Ordenacion Presbiteros

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ORDENACIÓN PRESBÍTEROS
12 de Octubre de 2004

Muy queridos hermanos que hoy vais a ser ordenados presbíteros, queridos familiares y amigos, queridos formadores del seminario, queridos hermanos sacerdotes, queridos amigos y hermanos todos.

Hace dos días celebrábamos con gozo, en nuestra Diócesis, la ordenación de diáconos y hoy nos volvemos a encontrar llenos de alegría para la ordenación de presbíteros. ¡ Bendito sea Dios!. “ Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia... (salmo 106). Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre. El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades. (salmo 99)”. Continuamente tenemos que dar gracias a Dios porque nos acompaña en el camino de la vida dándonos continuas pruebas de su amor. Y ¡ qué mayor prueba de amor que su presencia cercana, en el ministerio sacerdotal, que hoy se va a ver acrecentada y enriquecida, en nuestra diócesis, con la ordenación de ocho nuevos presbíteros!. Sí. En el ministerio sacerdotal, el Señor ha querido mostrarnos su amor. Ha querido permanecer sacramentalmente como Buen Pastor que guía y cuida a su pueblo y como alimento de vida eterna en el pan eucarístico. Sacerdocio y Eucaristía son inseparables. No hay eucaristía sin sacerdocio ni sacerdocio sin eucaristía. Los dos sacramentos nacieron en la Última Cena, cuando el Señor, “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo”.

Hace ahora un año, nuestro querido obispo D. Francisco, al que en estos momentos volvemos a recordar con emoción, decía en su homilía de ordenación de presbíteros: “Nos reunimos para la ordenación sacerdotal de este grupo a quienes el Señor ha llamado para ser ministros suyos. Les impondremos las manos, invocaremos al Espíritu Santo y les entregaremos los signos de un poder espiritual, que arranca de aquella noche santa de la Última Cena, en que Cristo quiso instituir la Eucaristía como memorial de su Pasión, Muerte y Resurrección. Desde aquel momento, Eucaristía y sacerdocio quedaron íntimamente vinculados. Si la Eucaristía es centro y cumbre de la vida de la Iglesia, también lo es del ministerio sacerdotal... La Eucaristía es la principal y central razón de ser del sacerdocio... En aquella memorable noche al ofrecerles a sus apóstoles como alimento su Cuerpo y su Sangre, Cristo les implicó misteriosamente en el sacrificio que habría de consumarse pocas horas después en el Calvario”. Hago mías, con gratitud, estas palabras de D. Francisco.

Realmente al pensar en la grandeza del ministerio sacerdotal uno se siente sobrecogido al ver la distancia tan grande que existe entre la misión que el Señor nos confía y nuestra debilidad humana; y sentimos como S. Pablo que este tesoro lo llevamos en “vasijas de barro”. Pero nuestros temores desaparecen cuando pensamos que es el Señor quien nos ha elegido y que nunca nos faltará la fuerza de su Espíritu para cumplir esta misión.

Queridos hermanos que vais a ser ordenados presbíteros, tened confianza en Dios, dejaos llevar por Él. Él os ha llamado y Él os acompañará siempre con la fuerza de su Espíritu. No os avergoncéis de vuestra debilidad, ni de la debilidad de la Iglesia frente a los poderes de “este mundo” Porque vuestra fuerza es el Señor. Y Dios ha querido, como nos dice el apóstol, elegir lo débil del mundo para confundir a los “fuertes”. Dios os ha elegido. Y en esa elección se tiene que fundar vuestra confianza. Tened presentes aquellas palabras del Señor al profeta Jeremías, que acabamos de escuchar: “Antes de formarte en el vientre te escogí, antes de que salieras del seno materno te consagré... Adonde yo te en envíe irás y lo que yo te mande lo dirás. No tengas miedo que Yo estaré aquí para librarte... Mira yo pongo mis palabras en tu boca... (Jer. 1,4-9). Y también haced vuestras y meditad muchas veces las palabras del apóstol Pablo: “Encargados de este ministerio por misericordia de Dios no nos acobardamos... no adulteramos la Palabra de Dios... Predicamos que Cristo es Señor y nosotros siervos vuestros por Jesús” (“2 Cor. 4,1-2.5-7).

El Señor os ha elegido para continuar, sin interrupción, en el mundo su obra de Maestro, Sacerdote y Pastor, siendo colaboradores de los obispos, con quienes, junto con todo el presbiterio y en unidad de sacerdocio, sois llamados al servicio del Pueblo de Dios.

Jesús ha querido establecer un estrecho paralelismo entre el ministerio confiado a los sacerdotes y su propia misión: “quien a vosotros os recibe a Mi me recibe, y quien me recibe a Mi, recibe al que me ha enviado”(Mt.10,40); “quien a vosotros os escucha, a mi me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a Mi me rechaza; y quien me rechaza a Mi, rechaza al que me ha enviado”(Lc. 10,16). Y el evangelista S. Juan, a la luz del acontecimiento pascual de la muerte y resurrección del Señor, llega a decir: “Como el Padre me envió, también Yo os envío” (Jn.20,,21; cf.13,20; 17.18). Igual que Jesús tiene una misión que recibe directamente del Padre, así los sacerdotes tienen una misión que reciben de Jesús. Y de la misma manera que “ el Hijo no puede hacer nada por su cuenta” (Jn. 5,19.30) Jesús les dice a los apóstoles y hoy os dice a vosotros: “ separados de Mi no podéis hacer nada”(Jn 15,5). Vuestra misión, queridos hermanos que vais a ser ordenados presbíteros, no es propia, sino que es la misma misión de Jesús. Y esto es posible no por las fuerzas humanas, sino sólo por el poder de Dios. “Recibid el Espíritu Santo - dice el Señor a sus apóstoles - a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos”(Jn. 20, 23). (cf. PDV 14)

“Los presbíteros - nos dirá Juan Pablo II en PDV – son en la Iglesia y para la Iglesia una representación sacramental de Jesucristo, Cabeza y Pastor: proclaman con autoridad su Palabra; renuevan sus gestos de perdón y de ofrecimiento de la salvación, principalmente con el Bautismo, la Penitencia y la Eucaristía; ejercen hasta el don total de sí mismos, el cuidado amoroso de su comunidad, a la que congregan en la unidad y conducen al Padre por medio de Jesucristo en el Espíritu. En una palabra, los presbíteros existen y actúan para el anuncio del evangelio al mundo y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y Pastor ...” (PDV 15)

Una identificación tan intensa con la persona y la misión de Jesús nos está pidiendo a los sacerdotes una gran intimidad con Él en la oración y un modo de vivir como el de Cristo. Una relación tan estrecha con Jesús, nos esta exigiendo una caridad sin límites como la del Señor “ el cual, siendo de condición divina no hizo alarde de su categoría divina, sino que se despojó de su rango tomando la condición de esclavo... y se humilló a si mismo obedeciendo hasta la muerte y una muerte de cruz”. (Fil. 2, 6-10). Nos está pidiendo una existencia radicalmente evangélica, marcada y configurada por la cruz del Señor. Una cruz abrazada con amor y con gozo. Porque en la cruz del Señor, en su sacrificio redentor, diariamente actualizado en la celebración eucarística, está nuestra salvación y está la salvación del mundo y está el sentido último de nuestra misión como sacerdotes. La existencia del sacerdote es “Eucaristía” hecha vida.

Dentro de unos momentos, cuando os entregue la patena con el pan y el cáliz con el vino para la ofrenda eucarística escucharéis, cada uno de vosotros, estas palabras: “recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras y conforma tu vida con el misterio de la cruz del señor”. Que la Eucaristía sea el centro de vuestra vida. Es el momento más esencial en la vida de un sacerdote. Es el momento del día que da sentido a todo lo demás. En la Eucaristía el sacerdote se hace uno con Cristo, entra con Cristo, por el don del Espíritu Santo, en el misterio de la redención, se identifica de tal manera con Cristo que su palabra y su vida ya no son suyas, son las palabras y la vida del mismo Cristo: “Tomad y comed, esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros. Tomad y bebed, esta es la Sangre de la Nueva a Alianza derramada por vosotros”. Toda la vida del sacerdote es vida eucarística, es constante acción de gracias por el amor del Padre, manifestado en el sacrificio redentor de su Hijo; y es constante ofrenda que se entrega para que los hombres tengan vida eterna. Toda la vida del sacerdote es un morir para que otros vivan, es tener los sentimientos de Cristo, el amor de Cristo, la compasión de Cristo. Es acercarse al ciego, incapaz de descubrir la verdad, para iluminar sus ojos con la luz de la fe; es acercarse al que está cansado de la vida y ha perdido la esperanza para decirle, como el Señor al paralítico: “levántate y anda”. Es buscar como buen pastor a tantas ovejas perdidas, a tantas “samaritanas” deseosas de que alguien les ofrezca el agua viva del Espíritu para calmar su sed de amor, de reconocimiento sincero, de dignidad y de verdadero respeto; es volver la mirada a muchos “pedros” arrepentidos para secar sus lágrimas y, en el nombre de Cristo, perdonar sus pecados, es acercarse a tantos “zaqueos” que hartos ya, de bienes que se corrompen , buscan, muchas veces sin saber donde , esos bienes del espíritu, cuyo origen sólo podrá ser encontrado en el amor infinito de un Dios, que en su Hijo Jesucristo muerto y resucitado, nos lo ha dado todo.

¡ Oh María, Madre de Jesucristo y Madre de los sacerdotes, tu que estuviste con tu Hijo Jesucristo al comienzo de su vida y de su misión, lo buscaste como Maestro entre la muchedumbre y lo acompañaste en la cruz, acoge a estos hijos tuyos, que hoy van a ser ordenados sacerdotes, protégelos y acompáñalos siempre en su vida y en su ministerio para sean en todo momento fiel reflejo de tu Hijo Jesucristo, Buen Pastor, y como Él den su vida por las ovejas. Madre de los sacerdotes , ruega por nosotros . AMEN

Consagracion de Arantxa

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HOMILÍA DE LA CONSAGRACIÓN DE ARANTXA
Festividad de Jesucristo Rey del universo
21 de Noviembre de 2004

Queridos amigos y hermanos y muy especialmente querida Arantxa y queridos padres, familiares y amigos de Arantxa.

Quiero empezar con las palabras de S. Pablo en su carta, a los Colosenses, que acaban de ser proclamadas en la liturgia de la Palabra, dándole gracias a Dios, por haber llamado a su hija Arantxa a una vocación de especial intimidad con Él; y por su respuesta generosa a esta llamada; y por su familia en la cual su fe ha ido creciendo y madurando; y por las hermanas de la Fraternidad seglar en el Corazón de Cristo, entre las que su seguimiento al Señor se ha ido concretando y definiendo; y por todos los que hoy, llenos de alegría acompañamos a Arantxa y con ella alabamos a Dios por las maravillas que realiza en aquellos que fiándose de sus promesas quieren seguirle con todo el corazón: “Damos gracias a Dios Padre que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido”.

