Ordenacion Presbiteros

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ORDENACIÓN SACERDOTAL
12 de Octubre de 2005

Queridos hermanos en el sacerdocio, queridos seminaristas, queridas familias de los que van a ser ordenados, queridos hermanos y hermanas y muy especialmente queridos diáconos que hoy vais ha recibir el sagrado orden del presbiterado:

En esta fiesta de la Virgen del Pilar, en la que la diócesis de Getafe celebra el décimo cuarto aniversario de su creación, vamos a ser testigos, con  mucho  gozo,  de  un  gran  acontecimiento  para  nuestra  Iglesia Diocesana: catorce diáconos van a recibir la ordenación sacerdotal.

“Os daré pastores según mi corazón”(Jer. 3,15). Con estas palabras del profeta Jeremías Dios promete a su Pueblo no dejarlo nunca privado de pastores  que lo  congreguen  y  lo guíen.  La  Iglesia  sabe  que  Jesucristo mismo es el cumplimiento vivo, supremo y definitivo de esta promesa de Dios: “Yo soy el Buen Pastor y conozco a mi ovejas (...)  y doy mi vida por ellas”(Jn.10,14).Él es el “el gran Pastor de las ovejas” (Heb.13,20), que prolonga sacramentalmente su presencia entre nosotros en aquellos que son llamados para estar junto a Él y para ser enviados a predicar su evangelio con palabras de vida y con obras de salvación (Cf. Mc. 3,13) (Cf. PDV 1)

Hoy damos muchas gracias al Señor porque en nuestra Diócesis de Getafe  Él sigue cumpliendo  su promesa en estos catorce diáconos que van a ser ordenados presbíteros. Él los ha llamado y ellos han respondido.

 Realmente el sacramento del Orden sólo podremos entenderlo si losituamos en el misterio de la llamada de Dios al hombre. Una llamada que es universal. Dios llama a todo hombre. Y lo llama a la plenitud de la vida cristiana. Lo llama a la santidad. Todos los que hoy habéis venido aquí a participar con gozo en esta celebración estás llamados a la santidad. La vocación fundamental que el Padre dirige a todos, desde la eternidad, es la vocación a ser  “santos e inmaculados ante su presencia por el amor” (Ef.1,4-5).”Todos  los  fieles  de  cualquier estado  o  condición  están llamados a la plenitud de la vida cristiana y la perfección de la caridad” (LG.40). Y  esta  llamada  universal,  encuentra  en  los  presbíteros una aplicación concreta y peculiar. Dios llama a algunos, en la Iglesia, con una llamada  específica para que sus vidas estén al servicio de esa vocación universal a la santidad de todos los cristianos.  

La lectura que hemos escuchado del profeta Jeremías nos ayuda a entender este misterio de la llamada divina referida al ministerio sacerdotal. Dios de muy diversas maneras y por caminos que cada uno conoce en su intimidad os ha manifestado, queridos ordenandos, su voluntad:”Antes de formarte en el vientre te escogí, antes de que salieras del vientre materno, te  consagré”  (Jer.1,4-10). La  llamada  que  Dios  hace  al  hombre  está primero en la mente divina y en la decisión que el Señor toma. Y el hombre tiene que leer esa llamada en su corazón. Y cuando la reconoce siente , como el profeta, por un lado una gran alegría, pero por otro, una gran sensación de incapacidad  y trata de defenderse ante la responsabilidad que le viene encima:  “¡Ay Señor mío!. Mira que no sé hablar, que soy un muchacho”. Y así la llamada  se convierte en el fruto de un diálogo con el Señor. Es como un forcejeo. Dios que insiste una y otra vez y el hombre que  se  resiste  y  le  da  miedo  asumir  responsabilidades.  Pero  ante  las reservas y objeciones que el hombre pone ante la llamada, Dios ofrece el poder de su gracia. La respuesta generosa y confiada a la llamada de Dios es un fruto de la gracia. Si habéis dicho sí al Señor es porque la gracia ha triunfado en vosotros. Y con el poder de la gracia  seréis capaces de ir mucho más allá de lo que vuestra mente pueda imaginar: “Irás a donde yo te envíe y dirás lo que yo te mande. No les tengas miedo que yo estoy aquí para  librarte  (...)Mira  que  yo  pongo  mis  palabras  en  tu  boca”. ¡Permaneced  fieles  a  la  gracia recibida!  Y  a  la  confianza  total  en  la incondicional fidelidad de Dios unid, por vuestra parte, la responsabilidad de cooperar con la acción de este Dios que os llama, contribuyendo a crear y mantener las condiciones en las cuales la buena semilla que ha sido sembrada en vosotros, pueda echar raíces y dar frutos abundantes. (cf. PDV 2)

 A lo largo de vuestra futura vida como sacerdotes tenéis que meditar muchas veces este diálogo con Dios, para daros cuenta constantemente de que la iniciativa en todo ha de  tenerla el Señor. Sed hombre de oración y vida  interior.  La  oración  y  la  intimidad  con  Dios  ha  de  ser  un  sello distintivo de vuestra vida sacerdotal, para que vuestras palabras y vuestra vida acerquen a los hombres a Dios y les ayude a caminar hacia la santidad. Las palabras del profeta, que hemos leído  nos descubren el secreto de la identidad sacerdotal. El sacerdote es alguien que ha sido llamado por una elección, que ha sido consagrado con una unción y que ha sido enviado para una misión. Habéis sido llamados por Dios, en Jesucristo Buen Pastor que da la vida por sus ovejas, seréis consagrados con la unción del Espíritu Santo que  vais a recibir en la ordenación y vais a ser enviados para realizar en la Iglesia la misión del mismo Jesucristo: “Como el Padre me envió, así os envío yo”

Vuestro punto central de referencia es Jesucristo y sólo Jesucristo, Sumo  y  Eterno  Sacerdote.  Sólo  hay  un  Sumo  sacerdote:  Cristo  Jesús, ungido  y  enviado  al  mundo  por  el  Padre.  Y  de  este  único  sacerdocio participamos todos los que hemos sido llamados al ministerio apostólico: obispos y presbíteros, cada uno en su grado, para continuar en el mundo la misión de Cristo. La misión de Cristo es que todos los hombres tengan vida eterna. “Padre glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a Ti. Y que según el poder que tu le has dado sobre toda carne de también la vida eterna a todos los que tu le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y al que tu has enviado: Jesucristo” (Jn 17, 2-3) .

Vais a recibir la unción del Espíritu Santo. Vais a recibir el Espíritu de santidad. Cuando vaya ungiendo vuestras manos con el santo crisma os diré a cada uno: “Jesucristo, el Señor, a quien el Padre ungió con la fuerza del Espíritu Santo te auxilie para santificar al pueblo cristiano y para ofrecer a Dios el sacrificio”. Esta es vuestra misión: santificar al pueblo cristiano y ofrecer a Dios el sacrificio de Cristo. Consagrados por el Señor, participaréis  en  la  misión  salvadora  de  la  Iglesia  y,  enviados  a  una comunidad particular, congregareis la familia de Dios instruyéndola con la Palabra de Dios para hacerla crecer en la unidad y `para llevarla, por Cristo y en el Espíritu hacia el Padre.

Llamados,  consagrados  y  enviados.  Esta  triple  dimensión  de  la vocación sacerdotal tiene que determinar vuestra conducta, vuestro modo de vivir, vuestro modo de hablar y hasta vuestro modo de vestir. Cuando el Señor llama a lo Doce, según nos cuenta el evangelista S. Marcos, ellos , dejando el lugar que tenía entre la gente, fueron donde Jesús, se pusieron junto a Él, para , a partir de ese momentos, segregados, de entre la gente, aunque no separados, sino más íntimamente unidos con sentimientos de amor y compasión, contemplaran el mundo desde Jesús, con la mirada del Buen Pastor.

La  consagración  que  vais  a  recibir  llenará  vuestra  vida,  de  tal manera, que sólo Cristo y su misión de Pastor orientará radicalmente todo vuestro ser. Por la unción del Espíritu Santo vais a ser instrumentos vivos de la acción de Cristo en el mundo y prolongación de su misión para gloria del Padre. Y a una misión tan grande sólo se puede responder con el don total  de  vuestras  vidas  al  Señor.  Un  don  total  que  es  compromiso  de santidad. Cuando os entregue la patena con el pan y el cáliz con el vino para la ofrenda eucarística os diré: “Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor”. Compromiso de santidad significa conformar la vida con el misterio de la cruz  del  Señor.  Y  la  cruz  del  Señor  significa  amar  como  Él  hasta  el extremo.  Significa  entrega  total  con  Cristo  para  reproducir  en  vuestro ministerio y en vuestra vida la imagen de Cristo, sacerdote y víctima: la imagen de Cristo,  el Redentor crucificado.

En este contexto de entrega total, tiene pleno sentido la obligación del celibato por el Reino de los Cielos, como expresión de la dedicación exclusiva a la obra que el Padre  se os ha confiado. El celibato tiene que ser para vosotros  el signo de vuestra donación plena, de vuestra consagración peculiar y de vuestra disponibilidad absoluta. Al don y  a la confianza que Dios os otorga en el sacerdocio, la Iglesia os pide que respondáis, en el celibato sacerdotal, con la ofrenda de todo vuestro ser, dando todo un significado esponsal  al amor que llena vuestra vida, que nos es otro que  el amor a  Cristo y  la entrega total a su Iglesia. El sacerdote se signo vivo de Cristo, Esposo de la Iglesia, que vive sólo para ella y, en la cruz, da su vida por ella.

