Fiesta del Corpus Christi

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CORPUS CHRISTI - 2004

* El gozo de este encuentro. Un año más, al llegar la solemnidad del Corpus Christi, toda la Iglesia se une gozosa para venerar y adorar este Sacramento admirable en el que Cristo ha querido dejarnos el memorial de su Pasión. Es un día en el que queremos dar testimonio público de nuestra fe en Jesucristo presente en la Eucaristía y en el que queremos también sentir el gozo de la unidad, el amor a la iglesia y la responsabilidad de la misión evangelizadora que nos ha sido confiada.

Desde que en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza, comenzó su peregrinación hacia la Patria celeste, este divino sacramento ha marcado sus días, llenándolos de esperanza confiada. Pensando precisamente en esto el santo Padre quiso dedicar a la Eucaristía la primera encíclica del nuevo milenio y con alegría anunció a toda la Iglesia, el jueves pasado, seis de Junio, la celebración de un especial “Año de la Eucaristía” que comenzará con el congreso mundial eucarístico que tendrá lugar en la ciudad mejicana de Guadalajara del 10 al 17 de Octubre de 2004 y terminará con la próxima asamblea ordinaria del sínodo de los obispos, que se celebrará en el Vaticano del 2 al 29 de Oct5ubre de 2005, cuyo tema será “La Eucaristía fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia”.

La Iglesia vive de la Eucaristía. Sin la Eucaristía no puede haber Iglesia y sin Iglesia ni puede haber Eucaristía. En la Eucaristía se cumple la promesa del Señor: “Mirad que Yo estoy con vosotros todos los día hasta el fin del mundo”

* Realmente podemos decir que la Eucaristía constituye el centro mismo de la vida de la Iglesia: porque si decimos que la Iglesia nace del Misterio Pascual, es decir, del misterio de la pasión muerte y resurrección de Cristo, la Eucaristía es el sacramento por excelencia del misterio pascual. En la Eucaristía la Iglesia actualiza permanentemente el sacrificio redentor de Cristo en la cruz, tiene acceso a él, lo hace contemporáneo a nosotros y permanentemente presente. No es algo pasado, no es sólo un simple acontecimiento histórico. En la eucaristía el sacrificio de Cristo es algo vivo y actual. En la celebración eucarística podemos vivir y palpar con nuestros sentidos y, por tanto, aplicar a nuestra situación personal el amor inmenso de Cristo, su amor hasta el extremo, hasta dar la vida, y su obediencia suprema al Padre por amor a los hombres. En la Eucaristía, cada uno de nosotros y la Iglesia entera se une a Cristo, ofreciéndose con Él al Padre. Toda nuestra vida, con sus dolores y alegrías, ofrecida con Cristo al Padre en el sacrificio eucarístico adquiere significado y valor. Incluso nuestro pecado es destruido por el sacrificio redentor de Cristo y convertido en fuente de gracia y fortaleza.

Pero la Pascua de Cristo que se hace viva y presente entre nosotros en la celebración eucarística, incluye junto con la pasión y muerte, también la resurrección. “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven señor Jesús!”. La resurrección es la culminación y la corona del sacrificio de Cristo en la cruz. Y en la Eucaristía, por tanto, nos encontramos con el resucitado que vive en la Iglesia y nos da el Espíritu Santo y se nos entrega permanentemente como pan de vida. “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que como de este pan vivirá eternamente”. En la Eucaristía estamos ya participando, anticipadamente, como primicia, de la resurrección futura que un día, por nuestra unión con Cristo resucitado alcanzaremos.

Contemplando el misterio eucarístico, con actitud de asombro agradecido y de admiración, podemos entender muy bien como se construye la unidad de la Iglesia. La unidad en la Iglesia, la comunión eclesial, la construye el Espíritu Santo que nos une a Cristo, en la Eucaristía, y hace posible que formemos con Él, como nuestra Cabeza, un solo cuerpo, el Cuerpo de Cristo, Sacramento de salvación para la humanidad entera y signo e instrumento de la unión intima de los hombres con Dios y de la unidad de todo el género humano.

Por eso hoy, día del Corpus Christi, contemplando este misterio de amor, hemos de comprender, como nos recuerda el Papa en su encíclica, que la celebración de la Eucaristía presupone la comunión, consolida la comunión y lleva a su perfección la comunión.

* La celebración eucarística presupone la comunión. La Eucaristía es algo tan grande y tan esencial en nuestra vida que no podemos acercarnos a ella de cualquier manera.

La Eucaristía supone, por una parte, la vida de la gracia. No podemos acercarnos a la Eucaristía, ni habernos arrepentido antes de nuestros pecados. La Eucaristía y la Penitencia son dos sacramentos estrechamente vinculados entre sí. La Eucaristía nos está pidiendo una actitud de continua conversión, de reconocimiento humilde de todo lo que nos separa de Cristo y de los hermanos; y, por eso, antes de acercarnos a comulgar el Cuerpo de Cristo hemos de acercarnos al sacramento del perdón para reconciliarnos con Dios y podernos acercar a la mesa del Señor con un corazón limpio.