Las tinieblas designan la situación en que se encuentra la humanidad antes de la venida de Cristo. Una humanidad encerrada en sí misma, sin más aliciente que el puro bienestar material, sin más esperanza que la que pudieran alcanzar con las fuerzas humanas, siempre frágiles y contradictorias, siempre insuficientes para poder responder al deseo de plenitud al que aspira el corazón humano, siempre abocadas a la muerte. Pero Dios, en su infinita misericordia, ha querido sacarnos de ese mundo de tinieblas y nos ha trasladado al Reino de su Hijo querido. Nos ha llamado a encontrar en Cristo, como piedra angular, el sentido de todas las cosas. “El es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura(...) Él es anterior a todo y todo tiene consistencia en Él”. En Cristo Jesús, el Hijo amado del Padre, nuestro Señor, nuestro hermano y nuestro amigo del alma, la vida se hace inteligible y nuestras débiles fuerzas, con el don de su Espíritu, se hacen capaces de tareas que parecen imposibles. Conocer a Cristo, seguir a Cristo, vivir en Cristo, morir con Él y resucitar con Él esa es nuestra vocación: la vocación de aquellos que hemos sido bautizados en el nombre del Señor. Nuestra vocación es salir del dominio de tinieblas y entrar en el Reino del Hijo querido del Padre y con Él, entrar en el misterio de amor de la Trinidad santa, para ser en el mundo, entre los hombres, nuestros hermanos, reflejo de ese amor. Nuestra vocación, queridos hermanos, es la santidad. Como nos dice el Concilio: “El Señor Jesús, Maestro divino y modelo de toda perfección, predicó a todos y cada uno de sus discípulos de cualquier condición que fueran, la santidad de vida de la que Él es el autor y consumador: “Sed pues perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt.5,48). Él envió a todos el Espíritu Santo para que los mueva interiormente y así amen a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu y con todas sus fuerzas (Cf. Mt.12,30) y se amen unos a otros como Cristo los amó (Cf. Jn.13,34; 15,12)(L.G.40)

Y dentro de esta vocación universal a la santidad, que brota del propio bautismo, Dios ha querido, por una gracia especial y para el bien de toda la Iglesia, elegir a algunos hijos suyos y entre ellos a Arantxa a una vocación de especial intimidad con Él. Es una vocación imposible de entender para quien no tiene más criterio de valoración que los valores de un mundo sin Dios. Pero es una vocación realmente maravillosa para quien desde la fe, reconoce y cree firmemente que Dios es el sumo bien y la fuente de todo bien. “Gustad y ved - nos dice el salmista- qué bueno es el Señor”. Cuando alguien se siente tocado en su corazón por la luz del amor divino y cuando Dios de una manera delicada y suave, pero muy honda, le invita a dejarlo todo por Él, no hay fuerza humana que pueda impedirlo. Es la experiencia que tan bellamente supo describirnos S. Juan de la Cruz: “Oh llama de amor viva que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro; pues ya no eres esquiva, acaba ya, si quieres; rompe la tela de este dulce encuentro”. Hoy podemos repetir, refiriéndolas a Arantxa las palabras de Jesús, en Betania, a Marta, cuando su hermana María permanecía absorta, a los pies de Jesús, escuchando su Palabra: “Sólo una cosa es necesaria. Arantxa ha elegido la mejor parte y nadie se la podrá arrebatar.”

La vocación de Arantxa, como ella misma dirá al pronunciar su compromiso definitivo es una vocación de amor, de servicio y de gozo.

Una vocación de amor a Jesucristo, con todo el corazón. Un amor esponsal, hecho de mutua entrega, de donación plena, de desprendimiento y de cruz. Ella prometerá ante nosotros, con la gracia de Dios, llevar a su plenitud con la ofrenda de su vida y un corazón virginal la configuración con Cristo que un día se realizó en los sacramentos del bautismo y la confirmación.

Una vocación de servicio a la Iglesia y a su misión evangelizadora. Arantxa, viviendo el sacerdocio bautismal en medio del mundo, identificada y transformada por el Señor, descubrirá el amor misericordioso y redentor que brota del corazón de Cristo y hará suya su sed por la redención de los hombres, en el seno de la Iglesia, por medio de María, la virgen humilde y fiel, que dejándose guiar por Dios y fiándose de su palabra, dejó que el Señor hiciera en ella maravillas. Hoy es especialmente urgente la evangelización y de una manera particular en nuestra Diócesis de Getafe. Hay mucha gente desorientada, muchas familias rotas, muchos jóvenes que necesitan que alguien les abra los ojos y les haga comprender que sólo en Cristo encontrarán lo que busca su corazón. Sabemos por experiencia, y Arantxa puede dar testimonio de ello, que cuando Cristo es anunciado con entusiasmo y ese anuncio va acompañado del testimonio de la propia vida y del signo de una Iglesia unida y esperanzada, nadie queda indiferente. Tenemos que seguir anunciando a Cristo con fortaleza de ánimo. El mundo necesita a Cristo para vivir en paz. Los jóvenes, tan abundantes en nuestra diócesis, necesitan ser evangelizados por los propios jóvenes. Y hoy os invito especialmente a todos los jóvenes que habéis venido a acompañar a Arantxa a escuchar la llamada de Dios y a ser protagonistas de la evangelización de los jóvenes. “Los jóvenes no deben considerarse simplemente como objeto de la solicitud pastoral de la Iglesia; son de hecho- y deben ser incitados a serlo- sujetos activos, protagonistas de la evangelización y artífices de la renovación social” (ChL.46)

Y también la vocación de Arantxa es una vocación de alegría. La alegría es lo propio de Dios. La alegría de una vida entregada a Cristo y a los hermanos y la alegría de la fraternidad. Cuando le pregunte dentro de unos momentos “¿qué es lo que pides a Dios y a su Santa Iglesia?”, me va a responder. “Amar a Jesucristo mi Redentor, con todo mi corazón, servirle en la Fraternidad seglar en el Corazón de Cristo y gozar de la compañía de las hermanas”. Que la compañía de las hermanas sea siempre un gozo para ti, Arantxa,. Vive intensamente el gozo de la fraternidad. Una fraternidad, construida por el Espíritu Santo, en la que Cristo y su obra redentora sea vuestra gran pasión, y el amor del Padre sea siempre vuestro fundamento y vuestra meta. Una fraternidad que como pequeña Iglesia sea icono e imagen viva de la Santísima Trinidad y signo en medio del mundo del poder de la gracia y del reino futuro, cuando Dios lo sea todo en todos. Una fraternidad así, sólo es posible, reconociendo en cada hermana, por encima de sus debilidades y limitaciones humanas, al mismo Cristo, que en cada uno de ellas os invita al desprendimiento, a la acogida y a la generosidad. Una fraternidad así sólo es posible, viviendo, en todo momento la caridad, con un profundo espíritu de oración y haciendo de la Eucaristía vuestro centro y vuestra meta. Que vuestra fraternidad sea, y de una manera muy especial en este año de la Eucaristía, un verdadera comunidad Eucarística, viviendo la Eucaristía, como banquete de comunión, sobre el que se edifica la Iglesia, como sacrificio redentor por el cual la Iglesia actualiza sacramentalmente el misterio de la cruz y hace posible nuestra participación en ese misterio convirtiéndonos con Cristo, por el don del Espíritu Santo en ofrenda agradable al Padre y como presencia real de Cristo en el Sagrario. Esa presencia que invita a una oración de intimidad, que nos anima y consuela en todo momento y que nos recuerda que Cristo, según nos prometió estará siempre con nosotros hasta el fin de los siglos.

Celebramos hoy la fiesta de Cristo Rey del universo, como resumen y síntesis de todo el año litúrgico que hoy concluye. Un rey que reina en la cruz. Un rey que muere, sediento de redención, perdonando a sus verdugos y abriendo las puertas del paraíso al ladrón arrepentido. Y Junto a este rey, Siervo de Yahvé, que en obediencia total al Padre, lo da todo amando a los suyos hasta el extremo, está María y con María la Iglesia. Que ella nos haga vivir este misterio de amor. Que la Virgen María, Madre del Redentor y Madre nuestra, nos haga partícipes, como ella, de la redención de Cristo viviendo el misterio de la Iglesia y que a nuestra hermana Arantxa, que con gozo va a hacer hoy su compromiso definitivo de consagración a Dios, la conduzca siempre por el camino de la santidad hacia Cristo, para morir y resucitar con Él, y ser testigo valiente, en el mundo, de su misión redentora.

Funeral por las victimas del once de marzo

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FUNERAL POR LAS VÍCTIMAS DEL ONCE DE MARZO
Leganés – 25 de Marzo de 2004

Todos estamos profundamente conmovidos. Estamos viviendo, junto a los familiares y amigos de las víctimas, días de dolor y de sufrimiento inmenso, compartidos por muchas personas de bien de dentro y fuera de España. Después de lo que hemos llorado, ha llegado el momento - y así lo hacemos en la acción litúrgica de esta tarde - de la oración serena, confiada y esperanzada.

Debemos orar, antes que nada, por los que han fallecido, víctimas del cruel atentado del pasado once de Marzo. Creemos en la palabra del Señor que nos dice: “Este es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria” (Jn.17,24). Creemos que los que han muerto están en los brazos del Dios de la vida y por eso nuestra oración llena de dolor es también una oración llena de esperanza pidiendo por ellos para que sean acogidos en la gloria el Reino futuro, en el que, como dice el libro del Apocalipsis “ ya no habrá ni muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, sino felicidad y alegría sin fin”

Pedimos también por los heridos para que pronto puedan recuperar la salud y restablecerse; y, para que sientan, en medio de sus tribulaciones y sufrimientos el afecto cálido y cercano de los suyos y de todos los que hoy nos congregamos aquí.

Y, por supuesto, oramos, con especial intensidad, por los familiares de las víctimas, especialmente, los que viven en esta ciudad de Leganés. Necesitan ser confortadas con nuestro cariño y afecto, pero, sobre todo, con el consuelo y aliento que vienen de Dios. Un consuelo que acreciente su esperanza y les haga fuertes para seguir caminando en la vida, asumiendo nuevamente sus tareas cotidianas, cuidando a los suyos y mirando el futuro con fortaleza.

En nuestras plegarias no podemos tampoco olvidar a todos los que han colaborado prestando los primeros auxilios a los heridos y a las familias de las víctimas: las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, funcionarios y personal sanitario que han sido ejemplares en su dedicación y entrega personal, humana y cristiana, así como a los innumerables voluntarios de todo tipo de procedencia y a tantos y tantos ciudadanos anónimos que han demostrado con actitudes, en muchos casos heroicas , que el amor es mas fuerte que el odio y que la muerte. La perversidad cruel de unos asesinos sin entrañas nunca podrá oscurecer el caudal inmenso de bondad que existe en la inmensa mayoría de los seres humanos y nunca destruirán nuestra confianza en la dignidad de la persona humana y en los valores que sustentan una convivencia en paz. Pedimos al Señor que nos muestre a todos su Rostro lleno de bondad y nos anime a ser testigos de la Buena Noticia del amor misericordioso de Dios.

