Ordenacion de Diaconos (16 de Julio)

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ORDENACIÓN DIÁCONOS
16 de Julio de 2005

Queridos hermanos sacerdotes, querida comunidad de madres carmelitas, queridos hermanos y hermanas, y muy particularmente queridos ordenandos que dentro de unos momentos vais a recibir el sagrado orden del diaconado.

Hoy es un día muy feliz para los Legionarios de Cristo y para toda la Iglesia. Un día de alabanza a Dios y de acción de gracias por los muchos dones que el Señor derrama continuamente sobre nosotros. Especialmente damos gracias a Dios por haber llamado a estos jóvenes al ministerio diaconal y por la respuesta generosa que ellos han dado al Señor; damos gracias por sus familias, que hoy viven con gozo este momento, en las cuales ha nacido y ha crecido su fe y damos gracias por sus formadores y superiores que durante varios años de intenso trabajo les han ido preparando en su camino al sacerdocio.

A vosotros, queridos ordenandos, quiero dirigirme de una manera más directa en este momento. Hace unos instantes, vuestro superior ha pronunciado vuestros nombres. Y vosotros os habéis levantado mientras decíais: “aquí estoy”. Después dirigiéndose a mí me ha pedido, en nombre de la Santa Madre Iglesia, que os ordene diáconos. Y yo, representando sacramentalmente, en este momento, a Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, he respondido diciendo como acabáis de oír: “ Con el auxilio de Dios y de Jesucristo, nuestro Salvador, elegimos a estos hermanos nuestros para el Orden de los diáconos”. Es Jesucristo quien os ha elegido. Es el Señor quien os llama. Se están cumpliendo ahora, aquí, en vosotros, las palabras del Señor a los apóstoles en la última Cena: “ No me habéis elegido vosotros a mí, sino que Yo os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda” (Jn. 15,16). La conciencia de esta elección, la seguridad de haber sido gratuitamente llamados por Él y la certeza de que vuestra oración será, en toda circunstancia, escuchada ha de llenar vuestra vida, para siempre, de una inmensa gratitud, y de un gozo desbordante, que nada ni nadie os podrá arrebatar; y de un deseo muy grande de cumplir la misión para la que Él os ha destinado. Es verdad que esa elección del Señor se ha ido manifestando poco a poco. Un día sentisteis que Dios os llamaba para algo especial. Más tarde, con la ayuda de vuestros formadores, esa llamada fue madurando. Y hoy esa llamada es confirmada por la Iglesia con la autoridad del Señor. No tengáis ningún temor. Hoy vais a recibir la gracia del Espíritu Santo para cumplir la misión que Jesucristo y la Iglesia os confían y para dar fruto abundante. Y lo que el Señor ha comenzado en vosotros, Él mismo lo llevará a término.

Vuestra misión consiste en estar donde está el Señor. Y estar como servidores: seguir al Señor como servidores de Dios y de los hombres. “Si alguno me sirve, que me siga, y donde esté yo, allí estará también mi servidor. Y mi Padre le honrará” (Jn.12,26). Y estar con Jesús es estar en la gloria del Padre, es decir, en la presencia y en el amor del Padre. Y, con el Padre por medio de Jesucristo y por el don del Espíritu Santo, estar con los hombres, haciendo presente entre ellos el amor infinito de Dios: haciendo presente entre los hombres la misericordia entrañable de un Dios que, como dice el salmo 112,: “Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes, los príncipes de su pueblo...” Un Dios que “ a la estéril le da un puesto en su casa como madre feliz de hijos”

En nuestro mundo, aparentemente opulento y lleno de bienestar, hay muchas necesidades y también, como dice el salmo, hay mucho desvalimiento. Está el desvalimiento y la pobreza de muchos hermanos nuestros que viven en situaciones verdaderamente críticas por su falta de recursos materiales, o por su desarraigo familiar, o por su situación de emigrantes recién llegados sin papeles y sin trabajo, o por tantas y tantas causas que conducen a la marginación y a la indigencia. Pero hay también otro desvalimiento, del que se habla menos y que incluso intenta taparse, el desvalimiento espiritual: la falta de valores espirituales y morales, el desconcierto de muchas familias que no saben cómo educar a sus hijos o la confusión de muchos jóvenes que no sabe qué hacer con su vida; y que se ven diariamente engañados por falsos paraísos de felicidad, que dejan el corazón vacío y una triste sensación de estar malgastando la vida.

Queridos ordenandos hoy la Iglesia os elige, os llama, os enriquece con el don del Espíritu Santo y os envía como diáconos para que, en medio de este mundo, como servidores del evangelio, anunciéis a Jesucristo, Salvador y Redentor, luz del mundo, en quien el hombre descubre su dignidad, su vida se llena de esperanza y el mundo entero adquiere para él consistencia y armonía.

En la oración propia de la ordenación de diáconos la Iglesia pide a Dios por vosotros con estas palabras: “Oh Señor concede a estos hijos tuyos que has elegido hoy para el ministerio del diaconado, disponibilidad para la acción, humildad en el servicio y perseverancia en la oración”. Esto es lo que la Iglesia quiere de vosotros: disponibilidad, humildad y perseverancia. Una disponibilidad que os llene de ardor apostólico y os haga estar siempre muy atentos a las necesidades de los hombres y a las orientaciones magisteriales de la Iglesia; una actitud humilde que os haga reconocer con gratitud, cada día, que todo lo que tenéis lo habéis recibido de Dios, y mucha perseverancia: siendo constantes en la oración y pacientes en el trabajo apostólico, soportando las debilidades humanas, propias y ajenas, y buscando siempre, no el propio provecho, sino el bien de aquellos que la Iglesia os ha confiado.

Y en la Plegaria de ordenación la Iglesia pide al Señor por los diáconos para que “resplandezca en ellos un estilo de vida evangélico, un amor sincero, solicitud por los pobres y los enfermos, una autoridad discreta, una pureza sin mancha y una observancia de sus obligaciones espirituales”

A partir de ahora, fortalecidos con el don del Espíritu Santo, tenéis, como diáconos, la misión de ayudar al Obispo y a su presbiterio en el anuncio de la Palabra, en el servicio del altar y en el ministerio de la caridad. Mostraos siempre como servidores de todos: que vean en vosotros al mismo Cristo, que se mostró, en el lavatorio de los pies, servidor de sus discípulos, enseñándonos que “el que quiera ser grande ha de convertirse en servidor... como el Hijo del hombre que no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida como rescate por muchos” (Mt. 20,26-28). Cuando exhortéis a los fieles, en la catequesis o en la homilía transmitiendo fielmente la fe de la Iglesia; o cuando presidáis las oraciones, administréis el bautismo, bendigáis los matrimonios o llevéis la comunión a los enfermos, que, en todo momento, sea el mismo Cristo quien actúe en vosotros , que os sintáis siempre instrumentos del Señor, hasta el punto de que el mismo Señor pueda deciros, al terminar cada jornada, como al servidor de la parábola: “Siervo bueno y fiel, en lo poco has sido fiel, te pondré la frente de lo mucho; entra en el gozo de tu Señor”(Mt. 25,23)

El ministerio del diaconado es un carisma, es un don del Espíritu. Pero es un don, no para vosotros, sino para la Iglesia, para el bien de la Iglesia, para la edificación del Cuerpo de Cristo. Acoged este don con mucho amor:

* Acoged este don haciendo de Jesucristo el centro de vuestra vida, en quien todo adquiere sentido y consistencia. (cfr. Col. 1,17). Que la Eucaristía, memorial de la Pascua del Señor, el sacramento de la reconciliación y la liturgia de las horas, sean el alimento de vuestra fe. Vivid como Él vivió, dando la vida por los demás, siendo seguidores fieles de Aquel que nos dijo: “Yo soy el buen pastor; y conozco a mis ovejas y las mías me conocen... y doy mi vida por las ovejas... nadie me la quita yo la doy voluntariamente” (Jn.10,14.15). El celibato, imitando a Jesucristo célibe, será para vosotros símbolo y, al mismo tiempo, estímulo para vivir la caridad pastoral y fuente de una especial fecundidad apostólica. Aceptad el celibato como una regalo de Dios y señal de una particular intimidad con Él. Por vuestro celibato os resultará más fácil consagraros, sin dividir el corazón, al servicio de Dios y de los hombres y con mayor facilidad seréis verdaderos ministros de la gracia divina.

* Acoged el don de este ministerio que la Iglesia os confía, abrazando la cruz. No son tiempos fáciles. Lo sabéis. Recibid como dirigidas hoy a vosotros, las palabras de Pablo a su joven discípulo Timoteo: “Haz memoria de Jesucristo el Señor, resucitado de entre los muertos... por el que sufro hasta llevar cadenas como un malhechor. Pero la Palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna” (2 Tim. 8-13

* Y finalmente, acoged este don de Dios, en todo momento, con un corazón agradecido y gozoso, como el samaritano, del evangelio, que al ver lo que el Señor había hecho con él, “se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias” (Lc.17,15).

Celebramos hoy la fiesta de Nuestra Señora del Carmen: Nuestra Madredel Monte Carmelo, aquel Monte en el que, como hemos recordado en la primera lectura el profeta Elías, defendió con ardor, frente a la idolatría, la fe de Israel y experimentó la misericordia divina. Pedimos hoy especialmente la protección de la Virgen María para que con su intercesión nos conceda del Señor ser siempre valientes defensores de la fe.

En el evangelio de San Juan veíamos cómo el Señor desde la cruz nos la entregaba como Madre. A partir de aquel momento la madre del Redentor se convertía también en la Madre de los redimidos por la sangre de su Hijo. Que la Virgen María acompañe con cuidado maternal a estos dos jóvenes que hoy van a ser ordenados diáconos. Y que vuestra actitud y la de todos los que hoy os acompañamos sea siempre ante Dios como la de la humilde servidora del Señor, dócil a su Palabra para que siempre reconozcamos y proclamemos con gozo las maravillas de Dios.

