Fiesta de la Virgen del Consuelo

icon-pdfDescarga la homilía en formato PDF

FIESTA DE LA VIRGEN DEL CONSUELO
Ciempozuelos-2005

En torno al altar del Señor, en esta fiesta de María, Consuelo de los afligidos, que tantas resonancias afectivas despierta en todos nosotros, especialmente en los que habéis nacido y vivido siempre en Cienpozuelos, la Virgen María nos convoca y nos llama para estar con su Hijo Jesucristo. para escuchar su Palabra, para manifestarle con gozo que queremos seguirle y para caminar con Él en el camino de la vida. Y nosotros hemos respondido a la llamada de María con nuestra presencia aquí, en un ambiente de fraternidad y de fiesta. Todo lo que dice relación con María tiene siempre aires fiesta y de familia. Y queremos hoy acompañar a nuestra Madre con nuestros cantos, con nuestra plegaria y con nuestra fe. En medio de la rutina diaria necesitamos estos momentos de expansión, de fiesta y de encuentro familiar con la Madre para que ella nos recuerde las cosas esenciales de la vida y nos consuele en la tribulación

María nos pone en el camino de la verdad y continuamente nos repite aquellas mismas palabras que dijo a los sirvientes de las bodas de Caná: “haced lo que Él os diga”. Hoy volvemos a escuchar esas palabras. Y por eso, de la mano de María, en esta fiesta tan familiar , ponemos nuestros ojos en Jesús y de una manera muy especial, en este año de la Eucaristía, ponemos nuestros ojos en Jesucristo vivo y presente en el Misterio Eucarístico.

Hace pocas semanas más de setecientos jóvenes de la diócesis de Getafe peregrinaba a al ciudad alemana de Colonia para participar con el Papa Benedicto XVI en la vigésima Jornada mundial de la Juventud. Ha sido un acontecimiento eclesial y social de una gran magnitud. Era verdaderamente sorprendente ver invadidas de jóvenes, venidos de todos los continentes, las calles de Colonia y de las ciudades cercanas de Bön y Dusseldorf, acamando a Jesucristo y vitoreando al Papa. La autoridades y las fuerzas de orden público estaban verdaderamente sorprendidas al ver aquellas inmensas riadas de jóvenes, sin ningún altercado, sin ninguna violencia, sin alcohol y sin drogas, en un clima de fiesta, de paz y de alegría, con banderas de todos los países, con chicos y chicas de todas las razas, sintiéndose felices de pertenecer a la Iglesia y proclamando con su alegría y con sus cantos el inmenso gozo que brota del evangelio. Allí, verdaderamente estaba Jesucristo. En esos jóvenes se percibía la belleza de la vida cristiana y la esperanza de una nueva humanidad llena de amor a Dios y de respeto a la dignidad del ser humano.

El domingo 21 de Agosto un gran multitud de jóvenes, que posiblemente superaba el millón, en la gran explanada de Marienfeld participaba con un admirable respeto en la Eucaristía presidida por el Papa y escuchaba con un impresionante silencio las palabras del Santo Padre en su homilía. Y el Papa les hablaba de la Eucaristía. Y les invitaba a dejarse transformar por el Señor. Y les animaba a entrar en la “hora” de Jesús. Esa “hora” en la que Jesús, “habiendo amado a los suyos que estaban en le mundo los amó hasta el extremo”. Y les exhortaba a dejarse arrastrar por esa dinámica transformadora del amor, para ser constructores de una humanidad nueva.

En esta fiesta de María, pidiendo su intercesión y acogiéndonos a su protección maternal quiero compartir con vosotros las palabras que sobre la Eucaristía el Papa dirigía los jóvenes, para que nosotros, con el ejemplo de nuestra fe seamos para ellos un verdadero modelo de vida cristiana.

¿Qué significa la Eucaristía? ¿Qué está realmente sucediendo cuando celebramos la Eucaristía?. “Haciendo del pan su Cuerpo y del vino su sangre – decía el Papa a los jóvenes - Jesús anticipa su muerte en la cruz y la transforma en un acto de amor. Lo que desde el exterior es violencia brutal, desde el interior se transforma en un acto de un amor que se entrega totalmente. Esta es la transformación sustancial que se realizó en el Cenáculo y que estaba destinada a suscitar un proceso de transformaciones cuyo último fin es la transformación del mundo hasta que Dios sea todo en todos. Desde siempre todos los hombres esperan en
su corazón, de algún modo, una transformación del mundo. Este es, ahora, el acto central de transformación capaz de renovar verdaderamente el mundo”

Queridos hermanos, pidamos hoy, en su fiesta, a la Virgen María, que nos ayude a comprender, y que ayude a comprender a aquellos jóvenes que escuchaban atentamente al Papa, toda la fuerza transformadora que encierra el Misterio Eucarístico. En la Eucaristía el odio se transforma en amor y la muerte se transforma en vida. La Eucaristía significa la victoria del amor sobre todo tipo de destrucción, de violencia o de muerte. La Eucaristía nos introduce en el reino de la libertad y de la vida. Es, como decía el Papa “una explosión del bien que vence al mal” y que es capaz de suscitar toda una cadena de transformaciones que cambiarán el mundo. Esto es la redención. Y nosotros podemos entrar en ese dinamismo de la redención. El Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos dan para que nosotros mismos seamos transformados y para que nos comprometamos en ese
proceso de transformación del mundo por la fuerza del amor.

Vivimos momentos en nuestra sociedad y en nuestra cultura especialmente delicados. Hay valores esenciales que, bajo la capa de un falso progreso, están siendo claramente vulnerados: el valor y el respeto a la vida y a la dignidad de la persona humana, desde el momento mismo en que es concebida hasta su muerte natural; el valor de la familia como ese ámbito sagrado en el que, fruto del amor estable y fecundo de un hombre y de una mujer, de un padre y de una madre, el ser humano nace a la vida y crece y es educado en un clima de ternura y de acogida; y el valor de la libertad: una libertad entendida como esa capacidad del hombre para orientar su vida, no hacia el mal que le destruye sino hacia el bien, hacia la verdad, hacia la belleza y hacia todo aquello que le dignifica como persona y que le conduce a la felicidad; una libertad que tiene, entre sus manifestaciones más importantes, el derecho y la obligación de los padres de educar a sus hijos según sus propias convicciones religiosas y morales y que ha de ser protegido por las leyes, según establece nuestra Constitución, reconociendo el valor de la clase de religión en todos los centros de enseñanza y la posibilidad de que los padres puedan llevar a sus hijos, en igualdad de condiciones y sin ningún tipo de discriminación, a aquellos centros cuyo ideario sea más conforme con esas convicciones.

La Eucaristía nos empuja a un modo de vivir, activo, dinámico y transformador. Vivir la Eucaristía es entrar, como la Virgen María en el plan de Dios. La Eucaristía es acción de gracias, alabanza, bendición y transformación a partir del Señor. La Eucaristía debe llegar a ser el centro de nuestra vida. Y especialmente la Eucaristía del domingo que es el día del Señor. No perdamos nunca el sentido del domingo como el día del Señor. El día en que Jesucristo, venciendo la muerte salió del sepulcro. El día de la nueva creación.

Y, en torno al domingo, tal como decía el Papa en Colonia a los jóvenes, construyamos comunidades vivas. Quien ha descubierto a Cristo siente en su corazón el deseo de llevar a otros hacia Él.. Quien ha descubierto a Cristo siente tal alegría que no puede guardársela para sí mismo. Siente la necesidad de transmitirla a los demás. Construyamos, en torno a la Eucaristía, comunidades cristianas que vivan el mandamiento del amor, teniendo todos en ellos un solo corazón; comunidades cristianas con capacidad de perdón, con sensibilidad hacia las necesidades de los demás, comprometidas en su servicio al prójimo y siempre dispuestas a compartir sus bienes con los demás.

Acudamos hoy con mucha confianza a María para que ella nos alcance de su Hijo la gracia de sentir el gozo y la belleza de la vida cristiana, y para que, dejándonos transformar por Él, contribuyamos con nuestro esfuerzo en la construcción de un mundo en el que, respetando la pluralidad de razas y culturas, resplandezca la dignidad del hombre, imagen de Dios. “Pongámonos, sobre todo a la escucha de María, en quien el misterio eucarístico se muestra, más que en ningún otro, como misterio de luz. Mirándola a ella conocemos la fuerza transformadora que tiene la Eucaristía. En ella vemos el mundo renovado por el amor. Al contemplarla, elevada al cielo en cuerpo y alma, vemos un resquicio del “cielo nuevo y de la tierra nueva” que se abrirán ante nuestros ojos con la segunda venida de Cristo” (I.E. 61). Que ella interceda por nosotros. Amen.

 

Viernes Santo

icon-pdfDescarga la homilía en formato PDF

VIERNES SANTO - 2006

La lectura de la Pasión del Señor siempre nos conmueve y hace que surja en nosotros la pregunta: ¿ Por qué sucedió todo esto? ¿ por qué murió Jesús en la cruz de una manera tan cruel? ¿ qué significado tiene todo esto? ¿ qué tiene esto que ver con mi vida?

La explicación del drama de la cruz nos la da el mismo Jesús en la Última Cena al bendecir el pan y el vino, antes de entregárselo a sus discípulos: “Este es mi cuerpo que será entregado por vosotros... este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros”(Lc. 22.19-20). Es el mensaje que hallamos muchas veces en las cartas de Pablo y en el libro del Apocalipsis: Jesucristo nos ha redimido con su muerte.

