Domingo de Ramos

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HOMILÍA DOMINGO DE RAMOS 2005

Queridos amigos y hermanos:

El domingo de Ramos nos introduce en la Semana Santa. Con esta celebración la Iglesia entra litúrgicamente en la contemplación del Misterio del Señor, crucificado, sepultado y resucitado.

El recuerdo de la entrada del Señor en Jerusalén, con el que hemos comenzado nuestra celebración es, a la vez, el presagio o la profecía del triunfo real de Cristo y el anuncio de su dolorosa pasión. Los ramos que tenemos en nuestras manos son el signo de que Cristo con su muerte en la cruz destruyó para siempre nuestra muerte y resucitando, glorioso, restauró la vida. Jesucristo, nuestra Señor, como acabamos de escuchar en la carta a los Filipenses, “se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió un nombre sobre todo nombre, de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor! Para gloria de Dios Padre” (Fil.2,6-11). Si después conservamos en nuestros hogares las palmas y los ramos, que hoy hemos bendecido, será para dar testimonio público de nuestra fe en Jesucristo, nuestra Rey y Mesías, y en su victoria pascual. Porque, como diremos en el Prefacio: “ Es justo darte gracias, Señor Padre Santo ... porque en la Pasión salvadora de tu Hijo, el universo aprende a proclamar tu grandeza y, por la fuerza de la cruz el mundo es juzgado como reo y el Crucificado exaltado como juez poderoso”. Que las palmas y los ramos sean la señal, que permanente nos recuerde, a lo largo del año, que, en la cruz de Cristo y en su resurrección, el pecado y la muerte han sido definitivamente vencidos; y el miedo o la desesperanza, ya no pueden dominar nuestras vidas, porque han desaparecido para siempre en aquellos que han sido marcados y sellados con el signo de la cruz gloriosa del Señor.

En la liturgia de este día, pórtico de la Semana Santa, la Iglesia quiere que escuchemos con emoción y meditemos atentamente el relato de la Pasión del Señor.

Jesús no retrocede, se somete a todos los ultrajes de los hombres. Es precisamente esto, su entrega y abnegación hasta la muerte en cruz en medio de la historia, lo que hace de Él, el Señor de la historia. Lo que sucedió una vez en la historia es, como la manifestación visible de lo que sigue sucediendo de lo que sigue sucediendo, trágicamente, en la historia de la humanidad. Dios sigue siendo “golpeado”, sigue siendo cubierto de “insultos y salivazos”, mientras que Él, por nosotros y por nuestra salvación, sigue cargando con nuestro pecado y con nuestra inmundicia y se sigue rebajando hasta someterse incluso a la muerte.

En la pasión, según S. Mateo, podemos detenernos en algunos puntos:

En primer lugar: la última cena del Señor. Jesús se entrega eucarísticamente a su
Iglesia. Quiere estar realmente presente en el pan eucarístico, hasta el fin de los siglos, con los que el Padre le ha confiado, perpetuando en el altar el sacrificio de la cruz. Y esta entrega del Señor se va a producir después que Jesús ha revelado el nombre del traidor que le va entregar (26,25), por tanto, con la pasión ya a punto de consumarse y con la certeza de que “esta misma noche” todos sus seguidores, incluso Pedro, “van a caer por su causa”. Jesús sabe que debe sufrirlo todo en la soledad más completa. En el monte de los Olivos los apóstoles se dormirán. Jesús carga con el pecado del mundo en la más absoluta soledad. Incluso el rostro del Padre parece ocultarse: “Si es posible que pase de mi este cáliz”. En el Antiguo Testamento el cáliz es la imagen de la “ira “ de Dios por el pecado del hombre. Pero Jesús, que ya se ha entregado eucarísticamente, va a tomar como cordero , que quita el pecado del mundo, lo aparentemente insoportable, según la voluntad del Padre: en nuestro lugar, por nosotros.

En segundo lugar: Jesús va a ser negado por el discípulo en el que más confía. Por Pedro: el representante de la Iglesia futura. Y Pedro le niega por miedo. En el momento en que Jesús es llevado ante el Sanedrín nadie cree que Él pueda ser el Mesías combativo y triunfador que esperaban los judíos. Pedro tiene miedo de ser reconocido como discípulo del condenado. Ese hombre que se tiene por Mesías y por juez del mundo (26,63-64) no se corresponde en absoluto con la imagen política y triunfal del “mesías” que ellos se habían imaginado y que en el fondo era una deformación de la fe de Abraham. En Pedro estamos representados todos los que por miedo a no desentonar o por temor a contradecir lo “políticamente correcto” negamos a Jesús, ocultando o disimulando nuestra condición de discípulos suyos. También nosotros, en muchos momentos, decimos como Pedro: “no conozco a ese hombre”.

Que estos días de semana santa la contemplación de la pasión del Señor ponga al descubierto nuestras cobardías; y, fortalecidos por su amor misericordioso, lloremos amargamente como Pedro nuestros pecados de omisión y abracemos con el Señor la cruz que nos salva.