Que  la  caridad  pastoral  llene  vuestra  vida.  Una  caridad  pastoral alimentada con un diálogo íntimo con el Señor Resucitado como el que tuvo Pedro junto  a lago  de  Tibieríades,  según  hemos  escuchado  en el evangelio. Es un diálogo centrado  sobre una sola pregunta. La pregunta acerca  del  amor  especial  y  exclusivo  hacia  Cristo,  hecha  a  quien  ha recibido una misión muy especial y que ha podido experimentar su propia debilidad  humana.  Cristo  sólo  le  pregunta  y  le  examina  sobre  el amor.”Pedro ¿ me amas?. Es la pregunta que el Señor nos hace a los pastores todos los días. Después de  cada jornada, no nos va  a  preguntar si nuestro trabajo ha sido muy eficaz o si hemos convertido a mucha gente. El Señor simplemente nos va a preguntar como a Pedro:  ¿Me amas?.¿ En el trabajo que has realizado, en el modo de tratar a la gente.  en tu oración, en tu estudio, en tus alegrías y en tus dificultades: has buscado únicamente amarme de verdad?  Ójala, todos lo días podamos responderle como Pedro: “Si Señor, tu lo sabes todo, tu sabes que te amo”

El momento central de este diálogo íntimo  con el Señor ha de ser la Eucaristía  de  cada  día.  La  Eucaristía  no  es  un  acto  más  de  vuestro ministerio. La Eucaristía es la raíz y la razón de ser y el fundamento de vuestro sacerdocio. Vais a ser, dentro de un momento, sacerdotes, ante todo para celebrar y actualizar permanentemente en la Iglesia el sacrificio de Cristo,  siempre  vivo  y  resucitado  que  intercede  por  nosotros.  Es  el sacrificio, único, e irrepetible que se renueva y se hace presente en la Iglesia de manera sacramental, por el ministerio de los sacerdotes.

La vivencia del misterio eucarístico debe marcar vuestras vidas. Al ofrecer sacramentalmente el Cuerpo y la Sangre del Señor, vuestra vida debe  convertirse  también,  con  Cristo,  en  ofrenda  agradable  a  Dios. Actuando en la persona de Cristo “·in persona Christi”, vuestra palabra se convierte en palabra de Cristo y vuestra vida en sacramento de Cristo para la salvación de los hombres. Unidas a Cristo, en el sacrificio de Cristo, vuestras vidas son asumidas por Él y transfiguradas por Él y convertidas por Él en fuente de vida para el mundo, en energía transformadora y en semilla  fecunda  de  un  mundo  renovado  en  Cristo.  La  Eucaristía  es  el culmen de la evangelización. Y hacia la Eucaristía debe tender siempre vuestra misión evangelizadora, para que todos lleguen algún día a gozar de ese banquete de amor y libertad que es el sacrificio redentor de Cristo actualizado , por vuestro ministerio en el altar.

Vivid  todas  las  tareas  sacerdotales  que  realicéis  como  actos  que manifiestan  vuestra  consagración  y  que  brotan  de  esa  consagración convencidos de que todas ellas conducen a reunir la comunidad que os haya sido confiada  en la alabanza de Dios Padre, por Jesucristo y en el Espíritu, para que, teniendo como centro la Eucaristía, sean, en medio de los hombres sacramento de salvación, luz del mundo y sal de la tierra.

Haced de vuestra total disponibilidad a Dios una disponibilidad total para vuestros fieles. Dadles el verdadero Pan de la Palabra con fidelidad a la verdad de Dios y a las enseñanzas dela Iglesia. Facilitadles todo lo posible el acceso a los sacramentos, y en primer lugar al sacramento de la penitencia, signo e instrumento de la misericordia de Dios, siendo vosotros mismos asiduos en recibir este sacramento. Amad a los enfermos, a los pobres, a los emigrantes, a los marginados. Ved en sus rostros el rostro mismo  de Cristo que nos  dice.  “lo que hicisteis  a mis hermanos  más humildes me lo hicisteis a mi” (Mt.25). Comprometeos en todas las causas que sean justas, consolad a los afligidos; ayudad y defended a las familias, dad esperanza a los jóvenes y mostradles el camino de la verdadera libertad y mostraos siempre en todo como ministros de Jesucristo.

La Virgen María, cuya fiesta hoy celebramos en su advocación del Pilar os llene de todo su amor y os haga fieles  discípulos  de su Hijo Jesucristo. Acogedla como Madre, como Juan la acogió al pie de la cruz y que ella sea para vosotros signo y modelo de una Iglesia que escucha la Palabra, la guarda en su corazón y la comunica a todos los hombres con sus palabras y con sus obras. Amen.

Congreso Eucaristico (Murcia)

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HOMILÍA CONGRESO EUCARÍSTICO
(Murcia – 2005)

El pasado 29 de Mayo de este año, con motivo de la clausura de XXIV Congreso Eucarístico italiano, el Santo Padre Benedicto XVI, recordaba el testimonio de los mártires de Abitene. Sucedió el año 304, cuando el emperador romano Diocleciano había prohibido a los cristianos, bajo pena de muerte, poseer las Sagradas Escrituras, reunirse el domingo para celebrar la Eucaristía y construir lugares para sus asambleas litúrgicas. En Abitene, pequeña localidad del norte de África, situada en lo que hoy es Túnez, en un domingo fueron sorprendidos 49 cristianos que reunidos en la casa de Octavio Félix, celebraban la Eucaristía, desafiando la prohibición imperial. Fueron todos arrestados y conducidos a Cartago para ser interrogados por el procónsul Anulino. La fortaleza de todos fue impresionante, pero fue especialmente significativa la respuesta que dio Émerito al procónsul cuando este le preguntó por qué había violado la orden del emperador. Con mucha firmeza le contestó: “Sin el domingo no podemos vivir. Sin reunirnos en asamblea litúrgica los domingos para celebrar la Eucaristía, no podemos vivir. Nos faltarían las fuerzas para afrontar las dificultades cotidianas y no sucumbir”. Los 49 mártires de Abitene, después de crueles torturas fueron asesinados y confirmaron con el derramamiento de su sangre la fe en Jesucristo, su Señor, muerto y resucitado, que en el banquete Eucaristico, permanece vivo en medio de su Iglesia, cumpliendo su promesa de estar siempre con los suyos hasta el final de los tiempos. Los mártires de Abitene murieron, pero vencieron. Su muerte fue una verdadera victoria.

La experiencia de estos santos mártires, tiene que hacernos reflexionar a nosotros cristianos del siglo XXI y tiene que ayudarnos a comprender que sin Eucaristía no podemos vivir. Hoy, tampoco es fácil vivir como cristianos. Vivimos inmersos en un clima cultural, muy alejado de Dios y de los valores espirituales, caracterizado con frecuencia por un consumismo desenfrenado, por un secularismo cerrado a lo trascendencia, y por un relativismo moral en el que parece que el único criterio para ordenar la conducta no sea otro que el de buscar el mayor grado de placer a costa de lo que sea. Muchas veces tenemos la sensación de vivir aquella misma experiencia que, según nos describe el libro del Deuteronomio, tuvo que vivir el pueblo de Dios, atravesando un desierto “grande y terrible”. Pero Dios no abandona nunca a su Pueblo, a pesar de sus muchas infidelidades. Y le alimentó en el desierto con el maná. Y en ese alimento significó, simbólicamente, el alimento con el que iba a nutrir al Pueblo de la Nueva Alianza, a nosotros, a su Iglesia Santa: el alimento de su Cuerpo y de su Sangre, el banquete Eucarístico. “Yo soy el pan de la vida. El que venga a mi, nunca tendrá hambre y el que crea en Mi nunca tendrá sed”(Jn.6,35). El evangelista S. Juan nos ofrece ese maravilloso discurso del Pan de Vida, en el que el Señor, en la sinagoga de Cafarnaun, nos va a descubrir todo su amor entregándonos como alimento su propio Cuerpo y como bebida su propia Sangre. “Este es el Pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres y murieron; el que coma este Pan vivirá para siempre” (Jn. 6,58)

Tenemos necesidad de ese Pan. No podemos vivir sin ese Pan, como decían los mártires de Abitene. Necesitamos ese Pan para afrontar el cansancio y las dificultades de nuestro largo peregrinar hacia la casa del Padre. El domingo, especialmente, es la ocasión propicia para alimentarnos de la Eucaristía y para llenarnos de la fuerza del Señor de la Vida. El precepto del domingo no es un simple deber impuesto desde el exterior. Participar en la celebración dominical y alimentarse del Pan Eucarístico es una necesidad para el cristiano.

“El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en Mi y Yo en él” (Jn.6,52). Cuando comulgamos el Cuerpo y la Sangre del Señor nos hacemos uno con Él. Participamos de su misma vida. El Señor no nos deja solos. En la Eucaristía, Cristo está realmente presente entre nosotros. Y su presencia no es estática. Es una presencia dinámica. Es decir, una presencia que dinamiza a la persona, que la hace entrar en un dinamismo de vida y de amor. En las comidas comunes, el alimento que tomamos, es asimilado por nuestro organismo y es convertido por nosotros en un elemento más de nuestra realidad corporal. Sin embargo cuando comulgamos sucede lo contrario. En la Eucaristía el centro no somos nosotros, sino Cristo, que nos atrae hacia Él. En la Eucaristía, Cristo nos hace salir de nosotros mismos para hacernos una sola cosa con Él. Y al atraernos hacia Él, nos atrae hacia su Cuerpo que es la Iglesia. Por eso podemos decir que la Eucaristía edifica la Iglesia. La Eucaristía nos introduce en la comunidad de los hermanos. Nuestro encuentro con Cristo en la Eucaristía, no es un encuentro individualista y aislado. Quien se alimenta de la Eucaristía no puede ser individualista. Al unirnos a Cristo en la Eucaristía nos unimos a Él y a todos los que están con Él. Esto es lo que nos dice el apóstol S. Pablo en su primera carta a los Corintios. “Aunque seamos muchos, somos un solo pan y un solo cuerpo, porque todos participamos de un mismo pan” (I Cor. 10,17). Y de esto se deriva una consecuencia muy clara que hemos de tener siempre muy presente. Que no podemos comulgar con el Señor si no comulgamos entre nosotros, es decir, si no vivimos la comunión eclesial, si no somos un solo corazón y una sola alma.