Y, finalmente, debemos orar por Madrid, por España y por esta ciudad de Leganés: para que vuelva a encontrarse con sus raíces cristianas, para que la paz y la unidad solidaria de todos y el bienestar material y espiritual de sus hijos ilumine su futuro y crezca la concordia. Pedimos por las más altas autoridades del Estado, actuales y futuras, por las autoridades locales de Leganés, y por todos los que ejercen cualquier forma de autoridad en la Iglesia y en la sociedad civil, para que el Señor les conceda prudencia clarividente, fortaleza y espíritu de servicio en el noble empeño de superar y erradicar el terrorismo en España y asegurar, de este modo, la pacífica y libre convivencia de todos los españoles.

Y, junto con nuestra oración serena, queremos, en esta tarde, proclamar con firmeza nuestra fe en el Dios de la vida, el Dios cercano a los hombres, precisamente en este día en que la Iglesia celebra la solemnidad de la Encarnación del Señor. Si. Creemos y proclamamos que en Jesucristo, Dios se ha hecho hombre y, a partir de ese momento, no hay nada humano, incluso el sufrimiento, que sea ajeno al misterio de Dios. Queremos proclamar nuestra fe en Aquel, que en la cruz, hizo suyos, todos los sufrimientos de la humanidad, también los sufrimientos que hemos vivido en los últimos días, y muriendo, por nosotros, destruyó la raíz de todos los males, que es el pecado y la muerte, y nos dio la posibilidad de vivir, ya desde ahora, la vida eterna, es decir, la plenitud de lo humano, la victoria sobre el egoísmo y el odio, la paz que viene de Dios y que nadie nos podrá arrebatar.

Por eso nuestro dolor, aunque es muy intenso, es, sin embargo, un dolor lleno de esperanza y podemos hacer nuestras las palabras del profeta que hemos escuchado en la primera lectura: “Me han arrancado la paz y ni me acuerdo de la dicha…No hago mas que pensar en ello y estoy abatido. Pero hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza. Que la misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión. El Señor es bueno para los que en Él esperan y lo buscan. Es bueno esperar en silencio la salvación del Señor”.

Los discípulos de Emaus, según nos cuenta el evangelio, estaban tristes y desesperanzados y no hacían mas que darle vueltas al drama del calvario, sin terminar de entender. Pero Jesús resucitado, en persona, les salió al encuentro y se puso a caminar con ellos; y sus ojos se abrieron y, al partir el pan, es decir, en la Eucaristía, reconocieron su presencia y creyeron en su resurrección.

Hoy, también, el Señor sale a nuestro para caminar con nosotros, nos da su paz y nos invita a creer en la fuerza de su Palabra. Dejemos que esa Palabra cure nuestros corazones desgarrados y nos devuelva la esperanza.

Que la Virgen María en la advocación tan querida para Leganés de Ntra. Sra. de Butarque nos llene de su ternura maternal y de su consuelo y “después de este destierro nos muestre a Jesús, fruto bendito de su vientre”. AMEN

Santa Maravillas de Jesus

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HOMILIA – SANTA MARAVILLAS DE JESÚS
11 de Diciembre de 2004

Con verdadero gozo celebramos, un año más la fiesta de Santa Maravillas de Jesús. Todos los santos son universales. Son un regalo de Dios a la Iglesia. Ellos manifiestan en su vida el poder de la gracia. Sendo dóciles a la acción del Espíritu Santo fecundan a la Iglesia con vitalidad nueva y se convierten para nosotros en una prueba del amor de Dios.

Pero siendo universal, para toda la Iglesia y para todos los hombres, la santidad y el ejemplo de la Madre Maravillas, podemos decir que en nuestra diócesis de Getafe y en este Carmelo de la Aldehuela, donde veneramos sus reliquias, sentimos a la Madre Maravillas como un santa muy nuestra, muy de casa. Una santa a la que podemos acudir, pidiendo su intercesión con mucha confianza y de la que tenemos que aprender muchas cosas. Nuestra diócesis, siguiendo el camino tan sabiamente iniciado por su primer Obispo D. Francisco, se prepara para iniciar en este tiempo de Adviento, que es tiempo de esperanza, una nueva etapa. Y la Madre Maravillas tiene mucho que decirnos.

Dios siempre suscita en cada época los santos que esa época necesita. Nuestra época es apasionante pero difícil. Vemos cómo, de una manera o de otra, la sociedad o mejor dicho la cultura que pretende dominar y avasallar esta sociedad, trata por todos los medios de alejar a los hombres de Dios. En los medios públicos de comunicación, en las costumbres, en las modas, en las fiestas y en las leyes se quiere dar la impresión de que Dios no existe o si existe no tiene nada que decirnos. El Dios verdadero está siendo sustituido por ídolos falsos: especialmente el ídolo del poder, el ídolo de un bienestar material, vacío de valores espirituales y, sobre todo, el ídolo del dinero intentan acaparar y dominar el corazón de los hombres. El Santo Padre, refiriéndose no sólo a nuestro país sino a toda Europa entera nos dice: “La época que nos ha tocado vivir, con sus propios retos resulta, en cierto modo desconcertante. Muchos hombres y mujeres parecen desorientados, inseguros, sin esperanza, y muchos cristianos están sumidos en este estado de ánimo (...) Muchos ya no logran integrar el mensaje evangélico en la experiencia cotidiana; aumenta la dificultad de vivir la propia fe en Jesús en un contexto social y cultural en que el proyecto de vida cristiano se ve continuamente desdeñado y amenazado; y en muchos ambientes públicos es más fácil declararse agnóstico que creyente(...)” (IE. n..7.)

Pues bien, en un ambiente así aparece ante nosotros la figura de Santa Maravillas de Jesús. Los santos son, nos dirá también el Papa, la prueba viva del cumplimiento de la promesa de Jesús: “El que crea en mi, hará él también las obras que yo hago y aun mayores” (Jn 14,12). Santa Maravillas viviendo en Dios y sólo para Dios, buscando con todo el corazón y con todas sus fuerzas hacer su voluntad, es una prueba viva del poder de la gracia. Ella nos dice con sus obras que cuando Dios llena nuestra vida es tal la alegría que sentimos, como en la parábola de la perla preciosa, que todo lo demás se oscurece. “·Quién a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta”

Dios quiso dotar a Santa Maravillas de unas extraordinarias cualidades humanas de inteligencia, capacidad de relación con todo tipo de personas, alegría, decisión, sentido práctico y bondad. Dios quiso que tuviera una educación esmerada en el seno de una familia profundamente católica. Y la Madre Maravillas supo responder a esas gracias extraordinarias, desde muy niña, con una entrega incondicional al Señor.

Cuando la naturaleza humana colabora con la gracia divina, el resultado es la santidad. En la escuela de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz, Dios fue purificando a la Madre Maravillas para irla configurando cada vez más con Jesucristo, en el misterio de la cruz, y hacerla capaz de realizar todas las obras y fundaciones que, que por su medio el Señor quiso realizar; y para asumir, con verdadera docilidad, las enseñanzas del Vaticano II, entendiendo muy bien, por una iluminación especial del Espíritu, lo que era la verdadera renovación que el Concilio pedía y lo que sólo eran falsas reformas que desfiguraban en su esencia mas profunda el verdadero espíritu carmelitano.

La comunidades contemplativas son como una antorcha de luz en medio de la Iglesia y en medio del mundo. Ellas nos evangelizan recordándonos la primacía de Dios por encima de cualquier realidad humana. “Procure no querer ni desear más amor que el suyo, y verá que bien le va siempre. Todo lo que no es Dios es nada en absoluto. Déjele que Él la lleve por donde Él quiera, sin tristezas ni preocupaciones” (C.5034). Las almas contemplativas nos dicen con su testimonio que sólo en Dios, por medio de Jesucristo que es su Palabra, en el seno de la Santa Madre Iglesia, donde permanece permanentemente entre nosotros, vivo y resucitado, la vida del hombre adquiere consistencia y sentido, recupera la esperanza y es capaz de amor a los hermanos hasta dar la vida por ellos.

“Los Institutos dedicados por entero a la contemplación, cuyos miembros se dedican sólo a Dios en la soledad y en el silencio, en la oración asidua y en la generosa penitencia (...) siguen siempre ocupando un lugar preclaro en el Cuerpo Místico de Cristo, en el que todos los miembros no tienen la misma función. Pues ellos ofrecen a Dios un eximio sacrificio de alabanza, ilustran al Pueblo de Dios con frutos ubérrimos de santidad, lo arrastran con su ejemplo y lo dilatan con una misteriosa fecundidad apostólica” (PC 7)

La vida de santa Maravillas es un prueba clara de esta fecundidad apostólica de la vida contemplativa.

Cuando se conoce la vida de la Madre Maravillas sorprende su capacidad de vivir con espíritu universal su vocación contemplativa. Realmente ella nos muestra que el verdadero espíritu contemplativo no aleja de los problemas de los hombres sino que lo que produce es un modo de presencia entre ellos mucho más hondo, intenso y universal. Para un alma contemplativa nada de lo que sucede en la humanidad y en la Iglesia le resulta ajeno. Se produce una identificación con los sentimientos de Cristo que , como nos dice el evangelio, cuando veía aquellas multitudes hambrientas de pan y hambrientas de la Palabra de Dios, sentía compasión de ellas porque estaban como ovejas son pastor.

La Madre Maravillas amaba mucha a la Iglesia y sentía como propios los problemas que la Iglesia vivía, con espíritu misionero. Lo que le animaba en sus fundaciones era su deseo evangelizador: que hubiera en muchas lugares comunidades que hicieran visible para todos la presencia de Dios y que tuvieran como Madre e intercesora a la Virgen María. Este espíritu misionero será el que la anime a fundar también en la India.

Su espíritu de caridad se desborda especialmente en sus hijas carmelitas y de una manera muy particular en las nuevas aspirantes y novicias. Será una gran pedagoga y formadora. Supo combinar con verdadera inteligencia y fortaleza por un lado las exigencias de una entrega a Dios plena y total, indicándoles con fortaleza y sin rodeos el camino de abnegación, de desprendimiento, de renuncia y de total donación de si mismas y por otra la delicadeza en el modo de relacionarse con cada una, lleno siempre de comprensión, solicitud y atención a las diversas circunstancias y al modo de ser de cada una, sabiendo, con espíritu sobrenatural, reprender, animar, infundir aliento y alegría y sinceros deseos de corresponder al Señor, que las había llamado para que fueran totalmente para sí.