Finalmente fijémonos cómo el evangelista S. Mateo describe el momento de la muerte del Señor: “El velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se rajaron y las tumbas se abrieron...”. Son rasgos apocalípticos que nos indican el juicio de Dios sobre el mundo: “Por la fuerza de la cruz el mundo es juzgado como reo y el crucificado exaltado como juez poderoso”. El evangelista S. Juan pondrá en boca de Jesús estas palabras: “Ahora es el juicio de este mundo; ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera y yo cuando sea levantado de la tierra atraeré a todos hacia mi” (Jn.12,31). Meditemos estos días en el triunfo de la cruz. “La predicación de la cruz – nos dice S.Pablo- es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios y sabiduría de Dios.(1 Cor.2,18)”

Dejemos que la cruz del Señor juzgue nuestras vidas. Dejemos que la cruz del Señor juzgue nuestro mundo y la cultura de muerte que pretende dominarlo. Y abrámonos todos a misericordia, pidiéndole al Señor que desde la cruz nos muestre la sabiduría que salva al hombre y le abre las puertas de la vida verdadera.

Fiesta de Ntra. Sra. del Rosario

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FIESTA DE NTRA. SRA. DEL ROSARIO
San Martín de la Vega – 2005

Con verdadera alegría nos unimos hoy en esta solemne celebración eucarística para darle gracias a Dios por el don de la redención realizada en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Misterio permanentemente actualizado y vivido en el sacrificio eucarístico. Y le damos gracias, también en esta fiesta dedicada a Ntra. Señora, por su docilidad a la Palabra divina. La Virgen María, Madre del Redentor, aceptando, obediente, el plan de Dios sobre ella, se convirtió en la “Puerta del Cielo”, por la cual entró en el mundo la Palabra eterna del Padre, Jesucristo, encarnándose en sus entrañas purísimas.

Hoy queremos honrarla con esta preciosa advocación de Ntra. Sra. del Rosario; y queremos también renovar nuestra devoción a María pidiéndola que nos ayude a contemplar el rostro de Cristo con su misma mirada de amor. La devoción del Santo Rosario, con tantos siglos de historia y tan arraigada en la religiosidad del Pueblo cristiano, es una forma de oración asequible a todos que nos ayuda a contemplar, con la mirada de María, los misterios de la vida del Señor para identificarnos con Él y ser cada día mejores discípulos suyos.

¿Qué significa ser discípulo de Cristo? ¿Qué hemos de hacer para llegar a serlo? En realidad ser discípulo de Cristo es un don de Dios. Pero un don que pide una respuesta. Es un regalo que va dando fruto en nosotros en la medida en que, poniendo los ojos en Él, nos vamos identificando, con la gracia del Espíritu santo, cada vez más con su Palabra y sus sentimientos. Uno se va haciendo discípulo de Cristo cuando poniendo los ojos en su humanidad va descubriendo en ella el resplandor de la divinidad y se va introduciendo en la vida trinitaria experimentando el amor misericordioso de Dios y la alegría del Espíritu Santo.

Y en este camino de unión con el Señor, la Virgen María es nuestra gran maestra. Y la oración del Santo Rosario el modo más sencillo para contemplar con los ojos de María los Misterios de la vida, muerte y resurrección de su Hijo Jesucristo.

Lo Rosario es un modo de oración que nos hace contemplar a Cristo a partir de la experiencia de María.

Siguiendo las enseñanzas del inolvidable Juan Pablo II, en su Carta Apostólica “Rosarium Virginis Mariae” podemos decir que el Rosario nos
ayuda a :
- Recordar a Cristo con María
- Comprender a Cristo desde María
- Configurarse a Cristo con María
- Rogar a Cristo con María
- Anunciar a Cristo con María

Recordar a Cristo con María: Recordar, en sentido bíblico, no es sólo, mirar al pasado con nostalgia, sino actualizar permanentemente un acontecimiento de salvación. Maria, en el Rosario, nos va llevando de la mano hacia esos acontecimientos salvadores de la vida, muerte y resurrección de su Hijo, para experimentar en nosotros la salvación y abrirnos constantemente a la gracia que brota de ellos. En el Rosario, con María, nos hacemos contemporáneos de esos misterios salvadores que dan sentido a nuestra vida y nos van haciendo crecer en la fe.

Comprender a Cristo desde María. Cristo es el Maestro por excelencia que nos revela el rostro de Dios. Pero no basta con aprender las cosas que Él ha enseñado. Lo importante es comprenderle a Él. Entrar en su intimidad. Conocer sus sentimientos. Identificarnos con su misión. Y nadie como María puede ayudarnos a comprender a Jesús. En las bodas de Caná ella fue la que, dándose cuenta de la situación guía, a los sirvientes hacia Jesús para que este les diga lo que tienen que hacer. Y, con toda seguridad, ella ayudaría a los apóstoles, después de la Ascensión del Señor, a comprender las palabras de Jesús y les animaría constantemente en sus primeros trabajos apostólicos. Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la escuela de María para conocer a Cristo, para penetrar en sus secretos e intimidades y para entender su mensaje.