Al concluir esta semana en la que hemos reflexionado sobre “La Eucaristía, corazón de la vida cristiana y fuente de la misión evangelizadoras de la Iglesia” quiero recordar las palabras que sobre la Eucaristía el Papa dirigía los jóvenes, este verano en Colonia.

¿Qué significa la Eucaristía? ¿Qué está realmente sucediendo cuando celebramos la Eucaristía?. “Haciendo del pan su Cuerpo y del vino su sangre – decía el Papa a los jóvenes - Jesús anticipa su muerte en la cruz y la transforma en un acto de amor. Lo que desde el exterior es violenciabrutal, desde el interior se transforma en un acto de un amor que se entrega totalmente. Esta es la transformación sustancial que se realizó en el Cenáculo y que estaba destinada a suscitar un proceso de transformaciones cuyo último fin es la transformación del mundo hasta que Dios sea todo en todos. Desde siempre todos los hombres esperan en su corazón, de algún modo, una transformación del mundo. Este es, ahora, el acto central de transformación capaz de renovar verdaderamente el mundo”

Queridos hermanos, pidamos al Señor, que nos ayude a comprender, toda la fuerza transformadora que encierra el Misterio Eucarístico. En la Eucaristía el odio se transforma en amor y la muerte se transforma en vida. La Eucaristía significa la victoria del amor sobre todo tipo de destrucción, de violencia o de muerte. La Eucaristía nos introduce en el reino de la libertad y de la vida. Es, como decía el Papa a los jóvenes “una explosión del bien que vence al mal” y que es capaz de suscitar toda una cadena de transformaciones que cambiarán el mundo. Esto es la redención. Y nosotros podemos entrar en ese dinamismo de la redención. El Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos dan para que nosotros mismos seamos transformados y para que nos comprometamos en ese proceso de transformación del mundo por la fuerza del amor.

Vivimos momentos en nuestra sociedad y en nuestra cultura especialmente delicados. Hay valores y derechos esenciales que, bajo la capa de un falso progreso, están siendo claramente vulnerados: el valor y el respeto a la vida y a la dignidad de la persona humana, desde el momento mismo en que es concebida hasta su muerte natural; el valor de la familia como ese ámbito sagrado en el que, fruto del amor estable y fecundo de un hombre y de una mujer, de un padre y de una madre, el ser humano nace a la vida y crece y es educado en un clima de ternura y de acogida; y el valor de la libertad: una libertad entendida como esa capacidad del hombre para orientar su vida, no hacia el mal que le destruye sino hacia el bien, hacia la verdad, hacia la belleza y hacia todo aquello que le dignifica como persona y que le conduce a la felicidad; una libertad que tiene, entre sus manifestaciones más importantes, el derecho y la obligación de los padres de educar a sus hijos según sus propias convicciones religiosas y morales y que ha de ser protegido por las leyes, según establece nuestra Constitución, reconociendo el valor de la clase de religión en todos los centros de enseñanza y la posibilidad de que los padres puedan llevar a sus hijos, en igualdad de condiciones y sin ningún tipo de discriminación, a aquellos centros cuyo ideario sea más conforme con esas convicciones.

La Eucaristía nos empuja a un modo de vivir, activo, dinámico y transformador. No podemos estar de brazos cruzados. Vivir la Eucaristía es entrar activamente en el plan de Dios. La Eucaristía es acción de gracias, alabanza, bendición y transformación a partir del Señor. La Eucaristía debe llegar a ser el centro de nuestra vida.

Y, en torno a la Eucaristía, tal como decía el Papa en Colonia, construyamos comunidades vivas. Quien ha descubierto a Cristo siente en su corazón el deseo de llevar a otros hacia Él.. Quien ha descubierto a Cristo siente tal alegría que no puede guardársela para sí mismo. Siente la necesidad de transmitirla a los demás. Construyamos, en torno a laEucaristía, comunidades cristianas que vivan el mandamiento del amor, comunidades cristianas con capacidad de perdón, con sensibilidad hacia las necesidades de los demás, comprometidas en su servicio al prójimo y siempre dispuestas a compartir sus bienes con los necesitados.

Quien vive el encuentro con Cristo en la Eucaristía vive también necesariamente el encuentro con los hermanos que sufren. Así nos lo han recordado los padres sinodales en el mensaje final de la XI asamblea general ordinaria del sínodo de los obispos, recientemente clausurada en Roma: “Ante el Señor de la historia y ante el futuro del mundo, los pobres de siempre y los nuevos pobres, las víctimas de injusticias, cada vez más numerosas y todos los olvidados de la tierra nos interpelan y nos recuerdan a Cristo en agonía hasta el final de los tiempos. Estos
sufrimientos no pueden ser extraños a la celebración del misterio eucarístico, que nos compromete a todos nosotros a trabajar por la justicia y la transformación del mundo de manera activa y consciente, a partir de la doctrina social de la Iglesia que promueve la centralidad de la dignidad de la persona humana. “No podemos engañarnos; es por el amor mutuo y, en particular, por la solicitud que manifestemos a los necesitados por lo que seremos reconocidos como verdaderos discípulos de Cristo. Este es el criterio que probará la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas” (Mane nobiscum Domine, 28)”

Acudamos hoy con mucha confianza al Señor para que, con el don de su Espíritu Santo y contemplando el Misterio Eucarístico, nos haga crecer en el amor y nos alcance la gracia de sentir el gozo y la belleza de la vida cristiana. Y así, transformados por Él, contribuyamos con nuestro esfuerzo a la construcción de un mundo en el que, respetando la pluralidad de razas y culturas, sepamos reconocer en el rostro de cada hombre la imagen viva de Dios.

Que la santísima Virgen, Mujer Eucarística, Madre del Redentor y Madre nuestra, que junto a la cruz de su Hijo permaneció obediente a la voluntad del Padre, interceda por nosotros y nos conduzca a la gloria de la resurrección. Amen.

 

Entrada del nuevo parroco (Parroquia de San Jose - Pinto)

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ENTRADA DEL NUEVO PÁRROCO
(Parroquia de San José de Pinto-2005)

“Os daré pastores según mi corazón!”(Jer.3,15). Con estas palabras del profeta Jeremías Dios promete a su pueblo no dejarlo nunca privado de pastores que lo congreguen y lo guíen. La Iglesia, Pueblo de Dios, experimenta siempre el cumplimiento de este anuncio profético y con alegría, da continuamente gracias al Señor. Y sabe que ese cumplimiento se realiza en Jesucristo:”Yo soy el Buen Pastor y conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mi (...) y doy la vida por mis ovejas” (Jn.10,11 sig.); y que su presencia sigue viva entre nosotros, por voluntad suya, en todos los lugares y en todas las épocas, por medio de los apóstoles y de sus sucesores. Sin sacerdotes la Iglesia no podría cumplir el mandato del Señor de anunciar el evangelio:”Id y haced discípulos a todas las gentes”(Mt. Mt.28,19). Ni podría renovar cada día, en el misterio eucarístico el sacrificio de su cuerpo entregado y de su sangre derramada para la vida del mundo.

La solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, presentando el señorío de Jesús bajo la imagen del pastor que da la vida por sus ovejas, nos ayuda a comprender esa voluntad del Señor de cuidar a los suyos entregando su vida por ellos: “Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro. Como sigue el pastor el rastro de su rebaño, cuando las ovejas se le dispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré, sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron el día de oscuridad y nubarrones” (Ez. 34, 11-12.15-17). Esa presencia cercana de Jesucristo se sigue hoy realizando en aquellos que han sido llamados por Él para ser apóstoles suyos.

La inauguración solmene del ministerio pastoral del nuevo párroco nos da la oportunidad, una vez más, de darle gracias al Señor por la fecundidad espiritual de esta Parroquia desde su reciente creación. Recordamos con especial cariño y gratitud a D. Luis, su primer Párroco, que con una gran bondad y prudencia, ayudado por su vicario parroquial D. Daniel ha sabido poner en marcha esta Parroquia y hacerla crecer espiritualmente y materialmente, llevando a feliz término la recuperación y acondicionamiento de los locales parroquiales.

El nuevo párroco Álvaro, ha sido vicario parroquial de la Parroquia de Cienpozuelos y me consta que en este breve tiempo que lleva con vosotros está siendo recibido con mucha cordialidad y afecto por todos.

Él viene a ahora, en el nombre del Señor, como párroco, para asumir, en nombre del obispo, la responsabilidad ultima en la animación pastoral de esta Parroquia. Le encomendamos, con mucha confianza, al Señor y a la Santísima Virgen, para que , por medio de él, se haga presente entre vosotros el amor de Cristo a su Iglesia. Y rezamos también para que esta comunidad parroquial, entienda bien, a la luz de la fe, lo que es propio del ministerio que hoy se le confía, le ayude en sus tareas apostólicas y, en comunión con él y con su Obispo, realice la misión de ser sal de la tierra y luz del mundo entre las gentes de este barrio inmenso de Zarzaquemada.

