Domingo de Resurreccion

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DOMINGO DE RESURRECCIÓN - 2005

Queridos hermanos:

Celebramos en este día la fiesta más grande de año. Todos los domingos no son sino el eco de este domingo de Pascua. Cristo ha resucitado. Cristo, el Crucificado, ha vencido a la muerte. “Este es el día en que rotas las cadenas de la muerte Cristo asciende victorioso del abismo”. Cristo, resucitado de entre los muertos, nos ha abierto las puertas de la vida para que renovados por su Espíritu vivamos en la esperanza de la resurrección futura. “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.

Esta alegría pascual parece que entra en contradicción con la experiencia diaria. A nuestro alrededor, desgraciadamente, hay demasiados signos de muerte. Por un lado la muerte física, la enfermedad y el dolor. Por otro la muerte espiritual, el pecado que todo lo corrompe, con sus tristes consecuencias de injusticia, soledad, mentiras y violencia.

Pero Dios no dejó al hombre desamparado y en esa negra noche del pecado y del sufrimiento entró Jesucristo, el Hijo de Dios, que clavado en una cruz, muriendo destruyó la muerte y resucitando restauró la Vida. En Él , como cantamos en uno de los prefacios pascuales “fue demolida nuestra antigua miseria, reconstruido cuanto estaba derrumbado y renovada en plenitud la salvación”.

Cristo resucitado nos abre las puertas de la vida. ¡Alegrémonos y gocemos con Él! . Si Cristo ha resucitado convirtiéndose en el nuevo Adán y en el primogénito de la nueva creación, también nosotros resucitaremos con Él.

La resurrección de Jesús no es un sueño, no es una ilusión vana. La resurrección de Jesús es algo muy real, es el fundamento de todo lo real y el fundamento también de nuestra fe. Este es nuestro credo, el credo que todos los domingos profesamos en la celebración de la Eucaristía: “que Cristo ha muerto por nuestros pecados y ha resucitado para nuestra justificación”. Dios nos ha creado no para morir, sino para vivir con Él eternamente. Estamos llamados a vivir, nuestro destino es la vida. Creemos en la vida eterna. Y, por eso reconocemos el valor inmenso de la vida humana, y respetamos hasta las últimas consecuencias, lejos de cualquier oportunismo o utilitarismo, el valor inviolable de la dignidad de la persona humana, y el respeto a la verdad.

Este fue, desde los comienzos, el testimonio de la Iglesia apostólica, que hoy aparece, de forma luminosa, en las lecturas bíblicas que acaban de ser proclamadas: que Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida; que en Jesucristo se abre para el hombre un camino de esperanza, que en el misterio Cristo, Verbo encarnado, muerto y resucitado por nosotros, se esclarece el misterio del hombre, la verdad del hombre. Así lo proclama Pedro en su predicación: “Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo (...) lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver (...) a nosotros que hemos comido y bebido con Él después de la resurrección” (Hech.10,37-43)

Desde entonces, desde aquel memorable día de la Pascua del Señor, ese mensaje, bajo el impuso del Espíritu Santo, generación tras generación, en el seno de nuestra Santa Madre la Iglesia, el testimonio de los apóstoles ha llegado hasta nosotros Y así hemos de seguir transmitiéndolo nosotros.

Lo mismo que esta noche en la vigilia pascual, en la oscuridad de la noche, unos a otros nos íbamos comunicando la luz que venía del cirio pascual, símbolo de Cristo resucitado, así también hoy en la oscuridad del mundo, hemos de seguir comunicando a nuestros hermanos la luz de la fe.

Cristo es la luz del mundo que disipa las tinieblas. Y nosotros que por pura gracia y misericordia de Dios hemos visto esa luz y hemos creído en ella, tenemos que convertirnos lo mismo que la Virgen María y María Magdalena y los apóstoles en testigos y mensajeros del Señor resucitado, luz sobre toda luz. “Ya que habéis resucitado con Cristo buscad los bienes de allá arriba donde está Cristo sentado a la derecha del Padre. Aspirad a los bienes de arriba no los de la tierra. Porque habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”

La Pascua del Señor, la celebración gozosa de la reurrección de Cristo nos invita a renovar nuestro bautismo renaciendo con Cristo a una vida nueva, renunciando al egoísmo, que destruye al hombre encerrándole en sí mismo, y endureciendo su corazón, renunciando a la mentira que envenena las relaciones sociales, corrompe la vida política y nos hice vivir sólo de apariencias y renunciando a todo tipo de violencia que convierte al hombre en enemigo del hombre. Y llenos de la luz de Cristo y fortalecidos con su Espíritu hagamos propósito en este día vivir de aquel mismo amor que llevó al Señor Jesús a entregar su vida por nosotros. Hagamos propósito de perdonar las injurias, de amor incluso a los que no nos quieren bien, de ayudar a los que nos necesiten. Y renovemos nuestra fe en el Dios de la vida, el Dios que ha resucitado a Jesucristo y nos llama a la vida.

Hagamos nuestra esa vibrante defensa de la vida humana que el Papa Juan Pablo II hacía en su encíclica “El evangelio de la Vida”, en la que nos invita a amar la vida, a respetar la vida y a trabajar sin descanso por mejorar las condiciones de vida de todos los hombres. Y nos pide que proclamemos, sin ningún miedo nuestra fe en la vida futura. Cuando, una vez traspasado el umbral de la muerte gocemos eternamente del amor infinito de Dios.

Hermanos, felices pascuas, feliz día de resurrección: que el Señor Jesús que en este día nos ha abierto las puertas de la vida, nos renueve por su Espíritu y nos haga resucitar en el reino de la luz y de la vida.

 

Viernes Santo

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HOMILÍA VIERNES SANTO
2005

“Muerto ya el Señor, dice el evangelio, uno de los soldados se acercó con la lanza y le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua: agua como símbolo del bautismo, sangre, como figura de la Eucaristía. El soldado le traspasó el costado, abrió una brecha en el muro del templo santo, y yo encuentro el tesoro escondido y me alegro con la riqueza hallada. Esto fue lo que ocurrió con el cordero: los judíos sacrificaron el cordero, y yo recibo el fruto del sacrificio”. Son palabras de S. Juan Crisóstomo leídas esta mañana en el oficio divino.

Queridos hermanos: hoy la Iglesia sobrecogida ante el drama del calvario, calla, adora en silencio y se postra ante el Misterio de la Cruz de nuestro Señor Jesucristo. “Te adoramos Cristo y te bendecimos porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo””¡ Oh cruz fiel, jamás el bosque dio mejor fruto en hoja, en flor y en fruto!

La lecturas de la liturgia de hoy nos introducen en este misterio sublime de la pasión y muerte del Señor. Un misterio que supera cualquier razonamiento humano. Algo que es tan inmenso y tan lleno de luz y de realidad que ningún concepto humano es capaz expresarlo adecuadamente.

Las lecturas bíblicas nos ofrecen tres aproximaciones al Misterio que hoy contemplamos. El Señor crucificado aparece en la primera lectura bajo la figura del Siervo de Yahvé, en la segunda bajo la figura de Sumo Sacerdote y en el evangelio bajo la figura de Rey. Estas tres aproximaciones tienen algo en común. Y este algo en común es que el milagro inagotable e inefable de la cruz se ha realizado “por nosotros”. “Por nosotros y por nuestra salvación padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, murió y fue sepultado.” (decimos en el credo)

En la primera lectura vemos como el Siervo de Yahvé es ultrajado por nosotros, por su pueblo. “Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores (...) Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre Él todos nuestros crímenes.”(Is.52,13- 53) Ciertamente en la Sagrada Escritura encontramos muchos amigos de Dios que interceden por su pueblo. Abraham intercedió por Sodoma, el pueblo corrompido por el pecado. Moisés hizo penitencia durante cuarenta días y cuarenta noches por el pecado de Israel y suplicó a Dios que no abandonara a su pueblo. Profetas como Jeremías y Ezequiel tuvieron que sufrir las pruebas mas terribles por su pueblo. Pero ninguno de ellos llegó a sufrir tanto como el misterioso Siervo de Yahvé de la primera lectura. “El varón de dolores, despreciado y evitado por todos, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes ... que entregó su vida como expiación” Pero este sacrificio produce su efecto. “Sus cicatrices nos han curado”. Verdaderamente este Siervo de Yahvé es una anticipación profética del crucificado. Los evangelistas vieron en el Siervo de Yahvé a Jesús. Jesús es el Siervo de Yahvé, obediente hasta la muerte, en quien el Padre se ha complacido. Jesús, el Señor crucificado que cargando con nuestros crímenes, nos ha sacado del abismo del pecado, nos ha salvado y ha restaurado en nosotros la imagen de Dios destruida por el pecado. Contemplemos hoy con asombro y gratitud este misterio de amor y redención . Mis pecados han llevado a Cristo a la muerte. Él ha cargado con mis pecados y me ha salvado. Que hoy mirando al crucificado nos sintamos fortalecidos para luchar contra el mal. A pesar de nuestras debilidades y continuas caídas, El siempre está esta ahí para consolarme y salvarme.