Configurarse a Cristo con María. La espiritualidad cristiana tiene como característica el deber del discípulo de configurarse cada vez más plenamente con su Maestro. Por el don del Espíritu Santo, recibido en el bautismo, el creyente se une a Cristo como el sarmiento a la vid y se hace miembro de su Cuerpo. Pero esta unión inicial debe ir seguida de una creciente identificación con Él que oriente cada vez más su comportamiento según el estilo y la mentalidad de Cristo. En el recorrido espiritual que hacemos en el Rosario, basado en la contemplación incesante del rostro de Cristo, en compañía de María, este ideal de configuración con Él se va consiguiendo a través de una especie de asidua amistad, de repetición amorosa, que nos va metiendo de un modo que podríamos llamar natural en la vida de Cristo y nos hace respirar el clima de los sentimientos de Cristo. Nos mete en una atmósfera en la que casi de forma imperceptible nuestra mentalidad se va aproximando cada vez más a la mentalidad de Cristo y a los sentimientos de Cristo.

Rogar a Cristo con María. En el evangelio el Señor nos dice: “Pedid y se os dará, llamad y se os abrirá, buscad y encontraréis2 (Mt.7,7). La oración es posible porque el Padre en su bondad nos concede este don y porque Jesucristo nos muestra el camino y el Espíritu nos inspira, nos anima y nos consuela. Pero la intervención de María es muy importante. Ella apoya nuestra oración con su intercesión materna. El Rosario es a la vez meditación y súplica. Y esa plegaria insistente del avemaría que se va repitiendo una y otra vez se apoya en la confianza segura de que Ella con su intercesión lo puede todo ante el corazón de su Hijo. No porque Ella sea todopoderosa: ese es un atributo exclusivo de Dios, sino por que Dios le ha concedido la gracia de esa mediación maternal, capaz de alcanzar de su Hijo las gracias que se le pidan.

Anunciar a Cristo con María. El Rosario es también un itinerario de anuncio y de profundización en el que misterio de Cristo es presentado continuamente en los diversos aspectos de la experiencia cristiana. Porque la experiencia cristiana no puede separarse de la experiencia humana y en ella hay momentos de gozo y momentos de dolor, momentos de luz y momentos de gloria. La contemplación de los misterios de Cristo que hacemos en el rosario llena de contenido y de esperanzas esos diversos momentos de nuestras experiencias humanas. Y especialmente si la oración del Rosario la hacemos de forma comunitaria podemos tener la oportunidad de hacer una verdadera catequesis en la que la luz del evangelio, con la contemplación de los misterios de Cristo, llene de sentido nuestras vidas.

Que esta fiesta de la Virgen nos ayude a todos a reconocer en Jesús, el Hijo de María, al Redentor y guiados por su Madre nos convirtamos a Él de todo corazón. Y hagamos de esta Parroquia una verdadera escuela de María en la que, contemplando el rostro de Cristo, nos hagamos cada vez con mayor hondura discípulos suyo y testigos de su evangelio. Amén.

Profesion temporal de la Hermana Paloma

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PROFESIÓN TEMPORAL DE LA HERMANA PALOMA
(Aldehuela-2005)

Queridos hermanos sacerdotes, querida comunidad de madres carmelitas, queridos hermanos y padres de la hermana Paloma, queridos amigos y hermanos todos y muy especialmente querida hermana María Paloma.

“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. Yo esperaba con ansia al Señor; Él se inclinó y escucho mi grito; me puso en la boca un cántico nuevo un himno a nuestro Dios”(Sal. 39). Estas palabras del salmo treinta y nueve, que hemos rezado después de la primera lectura, expresan, sin duda, los sentimientos de la hermana Paloma. Ella, un día, por un misterioso designio del Señor, sintió en su interior una llamada tan intensa, una luz tan deslumbradora y unos deseos tan grandes de entregarse totalmente a Dios que, a partir de aquel momento, su vida sólo tendría sentido si, respondiendo a esa llamada, la ponía, sin reservarse nada, en manos de Aquél que había cautivado su corazón. “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. No es este un conocimiento que pueda explicarse racionalmente. Incluso para algunos o quizás para muchos, que , inmersos en una cultura alejada de Dios, viven solo en la superficie de las cosas y no entienden de experiencias espirituales, el género de vida que la hermana Paloma ha decidido elegir es una auténtica locura. Pero quien ha sido tocado por la luz de lo divino, sabe con una convicción que va más allá de cualquier argumento puramente racional, y con una alegría que supera cualquier alegría humana, que sólo por el camino de la renuncia total puede uno introducirse en el camino de la sabiduría total, esa sabiduría capaz de llenar los deseos infinitos de bondad de verdad y de belleza que todo ser humano lleva en su corazón. Y Paloma, inspirada por Dios, ha querido seguir ese camino. Ella ha sentido en el más profundo centro de su ser, como nos dice San Juan de la Cruz, esa llama divina que hiere tiernamente y sabe a vida eterna.
“¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro! (...)
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado,
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga”

Comentando estos preciosos versos dice San Juan de la Cruz: “Sintiéndose ya el alma inflamada en la divina unión, ya su paladar bañado en gloria y amor (...) parece que con tanta fuerza está transformada en Dios y tan altamente poseída por Él y con tan ricas riquezas de dones y virtudes dotada, que está tan cerca de la bienaventuranza, que no la divide sino una leve tela” (Llama. Canción primera. Declaración)

Cuando Dios, por una gracia especial, baña el paladar de alguien con su gloria y con su amor, ese gusto, ese sabor a Dios, aunque sólo sea un instante, cambia la vida, de tal manera que quien lo ha paladeado ya no quiere saber otra cosa sino conocer y amar a Aquel que se le ha manifestado de esa manera.