 

Profesion de la Hermana Elisa

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PROFESIÓN SOLEMENE DE LA HERMANA ELISA DE LA CONGREGACIÓN DE HERMANAS HOSPITALARIAS DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Muy queridos hermanos sacerdotes, querida comunidad de hermanas hospitalarias, queridos hermanos y amigos y muy especialmente querida hermana Elisa.

Hoy la Iglesia entera alaba a Dios y le da gracias por la especial llamada que el Señor ha dirigido a nuestra hermana Elisa y por su respuesta generosa y confiada.

Dentro de un momento la hermana maestra le va a preguntar delante de todos nosotros: “¿Qué pides a Dios y a la Santa Iglesia?” Y ella va a responder: “Seguir a Jesucristo compasivo y misericordioso, profesando en esta Congregación de Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús y dedicarme al servicio de los hermanos enfermos, todos los día de mi vida?”. Es un petición, fruto de un deseo, que el mismo Señor suscitó un día en su corazón y que, después de un largo periodo de discernimiento y formación, hoy ha alcanzado la madurez suficiente para ser expresado de una manera pública, solemne y definitiva. Y la Iglesia, representada en el Obispo, va a aceptar esa petición y va a elevar a Dios su oración, suplicando la asistencia especial del Espíritu Santo, con la absoluta certeza de que nunca le va a faltar la gracia divina para vivir con total entrega esta vocación a la que el Señor la llama.

Deseas, hermana Elisa, seguir a Jesucristo, compasivo y misericordioso, viviendo para siempre el carisma de la Hospitalidad al estilo de San Benito Meni, Maria Josefa y María Angustias, en comunidad fraterna, al servicio de los enfermos, “sus vivas imágenes”, con el mismo ardor de su Corazón. El Señor te invita a una plena identificación con Él haciendo también tuyas aquellas palabras del profeta Isaías, cumplidas en Jesús, y permanentemente vivas en su Cuerpo que es la Iglesia: “El Espíritu del Señor está sobre mi, porque Él me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres...” (Lc.4,14,22)

La Iglesia, y en concreto nuestra Iglesia diocesana de Getafe, admira y agradece a las personas consagradas que, asistiendo a los enfermos y a los que sufren, contribuyen de manera significativa a su misión evangelizadora. Porque no hay evangelización sin caridad. “Amémonos unos a otros ya que el amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios porque Dios es amor” (I Jn.4,7-21). Vosotras, queridas hermanas hospitalarias, prolongáis el ministerio de la misericordia de Cristo, que pasó “haciendo el bien y curando a todos” (Hech. 10,38). Vosotras, siguiendo las huellas de Jesucristo, divino samaritano, médico del cuerpo y del alma, y a ejemplo de vuestro fundador S. Benito Meni, tenéis la misión, en un mundo como el nuestro tan deshumanizado por el secularismo y la ausencia de Dios, de
manifestar con vuestra vidas que cuando el amor divino llena el corazón todo queda en un segundo plano ante la felicidad que uno siente y se transforma en un deseo inmenso, de hacer partícipes a todos, especialmente a los más desamparados, de esa luz que llena la vida de amor y de esperanza. Procurad siempre que los enfermos más pobres y abandonados ocupen un lugar privilegiado en vuestras decisiones; y ayudadles a ofrecer su dolor a Dios y a tener conciencia de que unidos a Cristo crucificado y glorificado son sujetos activos en el misterio de la redención a través de la sabiduría de la cruz.

Realmente la vida consagrada es en medio de nuestro ambiente cultural, tan vacío de Dios, un verdadero testimonio profético de la primacía de Dios y de los valores evangélicos de la vida cristiana. Dios os ha elegido para que con vuestras vidas manifestéis a los hombres de nuestro tiempo que nada puede anteponerse al amor personal por Cristo y por los pobres en los que Él vive.

Las que, por la gracia de Dios, habéis sido elegidas para este modo de vivir debéis sentir que en vuestro corazón arde la pasión por la santidad de Dios: por la primacía de Dios frente a cualquier otro bien. Y, después de acoger la Palabra de Dios en el diálogo íntimo de la oración y de alimentaros asiduamente con la Eucaristía, sacramento de la Pascua del Señor, debéis sentiros llamadas para proclamar, con vuestras vidas, con vuestros labios y con el testimonio de vuestros hechos, la misericordia infinita de nuestro Dios.

Los votos de castidad, pobreza y obediencia, que la hermana Elisa va a pronunciar dentro de un momento, son la expresión de su total entrega al Señor y al mismo tiempo son una respuesta valiente a los grandes desafíos o provocaciones que la sociedad moderna dirige a la Iglesia.

“La primera provocación proviene de una cultura hedonística que deslinda la sexualidad de cualquier norma moral objetiva, reduciéndola frecuentemente a mero juego y objeto de consumo, transigiendo, con la complicidad de los medios de comunicación social, con una especie de idolatría del instinto. Sus consecuencias están a la vista de todos (...) La respuesta de la vida consagrada consiste ante todo en la práctica de la castidad perfecta, como testimonio de la fuerza del amor de Dios en la fragilidad de la condición humana. La persona consagrada manifiesta que lo que muchos creen imposible es posible y verdaderamente liberador con la gracia del Señor Jesús. Sí, ¡ en Cristo es posible amar a Dios con todo el corazón, poniéndolo por encima de cualquier otro amor, y amar así con la libertad de Dios a todas las criaturas!”(V.C.88)

“La segunda provocación está hoy representada por un materialismo ávido de poseer, que se desentiende de las necesidades y sufrimientos de los más débiles (...) La respuesta de la vida consagrada a esta provocación es la profesión de la pobreza evangélica (...) acompañada por un compromiso activo en la promoción de la solidaridad y de la caridad (V.C.90). Con su voto de pobreza la persona consagrada da testimonio, ante el mundo, de que su verdadera riqueza, su auténtico tesoro es Cristo. Y teniendo a Cristo no necesita más, porque en Él lo ha alcanzado todo.

“Y la tercera provocación proviene de aquellas concepciones de la libertad (...) que prescinden de su relación constitutiva con la verdad y con la norma moral (...). Una libertad no para el bien de la persona, que la dignifique y la encamine hacia la felicidad, sino una libertad, en muchos casos. para el mal que la encamina hacia aquello que la degrada y la hace infeliz. “La respuesta a esta provocación es la obediencia que caracteriza la vida consagrada. Una obediencia que hace particularmente viva la obediencia de Cristo al Padre (...) y testimonia que no hay contradicción entre obediencia y libertad. (V.C.91). Realmente la actitud de Cristo nos desvela el sentido de la auténtica libertad, que no es otro que el camino de la obediencia al Padre. Sólo Dios conoce lo que mejor nos conviene y lo que más felices no hace. Obedecer a Dios y hacer, como Cristo, de su voluntad nuestro alimento es lo que verdaderamente nos sitúa en el camino de lo que es más conveniente para la persona humana y, por tanto, en el camino de la verdadera felicidad.

Pero además este testimonio del voto de obediencia de las personas consagradas tiene un significado particular en la vida religiosa por la dimensión comunitaria que la caracteriza. La vida fraterna es el lugar privilegiado para discernir y acoger la voluntad de Dios y caminar juntas en unión de espíritu y corazón. La obediencia, vivificada por la caridad, une, en concreto, a los miembros de esta Congregación de Hermanas Hospitalarias del Corazón de Jesús en un mismo testimonio y en una misma misión, aun respetando la propia individualidad de cada hermana y la diversidad de dones particulares que cada una haya recibido. Y, por ello, todas saben reconocer en su superiora la expresión de la paternidad de Dios y saben ver en el ejercicio de su autoridad, recibida del Señor, un servicio necesario para el discernimiento y la comunión . La vida comunitaria es además un signo vivo para la Iglesia y para la sociedad del vínculo que surge de la misma llamada y de la misma voluntad común de obedecerla por encima de cualquier diversidad de raza y de origen, de lengua o de cultura.(Cfr. V.C.92)

Verdaderamente la vida consagrada y su expresión visible en los votos de castidad, pobreza y obediencia son un gran don para la Iglesia y por eso hoy le damos gracias a Dios y le pedimos que ilumine y llene de fortaleza a todos los que Él ha querido llamar a esta forma radical de vivir la vocación bautismal para que, siendo fieles al carisma de su fundadores y en comunión plena con la Iglesia sean signo luminoso de la primacía de Dios de los bienes del reino futuro, cuando Dios lo sea todo en todos.

Así se lo pedimos a nuestra Madre la Virgen Santísima, encomendándonos confiadamente a Ella.

“A ti Madre, que deseas la renovación espiritual y apostólica de tus hijos e hijas en la respuesta de amor y entrega total a Cristo, elevamos confiadamente nuestra súplica. Tu que has hecho en todo momento la voluntad del Padre: estando siempre disponible en la obediencia, siendo intrépida y valiente en la pobreza, y mostrándote con todos acogedora en tu virginidad fecunda, alcanza de tu divino Hijo para nuestra hermana Elisa y para cuantas han recibido el don de seguirlo en esta Congregación de Hermanas Hospitalarias, el don de saber testimoniarlo con una existencia transfigurada, caminando gozosamente, junto con todos los que hoy participamos en esta celebración, hacia la Patria Celestial y la Luz que no tiene ocaso” Amen (Cfr. V.C. 112)

 

Fiesta de Santa Maria la Blanca

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FIESTA DE SANTA MARÍA LA BLANCA
Alcorcón-2005


En la fiesta litúrgica de la Natividad de la Santísima Virgen, honramos hoy también a nuestra Madre en su advocación, tan querida para este pueblo de Alcorcón, de Santa María la Blanca.

La Iglesia nos ofrece en el oficio de lecturas de este día, unas preciosas palabras de San Andrés de Creta que señalan el significado de esta celebración: “Convenía que la fulgurante y sorprendente venida del Hijo de Dios fuera precedida de algún hecho que nos preparara a recibir con gozo el gran don de la salvación. Y este es el significado de la fiesta que hoy celebramos, ya que el nacimiento de la Madre de Dios, es el comienzo de todo un cúmulo de bienes, comienzo que hallará su término y complemento en la unión del Verbo con la carne que le estaba destinada(...) Un doble beneficio nos aporta este hecho: nos conduce a la verdad y nos libera de una manera de vivir sujeta a la esclavitud de la letra de la ley”

Con toda razón llamamos a la Virgen en una de las letanías del Rosario: “Estrella de la mañana”. Ella es la estrella de la cual nació el sol. Verdaderamente ella es la estrella que anuncia a los hombres la llegada de un nuevo amanecer lleno de vida. Ella, acogiendo en su seno, al Hijo de Dios, ofrece a los hombres la vida eterna, el sol que no conoce el ocaso, Jesucristo Señor nuestro.