El Sumo sacerdote de la segunda lectura, a gritos y con lágrimas se ha ofrecido a sí mismo como víctima a Dios para convertirse por nosotros en el autor de la salvación. “se convirtió en causa de salvación para los que le obedecen”(Hebr.l5,9). En la Antigua Alianza el sumo sacerdote podía entrar una vez al año en el santuario y rociarlo con la sangre del animal sacrificado. Pero ahora, como hemos escuchado en la carta a los Hebreos, el sumo sacerdote por excelencia, Jesús, entra “con su propia sangre” (Hebr.9,12), es decir, entra como sacerdote y como víctima en el verdadero y definitivo santuario, en el cielo, ante el Padre, para interceder por nosotros y prepararnos un lugar. “En la casa de mi Padre hay muchas moradas (...) voy a prepararos un lugar. Volveré y os tomaré conmigo para que donde yo estoy, estéis también vosotros” (Jn.14,2). Por nosotros, nuestro Señor Jesucristo, sumo sacerdote de la alianza nueva y eterna, ha sido sometido a la tentación humana; por nosotros ha orado y suplicado a Dios, en la debilidad humana, en cuanto hombre igual a nosotros en todo menos en el pecado, “a gritos y con lágrimas”; y por nosotros el Hijo, dócil a la voluntad del Padre “aprendió” sufriendo a obedecer, convirtiéndose así en autor de salvación eterna para todos nosotros.

Y, finalmente en el evangelio encontramos a Cristo bajo lo figura del rey. Jesús es el rey de los judíos que, tal como lo describe la pasión según S. Juan, ha “cumplido” por nosotros todo lo que exigía la Escritura, para finalmente, por la sangre y el agua que brotan de su costado traspasado, fundar la Iglesia para la salvación del mundo.

En la pasión según S. Juan, Jesús se comporta en todo momento como un auténtico rey en su sufrimiento. Se deja arrestar voluntariamente.

Con la dignidad de un rey responde a Anás que Él ha hablado abiertamente al mundo. Y con soberana libertad declara su realeza ante Pilato, una realeza que consiste en ser testigo de la verdad, es decir, en dar testimonio, con su sangre de que Dios ha amado al mundo hasta el extremo. Esa es la gran verdad, la verdad que da sentido a la vida del hombre, la verdad que ilumina todas las realidades humanas: que Dios nos ama, que Dios es Padre, que en Dios y solo en Él podremos entrar la fuente del verdadero amor. Esa es la gran verdad que nos revela Cristo y por la que Cristo entregó su vida por nosotros. Esa es la gran verdad en la que se fundamenta la realeza de Cristo. Pilato le presenta como un rey inocente ante el pueblo, ciego y manipulado, que grita “crucifícalo”:¿ A vuestro rey voy a crucificar?, pregunta Pilato, y, tras entregar a Jesús para que lo crucificaran, manda irrevocablemente poner sobre la cruz un letrero, en tres lenguas, en el que estaba escrito “el rey de los judíos”.

La cruz es el trono real desde el que Jesús “atrae hacia Él” a todos los hombres; la cruz es el trono desde que Él funda la Iglesia; la cruz es el trono desde el que nos entrega a su Madre como Madre nuestra y la confía al discípulo amado, para que este la introduzca en la comunidad de los apóstoles. La cruz es el trono que quiere compartir con nosotros, para que no vivamos como esclavos y participemos en su realeza, siendo testigos de la verdad, y, haciendo nuestro el dolor de nuestros hermanos y el vacío de los que no tienen fe, les atraigamos a Cristo, fuente de salvación eterna para los que en Él confían.

Los tres caminos: el camino de Jesucristo Siervo, el camino de Jesucristo Sumo Sacerdote y el camino de Jesucristo Rey, conducen al refulgente misterio de la cruz. Ante esta suprema manifestación del amor de Dios, el hombre sólo puede postrarse en tierra y adorar, como haremos dentro de un momento, poniendo ante su mirada misericordiosa, en una oración universal, las necesidades de todos los hombre”Te adoramos Cristo y te bendecimos porque con tu santa cruz redimiste al mundo”. Amen

 

Vigilia Espigas

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HOMILÍA VIGILIA DE CLAUSURA DEL AÑO DE LA EUCARISTÍA
(Cerro de los Ángeles – 2005)

El pasado 29 de Mayo de este año, con motivo de la clausura de XXIV Congreso Eucarístico italiano, el Santo Padre Benedicto XVI, recordaba el testimonio de los mártires de Abitene. sucedió el año 304, cuando el emperador romano Diocleciano prohibió a los cristianos, bajo pena de muerte, poseer las Sagradas Escrituras, reunirse el domingo para celebrar la Eucaristía y construir lugares para sus asambleas litúrgicas. En Abitene, pequeña localidad del norte de África, situada en lo que hoy es Túnez, en un domingo fueron sorprendidos 49 cristianos que reunidos en la casa de Octavio Félix, celebraban la Eucaristía, desafiando la prohibición imperial. Fueron todos arrestados y conducidos a Cartago para ser interrogados por el procónsul Anulino. La fortaleza de todos fue impresionante, pero fue especialmente significativa la respuesta que dio Émerito al procónsul cuando este le preguntó por qué había violado la orden del emperador. Con mucha firmeza le contestó: “Sin el domingo no podemos vivir. Sin reunirnos en asamblea litúrgica los domingos para celebrar la Eucaristía, no podemos vivir. Nos faltarían las fuerzas para afrontar las dificultades cotidianas y no sucumbir”. Los 49 mártires de Abitene, después de crueles torturas fueron asesinados y confirmaron con el derramamiento de su sangre la fe en Jesucristo, su Señor, muerto y resucitado, que en el banquete Eucaristico, permanece vivo en medio de su Iglesia, cumpliendo su promesa de estar siempre con los suyos hasta el final de los tiempos. Los mártires de Abitene murieron, pero vencieron. Su muerte fue una verdadera victoria.

La experiencia de estos santos mártires, tiene que hacernos reflexionar a nosotros cristianos del siglo XXI y tiene que ayudarnos a comprender que sin Eucaristía no podemos vivir. Hoy, tampoco es fácil vivir como cristianos. Vivimos inmersos en un clima cultural, muy alejado de Dios y de los valores espirituales, caracterizado con frecuencia por un consumismo desenfrenado, por un secularismo cerrado a lo trascendencia, y por un relativismo moral en el que parece que el único criterio para ordenar la conducta no sea otro que el de buscar el mayor grado de placer a costa de lo que sea. Muchas veces tenemos la sensación de vivir aquella misma experiencia que, según nos describe el libro del Deuteronomio en la primera lectura, tuvo que vivir el pueblo de Dios, atravesando un desierto “grande y terrible”. Pero Dios no abandona nunca a su Pueblo, a pesar de sus muchas infidelidades. Y le alimentó en el desierto con el maná. Y en ese alimento significo, simbólicamente, el alimento con el que iba a nutrir al Pueblo de la Nueva Alianza, a nosotros, a su Iglesia Santa: el alimento de su Cuerpo y de su Sangre, el banquete Eucarístico. “Yo soy el pan de la vida. El que venga a mi, nunca tendrá hambre y el que crea en Mi nunca tendrá sed”(Jn.6,35). El evangelista S. Juan nos ofrece ese maravilloso discurso del Pan de Vida, en el que el Señor, en la sinagoga de Cafarnaun, nos va a descubrir todo su amor entregándonos como alimento su propio Cuerpo y como bebida su propia Sangre. “Este es el Pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres y murieron; el que coma este Pan vivirá para siempre” (Jn. 6,58)

Tenemos necesidad de ese Pan. No podemos vivir sin ese Pan, como decían los mártires de Abitene. Necesitamos ese Pan para afrontar el cansancio y las dificultades de nuestro largo peregrinar hacia la casa del Padre. El domingo, especialmente, es la ocasión propicia para alimentarnos de la Eucaristía y para llenarnos de la fuerza del Señor de la Vida. El precepto del domingo no es un simple deber impuesto desde el exterior. Participar en la celebración dominical y alimentarse del Pan Eucarístico es una necesidad para el cristiano.

“El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en Mi y Yo en él” (Jn.6,52). Cuando comulgamos el Cuerpo y la Sangre del Señor nos hacemos uno con Él. Participamos de su misma vida. El Señor no nos deja solos. En la Eucaristía, Cristo está realmente presente entre nosotros. Y su presencia no es estática. Es una presencia dinámica. Es decir, una presencia que dinamiza a la persona, que la hace entrar en un dinamismo de vida y de amor. En las comidas comunes, el alimento que tomamos, es asimilado por nuestro organismo y es convertido por nosotros en un elemento más de nuestra realidad corporal. Sin embargo cuando comulgamos sucede lo contrario. En la Eucaristía el centro no somos nosotros, sino Cristo, que nos atrae hacia Él. En la Eucaristía, Cristo nos hace salir de nosotros mismos para hacernos una sola cosa con Él. Y al atraernos hacia Él, nos atrae hacia su Cuerpo que es la Iglesia. Por eso podemos decir que la Eucaristía edifica la Iglesia. La Eucaristía nos introduce en la comunidad de los hermanos. Nuestro encuentro con Cristo en la Eucaristía, no es un encuentro individualista y aislado. Quien se alimenta de la Eucaristía no puede ser individualista. Al unirnos a Cristo en la Eucaristía nos unimos a Él y a todos los que están con Él. Esto es lo que nos dice el apóstol S. Pablo en su primera carta a los Corintios. “Aunque seamos muchos, somos un solo pan y un solo cuerpo, porque todos participamos de un mismo pan” (I Cor. 10,17). Y de esto se deriva una consecuencia muy clara que hemos de tener siempre muy presente. Que no podemos comulgar con el Señor si no comulgamos entre nosotros, es decir, si no vivimos la comunión eclesial, si no somos un solo corazón y una sola alma.