Una vez más tenemos que preguntarnos: ¿qué significa redimir? ¿qué significa que Jesús con su muerte me ha redimido? Y para responder a esta pregunta hemos de ir muy atrás. Hemos de empezar por meditar las primeras palabras de Sagrada Escritura: “Al principio creó Dios los cielos y la tierra. Crear significa sacar de la nada. Significa que antes de la creación, antes de que Dios creara el mundo, no había absolutamente nada, ni materia, ni energía, ni imágenes de ningún tipo, no había realmente nada. Ni era necesario que hubiera nada. Fuera de Dios no hay necesidad de que exista nada. Él es el Uno y el Todo. Él lo llena todo con su presencia. Todo lo que existe viene de Dios. El hombre puede transformar lo real o producir imágenes en el espacio irreal de la fantasía, o en el espacio llamado virtual, pero igualmente irreal, de la electrónica. Pero el hombre es completamente incapaz de hacer que exista lo que no existe, de poner en el ser lo inexistente. Es incapaz de crear de la nada. La nada para él es algo incompresible, es como un muro. Sólo Dios tiene una verdadera relación con la nada, porque sólo Él puede sacar de ella una esencia y una existencia. El hombre conoce de la nada tan sólo la ausencia de sus relaciones con ella.

Pues bien, si sólo Dios puede dar el ser y mantener en el ser, el hombre que es obra de sus manos, solo tiene consistencia porque Dios se la da y sólo puede vivir si Dios le da la vida. El hombre sólo puede vivir por Dios. Pero el hombre cayó en el pecado. Y al caer en el pecado quiso suprimir la verdad esencial de su existencia. El hombre quiso ser autónomo. Quiso ser “como dios”, quiso ser “dios”. Se alejó de Dios en un sentido verdaderamente dramático. Se alejó de la realidad y se aproximó a la nada. Se alejó de Aquel que da el ser y se hundió en el vacío. La primera nada de la que Dios había sacado al hombre era la “nada buena”, pura y transparente; era sencillamente la no existencia de algo. Pero ahora, con el pecado, aparece en el horizonte la “nada mala”, la del pecado, la de la insensatez, la de la destrucción, la de la muerte, la del vacío. El hombre
hundido en el pecado se va como deslizando hacia el abismo de la nada, sin alcanzarla jamás, puesto que ello significaría su aniquilamiento. Y el hombre no habiéndose creado él a sí mismo tampoco puede anularse.

Pero la misericordia entrañable de nuestro Dios no quiso dejar al hombre en ese terrible abandono y por eso en Cristo Jesús “nos visitó el sol que nace de lo alto para iluminar a los que vivían en tinieblas y en sombras de muerte”. Dios que es Amor y fuente de amor, ha seguido al hombre en su dramático extravío, como nos los describe la parábola del pastor que busca a la oveja perdida o la parábola del padre que espera con anhelo cada día, el regreso del hijo pródigo (Lc.15). Dios ha seguido al hombre hasta el reino del abandono y de la nada maligna, hasta ese reino en que el hombre, como consecuencia de su obrar, se veía cada vez más atrapado. Dios no se limitó simplemente a dirigirle una mirada de amor compasivo, no se limitó a llamarle y atraerle, sino que descendió personalmente a las tinieblas. Desde le momento en que la Palabra se hizo carne, hubo entre los hombres, un ser, nacido en las entrañas virginales de María, que era Dios y hombre verdadero, puro como Dios, pero cargado con la responsabilidad de los hombres, asumiendo en su propia humanidad santísima, que jamás había conocido el pecado, el pecado de toda la humanidad.

El Señor, en la cruz, sin tener culpa, cargó con la culpabilidad de todos. Porque era el único capaz de hacerlo. Y ¿por qué fue esto así?. Pues porque el hombre-sólo-hombre, no es capaz de ello, no es capaz de cargar con esa culpa y no es tampoco capaz de sanarla.. El hombre-sólo-hombre es más pequeño que su pecado. Porque el pecado, al ser ofensa al Dios infinito, adquiere también unas dimensiones infinitas, que el hombre en su pequeñez es incapaz de reparar. El hombre-sólo-hombre puede cometer pecado, pero no puede tener conciencia del mal que produce con ese pecado.

El hombre cuando peca, aunque sepa que hace mal, no es capaz de calcular la importancia que eso tiene, en cuanto que es ofensa a Dios y es apartarse de Aquel que la da la vida. Y, por tanto, tampoco es capaz, de repararlo, es decir, de remediar la tragedia que ha desencadenado. A pesar de haber cometido el pecado, el hombre-sólo-hombre es completamente incapaz de cargar con las consecuencias y, por tanto, con la culpa de lo que ha hecho; y es completamente incapaz de repararlo con su vida. A pesar de ser él quien lo ha cometido no puede incorporarlo a su vida ni repararlo viviendo. El hombre se entristece, se angustia, se desespera ante el pecado, pero se siente impotente ante él. El mal que ha provocado, le supera. Sólo Dios puede dominar el pecado. Sólo Él es capaz de penetrarlo, hasta sus mismas raíces, de medirlo en todas sus dimensiones y de juzgar toda su malicia.

Dios ha querido juzgar el pecado en toda su malicia y al mismo tiempo salvar al hombre. Y eso sólo ha sido posible en Jesucristo, Dios y Hombre. La humanidad de Cristo carga con el pecado y su divinidad los destruye. Y así se inicia, también por la Palabra, pero esta segunda vez hecha hombre, un segundo Génesis, una nueva creación, una nueva humanidad, liberada por fin y definitivamente del pecado.

Jesucristo quiso someterse por amor, con plena conciencia, con entera libertad y con un corazón humano y sensible a aquella caída del hombre en el abismo de la nada, consecuencia de su rebelión contra Dios y que sólo podía llevarle a la desesperación y al aniquilamiento. En ese aniquilamiento del pecado entró Jesús. Y entró hasta sus abismos más profundos, hasta el punto de llegar a gritar desde la cruz: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”. Jesús, en su humanidad, fue realmente aniquilado. Murió en la flor de la vida. Su obra fue asfixiada en el momento en que empezaba a florecer. Le arrebataron sus amigos; y su honor y dignidad fueron pisoteados. No tenía nada y ya no era nada mas que un gusano de la tierra y no un hombre. Descendió a los “infiernos” en un sentido tan profundo que resulta difícilmente expresable: a los infiernos de la nada y del aniquilamiento. Pero descendió a ellos como libertador. El Hijo amado del Padre llegó hasta los abismos más profundos del mal, para sanar el mal en su raíz, para sacar a los hombres de ese abismo en el que se habían metido y devolverles su auténtica dignidad de hijos de Dios. Desde el abismo profundo de esa nada surge la nueva creación, surge la recreación de lo ya existente, que estaba a punto de sumergirse en la nada. En el Señor Jesús, en virtud de la omnipotencia divina, se va a producir una trasmutación de la existencia: el hombre-Dios aniquilado en la cruz se va a convertir en el hombre nuevo, que abre a todos los hombres encerrados en el pecado los cielos nuevos y la tierra nueva.

¡Jesucristo en la cruz! Nadie podrá jamás llegar a comprender este misterio tan inefable. Desde que Jesús ha muerto en la cruz todo empieza a ser nuevamente verdadero y la realidad adquiere sus auténticas dimensiones. En la cruz ha sido aniquilada la mentira. En la cruz “el mundo es juzgado como reo y el crucificado exaltado como juez poderoso” que va a restaurar todas las cosas devolviéndoles su verdad original. Cristo en la cruz, entregó su vida por amor y su amor nos ha salvado.

Si alguien nos preguntara:¿qué es seguro? ¿tan seguro que podamos entregarnos a ello a ciegas? ¿Tan seguro que pueda ser la raíz y el fundamento de todas las cosas? Nuestra respuesta será siempre: la único seguro es el amor de Jesucristo. Ni nuestras personas más queridas, ni la ciencia, ni la filosofía, ni el arte, ni las más altas manifestaciones del genio humano. Nada es seguro. Todo nos puede fallar. Sólo el amor de Cristo es seguro. Y sólo por el amor de Cristo sabemos que Dios nos ama y nos perdona. En verdad, sólo es seguro lo que se manifiesta en la cruz y en el corazón lleno de amor que en ella palpita. El Corazón de Jesús es el
principio y fin de todas las cosas. En el Corazón de Cristo, en su amor hasta el extremo, todo se sustenta y todo es verdadero.

Dejémonos arrastrar por esa fuente inagotable de amor que es el Corazón de Cristo, adorémosle, démosle gracias, y en Él, por el don del Espíritu, con un corazón nuevo, apoyados en la certeza de su amor, pongamos todo nuestro ser, edifiquemos la Iglesia y seamos con Él artífices de la creación nueva.

Con la Virgen María estaremos esta tarde y mañana, hasta la Vigilia Pascual, meditando el drama del pecado, que llevó a Cristo a la cruz y contemplando con profunda gratitud el amor inmenso de Dios, que no quiso abandonarnos y en su Hijo Jesucristo, nuevo Adán, reconstruyó a la humanidad caída.

En la cruz Cristo nos entregó a María como Madre. Que ella nos acompañe siempre y jamás permita que nos apartemos de su Hijo que murió por nosotros y continuamente nos renueva y nos hace renacer en su Iglesia Santa, nacida de su amor. Amén.

 

Vigila Pascual

icon-pdfDescarga la homilía en formato PDF

VIGILIA PASCUAL - 2006

Esta es una noche santa de vela en honor del Señor. Lo mismo que los israelitas, en la noche de su salida de Egipto, podemos decir: “Esta noche será la noche de guardia en honor de Yahvé (...) por todas las generaciones” (Ex.12,42). Esta es la noche, en la que “rotas las cadenas la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo” (Pregón). Noche de oración, noche acción de gracias, noche de esperanza. Nos unimos al gozo de la Iglesia universal que en esta noche celebra con júbilo el triunfo de su Señor Jesucristo.