María nos pone en el camino de la verdad y continuamente nos repite aquellas mismas palabras que dijo a los sirvientes de las bodas de Caná: “haced lo que Él os diga”. Hoy volvemos a escuchar esas palabras. Y por eso, de la mano de María, en esta fiesta tan familiar y tan llena de resonancias afectivas, ponemos nuestros ojos en Jesús y de una manera muy especial, en este año de la Eucaristía, ponemos nuestros ojos en Jesucristo vivo y presente en el Misterio Eucarístico.

Hace pocas semanas un grupo numeroso de jóvenes de Alcorcón, junto con más de setecientos jóvenes de la diócesis de Getafe peregrinaba a al ciudad alemana de Colonia para participar con el Papa Benedicto XVI en la vigésima Jornada mundial de la Juventud. Ha sido un acontecimiento eclesial y social de una gran magnitud. Era verdaderamente sorprendente ver invadidas de jóvenes, venidos de todos los continentes, las calles de Colonia y de las ciudades cercanas de Bön y Dusseldorf, acamando a Jesucristo y vitoreando al Papa. La autoridades y las fuerzas de orden público estaban verdaderamente sorprendidas al ver aquellas inmensas riadas de jóvenes, sin ningún altercado, sin ninguna violencia, sin alcohol y sin drogas, en un clima de fiesta, de paz y de alegría, con banderas de todos los países, con chicos y chicas de todas las razas, sintiéndose felices de
pertenecer a la Iglesia y proclamando con su alegría y con sus cantos el inmenso gozo que brota del evangelio. Allí, verdaderamente estaba Jesucristo. En esos jóvenes se percibía la belleza de la vida cristiana y la esperanza de una nueva humanidad llena de amor a Dios y de respeto a la dignidad del ser humano.

El domingo 21 de Agosto un gran multitud de jóvenes, que posiblemente superaba el millón, en la gran explanada de Marienfeld participaba con un admirable respeto en la Eucaristía presidida por el Papa y escuchaba con un impresionante silencio las palabras del Santo Padre en su homilía. Y el Papa les hablaba de la Eucaristía. Y les invitaba a dejarse transformar por el Señor. Y les animaba a entrar en la “hora” de Jesús. Esa “hora” en la que Jesús, “habiendo amado a los suyos que estaban en le mundo los amó hasta el extremo”. Y les exhortaba a dejarse arrastrar por esa dinámica transformadora del amor, para ser constructores de una humanidad nueva.

En esta fiesta de María, pidiendo su intercesión y acogiéndonos a su protección maternal quiero compartir con vosotros las palabras que sobre la Eucaristía el Papa dirigía los jóvenes, para que nosotros, con el ejemplo de nuestra fe seamos para ellos un verdadero modelo de vida cristiana.

¿Qué significa la Eucaristía? ¿Qué está realmente sucediendo cuando celebramos la Eucaristía?. “Haciendo del pan su Cuerpo y del vino su sangre – decía el Papa a los jóvenes - Jesús anticipa su muerte en la cruz y la transforma en un acto de amor. Lo que desde el exterior es violencia brutal, desde el interior se transforma en un acto de un amor que se entrega totalmente. Esta es la transformación sustancial que se realizó en el Cenáculo y que estaba destinada a suscitar un proceso de transformaciones cuyo último fin es la transformación del mundo hasta que Dios sea todo en todos. Desde siempre todos los hombres esperan en
su corazón, de algún modo, una transformación del mundo. Este es, ahora, el acto central de transformación capaz de renovar verdaderamente el mundo”

Queridos hermanos, pidamos hoy, en su fiesta, a la Virgen María, que nos ayude a comprender, y que ayude a comprender a aquellos jóvenes que escuchaban atentamente al Papa, toda la fuerza transformadora que encierra el Misterio Eucarístico. En la Eucaristía el odio se transforma en amor y la muerte se transforma en vida. La Eucaristía significa la victoria del amor sobre todo tipo de destrucción, de violencia o de muerte. La Eucaristía nos introduce en el reino de la libertad y de la vida. Es, como decía el Papa “una explosión del bien que vence al mal” y que es capaz de suscitar toda una cadena de transformaciones que cambiarán el mundo.Esto es la redención. Y nosotros podemos entrar en ese dinamismo de la redención. El Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos dan para que nosotros mismos seamos transformados y para que nos comprometamos en ese proceso de transformación del mundo por la fuerza del amor.

Vivimos momentos en nuestra sociedad y en nuestra cultura especialmente delicados. Hay valores esenciales que, bajo la capa de un falso progreso, están siendo claramente vulnerados: el valor y el respeto a la vida y a la dignidad de la persona humana, desde el momento mismo en que es concebida hasta su muerte natural; el valor de la familia como ese ámbito sagrado en el que, fruto del amor estable y fecundo de un hombre y de una mujer, de un padre y de una madre, el ser humano nace a la vida y crece y es educado en un clima de ternura y de acogida; y el valor de la libertad: una libertad entendida como esa capacidad del hombre para orientar su vida, no hacia el mal que le destruye sino hacia el bien, hacia la verdad, hacia la belleza y hacia todo aquello que le dignifica como persona y que le conduce a la felicidad; una libertad que tiene, entre sus manifestaciones más importantes, el derecho y la obligación de los padres de educar a sus hijos según sus propias convicciones religiosas y morales y que ha de ser protegido por las leyes, según establece nuestra Constitución, reconociendo el valor de la clase de religión en todos los centros de enseñanza y la posibilidad de que los padres puedan llevar a sus hijos, en igualdad de condiciones y sin ningún tipo de discriminación, a aquellos centros cuyo ideario sea más conforme con esas convicciones.

La Eucaristía nos empuja a un modo de vivir, activo, dinámico y transformador. Vivir la Eucaristía es entrar, como la Virgen María en el plan de Dios. La Eucaristía es acción de gracias, alabanza, bendición y transformación a partir del Señor. La Eucaristía debe llegar a ser el centro de nuestra vida. Y especialmente la Eucaristía del domingo que es el día del Señor. No perdamos nunca el sentido del domingo como el día del Señor. El día en que Jesucristo, venciendo la muerte salió del sepulcro. El día de la nueva creación.

Y, en torno al domingo, tal como decía el Papa en Colonia a los jóvenes, construyamos comunidades vivas. Quien ha descubierto a Cristo siente en su corazón el deseo de llevar a otros hacia Él.. Quien ha descubierto a Cristo siente tal alegría que no puede guardársela para sí mismo. Siente la necesidad de transmitirla a los demás. Construyamos, en torno a la Eucaristía, comunidades cristianas que vivan el mandamiento del amor, teniendo todos en ellos un solo corazón; comunidades cristianas con capacidad de perdón, con sensibilidad hacia las necesidades de los demás, comprometidas en su servicio al prójimo y siempre dispuestas a compartir sus bienes con los demás.

Acudamos hoy con mucha confianza a María para que ella nos alcance de su Hijo la gracia de sentir el gozo y la belleza de la vida cristiana, y para que, dejándonos transformar por Él, contribuyamos con nuestro esfuerzo en la construcción de un mundo en el que, respetando la pluralidad de razas y culturas, resplandezca la dignidad del hombre, imagen de Dios. “Pongámonos, sobre todo a la escucha de María, en quien el misterio eucarístico se muestra, más que en ningún otro, como misterio de luz. Mirándola a ella conocemos la fuerza transformadora que tiene la Eucaristía. En ella vemos el mundo renovado por el amor. Al contemplarla, elevada al cielo en cuerpo y alma, vemos un resquicio del “cielo nuevo y de la tierra nueva” que se abrirán ante nuestros ojos con la segunda venida de Cristo” (I.E. 61). Que ella interceda por nosotros. Amen.

Fiesta del Santisimo Cristo del Humilladero (Cadalso)

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FIESTA DEL SANTÍSIMO CRISTO DEL HUMILLADERO
Cadalso - 2005

En torno a la mesa del altar, en esta fiesta del Santísimo Cristo que tantas resonancias afectivas despierta en todos nosotros, especialmente en los que habéis nacido y vivido siempre en Cadalso, el Señor nos convoca y nos llama para estar con Él, para escuchar su Palabra, para manifestarle con gozo que queremos seguirle y para caminar con Él en el camino de la vida. Y nosotros hemos respondido a su llamada con nuestra presencia aquí, en un ambiente de fraternidad y de fiesta y queremos hoy acompañarle con nuestros cantos, con nuestra plegaria y con nuestra fe. En medio de la rutina diaria necesitamos estos momentos de expansión, de fiesta y de encuentro familiar para que Cristo desde la cruz nos recuerde las cosas esenciales de la vida y nos consuele en la tribulación. Contemplando el rostro del Señor, crucificado por amor, queremos hoy renovar nuestro deseo más íntimo de quitar de nosotros todo lo que estorba para el encuentro con Cristo, de acudir a los sacramentos, particularmente al sacramento de la reconciliación para recibir el perdón de los pecados, actualizar en nosotros la gracia bautismal y orientar nuestra vida definitivamente según la luz del Evangelio.

Celebramos esta fiesta del Santísimo Cristo en el marco litúrgico de la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz. En el oficio de lecturas leíamos esta mañana estas preciosas palabras de san Andrés de Creta: “Por la Cruz,cuya fiesta celebramos, fueron expulsadas las tinieblas y devuelta la luz. Celebramos hoy la fiesta de la cruz y, junto con el Crucificado, nos elevamos hacia lo alto, para, dejando abajo la tierra y el pecado, gozar de los bienes celestiales (...) Quien posee la cruz posee un tesoro. Y, al decir un tesoro, quiero significar con esta expresión a aquel que es, de nombre y de hecho el más excelente de todos los bienes, en el cual, por el cual, y para el cual culmina nuestra salvación y se nos restituye al estado de justicia original”

Este misterio de amor que es la cruz de Cristo, queridos hermanos de Cadalso, quiso el Señor anticiparlo, en la última cena, en el misterio eucarístico. En este año de la Eucaristía os invito especialmente a contemplar el rostro de Cristo en el pan y en el vino consagrados, donde el Señor ha querido permanecer con nosotros, acompañando y dando unidad a su Iglesia hasta el final de los tiempos.