Hace apenas mes y medio cerca de cincuenta mil jóvenes españoles han peregrinado a la ciudad alemana de Colonia para participar con el Papa Benedicto XVI en la vigésima Jornada Mundial de la Juventud. Ha sido un acontecimiento social y eclesial de una gran magnitud. Era verdaderamente sorprendente ver invadidas de jóvenes, venidos de todos los continentes, las calles de Colonia y de las ciudades cercanas de Bön y de Dussedorf, aclamando a Jesucristo y vitoreando al Papa. Las autoridades y las fuerzas de orden público estaban sorprendidas al ver aquellas inmensas riadas de jóvenes, sin ningún altercado, sin ninguna violencia, sin alcohol y son drogas, en un clima de fiesta, de paz y de alegría, con banderas de todos los países, con chicos y chicas de todas las razas, sintiéndose felices de pertenecer a la Iglesia y proclamando con su alegría y con sus cantos el inmenso gozo que brota del evangelio. Allí verdaderamente estaba Jesucristo, En esos jóvenes se percibía la belleza de la vida cristiana y la esperanza de una nueva humanidad llena de amor a Dios y de respeto a la dignidad del ser humano.

El domingo 21 de Agosto un gran multitud de jóvenes, que posiblemente superaba el millón, en la gran explanada de Marienfeld participaba con un admirable respeto en la Eucaristía presidida por el Papa y escuchaba con un impresionante silencio las palabras del Santo Padre en su homilía. Y el Papa les hablaba de la Eucaristía. Y les invitaba a dejarse transformar por el Señor. Y les animaba a entrar en la “hora” de Jesús. Esa “hora” en la que Jesús, “habiendo amado a los suyos que estaban en le mundo los amó hasta el extremo”. Y les exhortaba a dejarse arrastrar por esa dinámica transformadora del amor, para ser constructores de una humanidad nueva.

En esta solemne Vigilia Eucarística, con adoradores de toda España, quiero compartir con vosotros el gozo de aquel encuentro y las palabras que sobre la Eucaristía el Papa dirigía los jóvenes, para que nosotros, con el ejemplo de nuestra fe, como adultos en la fe, seamos para ellos un verdadero modelo de vida cristiana.

¿Qué significa la Eucaristía? ¿Qué está realmente sucediendo cuando celebramos la Eucaristía?. “Haciendo del pan su Cuerpo y del vino su sangre – decía el Papa a los jóvenes - Jesús anticipa su muerte en la cruz y la transforma en un acto de amor. Lo que desde el exterior es violencia brutal, desde el interior se transforma en un acto de un amor que se entrega totalmente. Esta es la transformación sustancial que se realizó en el Cenáculo y que estaba destinada a suscitar un proceso de transformaciones cuyo último fin es la transformación del mundo hasta que Dios sea todo en todos. Desde siempre todos los hombres esperan en su corazón, de algún modo, una transformación del mundo. Este es, ahora, el acto central de transformación capaz de renovar verdaderamente el mundo”

Queridos hermanos adoradores, pidamos al Señor, que nos ayude a comprender, y que ayude a comprender a aquellos jóvenes que escuchaban atentamente al Papa, toda la fuerza transformadora que encierra el Misterio Eucarístico. En la Eucaristía el odio se transforma en amor y la muerte se transforma en vida. La Eucaristía significa la victoria del amor sobre todo tipo de destrucción, de violencia o de muerte. La Eucaristía nos introduce en el reino de la libertad y de la vida. Es, como decía el Papa “una explosión del bien que vence al mal” y que es capaz de suscitar toda una cadena de transformaciones que cambiarán el mundo. Esto es la redención. Y nosotros podemos entrar en ese dinamismo de la redención. El Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos dan para que nosotros mismos seamos transformados y para que nos comprometamos en ese proceso de transformación del mundo por la fuerza del amor.

Vivimos momentos en nuestra sociedad y en nuestra cultura especialmente delicados. Hay valores esenciales que, bajo la capa de un falso progreso, están siendo claramente vulnerados: el valor y el respeto a la vida y a la dignidad de la persona humana, desde el momento mismo en que es concebida hasta su muerte natural; el valor de la familia como ese ámbito sagrado en el que, fruto del amor estable y fecundo de un hombre y de una mujer, de un padre y de una madre, el ser humano nace a la vida y crece y es educado en un clima de ternura y de acogida; y el valor de la libertad: una libertad entendida como esa capacidad del hombre para orientar su vida, no hacia el mal que le destruye sino hacia el bien, hacia la verdad, hacia la belleza y hacia todo aquello que le dignifica como persona y que le conduce a la felicidad; una libertad que tiene, entre sus manifestaciones más importantes, el derecho y la obligación de los padres de educar a sus hijos según sus propias convicciones religiosas y morales y que ha de ser protegido por las leyes, según establece nuestra Constitución, reconociendo el valor de la clase de religión en todos los centros de enseñanza y la posibilidad de que los padres puedan llevar a sus hijos, en igualdad de condiciones y sin ningún tipo de discriminación, a aquellos centros cuyo ideario sea más conforme con esas convicciones.

La Eucaristía nos empuja a un modo de vivir, activo, dinámico y transformador. No podemos estar de brazos cruzados. Vivir la Eucaristía es entrar activamente en el plan de Dios. La Eucaristía es acción de gracias, alabanza, bendición y transformación a partir del Señor. La Eucaristía debe llegar a ser el centro de nuestra vida.

Y, en torno a la Eucaristía, tal como decía el Papa en Colonia a los jóvenes, construyamos comunidades vivas. Quien ha descubierto a Cristo siente en su corazón el deseo de llevar a otros hacia Él. Quien ha descubierto a Cristo siente tal alegría que no puede guardársela para sí mismo. Siente la necesidad de transmitirla a los demás. Construyamos, en torno a la Eucaristía, comunidades cristianas que vivan el mandamiento del amor, comunidades cristianas con capacidad de perdón, con sensibilidad hacia las necesidades de los demás, comprometidas en su servicio al prójimo y siempre dispuestas a compartir sus bienes con los necesitados.

Acudamos hoy con mucha confianza al Señor para que nos alcance la gracia de sentir el gozo y la belleza de la vida cristiana, y para que, dejándonos transformar por Él, contribuyamos con nuestro esfuerzo en la construcción de un mundo en el que, respetando la pluralidad de razas y culturas, sepamos reconocer en el rostro de cada hombre la imagen viva de Dios.

Que la santísima Virgen, Mujer Eucarística, Madre del Redentor y Madre nuestra, que junto a la cruz de su Hijo permaneció obediente a la voluntad del Padre, interceda por nosotros y nos conduzca a la gloria de la resurrección. Amen.

 

Santa Maria Madre de Dios

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HOMILÍA DEL PRIMERO DE ENERO DE 2005
Jornada mundial por la paz

En esta celebración se unen varias conmemoraciones: todas ellas muy relacionadas entre sí.

En pleno ambiente navideño, la Iglesia recuerda hoy el día en que el Señor fue circuncidado. El Hijo de Dios, nacido de las entrañas purísimas de la Virgen María es incorporado como un niño más al Pueblo elegido mediante el rito de la circuncisión, sometiéndose, de esta manera, a la ley de Moisés. S. Pablo, en su carta a los Gálatas, como acabamos de escuchar, nos explica el significado redentor de este acontecimiento: “Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción” (Gal. 4,4-7). En la circuncisión, el Señor recibe, por indicación del ángel Gabriel el nombre de Jesús, que significa “Dios salva”. Jesús es el Salvador, Aquel que ha venido a rescatarnos de la esclavitud del pecado y de la Ley.”No se nos ha dado en la tierra otro nombre que pueda salvarnos”

También este es un día dedicado especialmente a la Santísima Virgen. Hoy celebramos la solemnidad litúrgica de Santa María Madre de Dios. “Dios y Señor nuestro, que por la maternidad virginal de María entregaste a los hombres los bienes de la salvación, concédenos experimentar la intercesión de aquella de quien hemos recibido a tu Hijo Jesucristo, el Autor de la Vida”. La Iglesia quiere introducirnos en el nuevo año de la mano de María, Madre de Dios y Madre nuestra. María es la que, con su obediencia al plan de Dios y su docilidad al Espíritu, hizo posible que el Hijo de Dios asumiera nuestra naturaleza humana para rescatarnos del pecado y darnos la posibilidad de participar de su naturaleza divina. María con su fe y su confianza en Dios hizo pasible esta maravilla abriéndonos así las puertas del cielo. “La Palabra tendió una mano a los hijos de Abraham y por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos y asumir un cuerpo semejante al nuestro. Por esta razón, en verdad, María está presente en este misterio, para que de ella la Palabra tomara un cuerpo y, como propio, lo ofreciera por nosotros” (S. Atanasio)

Y, en tercer lugar, la Iglesia , en este día, comienzo de un nuevo año, nos invita a pedir a Dios el don de la paz. Hoy celebramos la jornada mundial de oración por la paz.

