia y proclamando con su alegría y con sus cantos el inmenso gozo que brota del evangelio. Allí, verdaderamente estaba Jesucristo. En esos jóvenes se percibía la belleza de la vida cristiana y la esperanza de una nueva humanidad llena de amor a Dios y de respeto a la dignidad del ser humano.

El domingo 21 de Agosto un gran multitud de jóvenes, que posiblemente superaba el millón, en la gran explanada de Marienfeld participaba con un admirable respeto en la Eucaristía presidida por el Papa y escuchaba con un impresionante silencio las palabras del Santo Padre en su homilía. Y el Papa les hablaba de la Eucaristía. Y les invitaba a dejarse transformar por el Señor. Y les animaba a entrar en la “hora” de Jesús. Esa “hora” en la que Jesús, “habiendo amado a los suyos que estaban en le mundo los amó hasta el extremo”. Y les exhortaba a dejarse arrastrar por esa dinámica transformadora del amor, para ser constructores de una humanidad nueva.

En esta fiesta del Santísimo Cristo quiero compartir con vosotros las palabras que sobre la Eucaristía el Papa dirigía los jóvenes, para que nosotros, con el ejemplo de nuestra fe seamos para ellos un verdadero modelo de vida cristiana.

¿Qué significa la Eucaristía? ¿Qué está realmente sucediendo cuando celebramos la Eucaristía?. “Haciendo del pan su Cuerpo y del vino su sangre – decía el Papa a los jóvenes - Jesús anticipa su muerte en la cruz y la transforma en un acto de amor. Lo que desde el exterior es violencia brutal, desde el interior se transforma en un acto de un amor que se entrega totalmente. Esta es la transformación sustancial que se realizó en el Cenáculo y que estaba destinada a suscitar un proceso de transformaciones cuyo último fin es la transformación del mundo hasta que Dios sea todo en todos. Desde siempre todos los hombres esperan en
su corazón, de algún modo, una transformación del mundo. Este es, ahora, el acto central de transformación capaz de renovar verdaderamente el mundo”

Queridos hermanos, pidamos hoy, en esta fiesta, al Señor, que nos ayude a comprender, y que ayude a comprender a aquellos jóvenes que escuchaban atentamente al Papa, toda la fuerza transformadora que encierra el Misterio Eucarístico. En la Eucaristía el odio se transforma en amor y la muerte se transforma en vida. La Eucaristía significa la victoria del amor sobre todo tipo de destrucción, de violencia o de muerte. La Eucaristía nos introduce en el reino de la libertad y de la vida. Es, como decía el Papa “una explosión del bien que vence al mal” y que es capaz de suscitar toda una cadena de transformaciones que cambiarán el mundo. Esto es la redención. Y nosotros podemos entrar en ese dinamismo de la redención. El Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos dan para que nosotros mismos seamos transformados y para que nos comprometamos en ese proceso de transformación del mundo por la fuerza del amor.

Vivimos momentos en nuestra sociedad y en nuestra cultura especialmente delicados. Hay valores esenciales que, bajo la capa de un falso progreso, están siendo claramente vulnerados: el valor y el respeto a la vida y a la dignidad de la persona humana, desde el momento mismo en que es concebida hasta su muerte natural; el valor de la familia como ese ámbito sagrado en el que, fruto del amor estable y fecundo de un hombre y de una mujer, de un padre y de una madre, el ser humano nace a la vida y crece y es educado en un clima de ternura y de acogida; y el valor de la libertad: una libertad entendida como esa capacidad del hombre para orientar su vida, no hacia el mal que le destruye sino hacia el bien, hacia la verdad, hacia la belleza y hacia todo aquello que le dignifica como persona y que le conduce a la felicidad; una libertad que tiene, entre sus
manifestaciones más importantes, el derecho y la obligación de los padres de educar a sus hijos según sus propias convicciones religiosas y morales y que ha de ser protegido por las leyes, según establece nuestra Constitución, reconociendo el valor de la clase de religión en todos los centros de enseñanza y la posibilidad de que los padres puedan llevar a sus hijos, en igualdad de condiciones y sin ningún tipo de discriminación, a aquellos centros cuyo ideario sea más conforme con esas convicciones.

La Eucaristía nos empuja a un modo de vivir, activo, dinámico y transformador. Vivir la Eucaristía es entrar en el plan de Dios. La Eucaristía es acción de gracias, alabanza, bendición y transformación a partir del Señor. La Eucaristía debe llegar a ser el centro de nuestra vida. Y especialmente la Eucaristía del domingo que es el día del Señor. No perdamos nunca el sentido del domingo como el día del Señor. El día en que Jesucristo, venciendo la muerte salió del sepulcro. El día de la nueva creación.

Y, en torno al domingo, tal como decía el Papa en Colonia a los jóvenes, construyamos comunidades vivas. Quien ha descubierto a Cristo siente en su corazón el deseo de llevar a otros hacia Él.. Quien ha descubierto a Cristo siente tal alegría que no puede guardársela para sí mismo. Siente la necesidad de transmitirla a los demás. Construyamos, en torno a la Eucaristía, comunidades cristianas que vivan el mandamiento del amor, teniendo todos en ellos un solo corazón; comunidades cristianas con capacidad de perdón, con sensibilidad hacia las necesidades de los demás, comprometidas en su servicio al prójimo y siempre dispuestas a compartir sus bienes con los demás.