La liturgia de la Palabra extensa y luminosa ha sido una memoria orante de las maravillas de Dios en la historia de la salvación. Una historia de salvación que se concreta y se hace íntima en la historia personal de cada uno de nosotros. También nosotros podemos decir que, en nuestra vida, hemos visto las maravillas de Dios.

La Palabra de Dios, en esta larga liturgia de la Palabra, nos ha invitado a contemplar en esta historia santa de la acción de Dios entre los hombres, las tres “noches”, en las que de una manera muy especial Dios nos ha manifestado su inmenso amor.

El libro del Génesis, en primer lugar, ha traído a nuestra memoria, la primera noche: la noche de Creación. “Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era un caos informe sobre la faz del abismo (...) Y el aliento de Dos se cernía sobre la faz de las aguas. (Gen.1) Todas las criaturas fueron saliendo de la mano del Creador, llenas de bondad y de belleza, hasta llegar al hombre hecho, a su imagen y semejanza. “Él todo lo creo para que subsistiera, las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas veneno de muerte” (Sab.1,14).

Sin embargo, el hombre desobedeció a Dios y el veneno de muerte entró en el mundo. Pero ya en aquella primera noche de la creación empieza a vislumbrarse el misterio pascual . Y tras el drama del pecado, Dios inicia una historia de salvación para redimir al hombre caído. La Palabra divina, por medio de la cual todo fue creado, llegará un día, en que se hará carne, en las entrañas virginales de María, la nueva Eva, para salvarnos. Y si el primer Adán fue expulsado del paraíso, el nuevo Adán, Jesucristo, victorioso de la muerte, primicia de la nueva humanidad, hará posible que el hombre regrese al lugar para el que fue creado.

Siguiendo la narración de las maravillas de Dios, la Sagrada Escritura, nos habla de la segunda noche: la noche del Éxodo. Esa noche memorable en la que los hijos de Israel fueron liberados de la esclavitud del faraón. Es la noche de la libertad. “El Señor hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del este que secó el mar y se dividieron las aguas. Los israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto. Mientras que las aguas formaban muralla a derecha e izquierda” (Ex. 14,21-22). El pueblo de Dios nació en este paso por las aguas de mar Rojo: nació de este bautismo en el mar Rojo, cuado experimentó la mano poderosa del Señor
que lo rescataba de la esclavitud y lo conducía a la anhelada tierra de la libertad. Realmente lo que sucedió en el Mar Rojo, no fue sino la profecía, el anuncio, de ese camino definitivo hacia la libertad que nos alcanzó el Señor Jesús, el nuevo Moisés, en su Pascua gloriosa, a la que nos incorporamos pasando por las aguas del bautismo. Cristo, en el bautismo, nos ha hecho pasar de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios Las aguas bautismales, nos incorporaron a la muerte de Cristo para alcanzar con Él, en su resurrección, la vida nueva, por la fuerza del Espíritu Santo. “Los que por el bautismo nos incorporamos Cristo, fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con Él en la muerte, para que así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva” (Rom.6,3-11)

Desde el principio la comunidad cristiana puso la celebración del bautismo en el contexto de la Vigilia Pascual. Aquí también , esta noche Ignacio y Laburana van a recibir el bautismo.

Ignacio. y Laburana esta noche, sumergidos con Jesús en su muerte, resucitarán con Él a la vida inmortal.

Os saludo con mucho cariño y doy las gracias a los catequistas que os han preparado. En virtud del bautismo vais a formar parte de la Iglesia, que es un gran pueblo, en camino, sin fronteras de lengua raza o cultura; un pueblo llamado a la fe, a partir de Abraham y destinado a ser bendición entre todas las naciones de la tierra (cfr. Gen. 12, 1-3). Permaneced fieles a Aquel que os ha elegido y entregadle, con mucha confianza, todo vuestro ser. Y tened la seguridad de que en Él encontrareis la plenitud de la vida..

También, en esta noche, todos nosotros, renovaremos nuestro bautismo. La liturgia nos invita a renovar las promesas de nuestro bautismo. El Señor nos pide que renovemos nuestra actitud de plena docilidad al Espíritu y de total entrega al servicio del Evangelio.

En esta noche de gracia, en la que Cristo ha resucitado de entre los muertos, celebramos sobre todo la tercera y definitiva noche. La noche que es culminación de todas las otras noches. Las noche que nos abre las puertas para el día que no tiene fin: la noche de la Resurrección del Señor. Después de la trágica noche del Viernes Santo, cuando “el poder de las tinieblas” (cf. Jn.8,12) parecía prevalecer sobre Aquel que es la “luz del mundo”, después del gran silencio del Sábado Santo, en el cual Cristo, cumplida su misión en la tierra, encontró reposo en el Misterio del Padre y llevó su mensaje de vida a los abismos de la muerte, ha llegado finalmente la noche que precede al gran día de la Resurrección.

Hoy, en la Iglesia, vuelve a resonar con fuerza el anuncio del ángel a las mujeres que iban al sepulcro para embalsamar el cuerpo de Jesús: “No os asustéis. ¡Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado” (Mc. 16,1-7)

Con toda razón hemos cantado en el Pregón Pascual: “¡Qué noche tan dichosa, en que se unen el cielo y la tierra, lo humano y lo divino!”

Esta es la noche por excelencia de la alegría y de la gratitud. Y es la noche también de la espera confiada del cumplimiento pleno de las promesas, del Señor en nosotros, en la Iglesia y en el mundo. Y la noche, en la que cada uno de nosotros, hemos de afianzar nuestra fe y de asumir con fortaleza nuestros compromisos bautismales. Es la noche, de la misión y del envío.

Hoy, todos nosotros, gozosos de la vocación a la que el Señor ha querido llamarnos, hemos de sentir el deseo de proclamar al mundo, que sigue todavía en la tinieblas, el gozo de la resurrección de Cristo y las maravillas que Él ha querido realizar en nosotros.

Los que hemos sido llamados al ministerio apostólico renovemos hoy nuestro compromiso de hacer presente entre los hombres el amor de Jesucristo, Buen Pastor, que da la vida por los suyos y busca con pasión a la oveja perdida. Y entreguémonos a ellos de tal manera que el Pueblo de Dios vea siempre en nosotros la imagen viva de Cristo Resucitado en la Palabra que anunciamos y en los Sacramentos que, en nombre de Cristo celebramos, especialmente en la Eucaristía, memorial perpetuo de su muerte y resurrección.

Los consagrados renovad, ante el Señor Resucitado, vuestro respuesta agradecida a la llamada que un día os hizo Dios para una vida de especial intimidad con Él. Mostrad con vuestra forma de vivir que el amor de Dios llena vuestra existencia y que ese amor os empuja gozosamente a entregaros constantemente al bien de los hermanos. Pedid a Dios que vuestra vida sea para la Iglesia y parra el mundo signo profético de aquel día en el que Dios lo será todo para todos.

Los que habéis sido llamados a la vida matrimonial vivid vuestro matrimonio como vocación de santidad. Y escuchad la voz de Dios que os anima en esta noche, con una fuerza especial , a realizar esa vocación de santidad. El matrimonio es el fundamento de la familia. Haced de vuestras familias, verdaderas Iglesia domésticas, en las que, por vuestro testimonio y con la gracia de Dios, la fe sea trasmitida a vuestros hijos con toda su fuerza humanizadora; y vuestros hogares, como el hogar de Nazaret, sean focos de luz y de esperanza para nuestro mundo. Pedid a Dios que el amor que os une y el amor que tenéis a vuestros hijos sea para ellos, signo de ese amor primero y gratuito que de sentido a sus vidas y sea signo, sobre todo, del amor divino que les invita y les da fuerza para vivir como verdaderos hijos de Dios.

Los jóvenes sentid con mucha fuerza, al renovar vuestro bautismo en esta Vigilia Santa, que en Cristo encontraréis siempre al amigo que no engaña y que os dará siempre las respuestas auténticas a vuestros grandes deseos de felicidad, de verdad, de belleza y de amor. Pensad que Dios os llama para ser verdaderos protagonistas de la gran tarea de la evangelización de los jóvenes, tan urgente en nuestra diócesis. Sabed que sólo siguiendo a Jesucristo encontraréis la alegría que llena el corazón; esa alegría que brota de un vida generosa que se entrega a los hermanos y es capaz de superar las dificultades y de vencer el pecado porque cuenta con la fortaleza de aquel Espíritu que un día recibisteis en vuestra confirmación para ser testigos de Cristo en la Iglesia y en el mundo.

Los mayores, con la experiencia que dan los años y la fidelidad a Cristo, tenéis que sentiros hoy muy felices, sabiendo que el Señor sigue contando con vosotros para ser auténticos maestros de esa sabiduría que viene de Dios. Esa sabiduría tan necesaria hoy, entre nosotros capaz de mostrar los verdaderos valores que ayudan al hombre a caminar con paz en medio de las alegrías y los sufrimientos de este mundo. Ayudad a todos, con vuestro ejemplo, a vivir abrazados a la cruz de Cristo, descubriendo en ella la puerta que conduce a la vida verdadera.

Todos, en esta Noche Santa hemos de sentirnos impulsados, como aquellas mujeres que fueron al sepulcro de Jesús, a anunciar la feliz noticia de la resurrección del Señor.