Tres conmemoraciones, como vemos, unidas en un mismo acto de fe, de confianza en Dios y de responsabilidad en la tarea de la paz. Es un día en que hemos de afianzar nuestra fe en Jesucristo, el Señor, el Salvador, el Mesías. Podemos volver a recordar ahora las palabras proféticas de Isaías que leíamos en la noche de Navidad. “Un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado: su nombre es maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre perpetuo, Príncipe de la paz”. Hemos de comenzar el año renovando nuestra fe en Jesucristo, el único que puede salvar. Todo tiene consistencia en Él. Él es el primogénito de la nueva humanidad, la humanidad redimida. Casi sin darnos cuenta se van sucediendo los años con rapidez. Todo pasa. Sólo Cristo el Señor permanece. Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. En Él encontramos la vida eterna. En Él nuestra vida adquiere solidez y consistencia. En él se disipan nuestro miedos ante el futuro; y el temor de la muerte deja de producirnos angustia.

Esta fe en Jesucristo ha de traducirse en una gran confianza ante el futuro. Y en un gran deseo de hacer de nuestras vidas un instrumento dócil en las manos de Dios para ir construyendo en el mundo el bien más deseado de todos los hombre que es el bien de la paz. La paz es un don de Dios que hemos de pedir con insistencia, pero también una tarea que hemos de ir realizando día a día con mucha perseverancia.

El lema que nos propone este año el Papa en su mensaje con motivo de la jornada mundial de la paz está tomado del apóstol Pablo: “No te dejes vencer por el mal antes bien vence al mal con el bien”(Rom.12,21). La paz, nos dice el Papa, apoyándose en estas palabras del apóstol, es el resultado de una larga y dura batalla, que se gana cuando el bien derrota al mal.

Ante el dramático panorama de los violentos enfrentamientos que se dan en varias partes del mundo, ante los sufrimientos indecibles que producen, ante el horror del terrorismo ciego, del cual, en este pasado mes de Marzo tuvimos en nuestro país una amarga experiencia, la única opción realmente constructiva es detestar el mal con horror y adherirse al bien (cf. Rom.12,9) (cf.11)

“Para promover la paz, venciendo el mal con el bien, hay que tener muy en cuenta el bien común y sus consecuencias sociales y políticas”(5). Para promover la paz hemos de trabajar por el bien común. Todos sabemos que el bien común es el conjunto de aquellas condiciones de vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección y felicidad. Sin embargo, aclara el Papa, “las concepciones claramente restrictivas de la realidad humana transforman el bien común en un simple bienestar socioeconómico, carente de toda referencia trascendente y vacío de su más profunda razón de ser”(5). Hay mucha gente que piensa que bien común significa exclusivamente bienestar material. Ese es el clima que respiramos en la cultura que pretende dominarnos. Pero, sabemos por experiencia que, cuando el bien común queda reducido al puro bienestar material, olvidando los valores espirituales sobre los cuales ha de construirse la verdadera convivencia, entonces fácilmente se cae en un puro egoísmo y en una concepción de la libertad basada exclusivamente en el capricho irresponsable, que termina produciendo enfrentamientos y violencia, afectando con particular gravedad a las personas mas inocentes e indefensas: los niños antes de nacer, los pobres, los ancianos y los enfermos.

Es fundamental llenar de contenido el concepto de bien común. El bien común tiene una dimensión trascendente que no podemos olvidar. El Papa nos lo explica claramente: El bien común tiene(...) una dimensión trascendente, porque Dios es el fin último de las criaturas.” Dios es el bien supremo hacia el que todos los demás bienes han de subordinarse. Y ese Dios ha inscrito en el corazón y en la mente de todos los hombres, desde los albores mismos de la humanidad, un ley natural a la que debe someterse si quiere sobrevivir. “Además - sigue diciendo el Papa - los cristianos saben que Jesús ha iluminado plenamente la realización del verdadero bien común de la humanidad. Esta camina hacia Cristo y en Él culmina la historia: gracias a Él, a través de Él y por Él, toda la realidad humana puede llegar a su perfeccionamiento pleno en Dios”(5)

Al comenzar el nuevo año y bajo la mirada maternal de la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, hemos de renovar nuestro compromiso por la paz. Para conseguir el bien de la paz es preciso afirmar con convicción:

* que la violencia, en todas sus múltiples formas (algunas, claramente rechazadas por la mayoría, otras trágicamente aceptadas, incluso por las leyes)
es un mal inaceptable y que nunca soluciona los problemas.

* que la violencia es una mentira, porque va contra la verdad de nuestra fe, la verdad de nuestra humanidad.

* y que la violencia destruye lo que pretende defender: la dignidad, la vida, la libertad del ser humano.

“Por tanto es indispensable promover una gran obra educativa de las conciencias, que forme a todos en el bien, especialmente a las nuevas generaciones, abriéndoles al horizonte del humanismo integral y solidario que la Iglesia indica y desea.

Sobre esta base es posible dar vida a un orden social, económico y político que tenga en cuenta la dignidad, la libertad y los derechos fundamentales de cada persona.” (4)

Los que, por gracia de Dios, hemos recibido el don de la fe , hemos conocido a Jesucristo y tenemos en la Iglesia la luz de la Palabra y la gracia de los sacramentos, hemos de ser los primeros constructores de paz y hemos de trabajar con una esperanza, que nadie podrá arrebatarnos. Si es cierto que existe y actúa en el mundo el misterio de la iniquidad y del pecado (cf.2 Ts.2,7), nunca debemos olvidar que el hombre redimido tiene energías suficientes para afrontarlo y para vencerlo.

Os deseo a todos vosotros y a vuestras familias un próximo año lleno de felicidad y frutos de santidad.

Y que la Virgen María Reina de la paz interceda por todos nosotros.

 

Fiesta de la Epifania

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HOMILÍA FIESTA DE LA EPIFANÍA
6 de Enero de 2005

La fiesta de hoy sigue teniendo entre nosotros, en nuestra cultura, un gran sentido familiar. Es la fiesta de los regalos. Es la fiesta de los niños. Es una fiesta que revive en todos nosotros mucha vivencias y recuerdos familiares llenos de emoción y de ternura. No podemos perder de vista el profundo valor humano que entrañan todos estas tradiciones en torno a lo que popularmente llamamos la “fiesta de los reyes magos”, especialmente si entendemos los regalos como expresión de que la vida entera es un don.

Sin embargo, estas tradiciones no pueden hacernos perder de vista el significado litúrgico de esta solemnidad.

Hoy celebramos la fiesta de la Epifanía del Señor. Una fiesta en la que celebramos el gran don, el gran regalo, de Dios a todos los hombres que es Jesucristo. Una fiesta que, aunque tuvo su origen en las Iglesias de Oriente, pronto se extendió también a las Iglesias de Occidente para ayudarnos a comprender que el acontecimiento salvador del nacimiento de Cristo, desborda todas las fronteras y llega con su luz salvadora a todas las gentes de cualquier raza o cultura.

Lo mismo que la gloria de Dios, manifestada en Belén, fue revelada prodigiosamente a los pastores (Lc.2,8-20), del mismo modo, de manera también prodigiosa, fue manifestada a unos extranjeros, a unos magos, en un lugar remoto, por medio de una estrella.

Es indudable que en este gesto revelador, en esta estrella que inesperadamente aparece en el firmamento, es Dios quien actúa y quien desvela su misterio de amor redentor e ilumina, con su Espíritu Santo, los ojos de aquellos hombres inquietos que buscan con ardor la verdad sobre Dios y sobre el hombre. En la mentalidad oriental la estrella no sólo anuncia el nacimiento de un gran personaje, sino que significa al personaje mismo. Los reyes y herederos eran también llamados “estrellas”. Por eso el evangelista, en el relato de los magos, no sólo nos dice que una estrella conduce a los magos hacia Jesús sino que Jesús mismo es esa estrella que, en la oscuridad de la fe, en la noche del mundo, guía a todos los hombres que, en medio de sus incertidumbres, buscan con todo su corazón la Verdad.

Podemos decir que, en cierta manera, en esos magos de Oriente, están representados todos los hombre de buena voluntad que, en las diversas culturas y en todas las épocas, buscan a Dios, quizás sin saberlo, con un corazón sincero. Y en este bello texto de la historia de los magos el evangelista S. Mateo dirigiéndose también a nosotros nos va a explicar las diversas etapas del camino de la fe. Va a poner ante nuestros ojos la historia de un encuentro. El encuentro de un Dios, que con de entrañas de misericordia, busca al hombre herido por el pecado; y de un hombre que, en la oscuridad de sus dudas y temores, descubre con asombro el misterio del amor divino.