Acudamos hoy con mucha confianza al Señor para que nos alcance la gracia de sentir el gozo y la belleza de la vida cristiana, y para que, dejándonos transformar por Él, contribuyamos con nuestro esfuerzo en la construcción de un mundo en el que, respetando la pluralidad de razas y culturas, resplandezca la dignidad del hombre, imagen de Dios.

Que la cruz salvadora de Cristo nos llene de su luz y todos los días podamos decir como el apóstol Pablo: “”vivo yo, pero no soy yo es Cristo quien vive en mi. Y, mientras vivo en esta carne, vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mi” (Gal. 2,19 sig.)

Que la santísima Virgen, Madre del Redentor y Madre nuestra, que junto a la cruz de su Hijo permaneció obediente a la voluntad del Padre interceda por nosotros y nos conduzca a la gloria de la resurrección. Amen.

 

Fiesta de Santa Maria la Blanca

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FIESTA DE SANTA MARÍA LA BLANCA
Alcorcón-2005


En la fiesta litúrgica de la Natividad de la Santísima Virgen, honramos hoy también a nuestra Madre en su advocación, tan querida para este pueblo de Alcorcón, de Santa María la Blanca.

La Iglesia nos ofrece en el oficio de lecturas de este día, unas preciosas palabras de San Andrés de Creta que señalan el significado de esta celebración: “Convenía que la fulgurante y sorprendente venida del Hijo de Dios fuera precedida de algún hecho que nos preparara a recibir con gozo el gran don de la salvación. Y este es el significado de la fiesta que hoy celebramos, ya que el nacimiento de la Madre de Dios, es el comienzo de todo un cúmulo de bienes, comienzo que hallará su término y complemento en la unión del Verbo con la carne que le estaba destinada(...) Un doble beneficio nos aporta este hecho: nos conduce a la verdad y nos libera de una manera de vivir sujeta a la esclavitud de la letra de la ley”

Con toda razón llamamos a la Virgen en una de las letanías del Rosario: “Estrella de la mañana”. Ella es la estrella de la cual nació el sol. Verdaderamente ella es la estrella que anuncia a los hombres la llegada de un nuevo amanecer lleno de vida. Ella, acogiendo en su seno, al Hijo de Dios, ofrece a los hombres la vida eterna, el sol que no conoce el ocaso, Jesucristo Señor nuestro.

María nos pone en el camino de la verdad y continuamente nos repite aquellas mismas palabras que dijo a los sirvientes de las bodas de Caná: “haced lo que Él os diga”. Hoy volvemos a escuchar esas palabras. Y por eso, de la mano de María, en esta fiesta tan familiar y tan llena de resonancias afectivas, ponemos nuestros ojos en Jesús y de una manera muy especial, en este año de la Eucaristía, ponemos nuestros ojos en Jesucristo vivo y presente en el Misterio Eucarístico.

Hace pocas semanas un grupo numeroso de jóvenes de Alcorcón, junto con más de setecientos jóvenes de la diócesis de Getafe peregrinaba a al ciudad alemana de Colonia para participar con el Papa Benedicto XVI en la vigésima Jornada mundial de la Juventud. Ha sido un acontecimiento eclesial y social de una gran magnitud. Era verdaderamente sorprendente ver invadidas de jóvenes, venidos de todos los continentes, las calles de Colonia y de las ciudades cercanas de Bön y Dusseldorf, acamando a Jesucristo y vitoreando al Papa. La autoridades y las fuerzas de orden público estaban verdaderamente sorprendidas al ver aquellas inmensas riadas de jóvenes, sin ningún altercado, sin ninguna violencia, sin alcohol y sin drogas, en un clima de fiesta, de paz y de alegría, con banderas de todos los países, con chicos y chicas de todas las razas, sintiéndose felices de
pertenecer a la Iglesia y proclamando con su alegría y con sus cantos el inmenso gozo que brota del evangelio. Allí, verdaderamente estaba Jesucristo. En esos jóvenes se percibía la belleza de la vida cristiana y la esperanza de una nueva humanidad llena de amor a Dios y de respeto a la dignidad del ser humano.

El domingo 21 de Agosto un gran multitud de jóvenes, que posiblemente superaba el millón, en la gran explanada de Marienfeld participaba con un admirable respeto en la Eucaristía presidida por el Papa y escuchaba con un impresionante silencio las palabras del Santo Padre en su homilía. Y el Papa les hablaba de la Eucaristía. Y les invitaba a dejarse transformar por el Señor. Y les animaba a entrar en la “hora” de Jesús. Esa “hora” en la que Jesús, “habiendo amado a los suyos que estaban en le mundo los amó hasta el extremo”. Y les exhortaba a dejarse arrastrar por esa dinámica transformadora del amor, para ser constructores de una humanidad nueva.

En esta fiesta de María, pidiendo su intercesión y acogiéndonos a su protección maternal quiero compartir con vosotros las palabras que sobre la Eucaristía el Papa dirigía los jóvenes, para que nosotros, con el ejemplo de nuestra fe seamos para ellos un verdadero modelo de vida cristiana.