Cristo ha resucitado. Cristo vive. Aleluya, Aleluya. “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”. Amen

 

Profesion de Maria Milagro del Santisimo Rosario

icon-pdfDescarga la homilía en formato PDF

HOMILÍA PROFESIÓN SOLEMENE DE MARÍA MILAGRO DEL SANTÍSIMO ROSARIO

Queridos hermanos sacerdotes, querida comunidad de MM. carmelitas, queridos amigos y hermanos todos y muy especialmente querido María Milagro:

“Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (sal. 118,1). Así canta la Iglesia, en este segundo domingo de Pascua al contemplar al Señor Resucitado derramando sobre los apóstoles su paz y su alegría y confiándoles el ministerio de la misericordia divina: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado así os envío yo (...) Recibid el Espíritu Santo: a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos” (Jn.20,21- 23). Antes de pronunciar estas palabras Jesús les muestra sus manos y su costado. Les muestra las heridas de su pasión, sobre todo la herida de su corazón, fuente de la que brota la gran ola de misericordia que se derrama sobre la humanidad. De ese corazón, la santa polaca, Santa Faustina Kowalska verá salir dos haces de luz que iluminan el mundo. “Esos dos haces – le explica Jesús mismo – representan la sangre y el agua” (diario 299) . Sangre y agua que significan el bautismo y la Eucaristía.

Otra polaca, la hermana María Milagro, va a hacer hoy su profesión solemne, entregándose como esposa del Señor. Todos nos sentimos hoy muy felices y la Iglesia entera se siente feliz y le da gracias al Señor y pide por esta hija suya, que, por una gracia especial de Dios “ha decidido vivir únicamente para Dios en la soledad y en el silencio, en la oración asidua, en la generosa penitencia, en el trabajo humilde y en las obras santas, inmolándose, en comunión con María, por la Iglesia y por las almas” (Ritual n.51).

Es una vocación muy singular la de María Milagro. Una vocación difícil de entender en una cultura como la nuestra en la que los valores espirituales han quedado arrinconados para dar paso, casi únicamente, a una concepción de la vida centrada en lo material, lo útil, lo placentero, lo que no cuesta esfuerzo, lo pasajero. Una cultura que, en definitiva no quiere tener en cuenta a Dios, se olvida de Dios y olvidándose de Dios se olvida también del hombre y de su dignidad. Pero, vista desde la fe, es una vocación maravillosa. Podemos decir con las mismas palabras con las que Jesús se dirigía, en Betania, a María la hermana de Marta, que postrada a los pies del maestro escuchaba su palabra: María Milagro, eligiendo esta forma de vida, ha elegido la mejor parte y nadie se la podrá arrebatar. Ha elegido estar con el Señor, vivir para el Señor y tener al Señor como su único esposo. María Milagro ha escuchado en su corazón, como dirigidas especialmente a ella, esas preciosas palabras del salmo 44: “ Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna: prendado está el rey de tu belleza, póstrate ante él que él es tu Señor”. Sí, María Milagro. El Señor, prendado de tu belleza, esa belleza que te regaló en el bautismo y que ha ido creciendo y engalanándose con las muchas gracias que, a lo largo de tu vida te ha ido concediendo, quiere, ahora, que seas sola para él. Quiere que seas su esposa. Tú para Él y Él para ti. Hoy el Señor hablándote en la intimidad pronunciará para ti las palabras del Cantar de los Cantares: “Ponme como sello sobre tu corazón, como un sello en tu brazo. Porque el amor es fuerte como la muerte; es cruel la pasión como el abismo; es centella de fuego, llamarada divina” (Cant. 8,6-7). Esa “llamarada “ del amor divino que un día sentiste en tu corazón, es la que hoy te mueve a entregarte totalmente al Señor. Y él no te va a defraudar. Todo lo contrario, Él va seguir llenando de amor tu corazón y, a partir de ahora de un modo excepcional. Dile que sí, sin ningún temor. “Sea el Señor tu delicia y él te dará lo que pide tu corazón”. “Oh llama de amor viva que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro (…) Oh toque delicado que a vida eterna sabe” (San Juan de la Cruz). Por una gracia especial de Dios tu

sabes ya lo que significa esa “llama de amor viva” y aunque todavía sea, entre sombras, empiezas ya a gustar, en la oscuridad de la fe, la “vida eterna”. El mundo, nuestro mundo ciego y sordo a las cosas de Dios cree que lo que haces hoy es una locura; pero tú sabes muy bien y los que hoy te acompañamos también la sabemos que “ la locura de Dios es más sabia que los hombres y la debilidad de Dios es mas fuerte que cualquier poder humano (…) porque lo necio del mundo se lo escogió Dios para humillar a los sabios; y lo débil del mundo se lo escogió Dios para humillar a lo fuerte” (I Cor. 1,25 ss.)

Nuestra gran santa Teresa de Jesús describe así el día de su profesión religiosa, en el capítulo cuarto de libro de su Vida: “En tomando el hábito, luego me dio a entender el Señor cómo favorece a los que hacen fuerza por servirle… Me dio un tan gran contento de tener aquel estado que nunca jamás me faltó hasta hoy… dábanme deleite todas las cosas de la religión… y no había cosa que delante se me pusiese, por grave que fuese, que dudase en acometerla… Me acuerdo de la manera de mi profesión y de la gran determinación con que la hice”. Estoy seguro de que en estos momentos estas viviendo una experiencia parecida a la que nos describe la Santa. Dios manifiesta su presencia con una alegría inmensa, una alegría que el mundo es incapaz de ofrecer. Y junto, a esa alegría, junto a ese “gran contento”, una firme determinación de hacer, en todo momento la voluntad de Dios. Y esa alegría y esa determinación nunca jamás te van a faltar. Es verdad que Dios puede permitir momentos de tribulación y oscuridad, pero, incluso en esos momentos, podrás decir con el salmista. “ aunque pase por valle de tinieblas ningún mal temeré porque Tu vas conmigo y tu vara y tu callado me sosiegan”.

Muchos se preguntarán: ¿cuáles son los medios que la Iglesia pone en tus manos para vivir una vocación tan excepcional?. Pues son bien sencillos y a la vez bien inefables, son los medios que tú misma has pedido a Dios y a la Iglesia en el diálogo que hemos tenido antes. Unos medios que, puedes tener la certeza absoluta de que nunca te van a faltar Te preguntaba: “Hermana María Milagro ¿ qué es lo que pides a Dios y a su santa Iglesia?”. Y tu me has contestado: “ la misericordia de Dios, la pobreza de la Orden y la compañía de las hermanas en este monasterio de monjas carmelitas descalzas de la orden de la bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo”.(cf. Ritual n.49). Estos tres medios van íntimamente unidos. Dios va a derramar continuamente su misericordia sobre ti haciendo que experimentes la libertad del corazón que da la pobreza y la caridad fraterna de una comunidad de hermanas, que, en su debilidad, alaban a Dios y cantan sus maravillas entregándole el don de toda su vida.

Todo esto va a ser posible por el don del Espíritu Santo. Hace un momento el evangelio nos hablaba del encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos. Un encuentro que, como veíamos, les llena de paz y de alegría. Un encuentro en el que les entrega, para el enriquecimiento de toda la Iglesia, el don del Espíritu Santo. Déjate guiar por el Espíritu Santo. Fíate de Él, como se fió la Virgen María Y verás con asombro, todos los días, las maravillas de Dios. Verás al Dios de la misericordia entrañable. Verás, como la Virgen María, que lo que para los hombres es imposible para Dios es posible.

Vamos a pedir hoy, en este día de la Divina Misericordia, la intercesión de Sta. Faustina Kowalska, tan venerada por el papa Juan Pablo II. para que el Señor te vaya introduciendo, según su voluntad en los abismos de la misericordia divina.

Dentro de unos momentos escucharás la voz de la Iglesia que pide para ti el don del Espíritu Santo. La gracia del Espíritu irá realizando en ti lo que la fragilidad humana, herida por el pecado, es incapaz de realizar por sí misma. El Espíritu de Dios irá transformando tu vida y la irá configurando cada día más con Cristo: “Te pedimos Padre que envíes sobreesta hija tuya el fuego del Espíritu para que alimente siempre la llama de aquel propósito que Él mismo hizo germinar en su corazón. Resplandezca en ella, Señor, todo el esplendor de su bautismo y la ejemplaridad de una vida santa; que, fortalecida por los vínculos de la profesión religiosa se una a Ti en ferviente caridad. Sea siempre fiel a Cristo, su único esposo, ame a la Madre Iglesia con caridad activa y sirva a todos los hombres con amor sobrenatural, siendo para ellos testimonio de los bienes futuros y de la bienaventurada esperanza” (Ritual n. 60).

El Espíritu Santo ira haciendo crecer en ti una especial gracia de intimidad con el Señor, como se la hizo sentir a los apóstoles, Pedro, Santiago y Juan en el Monte Tabor A ella hace alusión la Exhortación Apostólica “Vita Consecrata”: “Una experiencia singular de la luz que emana del Verbo Encarnado es ciertamente la que tienen los llamados a la vida consagrada (…) En ellos encuentran particular resonancia las palabras extasiadas de Pedro: “Qué bueno es estarnos aquí, Señor” (…) Y, de esta especial gracia de intimidad surge en la vida consagrada, la posibilidad y la exigencia de la entrega total de sí mismo en la profesión de los consejos evangélicos. Estos, antes que una renuncia, son una específica acogida del misterio de Cristo, vivida en la Iglesia” (V.C. 15.16). “ En efecto, mediante la profesión de los consejos evangélicos la persona consagrada no sólo hace de Cristo el centro de su vida, sino que se preocupa de reproducir en sí misma, en cuanto es posible, aquella forma de vida que escogió el Hijo de Dios al venir al mundo. Abrazando la virginidad, hace suyo el amor virginal de Cristo y lo confiesa al mundo como Hijo Unigénito, uno con el Padre (Cf. Jn.10,30; 14,11); imitando la pobreza, la persona consagrada lo confiesa y reconoce como Hijo que lo recibe todo del Padre y todo lo devuelve en el amor (Cf.Jn.17,7.10). Y adhiriéndose con el sacrificio de la propia libertad al misterio de la obediencia filial, la persona consagrada confiesa y reconoce a Cristo como Aquel que se complace sólo en la voluntad del Padre (Cf. Jn.4,34) al que está perfectamente unido y del que todo depende” (V.C. 34).