Para entender esta maravillosa historia de amor, hemos de empezar diciendo, que nuestra fe no se apoya en unas ideas, o en unos mitos o en una filosofía o en un determinado comportamiento moral. Nuestra fe se apoya en unos hechos. El evangelio es historia. Narra unos hechos. Nos sitúa ante el acontecimiento histórico del nacimiento, la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Pero no es este sólo un acontecimiento del pasado. Es un acontecimiento permanentemente presente y salvador. Es un acontecimiento que sigue actuando en nosotros, que sigue siendo contemporáneo nuestro y que sigue realizando, en aquellos que se abren a su fuerza salvadora, el paso redentor del reino de las tinieblas al reino de la luz: el paso del reino del pecado al reino de la gracia.

Dentro de ese misterio de redención que es la revelación de Dios en la historia de Jesucristo, hemos de situar el relato de los magos. Es la historia de unos sabios de oriente, posiblemente del actual país de Irán ( la antigua Babilonia) que se presentan en Jerusalén, guiados por una estrella y preguntando por el rey de los judíos.

Son gente que busca la verdad:

* Han oído hablar del Mesías. No olvidemos que en Babilonia habían estado desterrados los judíos y quedaba la memoria del Mesías deseado.

* Y en el firmamento han visto algo nuevo que les ha sorprendido. Han descubierto una nueva estrella que ellos inmediatamente asocian al nacimiento de un personaje importante. Quizás tuvieran conocimiento de las palabras bíblicas del libro de los Números donde se anunciaba: “De Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel” (Num. 24,17). (No vamos a entrar ahora en el hecho, que parece bastante seguro, de que precisamente en ese tiempo del nacimiento de Jesús se produce, de forma intermitente, la conjunción de dos astros, Júpiter y Saturno, en la constelación de Piscis, produciendo en el firmamento la sensación de la aparición de una nueva estrella).

Lo cierto es que en aquella estrella los magos ven un signo de Dios. Y es tan grande su deseo de Dios, su deseo de encontrar la Verdad, que no dudan en afrontar el riesgo de un largo y peligroso camino, dejándose guiar por aquella luz, hacia un lugar todavía desconocido; lo mismo que Abraham que, como nos dice la carta a los Hebreos, guiado por la luz de la fe “al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia y salió sin saber a donde iba” (Hebr. 11,8), o como Moisés que “salió de Egipto sin temer la ira del Faraón y se mantuvo firme como si viera al Invisible” (Hebr.11,27)

La historia de los magos es una historia muy actual. Es la historia de los que buscan a Dios. Y, posiblemente sea también nuestra propia historia.

Nosotros también deseamos encontrarnos con Dios. En medio de nuestras dudas e inseguridades buscamos la Verdad. Queremos encontrar el sentido y el fundamento último de nuestras vidas. Hay mucha gente hoy en nuestro mundo, quizás muy cercanos a nosotros, aparentemente alejados de Dios y de la Iglesia, que en el fondo de su corazón, buscan una luz que guíe sus vidas y ponga un poco de orden en el caos en el que con mucha frecuencia se ha convertido su existencia.

Lo mismo que los magos, buscamos a Dios en la noche. No todo es fácil en la vida. Especialmente cuando vamos avanzando en edad hay tribulaciones, hay disgustos, hay temores y dudas.

Pero en esa “noche” de la vida siempre hay estrellas luminosas, siempre hay signos de Dios. Si sabemos mirar, con un corazón limpio, siempre es posible encontrar huellas de su presencia. Siempre hay personas y acontecimientos y experiencias espirituales muy íntimas que, como rayos de luz, nos hablan de Dios.

Y, es posible, que, como sucede en la historia de los magos, alguno de esos puntos de luz, alguna de esas estrellas, brille de un modo tan especial que nos conmueva interiormente y haga que nuestra vida cambie de rumbo. Verdaderamente hay momentos en la vida de todo hombre en que la noche se hace claridad. Y Dios manifiesta su luz de una manera tan intensa que uno no puede quedar indiferente.

Esos momentos no podemos dejarlos pasar. Pueden ser decisivos en nuestra vida. En esos momentos es fundamental, como hicieron los magos de nuestra historia, seguir el rastro de esa luz. Es necesario ponerse en camino.

Pero puede ocurrir, como les sucedió a los magos, que esa luz que seguimos se oculte. Son momentos de crisis, momentos que Dios permite para que le busquemos con mayor anhelo y le pidamos con insistencia, como el salmista, que nos muestre su Rostro. “Tu Rostro buscaré, Señor, no me ocultes tu Rostro”

En esos momentos hay que hacer, como hicieron los magos en Jerusalén: preguntar, buscar, leer las Sagradas Escrituras, pedir ayuda, no aislarse.

Y, cuando se busca auténticamente la luz, antes o después, la luz aparece. La estrella que nos guía en el camino siempre aparece y la alegría renace. Dice el evangelio que los magos “después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarles (...) Y al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría” (Mt.2,9.10)

Pero lo más impresionante de esta historia es el final. Los signos de Dios no siempre nos llevan a donde nosotros nos imaginamos. Dios siempre nos sorprende. Va mucho más allá de lo que nuestra mente es capaz de imaginar.

Los magos cuando vieron a donde les conducía la estrella quedaron sorprendidos. Imaginaban que la estrella les iba a llevar hasta un personaje lleno de poder humano y de gloria y de fuerza, al estilo de los señores de este mundo. Pero, ante su sorpresa, la estrella les lleva a un lugar humilde y pobre: “Entraron en la casa y vieron al niño con su madre María y postrándose ante él le adoraron”

Dios se manifiesta a todos los hombres. Dios se muestra a todo el que le busca, pero siempre se muestra en la pobreza y en la humildad. Y sólo los pobres, como los pastores y los humildes, como los magos, son capaces de encontrarse con un Dios que, como nos dice el apóstol Pablo “siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza”

Pidamos al Señor que, en esta solemnidad de la Epifanía, en la que conmemoramos su manifestación a todas las gentes, que cambie nuestro corazón soberbio y engreído en un corazón humilde y sencillo, capaz de descubrir en el Niño de Belén al Rey de la Gloria.

Que el Señor cambie nuestro corazón ambicioso, atado y esclavizado por el ansia de poseer y nos de un corazón pobre, generoso y desprendido capaz de descubrir la única riqueza verdadera, el único tesoro que llena el corazón que es Jesucristo, que sigue entregándose por nosotros en la Eucaristía, como alimento para el camino y como pan de vida que nos abre las puertas de la vida verdadera.

Y que la Santísima Virgen, estrella de la mañana, que con su luz anuncia la llegada del nuevo día, Jesucristo, nos mantenga siempre atentos y despiertos para descubrir en nuestra vida los signos de Dios y, como los magos de oriente, estemos siempre dispuestos para ponernos en camino y vivir el gozo del encuentro con el Señor.

Primer Aniversario de D. Francisco

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PRIMER ANIVERSARIO DE D. FRANCISCO

Nos reunimos en la conmemoración del primer aniversario de la muerte de D. Francisco para pedir por él, para fortalecer nuestra fe en la resurrección de Jesucristo y para dar gracias al Señor, una vez más, por los abundantes bienes espirituales que la diócesis de Getafe ha recibido de Dios en su ministerio episcopal.

En la primera lectura el profeta Isaías anuncia con bellas imágenes la manifestación plena de Dios para todos aquellos que confían en su misericordia. “En aquel día, preparará el Señor de los ejércitos, para todos los pueblos, un festín de manjares suculentos (...) aniquilará la muerte para siempre (...) enjugará las lágrimas de todos los rostros y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país (...) Celebremos y gocemos con su salvación” (Is. 25,6-9). Bajo la imagen del banquete se anuncia la salvación universal. Es un signo anticipador del banquete eucarístico que hoy nos congrega aquí, en el que actualizamos sacramentalmente el misterio de la Pascua y recibimos la promesa de nuestra futura inmortalidad.

La celebración de la Eucaristía, en cuanto que es acción de gracias al Padre por el don de la redención, nos ayuda a vivir estos momentos en los que, al recordar a una persona tan querida para nosotros como fue D. Francisco, comprendemos todo el amor que Dios nos tiene y cómo ese amor llega a nosotros a través de personas elegidas por él para mostrarnos su paternidad y para que nos sintamos, de verdad, hijos suyos tratados siempre por Él con entrañas de misericordia. “Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! (...) Ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que , cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (1 Jn. 3,1-2)

Tenemos que crecer en el amor de Dios. Si Dios nos ha amado de esta manera y, en su Hijo Jesucristo, muerto y resucitado, nos ha abierto las puertas de la inmortalidad, hemos de convertir nuestra vida en un don para los demás mostrándoles con el testimonio de nuestra entrega todo el amor que Dios les tiene.

En la homilía de mi ordenación episcopal D. Francisco nos invitaba a poner la mirada en la realidad concreta de nuestra diócesis para despertar en nosotros la necesidad y el deseo de la evangelización: “Tenemos delante este extenso sur de Madrid marcado, como toda la sociedad actual, por la pérdida de Dios, por la crisis de fe, acompañada de forma indisoluble por la crisis de lo humano (...) y con el denominador común de la falta de relaciones de amor y de la consiguiente soledad humana”. Y después de hablarnos de las diversas soledades, sufrimientos e injusticias que padece el hombre de hoy, terminaba diciéndonos: “La respuesta la tenemos clara y plena en Jesucristo, Hijo de Dios vivo, hecho carne en las entrañas de María, muerto y resucitado por la salvación del hombre. El plan Dios, su proyecto, es la salvación del hombre. La única y definitiva verdad es el Amor que salva por amor, hasta la muerte, a todo hombre. Nuestra respuesta es la de nuestro corazón entregado a Cristo, del cual nace una nueva fuerza sobrenatural que conduce al amor hasta dar la vida”.