Si la hermana Paloma está aquí y si dentro de unos momentos va a pedir a Dios y a la Iglesia: “La misericordia divina, la pobreza de la Orden y la compañía de las hermanas en este Monasterio de Carmelitas descalzas”, es porque Dios le ha hecho ya gustar y sentir el gozo inmenso de una vida totalmente consagrada a Él en soledad y oración constante a favor de la Iglesia universal. Es verdad que esto no se hace sin sufrimiento. Sufrimiento para ella y sufrimiento para sus padres y hermanos, que con tanta generosidad la han entregado al Señor. Pero Dios, en su bondad, sabe compensar con creces los sacrificios que hacemos por Él.

“En tomando el hábito – cuenta santa Teresa de Jesús, después de hablarnos del sufrimiento que supuso para ella el separarse de su padre – luego me dio el Señor a entender cómo favorece a los que hacen fuerza por servirle (...) Me dio un tan gran contento de tener aquel estado que nunca jamás me faltó hasta hoy; y mudó Dios la sequedad que tenía mi alma en grandísima ternura”(Vida. Cap.4,2). Queridos padres y hermanos de Paloma ya veréis como, poco a poco, el sufrimiento que quizás ahora todavía sentís se irá transformando cada vez más en una gran ternura y en una alegría muy profunda, viendo a vuestra querida Paloma tan cerca del Señor.

En medio de nuestro mundo tan secularizado y materialista, la vida de las monjas de clausura es un signo luminoso que nos recuerda constantemente que la vocación de todo hombre es amar y ser amado por Aquel de quien procede todo bien. Las monjas de clausura ocupadas principalmente en la oración y en el progreso ferviente de la vida espiritual anticipan lo que, un día, por la misericordia de Dios, todos estamos llamados a ser, cuando Dios lo llene todo con la luz de su amor.

La Hermana María Paloma ha querido vincular de una manera especial el nombre que recibió en el bautismo al misterio eucarístico, llamándose, a partir de ahora, María Paloma de la Eucaristía. Realmente la vocación contemplativa adquiere todo su sentido cuando la entendemos a la luz de la Eucaristía. Porque, lo mismo que el Señor en la Eucaristía, las monjas de clausura se ofrecen, con Jesús, por la salvación del mundo y hacen suya la acción de gracias del Hijo al Padre. La vida de clausura es un modo de vivir la pascua de Cristo. De experiencia de “muerte”, de “ocultamiento” y de “renuncia”, se convierte en sobreabundancia de vida, y en anuncio gozoso “de los cielos nuevos y la tierra nueva”

Hace pocas semanas, el domingo 21 de Agosto, como sabéis muy bien, con motivo de la vigésima Jornada Mundial de la Juventud, en la gran explanada de Marienfeld, en la ciudad alemana de Colonia, una gran multitud de jóvenes, que posiblemente superaba el millón, entre ellos más de setecientos jóvenes de nuestra diócesis, participaba con un admirable respeto en la Eucaristía presidida por el Papa y escuchaba con un impresionante silencio las palabras del Santo Padre en su homilía. Y el Papa les hablaba de la Eucaristía. Y les invitaba a dejarse transformar por el Señor. Y les animaba a entrar en la “hora” de Jesús. Esa “hora” en la que Jesús “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo”. Y les exhortaba a dejarse arrastrar por esa dinámica transformadora del amor para ser constructores de una humanidad nueva.

Tú, querida Hermana Maria Paloma de la Eucaristía, en este querido monasterio de La Aldehuela, por una gracia especial del Señor, ya has entrado en esa dinámica transformadora del amor que brota del misterio eucarístico. Y, tú, que ya has conocido el amor de Dios y has creído en él, puedes hacer tuyas las palabras de la primera carta de S. Juan y proclamarlas a todos los hombres con el testimonio elocuente y profético, de tu vida escondida con Cristo en Dios: “Hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios (...) porque Dios es amor (...) y Si Dios nos ha amado de esta manera, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros”

En la Eucaristía, decía el Papa a los jóvenes: “Haciendo del pan su Cuerpo y del vino su Sangre, Jesús anticipa su muerte en la cruz y la transforma en un acto de amor. Lo que desde el exterior es violencia brutal, desde el interior se transforma en un acto de un amor que se entrega totalmente. Esta es la transformación sustancial que se realizó en el Cenáculo y que estaba destinada a suscitar un proceso de transformaciones cuyo último fin es la transformación del mundo hasta que Dios sea todo en todos. Desde siempre todos los hombres esperan en su corazón, de algún modo una transformación del mundo. Este es ahora el acto central de transformación capaz de renovar verdaderamente el mundo”