Hoy es un día de verdadera fiesta y de acción de gracias no sólo en este monasterio, sino en toda la Iglesia: la Iglesia que peregrina en el mundo y la Iglesia que goza, ya, de la visión divina en el cielo.

Que todos salgamos fortalecidos en la fe. Y, cada uno, sintiendo hoy de una manera especial la llamada de Dios a la santidad, regresemos a nuestros hogares cantando las maravillas de Dios y, deseando con todo el corazón, hacer de Cristo el centro de nuestras vidas.

Que la Virgen María, Madre del Carmelo, que supo seguir siempre con docilidad las inspiraciones del Espíritu, interceda por nosotros. Amén

Descarga la homilía en formato PDF

San Benito Menni

icon-pdfDescarga la homilía en formato PDF

HOMILIA SAN BENITO MENNI

En su Exhortación Apostólica “Novo Millenio Ineunte” nos decía Juan Pablo II: “No dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es el de la santidad (...) En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias. Significa expresar la convicción de que, s el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial” (NMI. nn. 30-31)

Vivimos momentos en nuestra sociedad y en nuestra cultura en los que esta perspectiva de la santidad se hace especialmente urgente. Hoy no caben medias tintas. Seguir a Jesucristo y amarle con todo el corazón supone reconocer que sólo en Él está la salvación y que sólo amándonos unos a otros, tal como Él nos amó, es decir, por el camino de la cruz, encontrará el hombre la vida verdadera. Pero es claro que este modo de pensar y este modo de vivir entra inmediatamente en conflicto con todo un ambiente cultural que se ha olvidado de Dios y en el que se extiende, cada vez más tiene, el nihilismo en el pensamiento, el relativismo en la moral y el puro pragmatismo materialista en la configuración de la vida diaria. (cfr. IE)

La celebración de la fiesta de un santo nos llena de luz y de esperanza. Para aprender a ser santos tenemos que mirar a los santos. Ellos son los que nos dicen, con el testimonio de sus vidas en qué consiste el camino de la verdadera santidad. Sus vidas son el reflejo del amor divino y un ejemplo viviente entrega a Dios y a los hermanos. “Mediante el testimonio admirable de los santos fecundas sin cesar a tu Iglesia con vitalidad siempre nueva, dándonos así pruebas evidentes de tu amor. Ellos nos estimulan con su ejemplo en el camino de la vida y nos ayudan con su intercesión” (Prefacio II de los santos).

San Benito Menni es un modelo luminoso de santidad. Fiel seguidor de S. Juan de Dios es un verdadero heraldo del Evangelio de la misericordia y profeta de la hospitalidad. Las palabras del Señor: “Venid, benditos de mi Padre; heredad el Reino preparado para vosotros, desde la creación del mundo (...) porque estuve enfermo y me visitasteis” (Mt. 25,34.36) quedaron grabadas en su alma para siempre.

Durante sus estudios sacerdotales y de enfermería fue forjando su personalidad como religioso hospitalario. Una personalidad que él, con un gran espíritu de obediencia, puso a disposición de sus superiores para entregarse, en cuerpo y alma, al servicio de los enfermos más necesitados.

España, cuna de la Orden Hospitalaria, vivía, en la segunda mitad del siglo XIX, momentos de trágicas luchas políticas y, en algunos sectores, una gran hostilidad hacia lo religioso. La obra de S. Juan de Dios había quedado prácticamente extinguida. San Benito Menni fue el hombre providencial, elegido por Dios, para renovar e impulsar nuevamente en España la obra que Juan de Dios había iniciado.

Y junto a su gran obra como restaurador de la Orden Hospitalaria está su obra como fundador. Con su llegada a Granada (1878), Benito Menni entra en contacto con dos jóvenes, María Josefa Recio y María Angustias Jiménez, que en el año 1881 (hace 125 años) serán el germen, aquí en Cienpozuelos, en medio de muchos sufrimientos y hasta del martirio de una de ellas de la Congregación de Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús”

Como signo de su identidad de su identidad en el servicio hospitalario S. Benito Menni les trasmite su mensaje en seis palabras, que todas las hermanas llevan muy dentro de su corazón: “rogar, trabajar, padecer, sufrir, amar a Dios y callar”. Realmente estas palabras reflejan, en gran medida, lo que fue la vida de S. Benito Menni. Un hombre lleno de Dios, lleno del amor de Dios. Y, por estar lleno del amor a Dios, un hombre apasionado por el amor a los hijos de Dios, mas pobres y abandonados.

Cuando uno lee la vida de los santos se queda asombrado de su extraordinaria capacidad de trabajo y de sufrimiento y de su gran creatividad y constancia en el ejercicio de la caridad. Y nos parecen personas excepcionales y admirables, pero muy dificil de imitar.

Es verdad que son personas excepcionales. Pero si llegaron a hacer lo que hicieron es porque en ellos había un muy profunda espiritualidad. Y esa espiritualidad, sí podemos imitarla y seguirla. Porque esa espiritualidad esta al alcance de todos y la Iglesia, nuestra Madre, nos la ofrece todos los días. Después, las obras que resulten de esa espiritualidad dependerán de muchas cosas y de las cualidades y dones especiales que el Señor conceda a cada uno.

Y ¿qué es lo que encontramos en la vida espiritual de S. Benito Menni?.

Encontramos una vivencia intensa del misterio de la Santísima Trinidad. “Si alguno me ama, guardará mi Palabra y mi Padre le amará y vendremos a Él y haremos morada en él” (Jn.14,23). Él se siente inundado por el amor divino, por el don del Espíritu Santo que ha recibido, y de esta manera se siente también participe del amor que une a las Tres divinas personas y llamado extender en el mundo ese amor, especialmente en los más necesitados de amor.

Y ese amor de Dios, S. Benito Menni, lo vivirá en el corazón de Cristo, en el Corazón de Jesús. Ese corazón traspasado por la lanza del soldado, del que brotará sangre y agua, del que nacerá la Iglesia. Benito vivirá mucho la espiritualidad del Corazón de Jesús. En el Corazón de Jesús, fuente de amor, en la humanidad de Jesús él descubrirá el amor del Padre que ha entregado a su Hijo Único para que el mundo tenga vida por medio de Él. La contemplación de la Pasión del Señor le llenará a . Benito de fortaleza para afrontar los muchos padecimientos que tuvo que sfrir en su vida, especialmente en su etapa final.

Y todo esto lo vivió con una devoción intensa y filial a la Virgen María. Con la sencillez de un niño sabía acudir a María, en todos los momentos, buscando su protección y pidiéndole que le mantuviera siempre fiel en el seguimiento de su Hijo Jesucristo y en el amor a todos a aquellos por los que su Hijo había muerto en la cruz.

La vida espiritual de S. Benito, de la que brotará su intensa actividad, su humildad heroica y su caridad sin límites, es en realidad una vida espiritual sin complicaciones marcada por la recepción de los sacramentos y la adoración a la Eucaristía, ante la que pasaba largos ratos de oración íntima.

S. Benito fue un gran formador, en el seguimiento de Cristo, de hermanas y hermanos hospitalarios. Supo lograr con tesón que muchos colaboradores, bienhechores y voluntarios se fueran identificando con sus proyectos y sobre todo el estilo evangélico de esos proyectos.

Él sigue teniendo un gran actualidad entre nosotros. Y su obra continua en sus seguidores. En él hemos de encontrar todos una llamada a la sensibilidad y al compromiso con los hombres que viven en la actualidad, situaciones de pobreza y marginación: especialmente en el mundo de los enfermos mentales, tan olvidados hoy en nuestra sociedad y que tanto sufrimiento produce en ellos mismos y en sus familias.

En S. Benito Menni tienen los voluntarios un ejemplo y un protector. El amor al hermano, la solidaridad con los que se hayan en pobreza y carencia extremas, el servicio a los enfermos, imágenes vivas de Jesús fueron los criterios que llenaron la vida de este gran hombre y de este gran santo.

Que él interceda por nosotros, ante el Señor, para que sintamos la urgencia de la caridad, superemos nuestros egoísmo, y siguiéndole de todo corazón nos convirtamos en esos buenos samaritanos de los que nuestra sociedad de hoy tanta necesidad tiene.

 

Confirmaciones (1)

icon-pdfDescarga la homilía en formato PDF

CONFIRMACIONES (1)

* Vais a recibir la fuerza del Espíritu Santo para conocer más a Jesús y conociéndole más amarle más y amándole más seguirle más de cerca, hasta el punto de tener sus mismos sentimientos y poder llegar un día a decir, como decía el apóstol S. Pablo: “para mi la vida es Cristo”. Que es lo mismo que decir: no puedo entender la vida sin Cristo; sin Cristo la vida carecería de sentido para mi. Cristo lo es todo para mi. Él es mi tesoro. Él llena mi vida.