Pero la Madre Maravillas no se olvida de las necesidades de sus hermanos de afuera. No hay preocupación material o espiritual que llegue a sus oídos que no procure atender. Por algo decía a sus hijas: “Hermanas, quisiéramos abarcar el mundo entero, pero como esto no es posible, que no quede sin atender nada de lo que pase a nuestro lado”.

En este momento tan especial de nuestra Diócesis, nos encomendamos a la Virgen María, en este año de la Inmaculada, a la que Santa Maravillas amó tan tiernamente para que nos ampare, proteja y nos haga dóciles a las enseñanzas de su Hijo Jesucristo; y pedimos también la intercesión de la Santa para que el Señor infunda en nosotros un verdadero espíritu de oración, junto con una caridad, sin límites, que nos haga cercanos a todas las necesidades de los hombres. AMEN

Profesion de Sor Isabel de la Inmaculada

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HOMILÍA PROFESION DE SOR ISABEL DE LA INMACULADA
(18 de Diciembre de 2004)

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes.
Querida comunidad de hermanas clarisas
Queridos amigos y hermanos
Y muy especialmente querida Sor Isabel y queridos padres y familia de Sor Isabel

Es este un día que nos llena a todos de mucha emoción y alegría. Vamos a ser testigos, en esta celebración, de la entrega plena al Señor de nuestra hermana Sor Isabel. Cuando yo le pregunte dentro de un momento: “¿Qué pides a Dios y a su Santa Iglesia?”. Ella me va a responder: “Pido humildemente ser admitida a la Profesión en esta familia de Hermanas Pobres de Santa Clara, para seguir con fidelidad, hasta la muerte, a Cristo pobre y crucificado, y entregar mi vida en alabanza de Dios para bien de la Iglesia y la salvación del mundo.”

Sor Isabel, por una gracia especial del Señor, ha sentido en su corazón el deseo de entregarse totalmente al Señor. “Dichoso aquel – decía Santa Clara - que le es dado alimentarse en el banquete sagrado y unirse en lo más íntimo de su corazón a Aquel cuya belleza admiran sin cesar las multitudes celestiales, cuyo afecto produce afecto, cuya contemplación da nueva fuerza, cuya suavidad llena el alma, cuyo recuerdo ilumina suavemente”. (Santa Clara a la Beata Inés de Praga)

Sor Isabel ha escuchado en el silencio de su corazón, como dirigidas personalmente a ella, las palabras del salmo: “Escucha hija mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna, prendado está el rey de tu belleza, póstrate ante Él, que Él es tu Señor”. Y ella, lo mismo que la Virgen María cuando escuchó las palabras del ángel, ha respondido: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu Palabra” El Señor le ha dicho con las palabras del Cantar de los Cantares, que acabamos de escuchar: “Levántate amada mía, hermosa mía, ven a mí ”. Y ella ha respondido “Mi amado es para mí y yo soy para mi amado, ponme como sello sobre tu corazón (...) porque el amor es más fuerte que la muerte...” (Cant. 2,8-10 ss.)

Una vocación como la de Sor Isabel es imposible de entender en un clima cultural, como el que desgraciadamente nos domina, en el que el valor supremo es el bienestar material, a costa de lo que sea; en el que el amor se ha desvirtuado de tal manera que se ha convertido en pura emotividad, egoísta y sin control, a merced de los sentimientos y de las pasiones, sin entrega, sin donación, sin sacrificio, sin constancia, sin Dios; y la libertad, en lugar de ser esa cualidad maravillosa del ser humano que, fundamentándose en la verdad, le anima y guía para orientar la vida hacia los bienes que le hacen feliz y en especial hacia el Bien Supremo que es Dios, se ha deteriorado hasta el punto de convertirse en un dejarse llevar irresponsablemente por el capricho o por la comodidad.

Para quien cree que la felicidad sólo consiste en la posesión egoísta de bienes materiales la vocación de Sor Isabel es una locura.

Sin embargo para quien vive en la fe, para quien ha conocido a Jesucristo y ha descubierto en Él la perla preciosa, esta vocación es verdaderamente admirable y sólo accesible, por una gracia especial, para aquellos a quienes Dios quiere llamar. Es una vocación de total entrega a Dios, sin las mediaciones humanas, de tipo familiar o social, ordinarias y habituales. Es una vocación que se convierte en un signo del amor absoluto de Dios, ayudando y mostrando a la Iglesia entera, llamada también a la santidad, a descubrir cual es su meta. “La comunidades de clausura – nos dice el Papa – puestas como ciudades sobre el monte y luces en el candelero (cf. Mt 5,14,15), a pesar de la sencillez de vida, prefiguran visiblemente la meta hacia la cual camina la entera comunidad eclesial que, entregada a la acción y dada a la contemplación, se encamina por las sendas del tiempo con la mirada fija en la futura recapitulación de todo en Cristo, cuando la Iglesia se manifieste gloriosa con su Esposo y Cristo entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad para que Dios sea todo en todo”(VC 59 c)

La vida de las monjas de clausura es un gran don para la Iglesia. Su modo de vivir nos esta recordando a todos los cristianos, muchas veces enredados y agobiados por las ocupaciones diarias y por la seducción de las cosas terrenas, que nuestra vocación es la santidad y que sólo en Dios encuentra el hombre la verdadera alegría y la paz del corazón.

Nos cuenta el Evangelio que en cierta ocasión Jesús acudió a Betania y se hospedó en casa de Marta y de María. María estaba absorta, a los pies de Jesús, escuchando su Palabra. Marta estaba ocupada en las cosas de la casa. Y cuando Marta, nerviosa y agobiada por sus muchas tareas, se queja por la aparente inactividad de María, el Señor le dice: “Marta, Marta, estás nerviosa e inquieta por muchas cosas, pero sólo una es necesaria. María ha elegido la mejor parte y nadie se la va a arrebatar.” Podemos decir hoy que Sor Isabel ha elegido la mejor parte: ha elegido estar con el Señor y en el silencio del claustro escuchar su palabra, como esposa escogida por ÉL; y nada ni nadie le arrebatará este privilegio.

Dentro de un momento, Sor Isabel, después de pedir a Dios, por medio de Jesucristo, el don del Espíritu Santo y en unión de la Santísima Virgen y de todos los santos, va a prometer y a hacer voto solemne a Dios Omnipotente de vivir por todo el tiempo de su vida en castidad, pobreza y obediencia.

Hacer voto de castidad significa testimoniar ante el mundo “la fuerza del amor de Dios en la fragilidad de la condición humana. La persona consagrada manifiesta que lo que muchos creen que es imposible es posible y verdaderamente liberador con la gracia del Señor Jesús (...) En Cristo es posible amar a Dios con todo el corazón, poniéndolo por encima de cualquier otro amor, y amar así con la libertad de Dios a todas la criaturas” (VC.88)

El voto de pobreza consiste en dar testimonio de Dios como la verdadera riqueza del corazón humano. Frente a la idolatría del dinero que encadena hoy el corazón de mucha gente, la pobreza evangélica aparece ante nosotros como un verdadero gesto profético en una sociedad que corre el peligro de perder el sentido de la medida y hasta el significado mismo de las cosas. La pobreza que S. Francisco y Santa Clara vivieron y que sus hijas siguen haciendo presente entre nosotros, es un testimonio evangélico de abnegación y sobriedad. Es un estilo de vida lleno de sencillez, belleza y hospitalidad, convirtiéndose en un ejemplo vivo para todos lo que, dominados por el egoísmo y el afán de acumular riquezas, permanecen indiferentes ante las necesidades del prójimo. (cf. VC. 90)

Y finalmente el voto de obediencia hace presente de un modo particularmente vivo la obediencia de Cristo al Padre y testimonia que no hay contradicción entre obediencia y libertad. Porque la verdadera libertad consiste en orientar nuestra vida de una manera decidida y responsable hacia su plenitud y felicidad. Y esa plenitud sólo Dios la conoce y, por tanto, sólo la alcanzaremos haciendo su voluntad. La actitud de Jesucristo, Hijo de Dios, desvela el misterio de la libertad humana como camino de obediencia a la voluntad de Padre y el misterio de la obediencia como camino para lograr progresivamente la verdadera libertad. (cf. VC 91). Este testimonio de obediencia en la vida religiosa y, en particular en nuestras hermanas clarisas, tiene una importante dimensión comunitaria. La vida fraterna es el lugar privilegiado para discernir y acoger la voluntad de Dios y caminar juntas en unión de espíritu y de corazón, reconociendo en la priora la expresión de la paternidad de Dios y el ejercicio de la autoridad recibida de Él al servicio del discernimiento y de la comunión” (VC. 92 a)

Damos gracias a Dios por la llamada especial que el Señor hace hoy a Sor Isabel y por su generosidad en la respuesta; y damos gracias también por sus padres y su familia que ofrecen al Señor el sacrificio de entregar a su hija para su servicio y alabanza. Tened la seguridad de que Dios os recompensará con el ciento por uno, participando con ella en su felicidad y en la alegría de darse por entero al Señor.

Todos nos alegramos y damos gracias a Dios porque el carisma de Santa Clara sigue vivo en nuestra diócesis, en este querido convento de Valdemoro.

El mensaje de Santa Clara sigue estando hoy muy vivo entre nosotros. Santa Clara nos invita a dejar que Dios llene totalmente nuestras vidas: que Jesucristo, en quien se ha manifestado la gloria y el amor divino, sea el centro de nuestra existencia; que Él lo llene todo, para poder encontrar en Él todo lo que el corazón humano desea, y se convierta Cristo para nosotros en fuente de alegría incesante.

Nos encomendamos especialmente a la Virgen María, en este tiempo de esperanza, que es el Adviento. Que como la Virgen María, esperando en estos días el nacimiento de su Hijo, estemos también nosotros esperando la venida del Señor para que, como dice la liturgia de este tiempo “cuando el Señor venga y llame a la puerta nos encuentre velando en oración y cantando su alabanza”. AMEN

 

Toma de posesion episcopal

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HOMILÍA TOMA DE POSESIÓN
19 de Diciembre de 2004

Excelentísimo Señor Cardenal, D. Antonio María Rouco
Muy queridos hermanos Arzobispos y Obispos
Excelentísima Sra. Presidenta de la Comunidad de Madrid
Estimadas y dignas autoridades
Muy queridos hermanos y amigos.

El apóstol S.Pablo en el comienzo de la carta a los romanos, que acabamos de leer, se presenta diciendo quien es y cual es su misión: “Pablo. siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para anunciar el evangelio de Dios. (Rom.1,1).

En el momento en que por voluntad del Santo Padre, Juan Pablo II, asumo, de forma plena, la responsabilidad de ser Obispo y Pastor de esta Diócesis de Getafe, le doy gracias a Dios por la gran misericordia que siempre ha tenido conmigo y le pido que, siguiendo el ejemplo del apóstol Pablo, mi presencia entre vosotros sea siempre la de un siervo de Cristo, llamado a ser apóstol para anunciar el Evangelio de Dios.