¿Qué significa la Eucaristía? ¿Qué está realmente sucediendo cuando celebramos la Eucaristía?. “Haciendo del pan su Cuerpo y del vino su sangre – decía el Papa a los jóvenes - Jesús anticipa su muerte en la cruz y la transforma en un acto de amor. Lo que desde el exterior es violencia brutal, desde el interior se transforma en un acto de un amor que se entrega totalmente. Esta es la transformación sustancial que se realizó en el Cenáculo y que estaba destinada a suscitar un proceso de transformaciones cuyo último fin es la transformación del mundo hasta que Dios sea todo en todos. Desde siempre todos los hombres esperan en
su corazón, de algún modo, una transformación del mundo. Este es, ahora, el acto central de transformación capaz de renovar verdaderamente el mundo”

Queridos hermanos, pidamos hoy, en su fiesta, a la Virgen María, que nos ayude a comprender, y que ayude a comprender a aquellos jóvenes que escuchaban atentamente al Papa, toda la fuerza transformadora que encierra el Misterio Eucarístico. En la Eucaristía el odio se transforma en amor y la muerte se transforma en vida. La Eucaristía significa la victoria del amor sobre todo tipo de destrucción, de violencia o de muerte. La Eucaristía nos introduce en el reino de la libertad y de la vida. Es, como decía el Papa “una explosión del bien que vence al mal” y que es capaz de suscitar toda una cadena de transformaciones que cambiarán el mundo.Esto es la redención. Y nosotros podemos entrar en ese dinamismo de la redención. El Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos dan para que nosotros mismos seamos transformados y para que nos comprometamos en ese proceso de transformación del mundo por la fuerza del amor.

Vivimos momentos en nuestra sociedad y en nuestra cultura especialmente delicados. Hay valores esenciales que, bajo la capa de un falso progreso, están siendo claramente vulnerados: el valor y el respeto a la vida y a la dignidad de la persona humana, desde el momento mismo en que es concebida hasta su muerte natural; el valor de la familia como ese ámbito sagrado en el que, fruto del amor estable y fecundo de un hombre y de una mujer, de un padre y de una madre, el ser humano nace a la vida y crece y es educado en un clima de ternura y de acogida; y el valor de la libertad: una libertad entendida como esa capacidad del hombre para orientar su vida, no hacia el mal que le destruye sino hacia el bien, hacia la verdad, hacia la belleza y hacia todo aquello que le dignifica como persona y que le conduce a la felicidad; una libertad que tiene, entre sus manifestaciones más importantes, el derecho y la obligación de los padres de educar a sus hijos según sus propias convicciones religiosas y morales y que ha de ser protegido por las leyes, según establece nuestra Constitución, reconociendo el valor de la clase de religión en todos los centros de enseñanza y la posibilidad de que los padres puedan llevar a sus hijos, en igualdad de condiciones y sin ningún tipo de discriminación, a aquellos centros cuyo ideario sea más conforme con esas convicciones.

La Eucaristía nos empuja a un modo de vivir, activo, dinámico y transformador. Vivir la Eucaristía es entrar, como la Virgen María en el plan de Dios. La Eucaristía es acción de gracias, alabanza, bendición y transformación a partir del Señor. La Eucaristía debe llegar a ser el centro de nuestra vida. Y especialmente la Eucaristía del domingo que es el día del Señor. No perdamos nunca el sentido del domingo como el día del Señor. El día en que Jesucristo, venciendo la muerte salió del sepulcro. El día de la nueva creación.

Y, en torno al domingo, tal como decía el Papa en Colonia a los jóvenes, construyamos comunidades vivas. Quien ha descubierto a Cristo siente en su corazón el deseo de llevar a otros hacia Él.. Quien ha descubierto a Cristo siente tal alegría que no puede guardársela para sí mismo. Siente la necesidad de transmitirla a los demás. Construyamos, en torno a la Eucaristía, comunidades cristianas que vivan el mandamiento del amor, teniendo todos en ellos un solo corazón; comunidades cristianas con capacidad de perdón, con sensibilidad hacia las necesidades de los demás, comprometidas en su servicio al prójimo y siempre dispuestas a compartir sus bienes con los demás.

Acudamos hoy con mucha confianza a María para que ella nos alcance de su Hijo la gracia de sentir el gozo y la belleza de la vida cristiana, y para que, dejándonos transformar por Él, contribuyamos con nuestro esfuerzo en la construcción de un mundo en el que, respetando la pluralidad de razas y culturas, resplandezca la dignidad del hombre, imagen de Dios. “Pongámonos, sobre todo a la escucha de María, en quien el misterio eucarístico se muestra, más que en ningún otro, como misterio de luz. Mirándola a ella conocemos la fuerza transformadora que tiene la Eucaristía. En ella vemos el mundo renovado por el amor. Al contemplarla, elevada al cielo en cuerpo y alma, vemos un resquicio del “cielo nuevo y de la tierra nueva” que se abrirán ante nuestros ojos con la segunda venida de Cristo” (I.E. 61). Que ella interceda por nosotros. Amen.

Profesion de la Hermana Elisa

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PROFESIÓN SOLEMENE DE LA HERMANA ELISA DE LA CONGREGACIÓN DE HERMANAS HOSPITALARIAS DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Muy queridos hermanos sacerdotes, querida comunidad de hermanas hospitalarias, queridos hermanos y amigos y muy especialmente querida hermana Elisa.

Hoy la Iglesia entera alaba a Dios y le da gracias por la especial llamada que el Señor ha dirigido a nuestra hermana Elisa y por su respuesta generosa y confiada.