En un momento como este en que, unidos como una familia que se quiere, recordamos con cariño al que fue nuestro Padre y Pastor y confesamos nuestra fe en la resurrección de Jesucristo, hemos de seguir mirando hacia delante; y con la fuerza del Espíritu Santo, seguir manifestando, con fortaleza, a todos los hombres el amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro, vencedor de la muerte.

El evangelio que hemos proclamado, revelando la voluntad salvadora de Dios, fortalece nuestra esperanza y nos anima en el trabajo de la evangelización: “Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en Él, tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. Nos llena de consuelo saber que la vida de un hombre como D. Francisco que ha visto y ha creído en el Hijo de Dios, posee ya la vida eterna y resucitará en el último día.

Y al mismo tiempo, al escuchar estas palabras del Señor, sentimos el gozo y la responsabilidad de cumplir la voluntad del Padre uniéndonos a Cristo, creyendo en Él y viéndole cada día, con los ojos de la fe, en la oración que nos conforta, en los sacramentos que nos salvan, en la Palabra de Dios que nos ilumina y en la caridad que nos une y abre nuestro corazón a las necesidades de todos los hombre y hace posible en nosotros el milagro del perdón de las ofensas

Tenemos que grabar muy dentro de nosotros la palabra del Señor: “que no se pierda nada de lo que el Padre me dio”. Que no se pierda el mensaje de humanidad, de esperanza, de alegría y de servicio al Evangelio de Cristo que D. Francisco nos dejó. Y que no se pierdan estos hombres y mujeres, de nuestra diócesis de Getafe, contemporáneos nuestros, vecinos nuestros, amigos nuestros, compañeros de trabajo nuestros, familiares nuestros, tan zarandeados y engañados por una cultura mentirosa, que bajo el pretexto de un pretendido progreso, les está apartando de la única fuente capaz de saciar su sed de inmortalidad: Jesucristo, nuestro Señor, muerto y resucitado, vivo y cercano a todos los hombres, por el don de Espíritu Santo, en nuestra Madre la Iglesia.

Nosotros, que hemos conocido el amor de Dios y hemos creído en él, hemos de sentir todos los días la urgencia de la evangelización, teniendo muy claro, que el mejor y, podríamos decir que casi el único, camino es el de mostrar a los hombre el atractivo y la belleza de la vida cristiana, manifestada en todas las realidades de la vida, y de una Iglesia que. guiada por el Espíritu Santo, viva con pasión su amor a todos los hombres, ofreciéndoles generosamente su gran tesoro, que es Jesucristo.

La Virgen María, modelo perfecto de fe vivida, nos ayuda continuamente con su intercesión. A ella acudimos también hoy para que nos acompañe en nuestro caminar hacia Cristo y en nuestro servicio a los hombres; y nos conceda la gracia de ser testigos valientes del evangelio de la vida y de la esperanza, haciendo germinar en nuestra diócesis las semillas que dejó D. Francisco.

Profesion temporal de la Hermana Paloma

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PROFESIÓN TEMPORAL DE LA HERMANA PALOMA
(Aldehuela-2005)

Queridos hermanos sacerdotes, querida comunidad de madres carmelitas, queridos hermanos y padres de la hermana Paloma, queridos amigos y hermanos todos y muy especialmente querida hermana María Paloma.

“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. Yo esperaba con ansia al Señor; Él se inclinó y escucho mi grito; me puso en la boca un cántico nuevo un himno a nuestro Dios”(Sal. 39). Estas palabras del salmo treinta y nueve, que hemos rezado después de la primera lectura, expresan, sin duda, los sentimientos de la hermana Paloma. Ella, un día, por un misterioso designio del Señor, sintió en su interior una llamada tan intensa, una luz tan deslumbradora y unos deseos tan grandes de entregarse totalmente a Dios que, a partir de aquel momento, su vida sólo tendría sentido si, respondiendo a esa llamada, la ponía, sin reservarse nada, en manos de Aquél que había cautivado su corazón. “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. No es este un conocimiento que pueda explicarse racionalmente. Incluso para algunos o quizás para muchos, que , inmersos en una cultura alejada de Dios, viven solo en la superficie de las cosas y no entienden de experiencias espirituales, el género de vida que la hermana Paloma ha decidido elegir es una auténtica locura. Pero quien ha sido tocado por la luz de lo divino, sabe con una convicción que va más allá de cualquier argumento puramente racional, y con una alegría que supera cualquier alegría humana, que sólo por el camino de la renuncia total puede uno introducirse en el camino de la sabiduría total, esa sabiduría capaz de llenar los deseos infinitos de bondad de verdad y de belleza que todo ser humano lleva en su corazón. Y Paloma, inspirada por Dios, ha querido seguir ese camino. Ella ha sentido en el más profundo centro de su ser, como nos dice San Juan de la Cruz, esa llama divina que hiere tiernamente y sabe a vida eterna.
“¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro! (...)
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado,
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga”

Comentando estos preciosos versos dice San Juan de la Cruz: “Sintiéndose ya el alma inflamada en la divina unión, ya su paladar bañado en gloria y amor (...) parece que con tanta fuerza está transformada en Dios y tan altamente poseída por Él y con tan ricas riquezas de dones y virtudes dotada, que está tan cerca de la bienaventuranza, que no la divide sino una leve tela” (Llama. Canción primera. Declaración)

Cuando Dios, por una gracia especial, baña el paladar de alguien con su gloria y con su amor, ese gusto, ese sabor a Dios, aunque sólo sea un instante, cambia la vida, de tal manera que quien lo ha paladeado ya no quiere saber otra cosa sino conocer y amar a Aquel que se le ha manifestado de esa manera.

Si la hermana Paloma está aquí y si dentro de unos momentos va a pedir a Dios y a la Iglesia: “La misericordia divina, la pobreza de la Orden y la compañía de las hermanas en este Monasterio de Carmelitas descalzas”, es porque Dios le ha hecho ya gustar y sentir el gozo inmenso de una vida totalmente consagrada a Él en soledad y oración constante a favor de la Iglesia universal. Es verdad que esto no se hace sin sufrimiento. Sufrimiento para ella y sufrimiento para sus padres y hermanos, que con tanta generosidad la han entregado al Señor. Pero Dios, en su bondad, sabe compensar con creces los sacrificios que hacemos por Él.

“En tomando el hábito – cuenta santa Teresa de Jesús, después de hablarnos del sufrimiento que supuso para ella el separarse de su padre – luego me dio el Señor a entender cómo favorece a los que hacen fuerza por servirle (...) Me dio un tan gran contento de tener aquel estado que nunca jamás me faltó hasta hoy; y mudó Dios la sequedad que tenía mi alma en grandísima ternura”(Vida. Cap.4,2). Queridos padres y hermanos de Paloma ya veréis como, poco a poco, el sufrimiento que quizás ahora todavía sentís se irá transformando cada vez más en una gran ternura y en una alegría muy profunda, viendo a vuestra querida Paloma tan cerca del Señor.

En medio de nuestro mundo tan secularizado y materialista, la vida de las monjas de clausura es un signo luminoso que nos recuerda constantemente que la vocación de todo hombre es amar y ser amado por Aquel de quien procede todo bien. Las monjas de clausura ocupadas principalmente en la oración y en el progreso ferviente de la vida espiritual anticipan lo que, un día, por la misericordia de Dios, todos estamos llamados a ser, cuando Dios lo llene todo con la luz de su amor.

La Hermana María Paloma ha querido vincular de una manera especial el nombre que recibió en el bautismo al misterio eucarístico, llamándose, a partir de ahora, María Paloma de la Eucaristía. Realmente la vocación contemplativa adquiere todo su sentido cuando la entendemos a la luz de la Eucaristía. Porque, lo mismo que el Señor en la Eucaristía, las monjas de clausura se ofrecen, con Jesús, por la salvación del mundo y hacen suya la acción de gracias del Hijo al Padre. La vida de clausura es un modo de vivir la pascua de Cristo. De experiencia de “muerte”, de “ocultamiento” y de “renuncia”, se convierte en sobreabundancia de vida, y en anuncio gozoso “de los cielos nuevos y la tierra nueva”

Hace pocas semanas, el domingo 21 de Agosto, como sabéis muy bien, con motivo de la vigésima Jornada Mundial de la Juventud, en la gran explanada de Marienfeld, en la ciudad alemana de Colonia, una gran multitud de jóvenes, que posiblemente superaba el millón, entre ellos más de setecientos jóvenes de nuestra diócesis, participaba con un admirable respeto en la Eucaristía presidida por el Papa y escuchaba con un impresionante silencio las palabras del Santo Padre en su homilía. Y el Papa les hablaba de la Eucaristía. Y les invitaba a dejarse transformar por el Señor. Y les animaba a entrar en la “hora” de Jesús. Esa “hora” en la que Jesús “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo”. Y les exhortaba a dejarse arrastrar por esa dinámica transformadora del amor para ser constructores de una humanidad nueva.