* Lo mismo que a los apóstoles, según nos dice hoy el evangelio, Jesús se acerca a vosotros y os dice lo mismo que les dijo a ellos: “¿por qué tenéis miedo? ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? (...) Soy yo en persona” (Lc.24,35-38). En este encuentro, es Él quien toma la iniciativa. Es Él quien se acerca a vosotros para quitar de vuestro corazón todas las sombras, todas las dudas y todos los miedos. Realmente, es Él quien os busca.

Es verdad que en vosotros, también ha habido una búsqueda y un deseo grande de conocerle Y lo habéis demostrado en esta larga y sincera preparación para recibir este sacramento. Pero si Él no hubiera tenido la iniciativa, nunca le hubierais encontrado. “Él nos amó primero”. Él ha despertado en vosotros el deseo de conocerle. Él quiere estar con vosotros y os invita a seguirle. La fe es un encuentro, es la experiencia de un encuentro: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DCE 1). Es el encuentro con Alguien que os ama inmensamente y quiere llenar de alegría vuestras vidas.

En este día tan especial, en el que todos queréis vivir con plenitud este encuentro con Jesús os invito a fijar vuestra mirada en Él. Él es el Maestro de la verdadera sabiduría y el Señor de vuestras vidas. Él es el único que puede ofreceros respuestas que no engañan ni decepcionan.

* Seguid a Jesús. No tengáis miedo de acercaros a Él. No tengáis miedo de hablar con Él cara a cara, como se habla con un amigo. No tengáis miedo de la vida nueva que os ofrece.

* Es verdad que Jesús es un amigo exigente. No quiere “medias tintas”. No quiere superficialidad, ni mediocridad. Él no lo quiere y vosotros tampoco. Él pide metas altas. Él pide salir de uno mismo para ir a su encuentro, entregándole la vida. Quiere que seamos como el grano de trigo que muere para dar fruto. “Quien pierda su vida por mi y por el evangelio la encontrará” . No tengáis miedo. ¡Acercaos a Jesús!. Él nunca os va a defraudar.

* Vosotros que habéis sido regenerados por el Bautismo y ungidos por el Espíritu Santo:

- Conversad con Jesús en la oración y en la escucha de su Palabra.

- Gustad la alegría de la reconciliación en el sacramento de la Penitencia.

- Recibid el Cuerpo y la sangre de Cristo en la Eucaristía.

- Acogedle y servidle en los hermanos.

* La intimidad con Jesús nos conduce siempre al hermano, hasta el punto de que en el hermano descubrimos el Rostro del mismo Cristo. En el hermano encontramos a Jesús.

Jesús vive en el hermano que sufre (soledad, pobreza, fracaso o tristeza), pidiéndonos que, en su nombre, enjuguemos todas las lágrimas.

Jesús vive en aquellos que buscan y no encuentran (porque buscan mal), pidiéndonos que, en medio de ellos, seamos sus testigos y seamos como sus embajadores, que le hemos encontrado, ayudándoles a descubrir a Jesús, el camino, la verdad y la vida.

Jesús vive en vuestra parroquia y os invita a ser, en ella, constructores de fraternidad y de diálogo, en torno a la mesa fraterna de la Eucaristía.

* Y , en la casa donde vive Jesús, encontraréis la presencia entrañable de María, que supo aceptar con valentía el plan de Dios, se fió de Él, se puso en sus manos y es para todos nosotros modelo del verdadero discípulo.

Pedimos hoy especialmente su intercesión para que él Espíritu Santo que vais a recibir os llene de consuelo, de paz, de fortaleza y de sabiduría para ser, en medio del mundo, testigos valientes, de su Hijo Jesucristo.

 

Confirmaciones (2)

icon-pdfDescarga la homilía en formato PDF

CONFIRMACIONES (2)

* Nos reunimos en esta asamblea festiva para celebrar los prodigios de un nuevo Pentecostés. Lo mismo que los apóstoles vais a ser confirmados con el sello del Espíritu Santo mediante la imposición de manos y la unción real del crisma para ser enviados anunciar la Buena Nueva de la salvación. (cf. Prefacio Confirmaciones)

* Vais a recibir un don: un regalo, una fuerza especial: culminación y continuación de una serie de dones:

- El don de la vida: vivir la vida y lo que rodea nuestra vida, como regalo de un Dios que nos ama: “Y vio Dios que era bueno”. Aceptarnos como somos, con nuestras cualidades y limitaciones. Darle gracias a Dios por habernos hecho así.

- El don de la fe: que recibimos en el bautismo, sin merecerlo. “Él nos amo primero”

- El don de una familia: en la que hemos sido amados, en la que hemos recibido todo lo necesario para vivir y crecer como personas y, en la que hemos sido iniciados en los primeros pasos de la fe.

- El don de una comunidad cristiana, en la que habéis descubierto a la Iglesia, como familia y Pueblo de Dios y en la que habéis encontrado a unos catequistas que os han acompañado y os han trasmitido la fe y os han iniciado en la vida sacramental. Y, habéis encontrado a unos amigos y hermanos.

Dios ha sido muy generosos con vosotros, ha sido “rico en misericordia”. Dios os ha colmado de ternura y de amor.

* Y, ese don pide una respuesta. Pide un “si”, pide un compromiso de fidelidad. El amor pide amor. Y ese “sí” al don de Dios lo vais a manifestar en el “Amen” con el que responderéis a la unción con el Santo Crisma. “Recibe por esta señal, el don del Espíritu Santo. Amén”

* Este “amén” es un “si” al Espíritu Santo. Y, por tanto, un “sí” a Jesucristo. Es el “sí” que de una manera mucho más explícita expresaréis en la renovación de las promesas del bautismo y que suponen:

- Renuncia al pecado : renuncia a las obras del mal: egoísmo, engreimiento, injusticia, envidia, pereza, falsedad; renuncia a todo lo que desfigura la imagen de Cristo en nosotros. No olvidéis, que, por el don del Espíritu Santo nos convertimos en imagen de cristo para el mundo.

- Y, sobre todo compromiso de vivir el evangelio de Jesucristo . Un compromiso, que como sabéis muy bien se resume el mandamiento del amor: a Dios y al prójimo y en el camino de vida y felicidad de las bienaventuranzas.

* Este “amen” es un “si” también a la Iglesia. No se puede separar a Jesús de la Iglesia. Es un “si” a la Iglesia y, por tanto un “si” a la participación en su misión, mediante el testimonio.

Vais a ser ungidos por el Espíritu Santo para ser testigos de Jesucristo, con vuestra vida, es decir, con vuestro modo de vivir, con vuestra forma de estar en el mundo: trabajo, estudios, diversión, amigos ..., Una vida iluminada por la palabra de Cristo y fortalecida por la gracia de los sacramentos (Reconciliación, Eucaristía).

Y, vais a ser ungidos también, para ser testigos de Jesucristo, con vuestra palabra. Vivimos momentos en los que, con toda la prudencia del mundo y con toda la mansedumbre de que seamos capaces, hemos de hablar de Cristo y de la vida que nace del encuentro con Cristo. No podemos estar callados. Hemos de proponer los valores que brotan del evangelio y hemos de defender la dignidad de la persona humana. Tenemos que ser misioneros que difundan la Palabra de Cristo y trasmitan esperanza. Y os aseguro que os vais a llevar muchas sorpresas. Porque en este mundo, aparentemente tan hostil, contra la religión y contra la Iglesia, sin embargo, hay mucha gente, hay muchos jóvenes, que , en el fondo de su corazón, se mueren de ganas de conocer el verdadero Rostro de Cristo y os agradecerán toda la vida que les habléis de Él y les ofrezcáis entrar en esta gran familia que es la Iglesia.

* Y, finalmente este “amen” es un “si” a lo que el Espíritu os vaya inspirando. Es estar dispuesto a ser dóciles a las inspiraciones del Espíritu. “Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios” (Rom.8). Decir “si” al Espíritu es dejarse llevar por Él para pensar y decidir vuestro futuro, según el designio de Dios hacia el que Él os conduce. Eso es la vocación. Dios tiene un plan, tiene un proyecto sobre cada uno de nosotros. Es el proyecto de una vida que nos va a hacer felices. (Porque Él conoce, mejor que nosotros lo que nos hace felices). Y, ese proyecto, sólo puede ser conocido con la luz del Espíritu Santo. No tengáis miedo a decir “si” a ese proyecto. (Aunque “rompa” vuestros planes de corto alcance, y, en muchos casos, muy egoístas). Quizás os llame a un vida de especial intimidad con Él, en el sacerdocio o en la vida consagrada. No tengáis miedo, porque cuando Dios llama a una misión, da la fuerza necesaria para realizarla y, además, nos hace sentir que ese es su camino por la alegría inmensa que sentimos cuando nos fiamos de Él.

Para que este “amén”, que hoy vais a pronunciar, se cumpla plenamente tenéis que poner unos medios: los medios que la Iglesia, aquí en vuestra Parroquia, pone a vuestra disposición; y que podemos concretarlos en tres palabras:

- Oración : vida interior, escucha de la Palabra de Dios, sacramentos.

- Formación : seguir avanzando en el conocimiento de Cristo. Dejar, como los discípulos de Emaus que Él vaya abriendo vuestra inteligencia y os vaya descubriendo los secretos de su Reino.

- Acción : ser verdaderos apóstoles y testigos del amor de Cristo. No estar con los brazos cruzados, “mirando al cielo” Hay muchas cosas que hacer y muchas iniciativas que proponer.