Y la Eucaristía supone también, por otra parte, una incorporación plena a la Iglesia, a su vida, a sus pastores, a su doctrina y a su misión. La Eucaristía nos pide participación gozosa en el ser de la Iglesia, en su realidad más concreta, en nuestras parroquias y comunidades, siendo miembros activos y evangelizadores, preocupados de nuestra formación, orando como hermanos y haciendo nuestros los problemas, inquietudes y tareas de la Iglesia de nuestros días.

* Pero la Eucaristía, a la vez que presupone la comunión, también crea y consolida esa comunión y la lleva a su perfección y plenitud.

La Eucaristía educa para la comunión frente al peligro de la dispersión, nos hace cada día más cercanos unos a otros y más hermanos.

De ahí, la importancia enorme de la Misa dominical. Si la Iglesia que es madre y Maestra nos pide que participemos, por lo menos el domingo, en la Eucaristía es porque sabe que esa participación asidua es vital para nuestro crecimiento en la fe. No podemos descuidarnos, ni abandonarnos en este deber tan esencia. “ La Eucaristía del domingo, no dice el Papa, es el lugar privilegiado donde la comunión es anunciada y cultivada constantemente.

Precisamente, a través de la participación eucarística, el día del Señor se convierte en el día de la Iglesia, que puede desempeñar así, de manera eficaz
su papel de sacramento de unidad.

* Y esa comunión creciente, que la Eucaristía va creando en nosotros, va despertando también en nosotros una creciente caridad.

Quien vive y experimenta en su vida el amor de Dios y el amor as los hermanos, quiere y desea y busca que ese amor llegue a todos los hombres. Un amor como el de Cristo:
- amor universal: que perdona al enemigo y t.baja por la paz,
- amor preferencial a los más pobres, que trabaja por la justicia y presta ayuda al que vive en la pobreza

Viernes Santo

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HOMILÍA VIERNES SANTO

Ante el relato de la pasión, no cabe sino el silencio, la adoración y una inmensa gratitud. Todo esto sucedió por mi. Murió por mis pecados. Cuando al director de cine Mel Gibson le preguntaban, acusándole de antisemitismo, si en su película “La Pasión de Cristo” aparecían los judíos como culpables de la muerte del Señor, él contestaba: el culpable de la muerte del Señor he sido yo, ha sido mi pecado y el pecado de todos los hombres.”Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca” (Is 53,6-7)

Hemos comenzado esta celebración postrándonos en el suelo, en silencio, ante el Señor, que muere en la cruz por nuestros pecados y nos hemos dirigido a Dios diciendo: “¡Oh Dios! Tu Hijo, Señor nuestro, por medio de su pasión ha destruido la muerte que como consecuencia del pecado nos alcanza a todos los hombres. Concédenos hacernos semejantes a Él para que por la acción santificadora de la gracia llevemos grabada en nosotros la imagen de Jesucristo, el hombre celestial”.Sin Cristo los hombres llevábamos grabada la imagen de Adán el hombre terreno, herido por el pecado original. Cristo, en la cruz, como nuevo Adán, devuelve al hombre caído su imagen auténtica de hijo de Dios.

La contemplación de la pasión del Señor tiene que provocar en nosotros un cambio profundo ... una verdadera conversión.

En el evangelio de S. Juan aparecen perfectamente unidas la naturaleza humana de Jesús y su naturaleza divina. Jesús, en cuanto hombre padece un sufrimiento indecible; es humillado, maltratado y despojado de todo. Pero, al mismo tiempo aparece su condición divina, su señorío y su íntima unión con el Padre.

* Vienen a buscarle como si fuera un ladrón, Judas el traidor, la patrulla romana y los guardias de los sumos sacerdotes. Pero al decir Jesús quien es. Al pronunciar Jesús ese “Yo soy”, lleno de autoridad divina, todos retroceden y caen. Y sólo consiguen prenderle cuando Él lo permite. Jesús va libremente a la pasión. “Nadie me quita la vida, soy yo el que la entrega”

* Ante Anás, Jesús es abofeteado. Pero su palabra pone de manifiesto la falsedad del sumo sacerdote: “Si he faltado al hablar muéstrame en qué he faltado; pero si he hablado como se debe ¿por qué me pegas?”

* Pilato, consciente de la inocencia de Jesús, quiere arreglar las cosas , pero sin afrontar la verdad, quiere quedar bien con todos, menos con su propia conciencia. Pilato vive en la mentira. No afronta la verdad. Está más preocupado de su imagen pública que de la justicia. Y, ante Jesús, esa falsedad en la que vive queda al descubierto. Y, cuando le pregunta a Jesús, abiertamente, si es rey, Jesús le va a contestar con toda claridad: “Tu lo dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Pero Pilato no vive en la verdad, no es de la verdad. Pilato vive en la mentira, vive en la apariencia. Por eso Pilato y los que son como Pilato no son capaces de escuchar la voz de Jesús.