Dentro de un momento la hermana maestra le va a preguntar delante de todos nosotros: “¿Qué pides a Dios y a la Santa Iglesia?” Y ella va a responder: “Seguir a Jesucristo compasivo y misericordioso, profesando en esta Congregación de Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús y dedicarme al servicio de los hermanos enfermos, todos los día de mi vida?”. Es un petición, fruto de un deseo, que el mismo Señor suscitó un día en su corazón y que, después de un largo periodo de discernimiento y formación, hoy ha alcanzado la madurez suficiente para ser expresado de una manera pública, solemne y definitiva. Y la Iglesia, representada en el Obispo, va a aceptar esa petición y va a elevar a Dios su oración, suplicando la asistencia especial del Espíritu Santo, con la absoluta certeza de que nunca le va a faltar la gracia divina para vivir con total entrega esta vocación a la que el Señor la llama.

Deseas, hermana Elisa, seguir a Jesucristo, compasivo y misericordioso, viviendo para siempre el carisma de la Hospitalidad al estilo de San Benito Meni, Maria Josefa y María Angustias, en comunidad fraterna, al servicio de los enfermos, “sus vivas imágenes”, con el mismo ardor de su Corazón. El Señor te invita a una plena identificación con Él haciendo también tuyas aquellas palabras del profeta Isaías, cumplidas en Jesús, y permanentemente vivas en su Cuerpo que es la Iglesia: “El Espíritu del Señor está sobre mi, porque Él me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres...” (Lc.4,14,22)

La Iglesia, y en concreto nuestra Iglesia diocesana de Getafe, admira y agradece a las personas consagradas que, asistiendo a los enfermos y a los que sufren, contribuyen de manera significativa a su misión evangelizadora. Porque no hay evangelización sin caridad. “Amémonos unos a otros ya que el amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios porque Dios es amor” (I Jn.4,7-21). Vosotras, queridas hermanas hospitalarias, prolongáis el ministerio de la misericordia de Cristo, que pasó “haciendo el bien y curando a todos” (Hech. 10,38). Vosotras, siguiendo las huellas de Jesucristo, divino samaritano, médico del cuerpo y del alma, y a ejemplo de vuestro fundador S. Benito Meni, tenéis la misión, en un mundo como el nuestro tan deshumanizado por el secularismo y la ausencia de Dios, de
manifestar con vuestra vidas que cuando el amor divino llena el corazón todo queda en un segundo plano ante la felicidad que uno siente y se transforma en un deseo inmenso, de hacer partícipes a todos, especialmente a los más desamparados, de esa luz que llena la vida de amor y de esperanza. Procurad siempre que los enfermos más pobres y abandonados ocupen un lugar privilegiado en vuestras decisiones; y ayudadles a ofrecer su dolor a Dios y a tener conciencia de que unidos a Cristo crucificado y glorificado son sujetos activos en el misterio de la redención a través de la sabiduría de la cruz.

Realmente la vida consagrada es en medio de nuestro ambiente cultural, tan vacío de Dios, un verdadero testimonio profético de la primacía de Dios y de los valores evangélicos de la vida cristiana. Dios os ha elegido para que con vuestras vidas manifestéis a los hombres de nuestro tiempo que nada puede anteponerse al amor personal por Cristo y por los pobres en los que Él vive.

Las que, por la gracia de Dios, habéis sido elegidas para este modo de vivir debéis sentir que en vuestro corazón arde la pasión por la santidad de Dios: por la primacía de Dios frente a cualquier otro bien. Y, después de acoger la Palabra de Dios en el diálogo íntimo de la oración y de alimentaros asiduamente con la Eucaristía, sacramento de la Pascua del Señor, debéis sentiros llamadas para proclamar, con vuestras vidas, con vuestros labios y con el testimonio de vuestros hechos, la misericordia infinita de nuestro Dios.

Los votos de castidad, pobreza y obediencia, que la hermana Elisa va a pronunciar dentro de un momento, son la expresión de su total entrega al Señor y al mismo tiempo son una respuesta valiente a los grandes desafíos o provocaciones que la sociedad moderna dirige a la Iglesia.

“La primera provocación proviene de una cultura hedonística que deslinda la sexualidad de cualquier norma moral objetiva, reduciéndola frecuentemente a mero juego y objeto de consumo, transigiendo, con la complicidad de los medios de comunicación social, con una especie de idolatría del instinto. Sus consecuencias están a la vista de todos (...) La respuesta de la vida consagrada consiste ante todo en la práctica de la castidad perfecta, como testimonio de la fuerza del amor de Dios en la fragilidad de la condición humana. La persona consagrada manifiesta que lo que muchos creen imposible es posible y verdaderamente liberador con la gracia del Señor Jesús. Sí, ¡ en Cristo es posible amar a Dios con todo el corazón, poniéndolo por encima de cualquier otro amor, y amar así con la libertad de Dios a todas las criaturas!”(V.C.88)

“La segunda provocación está hoy representada por un materialismo ávido de poseer, que se desentiende de las necesidades y sufrimientos de los más débiles (...) La respuesta de la vida consagrada a esta provocación es la profesión de la pobreza evangélica (...) acompañada por un compromiso activo en la promoción de la solidaridad y de la caridad (V.C.90). Con su voto de pobreza la persona consagrada da testimonio, ante el mundo, de que su verdadera riqueza, su auténtico tesoro es Cristo. Y teniendo a Cristo no necesita más, porque en Él lo ha alcanzado todo.