Hace pocas semanas más de setecientos jóvenes de la diócesis de Getafe, peregrinaba a al ciudad alemana de Colonia para participar con el Papa Benedicto XVI en la vigésima Jornada mundial de la Juventud. Ha sido un acontecimiento eclesial y social de una gran magnitud. Era verdaderamente sorprendente ver invadidas de jóvenes, venidos de todos los continentes, las calles de Colonia y de las ciudades cercanas de Bön y Dusseldorf, acamando a Jesucristo y vitoreando al Papa. La autoridades y las fuerzas de orden público estaban verdaderamente sorprendidas al ver aquellas inmensas riadas de jóvenes, sin ningún altercado, sin ninguna violencia, sin alcohol y sin drogas, en un clima de fiesta, de paz y de alegría, con banderas de todos los países, con chicos y chicas de todas las razas, sintiéndose felices de pertenecer a la Iglesia y proclamando con su alegría y con sus cantos el inmenso gozo que brota del evangelio. Allí, verdaderamente estaba Jesucristo. En esos jóvenes se percibía la belleza de la vida cristiana y la esperanza de una nueva humanidad llena de amor a Dios y de respeto a la dignidad del ser humano.

El domingo 21 de Agosto un gran multitud de jóvenes, que posiblemente superaba el millón, en la gran explanada de Marienfeld participaba con un admirable respeto en la Eucaristía presidida por el Papa y escuchaba con un impresionante silencio las palabras del Santo Padre en su homilía. Y el Papa les hablaba de la Eucaristía. Y les invitaba a dejarse transformar por el Señor. Y les animaba a entrar en la “hora” de Jesús. Esa “hora” en la que Jesús, “habiendo amado a los suyos que estaban en le mundo los amó hasta el extremo”. Y les exhortaba a dejarse arrastrar por esa dinámica transformadora del amor, para ser constructores de una humanidad nueva.

En esta fiesta del Santísimo Cristo quiero compartir con vosotros las palabras que sobre la Eucaristía el Papa dirigía los jóvenes, para que nosotros, con el ejemplo de nuestra fe seamos para ellos un verdadero modelo de vida cristiana.

¿Qué significa la Eucaristía? ¿Qué está realmente sucediendo cuando celebramos la Eucaristía?. “Haciendo del pan su Cuerpo y del vino su sangre – decía el Papa a los jóvenes - Jesús anticipa su muerte en la cruz y la transforma en un acto de amor. Lo que desde el exterior es violencia brutal, desde el interior se transforma en un acto de un amor que se entrega totalmente. Esta es la transformación sustancial que se realizó en el Cenáculo y que estaba destinada a suscitar un proceso de transformaciones cuyo último fin es la transformación del mundo hasta que Dios sea todo en todos. Desde siempre todos los hombres esperan en
su corazón, de algún modo, una transformación del mundo. Este es, ahora, el acto central de transformación capaz de renovar verdaderamente el mundo”

Queridos hermanos, pidamos hoy, en esta fiesta, al Señor, que nos ayude a comprender, y que ayude a comprender a aquellos jóvenes que escuchaban atentamente al Papa, toda la fuerza transformadora que encierra el Misterio Eucarístico. En la Eucaristía el odio se transforma en amor y la muerte se transforma en vida. La Eucaristía significa la victoria del amor sobre todo tipo de destrucción, de violencia o de muerte. La Eucaristía nos introduce en el reino de la libertad y de la vida. Es, como decía el Papa “una explosión del bien que vence al mal” y que es capaz de suscitar toda una cadena de transformaciones que cambiarán el mundo. Esto es la redención. Y nosotros podemos entrar en ese dinamismo de la redención. El Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos dan para que nosotros mismos seamos transformados y para que nos comprometamos en ese proceso de transformación del mundo por la fuerza del amor.

Vivimos momentos en nuestra sociedad y en nuestra cultura especialmente delicados. Hay valores esenciales que, bajo la capa de un falso progreso, están siendo claramente vulnerados: el valor y el respeto a la vida y a la dignidad de la persona humana, desde el momento mismo en que es concebida hasta su muerte natural; el valor de la familia como ese ámbito sagrado en el que, fruto del amor estable y fecundo de un hombre y de una mujer, de un padre y de una madre, el ser humano nace a la vida y crece y es educado en un clima de ternura y de acogida; y el valor de la libertad: una libertad entendida como esa capacidad del hombre para orientar su vida, no hacia el mal que le destruye sino hacia el bien, hacia la verdad, hacia la belleza y hacia todo aquello que le dignifica como persona y que le conduce a la felicidad; una libertad que tiene, entre sus
manifestaciones más importantes, el derecho y la obligación de los padres de educar a sus hijos según sus propias convicciones religiosas y morales y que ha de ser protegido por las leyes, según establece nuestra Constitución, reconociendo el valor de la clase de religión en todos los centros de enseñanza y la posibilidad de que los padres puedan llevar a sus hijos, en igualdad de condiciones y sin ningún tipo de discriminación, a aquellos centros cuyo ideario sea más conforme con esas convicciones.

La Eucaristía nos empuja a un modo de vivir, activo, dinámico y transformador. Vivir la Eucaristía es entrar en el plan de Dios. La Eucaristía es acción de gracias, alabanza, bendición y transformación a partir del Señor. La Eucaristía debe llegar a ser el centro de nuestra vida. Y especialmente la Eucaristía del domingo que es el día del Señor. No perdamos nunca el sentido del domingo como el día del Señor. El día en que Jesucristo, venciendo la muerte salió del sepulcro. El día de la nueva creación.

Y, en torno al domingo, tal como decía el Papa en Colonia a los jóvenes, construyamos comunidades vivas. Quien ha descubierto a Cristo siente en su corazón el deseo de llevar a otros hacia Él.. Quien ha descubierto a Cristo siente tal alegría que no puede guardársela para sí mismo. Siente la necesidad de transmitirla a los demás. Construyamos, en torno a la Eucaristía, comunidades cristianas que vivan el mandamiento del amor, teniendo todos en ellos un solo corazón; comunidades cristianas con capacidad de perdón, con sensibilidad hacia las necesidades de los demás, comprometidas en su servicio al prójimo y siempre dispuestas a compartir sus bienes con los demás.

Acudamos hoy con mucha confianza al Señor para que nos alcance la gracia de sentir el gozo y la belleza de la vida cristiana, y para que, dejándonos transformar por Él, contribuyamos con nuestro esfuerzo en la construcción de un mundo en el que, respetando la pluralidad de razas y culturas, resplandezca la dignidad del hombre, imagen de Dios.

Que la cruz salvadora de Cristo nos llene de su luz y todos los días podamos decir como el apóstol Pablo: “”vivo yo, pero no soy yo es Cristo quien vive en mi. Y, mientras vivo en esta carne, vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mi” (Gal. 2,19 sig.)

Que la santísima Virgen, Madre del Redentor y Madre nuestra, que junto a la cruz de su Hijo permaneció obediente a la voluntad del Padre interceda por nosotros y nos conduzca a la gloria de la resurrección. Amen.

 

Primer Aniversario Madre Josefa

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DOMINGO XXVII –A
(Primer aniversario – M.Josefa)

Hemos comenzado nuestra celebración eucarística, pidiéndole al Señor, en la oración propia de este domingo 27 del tiempo ordinario que derrame sobre nosotros su misericordia y nos libre de toda inquietud. Verdaderamente experimentamos continuamente su misericordia, pero no siempre sabemos corresponder como Él se merece. Por eso le pedimos que sea paciente y misericordioso con todos nosotros y que, a través nuestro, como instrumentos suyos, dóciles a su Palabra, seamos cauce e instrumento de su misericordia para todos los hombres.

La Eucaristía, memorial perpetuo de la cruz redentora de Cristo, es una prueba siempre actual de la misericordia divina. En la Eucaristía nos sentimos permanentemente convocados por el Señor para construir la Iglesia, sacramento universal de salvación; y para proclamar y anunciar a todos los hombres con nuestra vida y nuestra palabra el Reino de Dios.

En esta Eucaristía queremos también darle gracias al Señor por la vida de la Madre Maria Josefa del Corazón de Jesús, priora de este Monasterio del Cerro de los Ángeles, en el primer aniversario de su muerte. Fue una hija fiel de Santa Teresa de Jesús y una de las hijas predilectas de Santa Maravillas de Jesús, con la que colaboró en sus muchos trabajos y fundaciones. El Señor quiso llamarla en la fiesta de los Santos Ángeles Custodios, a los que invocaba diariamente y ellos la habrán conducido hasta la presencia de Dios para recibir el premio que tiene reservado a los que le siguen con fidelidad. Toda su vida quiso ser respuesta generosa a la llamada de Dios a la santidad. En sus últimos días escuchaba con mucho agrado, como nos cuentan sus hermanas, el bello poema de Santa Teresa de Jesús. “¿Qué mandáis hacer de mi?”. Seguro que su corazón, íntimamente unido al Corazón de Jesús y al Corazón de María, sólo deseaba en esos momentos y como culminación de toda una vida, entregarse definitivamente al Señor para gozar eternamente de su divina presencia.