* Jesús en la cruz, a la vez que como hombre se va vaciando y va viviendo el mayor de los despojos y la pobreza más extrema, se va también manifestando como revelación suprema de la misericordia divina y como Señor de la gloria. Y en un derroche de amor convierte a su Madre, entregándosela al apóstol Juan, en Madre de la Iglesia... convierte a la Madre del Redentor en la Madre también de los redimidos

El prefacio primero de la Pasión nos expresa con gran profundidad el señorío de Cristo en la cruz y su juicio sobre el mundo: “En la pasión salvadora de tu Hijo, el universo aprende a proclamar tu grandeza y por la fuerza de la cruz el mundo es juzgado como reo y el crucificado exhaltado como juez poderoso”.

Vamos a ponernos, hoy, ante la cruz del Señor, y dejar que esa cruz, la cruz del amor, la cruz del perdón, la cruz de la misericordia, la cruz que nos ha redimido del pecado, juzgue nuestra vidas y juzgue nuestro mundo:

- juzgue nuestras cobardías y miedos como la cobardía y el miedo de los apóstoles y de Pedro,
- juzgue nuestra soberbia como la de Anás y Caifás,
- juzgue nuestras mentira y nuestra injusticia como la mentira y la injusticia de Pilato.

Pero el juicio que hace Jesús, desde la cruz no es un juicio de condenación, sino de vida.

Por eso vamos a abrazarnos, con mucha confianza, a la cruz del Señor para que Él perdone nuestros pecados, nos conforte en los sufrimientos y nos haga testigos de su misericordia.

Y, abrazados a la cruz del Señor, teniendo como madre e intercesora a la Virgen María, y llenos de la gracia que nos viene de los sacramentos seamos también jueces valientes para denunciar el pecado y la mentira del mundo, de nuestro mundo... para denunciar todos los pecados contra la vida y la dignidad del hombre que constantemente e impunemente se están cometiendo

Y unamos a la valentía de la denuncia el anuncio y la oferta de salvación que brota de la cruz de Cristo abriendo caminos de esperanza, de paz y de misericordia para todos los hombres.

Con esa mirada misericordiosa sobre el mundo vamos a hacer, dentro de un momento, la oración universal. Hoy la Iglesia, abrazada a la cruz de Cristo, mira con amor de madre a la humanidad entera y pide para ella el perdón y la misericordia.

Que la participación en el misterio de la cruz nos permita celebrar mañana , con gozo, la victoria sobre la muerte... la resurrección gloriosa de Cristo. AMÉN

Vigilia Pascual

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HOMILÍA VIGILIA PASCUAL

Esta es una noche feliz. La Iglesia canta y alaba a Dios por la victoria de Cristo.”Alégrese nuestra Madre la Iglesia, revestida de luz tan brillante. Resuene este templo con las aclamaciones del Pueblo”. “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”. “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es terna su misericordia”. “Esta es la noche en que rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo”.

Pero lo que celebra hoy la Iglesia no es sólo la victoria de Cristo, su resurrección de entre los muertos. Lo que hoy celebramos es también nuestra victoria. Y es bueno que situemos esta solemne Celebración de la Pascua en nuestra vida ordinaria.

Vivimos un clima cultural muy individualista. Lo sabemos bien. A pesar de que las relaciones sociales son múltiples y las posibilidades de comunicación crecen de forma espectacular, el ser humano, en su intimidad mas profunda se siente sólo. Todo lo que se refiere al ámbito más íntimo y más personal, ese ámbito de las experiencias más hondas de la persona humana: su sentido de la vida, sus convicciones y sus creencias, se ha convertido en algo muy individual y, a veces hermético, donde ni siquiera entra la luz de la fe. Y puede ocurrir que la celebración de esta noche, la celebración de la victoria de Cristo sobre la muerte, la vivamos como algo exterior a nosotros. Como si este acontecimiento tuviera que ver poco con mi vida, con mis preocupaciones cotidianas, con mis temores y mis esperanzas. Parece como si fuera algo del pasado, ciertamente extraordinario; y que la palabra y la predicación de Jesucristo sólo fuera como un exhortación y un modo de comportarse, verdaderamente admirable, pero imposible de vivir y muy lejos de nuestras tareas y relaciones diarias. Parece como si Jesús sólo fuera un modelo extraordinario de vida, un “lider” moral, el más grande en la historia de la humanidad y que su resurrección lo único que podría significar sería la confirmación, por parte de Dios, de la grandeza moral de Jesucristo.

Pero, la resurrección del Señor es mucho más que eso. Si sólo fuese eso, todo seguiría igual. Nada habría cambiado. La humanidad seguiría siendo esclava de su pecado y viviría siempre asustada por el miedo a la muerte. Lo que hoy celebra la Iglesia no es sólo la resurrección de Jesucristo, su victoria sobre la muerte.