Tú, querida Hermana Maria Paloma de la Eucaristía, en este querido monasterio de La Aldehuela, por una gracia especial del Señor, ya has entrado en esa dinámica transformadora del amor que brota del misterio eucarístico. Y, tú, que ya has conocido el amor de Dios y has creído en él, puedes hacer tuyas las palabras de la primera carta de S. Juan y proclamarlas a todos los hombres con el testimonio elocuente y profético, de tu vida escondida con Cristo en Dios: “Hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios (...) porque Dios es amor (...) y Si Dios nos ha amado de esta manera, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros”

En la Eucaristía, decía el Papa a los jóvenes: “Haciendo del pan su Cuerpo y del vino su Sangre, Jesús anticipa su muerte en la cruz y la transforma en un acto de amor. Lo que desde el exterior es violencia brutal, desde el interior se transforma en un acto de un amor que se entrega totalmente. Esta es la transformación sustancial que se realizó en el Cenáculo y que estaba destinada a suscitar un proceso de transformaciones cuyo último fin es la transformación del mundo hasta que Dios sea todo en todos. Desde siempre todos los hombres esperan en su corazón, de algún modo una transformación del mundo. Este es ahora el acto central de transformación capaz de renovar verdaderamente el mundo”

Lo que hoy estamos celebrando, en este clima tan íntimo y tan familiar, tiene, sin embargo, una resonancia y unos efectos verdaderamente universales y ha de empujarnos a todos a crecer en la fe. La consagración al Señor de la Hermana Paloma y el testimonio de la Comunidad que con gozo la recibe, nos esta invitando a todos a entrar en el Misterio de amor que brota, como de una fuente inagotable, del Misterio Eucarístico. En la Eucaristía el odio se transforma en amor y la muerte se transforma en vida. La Eucaristía significa la victoria del amor sobre todo tipo de destrucción, de violencia o de muerte. La Eucaristía nos introduce en el reino de la libertad y de la vida. Es, como decía el Papa a los jóvenes, “una explosión del bien que vence al mal” y que es capaz de suscitar toda una cadena de transformaciones que cambiarán el mundo. Esto es la Redención. Y nosotros podemos entrar en ese dinamismo de la Redención. El Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos dan para que nosotros mismos seamos transformados y para que nos comprometamos en ese proceso de transformación del mundo por la fuerza del amor.

La Eucaristía nos empuja a un modo de vivir activo, dinámico y transformador. Vivir la Eucaristía es entrar en el plan de Dios. La Eucaristía es acción de gracias, alabanza, bendición y transformación a partir del Señor. La Eucaristía debe llegar a ser siempre y en todo momento, para todos nosotros el centro de nuestras vidas.

Y, en torno a la Eucaristía, animados y fortalecidos en la fe por esta comunidad orante en la que la Hermana Paloma ha querido consagrarse al Señor, vayamos construyendo, allá donde vivamos, comunidades vivas y evangelizadoras. Quien ha descubierto a Cristo siente en su corazón el deseo de llevar a otros hacia Él. Quien ha descubierto a Cristo siente tal alegría que no puede guardársela para sí mismo. Siente la necesidad de transmitirla a los demás. Construyamos, en torno a la Eucaristía, comunidades cristianas que vivan el mandamiento del amor; comunidades cristianas con capacidad de perdón, con sensibilidad hacia las necesidades de los demás, comprometidas en su servicio al prójimo y siempre dispuestas a compartir sus bienes con los más desamparados.

La vida de santa Maravillas de Jesús es un modelo precioso de ese amor desbordante que nace de la vida eucarística. Como descubrimos en sus escritos, su oración ante el sagrario, con una profunda vivencia de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, era una oración de corazón a corazón, que siempre se convertía en solicitud generosa hacia sus hermanas de comunidad y hacia todos los que acudía a ella presentando alguna necesidad. ¡ Ahí está, como testimonio, toda la obra social que, desde la soledad del convento, realizó la santa! Que el ejemplo de su vida y la ayuda de su intercesión nos acompañen siempre.

El amor a la Eucaristía, el amor a la Iglesia y el amor a los hermanos van siempre unidos al amor a la Virgen María. Me consta que en la vida y en la vocación de la hermana Paloma la devoción a María ha tenido una importancia decisiva. Podemos decir que, en cierta manera, ha sido la mano de María la que le ha conducido a este monasterio. A la Virgen María acudimos, pues, ahora, con mucha confianza, en este momento, y renovamos nuestra consagración a ella, pidiéndole que acompañe siempre con su amor maternal a esta hermana nuestra que hoy entrega su vida a su Hijo Jesucristo y a la Iglesia. Y nos vamos a dirigir a María con la oración con la que el Papa Juan Pablo II concluye su Exhortación Apostólica sobre la Vida Consagrada:

A ti, Madre, que deseas la renovación espiritual y apostólica de tus hijos en la respuesta de amor y entrega total a Cristo, elevamos confiados nuestra súplica. Tu que has hecho la voluntad del Padre, disponible en la obediencia, intrépida en la pobreza y acogedora en la virginidad fecunda, alcanza de tu divino Hijo, que cuantos han recibido el don de seguirlo en la vida consagrada, sepan testimoniarlo con una existencia transfigurada, caminando gozosamente, junto con todos los otros hermanos y hermanas hacia la patria celestial y la luz que no tiene ocaso. Te lo pedimos, para que en todos y en todo sea glorificado, bendito y amado el Sumo Señor de todas las cosas, que es Padre, Hijo y Espíritu santo. Amén (V.C. nº112)

Domingo de Ramos

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HOMILÍA DOMINGO DE RAMOS 2005

Queridos amigos y hermanos:

El domingo de Ramos nos introduce en la Semana Santa. Con esta celebración la Iglesia entra litúrgicamente en la contemplación del Misterio del Señor, crucificado, sepultado y resucitado.

El recuerdo de la entrada del Señor en Jerusalén, con el que hemos comenzado nuestra celebración es, a la vez, el presagio o la profecía del triunfo real de Cristo y el anuncio de su dolorosa pasión. Los ramos que tenemos en nuestras manos son el signo de que Cristo con su muerte en la cruz destruyó para siempre nuestra muerte y resucitando, glorioso, restauró la vida. Jesucristo, nuestra Señor, como acabamos de escuchar en la carta a los Filipenses, “se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió un nombre sobre todo nombre, de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor! Para gloria de Dios Padre” (Fil.2,6-11). Si después conservamos en nuestros hogares las palmas y los ramos, que hoy hemos bendecido, será para dar testimonio público de nuestra fe en Jesucristo, nuestra Rey y Mesías, y en su victoria pascual. Porque, como diremos en el Prefacio: “ Es justo darte gracias, Señor Padre Santo ... porque en la Pasión salvadora de tu Hijo, el universo aprende a proclamar tu grandeza y, por la fuerza de la cruz el mundo es juzgado como reo y el Crucificado exaltado como juez poderoso”. Que las palmas y los ramos sean la señal, que permanente nos recuerde, a lo largo del año, que, en la cruz de Cristo y en su resurrección, el pecado y la muerte han sido definitivamente vencidos; y el miedo o la desesperanza, ya no pueden dominar nuestras vidas, porque han desaparecido para siempre en aquellos que han sido marcados y sellados con el signo de la cruz gloriosa del Señor.

En la liturgia de este día, pórtico de la Semana Santa, la Iglesia quiere que escuchemos con emoción y meditemos atentamente el relato de la Pasión del Señor.

Jesús no retrocede, se somete a todos los ultrajes de los hombres. Es precisamente esto, su entrega y abnegación hasta la muerte en cruz en medio de la historia, lo que hace de Él, el Señor de la historia. Lo que sucedió una vez en la historia es, como la manifestación visible de lo que sigue sucediendo de lo que sigue sucediendo, trágicamente, en la historia de la humanidad. Dios sigue siendo “golpeado”, sigue siendo cubierto de “insultos y salivazos”, mientras que Él, por nosotros y por nuestra salvación, sigue cargando con nuestro pecado y con nuestra inmundicia y se sigue rebajando hasta someterse incluso a la muerte.

En la pasión, según S. Mateo, podemos detenernos en algunos puntos:

En primer lugar: la última cena del Señor. Jesús se entrega eucarísticamente a su
Iglesia. Quiere estar realmente presente en el pan eucarístico, hasta el fin de los siglos, con los que el Padre le ha confiado, perpetuando en el altar el sacrificio de la cruz. Y esta entrega del Señor se va a producir después que Jesús ha revelado el nombre del traidor que le va entregar (26,25), por tanto, con la pasión ya a punto de consumarse y con la certeza de que “esta misma noche” todos sus seguidores, incluso Pedro, “van a caer por su causa”. Jesús sabe que debe sufrirlo todo en la soledad más completa. En el monte de los Olivos los apóstoles se dormirán. Jesús carga con el pecado del mundo en la más absoluta soledad. Incluso el rostro del Padre parece ocultarse: “Si es posible que pase de mi este cáliz”. En el Antiguo Testamento el cáliz es la imagen de la “ira “ de Dios por el pecado del hombre. Pero Jesús, que ya se ha entregado eucarísticamente, va a tomar como cordero , que quita el pecado del mundo, lo aparentemente insoportable, según la voluntad del Padre: en nuestro lugar, por nosotros.