“Y la tercera provocación proviene de aquellas concepciones de la libertad (...) que prescinden de su relación constitutiva con la verdad y con la norma moral (...). Una libertad no para el bien de la persona, que la dignifique y la encamine hacia la felicidad, sino una libertad, en muchos casos. para el mal que la encamina hacia aquello que la degrada y la hace infeliz. “La respuesta a esta provocación es la obediencia que caracteriza la vida consagrada. Una obediencia que hace particularmente viva la obediencia de Cristo al Padre (...) y testimonia que no hay contradicción entre obediencia y libertad. (V.C.91). Realmente la actitud de Cristo nos desvela el sentido de la auténtica libertad, que no es otro que el camino de la obediencia al Padre. Sólo Dios conoce lo que mejor nos conviene y lo que más felices no hace. Obedecer a Dios y hacer, como Cristo, de su voluntad nuestro alimento es lo que verdaderamente nos sitúa en el camino de lo que es más conveniente para la persona humana y, por tanto, en el camino de la verdadera felicidad.

Pero además este testimonio del voto de obediencia de las personas consagradas tiene un significado particular en la vida religiosa por la dimensión comunitaria que la caracteriza. La vida fraterna es el lugar privilegiado para discernir y acoger la voluntad de Dios y caminar juntas en unión de espíritu y corazón. La obediencia, vivificada por la caridad, une, en concreto, a los miembros de esta Congregación de Hermanas Hospitalarias del Corazón de Jesús en un mismo testimonio y en una misma misión, aun respetando la propia individualidad de cada hermana y la diversidad de dones particulares que cada una haya recibido. Y, por ello, todas saben reconocer en su superiora la expresión de la paternidad de Dios y saben ver en el ejercicio de su autoridad, recibida del Señor, un servicio necesario para el discernimiento y la comunión . La vida comunitaria es además un signo vivo para la Iglesia y para la sociedad del vínculo que surge de la misma llamada y de la misma voluntad común de obedecerla por encima de cualquier diversidad de raza y de origen, de lengua o de cultura.(Cfr. V.C.92)

Verdaderamente la vida consagrada y su expresión visible en los votos de castidad, pobreza y obediencia son un gran don para la Iglesia y por eso hoy le damos gracias a Dios y le pedimos que ilumine y llene de fortaleza a todos los que Él ha querido llamar a esta forma radical de vivir la vocación bautismal para que, siendo fieles al carisma de su fundadores y en comunión plena con la Iglesia sean signo luminoso de la primacía de Dios de los bienes del reino futuro, cuando Dios lo sea todo en todos.

Así se lo pedimos a nuestra Madre la Virgen Santísima, encomendándonos confiadamente a Ella.

“A ti Madre, que deseas la renovación espiritual y apostólica de tus hijos e hijas en la respuesta de amor y entrega total a Cristo, elevamos confiadamente nuestra súplica. Tu que has hecho en todo momento la voluntad del Padre: estando siempre disponible en la obediencia, siendo intrépida y valiente en la pobreza, y mostrándote con todos acogedora en tu virginidad fecunda, alcanza de tu divino Hijo para nuestra hermana Elisa y para cuantas han recibido el don de seguirlo en esta Congregación de Hermanas Hospitalarias, el don de saber testimoniarlo con una existencia transfigurada, caminando gozosamente, junto con todos los que hoy participamos en esta celebración, hacia la Patria Celestial y la Luz que no tiene ocaso” Amen (Cfr. V.C. 112)

 

Ordenacion de Diaconos (16 de Julio)

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ORDENACIÓN DIÁCONOS
16 de Julio de 2005

Queridos hermanos sacerdotes, querida comunidad de madres carmelitas, queridos hermanos y hermanas, y muy particularmente queridos ordenandos que dentro de unos momentos vais a recibir el sagrado orden del diaconado.

Hoy es un día muy feliz para los Legionarios de Cristo y para toda la Iglesia. Un día de alabanza a Dios y de acción de gracias por los muchos dones que el Señor derrama continuamente sobre nosotros. Especialmente damos gracias a Dios por haber llamado a estos jóvenes al ministerio diaconal y por la respuesta generosa que ellos han dado al Señor; damos gracias por sus familias, que hoy viven con gozo este momento, en las cuales ha nacido y ha crecido su fe y damos gracias por sus formadores y superiores que durante varios años de intenso trabajo les han ido preparando en su camino al sacerdocio.