Lo que hoy celebra la Iglesia es la resurrección de Jesucristo y también la resurrección nuestra. En Cristo, primogénito de entre los muertos, como le llama S. Pablo, todos hemos resucitado. La victoria de Jesucristo sobre la muerte y sobre el pecado es también nuestra victoria. “Hermanos, los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo, fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con Él en la muerte, para que así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Porque si nuestra existencia está unida a Él en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya”.

Esta es la gran verdad que hoy celebramos: que si nuestra vida está unida a la de Cristo, estamos pasando ya de la muerte a la vida, estamos entrando ya en una vida nueva que no conoce la muerte. Lo que sucedió ya, sacramentalmente, en el bautismo - nuestra incorporación a Cristo - tiene que irse realizando día a día, en la fe, en la esperanza y en el amor, iluminando y transfigurando, con la fuerza del Espíritu, nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones, en la vida diaria, en todo lo que sentimos y hacemos, aun en las cosas mas pequeñas.

Hoy tenemos que vivir la inmensa alegría de experimentar en nuestro propio ser el misterio de la muerte y resurrección de Cristo: la alegría de morir, con Cristo, a lo viejo, lo caduco, lo que S. Pablo llama las “obras de la carne”: la envidia, la soberbia, le pereza, la desilusión, la desesperanza. Hay que morir a todo eso. Hay que sepultar todo eso. Para renacer con Cristo resucitado a la vida del Espíritu : que es amor y es gozo y paz y benignidad y paciencia.

Hermanos: la victoria de Cristo es nuestra victoria. En Cristo estamos todos. Él es nuestra Cabeza y nosotros somos su Cuerpo. Su sangre ha sido derramada por todos. Y la nueva vida, que surge en la resurrección de Cristo alcanza a todos: también a todos aquellos hombres de buena voluntad que, con sincero corazón buscan el bien y la verdad y cuya fe sólo Dios conoce.

En Cristo resucitado todos empezamos a participar ya de la vida eterna. Lo que ha sucedido en Cristo, sucederá también en todos que nos hemos incorporado a Cristo.

Jesús ha bajado al sepulcro, a la muerte, a las tinieblas, al reino del silencio, a “los infiernos”, al lugar de los muertos, al lugar de los que esperan la plena manifestación de los hijos de Dios. Jesús ha bajado al “abismo”, para sacarnos del “abismo”. “Demos gracias a Dios Padre, que nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al Reino de su Hijo querido”

Hoy, unidos a toda la Iglesia, nos sentimos felices y cantamos himnos de alabanza porque la muerte ha sido vencida, porque Jesucristo como Primogénito de una nueva creación, como nuevo Adán, nos acompaña y nos sostiene y nos da su Espíritu Santo para que formemos parte de la humanidad salvada y redimida.

Hoy celebramos la entrada en un tiempo nuevo, el tiempo de Dios. No es ese tiempo que no lleva a ninguna parte, ese tiempo en el que todo se repite, en el que todo da vueltas sobre sí mismo, ese tiempo, gris, oscuro, sin esperanza. No. Hoy celebramos la entrada en el tiempo de Dios, el tiempo de “los cielos nuevos y la tierra nueva”. Ese tiempo que es el de Cristo resucitado. Jesucristo es Señor del tiempo y de la historia. Así lo hemos grabado en el cirio pascual, símbolo de Cristo resucitado: “Cristo ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega. A Él la gloria y el poder por los siglos”

Reconocer a Cristo como Señor del tiempo y de la historia significa reconocer que en Él todo tiene consistencia, todo tiene fundamento, todo puede conducirnos, si se orienta según el Espíritu de Cristo, hacia la plenitud. La vida no es una repetición de actos sin sentido, sino un caminar con Cristo hacia la plenitud.

Y este “caminar” con Cristo, este “salir de las tinieblas” para entrar en la luz del Señor, en el “día del Señor”, en el “tiempo de la misericordia”, hemos de proclamarlo en esta Noche Santa, renovando nuestra fe y nuestros compromisos bautismales. Renovaremos nuestro bautismo, renunciando al pecado y afianzando nuestro reconocimiento de Cristo como Señor. Seremos rociados con agua bendita en memoria de nuestro bautismo. “Que esta agua nos renueve interiormente, avive en nosotros el recuerdo de nuestro bautismo y nos haga participar en el gozo de los hermanos que han sido bautizados en esta Pascua”

Por eso, cada uno de nosotros, según la llamada que ha recibido del Señor, ha de renovar la respuesta generosa a su propia vocación:

Los sacerdotes, hemos de renovar nuestro compromiso de servir con fidelidad al Pueblo Santo de Dios, haciendo presente sacramentalmente a Jesucristo, Buen Pastor, en la predicación de su Palabra, en la celebración de los sacramentos y en el servicio de la caridad, especialmente con los enfermos y los pobres.

Los seminaristas, renovad, con gratitud y docilidad, la llamada que un día sentisteis en el corazón de seguir al Señor en el ministerio sacerdotal. Y pedid a Dios el don de la fidelidad y la gracia del discernimiento para conocer, bajo la guía de vuestros formadores, el plan de Dios en vuestras vidas.