Un primer deber del párroco es anunciar a todos el evangelio de Dios, cumpliendo así el mandato del Señor:”Id por todo el mundo y anunciad el evangelio a todos los hombres”(Mc.16,15). Con su palabra y con el testimonio de su vida debe ayudar a todos a conocer a Jesucristo y a crecer en la fe. El párroco, como colaborador del Obispo, ha de cuidar la transmisión de la fe, garantizando la fidelidad al magisterio de la Iglesia en esta transmisión, tanto en la homilía, como en la catequesis, como en cualquier otra forma de enseñanza, exhortando a todos a descubrir en Jesucristo el verdadero tesoro que llenará de alegría y de esperanza sus vidas. Y ha de tener un cuidado especial, como nos dice Jesús en el evangelio, por los más débiles en la fe, por los que viven experiencias de sufrimiento y dolor, por los enfermos y por los niños y los más pequeños, ayudando a los matrimonios cristianos en la educación de la fe de sus hijos. La palabra del párroco no es un palabra más entre otras sino que, de una manera especial en determinados momentos, y particularmente en lo que se refiere a la doctrina cristiana, es la voz autorizada de la Iglesia que garantiza la correcta transmisión de la fe.” Los sacerdotes, cuando con su conducta ejemplar entre los hombres los llevan a glorificar a Dios, o cuando enseñan la catequesis cristiana, o cuando explican las enseñanzas de la Iglesia, o cuando se dedican a estudiar los problemas actuales a la luz de Jesucristo, siempre enseñan no su propia sabiduría, sino la palabra de Dios, e invitan insistentemente a todos a la conversión y a la santidad” (PO. 4).

El sacerdote es también ministro de los sacramentos y de la Eucaristía. Por el bautismo introducen a los hombres en el Pueblo de Dios¸ por el sacramento de la penitencia reconcilian a los pecadores con Dios y con la Iglesia, por la unción de los enfermos alivian a los que sufren la enfermedad y, sobre todo, por la celebración de la Eucaristía ofrecen el sacrificio de Cristo y hacen permanentemente presente entre nosotros el memorial de la cruz redentora de Cristo y de su gloriosa resurrección. La Eucaristía ha de ser el centro de la Parroquia y de una manera muy especial la Eucaristía del domingo. En torno a la Eucaristía, decía el Papa a los jóvenes en Colonia hemos de construir comunidades vivas. Comunidades que vivan el mandamiento del amor, teniendo todos un mismo corazón; comunidades cristianas con capacidad de perdón, con sensibilidad hacia las necesidades de los demás, comprometidas en su servicio al prójimo y siempre dispuestas a compartir sus bienes con los necesitados. Cuando el mandamiento del amor a los pobres se separa de la Eucaristía corremos el riesgo de convertirlo en pura demagogia. El alma de la Iglesia es el amor, con una especial predilección hacia los más pobres, Pero ese amor ha de tener siempre como fuente y alimento la Eucaristía. La Eucaristía nos empuja a un modo de vivir activo, dinámico y transformador. La Eucaristía es acción de gracias, alabanza, bendición y transformación a partir del Señor. “La Eucaristía es el centro propulsor de toda la acción evangelizadora de la Iglesia, como lo es el corazón en el cuerpo humano. Las comunidades cristianas sin la celebración eucarística, en la que se alimentan con la doble mesa de la Palabra y del Cuerpo de Cristo, perderían su auténtica naturaleza; sólo en la medida en que son eucarísticas pueden transmitir a los hombres a Cristo, y no sólo ideas por muy nobles e importantes que sean” (Benedicto XVI. 2/10/2005). No perdamos nunca el sentido del domingo como día de la Eucaristía, como día del Señor. El día en que Jesucristo, venciendo la muerte salió del sepulcro. El día de la nueva creación. La Eucaristía, nos dice el concilio, es la fuente y la cumbre de toda la evangelización. (PO.5)

Los presbíteros ejercen también la función de ser punto de encuentro de los diversos carismas y ministerios que pueda haber en la comunidad. Son centro de unidad y de comunión. Hacen presente a Jesucristo, Cabeza de la Iglesia, que da unidad y consistencia a todo el Cuerpo. Ellos convocan y reúnen, en nombre del Obispo a la familia de Dios, como una fraternidad con una sólo alma y la conducen a Dios Padre, por Cristo, en el Espíritu. La Parroquia es una comunidad muy diversa, que congrega personas con edades y mentalidades muy diferentes. Cada una con su propia historia personal, con sus penas y alegrías y con una gran variedad de ministerios y carismas. A todos debe llegar el sacerdote, como padre, hermano y amigo. Y, como educador de la fe, ha de procurar personalmente, o por medio de otros, que cada uno de aquellos que la Iglesia le confía, descubra su propia vocación y sea llevado por el Espíritu hacia la madurez de la vida cristiana que es la santidad.

Para conseguir todo esto, como también nos dice el concilio “debe portarse con ellos no según los gustos de los hombres, sino conforme a las exigencias de la enseñanza y de la vida cristiana”( P.O. 6). Y sabemos muy bien que en el mundo en que vivimos, con una mentalidad dominante, muy alejada de Dios y de los valores evangélicos, esto no es fácil; y, en muchos momentos, el sacerdote tendrá que decir cosas que no estén de moda y tendrá que ir contracorriente de un modo de pensar y de un modo de comportarse que, por muy habituales que sean, está produciendo verdaderos estragos en las familias y en la educación moral y religiosa de los niños y de los jóvenes. El sacerdote, como decía S. Pablo a su discípulo Timoteo, tiene la obligación de predicar el evangelio, insistiendo a tiempo y a destiempo, corrigiendo, reprendiendo y exhortando con toda paciencia y doctrina. (Cf.Tim.4,2) . Y no le faltará la gracia de Dios para realizarlo.

El Papa Benedicto XVI, recordaba, hace unos días a los obispos de Austria que habían acudido a visitarle con motivo de la “Vista ad Límina” que el proceso de secularización que va invadiendo Europa tiene como consecuencia que “En muchos creyentes se debilite la identificación con la enseñanza de la Iglesia, perdiendo así la certeza de la fe y desapareciendo el temor reverencial a la Ley de Dios”. Y frente a ello, les decía el Papa, “hace falta una confesión clara, valiente y entusiasta de la fe en Jesucristo (...) presentando la Palabra de Dios con toda claridad, incluso las cosas que se escuchan con menos agrado o que ciertamente suscitan reacciones de protesta y de burla (...) Hay temas, en el ámbito de las verdades de fe y, sobre todo, de la doctrina moral que no se presentan de modo adecuado en la catequesis o en el anuncio, y acerca de las cuales, a veces, por ejemplo en la pastoral juvenil de las parroquias o de las asociaciones, no se afrontan en absoluto o no con el sentido en que las entiende la Iglesia (...) Tal vez los responsables del anuncio teman que las personas puedan alejarse si se habla demasiado claramente. Sin embargo, por lo general, la experiencia demuestra que sucede precisamente lo contrario. No os engañéis. Una enseñanza de la fe católica que se imparte de modo incompleto es una contradicción en sí misma y, a la larga, no pude ser fecunda.”

Aunque el sacerdote se debe a todos, sin embargo, nunca debe olvidar, que, como representante de Jesucristo Buen Pastor, ha de tratar con especial predilección a los pobres y a los más débiles. Esta es la gran enseñanza del evangelio de hoy: el amor a los pobres. Y hay muchas formas de pobreza. Está la pobreza material de los que no tienen lo necesario para vivir. Pero está también la pobreza espiritual de quienes han vivido o viven momentos de especial sufrimiento, en la enfermedad , en el desamparo afectivo, en el desarraigo por causa de la emigración o en la soledad. Y está finalmente la más radical de las pobrezas, que es la pobreza del que vive alejado de Dios, la pobreza del pecado. Hemos de tener un gran deseo de llegar a todos. Y hemos de procurar por todos los medios, con la ayuda del Señor, hacer llegar la luz de la fe a los que no conocen al Señor. La Parroquia ha de ser un comunidad misionera, que busque como el Señor a tantas ovejas perdidas y a tantos hijos pródigos como hay por el mundo y les muestre en Jesucristo el camino de la verdadera felicidad.

Dentro de un momento el Párroco renovará ante mi sus promesas sacerdotales y después le iré haciendo entrega de las diversas sedes en las que ejercerá su ministerio. Le entregaré la sede presidencial, desde la que predicará la Palabra de Dios, presidirá la Eucaristía y guiará, con el espíritu del Buen Pastor, a esta comunidad cristiana que la Iglesia le confía. Le haré entrega después de la pila bautismal en la que por el agua y el Espíritu, en el sacramento del bautismo, incorporará nuevos miembros a la Iglesia. Y le entregaré la sede penitencial en la que, por el sacramento de la reconciliación, hará llegar, por su ministerio, a todos los con un corazón arrepentido confiesen personalmente sus pecados, la gracia infinita de la misericordia divina. Después de la comunión le haré entrega de la llave del sagrario, pidiéndole que cuide con mucho respeto este lugar santo y con una luz, siempre encendida, indique a los fieles, la presencia del Señor, para que vengan aquí a orar y que lleve la sagrada comunión a todos aquellos que por estar enfermos o impedidos no hayan podido venir a la celebración de la Eucaristía.