Reconocerme como “siervo de Cristo” significa afirmar que Cristo es el único Señor de mi vida: que Él es mi luz, mi esperanza, mi fuerza, mi vida; que El es mi Redentor, que me ha liberado del abismo del pecado y continuamente me salva por el don del Espíritu Santo; y en su Iglesia Santa, fortalecido y alimentado por la Palabra de Dios y los sacramentos, me conduce hacia el Padre, en quien encontraré la plenitud de la vida y del amor. Esta es la fe que recibí de mi padre y de mi madre, Joaquín e Isabel, en el seno de una familia feliz y ejemplar, a los que ahora recuerdo con profunda gratitud; y que da sentido a toda mi vida y me llena, en toda circunstancia, de paz y de esperanza.

Reconocerme como “llamado a ser apóstol para anunciar el evangelio de Dios”, significa tener el firme convencimiento de que si estoy aquí, entre vosotros, como Obispo, sucesor de los apóstoles, no es por propia iniciativa, sino porque Él lo ha querido. Estoy aquí porque , a través de la Iglesia, Él me ha llamado y me ha enriquecido con la gracia del Espíritu Santo, para que anuncie el evangelio de Dios. Y estoy seguro de que Él, que conoce mi debilidad, me dará la fuerza y la sabiduría necesarias par cumplir la misión que me ha confiado. Por eso puedo decir con toda confianza, con palabras del apóstol Pablo: “Doy gracias a Aquel que me revistió de fortaleza, a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me consideró digno de confianza al colocarme en el ministerio(...) Y si encontré misericordia fue para que en íi primeramente manifestase Jesucristo toda su paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de creer en Él para obtener la vida eterna”(1Tim.1,12.16)

A través de los obispos, en comunión con el Santo Padre, sucesores de los apóstoles y de los presbíteros, su colaboradores, el Señor Jesucristo continua estando presente entre los creyentes. En todo tiempo y lugar, a través de ellos, Él predica la Palabra de Dios a todos las gentes, administra los sacramentos de la fe a los creyentes y dirige al Pueblo del Nuevo Testamento en su peregrinación hacia la bienaventuranza eterna.

Realmente la participación del Obispo en la vida y misión de Cristo, Buen Pastor, que no abandona a los suyos, sino que los custodia y protege, supone una participación en el misterio trinitario. La vida de Cristo es trinitaria. Él es el Hijo eterno y unigénito del Padre y el ungido por el Espíritu Santo, enviado al mundo. Esta dimensión trinitaria, que se manifiesta en el modo de ser y obrar de Cristo, configura también el ser y el obrar del Obispo. Y quiero, deseo y pido al Señor que sea siempre así en el ministerio pastoral que hoy inauguro.

El Obispo como imagen del Padre, debe cuidar con amor paternal al Pueblo Santo de Dios y conducirlo, junto con los presbíteros y diáconos, por la vía de la salvación.

El Obispo , actuando en la persona y en el nombre de Cristo mismo se convierte para al Iglesia a él confiada en signo vivo del Señor, Pastor, Esposo y Maestro de la Iglesia .

Y el Obispo por la unción del Espíritu Santo queda configurado con Cristo y capacitado para continuar su ministerio vivo a favor de la Iglesia.(cf. Ritual Ordenación del Obispo)

De esta manera, por el carácter trinitario de su ser, cada Obispo se compromete en su ministerio, y así quiero hacerlo, con la ayuda de Dios, en esta diócesis, a velar con amor por aquellos que la Iglesia le confía y guiarlos en el nombre del Padre, cuya imagen hace presente; en el nombre de Jesucristo, su Hijo, por el cual ha sido constituido maestro, sacerdote y pastor; y en el nombre del Espíritu Santo que vivifica la Iglesia y con su fuerza sustenta la debilidad humana. (cf.P.G. n.7)

Estos rasgos que configuran la identidad del Obispo, los hemos visto claramente reflejados en el primer Obispo de Getafe, nuestro querido D. Francisco José Pérez y Fernández Golfín. La Diócesis de Getafe tiene que dar continuamente gracias al Señor por el Obispo que ha tenido, desde su fundación , en estos últimos trece años. Su paso ha dejado, entre nosotros, un rastro de bondad. Podemos decir que él fue para todos, signo y sacramento de Jesucristo Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. Ha sido para nosotros hermano, amigo, padre y maestro, dándonos seguridad y confianza para afrontar los problemas; y siendo instrumento providencial del Espíritu para consolidar en la diócesis lazos muy fuertes de comunión y ardor apostólico.

Podemos decir que Dios nos hizo un gran regalo con su vida y su palabra; y que la diócesis de Getafe ha encontrado en su ministerio episcopal unos fundamentos y unos frutos que nosotros ahora, con la ayuda de Dios, hemos de continuar.

Siguiendo este camino, tan sabiamente iniciado, os convoco a todos a la gran misión de seguir ofreciendo a los hombres de nuestro tiempo con humildad, pero con mucha claridad y firmeza, el bien más grande que ninguna otra institución puede darles: la fe en Jesucristo, fuente de la esperanza que no defrauda y de una verdadera comunión de amor entre los hombres; la certeza de que Jesucristo es el Señor: en Él y en ningún otro podemos salvarnos (Cf. Hech 4,12).

Creemos y por eso lo proclamamos que la fuente de la esperanza para el mundo entero es Cristo; y la Iglesia es el canal, a través del cual, pasa y se difunde la ola de gracia que fluye del corazón traspasado del Redentor (cf. Igl. Eur. 18). En Cristo y con Él podemos alcanzar la verdad, nuestra existencia tiene un sentido, la comunión es posible, la diversidad puede transformarse en riqueza, la fuerza del reino de Dios ya está actuando en la historia y contribuye a la edificación de la ciudad del hombre, la caridad da valor perenne a los esfuerzos de la humanidad, los pobres son evangelizados, el dolor puede hacerse salvífico y lo creado participará en la gloria de los hijos de Dios.(cf. Igl.Eur. 18). En Cristo, nuevo Adán, primogénito de la humanidad redimida, el hombre alcanza su grado más alto de dignidad, el valor de la vida humana es respetado y los derechos humanos encuentran su fundamento.

Y en el centro de la evangelización, como fuente y cumbre de la vida cristiana: la Eucaristía. Hemos de vivir de la Eucaristía. La Eucaristía ha de ser el centro de nuestra vida y el centro y alimento de la vida de nuestra diócesis. En la Eucaristía somos todos uno en el Señor, estemos donde estemos. Cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, en el que Cristo nuestra Pascua fue inmolado (cf. 1Cor.5,7) se realiza la obra de nuestra redención.

El sacramento del pan eucarístico significa y al mismo tiempo realiza la unidad de los creyentes que forman un solo cuerpo en Cristo. Y así, al unirse a Cristo, la Iglesia entera y nuestra diócesis en particular, se convierte en la obra de Cristo, en la luz del mundo y en la sal de la tierra para la redención de todos. (cf. E.de E.. n.22).

En esta inmensa tarea de la evangelización, vosotros queridos presbíteros, sois los primeros colaboradores del Obispo. Doy gracias a Dios por el presbiterio de esta diócesis. Con vosotros he vivido momentos muy intensos de encuentro con el Señor. A vosotros he acudido muchas veces para pediros consejo y para pediros, como penitente, el sacramento de la reconciliación. En vosotros he encontrado ejemplos admirables de caridad pastoral. Y, ahora, con vosotros, apoyándome en vosotros y confiando en vosotros, espero llevar adelante la misión que me ha sido encomendada. Los presbíteros estáis llamados a prolongar, junto con el ministerio episcopal, la presencia de Cristo, único y supremo pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia suya en medio del pueblo que os ha sido confiado, sois en la Iglesia y para la Iglesia representación sacramental de Jesucristo, Cabeza y Pastor y habéis sido llamados por el Señor para proclamar con autoridad su Palabra y para renovar sus gestos de perdón y de ofrecimiento de salvación, principalmente con el Bautismo, la Penitencia y la Eucaristía.

Preparándoos para el sacerdocio estáis vosotros queridos seminaristas. Todos los días presento en mi oración al Señor la urgente necesidad que nuestra Iglesia particular de Getafe tiene de encontrar jóvenes como vosotros, generosos y dispuestos a asumir la gozosa tarea de hacer ministerialmente presente a Cristo entre los hombres. Él ha hecho resonar en vosotros la llamada para dejarlo todo y seguirle (Mt. 4,19,20); para estar con Él y para ser enviados a predicar (Mc.3,14); a la espera de la imposición de manos del Obispo, que hará de vosotros sus sacerdotes, su signo personal en un mundo que con urgencia necesita ver huellas claras del evangelio. Vuestra comunidad cristiana es ahora el Seminario: una comunidad educativa en camino; la comunidad que, promovida por el Obispo, os ofrece, a los que sois llamados por el Señor para el servicio apostólico, la posibilidad de revivir la experiencia formativa que el Señor, Buen Pastor, dedicó a los Doce Apóstoles. “La identidad profunda del seminario es ser una continuación en la Iglesia, de la íntima comunidad apostólica formada en torno a Jesús en la escucha de su Palabra, en camino hacia la Pascua, a la espera del don del Espíritu para la misión” (PDV.60). Doy gracias a Dios por nuestro Seminario de Getafe, por vosotros seminaristas y por vuestro rector y formadores que con entrega ejemplar se desviven por vosotros.

Con especial afecto quiero ahora, también, dirigirme a vosotros, hombres y mujeres de nuestra diócesis consagrados al Señor con los votos de pobreza, castidad y obediencia. Vivid plenamente vuestra entrega a Dios para que no falte a este mundo un rayo de la divina belleza que ilumine el camino de la existencia humana. Los cristianos, inmersos en las ocupaciones y preocupaciones de este mundo, pero llamados también a la santidad, tienen necesidad de encontrar en vosotros corazones purificados que “ven” a Dios en la fe, personas dóciles a la acción del Espíritu y obedientes a la Iglesia y al magisterio de sus pastores, que caminan libremente en la fidelidad al carisma de la llamada y de la misión.