Todo esto sólo es posible realizarlo, con el don el Espíritu Santo, viviendo en el seno de la Iglesia, en torno a la Eucaristía, el gozo de la fraternidad; y sintiendo muy cercana, entre nosotros a aquella que es el modelo más auténtico de docilidad al Espíritu, que es la Virgen María. Confiad en ella y acudid a ella, que ella os llevará siempre a Jesús, vivo y resucitado en su Iglesia, y en Él, encontraréis todo lo que desea vuestro corazón.

 

Santísimo Cristo de la Buena Dicha (Villaconejos)

icon-pdfDescarga la homilía en formato PDF

SANTÍSIMO CRISTO DE LA BUENA DICHA - DOMINGO IV DE PASCUA (B)

(Villaconejos - 7 de Mayo de 2006)

Clausuramos nuestra Vista Pastoral en esta solemne Vigilia de la gran fiesta de Villaconejos, del Santísimo Cristo de la Buena Dicha. Una preciosa advocación que nos ayuda a comprender que sólo en Jesucristo encontrará el hombre la “ Buena Dicha”, la Buena Nueva de una vida verdaderamente feliz.

El día del Cristo, como soléis llamar a esta fiesta, es posiblemente uno de los días más importantes y mas festejados del año en este pueblo y demuestra, sin duda, sus profundas raíces cristianas.

Al celebrar nuestras fiestas patronales no podemos olvidar nunca cual fue su origen y cual fue su historia para mantener siempre muy viva la herencia religiosa que hemos recibido de nuestros antepasados. Y, no sólo mantenerla, sino actualizarla permanentemente, según el modo de ser y las circunstancias propias de cada momento, haciendo posible que esa fe que hemos recibido de nuestros mayores repercuta en nuestra vida, en nuestras actitudes personales y en nuestros comportamientos sociales, siguiendo un auténtico espíritu evangélico de amor a Dios y amor a los hermanos, tal como el Señor nos enseñó.

La necesidad más grande del corazón humano es amar y ser amado. La causa mayor de sufrimiento es el desamor, la falta de amor, el no ser correspondido en el amor: la infidelidad, la ingratitud, la indiferencia, la soledad ...

Sin embargo cuando nos sentimos amados y correspondidos, nuestra capacidad de entrega y de sufrimiento se multiplica. Cuando queremos a alguien, de verdad, y, sobre todo, cuando ese amor encuentra una respuesta, estamos dispuestos a todo.

Hoy las tres lecturas bíblicas nos hablan del amor de Dios revelado en Jesucristo. En Cristo Jesús tenemos la certeza de ser amados. Podrán fallarnos muchas cosas, pero sabemos que el amor de Dios que Cristo nos ha mostrado, dando su vida por nosotros en la cruz, nunca nos va a fallar.”Nadie podrá arrebatarnos el amor de Cristo” “Queridos hermanos, mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos, pues lo somos”(I Jn. 3,1)

El evangelio nos habla del amor de Cristo con la imagen del Buen Pastor. Es una imagen que aparece con frecuencia en el A.T., especialmente en el profeta Ezequiel. “Como un pastor vela por su rebaño cuando se encuentra en medio de sus ovejas dispersas, así velaré yo por mis ovejas. Las recobraré de todos los lugares donde se habían dispersado en tiempo de nubes y brumas. Las sacaré de en medio de los pueblos, las reuniré de los países y las llevaré de nuevo a su suelo (...) Las apacentaré en buenos pastos (...) Buscaré a la oveja perdida, recogeré a la descarriada, curaré a la herida y confortaré a la enferma (...) (Ez.34)

En Jesús se cumple plenamente la profecía de Ezequiel. Jesús es el Buen Pastor. En Él, Dios mismo, en persona, se acerca a su pueblo, viene a cada uno de nosotros. Nosotros somos, en muchos momentos (cuando por el pecado nos alejamos de Dios o cuando por dejadez o por soberbia nuestra fe se oscurece) ese pueblo disperso y esas ovejas perdidas descarriadas, enfermas o heridas. Y, entonces, el Señor, en lugar de abandonarnos a nuestra propia suerte, viene, en persona, por medio de la Iglesia, con su Palabra y con los sacramentos, signos eficaces de su presencia salvadora, a reunirnos y recogernos y a curarnos (¡cuantas heridas va dejando la vida!) y a llevarnos a lugares frondosos y fértiles donde podamos encontrar buenos alimentos. Esos “lugares frondosos y fértiles” no pueden ser otros que aquellos en los que reina el amor de Dios y los hombres, por el don del Espíritu Santo, se reconocen como hermanos y se perdonan y se quieren y se ayudan siguiendo el camino de los mandamientos del Señor y de las bienaventuranzas evangélicas; y esos “alimentos abundantes” se refieren a los alimentos de la fe que la Iglesia nos ofrece y especialmente al inefable alimento de la Sagrada Eucaristía, en la cual, Jesucristo llevado por “un amor hasta el extremo” hay querido estar permanentemente y realmente presente en medio de nosotros.

Esta parábola o alegoría del Buen Pastor subraya tres aspectos que definen la manera que El Señor a elegido para estar con nosotros.

1.- El Buen Pastor conoce a sus ovejas y es conocido por ellas. En el antiguo Israel existía la costumbre, que se ha mantenido hasta hace poco tiempo en muchos lugares de guardar en el mismo redil ganado de diversos propietarios. Cuando, por la mañana, el pastor iba a recoger su rebaño, conocía perfectamente cuales eran sus ovejas, incluso las conocía por su nombre y ellas conocían su voz y sus silbos (“Pastor que con tus silbos amorosos me despertaste del profundo sueño”) y se iban detrás de Él, con toda confianza. Por eso el Señor les dice, apoyándose en esta costumbre: “Conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce a Mi”. Jesús nos conoce a cada uno y conoce nuestros altibajos y nuestros sufrimientos y esperanzas. Nos conoce perfectamente porque nos ama y nos cuida. (En realidad, sólo se conoce de verdad lo que se ama y se cuida). Él sabe lo que nos pasa y conoce nuestra historia de pecado y de arrepentimiento. Por eso podemos estar seguros junto a Él.

2.- El Buen Pastor va delante y conduce a sus ovejas a los lugares donde hay comida y agua abundante. Y ellas se fían. Tenemos que fiarnos del Señor. Y fiarnos de aquellos a quienes el Señor ha puesto al frente de su Iglesia. En el ministerio apostólico el Señor ha querido estar sacramentalmente presente como Pastor que guía y conduce a los suyos hacia las fuentes del bien y de la verdad. Una Iglesia que desconfía de sus pastores no puede sobrevivir. Tenemos que crecer en confianza y amor hacia nuestros pastores que, unidos al Sucesor de Pedro, cuando ejercen su magisterio, cuentan con una especial asistencia del Espíritu Santo para trasmitir con fidelidad las enseñanzas del Señor, incluso, en muchos momentos, muy a contracorriente de ciertas mentalidades y modas culturales (“lo culturalmente correcto”), que intentan destruir o adulterar las enseñanzas morales de la Iglesia, en temas tan esenciales como son la defensa de la vida humana, la defensa de la familia o la defensa de la libertad de los padres para educar a sus hijos conforme a sus convicciones morales y religiosas.

Tenemos que fiarnos del Señor y fiarnos de su Iglesia para ser verdaderos discípulos suyos. Ser discípulo es seguir a Jesús. “El que quiera ser discípulo mío que se niegue a sí mismo, cargue con sui cruz y me siga”. Seguir a Jesús es estar con Él, confiar en Él, amar con su mismo amor y ver el mundo como lo ve Él, desde la cruz: con unos ojos llenos de amor y misericordia.

3.- El Buen Pastor da la vida por las ovejas. “El Buen Pastor da la vida por las ovejas. El asalariado, que no es pastor, ve venir al lobo, andona las ovejas y huye (...) Yo, en cambio doy mi vida por las ovejas”. Jesús nos da la vida, nos entrega su vida. Él es la resurrección y la vida. En Él alcanzamos la vida. “No hay mayor amor que el que da la vida por sus amigos”. Jesús no huye de la cruz. En su muerte hemos sido redimidos de todo pecado y en su resurrección podemos alcanzar la vida eterna. “Cristo ha resucitado, resucitemos con Él. Muerte y vida lucharon y la muerte fue vencida. Es el gran que muere para el triunfo de la espiga”(himno de Pascua)

Esta es nuestra gran certeza, que nos llena esperanza, en los momentos difíciles: que Jesús nos da la vida para que tengamos vida eterna. “Por eso me ama el Padre, porque Yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que la entrego libremente...”

Jesús entrega su vida en cruz por nosotros, para que el pecado quede destruido y para que nosotros, incorporados a su muerte por el bautismo y el sacramento de la reconciliación, muramos también el pecado, el pecado sea definitivamente destruido en nosotros. Y Jesús resucita, al tercer día, para que también nosotros, con la gracia del Espíritu Santo que recibimos en los sacramentos, llevemos una vida nueva.

Vivamos esa vida nueva. Seamos en el mundo testigos del amor divino. Convirtamos nuestra vida, allí donde estemos, en la familia o en el trabajo o en el estudio o en nuestros ratos libres, en verdadera levadura de un humanidad, en la que resplandezca la dignidad de la persona humana y en la que todos podamos vivir gozosamente en paz.

Que la Virgen María, Madre de Aquel que dio su vida por nosotros, interceda por nosotros y nos acerque cada día más a Jesús parta que Él encontremos la “dicha” de un vida según su voluntad y alcancemos la vida eterna.