Esta comunidad parroquial que hoy recibe a su nuevo Párroco tiene que ser buena noticia de salvación y evangelio vivo, para todos los que, con sincero corazón busquen el bien y la verdad.

La fiesta de Cristo Rey, que hoy celebramos, nos recuerda que la creación y la historia tienen en Cristo su centro y su plenitud. Pero no lo olvidemos: Cristo es rey desde la cruz. Él es Señor entregando la vida por sus siervos. “Estoy en medio de vosotros como el que sirve.” Sigamos a Cristo sirviendo a los hermanos. Sigamos al Señor no reconociendo más señorío que el suyo. Porque sirviéndole a Él, que es la verdad, seremos auténticamente libres.

Ponemos nuestro mirada en la Virgen María. Que ella nos acompañe constantemente con su protección maternal y sea siempre para nosotros el modelo de una vida entregada a la voluntad de Dios y el signo de una Iglesia que, unida a su Señor, proclama al mundo las maravillas de Dios.

Profesion Capuchinas de Pinto

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PROFESIÓN PERPETUA
CAPUCHINAS DE PINTO
(20 de NOVIEMBRE 2005)

“Aquí estoy , Señor, para hacer tu voluntad. Yo esperaba con ansia al Señor; Él se inclinó y escucho mi grito; me puso en la boca un cántico nuevo un himno a nuestro Dios”(Sal. 39). Estas palabras del salmo treinta y nueve, expresan, sin duda, los sentimientos de estas hermanas que un día, por un misterioso designio del Señor, sintieron en su interior una llamada tan intensa, una luz tan deslumbradora y unos deseos tan grandes de entregarse totalmente a Dios que, a partir de aquel momento, sus vidas sólo tendrían sentido si, respondiendo a esa llamada, las ponían, sin reservarse nada, en manos de Aquél que había cautivado su corazón. “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. No es este un conocimiento que pueda explicarse racionalmente. Incluso para algunos o quizás para muchos, que , inmersos en una cultura alejada de Dios, viven solo en la superficie de las cosas y no entienden de experiencias espirituales, el género de vida que han elegido es una auténtica locura. Pero quien ha sido tocado por la luz de lo divino, sabe con una convicción que va más allá de cualquier argumento puramente racional, y con una alegría que supera cualquier alegría humana, que sólo por el camino de la renuncia total puede uno introducirse en el camino de la sabiduría total, esa sabiduría capaz de llenar los deseos infinitos de bondad de verdad y de belleza que todo ser humano lleva en su corazón. Y estas hermanas, inspiradas por Dios, han querido seguir este camino de plena consagración a Él siguiendo las huellas de san Francisco y de santa Clara.

La espiritualidad de san Francisco de Asís está toda ella centrada en Jesucristo y en el Evangelio. Francisco ve, sobre todo, en la persona del Hijo de Dios encarnado y crucificado al hermano mayor de toda la humanidad, al autor de la salvación y al mediador único de nuestra comunión con Dios. Esto lo descubrió ya desde el momento de su conversión. La visión de Cristo crucificado en San Damián, lo marcó de tal modo para toda su vida, que no podía recordar la pasión del Señor sin que se le saltaran las lágrimas y, como dice San Buenaventura, ya desde entonces llevó impresas en su interior las llagas de la pasión.

Francisco encontraba a Jesucristo pobre y crucificado en los pobres, en los leprosos, en las pruebas y sufrimientos que tuvo que padecer, en las iglesias en ruinas y , sobre todo, en el silencio de la oración, en su vida escondida con Cristo en Dios. En la intimidad de la plegaria contemplaba con los ojos de la mente y con el corazón la pobreza de Cristo en Belén y su gran amor que lo llevó a la cruz y su infinita humildad en la Eucaristía hecho pan en las manos del sacerdote para la vida del mundo.

El gran amor de Dios por la humanidad, manifestado en Cristo, le hacía a Francisco vivir en constante alabanza y acción de gracias bendiciendo a Dios por todas las cosas creadas por Él. Y así, unido a Cristo en la alabanza al Padre, amaba a todas las criaturas, animadas e inanimadas, en especial al hombre redimido con la sangre preciosa de su amado Señor Jesucristo; y se sentía llamado a ser mensajero de su salvación y de su paz no sólo para todos los hombres, cristianos o no cristianos, de cualquier clase o condición, sino también para la creación entera, para todos los seres, nacidos del amor y la sabiduría divinas, a los que consideraba hermanos.

En medio de nuestro mundo tan secularizado y materialista, la vida de las monjas de clausura es un signo luminoso que nos recuerda constantemente que la vocación de todo hombre es amar y ser amado por Aquel de quien procede todo bien. Las monjas de clausura ocupadas principalmente en la oración y en el progreso ferviente de la vida espiritual anticipan lo que, un día, por la misericordia de Dios, todos estamos llamados a ser, cuando Dios lo llene todo con la luz de su amor.

Celebramos esta profesión perpetua en la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. Un rey muy distinto de los reyes de este mundo. Jesucristo reina desde la cruz. Jesucristo ejerce su señorío siendo pastor que da la vida por sus ovejas.”Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro. Como sigue el pastor el rastro de su rebaño, cuando las ovejas se le dispersan, sí seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré, sacándolas de los lugares por donde se desperdigaron el día de oscuridad y nubarrones” (Ez. 34,11-12). Este misterio de un Dios que nos muestra su amor y su poder con la entrega de su Hijo en la cruz lo vivimos permanentemente en el misterio eucarístico. El Reino de la verdad y de la vida, del amor y la gracia, de la justicia, del amor y de la paz se hace presente de modo pleno en el sacrificio de Cristo en la cruz que se hace presente en la Eucaristía.

Hace pocas semanas se clausuraba el año de la Eucaristía y el Sínodo de la Eucaristía. La Iglesia nos invita a considerar el puesto central que la Eucaristía tiene en nuestras vidas y de una manera muy especial en la vida monástica. Realmente la vocación contemplativa adquiere todo su sentido cuando la entendemos a la luz de la Eucaristía. Porque, lo mismo que el Señor en la Eucaristía, las monjas de clausura se ofrecen, con Jesús, por la salvación del mundo y hacen suya la acción de gracias del Hijo al Padre. La vida de clausura es un modo de vivir la pascua de Cristo. De experiencia de “muerte”, de “ocultamiento” y de “renuncia”, se convierte en sobreabundancia de vida, y en anuncio gozoso “de los cielos nuevos y la tierra nueva”

Vosotras, queridas hermanas, por una gracia especial del Señor, habéis entrado en esa dinámica transformadora del amor que brota del misterio eucarístico

Este verano, hablando de la Eucaristía decía el Papa a los jóvenes en Colonia: “Haciendo del pan su Cuerpo y del vino su Sangre, Jesúsanticipa su muerte en la cruz y la transforma en un acto de amor. Lo que desde el exterior es violencia brutal, desde el interior se transforma en un acto de un amor que se entrega totalmente. Esta es la transformación sustancial que se realizó en el Cenáculo y que estaba destinada a suscitar un proceso de transformaciones cuyo último fin es la transformación del mundo hasta que Dios sea todo en todos. Desde siempre todos los hombres esperan en su corazón, de algún modo una transformación del mundo. Este es ahora el acto central de transformación capaz de renovar verdaderamente el mundo”

Lo que hoy estamos celebrando, en este clima tan íntimo y tan familiar, tiene, sin embargo, una resonancia y unos efectos verdaderamente universales y ha de empujarnos a todos a crecer en la fe. La consagración de estas hermanas y el testimonio de la Comunidad que con gozo la recibe, nos esta invitando a todos a entrar en el Misterio de amor que brota, como de una fuente inagotable, del Misterio Eucarístico. En la Eucaristía el odio se transforma en amor y la muerte se transforma en vida. La Eucaristía significa la victoria del amor sobre todo tipo de destrucción, de violencia o de muerte. La Eucaristía nos introduce en el reino de la libertad y de la vida. Es, como decía el Papa a los jóvenes, “una explosión del bien que vence al mal” y que es capaz de suscitar toda una cadena de transformaciones que cambiarán el mundo. Esto es la Redención. Y nosotros podemos entrar en ese dinamismo de la Redención. El Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos dan para que nosotros mismos seamos transformados y para que nos comprometamos en ese proceso de transformación del mundo por la fuerza del amor.

La Eucaristía nos empuja a un modo de vivir activo, dinámico y transformador. Vivir la Eucaristía es entrar en el plan de Dios. La Eucaristía es acción de gracias, alabanza, bendición y transformación a partir del Señor. La Eucaristía debe llegar a ser siempre y en todo momento, para todos nosotros el centro de nuestras vidas.

Y, en torno a la Eucaristía, animados y fortalecidos en la fe por esta comunidad orante en la que estas hermanas nuestras han querido consagrarse al Señor, vayamos construyendo, allá donde vivamos, comunidades vivas y evangelizadoras. Quien ha descubierto a Cristo siente en su corazón el deseo de llevar a otros hacia Él. Quien ha descubierto a Cristo siente tal alegría que no puede guardársela para sí mismo. Siente la necesidad de transmitirla a los demás. Construyamos, en torno a la Eucaristía, comunidades cristianas que vivan el mandamiento del amor; comunidades cristianas con capacidad de perdón, con sensibilidad hacia las necesidades de los demás, comprometidas en su servicio al prójimo y siempre dispuestas a compartir sus bienes con los más desamparados.