Los matrimonios, renovad hoy también vuestro compromiso mutuo de amor y fidelidad, siendo el uno para el otro, en la alianza matrimonial, signo del amor, indisoluble y fiel de Cristo a su Iglesia, cuidando, con una responsabilidad compartida, de la educación de los hijos enseñándoles a vivir el amor a Dios y el amor al prójimo; y haciendo del hogar una verdadera Iglesia doméstica.

Los jóvenes, poned hoy toda vuestra confianza en Jesucristo, que ha vencido a la muerte. Jesucristo es un amigo que no engaña. Y, por eso, es un amigo exigente. Él os propone el camino de las bienaventuranzas, que es el camino de la felicidad más auténtica: el camino de la libertad, que es desprendimiento de lo superfluo, el camino de la paz, siendo pacíficos en vuestro corazón y pacificadores en medio del mundo, el camino de la misericordia, el camino de la pureza de corazón, el camino del hambre y la sed de ideales grandes y de santidad.

Los mayores, vivid esta Noche poniendo en Jesucristo, Señor de la Vida el fruto de toda una vida de esfuerzo, sabiendo que para los que aman a Dios nada queda en el olvido. Y poned también el deseo y el compromiso de seguir siendo, en medio de los vuestros, en medio de vuestros hijos y nietos, testigos del amor y la misericordia de Dios, siendo vínculo de unión entre todos y manifestando con vuestra vida que sólo el amor y la fe llenan plenamente la vida. Al final todo pasa y sólo queda el amor.

Que esta Noche Santa sea para todos Noche de luz, Noche de inmensa alegría, Noche de esperanza.

Hoy volvemos a escuchar la voz del ángel a las santas mujeres que acudían al sepulcro vacío del Señor: “Por qué buscáis entre los muertos al que vive. HA RESUCITADO”. Por qué seguir malgastando nuestras vidas y nuestro esfuerzo en cosas efímeras. Por qué seguir empeñándonos en seguir sendas que no llevan a ninguna parte. Por qué pretender alcanzar la felicidad donde es imposible encontrarla. “Porque buscáis entre los muertos al vive”.

Que siempre busquemos la vida en Cristo resucitado y Él será nuestra alegría, nuestro gozo y la fuente eterna de nuestra felicidad y de nuestra esperanza. AMEN

 

Jueves Santo

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HOMILÍA JUEVES SANTO

“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo” Jn.13,1

* Todo, en el Jueves Santo, nos habla de amor. El amor de Dios a los hombres. Un amor hasta el extremo. Dios mismo se nos entrega en su Hijo... Dios mismo, en la persona de su Hijo, se nos entrega totalmente, compartiendo nuestra vida, siendo, en todo, igual a nosotros menos en el pecado, asumiendo nuestra debilidad y nuestros padecimientos. “ No tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nosotros, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado. Por eso acerquémonos con toda seguridad al trono de la gracia que nos auxilie oportunamente” Hebr. 4,14-5,10

Hoy es un día para contemplar el amor de Dios y darle gracias... y sentirnos llenos de seguridad y de confianza en sus brazos, porque los brazos de Dios son los brazos de un amor que no tiene límites. Hoy es un día para afianzar las raíces de nuestra existencia, los fundamentos de nuestro ser en la misericordia y en el amor divino. En medio de nuestras inseguridades y temores, envueltos muchas veces por el sufrimiento, por la duda o por la falta de amor, hemos de poner hoy nuestra mirada en Jesucristo, el Señor, en quien se nos ha revelado ese amor inmenso e infinito de un Dios que nunca nos va a dejar solos. Un Dios siempre cercano al hombre llenándole permanentemente de fortaleza y consuelo.

* Ese amor nos lo ha revelado Jesucristo a lo largo de toda su vida: con su Palabra, con sus milagros (que son signos de amor) y con su constante preocupación y atención a todos los hombres, especialmente a los humildes, a los pequeños, a los pecadores y a los pobres. Pero es en el Jueves santo cuando ese amor de Dios revelado en Jesucristo va a llegar a su momento mas sublime: en la Última Cena, (que va a ser anticipación del sacrificio del Calvario), en la que va a perpetuar su presencia entre nosotros con la Eucaristía y con el ministerio sacerdotal confiado a los apóstoles.

* La Eucaristía es el centro de la vida cristiana. Es el memorial permanentemente actualizado del sacrificio redentor de Cristo en el Calvario. “El Señor Jesús en la noche en que iban a entregarlo tomó pan, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros, haced esto en conmemoración mía. Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre, haced esto en memoria mía”. En la Eucaristía Cristo se entrega a su Iglesia para que su Iglesia, nosotros, tengamos vida... para que el muro que nos separa de Dios (el pecado) quede destruido... para que tengamos acceso siempre abierto para entrar en la intimidad de Dios, muriendo, con Cristo, al pecado y a todo lo que nos aparta de Dios y entrando, con Cristo, en la vida de la gracia, del perdón y de la misericordia.