A vosotros, queridos ordenandos, quiero dirigirme de una manera más directa en este momento. Hace unos instantes, vuestro superior ha pronunciado vuestros nombres. Y vosotros os habéis levantado mientras decíais: “aquí estoy”. Después dirigiéndose a mí me ha pedido, en nombre de la Santa Madre Iglesia, que os ordene diáconos. Y yo, representando sacramentalmente, en este momento, a Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, he respondido diciendo como acabáis de oír: “ Con el auxilio de Dios y de Jesucristo, nuestro Salvador, elegimos a estos hermanos nuestros para el Orden de los diáconos”. Es Jesucristo quien os ha elegido. Es el Señor quien os llama. Se están cumpliendo ahora, aquí, en vosotros, las palabras del Señor a los apóstoles en la última Cena: “ No me habéis elegido vosotros a mí, sino que Yo os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda” (Jn. 15,16). La conciencia de esta elección, la seguridad de haber sido gratuitamente llamados por Él y la certeza de que vuestra oración será, en toda circunstancia, escuchada ha de llenar vuestra vida, para siempre, de una inmensa gratitud, y de un gozo desbordante, que nada ni nadie os podrá arrebatar; y de un deseo muy grande de cumplir la misión para la que Él os ha destinado. Es verdad que esa elección del Señor se ha ido manifestando poco a poco. Un día sentisteis que Dios os llamaba para algo especial. Más tarde, con la ayuda de vuestros formadores, esa llamada fue madurando. Y hoy esa llamada es confirmada por la Iglesia con la autoridad del Señor. No tengáis ningún temor. Hoy vais a recibir la gracia del Espíritu Santo para cumplir la misión que Jesucristo y la Iglesia os confían y para dar fruto abundante. Y lo que el Señor ha comenzado en vosotros, Él mismo lo llevará a término.

Vuestra misión consiste en estar donde está el Señor. Y estar como servidores: seguir al Señor como servidores de Dios y de los hombres. “Si alguno me sirve, que me siga, y donde esté yo, allí estará también mi servidor. Y mi Padre le honrará” (Jn.12,26). Y estar con Jesús es estar en la gloria del Padre, es decir, en la presencia y en el amor del Padre. Y, con el Padre por medio de Jesucristo y por el don del Espíritu Santo, estar con los hombres, haciendo presente entre ellos el amor infinito de Dios: haciendo presente entre los hombres la misericordia entrañable de un Dios que, como dice el salmo 112,: “Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes, los príncipes de su pueblo...” Un Dios que “ a la estéril le da un puesto en su casa como madre feliz de hijos”

En nuestro mundo, aparentemente opulento y lleno de bienestar, hay muchas necesidades y también, como dice el salmo, hay mucho desvalimiento. Está el desvalimiento y la pobreza de muchos hermanos nuestros que viven en situaciones verdaderamente críticas por su falta de recursos materiales, o por su desarraigo familiar, o por su situación de emigrantes recién llegados sin papeles y sin trabajo, o por tantas y tantas causas que conducen a la marginación y a la indigencia. Pero hay también otro desvalimiento, del que se habla menos y que incluso intenta taparse, el desvalimiento espiritual: la falta de valores espirituales y morales, el desconcierto de muchas familias que no saben cómo educar a sus hijos o la confusión de muchos jóvenes que no sabe qué hacer con su vida; y que se ven diariamente engañados por falsos paraísos de felicidad, que dejan el corazón vacío y una triste sensación de estar malgastando la vida.

Queridos ordenandos hoy la Iglesia os elige, os llama, os enriquece con el don del Espíritu Santo y os envía como diáconos para que, en medio de este mundo, como servidores del evangelio, anunciéis a Jesucristo, Salvador y Redentor, luz del mundo, en quien el hombre descubre su dignidad, su vida se llena de esperanza y el mundo entero adquiere para él consistencia y armonía.

En la oración propia de la ordenación de diáconos la Iglesia pide a Dios por vosotros con estas palabras: “Oh Señor concede a estos hijos tuyos que has elegido hoy para el ministerio del diaconado, disponibilidad para la acción, humildad en el servicio y perseverancia en la oración”. Esto es lo que la Iglesia quiere de vosotros: disponibilidad, humildad y perseverancia. Una disponibilidad que os llene de ardor apostólico y os haga estar siempre muy atentos a las necesidades de los hombres y a las orientaciones magisteriales de la Iglesia; una actitud humilde que os haga reconocer con gratitud, cada día, que todo lo que tenéis lo habéis recibido de Dios, y mucha perseverancia: siendo constantes en la oración y pacientes en el trabajo apostólico, soportando las debilidades humanas, propias y ajenas, y buscando siempre, no el propio provecho, sino el bien de aquellos que la Iglesia os ha confiado.

Y en la Plegaria de ordenación la Iglesia pide al Señor por los diáconos para que “resplandezca en ellos un estilo de vida evangélico, un amor sincero, solicitud por los pobres y los enfermos, una autoridad discreta, una pureza sin mancha y una observancia de sus obligaciones espirituales”

A partir de ahora, fortalecidos con el don del Espíritu Santo, tenéis, como diáconos, la misión de ayudar al Obispo y a su presbiterio en el anuncio de la Palabra, en el servicio del altar y en el ministerio de la caridad. Mostraos siempre como servidores de todos: que vean en vosotros al mismo Cristo, que se mostró, en el lavatorio de los pies, servidor de sus discípulos, enseñándonos que “el que quiera ser grande ha de convertirse en servidor... como el Hijo del hombre que no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida como rescate por muchos” (Mt. 20,26-28). Cuando exhortéis a los fieles, en la catequesis o en la homilía transmitiendo fielmente la fe de la Iglesia; o cuando presidáis las oraciones, administréis el bautismo, bendigáis los matrimonios o llevéis la comunión a los enfermos, que, en todo momento, sea el mismo Cristo quien actúe en vosotros , que os sintáis siempre instrumentos del Señor, hasta el punto de que el mismo Señor pueda deciros, al terminar cada jornada, como al servidor de la parábola: “Siervo bueno y fiel, en lo poco has sido fiel, te pondré la frente de lo mucho; entra en el gozo de tu Señor”(Mt. 25,23)