La vida de San Francisco de Asís estaba llena de un profundo amor a la Eucaristía. “Su amor al Sacramento del Cuerpo del Señor era un fuego que abrasaba todo su ser, sumergiéndose en sumo estupor al contemplar tal condescendencia amorosa. Comulgaba frecuentemente y con tal devoción, que contagiaba su fervor a los demás, y al degustar la suavidad del Cordero inmaculado, era muchas veces, como ebrio de espíritu, arrebatado en éxtasis” (LM 9,2)

El amor a la Eucaristía, el amor a la Iglesia y el amor a los hermanos van siempre unidos al amor a la Virgen María. A la Virgen María acudimos, pues, ahora, con mucha confianza, en este momento, y renovamos nuestra consagración a ella, pidiéndole que acompañe siempre con su amor maternal a estas hermanas nuestras que hoy entregan su vida a su Hijo Jesucristo y a la Iglesia. Y nos vamos a dirigir a María con la oración con la que el Papa Juan Pablo II concluye su Exhortación Apostólica sobre la Vida Consagrada:

A ti, Madre, que deseas la renovación espiritual y apostólica de tus hijos en la respuesta de amor y entrega total a Cristo, elevamos confiados nuestra súplica. Tu que has hecho la voluntad del Padre, disponible en la obediencia, intrépida en la pobreza y acogedora en la virginidad fecunda, alcanza de tu divino Hijo, que cuantos han recibido el don de seguirlo en la vida consagrada, sepan testimoniarlo con una existencia transfigurada, caminando gozosamente, junto con todos los otros hermanos y hermanas hacia la patria celestial y la luz que no tiene ocaso. Te lo pedimos, para que en todos y en todo sea glorificado, bendito y amado el Sumo Señor de todas las cosas, que es Padre, Hijo y Espíritu santo. Amén (V.C. Nº112).

 

Inmaculada Concepcion

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INMACULADA CONCEPCIÓN-2005

El día en que fue ordenado obispo el cardenal Suenes un grupo de profesores de la Universidad de Lovaina, compañeros suyos, tuvo la amabilidad de enviar a su madre un ramo de flores. Aquel detalle le emocionó. Y años más tarde, siendo ya cardenal, él mismo comentaba: “esa delicadeza que mis compañeros de universidad tuvieron con mi madre nuca se me olvidará y me ha servido en más de una ocasión para decir a mis amigos protestantes: no tengáis miedo de honrar a María, porque honrar a María es algo que va derecho al corazón de su Hijo Jesucristo. Honrando a la Madre, honramos al Hijo”. San Bernardo decía: “De María nunquam satis”, que significa: “todo lo que digamos de María es poco”.

Esta noche nos hemos reunido para alabar a María. Y lo hacemos con la seguridad de que alabando a María estamos alabando a Jesucristo. Hemos comenzado la Vigilia con el precioso himno del “Akáthistos”, muy apreciado en la tradición oriental. Es un cántico totalmente centrado en Cristo, a quien se contempla a la luz de su Madre Virgen. En este himno hemos ido recorriendo las etapas de su existencia alabando los prodigios que el Todopoderoso realizó en María: su concepción virginal, inicio y principio de la nueva creación, su maternidad divina, fuente de todas sus virtudes, y su participación en la misión de su Hijo, especialmente en los momentos de su pasión, muerte y resurrección. María, Madre del Señor Resucitado y Madre de la Iglesia, nos precede y nos lleva al conocimiento auténtico de Dios y al encuentro con el Redentor. “Salve ¡Virgen y Esposa!.

María nos indica el camino y nos muestra a su Hijo. Al celebrarla con alegría y gratitud, en esta Vigilia, honramos la santidad de Dios que, por su misericordia, hizo maravillas en su humilde sierva y la saludamos con el título de “llena de gracia” implorando su intercesión por todos los hijos de la Iglesia y decimos con las palabras del ángel:“Alégrate María, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc.1,28).

¡Qué grande es el misterio de la Inmaculada Concepción, que nos presenta la liturgia de hoy!. En el himno de la carta a los Efesios, que se acaba de proclamar, el apóstol alaba a Dios Padre porque “nos ha bendecido, en la persona de Cristo, con toda clase de bienes espirituales y celestiales” (Ef.1, 4-5). Esta bendición se ha realizado en María de una manera plena desde el momento mismo de su concepción inmaculada, por una gracia especial. El Padre la eligió en Cristo antes de la creación del mundo, para que fuese santa e inmaculada ante Él por el amor, predestinándola para ser primicia de la nueva creación, redimida por la sangre de su Hijo.

Y al celebrar la elección de María celebramos también la elección y la vocación de cada uno de nosotros. El Señor también nos ha elegido y nos ha llamado a la santidad. Contemplando el misterio de María podemos descubrir el modo de responder a esa llamada y las actitudes que quiere el Señor en todos aquellos que son llamados a colaborar con Él. En Nazaret, aldea desconocida, se va a decidir el futuro de la humanidad. Allí Dios va a confiar la venida de su Hijo a la respuesta de una joven humilde, pobre y desconocida. No tengamos miedo de nuestra debilidad.

En Nazaret Dios nos revela que para realizar sus designios no busca a los sabios y entendidos de este mundo, dominados por la autosuficiencia y la soberbia, sino a los pobres y humildes de corazón, a quienes el mundo suele dejar olvidados.

Aunque, en muchos momentos, nos veamos limitados y sin fuerzas no nos asustemos de nuestra pobreza. Porque será e nuestra debilidad y pobreza donde Dios manifestará su poder. Los caminos de Dios para salvar el mundo no pasan por la alianza con el dinero, o el poder de las armas o la influencia de los medios de comunicación, sino por la pequeñez y la humildad de María, que es capaz de recibir la plenitud de la Gracia.

En esta noche nos unimos a todo el pueblo cristiano para honrar a María con aquellas mismas palabras con las que los hijos de Israel bendijeron a la débil Judit, después de haber vencido al poderoso Holofernes: “Tu eres la gloria de Jerusalén, tu la honra de Israel, tu el orgullo de nuestra raza” (Jdt.15,25).

Te damos gracias , Señor, porque preservaste a María de toda mancha de pecado original, para que fuese Madre de tu Hijo, y comienzo e imagen de la Iglesia de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de hermosura. “Purísima había de ser, la Virgen de la que naciera el Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima, la que entre todos los hombres es abogada de gracia y ejemplo de santidad” (Prefacio)

Pidamos a María Inmaculada, que participa en cuerpo y alma en la gloria de Jesucristo, que todos sus hijos deseemos esa misma gloria y caminemos hacia ella. Que interceda por la salud de los enfermos, el consuelo a los afligidos y el perdón de los pecadores.

A ella que fue madre de familia, le pedimos su especial intercesión para que todas las madres de la tierra fomenten en sus hogares el amor y la santidad. Y que todos los difuntos alcancen con todos los santos la felicidad del cielo. María, Madre Inmaculada, ruega por nosotros. Amén.

 

Inmaculada - Concepcionistas

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INMACULADA
CONCEPCIONISTAS

En comunión con toda la Iglesia celebramos con alegría la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Y unimos a esa alegría nuestra acción de gracias por la consagración al Señor de nuestra hermana... que hoy hará su profesión religiosa siguiendo a Cristo pobre y crucificado y a su Inmaculada Madre a ejemplo de Santa Beatriz de Silva.

Acabamos de escuchar en el evangelio de S. Lucas que el ángel Gabriel entrando en la casa de María le habló diciendo: “Alégrate María, llena de gracia el Señor está contigo (...) concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús (...) Y María dijo: aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu Palabra”.

Lo que sucede en Nazaret es un encuentro entre el Omnipotente y una criatura humana: el Dios Omnipotente, que en un acto de infinito amor se acerca a la criatura humana; y la criatura humana, que en un acto de plena confianza le dice “sí” al Dios Omnipotente. La criatura humana se deja encontrar por Dios y dejándose amar por Él, se pone obediente en sus manos.

Como contraste, el libro del Génesis nos ha descrito el drama del hombre que se esconde de Dios: “El Señor llamó al hombre y le dijo: ¿dónde estás?. Y él respondió: he oído tus pasos en el jardín y me he escondido”.

En el origen de todo pecado está la soberbia de la criatura que no acepta su condición de criatura y quiere ser como Dios y por eso se esconde de Dios. Y en el origen de la redención y de la gracia está el “sí” y la obediencia de María, que confía en Dios y se entrega a Él.

Os invito en esta fiesta de la Inmaculada a meditar en el significado de la aceptación, por parte de María, del plan de Dios y a pedir su intercesión para que nos ayude vivir unidos a ella nuestro camino de confianza en la voluntad divina.

Realmente el “sí” de María supuso un cambio completo en el destino del mundo. Gracias al “si” de María nacerá Aquel que será la salvación para todos los hombres. Gracias al “si” de María será anunciada a todos los hombres la Buena Nueva. Gracias al “sí” de María la muerte y el pecado serán vencidos. Y gracias al “sí” de María el mundo recuperará la esperanza.

En la Virgen María Dios ha encontrado, sobre todo, una criatura que está dispuesta a recibir el don de Dios, una criatura dispuesta a dejarse querer por Dios para ser transformada por su gracia. María es la “llena de Gracia”, la transformada por la gracia, la transfigurada por la gracia desde el momento mismo de su concepción.

Verdaderamente Dios encontró en María a un criatura libre, plenamente libre de toda atadura y de toda concupiscencia, plenamente libre de preocupaciones egoístas y liberada de todo orgullo.