La Iglesia no puede vivir sin la Eucaristía. El cristiano no puede permanecer en la fe sIn la Eucaristía. La Eucaristía nos hace cristianos y edifica la Iglesia: la Eucaristía hace posible el milagro de la unidad, de la comunión fraterna, de la aceptación y de la acogida mutua, a pesar de la diferencias.

Sólo viviendo y celebrando la Eucaristía nuestro amor será universal. ... Nuestro amor y entrega a los hermanos llegará a todas partes, incluso al enemigo y será un amor que se conmueve ante el sufrimiento de los pobres y buscará soluciones y pondrá lo que pueda de su parte para tender una mano al desvalido. Por eso hoy, Jueves santo, día eminentemente eucarístico, la Iglesia, con mucho acierto, nos invita a pensar en CARITAS, cauce institucional de la Iglesia para el servicio a los pobres y a comprometernos en ella y con ella.

Viviendo la Eucaristía, con Cristo, en la Última Cena y reconociendo en ella su presencia real, sentimos hoy el dolor de todos los que sufren, en Palestina, en Afganistán, en Irak, y en muchos lugares de África, Sudamérica o Asia, así como en tantos y tantos lugares ignorados, a veces, muy cerca de nosotros donde la dignidad de la persona humana, o la vida, o la libertad de los hombres, por los que Cristo ha derramado su sangre, es menospreciada o destruida.

* Vivir la Eucaristía es vivir el mandamiento del amor, que hoy, Jueves santo tiene una resonancia especial. Es el testamento de Jesús: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. En esto
conocerán que sois discípulos míos, si os tenéis amor unos a otros”Jn 13,34.

La novedad del mandamiento del amor no es el amor en sí mismo, sino el modo de amar. La novedad está en amar como Cristo, dando la vida. La novedad está en la fuente del amor que es Dios mismo y su Espíritu santo que con su gracia y sus dones hace posible lo que para los hombres es imposible... hace posible amar con el mismo amor con que Dios nos ama a nosotros.

* Todo esto, lo vivimos y celebramos en la Eucaristía. Y para perpetuar la Eucaristía el Señor nos hizo hoy un segundo regalo: el regalo del sacerdocio ministerial ... el regalo del ministerio apostólico que el Señor concedió a su Iglesia en las personas de aquellos doce apóstoles, a los que Él había llamado personalmente para que estuvieran muy cerca de Él y para enviarles a predicar.

En la persona del sacerdote, por el sacramento del orden, el Señor sigue presente, entre nosotros sacramentalmente, como pastor bueno que cuida a su Iglesia y que congrega en la unidad y en la caridad a los suyos mediante el anuncio de la Palabra y la celebración de los sacramentos.

Hoy es un día para reconocer con gratitud el don que el Señor hizo a su Iglesia con el ministerio sacerdotal. Por la gracia del ministerio sacerdotal, nuestros pecados quedan perdonados y la Palabra del Señor llega a nosotros con integridad y con la autoridad del mismo Cristo, de muy diversas formas: en la predicación o en la catequesis o en las muchas maneras de exhortación o de proclamación de la Palabra.

Y es un día para pedirle al Señor mucho por los sacerdotes, por los que se preparan para el sacerdocio y por las vocaciones sacerdotales. Pedir mucho al Señor para que los sacerdotes seamos fieles a la gracia que hemos recibido y nuestras vidas sean un verdadero ejemplo de santidad... que las vidas de los sacerdotes, como decía S.Juan de Ávila, “sepan a Dios”... tengan el sabor de Dios... inviten a sentir a todos los fieles cristianos “el gusto” por las cosas divinas... que cuando alguien vea la vida ejemplar de un sacerdote sienta deseos de acercarse a Dios.

* El lavatorio de los pies que haremos dentro de un momento, haciendo presente entre nosotros el gesto de Jesús con sus discípulos, nos va a recordar cómo hemos de vivir la relación entre nosotros: una relación de amor, de servicio, de disponibilidad y de humildad. “Vosotros me llamáis Maestro Señor y decís bien pues lo soy. Pues si yo el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”. Jn.13,1-15

* Después de esta celebración quedará expuesto, en el Monumento, para veneración y adoración de todos, el Santísimo Sacramento. Os invito a estar con el Señor, en adoración, dándole gracias por tanto amor como nos ha mostrado y pidiéndole luz, fortaleza y consuelo para ser testigos de su amor ante los hombres, especialmente en nuestras familias: que bendiga a nuestras familias, cuide nuestros hijos y a todos nos haga crecer en el amor. Recordemos ante el Señor, vivo y realmente presente en la Eucaristía todas las necesidades del mundo, pidiéndole perdón por los pecados que se cometen.

Vamos a poner, sobre todo, ante el Señor, el sufrimiento de los pobres, de los pasan hambre, de los que sufren la guerra y la violencia, recordando con especial emoción a las víctimas de los recientes atentados de Madrid. Pidamos por España y por el mundo entero para que cese y desaparezca la violencia y el terrorismo; y los que sufren sus consecuencias encuentre en nosotros, el consuelo, la acogida y el amor fraterno. Y, todos, bien fundamentados y asentados en el amor de Cristo, alcancemos el perdón de nuestros pecados y la paz del corazón. AMEN.