Lo que hoy estamos celebrando, en este clima tan íntimo y tan familiar, tiene, sin embargo, una resonancia y unos efectos verdaderamente universales y ha de empujarnos a todos a crecer en la fe. La consagración al Señor de la Hermana Paloma y el testimonio de la Comunidad que con gozo la recibe, nos esta invitando a todos a entrar en el Misterio de amor que brota, como de una fuente inagotable, del Misterio Eucarístico. En la Eucaristía el odio se transforma en amor y la muerte se transforma en vida. La Eucaristía significa la victoria del amor sobre todo tipo de destrucción, de violencia o de muerte. La Eucaristía nos introduce en el reino de la libertad y de la vida. Es, como decía el Papa a los jóvenes, “una explosión del bien que vence al mal” y que es capaz de suscitar toda una cadena de transformaciones que cambiarán el mundo. Esto es la Redención. Y nosotros podemos entrar en ese dinamismo de la Redención. El Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos dan para que nosotros mismos seamos transformados y para que nos comprometamos en ese proceso de transformación del mundo por la fuerza del amor.

La Eucaristía nos empuja a un modo de vivir activo, dinámico y transformador. Vivir la Eucaristía es entrar en el plan de Dios. La Eucaristía es acción de gracias, alabanza, bendición y transformación a partir del Señor. La Eucaristía debe llegar a ser siempre y en todo momento, para todos nosotros el centro de nuestras vidas.

Y, en torno a la Eucaristía, animados y fortalecidos en la fe por esta comunidad orante en la que la Hermana Paloma ha querido consagrarse al Señor, vayamos construyendo, allá donde vivamos, comunidades vivas y evangelizadoras. Quien ha descubierto a Cristo siente en su corazón el deseo de llevar a otros hacia Él. Quien ha descubierto a Cristo siente tal alegría que no puede guardársela para sí mismo. Siente la necesidad de transmitirla a los demás. Construyamos, en torno a la Eucaristía, comunidades cristianas que vivan el mandamiento del amor; comunidades cristianas con capacidad de perdón, con sensibilidad hacia las necesidades de los demás, comprometidas en su servicio al prójimo y siempre dispuestas a compartir sus bienes con los más desamparados.

La vida de santa Maravillas de Jesús es un modelo precioso de ese amor desbordante que nace de la vida eucarística. Como descubrimos en sus escritos, su oración ante el sagrario, con una profunda vivencia de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, era una oración de corazón a corazón, que siempre se convertía en solicitud generosa hacia sus hermanas de comunidad y hacia todos los que acudía a ella presentando alguna necesidad. ¡ Ahí está, como testimonio, toda la obra social que, desde la soledad del convento, realizó la santa! Que el ejemplo de su vida y la ayuda de su intercesión nos acompañen siempre.

El amor a la Eucaristía, el amor a la Iglesia y el amor a los hermanos van siempre unidos al amor a la Virgen María. Me consta que en la vida y en la vocación de la hermana Paloma la devoción a María ha tenido una importancia decisiva. Podemos decir que, en cierta manera, ha sido la mano de María la que le ha conducido a este monasterio. A la Virgen María acudimos, pues, ahora, con mucha confianza, en este momento, y renovamos nuestra consagración a ella, pidiéndole que acompañe siempre con su amor maternal a esta hermana nuestra que hoy entrega su vida a su Hijo Jesucristo y a la Iglesia. Y nos vamos a dirigir a María con la oración con la que el Papa Juan Pablo II concluye su Exhortación Apostólica sobre la Vida Consagrada:

A ti, Madre, que deseas la renovación espiritual y apostólica de tus hijos en la respuesta de amor y entrega total a Cristo, elevamos confiados nuestra súplica. Tu que has hecho la voluntad del Padre, disponible en la obediencia, intrépida en la pobreza y acogedora en la virginidad fecunda, alcanza de tu divino Hijo, que cuantos han recibido el don de seguirlo en la vida consagrada, sepan testimoniarlo con una existencia transfigurada, caminando gozosamente, junto con todos los otros hermanos y hermanas hacia la patria celestial y la luz que no tiene ocaso. Te lo pedimos, para que en todos y en todo sea glorificado, bendito y amado el Sumo Señor de todas las cosas, que es Padre, Hijo y Espíritu santo. Amén (V.C. nº112)

Primer Aniversario de D. Francisco

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PRIMER ANIVERSARIO DE D. FRANCISCO

Nos reunimos en la conmemoración del primer aniversario de la muerte de D. Francisco para pedir por él, para fortalecer nuestra fe en la resurrección de Jesucristo y para dar gracias al Señor, una vez más, por los abundantes bienes espirituales que la diócesis de Getafe ha recibido de Dios en su ministerio episcopal.