En segundo lugar: Jesús va a ser negado por el discípulo en el que más confía. Por Pedro: el representante de la Iglesia futura. Y Pedro le niega por miedo. En el momento en que Jesús es llevado ante el Sanedrín nadie cree que Él pueda ser el Mesías combativo y triunfador que esperaban los judíos. Pedro tiene miedo de ser reconocido como discípulo del condenado. Ese hombre que se tiene por Mesías y por juez del mundo (26,63-64) no se corresponde en absoluto con la imagen política y triunfal del “mesías” que ellos se habían imaginado y que en el fondo era una deformación de la fe de Abraham. En Pedro estamos representados todos los que por miedo a no desentonar o por temor a contradecir lo “políticamente correcto” negamos a Jesús, ocultando o disimulando nuestra condición de discípulos suyos. También nosotros, en muchos momentos, decimos como Pedro: “no conozco a ese hombre”.

Que estos días de semana santa la contemplación de la pasión del Señor ponga al descubierto nuestras cobardías; y, fortalecidos por su amor misericordioso, lloremos amargamente como Pedro nuestros pecados de omisión y abracemos con el Señor la cruz que nos salva.

Finalmente fijémonos cómo el evangelista S. Mateo describe el momento de la muerte del Señor: “El velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se rajaron y las tumbas se abrieron...”. Son rasgos apocalípticos que nos indican el juicio de Dios sobre el mundo: “Por la fuerza de la cruz el mundo es juzgado como reo y el crucificado exaltado como juez poderoso”. El evangelista S. Juan pondrá en boca de Jesús estas palabras: “Ahora es el juicio de este mundo; ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera y yo cuando sea levantado de la tierra atraeré a todos hacia mi” (Jn.12,31). Meditemos estos días en el triunfo de la cruz. “La predicación de la cruz – nos dice S.Pablo- es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios y sabiduría de Dios.(1 Cor.2,18)”

Dejemos que la cruz del Señor juzgue nuestras vidas. Dejemos que la cruz del Señor juzgue nuestro mundo y la cultura de muerte que pretende dominarlo. Y abrámonos todos a misericordia, pidiéndole al Señor que desde la cruz nos muestre la sabiduría que salva al hombre y le abre las puertas de la vida verdadera.

Fiesta de Ntra. Sra. del Rosario

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FIESTA DE NTRA. SRA. DEL ROSARIO
San Martín de la Vega – 2005

Con verdadera alegría nos unimos hoy en esta solemne celebración eucarística para darle gracias a Dios por el don de la redención realizada en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Misterio permanentemente actualizado y vivido en el sacrificio eucarístico. Y le damos gracias, también en esta fiesta dedicada a Ntra. Señora, por su docilidad a la Palabra divina. La Virgen María, Madre del Redentor, aceptando, obediente, el plan de Dios sobre ella, se convirtió en la “Puerta del Cielo”, por la cual entró en el mundo la Palabra eterna del Padre, Jesucristo, encarnándose en sus entrañas purísimas.

Hoy queremos honrarla con esta preciosa advocación de Ntra. Sra. del Rosario; y queremos también renovar nuestra devoción a María pidiéndola que nos ayude a contemplar el rostro de Cristo con su misma mirada de amor. La devoción del Santo Rosario, con tantos siglos de historia y tan arraigada en la religiosidad del Pueblo cristiano, es una forma de oración asequible a todos que nos ayuda a contemplar, con la mirada de María, los misterios de la vida del Señor para identificarnos con Él y ser cada día mejores discípulos suyos.

¿Qué significa ser discípulo de Cristo? ¿Qué hemos de hacer para llegar a serlo? En realidad ser discípulo de Cristo es un don de Dios. Pero un don que pide una respuesta. Es un regalo que va dando fruto en nosotros en la medida en que, poniendo los ojos en Él, nos vamos identificando, con la gracia del Espíritu santo, cada vez más con su Palabra y sus sentimientos. Uno se va haciendo discípulo de Cristo cuando poniendo los ojos en su humanidad va descubriendo en ella el resplandor de la divinidad y se va introduciendo en la vida trinitaria experimentando el amor misericordioso de Dios y la alegría del Espíritu Santo.

Y en este camino de unión con el Señor, la Virgen María es nuestra gran maestra. Y la oración del Santo Rosario el modo más sencillo para contemplar con los ojos de María los Misterios de la vida, muerte y resurrección de su Hijo Jesucristo.

Lo Rosario es un modo de oración que nos hace contemplar a Cristo a partir de la experiencia de María.

Siguiendo las enseñanzas del inolvidable Juan Pablo II, en su Carta Apostólica “Rosarium Virginis Mariae” podemos decir que el Rosario nos
ayuda a :
- Recordar a Cristo con María
- Comprender a Cristo desde María
- Configurarse a Cristo con María
- Rogar a Cristo con María
- Anunciar a Cristo con María

Recordar a Cristo con María: Recordar, en sentido bíblico, no es sólo, mirar al pasado con nostalgia, sino actualizar permanentemente un acontecimiento de salvación. Maria, en el Rosario, nos va llevando de la mano hacia esos acontecimientos salvadores de la vida, muerte y resurrección de su Hijo, para experimentar en nosotros la salvación y abrirnos constantemente a la gracia que brota de ellos. En el Rosario, con María, nos hacemos contemporáneos de esos misterios salvadores que dan sentido a nuestra vida y nos van haciendo crecer en la fe.

Comprender a Cristo desde María. Cristo es el Maestro por excelencia que nos revela el rostro de Dios. Pero no basta con aprender las cosas que Él ha enseñado. Lo importante es comprenderle a Él. Entrar en su intimidad. Conocer sus sentimientos. Identificarnos con su misión. Y nadie como María puede ayudarnos a comprender a Jesús. En las bodas de Caná ella fue la que, dándose cuenta de la situación guía, a los sirvientes hacia Jesús para que este les diga lo que tienen que hacer. Y, con toda seguridad, ella ayudaría a los apóstoles, después de la Ascensión del Señor, a comprender las palabras de Jesús y les animaría constantemente en sus primeros trabajos apostólicos. Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la escuela de María para conocer a Cristo, para penetrar en sus secretos e intimidades y para entender su mensaje.

Configurarse a Cristo con María. La espiritualidad cristiana tiene como característica el deber del discípulo de configurarse cada vez más plenamente con su Maestro. Por el don del Espíritu Santo, recibido en el bautismo, el creyente se une a Cristo como el sarmiento a la vid y se hace miembro de su Cuerpo. Pero esta unión inicial debe ir seguida de una creciente identificación con Él que oriente cada vez más su comportamiento según el estilo y la mentalidad de Cristo. En el recorrido espiritual que hacemos en el Rosario, basado en la contemplación incesante del rostro de Cristo, en compañía de María, este ideal de configuración con Él se va consiguiendo a través de una especie de asidua amistad, de repetición amorosa, que nos va metiendo de un modo que podríamos llamar natural en la vida de Cristo y nos hace respirar el clima de los sentimientos de Cristo. Nos mete en una atmósfera en la que casi de forma imperceptible nuestra mentalidad se va aproximando cada vez más a la mentalidad de Cristo y a los sentimientos de Cristo.

Rogar a Cristo con María. En el evangelio el Señor nos dice: “Pedid y se os dará, llamad y se os abrirá, buscad y encontraréis2 (Mt.7,7). La oración es posible porque el Padre en su bondad nos concede este don y porque Jesucristo nos muestra el camino y el Espíritu nos inspira, nos anima y nos consuela. Pero la intervención de María es muy importante. Ella apoya nuestra oración con su intercesión materna. El Rosario es a la vez meditación y súplica. Y esa plegaria insistente del avemaría que se va repitiendo una y otra vez se apoya en la confianza segura de que Ella con su intercesión lo puede todo ante el corazón de su Hijo. No porque Ella sea todopoderosa: ese es un atributo exclusivo de Dios, sino por que Dios le ha concedido la gracia de esa mediación maternal, capaz de alcanzar de su Hijo las gracias que se le pidan.

Anunciar a Cristo con María. El Rosario es también un itinerario de anuncio y de profundización en el que misterio de Cristo es presentado continuamente en los diversos aspectos de la experiencia cristiana. Porque la experiencia cristiana no puede separarse de la experiencia humana y en ella hay momentos de gozo y momentos de dolor, momentos de luz y momentos de gloria. La contemplación de los misterios de Cristo que hacemos en el rosario llena de contenido y de esperanzas esos diversos momentos de nuestras experiencias humanas. Y especialmente si la oración del Rosario la hacemos de forma comunitaria podemos tener la oportunidad de hacer una verdadera catequesis en la que la luz del evangelio, con la contemplación de los misterios de Cristo, llene de sentido nuestras vidas.

Que esta fiesta de la Virgen nos ayude a todos a reconocer en Jesús, el Hijo de María, al Redentor y guiados por su Madre nos convirtamos a Él de todo corazón. Y hagamos de esta Parroquia una verdadera escuela de María en la que, contemplando el rostro de Cristo, nos hagamos cada vez con mayor hondura discípulos suyo y testigos de su evangelio. Amén.