 

Profesion de Belen

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HOMILÍA PROFESIÓN SOLEMNE DE BELÉN

Queridos hermanos sacerdotes, querida comunidad de MM. carmelitas, queridos amigos y hermanos todos y muy especialmente querido Hermana Belén:

Todos nos sentimos hoy muy felices y la Iglesia entera se siente feliz y le da gracias al Señor y pide por esta hija suya, que, por una gracia especial de Dios “ha decidido vivir únicamente para Dios en la soledad y en el silencio, en la oración asidua, en la generosa penitencia, en el trabajo humilde y en las obras santas, inmolándose, en comunión con María, por la Iglesia y por las almas” (Ritual n.51).

Es una vocación muy singular la de Belén. Una vocación difícil de entender en una cultura como la nuestra en la que los valores espirituales han quedado arrinconados para dar paso, casi únicamente, a una concepción de la vida centrada en lo material, lo útil, lo placentero, lo que no cuesta esfuerzo, lo pasajero. Una cultura que, en definitiva no quiere tener en cuenta a Dios, se olvida de Dios y olvidándose de Dios se olvida también del hombre y de su dignidad. Pero, vista desde la fe, es una vocación maravillosa. Podemos decir con las mismas palabras con las que Jesús se dirigía, en Betania, a María la hermana de Marta, que postrada a los pies del maestro escuchaba su palabra: Belén, eligiendo esta forma de vida, ha elegido la mejor parte y nadie se la podrá arrebatar. Ha elegido estar con el Señor, vivir para el Señor y tener al Señor como su único esposo. Belen ha escuchado en su corazón, como dirigidas especialmente a ella, esas preciosas palabras del salmo 44, que hemos rezado después de la primera lectura: “ Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna: prendado está el rey de tu belleza, póstrate ante él que él es tu Señor”. Sí, Belen. El Señor, prendado de tu belleza, esa belleza que te regaló en el bautismo y que ha ido creciendo y engalanándose con las muchas gracias que, a lo largo de tu vida, a través, especialmente, de tus padres y de muchas personas buenas que te han ido conduciendo hacia Dios, quiere, ahora, que seas sola para él. Quiere que seas su esposa. Tú para Él y Él para ti. Hoy el Señor hablándote en la intimidad pronunciará para ti las palabras del Cantar de los Cantares: “Ponme como sello sobre tu corazón, como un sello en tu brazo. Porque el amor es fuerte como la muerte; es cruel la pasión como el abismo; es centella de fuego, llamarada divina” (Cant. 8,6-7). Esa “llamarada “ del amor divino, que, desde muy niña has sentido en tu corazón, es la que hoy te mueve a entregarte totalmente al Señor. Y él no te va a defraudar. Todo lo contrario, Él va seguir llenando de amor tu corazón y, a partir de ahora de un modo excepcional. Dile que sí, sin ningún temor. “Sea el Señor tu delicia y él te dará lo que pide tu corazón”. “Oh llama de amor viva que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro (…) Oh toque delicado que a vida eterna sabe” (San Juan de la Cruz). Por una gracia especial de Dios tu sabes ya lo que significa esa “llama de amor viva” y aunque todavía sea, entre sombras, empiezas ya a gustar, en la oscuridad de la fe, la “vida eterna”. El mundo, nuestro mundo ciego y sorda a las cosas de Dios cree que lo que haces hoy es una locura; pero tú sabes muy bien y los que hoy te acompañamos también la sabemos que “ la locura de Dios es más sabia que los hombres y la debilidad de Dios es mas fuerte que cualquier poder humano (…) porque lo necio del mundo se lo escogió Dios para humillar a los sabios; y lo débil del mundo se lo escogió Dios para humillar a lo fuerte” (I Cor. 1,25 ss.)

Nuestra gran santa Teresa de Jesús describe así el día de su profesión religiosa, en el capítulo cuarto de libro de su Vida: “En tomando el hábito, luego me dio a entender el Señor cómo favorece a los que hacen fuerza por servirle… Me dio un tan gran contento de tener aquel estado que nunca jamás me faltó hasta hoy… dábanme deleite todas las cosas de la religión… y no había cosa que delante se me pusiese, por grave que fuese, que dudase en acometerla… Me acuerdo de la manera de mi profesión y de la gran determinación con que la hice”.

Estoy seguro de que en estos momentos estas viviendo una experiencia parecida a la que nos describe la Santa. Dios manifiesta su presencia con una alegría inmensa, una alegría que el mundo es incapaz de ofrecer. Y junto, a esa alegría, junto a ese “gran contento”, una firme determinación de hacer, en todo momento la voluntad de Dios. Y esa alegría y esa determinación nunca jamás te van a faltar. Es verdad que Dios puede permitir momentos de tribulación y oscuridad, pero, incluso en esos momentos, podrás decir con el salmista. “ aunque pase por valle de tinieblas ningún mal temeré porque Tu vas conmigo y tu vara y tu callado me sosiegan”.