El ministerio del diaconado es un carisma, es un don del Espíritu. Pero es un don, no para vosotros, sino para la Iglesia, para el bien de la Iglesia, para la edificación del Cuerpo de Cristo. Acoged este don con mucho amor:

* Acoged este don haciendo de Jesucristo el centro de vuestra vida, en quien todo adquiere sentido y consistencia. (cfr. Col. 1,17). Que la Eucaristía, memorial de la Pascua del Señor, el sacramento de la reconciliación y la liturgia de las horas, sean el alimento de vuestra fe. Vivid como Él vivió, dando la vida por los demás, siendo seguidores fieles de Aquel que nos dijo: “Yo soy el buen pastor; y conozco a mis ovejas y las mías me conocen... y doy mi vida por las ovejas... nadie me la quita yo la doy voluntariamente” (Jn.10,14.15). El celibato, imitando a Jesucristo célibe, será para vosotros símbolo y, al mismo tiempo, estímulo para vivir la caridad pastoral y fuente de una especial fecundidad apostólica. Aceptad el celibato como una regalo de Dios y señal de una particular intimidad con Él. Por vuestro celibato os resultará más fácil consagraros, sin dividir el corazón, al servicio de Dios y de los hombres y con mayor facilidad seréis verdaderos ministros de la gracia divina.

* Acoged el don de este ministerio que la Iglesia os confía, abrazando la cruz. No son tiempos fáciles. Lo sabéis. Recibid como dirigidas hoy a vosotros, las palabras de Pablo a su joven discípulo Timoteo: “Haz memoria de Jesucristo el Señor, resucitado de entre los muertos... por el que sufro hasta llevar cadenas como un malhechor. Pero la Palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna” (2 Tim. 8-13

* Y finalmente, acoged este don de Dios, en todo momento, con un corazón agradecido y gozoso, como el samaritano, del evangelio, que al ver lo que el Señor había hecho con él, “se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias” (Lc.17,15).

Celebramos hoy la fiesta de Nuestra Señora del Carmen: Nuestra Madredel Monte Carmelo, aquel Monte en el que, como hemos recordado en la primera lectura el profeta Elías, defendió con ardor, frente a la idolatría, la fe de Israel y experimentó la misericordia divina. Pedimos hoy especialmente la protección de la Virgen María para que con su intercesión nos conceda del Señor ser siempre valientes defensores de la fe.

En el evangelio de San Juan veíamos cómo el Señor desde la cruz nos la entregaba como Madre. A partir de aquel momento la madre del Redentor se convertía también en la Madre de los redimidos por la sangre de su Hijo. Que la Virgen María acompañe con cuidado maternal a estos dos jóvenes que hoy van a ser ordenados diáconos. Y que vuestra actitud y la de todos los que hoy os acompañamos sea siempre ante Dios como la de la humilde servidora del Señor, dócil a su Palabra para que siempre reconozcamos y proclamemos con gozo las maravillas de Dios.

 

Solemnidad del Sagrado Corazon de Jesus

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SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
2005

La solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús nos invita a contemplar el misterio inefable del amor divino manifestado en Cristo, cuyo corazón abierto en la cruz por la lanza del soldado romano fue la máxima prueba de su generosidad y la fuente de donde manaron los sacramentos de la Iglesia.

“En esto consiste el amor de Dios: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que, sino en que Él nos amó primero y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn. 4,7-16)

En la oración propia de esta solemnidad nos hemos dirigido a Dios diciendo: “Dios Todopoderoso, al celebrar la solemnidad del Corazón de Jesús, recordamos los beneficios de su amor para con nosotros; concédenos recibir de esta fuente divina una inagotable abundancia de gracias”.

Esta fiesta nos invita especialmente a recordar los beneficios que Dios nos ha otorgado por medio de Jesucristo su Hijo: por medio de la humanidad de Cristo. Hablar del Corazón de Jesús es hablar de la humanidad de Jesús en la que se manifiesta la plenitud de la divinidad.

En la Sagrada Escritura el “corazón” es el centro mismo de la persona. “Corazón” significa intimidad, afectividad, profundidad. El “corazón” es como el manantial del que brota la vida y los sentimientos más íntimos de la persona. En el corazón de Jesús podemos decir que Dios expresa sus sentimientos, su intimidad, Dios nos dice quien es, Dios nos habla al corazón. “A Dios nadie le ha visto jamás, pero el Hijo único que está en el seno del Padre, Él mismo nos lo ha contado” (Jn.1). No hay más camino para llegar a Dios que la humanidad de Cristo. No hay más camino para llegar a la intimidad de Dios que la intimidad de Cristo, es decir, el Corazón de Cristo., el Corazón de Jesús. Y, al Corazón de Jesús sólo se llega desde el corazón. Así nos lo pide el primer mandamiento de la Ley de Dios: “Amarás al Señor tu Dios con todas tu fuerzas, con todo tu corazón, con todo tu amor” .

La liturgia de hoy nos ilumina para entender cómo debe ser nuestra relación con el Señor y descubrir las actitudes que hacen posible esa relación.