Personas consagradas de nuestra diócesis de Getafe: vivid la fidelidad a vuestro compromiso edificándoos mutuamente y ayudándoos unos a otros . Tenéis la tarea de invitar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a mirar a lo alto, a no dejarse arrollar por las cosas de cada día, sino a ser atraídos por Dios y por el evangelio de su Hijo. Haced de vuestra vida una ferviente espera de Cristo yendo a su encuentro como las vírgenes prudentes van al encuentro del Esposo. Estad siempre preparados, sed siempre fieles a Cristo, a la Iglesia, al carisma de vuestro fundadores y a los hombres de nuestro tiempo. (cf. VC 109)

Con particular cariño y gratitud, tengo muy presentes, en este momento, a nuestras queridas monjas de clausura, que en los trece monasterios de nuestra Diócesis, se unen espiritualmente a nuestra celebración. Continuamente me siento fortalecido y animado en el ministerio apostólico con el poder misterioso, pero auténticamente real, de su oración y de la entrega de sus vidas como ofrenda agradable a Dios. A ellas quiero expresarles la gran estima que la comunidad diocesana siente hacia este género de vida que es para todos nosotros un “signo de la unión exclusiva de la Iglesia -Esposa con su Señor, profundamente amado” (VC 59)

Nuestra vida y ministerio como sacerdotes o consagrados no tendría ningún sentido si no fuera pensando en la misión de la Iglesia, en su conjunto, en la que vosotros, fieles laicos, llamados a la santidad con vuestra vocación específica e insustituible, ocupáis un lugar esencial. Los fieles laicos sois llamados por Dios para contribuir, desde dentro de las realidades temporales, a modo de fermento, a la santificación del mundo, mediante el ejercicio de las propias tareas, guiados por el espíritu evangélico y, así, manifestar a Cristo ante los demás en vuestras ocupaciones diarias y en la vida pública principalmente con el testimonio de vuestra vida y con el fulgor de vuestra fe, de vuestra esperanza y de vuestra caridad. De este modo el ser y el actuar en el mundo se convierte para vosotros en el lugar para encontraros con Dios y para mostrar a los hombre su presencia. (cf. Ch L n.15)

De, entre los diversos ámbitos en los que los fieles laicos han de santificarse quiero referirme, por su especial urgencia, al ámbito de la familia y al ámbito de la juventud.

El matrimonio y la familia constituyen el primer campo para el compromiso social de los fieles laicos. Es un compromiso que sólo puede llevarse a cabo adecuadamente teniendo la convicción del valor único e insustituible de la familia para el desarrollo de la sociedad y de la misma Iglesia. La familia, fundada en la unión indisoluble y abierta a la vida entre un hombre y una mujer, tiene la misión maravillosa e insustituible de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo el Señor por la Iglesia su esposa.

A los que formáis parte de la comunidad diocesana, os invito en este día a colaborar con todos los hombres de buena voluntad que viven su responsabilidad al servicio de la familia con fidelidad a los valores del evangelio y del hombre. El futuro de la humanidad se fragua en la familia. Es indispensable y urgente que todos nos esforcemos por salvar y promover los valores y las exigencias de la verdadera familia; y no permitir que se desvirtúe y se disuelva la institución familiar dando el nombre de familia a otras realidades que nada tienen que ver con ella.

Y junto al matrimonio y la familia otra gran tarea nos espera. Es el mundo de los jóvenes: la evangelización de los jóvenes. Y en esta gran misión los primeros y principales protagonistas sois vosotros, los propios jóvenes. Vosotros jóvenes cristianos de la Diócesis de Getafe, con los que he compartido momentos inolvidables, como el de la peregrinación de este verano a Santiago de Compostela, vosotros queridos jóvenes, no sois solamente objeto de la solicitud pastoral de la Iglesia, sino también sujetos activos y artífices de la evangelización de los jóvenes en nuestra diócesis. Y sólo hay un camino para hacer partícipes a otros jóvenes del don precioso de la fe y del conocimiento de Cristo. Ese camino es el de la santidad.

Me preguntaréis ¿cómo podemos llegar a ser santos si encontramos tantos obstáculos en nuestro camino? ¿cómo podemos ser honestos si a nuestro alrededor hay tanta mentira, tanta inmoralidad y tanta corrupción? ¿cómo podemos hacernos santos si vivimos en un mundo que no valora el verdadero amor, ni aprecia la belleza del amor casto?. Tenéis razón, hay muchos obstáculos. Es verdad que el camino hacia la santidad es un viaje , en ocasiones difícil, que implica una lucha interior contra el egoísmo y el pecado. Pero en ese viaje no estáis solos. Jesucristo y la Iglesia os acompañan. Y sabéis, porque ya lo habéis vivido muchas veces, que la gracia de Dios hace maravillas; y que cuando uno ha experimentado en su propia vida la belleza del evangelio y de la vida cristiana, la alegría de la fraternidad y la certeza de sentirse amados por Dios, nada ni nadie podrá deteneros en la carrera hacia la santidad y en el deseo de comunicar a vuestros amigos jóvenes el gozo inigualable del conocimiento de Cristo. Queridos jóvenes confío en vosotros y en la fuerza de la gracia. Una inmensa multitud de jóvenes de nuestra diócesis, como ovejas sin pastor, está esperando vuestro testimonio y está deseando, quizás sin saberlo, que les abráis una puerta para el encuentro con Aquel que dará sentido y consistencia a sus vidas. “La Iglesia tiene tantas cosas que decir a los jóvenes y los jóvenes tienen tantas cosas que decir a la Iglesia. Este recíproco diálogo, que se ha de llevar a cabo con gran cordialidad, claridad y valentía, favorecerá el encuentro y el intercambio entre generaciones, y será fuente de riqueza y de juventud para la Iglesia y la sociedad” (ChL46)

Comienzo esta nueva etapa de la diócesis con mucha esperanza y pongo en manos de la Virgen María, Madre de la Esperanza y Reina de los Ángeles el futuro de nuestra diócesis. A ella quiero hoy consagrar mi vida y la vida de todos los que formamos la comunidad diocesana, en este año de la Eucaristía dedicado también a la Inmaculada:

María, Madre de la esperanza,
¡camina con nosotros!
María, Reina de los Ángeles,
Patrona de la Diócesis de Getafe,
cuya imagen bendita nos acompaña en esta celebración,
enséñanos a proclamar al Dios vivo.
Ayúdanos a dar testimonio de Jesús, el único Salvador;
Haznos serviciales con el prójimo,
acogedores de los pobres, de los enfermos
y de los que viven en soledad.
Haznos artífices de justicia,
y constructores apasionados
de un mundo más justo.
Vela por la Iglesia en esta diócesis de Getafe:
que sea transparencia del evangelio;
que sea auténtico lugar de comunión ;
que viva la misión de anunciar, celebrar y servir
el Evangelio de la esperanza
para la paz y la alegría de todos. Amen ( cf. Ig.en Eur.125)

Santa Juana (TVE)

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HOMILÍA SANTA JUANA – TVE
(Domingo 8º del T.O. – B)

Querida Comunidad de Hermanas Clarisas, queridos amigos y hermanos aquí presentes en este Santuario de Santa María de la Cruz y presentes también, a través de las antenas de TVE.

La celebración de la Eucaristía es siempre para todos nosotros un motivo de alegría muy honda. La Eucaristía es el centro mismo de la vida de la Iglesia. Sin Eucaristía no hay Iglesia, ni puede haber cristianos. En la Eucaristía ha querido el Señor perpetuar, a lo largo de los siglos, el sacrificio de la cruz y confiar a su esposa la Iglesia, en este banquete pascual, el memorial de su muerte y resurrección, entregándose a ella como alimento y como vínculo permanente de unidad y de amor.

La liturgia de este domingo octavo del tiempo ordinario nos invita a contemplar el amor inmenso que Dios nos tiene y, a la vez, la ingratitud del hombre pecador, incapaz de acoger con gozo y agradecimiento ese amor. La relación entre Dios y los hombres es una relación de amor no correspondido; una relación de amor esponsal, muchas veces rota y olvidada por parte del hombre.

El libro de Oseas es una de las cumbres de la revelación del amor divino en el Antiguo Testamento. El profeta Oseas fue un hombre profundamente enamorado de su esposa, pero fue un hombre muy pronto traicionado por ella. El profeta Oseas sufrió cruelmente las infidelidades de su esposa y la tortura de un corazón que, a pesar de todo, la seguía amando apasionadamente, y que, si embargo, se veía decepcionado en sus afectos más íntimos. Pero este drama personal le ayudó al profeta Oseas a descubrir un amor un más grande, un amor incondicional y siempre fiel, el amor inefable de Dios, que también es continuamente traicionado por su pueblo. El profeta pudo experimentar, paradójicamente, en la oscuridad de su drama personal, ese manantial de luz que es el amor de Dios. Puede ocurrir, muchas veces, que, a partir, las situaciones y vivencias humanas, como son la enfermedad o el aparente fracaso, el Señor nos introduzca en el conocimiento de verdades más sublimes y en una sabiduría nueva: “ Me la llevaré al desierto y le hablaré al corazón... me casaré contigo en un matrimonio perpetuo, me casaré contigo en derecho y en justicia, en misericordia y compasión y te penetrarás del Señor”

La relación de Dios con su Pueblo es descrita como una relación esponsal, un relación de recíproca pertenencia y de íntima comunión, una relación en la que Dios libre y gratuitamente toma la iniciativa de salvar al hombre estableciendo con él un vínculo de fidelidad e invitándole también a una adhesión libre e incondicional, en todo y para siempre.

Utilizando esta misma imagen de la relación esponsal, vemos como hoy, en el evangelio que hemos proclamado, el evangelista San Marcos describe la llegada del Mesías como un banquete de bodas. La presencia de Cristo, entre nosotros es como la presencia del novio o del esposo en casa de la esposa. Y los efectos que produce no pueden ser otros que la alegría que lo inunda todo, la liberación de toda angustia y dificultad y la renovación de todas las cosas: “vino nuevo en odres nuevos”. La novedad de Cristo sólo podrá ser recibida si hay un cambio de mentalidad y una conversión del corazón. Ante la pregunta de los fariseos sobre el ayuno, Jesús les dirá: “Es que pueden ayunar los amigos del novio, cuando el novio está con ellos” . La presencia del Mesías llena de gozo el corazón del hombre. Es la presencia que lo renueva todo, que nos hace renacer, que nos saca del estancamiento y de la tristeza, es una presencia que todo lo llena de vida. “Yo soy el camino, la verdad y la vida.”. Estando con el Señor se aleja la muerte y llega la vida.

Hoy también el Señor, el Esposo, se acerca a nosotros, al hombre de hoy, al hombre de estos comienzos de siglo para invitarle a vivir con Él esa relación esponsal de amor, de vida y de comunión con Él. El Señor nos invita a que, unidos a Él, en el encuentro con Él, alcancemos la plenitud de lo humano y el desarrollo de todas las capacidades y dones que Él nos ha dado.

Eso es la santidad y esa es nuestra vocación. Pero los hombres seguimos traicionando el amor de Dios. Es el drama del pecado, raíz última de todos los males que el hombre vive. Es el drama del amor de Dios no correspondido. Dios ofrece la vida y los hombres siguen optando por la violencia y la muerte. Cuando se oscurece la fe y la confianza en el Dios amigo del hombre y amigo de la vida, también se oscurecen la dignidad y los derechos humanos y la convivencia se hace muy difícil.