Las lecturas de hoy nos ofrecen la alegoría de la viña para ayudarnos a comprender la relación de Dios con su Pueblo. Un Dios que se desvive por los suyos y un pueblo ingrato incapaz de corresponder a su amor. “Voy a cantar, en nombre de mi amigo, un canto de amor a su viña. Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la descantó y plantó buenas cepas; construyo en medio una atalaya y cavó un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones (...) ¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no haya hecho? (...) Pues ahora os diré a vosotros lo que voy a hacer con mi viña: quitar su valla, para que sirva de pasto, quitar su tapia para que la pisoteen”(Is. 5,1-7). Dios el Esposo ha agotado todos sus recursos de amor a favor de su pueblo Israel. Y su amor decepcionado abandona, con pesar a la viña a su propia suerte. Y entonces viene el desastre. Es la síntesis de la historia de la salvación: la lucha entre la misericordia amorosa de Dios y la infidelidad constante del hombre. Pero Dios no se cansa de amar. Y Jesucristo, Enviado del Padre, viene a rehacer la viña. Y la historia se repite: “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron”. Y el Hijo, enviado por el Padre es rechazado y crucificado. Pero la historia no termina con su muerte. En su resurrección gloriosa, en el Hijo resucitado, en Jesucristo glorioso, que, por obra del Espíritu Santo, vive en la Iglesia, nace una humanidad nueva redimida y salvada, en todos aquellos que se dejan guiar por el mismo Espíritu. Por la muerte de Cristo el pecado queda definitivamente destruido y por su resurrección podemos llegar a ser criaturas nuevas. Este misterio inefable de la destrucción del pecado y de la nueva vida en Cristo se sigue realizando permanentemente en la Iglesia, donde la viña del Señor es continuamente regenerada por la Palabra de Dios, por el perdón de los pecados y por la Eucaristía.

La Iglesia entera, regenerada por la sangre de Cristo vive en sus diversos carismas y ministerio, la llamada a la santidad. Y en ella la vocación de las monjas de clausura ocupa un lugar destacadísimo. “El género de vida de las monjas de clausura es un signo de la unión exclusiva de la Iglesia-Esposa con su Señor profundamente amado (...) La vida de las monjas de clausura, ocupadas principalmente en la oración, en las ascesis y en el progreso ferviente de la vida espiritual “no es otra cosa que un viaje a la Jerusalén celestial y una anticipación de la Iglesia escatológica, abismada en la posesión y contemplación de Dios” (VC.599).

La Madre Maria Josefa del Corazón de Jesús, que vive ya en el gozo de la Jerusalén celeste, es un claro ejemplo de vida escondida con Cristo en Dios, que con su vocación contemplativa, con su trabajo silencioso y su oración incesante ha estado activamente presente en la vida y en la misión de la Iglesia. Contribuyendo de forma decisiva a que viña del Señor, de la que hoy nos habla la escritura, de frutos abundantes de santidad.

Nuestra Diócesis de Getafe y especialmente nuestro Seminario tan íntimamente unido a este Monasterio y al que tanto quería la Madre Maria Josefa, da gracias a Dios por la huella de amor a Dios y amor a la Iglesia que la Madre Josefa ha dejado en todos nosotros.

La devoción a la Santísima Virgen es parte esencial en la espiritualidad del Carmelo. En manos de María ponemos a la Madre Josefa y pedimos a Ntra. Sra. del Monte Carmelo su intercesión para que este monasterio del Cerro de los Ángeles siga dando abundantes frutos de santidad. Que la Virgen María modelo de fidelidad a la voluntad del Padre, disponible siempre en la obediencia, intrépida en la pobreza y acogedora en la virginidad fecunda alcance de su Divino Hijo para estas hijas suyas que han recibido el don de seguirle en la vida contemplativa, que sepan testimoniarlo, para bien de toda la Iglesia, como lo hizo la Madre Josefa, con una vida transfigurada, caminando gozosamente hacia la Patria Celestial y hacia la luz que no tiene ocaso (Cf. VC 112)

 

(CEU Monteprincipe) - 30 Aniversario

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CEU (MONTEPRÍNCIPE)
(Inauguración de curso)

1.-En los Centros católicos son los valores cristianos los que inspiran la enseñanza de todas las disciplinas y el conjunto de la actividad educativa. El fundamento de todos los valores es la persona misma de Jesucristo: en quien nos ha sido revelado nos sólo el Misterio de Dios sin el misterio de la persona humana:

• el valor de la vida humana
• el valor de la libertad
• el valor de la familia

2.-Todo esto se formula en un proyecto educativo, en un ideario: verdaderamente vivo, permanentemente actualizado y plenamente asumido por toda la Comunidad Educativa (profesores, padres y alumnos). Toda la comunidad educativa ( no sólo la entidad titular) y especialmente los profesores son especialmente responsables de la realización practica del proyecto educativo cristiano.

3.- Habrá que cuidar de una manera especial la enseñanza de la Religión y Moral católica como materia ordinaria de todos los alumnos: Adaptándose a los diversos niveles de fe y cultura religiosa de los alumnos y trabajando muy en sintonía con las orientaciones de la Iglesia.

4.- Pero la educación de la fe en un Centro católico no termina en la enseñanza de la Religión. Además de la clase de religión y moral católica la actividad formativa religiosa de un Centro Católico deberá desarrollarse con diversas actividades pastorales adaptadas a las características culturales y al nivel religioso de los distintos grupos de alumnos.

5.-Esta actividad pastoral tiene que ayudar a un encuentro personal con Jesucristo y con la Iglesia. Vivimos momentos en que no podemos andar con ambigüedades, con miedos o con falsos respetos humanos, quedándonos simplemente con cuestiones morales o éticas, más o menos acomodadas al ambiente cultural dominante.

”En numerosas partes del mundo existe hoy un extraño olvido de Dios. Parece que todo marche igualmente sin Él. Pero al mismo tiempo existe también un sentimiento de frustración, de insatisfacción de todo y de todos (...) Y junto al olvido de Dios existe un boom de lo religioso (...) La religión se convierte casi en un producto de consumo. Se escoge aquello que gusta (...). Pero la religión buscada a la “medida de cada uno” a la postre no nos ayuda. Es cómoda, pero en el momento de crisis nos abandona a nuestra suerte. Ayudad a los hombres a descubrir la verdadera estrella que indica el camino.¡Jesucristo! (Benedicto XVI. Colonia 2005)

Hay que ir al Centro. Y el Centro es Jesucristo. Hay que ayudar a un encuentro personal con Jesucristo que cambie la vida. Y, para eso hay que ofrecer:

*Una iniciación en la oración y en la vida sacramental, especialmente en la Eucaristía.

*Un conocimiento vivo de la Palabra de Dios.

*Un gran amor a la Iglesia: con auténticas experiencias eclesiales (encuentros, convivencias, ejercicios espirituales, relación con otras comunidades eclesiales, participación en actividades diocesanas...)

6.- El Concilio (G.E. 8) nos decía que es preciso tener claro que la Escuela Católica, lo mismo que las otras escuelas, persigue fines culturales y la formación humana de los jóvenes pero tiene unas notas características que resume en tres puntos.

*Crear un ambiente de comunidad escolar animado por el espíritu evangélico de libertad y de amor.

*Ayudar a los jóvenes a que al mismo tiempo que se desarrolla su propia persona crezcan según la “nueva criatura” en la que por el bautismo se han convertido.

*Ordenar toda la cultura humana al anuncio de la salvación de modo que el conocimiento que gradualmente van adquiriendo los alumnos sobre el mundo, la vida y el hombre sea iluminado por la fe.

 

Entrada del nuevo parroco (Parroquia de Ntra. Sra. de Zarzaquemada de Leganes)

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ENTRADA DEL NUEVO PÁRROCO
(Parroquia de Ntra. Sra. de Zarzaquemada. Leganés-2005)

“Os daré pastores según mi corazón!”(Jer.3,15). Con estas palabras del profeta Jeremías Dios promete a su pueblo no dejarlo nunca privado de pastores que lo congreguen y lo guíen. La Iglesia, Pueblo de Dios, experimenta siempre el cumplimiento de este anuncio profético y con alegría, da continuamente gracias al Señor. Y sabe que ese cumplimiento se realiza en Jesucristo:”Yo soy el Buen Pastor y conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mi (...) y doy la vida por mis ovejas” (Jn.10,11 sig.); y que su presencia sigue viva entre nosotros, por voluntad suya, en todos los lugares y en todas las épocas, por medio de los apóstoles y de sus sucesores. Sin sacerdotes la Iglesia no podría cumplir el mandato del Señor de anunciar el evangelio:”Id y haced discípulos a todas las gentes”(Mt. Mt.28,19). Ni podría renovar cada día, en el misterio eucarístico el
sacrificio de su cuerpo entregado y de su sangre derramada para la vida del mundo.

La inauguración solmene del ministerio pastoral del nuevo párroco nos da la oportunidad, una vez más, de darle gracias al Señor, porque , en esta Parroquia de Ntra. Sra. de Zarzaquemada, nunca ha faltado esa presencia de Jesucristo, como Buen Pastor, en los sacerdotes que, han ido ejerciendo aquí su servicio apostólico. Les recordamos ahora a todos con cariño y gratitud. Y especialmente recordamos a D.Abilio, que entregó su vida durante muchos años a esta Parroquia, desde sus comienzos y que, ahora por las circunstancias familiares que todos conocéis, al no poder atender la Parroquia plenamente, me pidió, que nombrara un nuevo Párroco, quedándose él como vicario parroquial. Y quiero agradecer mucho a D. Laureano y a D. Miguel la disponibilidad que han mostrado en todo momento y la ayuda que han prestado y seguirán prestando a esta Parroquia.

El nuevo párroco D.Aurelio, ha sido vicario parroquial de la Parroquia del Espíritu Santo de Aranjuez y me consta que en este breve tiempo que lleva con vosotros está siendo recibido con mucha cordialidad y afecto por todos.

Él viene a ahora, en el nombre del Señor, como párroco, para asumir, en nombre del obispo, la responsabilidad ultima en la animación pastoral de esta Parroquia. Le encomendamos, con mucha confianza, al Señor y a la Santísima Virgen, para que , por medio de él, se haga presente entre vosotros el amor de Cristo a su Iglesia. Y rezamos también para que esta comunidad parroquial, entienda bien, a la luz de la fe, lo que es propio del ministerio que hoy se le confía, le ayude en sus tareas apostólicas y, en comunión con él y con su Obispo, realice la misión de ser sal de la tierra y luz del mundo entre las gentes de este barrio inmenso de Zarzaquemada.