En la primera lectura el profeta Isaías anuncia con bellas imágenes la manifestación plena de Dios para todos aquellos que confían en su misericordia. “En aquel día, preparará el Señor de los ejércitos, para todos los pueblos, un festín de manjares suculentos (...) aniquilará la muerte para siempre (...) enjugará las lágrimas de todos los rostros y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país (...) Celebremos y gocemos con su salvación” (Is. 25,6-9). Bajo la imagen del banquete se anuncia la salvación universal. Es un signo anticipador del banquete eucarístico que hoy nos congrega aquí, en el que actualizamos sacramentalmente el misterio de la Pascua y recibimos la promesa de nuestra futura inmortalidad.

La celebración de la Eucaristía, en cuanto que es acción de gracias al Padre por el don de la redención, nos ayuda a vivir estos momentos en los que, al recordar a una persona tan querida para nosotros como fue D. Francisco, comprendemos todo el amor que Dios nos tiene y cómo ese amor llega a nosotros a través de personas elegidas por él para mostrarnos su paternidad y para que nos sintamos, de verdad, hijos suyos tratados siempre por Él con entrañas de misericordia. “Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! (...) Ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que , cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (1 Jn. 3,1-2)

Tenemos que crecer en el amor de Dios. Si Dios nos ha amado de esta manera y, en su Hijo Jesucristo, muerto y resucitado, nos ha abierto las puertas de la inmortalidad, hemos de convertir nuestra vida en un don para los demás mostrándoles con el testimonio de nuestra entrega todo el amor que Dios les tiene.

En la homilía de mi ordenación episcopal D. Francisco nos invitaba a poner la mirada en la realidad concreta de nuestra diócesis para despertar en nosotros la necesidad y el deseo de la evangelización: “Tenemos delante este extenso sur de Madrid marcado, como toda la sociedad actual, por la pérdida de Dios, por la crisis de fe, acompañada de forma indisoluble por la crisis de lo humano (...) y con el denominador común de la falta de relaciones de amor y de la consiguiente soledad humana”. Y después de hablarnos de las diversas soledades, sufrimientos e injusticias que padece el hombre de hoy, terminaba diciéndonos: “La respuesta la tenemos clara y plena en Jesucristo, Hijo de Dios vivo, hecho carne en las entrañas de María, muerto y resucitado por la salvación del hombre. El plan Dios, su proyecto, es la salvación del hombre. La única y definitiva verdad es el Amor que salva por amor, hasta la muerte, a todo hombre. Nuestra respuesta es la de nuestro corazón entregado a Cristo, del cual nace una nueva fuerza sobrenatural que conduce al amor hasta dar la vida”.

En un momento como este en que, unidos como una familia que se quiere, recordamos con cariño al que fue nuestro Padre y Pastor y confesamos nuestra fe en la resurrección de Jesucristo, hemos de seguir mirando hacia delante; y con la fuerza del Espíritu Santo, seguir manifestando, con fortaleza, a todos los hombres el amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro, vencedor de la muerte.

El evangelio que hemos proclamado, revelando la voluntad salvadora de Dios, fortalece nuestra esperanza y nos anima en el trabajo de la evangelización: “Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en Él, tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. Nos llena de consuelo saber que la vida de un hombre como D. Francisco que ha visto y ha creído en el Hijo de Dios, posee ya la vida eterna y resucitará en el último día.

Y al mismo tiempo, al escuchar estas palabras del Señor, sentimos el gozo y la responsabilidad de cumplir la voluntad del Padre uniéndonos a Cristo, creyendo en Él y viéndole cada día, con los ojos de la fe, en la oración que nos conforta, en los sacramentos que nos salvan, en la Palabra de Dios que nos ilumina y en la caridad que nos une y abre nuestro corazón a las necesidades de todos los hombre y hace posible en nosotros el milagro del perdón de las ofensas

Tenemos que grabar muy dentro de nosotros la palabra del Señor: “que no se pierda nada de lo que el Padre me dio”. Que no se pierda el mensaje de humanidad, de esperanza, de alegría y de servicio al Evangelio de Cristo que D. Francisco nos dejó. Y que no se pierdan estos hombres y mujeres, de nuestra diócesis de Getafe, contemporáneos nuestros, vecinos nuestros, amigos nuestros, compañeros de trabajo nuestros, familiares nuestros, tan zarandeados y engañados por una cultura mentirosa, que bajo el pretexto de un pretendido progreso, les está apartando de la única fuente capaz de saciar su sed de inmortalidad: Jesucristo, nuestro Señor, muerto y resucitado, vivo y cercano a todos los hombres, por el don de Espíritu Santo, en nuestra Madre la Iglesia.

Nosotros, que hemos conocido el amor de Dios y hemos creído en él, hemos de sentir todos los días la urgencia de la evangelización, teniendo muy claro, que el mejor y, podríamos decir que casi el único, camino es el de mostrar a los hombre el atractivo y la belleza de la vida cristiana, manifestada en todas las realidades de la vida, y de una Iglesia que. guiada por el Espíritu Santo, viva con pasión su amor a todos los hombres, ofreciéndoles generosamente su gran tesoro, que es Jesucristo.