En estos días la opinión pública mundial se siente conmovida ante la amenaza de un posible guerra en Irak. Y la Iglesia dice no a la guerra. Dice no a este guerra y a todas las guerras y dice no al terrorismo y a toda forma de violencia en otros muchos lugares del mundo y también, por desgracia en nuestro país. Pero la Iglesia , cuando dice no a la guerra y a la violencia, esta diciendo, a la vez, si a la vida. Un sí la vida humana claro, rotundo y universal. Un si a la vida y a la dignidad humana. Y en su mensaje en defensa de la vida, en el evangelio de la vida, que la Iglesia proclama no hay excepciones. La Iglesia dice si a la vida, a toda vida humana, desde el momento mismo en que es concebida has el momento último de su muerte natural.

Resulta muy sorprendente, ver , en estos días la incoherencia , casi podríamos decir el cinismo, de muchos que protestan contra la guerra y caminan en las manifestaciones sujetando la pancarta de “no a la guerra” y después no sólo toleran sino que incluso reivindican como un derecho en sus programas políticos la muerte del ser humano mas indefenso y débil de todos, que es el ser humano, la persona humana en los primeros momentos de su existencia.

Tenemos que proclamar el evangelio de la vida y de la dignidad humana. Hoy la liturgia nos ha mostrado a Dios que ama apasionadamente al hombre y quiere que viva..Sólo unidos a El, que es el manantial el la vida de la vida y de amor el hombre alcanzará la paz que tanto deseo.

Ponemos hoy también nuestra mirada ante nuestra madre Santa María de la Cruz, cuya primitiva capilla hoy vamos a bendecir y en la que, según la tradición ella se apareció. Que ella que es la Madre del Autor de la Vida, nos alcance el don de la paz ayude a caminar asumiendo las responsabilidades que a cada uno nos corresponde, para ser verdaderos constructores de paz.

No quiere terminar sin recordar que en este día celebramos la jornada de oración por la Iglesia en Hispanoamérica y por los sacerdotes españoles que allí están trabajando. ”Colabora con América en el relevo misionero”, lema de la Jornada en este año, es una invitación a seguir sintiendo en nosotros el compromiso misionero con estas Iglesias jóvenes, muy queridas por nosotros. Para todos ellos nuestro recuerdo agradecido, nuestra ayuda solidaria y nuestra oración. AMEN

 

Solemnidad del Sagrado Corazon de Jesus

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SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
JORNADA DE ORACIÓN POR LA SANTIFICACIÓN DE LOS SACERDOTES

La Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús nos habla del amor inefable de Dios a los hombres manifestado en Cristo Jesús, cuyo corazón abierto en la cruz por la lanza del soldado romano fue la máxima prueba de su generosidad y la fuente de donde manaron los sacramentos de la Iglesia. “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Queridos hermanos : Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros de la misma manera” (1Jn.4,7-16)

En este día y en este santuario del Cerro de los Ángeles que nos invita a la contemplación de la misericordia divina hemos querido celebrar en nuestra diócesis de Getafe, siguiendo la orientaciones del inolvidable Juan Pablo II, la Jornada de oración por la santificación de los sacerdotes y el sencillo homenaje a nuestros hermanos sacerdotes que en este año celebran sus bodas de oro o de plata sacerdotales.

Es un día para darle gracias a Dios por el don del sacerdocio ministerial que hace posible en la Iglesia y a lo largo de los siglos la presencia sacramental de Jesucristo como Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia en aquellos que han sido llamados a este ministerio.”Ellos, Señor, renuevan en nombre de Cristo el sacrificio de la redención, preparan a tus hijos el banquete pascual, presiden a tu Pueblo santo en el amor, lo alimentan con tu Palabra y lo fortalecen con tus sacramentos. Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por Ti y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y han de darte así testimonio constante de fidelidad y amor” ( Prefacio de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote)

Queridos hermanos la vocación y la meta última de toda la Iglesia es la santidad. Todos los cristianos, por su incorporación a Cristo en el Bautismo, son invitados a alcanzar la plenitud de la vida cristiana, llegando a ser en Cristo, por el don del Espíritu Santo, verdaderos hijos de Dios.”Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios”. Los sacerdotes no somos mejores que los demás ni de mayor dignidad que cualquier cristiano y nuestra vocación a la santidad es la misma que la de todos los bautizados. Pero hay algo que nos distingue. “Por el sacramento del Orden se configuran los presbíteros con Cristo sacerdote, como ministros de la Cabeza, para construir y edificar todo su Cuerpo, que es la Iglesia, como cooperadores del orden episcopal. Cierto que ya en la consagración del bautismo – al igual que todos los fieles de Cristo – recibieron el signo y don de tan gran vocación y gracia, a fin de que, aun con la flaqueza humana, puedan y deban aspirar a la perfección (...) Ahora bien , los sacerdotes están obligados de manera especial a alcanzar esa perfección, ya que, consagrados de manera nueva a Dios por la recepción del Orden, se convierten en instrumentos vivos de Cristo, Sacerdote eterno, para proseguir en el tiempo la obra admirable del que con celeste eficacia, reintegró a todo el género humano” (PO. 12). Somos instrumentos vivos de Cristo para hacer llegar a todos los hombres la misericordia divina. Hemos sido llamados por el Señor para reflejar en nuestra vida su amor inagotable y sacrificado, su paciencia y su ternura, su perdón y su consuelo. En el corazón de Cristo, fuente inagotable de amor , los sacerdotes anunciamos al mundo la buena nueva de la salvación. Por la gracia de Dios, por el don del Espíritu Santo, que recibimos el día de nuestra ordenación, los sacerdotes debemos y podemos ser santos para ayudar a otros a ser santos, por lo que somos y por lo que hacemos. Cristo nos ha elegido y nos ha capacitado para ser forjadores de santos.

Decidirse a ser santos nos significa otra cosa que fiarse de Cristo, creer en su Palabra, confiar en sus promesas y no anteponer nada a Él. Decidirse a ser santos nos es otra cosa que hacerse plenamente consciente de la íntima relación personal que nos une a Él . Y esto supone mantener la mirada fija en Él para poder pensar como Él y sentir como Él y amar como Él. “La referencia a Cristo es la clave absolutamente necesaria para la comprensión de las realidades sacerdotales” (PDV 12).

Queridos hermanos sacerdotes hemos sido llamados para ser transparencia de la vida y de las vivencias de Jesucristo Buen Pastor. Y así como, según nos dice el evangelio, el Señor se conmovía y sentía compasión de aquellas multitudes que, como ovejas sin pastor, le seguían hasta casi desfallecer de hambre, así nosotros también sepamos mirar con amor a las gentes que en nuestras parroquias y ciudades nos han sido confiadas; y sepamos darles el alimento de la palabra divina que llene sus deseos más hondos de amor, de esperanza, de sentido de la vida y descubrimiento de su propia dignidad y de la dignidad de tos los seres humanos. Que lo mismo que el Señor, con mirada compasiva, lleguemos a todos los hombres que buscan la verdad, a los matrimonios que quieren fortalecer su amor, a los padres que desean educar a sus hijos según el plan de Dios, a los jóvenes que desean crecer en una libertad verdadera y sin engaños y a todos los hombres de buena voluntad que quieren contribuir en la construcción de un mudo más en paz y más humano.

La vivencia del amor de Cristo ha de llenar totalmente nuestra vida. Él nos ha llamado al ministerio sacerdotal por iniciativa suya. Todo en nuestra vida es gratuidad. Todo es en nosotros fruto de la gracia. Nos ha llamado uno a uno por nuestro propio nombre, con nuestra propia historia y con toda nuestra debilidad, para poder participar en su mismo ser de Sacerdote y Víctima, de Pastor, de Esposo, de Cabeza y de Siervo. Estamos llamados para vivir un encuentro personal muy íntimo con el Señor que se convierta permanentemente en relación profunda y se concrete, en nuestra vida diaria, en seguimiento humilde y fiel para compartir su mismo estilo de vida, vivido fraternalmente con todo el presbiterio diocesano y volcado totalmente y gozosamente en la misión de anunciar el evangelio aquí y ahora, con todo entusiasmo, dando la vida, en esta porción de la Iglesia que es nuestra diócesis de Getafe.

Nuestra unión con Cristo afecta a todo nuestro ser. Hemos sido llamados a prolongar en le mundo su mismo obrar y a vivir en sintonía con sus mismos sentimientos y actitudes: ”... tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús”(Fil. 2,5) “Vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio”Jn 12,57). Nuestra misión brota de nuestra relación con Cristo. La vivencia del misterio de Cristo es el objeto de nuestra predicación. Lo que hemos de comunicar al pueblo de Dios es lo que el Señor nos dice al oído en el silencio de la oración. Cuando a Juan Bautista le preguntaron sobre su identidad no cayó en la trampa de responder con teorías sino que simplemente se atrevió a decir “Yo soy la Voz ... pero en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis” (Jn. 1,23.26).

La fuerza de nuestra misión nace de la certeza de sentirse amado por Cristo. Cuando uno se sabe amado por Cristo uno sólo quiere amarlo y hacerlo amar. Esta es nuestra misión: amar a Cristo y hacer amar a Cristo: que todos le conozcan y le amen y encuentren en Él el descanso de su alma. Y para llegar a este conocimiento de Cristo sólo hay un camino: el camino de la humildad y de la sencillez: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y se las has revelado a la gente sencilla” (Mt.11,25-30). Que el Señor nos haga sentir nuestra pequeñez, para confiar siempre, no en nuestras fuerzas, sino en su gracia y misericordia; y sigamos el camino que la santa doctora Teresa del Niño Jesús supo mostrar a la Iglesia con su doctrina evangélica de la infancia espiritual. “Si no os hacéis como niños no entrareis en el reino de los cielos”

Que la Virgen María nos alcance la gracia de la humildad para que en nuestra vida todo sea trasparencia de Cristo. Para que la gente no se vincule a nosotros sino a Cristo. Para que sólo seamos un camino hacia Cristo, que se utiliza y se olvida.

“Madre de Cristo que al Mesías Sacerdote diste un cuerpo de carne por la unción del Espíritu Santo
para salvar a los pobres y contritos de corazón:
Custodia en tu seno y en la Iglesia a lo sacerdotes, oh Madre del
Salvador” Amén

Homilía de la Vigilia de la Inmaculada 2013

VIGILIA DE LA INMACULADA – 2013

Querido hermano en el episcopado, Don José, queridos sacerdotes, seminaristas y consagrados. Queridos hermanos todos.

Hoy la Virgen María, que fue concebida sin pecado, nos convoca, como madre, para que vivamos el gozo de sentirnos, con ella, en familia junto a su Hijo Jesucristo, que es nuestra vida, nuestra alegría y nuestro mayor bien. Jesucristo es nuestro gran tesoro, que ha llegado a nosotros gracias a la generosidad de María, que supo decir SÍ, con valentía, a la voluntad de Dios, aceptando ser la Madre del Redentor, según el plan de salvación que Dios había preparado desde antiguo para la humanidad entera.