Un primer deber del párroco es anunciar a todos el evangelio de Dios, cumpliendo así el mandato del Señor:”Id por todo el mundo y anunciad el evangelio a todos los hombres”(Mc.16,15). Con su palabra y con el testimonio de su vida debe ayudar a todos a conocer a Jesucristo y a crecer en la fe. El párroco, como colaborador del Obispo, ha de cuidar la transmisión de la fe, garantizando la fidelidad al magisterio de la Iglesia en esta transmisión, tanto en la homilía, como en la catequesis, como en cualquier otra forma de enseñanza, exhortando a todos a descubrir en Jesucristo el verdadero tesoro que llenará de alegría y de esperanza sus vidas. Y ha de tener un cuidado especial, como nos dice Jesús en el evangelio, por los más débiles en la fe, por los que viven experiencias de sufrimiento y dolor, por los enfermos y por los niños y los más pequeños, ayudando a los matrimonios cristianos en la educación de la fe de sus hijos. La palabra del párroco no es un palabra más entre otras sino que, de una manera especial en determinados momentos, y particularmente en lo que se refiere a la doctrina cristiana, es la voz autorizada de la Iglesia que garantiza la correcta transmisión de la fe.” Los sacerdotes, cuando con su conducta ejemplar entre los hombres los llevan a glorificar a Dios, o cuando enseñan la catequesis cristiana, o cuando explican las enseñanzas de la Iglesia, o cuando se dedican a estudiar los problemas actuales a la luz de Jesucristo, siempre enseñan no su propia sabiduría, sino la palabra de Dios, e invitan insistentemente a todos a la conversión y a la santidad” (PO. 4).

El sacerdote es también ministro de los sacramentos y de la Eucaristía. Por el bautismo introducen a los hombres en el Pueblo de Dios¸ por el sacramento de la penitencia reconcilian a los pecadores con Dios y con la Iglesia, por la unción de los enfermos alivian a los que sufren la enfermedad y, sobre todo, por la celebración de la Eucaristía ofrecen el sacrificio de Cristo y hacen permanentemente presente entre nosotros el memorial de la cruz redentora de Cristo y de su gloriosa resurrección. La Eucaristía ha de ser el centro de la Parroquia y de una manera muy especial la Eucaristía del domingo. En torno a la Eucaristía, decía el Papa a los jóvenes en Colonia hemos de construir comunidades vivas. Comunidades que vivan el mandamiento del amor, teniendo todos un mismo corazón; comunidades cristianas con capacidad de perdón, con sensibilidad hacia las necesidades de los demás, comprometidas en su servicio al prójimo y siempre dispuestas a compartir sus bienes con los necesitados. Cuando el mandamiento del amor a los pobres se separa de la Eucaristía corremos el riesgo de convertirlo en pura demagogia. El alma de la Iglesia es el amor, con una especial predilección hacia los más pobres, Pero ese amor ha de tener siempre como fuente y alimento la Eucaristía. La Eucaristía nos empuja a un modo de vivir activo, dinámico y transformador. La Eucaristía es acción de gracias, alabanza, bendición y transformación a partir del Señor. “La Eucaristía es el centro propulsor de toda la acción evangelizadora de la Iglesia, como lo es el corazón en el cuerpo humano. Las comunidades cristianas sin la celebración eucarística, en la que se alimentan con la doble mesa de la Palabra y del Cuerpo de Cristo, perderían su auténtica naturaleza; sólo en la medida en que son eucarísticas pueden transmitir a los hombres a Cristo, y no sólo ideas por muy nobles e importantes que sean” (Benedicto XVI. 2/10/2005). No perdamos nunca el sentido del domingo como día de la Eucaristía, como día del Señor. El día en que Jesucristo, venciendo la muerte salió del sepulcro. El día de la nueva creación. La Eucaristía, nos dice el concilio, es la fuente y la cumbre de toda la evangelización. (PO.5)

Los presbíteros ejercen también la función de ser punto de encuentro de los diversos carismas y ministerios que pueda haber en la comunidad. Son centro de unidad y de comunión. Hacen presente a Jesucristo, Cabeza de la Iglesia, que da unidad y consistencia a todo el Cuerpo. Ellos convocan y reúnen, en nombre del Obispo a la familia de Dios, como una fraternidad con una sólo alma y la conducen a Dios Padre, por Cristo, en el Espíritu. La Parroquia es una comunidad muy diversa, que congrega personas con edades y mentalidades muy diferentes. Cada una con su propia historia personal, con sus penas y alegrías y con una gran variedad de ministerios y carismas. A todos debe llegar el sacerdote, como padre, hermano y amigo. Y, como educador de la fe, ha de procurar personalmente, o por medio de otros, que cada uno de aquellos que la Iglesia le confía, descubra su propia vocación y sea llevado por el Espíritu hacia la madurez de la vida cristiana que es la santidad.

Para conseguir todo esto, como también nos dice el concilio “debe portarse con ellos no según los gustos de los hombres, sino conforme a las exigencias de la enseñanza y de la vida cristiana”( P.O. 6). Y sabemos muy bien que en el mundo en que vivimos, con una mentalidad dominante, muy alejada de Dios y de los valores evangélicos, esto no es fácil; y, en muchos momentos, el sacerdote tendrá que decir cosas que no estén de moda y tendrá que ir contracorriente de un modo de pensar y de un modo de comportarse que, por muy habituales que sean, está produciendo verdaderos estragos en las familias y en el crecimiento moral y religioso de los niños y de los jóvenes. El sacerdote, como decía S. Pablo a su discípulo Timoteo, tiene la obligación de predicar el evangelio, insistiendo a tiempo y a destiempo, corrigiendo, reprendiendo y exhortando con toda paciencia y doctrina. (Cf.Tim.4,2) . Y no le faltará la gracia de Dios para realizarlo.

Aunque el sacerdote se debe a todos, sin embargo, nunca debe olvidar, que, como representante de Jesucristo Buen Pastor, ha de tratar con especial predilección a los pobres y a los más débiles. Y hay muchas formas de pobreza. Está la pobreza material de los que no tienen lo necesario para vivir. A ellos hay que atenderlos directamente o través de los servicios de Cáritas. Pero está también la pobreza espiritual de quienes han vivido o viven momentos de especial sufrimiento, en la enfermedad , en el desamparo afectivo, en el desarraigo por causa de la emigración o en la soledad. Y está finalmente la más radical de las pobrezas, que es la pobreza del que vive alejado de Dios, la pobreza del pecado. Hemos de tener un gran deseo de llegar a todos. Y hemos de procurar por todos los medios, con la ayuda del Señor, hacer llegar la luz de la fe a los que no conocen al Señor. La Parroquia ha de ser un comunidad misionera, que busque como el Señor a tantas ovejas perdidas y a tantos hijos pródigos como hay por el mundo y les muestre en Jesucristo el camino de la verdadera felicidad.

Dentro de un momento el Párroco renovará ante mi sus promesas sacerdotales y después le iré haciendo entrega de las diversas sedes en las que ejercerá su ministerio. Le entregaré la sede presidencial, desde la que predicará la Palabra de Dios, presidirá la Eucaristía y guiará, con el espíritu del Buen Pastor, a esta comunidad cristiana que la Iglesia le confía. Le haré entrega después de la pila bautismal en la que por el agua y el Espíritu, en el sacramento del bautismo, incorporará nuevos miembros a la Iglesia. Y le entregaré la sede penitencial en la que, por el sacramento de la reconciliación, hará llegar, por su ministerio, a todos los con un corazón arrepentido confiesen personalmente sus pecados, la gracia infinita de la misericordia divina. Después de la comunión le haré entrega de la llave del sagrario, pidiéndole que cuide con mucho respeto este lugar santo y con una luz, siempre encendida, indique a los fieles, la presencia del Señor, para que vengan aquí a orar y que lleve la sagrada comunión a todos aquellos que por estar enfermos o impedidos no hayan podido venir a la celebración de la Eucaristía.

La lecturas de hoy nos ofrecen la imagen de la viña para ayudarnos a comprender la relación de Dios con su Pueblo. Un Dios que se desvive por los suyos y un pueblo ingrato incapaz de corresponder a ese amor. “Voy a cantar, en nombre de mi amigo, un canto de amor a su viña. Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la descantó y plantó buenas cepas; construyó en medio una atalaya y cavó un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones (...) ¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no haya hecho? (...) Pues ahora os diré a vosotros lo que voy a hacer con mi viña: quitar su valla, para que sirva de pasto, quitar su tapia para que la pisoteen”(Is.5,1-7) . Dios el esposo ha agotado todos sus recursos de amor a favor de Israel. Y su amor decepcionado abandona, con pesar, a la viña a su propia suerte. Y entonces viene el desastre. Es la síntesis de la historia de la salvación: la lucha entre la misericordia amorosa de Dios y la infidelidad constante del hombre. Pero Dios no se cansa de amar. Y Jesucristo, enviado del Padre, viene a rehacer la viña. Y la historia se repite: “vino a los suyos y los suyos no le recibieron”. Y el Hijo enviado por el Padre es rechazado y crucificado. Pero la historia no termina con su muerte. En su resurrección gloriosa, en el Hijo resucitado, en Jesucristo glorioso, que vive en la Iglesia, nace una humanidad redimida y salvada. Por la muerte de Cristo el pecado es destruido y por su resurrección podemos ser criaturas nuevas. Este misterio inefable de la destrucción del pecado y de la nueva vida en Cristo se sigue realizando permanentemente en la Iglesia, viña del Señor, por la Palabra de Dios, por el perdón de los pecados y por la Eucaristía. Y este milagro, de la viña rehecha, tiene que seguir realizándose aquí en esta Parroquia de Zarzaquemada.

Esta comunidad parroquial que hoy recibe a su nuevo Párroco tiene que ser buena noticia de salvación y evangelio vivo, para todos los que, con sincero corazón busquen el bien y la verdad. Esa viña maltrecha en la que hemos convertido muchas veces, por nuestro alejamiento de Dios, la convivencia entre los hombre, tiene que ser reconstruida, en virtud de la sangre de Cristo, por el testimonio de todos vosotros que habéis tenido la dicha de conocer al Señor; y que en este momento importante para la Parroquia sois llamados a evangelizar, ofreciendo a los hombres que aquí viven el camino de la salvación, en Cristo Jesús Señor nuestro.