La Virgen María, modelo perfecto de fe vivida, nos ayuda continuamente con su intercesión. A ella acudimos también hoy para que nos acompañe en nuestro caminar hacia Cristo y en nuestro servicio a los hombres; y nos conceda la gracia de ser testigos valientes del evangelio de la vida y de la esperanza, haciendo germinar en nuestra diócesis las semillas que dejó D. Francisco.

Fiesta de la Epifania

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HOMILÍA FIESTA DE LA EPIFANÍA
6 de Enero de 2005

La fiesta de hoy sigue teniendo entre nosotros, en nuestra cultura, un gran sentido familiar. Es la fiesta de los regalos. Es la fiesta de los niños. Es una fiesta que revive en todos nosotros mucha vivencias y recuerdos familiares llenos de emoción y de ternura. No podemos perder de vista el profundo valor humano que entrañan todos estas tradiciones en torno a lo que popularmente llamamos la “fiesta de los reyes magos”, especialmente si entendemos los regalos como expresión de que la vida entera es un don.

Sin embargo, estas tradiciones no pueden hacernos perder de vista el significado litúrgico de esta solemnidad.

Hoy celebramos la fiesta de la Epifanía del Señor. Una fiesta en la que celebramos el gran don, el gran regalo, de Dios a todos los hombres que es Jesucristo. Una fiesta que, aunque tuvo su origen en las Iglesias de Oriente, pronto se extendió también a las Iglesias de Occidente para ayudarnos a comprender que el acontecimiento salvador del nacimiento de Cristo, desborda todas las fronteras y llega con su luz salvadora a todas las gentes de cualquier raza o cultura.

Lo mismo que la gloria de Dios, manifestada en Belén, fue revelada prodigiosamente a los pastores (Lc.2,8-20), del mismo modo, de manera también prodigiosa, fue manifestada a unos extranjeros, a unos magos, en un lugar remoto, por medio de una estrella.

Es indudable que en este gesto revelador, en esta estrella que inesperadamente aparece en el firmamento, es Dios quien actúa y quien desvela su misterio de amor redentor e ilumina, con su Espíritu Santo, los ojos de aquellos hombres inquietos que buscan con ardor la verdad sobre Dios y sobre el hombre. En la mentalidad oriental la estrella no sólo anuncia el nacimiento de un gran personaje, sino que significa al personaje mismo. Los reyes y herederos eran también llamados “estrellas”. Por eso el evangelista, en el relato de los magos, no sólo nos dice que una estrella conduce a los magos hacia Jesús sino que Jesús mismo es esa estrella que, en la oscuridad de la fe, en la noche del mundo, guía a todos los hombres que, en medio de sus incertidumbres, buscan con todo su corazón la Verdad.

Podemos decir que, en cierta manera, en esos magos de Oriente, están representados todos los hombre de buena voluntad que, en las diversas culturas y en todas las épocas, buscan a Dios, quizás sin saberlo, con un corazón sincero. Y en este bello texto de la historia de los magos el evangelista S. Mateo dirigiéndose también a nosotros nos va a explicar las diversas etapas del camino de la fe. Va a poner ante nuestros ojos la historia de un encuentro. El encuentro de un Dios, que con de entrañas de misericordia, busca al hombre herido por el pecado; y de un hombre que, en la oscuridad de sus dudas y temores, descubre con asombro el misterio del amor divino.

Para entender esta maravillosa historia de amor, hemos de empezar diciendo, que nuestra fe no se apoya en unas ideas, o en unos mitos o en una filosofía o en un determinado comportamiento moral. Nuestra fe se apoya en unos hechos. El evangelio es historia. Narra unos hechos. Nos sitúa ante el acontecimiento histórico del nacimiento, la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Pero no es este sólo un acontecimiento del pasado. Es un acontecimiento permanentemente presente y salvador. Es un acontecimiento que sigue actuando en nosotros, que sigue siendo contemporáneo nuestro y que sigue realizando, en aquellos que se abren a su fuerza salvadora, el paso redentor del reino de las tinieblas al reino de la luz: el paso del reino del pecado al reino de la gracia.

Dentro de ese misterio de redención que es la revelación de Dios en la historia de Jesucristo, hemos de situar el relato de los magos. Es la historia de unos sabios de oriente, posiblemente del actual país de Irán ( la antigua Babilonia) que se presentan en Jerusalén, guiados por una estrella y preguntando por el rey de los judíos.

Son gente que busca la verdad:

* Han oído hablar del Mesías. No olvidemos que en Babilonia habían estado desterrados los judíos y quedaba la memoria del Mesías deseado.

* Y en el firmamento han visto algo nuevo que les ha sorprendido. Han descubierto una nueva estrella que ellos inmediatamente asocian al nacimiento de un personaje importante. Quizás tuvieran conocimiento de las palabras bíblicas del libro de los Números donde se anunciaba: “De Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel” (Num. 24,17). (No vamos a entrar ahora en el hecho, que parece bastante seguro, de que precisamente en ese tiempo del nacimiento de Jesús se produce, de forma intermitente, la conjunción de dos astros, Júpiter y Saturno, en la constelación de Piscis, produciendo en el firmamento la sensación de la aparición de una nueva estrella).