Nos sentimos felices en este momento, junto a muchas personas muy queridas para nosotros, con las que compartimos en nuestras parroquias y comunidades el camino de la fe, y junto a otras muchas que, aunque no las conocemos directamente, sabemos que están íntimamente unidas a nosotros en el amor a Jesucristo y en el amor a la Virgen María y a la Iglesia.

En un antiguo himno, del siglo VIII, por tanto de hace más de mil años, la Iglesia saluda a María, la Madre de Dios, llamándola “estrella del mar”: Ave maris stella. La vida humana es un camino; pero ¿a dónde nos conduce ese camino? ¿Hacia qué meta nos lleva? ¿Cómo podremos encontrar el verdadero rumbo? La vida es como un viaje por el mar de nuestra propia historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que intentamos escudriñar los astros que nos vayan indicando la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son para nosotros luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación en nuestro camino por la vida. Y, ¿quién mejor que la Virgen María podría ser para nosotros estrella de esperanza? Ella con su SÍ abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo. A ella nos encomendamos en esta Año de la Esperanza que acabamos de empezar.

Muchos sabéis la fuerte llamada que hace el Señor a la Iglesia entera y, en particular a nuestra diócesis, a ser misioneros, a convertir nuestra diócesis en una diócesis “en misión”; a ser, todos los que formamos esta gran familia diocesana, discípulos misioneros. El Señor nos invita a una Gran Misión que lleve el gozo del Evangelio a todos los rincones de nuestra diócesis. El Señor quiere que, guiados por María, seamos estrellas de esperanza para esa gran multitud de hermanos nuestros que vagan por el océano tempestuoso de la vida, desorientados y sin rumbo.

El pasaje del Evangelio que hemos escuchado nos va a ayudar a descubrir a la Virgen María como la maestra que nos enseña qué es, según el plan de Dios, la auténtica y verdadera Misión. Ella nos va a acompañar, como estrella de la esperanza, que guíe nuestro camino. Ella va a ser la que ponga a Jesús en nuestro corazón para que hablemos a los hombres de Él; Ella nos va a introducir en el dinamismo de la misión, escuchando devotamente la Palabra de Dios, custodiándola con celo y trasmitiéndola con fidelidad.

Os invito a contemplar a María en ese momento de la visitación a su prima Isabel que nos describe san Lucas en el Evangelio que acabamos de escuchar (cf. Lc 1, 39ss).

El Evangelio nos dice que la Virgen después de haber escuchado el mensaje del ángel y después de haber aceptado, como esclava del Señor, la misión que se le ha confiado, se levantó, se puso en camino con prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; y, después de un largo y difícil camino atravesando el desierto, entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y, como fruto de ese saludo y de este encuentro, Isabel se llenó de Espíritu Santo y la casa entera se inundó de alegría. Vamos a meditar brevemente este Evangelio en cuatro puntos.

PRIMER PUNTO. Lo primero que hace la Virgen después de conocer lo que Dios quiere de ella es levantarse. La Virgen no se queda pasiva. No se queda inerte, esperando que todo se lo den hecho. Sabe que Dios cuenta con ella. El ángel ya la ha dejado y no volverá aparecer más en su vida. Es el momento de poner en acción los dones inmensos que ha recibido de Dios. María siente en su corazón el dinamismo de la misión: tiene que comunicar a Isabel la gracia que ha recibido. María siente la urgencia de llevar a Jesús, que es el Hijo del Dios Altísimo, y que, como hombre, ya ha concebido en su vientre, a su pariente Isabel para que ella también goce de esta bendita presencia.

Queridos amigos, queridos hermanos, hagamos como María. Tenemos que levantarnos. Tenemos que salir del sueño. “Daos cuenta -nos decía el domingo pasado el apóstol san Pablo- del momento en que vivís, ya es hora de despertaros del sueño (…) la noche está avanzada, el día se echa encima dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz” (Rm 13,11-14) Tenemos que despertar de nuestro tedio, tenemos que salir de una fe tibia e inoperante, para acoger al Señor. Es el mensaje del Adviento que, en este año ha de convertirse, en preparación para la venida del Señor en esta Gran Misión que nos espera. Dios nos ha enriquecido con muchos dones. Dios ha cuidado de nosotros. Dios nos ha hecho experimentar en muchos momentos el gozo de su presencia. A pesar de nuestras muchas caídas, Dios siempre nos ha perdonado y nos ha hecho sentir el consuelo de su misericordia. Es el momento de dar a los demás los dones que hemos recibido. Hay que levantarse, como María, para llevar a todos la gracia del amor divino.

SEGUNDO PUNTO. En segundo lugar, dice el Evangelio que María se puso en camino de prisa hacia la montaña a una ciudad de Judá. El camino que va a emprender María nos es un camino cualquiera, no es un paseo placentero. El camino que emprende María es un camino que tiene que atravesar un duro y peligroso desierto. Los que hemos estado en Palestina sabemos cómo es ese desierto. Es un desierto árido, seco, sin vida aparente, solitario y lleno de amenazas. Es un desierto capaz de atemorizar a cualquiera; pero María es valiente. María tiene a Cristo en su seno. María está llena de amor. No hay desierto capaz de detener el anhelo misionero de María.

Dice el Evangelio que María se puso en camino de prisa. María tiene prisa por llevar a Cristo a los demás, No se para a pensar en las ventajas e inconvenientes de ese duro y peligroso camino. María se lanza a la aventura porque el Espíritu de fortaleza, de sabiduría, de ciencia y de piedad, llena su vida. Es el Espíritu Santo el que la lleva. Y Ella no se resiste a ese impulso del Espíritu, no pone obstáculos. Le abre la puerta.

Aprendamos de María a vencer los temores que nos paralizan. Siempre andamos calculando, siempre andamos midiendo nuestras fuerzas, siempre estamos aferrados a lo que consideramos nuestros propios recursos. Pero cuando hacemos eso, ¿Qué le dejamos al Señor? ¿Dónde está nuestra confianza en Él? ¿Qué significan para nosotros su amor y su gracia?

María no tuvo miedo de entrar en el desierto. La Misión supone entrar en muchos desiertos. No tengamos miedo a los desiertos. Para evangelizar hay que entrar en los desiertos; hay que atravesar muchos desiertos. Benedicto XVI, en la Misa del inicio de su pontificado nos hablaba de los diversos desiertos en los que viven los hombres. “Hay muchas formas de desierto: el desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed; el desierto del abandono, de la soledad y del amor quebrantado. Existe también el desierto de la oscuridad de Dios y del vacío de las almas que ya no tienen conciencia de la dignidad y del rumbo del hombre”. Entremos con María en estos desiertos para ofrecerles la vida divina que es capaz de hacer fructificar hasta las tierras más áridas.

TERCER PUNTO. En tercer lugar dice el Evangelio que María entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. La virgen no se queda a la puerta, entra en la casa, entra en el corazón de esa familia, entra en su vida, en sus preocupaciones, en su intimidad, en sus sufrimientos y en sus alegrías. Y entra, no para curiosear, sino para servir y para amar.

El Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Evangelii gaudium nos dice que una Iglesia misionera es una Iglesia que se involucra, lo mismo que se involucró Jesús con sus discípulos lavándoles los pies y poniéndose ante ellos como “el que sirve”. “El Señor -dice el Papa- se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: “Seréis felices si hacéis esto” (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, acorta distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo” (EG n. 24).

Aprendamos de María a entrar en la vida de los hombres amando y sirviendo. Aprendamos a involucrarnos, como Cristo, dando la vida por ellos. En esto consiste la Misión: en llevar vida, en dar vida: una vida llena de felicidad y de esperanza.

CUARTO PUNTO. En cuarto lugar, siguiendo la meditación de este paaje del Evangelio de la Visitación, vemos que son dos los frutos del saludo de María: Isabel se llenó de Espíritu Santo y la criatura saltó de alegría en su vientre. El Espíritu Santo y la alegría son los frutos de la Misión.

El primer fruto y la fuente de todos los demás frutos es el don del Espíritu Santo. Isabel se llena de Espíritu Santo porque María está llena de Espíritu Santo, está llena de Dios. La llena de gracia, que lleva en sus entrañas al Hijo de Dios, se convierte en portadora de gracia.

María es la imagen de la Iglesia, que lleva a Cristo en su seno y tiene como misión ofrecer a los hombres la gracia divina, el don del Espíritu. La Misión de la Iglesia, nuestra Misión, es derramar sobre los hombres la gracia del Espíritu Santo. Nuestra Misión es llevarles el Espíritu Santo, que es Señor y dador de vida y que, como decimos en la secuencia de Pentecostés, es capaz de “regar la tierra en sequía, de sanar el corazón enfermo, de lavar las manchas, de infundir calor de vida en el hielo, de domar el espíritu indómito, de guiar al que tuerce el sendero”. Nuestra Misión es, como la de María, poner a los hombres junto a Jesús, el Ungido por el Espíritu Santo, que ha venido al mundo para “evangelizar a los pobres, proclamar a los cautivos la libertad y devolver la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4,19).

Pidamos a María en esta Vigilia Santa que despierte en nosotros el entusiasmo por la Misión. Que el miedo, la pereza, el desinterés o la desgana no sean capaces de amortiguar en nosotros el amor a Cristo y a los hermanos. Que pensemos en todos aquellos que por nuestra palabra, nuestro testimonio y nuestra pasión misionera, con la ayuda de la gracia divina y con su respuesta libre, pueden salir del vacío y la oscuridad de una vida sin sentido para encontrarse con la luz de Cristo, para sentir el consuelo de su misericordia y para experimentar el amor de una Iglesia que les acoge como hermanos.

El segundo fruto de la visita y del saludo de María es la alegría. La alegría inunda toda la casa. Isabel se llena de alegría, la criatura salta de alegría en su vientre y María, llena de gozo, entona un himno de alabanza a Dios diciendo: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva” (Lc 1,47). Es la alegría que también hoy nos llena a nosotros. Es la alegría de Dios, que nadie podrá arrebatarnos. Es la alegría del Evangelio que llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús.

El Papa Francisco, al final de su Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, nos dice que hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia, porque, cada vez que miramos a María, volvemos a creer en el valor revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son las virtudes de los débiles, sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes, Mirando a María descubrimos que la misma que alababa a Dios porque “derriba del trono a los poderosos y despide vacíos a los ricos” es la que pone calor de hogar en nuestra búsqueda de justicia y nos ayuda a reconocer las huellas del Espíritu de Dios en los grandes acontecimientos y también en aquellos que parecen imperceptibles.

Virgen y Madre María, tú que movida por el Espíritu Santo acogiste al Verbo de la Vida en la profundidad de tu humilde fe, llénanos de ardor misionero para llevar a todos el Evangelio de la Vida que vence la muerte.

Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos para que llegue a todos el don de la belleza que no se apaga: Jesucristo tu Hijo que vive y reina por los siglos de los siglos. Amen (cf. EG n. 288).