Ponemos nuestro mirada en la Virgen María. Que la imagen de la Virgen que vamos a bendecir, al final de la misa, os recuerde constantemente su protección maternal y veáis en ella el modelo de una vida entregada a la voluntad de Dios y el signo de una Iglesia que, unida a su Señor, proclama al mundo las maravillas de Dios.

 

Ordenacion de Diaconos (9 de Octubre)

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ORDENACIÓN DE DIÁCONOS
(9 de Octubre de 2005)

Queridos hermanos sacerdotes, queridos seminaristas, queridas familias de los que van a ser ordenados diáconos, queridos ordenandos:

Tengo todavía muy viva la imagen del Papa Juan Pablo II, ya muy anciano y limitado de fuerzas, cuando en la tarde del día 3 de Mayo del año 2003, en la base de Cuatro Vientos decía, con una extraordinaria energía, a la multitud de jóvenes allí congregada: “ Os doy mi testimonio: yo fui ordenado sacerdote cuando tenía 26 años. Desde entonces han pasado 56. Al volver la mirada atrás y recordar estos años de mi vida, os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él, consagrarse al servicio del hombre. ¡Merece la pena dar la vida por el evangelio y por los hermanos”

Queridos seminaristas que, dentro de unos momentos, vais a ser ordenados diáconos “¡Merece la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por Él, consagrarse al servicio del hombre”!. Comienza hoy en vuestras vidas un camino de entrega total a Cristo y a la Iglesia para servir a vuestros hermanos los hombres. Hoy sois invitados a responder a una especial llamada del Señor: para estar junto a Él y para ser enviados a proclamar su evangelio. Fortalecidos con el don del Espíritu Santo se os va a confiar la misión, como diáconos, de ayudar al Obispo y a su presbiterio en el anuncio de la Palabra, en el servicio del altar y en el ministerio de la caridad, mostrándoos siempre como servidores de todos.

Al iniciar este camino, confiad totalmente en el Señor, que os ha llamado, y tened la seguridad de que cuanto mayor sea vuestra dedicación a Él, mas grande será vuestra alegría, incluso en medio de las mayores dificultades. Acabamos de escuchar el testimonio del apóstol Pablo, un hombre lleno de Cristo, que vivió con pasión el encargo, recibido del Señor, de predicar el Evangelio. Su vida no fue fácil. Como él mismo nos cuenta en su primera carta a los Corintios su ministerio apostólico le acarreó un sinfín de incomprensiones y desprecios. Pero su unión con Cristo y su amor a los hermanos fue tan grande que le hizo superar todos los obstáculos.”Si nos insultan, bendecimos, si nos persiguen lo soportamos, si nos difaman respondemos con bondad”(1 Cor.4,12-14). En la carta a los Filipenses nos descubrirá la razón de tanta fortaleza. “Se vivir en pobreza y abundancia. Estoy entrenado para todo y en todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación. Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Fil. 4,12-14).

Queridos ordenandos, todo lo podéis en Aquel que os conforta. Vuestro tesoro es Cristo, vuestra fortaleza es Cristo, la roca sobre la que se sustenta vuestra vida es Cristo. Y vuestra misión consiste en predicar a Cristo. Vais a recibir una gracia especial del Espíritu Santo para ser siempre, en vuestros pensamientos, en vuestras palabras y en vuestros actos, plenamente, servidores de Cristo. Y, unidos a Cristo, enraizados en Él, como sarmientos unidos a la vid, vais a ser enviados a servir a la Iglesia, ahora como diáconos y, más adelante, si Dios quiere, como presbíteros. Y, con la Iglesia, sirviendo a la Iglesia, en el seno de la Iglesia, como ministros del Señor, vais a ser enviados servir a la humanidad entera ofreciendo a los hombres de nuestro tiempo razones para vivir y caminos de esperanza.

Nuestro mundo está muy necesitado de esperanza. Benedicto XVI, en la homilía de la solemne Eucaristía en la que iniciaba su ministerio como Supremo Pastor de la Iglesia nos hablaba de las distintas formas de sufrimiento y de desierto en las que muchos hermanos nuestros vagan como ovejas sin pastor:” el desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed; el desierto del abandono, de la soledad y del amor quebrantado”. Y existe también, seguía diciendo el Papa, ese otro desierto más oculto, pero no por ello, menos dramático: “el desierto de la
oscuridad de Dios, del vacío de las almas que ya no tienen conciencia de la dignidad y del rumbo del hombre”.Y este desierto interior del vacío de Dios y de la pérdida de la conciencia de la dignidad del hombre, explicaba el Papa, es la causa última de todos los desiertos exteriores. “Los desiertos exteriores se multiplican por el mundo, porque se han extendido los desiertos interiores. Por eso los tesoros de la tierra ya no están al servicio del cultivo del jardín de Dios, en el que todos puedan vivir, sino que están subyugados al poder de la explotación y la destrucción. La Iglesia en su conjunto así como sus Pastores han de ponerse en camino como Cristo para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida , y la vida en plenitud”.

Queridos ordenandos ¡qué maravillosa tarea la de ser pastores, según el corazón de Cristo! ¡Qué gracia tan grande la de ser, en sus manos, instrumento de su misericordia, para liberar a muchas personas de esos desiertos exteriores e interiores!. Meditad muchas veces y llevad siempre en el corazón, las palabras del salmo 22, que hemos recitado después de la primera lectura. “El Señor es mi Pastor y nada me falta (...) me guía por el sendero justo por el honor de su nombre (...) me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa”.

Hoy vais a ser ungidos por el Espíritu Santo, para prologar en el mundo, para hacer presente en medio de los hombres, el corazón compasivo y misericordioso del Buen Pastor. ¡Dejaos guiar por Él!. Y como diáconos vivid, ya desde ahora, de una manera muy especial vuestra identificación con Jesucristo, Siervo y escuchad muy atentamente aquellas palabras que el Señor dijo a los apóstoles, después de lavarles los pies.”Vosotros me llamáis Maestro y Señor y decís bien pues lo soy. Pues si yo el Maestro y el Señor os he lavado los pies, vosotros debéis también
lavaros los pies los unos a los otros” (Jn. 13,13). El lavatorio de los pies es el signo más elocuente del servicio. La vida del apóstol ha de ser siempre servicio. Servicio y amor hasta dar la vida como el Señor.

Con la imagen del banquete nos describía Isaías la salvación de todos los pueblos. Vosotros, como diáconos de la Iglesia, sois los servidores de ese banquete. “Preparará el Señor para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera , manjares enjundiosos, vinos generosos (...) Aniquilará la muerte para siempre. El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros y el oprobio del pueblo lo alejará de todo el país” (Is. 25,6-10). Ese día de gozo y salvación, en el que la muerte será aniquilada, ya ha llegado con Jesucristo. Y ese lugar de la presencia del Señor ya la tenemos en la Iglesia. Y, en ella el banquete de manjares suculentos ya está dispuesto para ser servido. Y vosotros, por el sacramento del Orden que, como diaconados, vais a recibir, sois llamados por Dios, en este día, para ser servidores de este banquete de la salvación: el banquete de la Palabra de Dios, el banquete de la Eucaristía y el banquete de la caridad.

Como servidores de la Palabra de Dios sois enviados a enseñar, no vuestra propia sabiduría, sino la sabiduría de Dios, invitando a todos a la conversión y a la santidad. Cuando os entregue el libro de los evangelios os diré a cada uno:”Recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido constituido mensajero; convierte en fe viva lo que lees, y lo que has hecho fe viva enséñalo y cumple aquello que has enseñado”. Que la Palabra de Dios sea siempre vuestro alimento cotidiano, en la oración, en el estudio de los textos sagrados, en la plena sintonía con el Magisterio de la Iglesia y en la reflexión sobre los problemas y expectativas de aquellos a quien vaya dirigida la Palabra de Dios.

Y así, alimentados de la Palabra de Dios, dialogad íntimamente con el Señor, realmente presente en el Sacramento del altar. Dejaos conquistar por el amor infinito de su Corazón y prolongad la adoración eucarística en los momentos importantes de vuestra vida, en los momentos en que tengáis que tomar decisiones personales o pastorales difíciles y todos los días, al principio y al final de vuestras jornadas. (cfr. Ecl. de Euc. 25). Cuando sirváis al altar, como diáconos, en la celebración de la Eucaristía, memorial de la Pasión del Señor, sentid el deseo y la exigencia una configuración cada vez más íntima con Jesucristo, Buen Pastor, Sumo y Eterno sacerdote.

Tened la seguridad de que, si vuestra vida espiritual se alimenta de la Palabra de Dios y de la Eucaristía, veréis, con asombro, como, por la gracia de Dios, os iréis convirtiendo, en auténticos ministros de lo misericordia divina y en generosos servidores de los pobres.

Dentro de un momento, en la oración de consagración, pediré para vosotros la asistencia del Espíritu Santo para que en vuestra vidas “resplandezca el amor sincero y la solicitud por los enfermos y los pobres ( ...) y (vuestras vidas) sean imagen viva de Jesucristo que no vino para ser servido sino para servir”.

Que con vuestro ejemplo y vuestra palabra, hagáis posible que todos los fieles cristianos reconozcan en los hermanos que sufren al mismo Cristo que nos dice “lo que hicisteis a mis hermanos más humilde a Mi me lo hicisteis” y se pongan en actitud de constante de servicio a todos los hermanos.

Pedimos la Virgen María, Madre del Buen Pastor, que cuide de estos hijos suyos que van a recibir el Sagrado Orden del Diaconado, para que, siguiendo el ejemplo de su Hijo, vivan felices sirviendo a los hermanos haciéndoles partícipes, por el ministerio sagrado que lo Iglesia hoy les confía, de los dones de la salvación.

 

Virgen de la Caridad (Illescas)

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Virgen de la Caridad
Illescas-2005

“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom.5,5) El Espíritu Santo es la fuente del amor, el manantial inagotable de la caridad.