Lo cierto es que en aquella estrella los magos ven un signo de Dios. Y es tan grande su deseo de Dios, su deseo de encontrar la Verdad, que no dudan en afrontar el riesgo de un largo y peligroso camino, dejándose guiar por aquella luz, hacia un lugar todavía desconocido; lo mismo que Abraham que, como nos dice la carta a los Hebreos, guiado por la luz de la fe “al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia y salió sin saber a donde iba” (Hebr. 11,8), o como Moisés que “salió de Egipto sin temer la ira del Faraón y se mantuvo firme como si viera al Invisible” (Hebr.11,27)

La historia de los magos es una historia muy actual. Es la historia de los que buscan a Dios. Y, posiblemente sea también nuestra propia historia.

Nosotros también deseamos encontrarnos con Dios. En medio de nuestras dudas e inseguridades buscamos la Verdad. Queremos encontrar el sentido y el fundamento último de nuestras vidas. Hay mucha gente hoy en nuestro mundo, quizás muy cercanos a nosotros, aparentemente alejados de Dios y de la Iglesia, que en el fondo de su corazón, buscan una luz que guíe sus vidas y ponga un poco de orden en el caos en el que con mucha frecuencia se ha convertido su existencia.

Lo mismo que los magos, buscamos a Dios en la noche. No todo es fácil en la vida. Especialmente cuando vamos avanzando en edad hay tribulaciones, hay disgustos, hay temores y dudas.

Pero en esa “noche” de la vida siempre hay estrellas luminosas, siempre hay signos de Dios. Si sabemos mirar, con un corazón limpio, siempre es posible encontrar huellas de su presencia. Siempre hay personas y acontecimientos y experiencias espirituales muy íntimas que, como rayos de luz, nos hablan de Dios.

Y, es posible, que, como sucede en la historia de los magos, alguno de esos puntos de luz, alguna de esas estrellas, brille de un modo tan especial que nos conmueva interiormente y haga que nuestra vida cambie de rumbo. Verdaderamente hay momentos en la vida de todo hombre en que la noche se hace claridad. Y Dios manifiesta su luz de una manera tan intensa que uno no puede quedar indiferente.

Esos momentos no podemos dejarlos pasar. Pueden ser decisivos en nuestra vida. En esos momentos es fundamental, como hicieron los magos de nuestra historia, seguir el rastro de esa luz. Es necesario ponerse en camino.

Pero puede ocurrir, como les sucedió a los magos, que esa luz que seguimos se oculte. Son momentos de crisis, momentos que Dios permite para que le busquemos con mayor anhelo y le pidamos con insistencia, como el salmista, que nos muestre su Rostro. “Tu Rostro buscaré, Señor, no me ocultes tu Rostro”

En esos momentos hay que hacer, como hicieron los magos en Jerusalén: preguntar, buscar, leer las Sagradas Escrituras, pedir ayuda, no aislarse.

Y, cuando se busca auténticamente la luz, antes o después, la luz aparece. La estrella que nos guía en el camino siempre aparece y la alegría renace. Dice el evangelio que los magos “después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarles (...) Y al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría” (Mt.2,9.10)

Pero lo más impresionante de esta historia es el final. Los signos de Dios no siempre nos llevan a donde nosotros nos imaginamos. Dios siempre nos sorprende. Va mucho más allá de lo que nuestra mente es capaz de imaginar.

Los magos cuando vieron a donde les conducía la estrella quedaron sorprendidos. Imaginaban que la estrella les iba a llevar hasta un personaje lleno de poder humano y de gloria y de fuerza, al estilo de los señores de este mundo. Pero, ante su sorpresa, la estrella les lleva a un lugar humilde y pobre: “Entraron en la casa y vieron al niño con su madre María y postrándose ante él le adoraron”

Dios se manifiesta a todos los hombres. Dios se muestra a todo el que le busca, pero siempre se muestra en la pobreza y en la humildad. Y sólo los pobres, como los pastores y los humildes, como los magos, son capaces de encontrarse con un Dios que, como nos dice el apóstol Pablo “siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza”

Pidamos al Señor que, en esta solemnidad de la Epifanía, en la que conmemoramos su manifestación a todas las gentes, que cambie nuestro corazón soberbio y engreído en un corazón humilde y sencillo, capaz de descubrir en el Niño de Belén al Rey de la Gloria.

Que el Señor cambie nuestro corazón ambicioso, atado y esclavizado por el ansia de poseer y nos de un corazón pobre, generoso y desprendido capaz de descubrir la única riqueza verdadera, el único tesoro que llena el corazón que es Jesucristo, que sigue entregándose por nosotros en la Eucaristía, como alimento para el camino y como pan de vida que nos abre las puertas de la vida verdadera.

Y que la Santísima Virgen, estrella de la mañana, que con su luz anuncia la llegada del nuevo día, Jesucristo, nos mantenga siempre atentos y despiertos para descubrir en nuestra vida los signos de Dios y, como los magos de oriente, estemos siempre dispuestos para ponernos en camino y vivir el gozo del encuentro con el Señor.