 

Dedicación al Culto Divino del Templo Parroquial de San Isidro

icon-pdfDescarga la homilía en formato PDF

DEDICACIÓN AL CULTO DIVINO DEL TEMPLO PARROQUIAL DE SAN ISIDRO

Queridos hermanos:

Vamos a vivir con mucho gozo esta solemne liturgia de la dedicación al culto divino de vuestro templo parroquial. Un templo construido con mucho cariño y con mucho esfuerzo y que, a partir de ahora, será el lugar donde esta comunidad parroquial se reunirá para alabar a Dios, celebrar los sacramentos y escuchar la palabra divina. Realmente, lo sabéis muy bien, lo que de verdad importa es el edificio espiritual, cuya piedra angular es Jesucristo. Nos lo acaba de recordar el apóstol Pedro: “Acercándoos a Él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida y preciosa ante Dios, también vosotros cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo” (I Ptr. 2,4-9)

La piedra fundamental sobre la que se construye la Iglesia es Jesucristo. Sobre él, unidos a Él, por nuestra fe en su muerte en la cruz y en su resurrección gloriosa, somos edificados los cristianos. En la medida en que los cristianos nos adherimos a Él y en Él crecemos, la Iglesia se va convirtiendo en morada de Dios en medio de los hombres.

Sois Parroquia, ante todo, gracias al hecho de que Cristo está aquí, en medio de vosotros, con vosotros y en vosotros. Sois Parroquia porque estáis unidos a Cristo gracias al memorial del único sacrificio de su Cuerpo y de su Sangre que se hace presente y se renueva en la Iglesia en el sacramento del pan y del vino. Centrad vuestras actividades parroquiales en la Sagrada Eucaristía y en el encuentro personal con Cristo.

Vivid la Eucaristía como banquete de comunión, en torno al cual la comunidad se reúne y se va consolidando entre todos la verdadera unidad. La Eucaristía, decía Juan Pablo II, crea comunión y educa para la comunión. “Esta peculiar eficacia para promover la comunión, propia de la Eucaristía, es uno de los motivos de la importancia de la Misa dominical...Ella es el lugar privilegiado donde la comunión es anunciada y cultivada constantemente. Precisamente a través de la participación eucarística, el día del Señor se convierte en el día de la Iglesia, que puede desempeñar así de manera eficaz su papel de sacramento de unidad” (E.E.41)

Papel privilegiado de la Parroquia es mantener y hacer visible esa unidad que brota de la Eucaristía. La Parroquia ha de ser acogedora para todos colaborando a la unidad del genero humano: ayudando a los matrimonios y a las familias, educando en la fe a los niños y a los jóvenes, cuidando a los enfermos y los ancianos, acogiendo con amor a todos los que acudan a ella., teniendo un corazón misericordioso con las mas diversas formas de pobreza tanto materiales como espirituales. La imagen de Zaqueo buscando al Señor, en medio de la multitud es un imagen muy elocuente de muchas personas, que hoy, perdidas en el anonimato de la gran ciudad, se sienten desamparadas y buscan una luz y un fundamento que de sentido a sus vidas.

Nadie ha de sentirse extraño en la Parroquia. Todavía sigue siendo válida aquella imagen rural de la Parroquia de la que nos hablaba el beato Juan XXIII. La Parroquia ha de ser como la fuente de la aldea, donde todo el mundo acude para calmar su sed. Hay mucha gente sedienta de Dios. ¡Que vuestro testimonio de vida les ayude a encontrarse con Aquel, que es fuente de agua viva, Jesucristo el Señor!

Los distintos ritos que iremos realizando nos ayudarán a comprender el misterio de la Iglesia, una Iglesia que renace en la fuente bautismal, se alimenta en la mesa de la Palabra y de la Eucaristía y crece por la acción del Espíritu Santo hasta convertirse en un templo espiritual.

La entrega al Obispo de las llaves del Templo significa que este edificio sólo tiene como misión acercar a los hombres a Dios, en el seno de la Santa Madre Iglesia, animada por el Espíritu Santo y guiada por Pedro y los apóstoles.

El agua bendita con la que hemos sido rociados y hemos rociado el templo nos ha recordado el bautismo. El bautismo es la puerta por la que hemos entrado a la Iglesia. En el bautismo hemos sido sumergidos en la muerte de Cristo para renacer con Él a una vida nueva y ser templo vivos de su gloria.

La proclamación de la Palabra de Dios tiene, como habéis visto, en este día una particular relevancia. Hemos pedido a Dios que en este templo resuene siempre con fuerza la Palabra divina para que todos los que acudan a él conozcan el misterio de Cristo y alcancen la salvación.

Dentro de un momento, al terminar la homilía, invocaremos a la Santísima Virgen y a todos los santos. Ellos forma la Jerusalén celeste. Los santos son nuestro intercesores y amigos. Ellos nos van a enseñar a seguir a Jesús y nos van a mostrar el sentido auténtico de la vida cristiana. De una manera especial pediremos la intercesión de S. Isidro labrador y de su esposa Sta. María de la Cabeza, modelo de matrimonio ejemplar. Y a ellos les vamos a pedir, en este día, que este templo sea el lugar donde el pueblo cristiano, reunido por Cristo, adore a Dios con espíritu y verdad y crezca cada día más en el amor. (La colocación de las reliquias en el altar, recordando la veneración que desde muy antiguo la Iglesia rendía a los santos mártires, nos ayudará a vivir esa comunión con aquellos que son para nosotros maestros de la fe.)

En la oración de dedicación expresaremos con mucha fe todo lo que para esta Parroquia va a significar este templo. “En este día tu pueblo quiere dedicarte , Señor, esta casa de oración en la cual te honra con amor, se instruye con tu Palabra y se alimenta con tus sacramentos.. que los pobres encuentre aquí misericordia, los oprimidos alcancen la verdadera libertad, y todos los hombre sientan la dignidad de ser hijos tuyos, hasta que lleguen gozosos a la Jerusalén celestial.”

Ungiremos después el altar y los muros del Templo con el Santo Crisma, pidiéndole al Señor que santifique este altar y este templo de forma que expresen visiblemente el misterio de Cristo y de la Iglesia. Y el incienso que después quemaremos sobre el altar recién consagrado expresará nuestra alabanza a Dios , nuestra oración ferviente y nuestro firme deseo de que, así como con el incienso el templo se llena de suave olor, así en esta comunidad cristiana se aspire siempre el aroma de Cristo.

En el evangelio de hoy el Señor nos invita a permanecer unidos a Él, como los sarmientos a la vid, para dar fruto abundante. El sarmiento no puede vivir separado de la vid. De ella viene la savia que lo alimenta. Si no es alimentado por la vid no puede producir nada que merezca la pena. Es la misma verdad que S. Pablo nos inculca con la imagen del cuerpo y los miembros: Cristo es la Cabeza de un cuerpo que es la Iglesia, de la cual cada cristiano es un miembro (cfr. Rom. 12,4 ss.; I Cor. 12,12 ss.). También el miembro si está separado del cuerpo, no puede hacer nada.

La savia que da vida a la vid y a los sarmiento y la fuerza vital que une íntimamente a la cabeza y a los miembros es el Espíritu Santo. En este día tenemos que pedir al Espíritu Santo el don de la comunión: que Él haga posible permanentemente entre nosotros el milagro de la unidad: “que todos sean uno, para que el mundo crea” . La unidad es un don que tenemos que pedir y al mismo tiempo una responsabilidad y una tarea que hemos de realizar: unidad, entre nosotros, con Cristo y en el seno de la Iglesia universal, aceptando gozosamente su diversidad de carismas y ministerios,. No se pueden separar estas tres realidades, unidas por el Espíritu Santo: nosotros (es decir la Parroquia), Cristo y la Iglesia. Como tampoco se puede separar la Iglesia Universal de la Iglesia Diocesana. En la Iglesia Diocesana, se concreta y realiza plenamente el misterio de la Iglesia Universal.

La Parroquia, crecerá en fecundidad apostólica y cumplirá plenamente su misión de ser sal y luz en medio de los hombres si permanece unida a Cristo, su Cabeza y con Cristo a la Iglesia Diocesana y a la Iglesia Universal. Estoy seguro de que así lo viviréis en esta Parroquia, que hoy dedica al culto divino su nuevo templo parroquial. Vivid muy abiertos y atentos al magisterio de La Iglesia, participad activamente en la iniciativas apostólicas, que la Iglesia os proponga, particularmente en los asuntos que, en estos momentos, tiene mayor urgencia como son los temas relativos a la transmisión de la fe, la juventud y la familia, y celebrad, gozosamente, siempre que os sea posible, los acontecimientos que van
marcando la vida y la historia de nuestra Iglesia diocesana. Y, sobre todo, en comunión con toda la Iglesia, vivid el ministerio de la caridad, es decir, el amor fraterno entre nosotros y la preocupación por los más pobres y los más necesitados de amor.

La Virgen María está muy presente hoy, en esta fiesta. Que ella proteja con amor maternal a esta comunidad que inaugura su templo parroquial.

Os invito en este día a poner vuestra mirada en la Virgen María y a pedir su intercesión para que nos ayude a vivir, unidos a ella, nuestro camino de confianza en la voluntad divina. Realmente el “si” de María al plan de Dios supuso un cambio completo en el destino del mundo. Gracias al “sí” de María nacerá Aquel que será la salvación de todos los hombres. Gracias al “si” de María será anunciada a todos los hombres la Buena Nueva. Gracias al “si” de María la muerte y el pecado serán vencidos. Y gracias al “si” de María el mundo recuperará la esperanza.

Que esta comunidad parroquial, a ejemplo de María, se deje transformar por Dios para convertirse en verdadera morada de Dios entre los hombres y en medio de este barrio, en medio de las casas de los hombres, proclame las maravillas de Dios y acerque a todas las gentes a Jesucristo, para que en Él encuentren la salvación. Amen