En este día de tu consagración al Señor, querido hermana, aprende de María a dejarte hacer por Dios, a dejarte moldear por Él. Que ella te enseñe a abandonarte al poder del Espíritu Santo.

Dios se hace presente en nuestras vidas de muchas maneras, pero necesita de nosotros un “sí” para continuar, con nuestra colaboración, su plan de salvación. No se trata sólo de un “si” en un momento determinado para realizar una empresa sorprendente que asombre a los hombres. Se trata más bien de un “sí” que llene toda la vida y que se vaya concretando día a día en pequeñas acciones. Es el “sí” de cada momento. Porque es en cada momento como vamos orientando nuestra vida hacia la santidad. Es el “sí”, generoso y muchas veces silencioso vivido momento a momento.

Pablo VI, en la homilía de la canonización de Sta. Beatriz habla de ella como de una figura “inocente, humilde y luminosa” y se pregunta si puede tener un mensaje para el hombre actual tan alejado sicológicamente de aquel mundo del siglo XVI poblado de caballeros, príncipes y damas. Y se responde: “el mensaje de Sta. Beatriz lo encontramos en su propia obra, la obra que ella fundó y que hoy perdura: la orden delas concepcionistas, salidas de su corazón enamorado de Dios. La estricta clausura determinada por la regla en todos sus detalles, anticipándose a la reforma del Concilio de Trento... pretende precisamente favorecer el más íntimo recogimiento n ecesario para una más intenso y continuado coloquio con Dios. Así lo expresa el capítulo X de la regla de claro sabor franciscano: “consideren atentamente las hermanas que, sobre todas las cosas, deben desea tener el espíritu del señor... con pureza de corazón y oración devota; limpiar la conciencia de deseos terrenos y de las vanidades del siglo y hacerse un solo espíritu con Cristo su Esposo mediante el amor”. Sta. Beatriz supo encontrar en María el verdadero modelo para una vida entregada a Dios, totalmente, en cada instante, en el día a día y hasta en los más pequeños detalles, en los votos de pobreza, virginidad y obediencia, para ser templos de Dios en el mundo.

La Virgen María, maestra en esa fuerza conquistadora de los pequeños detalles, es invitada por Dios para ser templo viviente de su presencia en el mundo. Todo en María está encaminado al Misterio de la Encarnación. La Virgen debe acoger en su cuerpo al Verbo encarnado. Y Dios, desde el momento mismo de su concepción, la fue preparando para ello. Parece como si Dios estuviese exilado del mundo, estuviese como desterrado de la humanidad hasta que finalmente encontró su hogar en María. En María Dios encontró una puerta para entrar en la historia de los hombres. Con razón llamamos a María, en las letanías del Rosario, la “Puerta del Cielo”, porque por medio de María, ese Dios desterrado del mundo por el pecado de Adán, pudo encontrar un espacio para plantar su tienda y habitar entre nosotros.

Solamente porque María Inmaculada acepto en su libertad la propuesta del Ángel, Dios ha podido encarnarse y volver a entrar en el centro de la creación para recrear y redimir el mundo desde dentro.

Y el Señor nos invita ahora a participar en esa gran obra de la recreación del mundo. Nuestro “sí”, nuestro pequeño “sí”, el “si” que tu, querida hermana, vas a pronunciar ahora consagrándote al Señor, unido al “sí” de María y con el poder de la gracia del Señor forma parte de este maravilloso plan de salvación que Dios tiene previsto desde el comienzo de los siglos.”Él nos eligió, en la persona de Cristo, antes de crear el mundo para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor” (Ef. 1,3-6) Solamente si con la gracia de Dios, que nunca nos va a faltar, cumplimos con ese “sí”, el designio de amor, que Dios tiene previsto en su plan de salvación, se llegará a realizar en el ámbito que Dios nos tiene reservado a cada uno.

Concluye el relato de la anunciación diciendo: “ (...) y el ángel la dejó”. Al terminar su misión de anunciar a María el plan de Dios sobre ella, el ángel la dejó. Y, a partir de ese momento, después de haber pronunciado María su “sí”, va a empezar par María un fatigoso y difícil camino. Es el camino de la fe.

A nosotros nos gustaría tener todo claro y entender todo desde el primer momento. Pero Dios quiere que caminemos en la oscuridad de la fe. Solamente si tenemos fe, podremos mover montañas y el Señor, como en María, podrá realizar en nosotros obras grandes.

Cuando el ángel salió de su casa María continuó su vida de cada día. El ángel cumplió su misión y terminó de responder a las preguntas de María. Ahora María deberá interrogar a los acontecimientos diarios para conocer la voluntad de Dios. Y deberá ir aceptando su voluntad . Y en esa sucesiva aceptación de la voluntad divina, manifestada en el día a día, irá conociendo con mayor profundidad, junto a su Hijo, el querer de Dios, se irá sorprendiendo de su sabiduría, caerá en la cuenta de las gracias que el Señor le va concediendo y su conocimiento de Dios se irá enriqueciendo.

También tu, querida hermana, imitando a María, en el cumplimiento de la voluntad de Dios, irás poco a poco entrando en el misterio de Dios y en el misterio de tu vocación y en el misterio de la Iglesia. El camino de la santidad lo conocerás recorriéndolo en la fe con tu vida vivida en cada día y en cada instante, en medio del mundo, participando en la misión evangelizadora de la Iglesia, unido íntimamente al Señor en la Eucaristía,viviendo la plenitud del Cuerpo Místico de Cristo, a cuyo servicio ofrendarás tu vida inmolándote por la santificación de la Iglesia y en especial de sus sacerdotes (Cfr. Const. 6 ).

Hay formas de conocimiento que se adquieren con la lectura y el estudio. Pero el conocimiento de la fe sólo crece viviéndola, confiando en Dios con la fuerza del Espíritu, orando sin cesar, estando atento a su Palabra y con un amor que alcance a todos los hombres. La fe que es encuentro con Jesucristo, es experiencia vital que llena el corazón y cambia la vida . La fe nos abre a un conocimiento vital, a una sabiduría que se encarna en la vida. La fe entra en la vida e ilumina la vida y nos hace comprender con una claridad que supera la razón que nuestro destino y nuestra vocación es algo grande y maravilloso, como lo supo ver la Virgen María. La verdad se encuentra haciéndola. “Realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todo hacia aquel que es la Cabeza, Cristo” (Ef. 4,15)

Queridos hermanos que con gozo estáis participando en esta celebración, regresemos a nuestras casas llevando en nosotros la enseñanza de María, la fe de María, esa capacidad de ver en cada acontecimiento la mano de Dios. Solamente así, afrontaremos como María el camino de la fe y tendremos la fortaleza de vivirla cada día hasta el encuentro definitivo con el Señor. Amen

 

Santa Maravillas de Jesus

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SANTA MARAVILLAS DE JESÚS -2005
(Domingo 3º de Adviento)

La solemnidad de Santa Maravillas de Jesús que con tanto gozo celebramos hoy en este Carmelo donde veneramos sus reliquias, lejos de desviarnos del clima litúrgico propio del Adviento nos ayuda a vivirlo con mayor intensidad. En el adviento la Iglesia, preparándose para la venida del Señor, repite una y otra vez: “¡Ven, Señor no tardes! ¡Concédenos, Señor, llegar a la fiesta de la Navidad, fiesta de gozo y salvación y poder celebrarla con alegría desbordante”. El adviento, con intensidad creciente, va despertando en nosotros el deseo de Dios, el deseo de su venida a cada uno de nosotros y al mundo en que vivimos, tan necesitado de Dios, con la certeza de que sólo en Dios descansará nuestra alma y sólo en Él encontrará el hombre la felicidad y la alegría que tanto desea.

Precisamente la nota dominante de este tercer domingo de Adviento, que hoy la Iglesia celebra, es la alegría.. El “estad siempre alegres” de la antífona de entrada se convierte como en una consigna que debe permanecer en nosotros en todo momento. Él viene en persona y nos salvará. “Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes , decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis” (Is. 1,6-10). “Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios : porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas”(Is. 61, 1-11).

Santa Maravillas vivió ese gozo en el Señor. Un gozo que se fue fraguando y purificando en la cruz y en las muchas purificaciones por las que el Señor le hizo pasar. Y es que el gozo en el Señor se va alcanzando en la medida en que caminando con Él, con un amor muy intenso y con grandes deseos de hacer su voluntad, y cargando con su cruz, nos vamos configurando con Él en su muerte para participar con Él en su gloria.