Por la gracia de Dios y su misericordia, todos los que estamos aquí recibimos un día el sacramento del bautismo y con él la semilla de la fe, que iría desarrollándose después en nosotros por la enseñaza de la Iglesia, de nuestros padres y de nuestros catequistas y por nuestra respuesta cada vez más libre y consciente a esa enseñanza. Y, recibimos también el don del Espíritu Santo. Ese Espíritu Santo nos hace partícipes del amor divino. Por el Espíritu Santo, que fue derramado en nuestros corazones en el sacramento del bautismo y sigue derramándose en nosotros permanentemente en el sacramento de la reconciliación y en la Eucaristía, en el alma de todo cristiano nace y continuamente se fortalece un amor nuevo, por el cual participa en el amor mismo de Dios. En el lenguaje teológico ese amor nuevo, recibe el nombre de caridad. La caridad es un amor nuevo que supera al hombre. Es un don sobrenatural que el hombre por sí mismo no puede alcanzar. La caridad es la capacidad, concedida al hombre, como don gratuito de Dios, que permite amar a sus hermanos con el mismo amor con el que Dios nos ama a todos los hombres.

Santo Tomás nos dirá que la caridad no es sólo la más noble de todas las virtudes, sino también “la forma” de todas las virtudes (II-II, q.23,aa. 6 y 8) es decir, la virtud que orienta y da sentido y significado a todas las virtudes. “Si no tengo caridad no soy nada” (I Cor.13)

La caridad es la virtud que configura al hombre nuevo nacido del bautismo, revestido de Cristo. “Todos los bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo” (Gal.3,27). Si comparamos la vida cristiana con un edificio en construcción podríamos decir que la fe es el fundamento de todas las virtudes que componen ese edificio. Pero la caridad es su culminación. Hacia la caridad tiende todo el edificio. La caridad es su finalidad. Todas las virtudes están orientadas hacia la caridad. Si no culmina en la caridad, el edificio de la vida cristiana sería un fracaso. Todo en la vida cristiana está orientado a la caridad. La unión con Dios mediante la fe tiene por finalidad la unión con Él en el amor y, por tanto, la participación en su amor como fuerza interior que pone en movimiento todo nuestro ser y le da unidad y armonía.

El Espíritu Santo, derramado en nuestros corazones, al comunicar a nuestra pobre naturaleza humana, tan llena de limitaciones, el impulso vital de la caridad, nos hace capaces de amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra ama y con todo nuestro ser y de amar al prójimo como a nosotros mismos.

No hace capaces, en primer lugar de amar a Dios con toda nuestra mente y todo nuestro ser. Y amar a Dios de esta manera es reconocerle como Padre, es sentirse verdaderamente hijo de Dios. “No habéis recibido un espíritu de esclavitud para recaer en el temor, sino un Espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar ¡Abba!, Padre” (Cf. Gal.4, 6. Rom. 8,15). El Espíritu Santo nos hace vivir constantemente aquella misma experiencia de misericordia y amor entrañable que vivió el hijo pródigo de la parábola, cuando, a pesar de haber abandonado la casa paterna y haber dilapidado malamente toda la herencia, cuando al final, muerto de hambre y arrepentido, regresa al hogar pidiendo, por lo menos, ser admitido como siervo, recibe el abrazo emocionado del Padre, que nunca, en ningún momento ha dejado de considerarle como hijo.

Y a partir de esta experiencia de hijos, el Espíritu Santo, por la virtud teologal de la caridad, nos ayuda a comprender y a vivir la experiencia del amor al prójimo.”Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado”. El amor al prójimo al que nos invita Jesús no es un amor cualquiera. Nos invita a amar al prójimo como Él nos ha amado, es decir , con su mismo amor. Hemos de amar con el mismo amor de Cristo: como participación del amor de Cristo. Esto supera la capacidad del hombre. Esto sólo es posible por la acción del Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones y que, de una manera misteriosa pero real nos introduce en ese mismo amor que une a las Tres Divinas Personas. “Les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tu me has amado esté en ellos y yo en ellos” (Jn17,26). La Iglesia, viviendo el mandamiento del amor, es reflejo en el mundo del amor que une la Trinidad Santa y se convierte, como nos dice el Concilio, en signo y sacramento eficaz de la unión de los hombres con Dios y de la unidad de todo el género humano. En este mismo sentido nos habla Juan Pablo II en ChL :”la comunión de los cristianos entre sí nace de su comunión con Cristo: todos somos sarmientos e la única vid que es Cristo. El Señor Jesús nos indica que esta comunión fraterna es reflejo maravilloso y la misteriosa participación de la vida íntima de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: “que todos sean uno. Como tú, Padre, en mi y yo en ti, que ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado”(Jn.17,21) (ChL.18)

Sin embargo esta verdad tan extraordinaria se nos hace difícil de entender y de vivir cuando descendemos a la realización concreta del precepto del amor y a la realidad, muchas veces sentida, de nuestras infidelidades y pecados. Por eso todos los días hemos de pedir al Señor la virtud de la caridad como un don que viene del Espíritu. Y guiados por el mismo Espíritu hemos de ejercitarnos en el camino de la verdadera libertad. “Donde está el Espíritu del Señor hay libertad”. Sólo es verdaderamente libre aquel que llena su vida de la caridad que viene de Dios. Lo afirma con mucha claridad S. Pablo en su carta a los Gálatas cuando les exhorta a vivir en la libertad que da la nueva ley del amor. “Pues toda la ley alcanza su plenitud en este sólo precepto: amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Y después de advertirles que no tomen la libertad como pretexto para la carne, les dice: “Por mi parte os digo: si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne (Gal.5,13-16), indicándoles, de esta manera, que el amor de caridad es el primer fruto del Espíritu Santo y el fundamento de toda libertad. Y que, si es el Espíritu quien nos guía, superaremos todos los obstáculos y observaremos con asombro y gratitud que el amor es posible.

En su primera carta a los Corintios desciende, San Pablo, al modo concreto de vivir la virtud teologal de caridad. En su conocido canto al amor del capítulo trece encuadra la virtud teologal de la caridad en el tema de los diversos carismas o dones especiales que existen en la Iglesia. Es verdad que el Espíritu Santo ha derramado, multitud de dones y carismas en su Iglesia. Lo vemos todos los días: hay quien siente una llamada especial de Dios para los enfermos, o para los ancianos o para la catequesis, o para la enseñanza... Esto es una gran riqueza para la Iglesia. Pero hay un carisma que supera a todos. En realidad sólo hay un carisma absoluto. Y ese carisma es el amor. Un amor que se dirige conjuntamente a Dios y a los hombre, nuestros hermanos.

Ya en los capítulos anteriores S.Pablo ha ido preparándonos al decirnos que el amor ha de ser la norma suprema que guíe nuestro comportamiento en las diversas circunstancias de la vida “porque el saber envanece y sólo el amor es provechoso” (I Cor. 8,1-3). Pero será en el himno de amor donde el apóstol despliegue toda su fuera expresiva: “El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia: el amor no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca” (I Cor. 12,31-13,13)

Sin amor, hasta las mejores cosas se reducen a la nada. Ni las cualidades más apreciadas, ni el conocimiento más sublime, ni la fe más arraigada, ni la limosna más generosa valen nada si no van acompañadas por el amor. En todas esas situaciones, incluso en la fe, aunque esto pueda parecer asombroso, el hombre puede buscarse a sí mismo, puede buscar su vanidad, separándose así de lo que es un seguimiento de Cristo, desprendido y limpio de cualquier otra apetencia humana.

Realmente el amor, como fruto del Espíritu, es el manantial de todos los bienes. Y al describirnos las cualidades del amor se diría que el apóstol está describiendo las cualidades de Jesús y, por tanto, también las cualidades del hombre nuevo que, configurado con Cristo, vive su vocación de santidad.

El amor es paciente, como paciente es el amor de Dios con los pecadores.”El hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar al que está perdiudo”. Y Jesús salva con un amor lleno de paciacia. El evangelio nos habla del escándalo que producía a los escribas y fariseos el que Jesús se sentara a comer con los publicanos y pecadores.

El amor es servicial como lo fue la vida de Jesús. En la Última Cena, el evangelista S. Juan dice que, después del lavatorio de los pies, signo supremo de la actitud servicial, el Señor les dice sus discípulos:”Vosotros me llamáis Maestro y Señor y decís bien pues lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies los unos a los otros” (Jn 13,14). El hombre en la medida en que convierte su vida en disponibilidad y servicio a los hermanos más se asemeja a Dios.

El amor no es mal educado ni egoísta. El amor no busca su propio interés. El amor, fruto del Espíritu Santo, es como el amor de Jesús siempre dispuesto a hacer a todos los creyentes partícipes del amor del Padre. “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo”. Seguir a Jesús, guiado por el Espíritu Santo, es estar dispuesto a dar la vida, como el Señor, por amor. Es unirse a la “hora” del Señor. Aquella “hora” en la que Jesús “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo”.

El amor, concluirá S. Pablo, no se irrita ni lleva cuentas del mal: disculpa sin límites, cree sin límites, aguanta sin límites. Es el amor lleno de mansedumbre de Jesús que muere en la cruz perdonando a su verdugos y abriendo las puertas del paraíso al buen ladrón. Continuamente, en el evangelio, Jesús invita a sus discípulos a perdonar. Un perdón que ha de brotar de quien continuamente se sabe perdonado por Dios.

Queridos hermanos pidamos a la Santísima Virgen de la Caridad que interceda por nosotros para que crezcamos cada día más en el amor a Dios y en el amor a los hermanos, especialmente a los más desvalidos y necesitados. La Virgen María, la llena del Espíritu Santo, Madre de Aquel en quien se manifestó, en plenitud, el amor y la misericordia entrañable de nuestro Dios será siempre para nosotros el modelo de un vida totalmente dócil a la Palabra divina y totalmente entregada a los hermanos. Que Ella nos conduzca hasta Jesús y con Él, por la gracia del Espíritu Santo, seamos en el mundo instrumentos de la misericordia divina y cantemos eternamente las maravillas de Dios.