1.- Nuestra relación con el Señor ha de tener , en primer lugar, un carácter personal. Nuestra relación con el Señor ha de ser una relación “de corazón a corazón”. Dios nos llama a cada uno por nuestro nombre. Conoce nuestra vida entera: lo que somos y tenemos, nuestras luces y nuestras sombras, nuestros miedos y complejos, nuestra búsqueda de la verdad y nuestras dudas, nuestros deseos de amor, de verdad y de bien. La fe es el fruto de un encuentro personal y el seguimiento de Cristo brota de ese encuentro. La fe es un tu a tu con el Señor, que cambia la vida y nos hace criaturas nuevas. Por eso el seguimiento de Cristo puede adquirir modalidades muy diversas y puede ser fruto de carismas muy diversos. El Señor conoce lo que somos y nos quiere como somos y nos invita a seguirle de la manera más apropiada a nuestro modo de ser. Dios no cambia nuestro ser, no cambia nuestra naturaleza, sino que la ilumina, la transfigura y hace brotar de ella, con su divina gracia, todas sus potencialidades. Por eso en la Iglesia hay tantos carismas, tantos ministerios y carismas, todos ellos encaminados a la edificación del Cuerpo de Cristo.

2.- En segundo lugar nuestra relación con el Señor ha de tener un carácter de totalidad. Seguir a Jesús compromete la vida entera. No es algo parcial, algo que ocupa sólo un aspecto de la vida, algo ocasional o pasajero. Seguir a Jesús compromete la vida entera, en todas su dimensiones. Hay muchas expresiones de Jesús que indican el carácter radical que implica su seguimiento. Al joven rico, que quiere seguirle, le invita vender todo lo que tiene. En la parábola del mercader de perlas finas le sugiere que se desprenda de toda su mercancía para alcanzar la perla preciosa. Y a los apóstoles claramente les dice: “El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por Mi y por el evangelio la salvará. Pues de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida”.

La contemplación del amor de Dios siguiendo a Jesús, exige totalidad. Un corazón dividido, descentrado o perdido nunca llegará a vivir con plenitud la experiencia gozosa del amor de Dios.

3.- En tercer lugar la relación con el Señor tiene un carácter salvador. El seguimiento de Jesús es un seguimiento que salva y la contemplación del amor de Dios en la humanidad de Cristo, en su Corazón, es una contemplación que nos hace criaturas nuevas. Conocer a Cristo, en su intimidad, en su Corazón, lleno de misericordia, es un conocimiento que da sentido a la vida y la llena de esperanza y de luz. En el Corazón de Cristo el hombre descubre la verdad. En el Corazón de Cristo, en el amor de Dios manifestado en la humanidad de Cristo todo adquiere consistencia y sentido y todo se ilumina. En El Corazón traspasado de Cristo, en el misterio de la Cruz, la creación entera, herida por el pecado de Adán, vuelve a recobrar su verdadera belleza para retornar al Padre y alabarle eternamente.

Encontrase con Jesús y seguirle es alcanzar la salvación y reconocer que sólo en Él podremos descubrir la verdad de todas las cosas. Sin Cristo vamos a tientas. Sin Cristo todo es oscuro y confuso. En Cristo “hemos pasado delas tinieblas a la luz”. En Él y con Él salimos de la oscuridad y entramos en la luz. El encuentro con Cristo siempre es un encuentro salvador y hasta lo más pequeño y sencillo, lo aparentemente más insignificante se llena de significado.

En el ofertorio de la Misa, junto con el pan y el vino que se van a convertir en el Cuerpo y la Sangre del Señor, hemos de poner toda nuestra vida, esa vida que está hecha de pequeñas cosas, pero que unida a la del Señor, por el don del Espíritu Santo, adquiere dimensiones de verdadera grandeza hasta el punto de convertirse también, junto a Cristo, en fuente de salvación para todos los que nos rodean. “La creación expectante está aguardando la manifestación de los hijos de Dios”. Nuestra vida unida a la de Cristo nos convierte en verdaderos hijos de Dios que hacen presente en el mundo el amor de Dios y la salvación de Dios que la creación espera con tanto anhelo.

4.- En cuarto lugar nuestra unión con el amor de Dios en la humanidad de Cristo ha de tener un carácter de adoración. Los evangelios narran la Transfiguración del Señor en el contexto del seguimiento a Cristo, que camina hacia Jerusalén para ofrecerse al Padre en la Cruz. En ese Cristo transfigurado resplandece la divinidad. En la humanidad de Cristo que camina hacia la cruz para entregarse como cordero inmaculado, se nos revela el misterio de Dios. Por eso nuestro encuentro con el Corazón de Cristo es un encuentro de adoración. Y hemos de postrarnos ante Él para decirle. Señor mío y Dios mío. En la humanidad de Cristo, humanidad que se prolonga en la Iglesia haciéndose especialmente presente en los sacramentos, resplandece la luz de Dios. “Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”. Pidamos a Dios ese corazón limpio para descubrir y adorar su divinidad en la humanidad de Cristo y en la humanidad de la Iglesia. Y ese encuentro con la divinidad de Cristo, con la luz de Cristo, nos convertirá en hijos de la luz y hará que en nuestra vidas resplandezcan amando de corazón a todos nuestros hermanos. “Dios es luz y en Él no hay tiniebla alguna ... quien dice que está en la luz y aborrece al hermano está aun en las tinieblas”

Pidamos a la Santísima Virgen, que tan cerca estuvo de su Hijo en la Cruz, que nos haga comprender la riqueza de amor que brota del Corazón de su Hijo y vivamos siempre de ese amor, para convertirnos también nosotros en fuente de salvación y amor para todos los hombres.