Muchos se preguntarán: ¿cuáles son los medios que la Iglesia pone en tus manos para vivir una vocación tan excepcional?. Pues son bien sencillos y a la vez bien inefables, son los medios que tú misma has pedido a Dios y a la Iglesia en el diálogo que hemos tenido antes. Unos medios que, puedes tener la certeza absoluta de que nunca te van a faltar Te preguntaba: “Hermana Belén ¿ qué es lo que pides a Dios y a su santa Iglesia?”. Y tu me has contestado: “ la misericordia de Dios, la pobreza de la Orden y la compañía de las hermanas en este monasterio de monjas carmelitas descalzas de la orden de la bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo”.(cf. Ritual n.49). Estos tres medios van íntimamente unidos. Dios va a derramar continuamente su misericordia sobre ti haciendo que experimentes la libertad del corazón que da la pobreza y la caridad fraterna de una comunidad de hermanas, que, en su debilidad, alaban a Dios y cantan sus maravillas entregándole el don de toda su vida.

Todo esto va a ser posible por el don del Espíritu Santo. Hace un momento escuchábamos el evangelio de la anunciación. Sigue el modelo de María. Fíate del Señor como ella. No tengas ningún temor y dile al Señor como la Virgen: “aquí esta la esclava del Señor, hágase en mi según tu Palabra” Y verás con asombro, todos los días, las maravillas de Dios. Verás, como la Virgen María, que lo que para los hombres es imposible para Dios es posible. Dentro de unos momentos escucharás la voz de la Iglesia que pide para ti el don del Espíritu Santo. La gracia del Espíritu irá realizando en ti lo que la fragilidad humana, herida por el pecado, es incapaz de realizar por sí misma. El Espíritu de Dios irá transformando tu vida y la irá configurando cada día más con Cristo: “Te pedimos Padre que envíes sobre esta hija tuya el fuego del Espíritu para que alimente siempre la llama de aquel propósito que Él mismo hizo germinar en su corazón. Resplandezca en ella, Señor, todo el esplendor de su bautismo y la ejemplaridad de una vida santa; que, fortalecida por los vínculos de la profesión religiosa se una a Ti en ferviente caridad. Sea siempre fiel a Cristo, su único esposo, ame a la Madre Iglesia con caridad activa y sirva a todos los hombres con amor sobrenatural, siendo para ellos testimonio de los bienes futuros y de la bienaventurada esperanza” (Ritual n. 60).

El Espíritu Santo ira haciendo crecer en ti una especial gracia de intimidad con el Señor, como se la hizo sentir a los apóstoles, Pedro, Santiago y Juan en el Monte Tabor A ella hace alusión el Santo Padre en su Exhortación Apostólica “Vita Consecrata”: “Una experiencia singular de la luz que emana del Verbo Encarnado es ciertamente la que tienen los llamados a la vida consagrada (…) En ellos encuentran particular resonancia las palabras extasiadas de Pedro: “Qué bueno es estarnos aquí, Señor” (…) Y, de esta especial gracia de intimidad surge en la vida consagrada, la posibilidad y la exigencia de la entrega total de sí mismo en la profesión de los consejos evangélicos. Estos, antes que una renuncia, son una específica acogida del misterio de Cristo, vivida en la Iglesia” (V.C. 15.16). “ En efecto, mediante la profesión de los consejos evangélicos la persona consagrada no sólo hace de Cristo el centro de su vida, sino que se preocupa de reproducir en sí misma, en cuanto es posible, aquella forma de vida que escogió el Hijo de Dios al venir al mundo. Abrazando la virginidad, hace suyo el amor virginal de Cristo y lo confiesa al mundo como Hijo Unigénito, uno con el Padre (Cf. Jn.10,30; 14,11); imitando la pobreza, la persona consagrada lo confiesa y reconoce como Hijo que lo recibe todo del Padre y todo lo devuelve en el amor (Cf.Jn.17,7.10). Y adhiriéndose con el sacrificio de la propia libertad al misterio de la obediencia filial, la persona consagrada confiesa y reconoce a Cristo como Aquel que se complace sólo en la voluntad del Padre (Cf. Jn.4,34) al que está perfectamente unido y del que todo depende” (V.C. 34).

Hoy es un día de verdadera fiesta y de acción de gracias no sólo en este monasterio, sino en toda la Iglesia: la Iglesia que peregrina en el mundo y la Iglesia que goza, ya, de la visión divina en el cielo.

Que todos salgamos fortalecidos en la fe. Y, cada uno, sintiendo hoy de una manera especial la llamada de Dios a la santidad, regresemos a nuestros hogares cantando las maravillas de Dios y, deseando con todo el corazón, hacer de Cristo el centro de nuestras vidas.

Que la Virgen María, Madre del Carmelo, que supo seguir siempre con docilidad las inspiraciones del Espíritu, interceda por nosotros.