La lectura primera del Cantar de los cantares expresa muy bien el gran deseo de amor a Dios que llenó la vida de Santa Maravillas: “”Grábame como un sello en tu brozo, como un sello en tu corazón, porque es fuerte el amor como la muerte, es cruel la pasión como el abismo” (Cant. 8,6-7). A los pies del Señor, como María de Betania, la santa se iba llenado de la Palabra de Dios y se iba dejando guiar por el Espíritu en un amor apasionado a Jesucristo para hacer siempre y en todo su voluntad y para arrastrar con su oración y con la inmolación de su vida a muchas almas hacia Dios

Releyendo algunos textos de Santa Maravillas me he encontrado con uno en el que habla de un luz especial de Dios que recibió meditando las palabras de la Sagrada Escritura: “Mis delicias son estar con los hijos de los hombres”. “ Estas palabras, que me impresionaron fuertemente, entendí no eran en este caso para mi, sino como una especie de petición que el Señor me hacía para que me ofreciera toda entera por darle estas almas que Él tanto desea. Vi claramente, no se cómo, la fecundidad para atraer las almas a Dios de un alma que se santifica, y tan hondamente me conmovió todo esto, que con toda el alma me ofrecí al Señor, a pesar de mi pobreza, a todos los sufrimientos de cuerpo y de alma, con este fin”

Querida comunidad de M.M. Carmelitas y queridos hermanos, dejémonos también nosotros arrastrar por este deseo evangelizador que brota del encuentro íntimo con el Señor para ser entre nuestros hermanos auténticos misioneros de la esperanza cristiana y del amor divino. En el adviento no sólo hemos de desear que el gozo de la salvación que viene de Cristo inunde nuestras vidas, sino que hemos de ofrecernos a Dios para ser cauce e instrumento de su salvación para mucha gente que vive en las tinieblas del pecado o no conoce todavía al Señor. “Vi claramente la fecundidad para atraer almas a Dios de un alma que se santifica”. Santificarse es reconocer uno su propia nada para dejarse llenar por Dios para que la luz de Dios resplandezca en nuestras obras. Cuanto en nuestras obras haya menos de nosotros, menos de nuestras vanidades y flaquezas, mas llenos estaremos de la luz divina y más acercaremos a los hombres a Dios.

La carta a los Colosenses nos describe el modo de vivir de aquellos que ha sido seducidos por el Señor y no tienen otro deseo sino el de amarle y servirle de corazón: “Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura y comprensión” (Col 3,12). Quien ha sido alcanzado y transfigurado por el amor de Cristo es una criatura nueva, va adquiriendo un conocimiento cada vez más profundo y vital de las realidades divinas y se va convirtiendo en una imagen cada vez más perfecta de Dios.

Las virtudes que enumera el apóstol y que son manifestación de la caridad que lo vivifica todo nos muestran el camino de la perfección cristiana. La misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura y la comprensión constituían el modo de ser habitual de santa Maravillas, aun en medio de las mayores pruebas espirituales con las que el Señor la fue purificando. Especialmente la humildad es quizás la virtud que con mayor insistencia aparece en sus escritos. Ella sabía muy bien, guiada por su gran maestra Santa Teresa, que ser humilde es vivir en la verdad. “La humillación es una necesidad de mi alma que necesita vivir en la verdad” (c.28). Ser humilde y sencilla sintiéndose “nada y mucho peor que nada”
es lo que mejor define a esta gran santa de nuestros días, elegida por Dios, para salvar el Carmelo. La Madre confiesa que quiere ser indiferente a los juicios humanos y evitar que brote en ella toda satisfacción vana. El pensar que Jesús, su Señor y Maestro, fue tenido por loco mataba en ella cualquier atisbo o movimiento de complacencia cuando alguien la halagaba. Nunca solía disculparse de las cosas que contra ella se dijera y, siguiendo la exhortación de Pablo a los Colosenses, tenía un modo de tratar a los demás lleno de bondad, dulzura y comprensión.

El ejemplo de los santos y de una manera muy particular de una santa tan familiar y tan querida para todos nosotros y para nuestra diócesis de Getafe, es una llamada fuerte a la santidad. Nuestra vocación es la santidad y si no orientamos nuestra vida a santidad estamos perdiendo el tiempo Sólo buscando y deseando la santidad, apoyados no en nuestras debilidades y miserias, sino en la gracia divina, encontraremos paz y felicidad, tanto en los momentos fáciles como en los difíciles, tanto en los momentos de luz como en los de oscuridad. Porque caminar hacia la santidad es vivir siempre cimentados en la gran verdad que llena nuestra vidas y que lleno la vida de Santa Maravillas, y que no es otra que la verdad de ser amados infinitamente por Dios que ha entregado a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.

Como diremos después en el prefacio hoy es un día de fiesta y de acción de gracias al Señor “porque en la orden de la Bienaventurada Virgen del Monte Carmelo ha querido suscitar para edificación de la Iglesia el ejemplo de fidelidad de santa Maravillas de Jesús. Ella con su vida escondida con Cristo .siguiendo fervorosamente los consejos evangélicos deseó imitar la vida oculta de Nazaret; y ardiendo en caridad divina se ofreció por la salvación del mundo”

Y le damos gracias a Dios unidos a María nuestra Madre, reina de todos los santos, pidiendo su intercesión poderosa para que, siguiendo a su Hijo Jesucristo, Maestro divino y modelo de toda perfección, caminemos hacia la plenitud de la vida cristiana siendo en todo obedientes a la voluntad del Padre y dando frutos abundantes de amor a Dios y a los hombres. Amén

 

Nochebuena

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NOCHEBUENA - 2005

Extrañeza de quien no sepa nada de esta noche. Uno que no sepa nada de la Navidad se preguntará: “ en una noche de invierno ¿quiénes serán estos que salen de sus casas a una hora muy avanzada, se reúnen en la Iglesia, se les ve contentos, charlan animados, se abrazan y felicitan unos a otros ... y después, en un ambiente recogido y a la vez festivo rezan y cantan y alaban a Dios?. Algo pasa aquí. Algo muy importante deben celebrar... pero ¿quiénes son? ¿qué es lo que celebran? ¿en qué medida eso que celebran afecta a sus vidas?”

Quienes somos. Hay de todo. Somos muy distintos: muchas edades, diversas situaciones. Somos como los demás. Cada uno con sus preocupaciones, alegrías y esperanzas. Viviendo, eso sí, un ambiente social y cultural que nos afecta a todos y que a todos preocupa. Es verdad que hay muchas cosas buenas y positivas de las que estamos muy contentos; pero también hay cosas que nos inquietan: el trabajo que cada día resulta más difícil, la convivencia entre unos y otros, el futuro de los hijos y su educación ... Vemos gente desilusionada, vidas frustradas, violencia e injusticias. Como todo el mundo nos sentimos preocupados e incluso, algunas veces agobiados, por todo eso. Pero hay algo que nos distingue, algo que afecta a lo más íntimo de nuestro ser. Es la fe. Es la certeza de ser amados por Dios. Es la confianza en Aquel que vela por nosotros, nos saca del abismo del pecado y nos da una Vida, capaz de vencer todos “las muertes”

Hoy celebramos que un día, en medio de las tinieblas, brilló una luz. “El Pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras y una luz les brilló” (Is.9, 1-3). Nosotros hemos visto esa luz. Una luz que se renueva, en nosotros cada año.. Y hoy lo celebramos. El “hoy” de la liturgia, que escucharemos y cantaremos repetidas veces, debe interpretarse como una actualización repetida del acontecimiento salvador de la Navidad. En la celebración litúrgica, nos hacemos contemporáneos de aquello que sucedió y que sigue sucediendo en nosotros. Hoy, en efecto viene Jesús a su Iglesia reunida en asamblea festiva y llega para salvarnos. Llega para sacarnos de ese abismo oscuro que es el pecado, para liberarnos, como dice el salmo “de la fosa profunda y e la charca fangosa”. El hombre no podía salir por sí sólo de la tragedia en la que le había sumergido su desobediencia a Dios. Cuando el hombre se separa de Dios se hunde en la desesperanza. El hombre sin Dios es como un vagabundo, sin rumbo, que busca saciar su sed de felicidad con bienes efímeros. Es como el que intenta buscar el agua viva en un desierto árido y reseco.

Pero Dios, en su misericordia, no deja sólo al hombre. Sale a su encuentro y, gracias a María la Virgen Inmaculada, “Arca de la nueva Alianza”, asume nuestra condición humana, entra en el abismo de nuestra pobreza y nos invita a caminar con Él hacia la gloria del Padre restaurando y rehaciendo en nosotros la imagen de Dios que había quedado destruida por el pecado. Por eso el apóstol Pablo confiesa con gratitud:”Ha parecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres” (Tit.2,11- 14) Desde que Dios se hizo hombre, la vida del hombre ya no es un callejón sin salida. Hay caminos de esperanza. Cristo nacido en Belén es nuestra esperanza. Él es la luz que alumbra nuestras tinieblas. Una luz que aparece con fuerza cada año al celebrar la Navidad.

En esta noche celebramos que el miedo ha sido vencido. Hoy resuena también entre nosotros aquella voz que escucharon los pastores de Belén: “Un ángel del Señor se les presentó y la gloria del Señor los envolvió de claridad (...) No temáis, os traigo la Buena Noticia, la gran alegría para todo el Pueblo. Hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”.

Hay una auténtica ironía, llena de intención, en el relato de S. Lucas. A primera vista parece que el hombre poderoso de este relato es el emperador, que en un acto de poder despótico ha obligado a aquellas pobres gentes a un largo y fatigoso viaje para empadronarse en sus lugares de origen. El emperador se hacía llamar “señor” y “salvador”. Pero el verdadero señorío y la verdadera salvación no nos viene de los poderes de este mundo, no nos viene ni del poder del dinero, ni del poder de las armas. El verdadero “señorío” y la verdadera “salvación”, que viene de Dios, se ha revelado en la debilidad de un recién nacido “envuelto en pañales y recostado en un pesebre”. Ese recién nacido nos dice el evangelista es el verdadero Mesías y Señor. Y los primeros en recibir la Buena Noticia de su nacimiento van a ser unos pobres pastores que en la noche guardan sus rebaños.

Al principio los pastores tiene miedo. No acaban de creerlo. Pero después su miedo se transforma en alegría.

Hoy también el Dios nacido en Belén quiere que acudamos a su presencia. Quiere que le recibamos. Quiere nacer en medio de nosotros: en nuestras casas, en nuestras familias, en nuestra sociedad. Y no sólo eso. Él quiere nacer dentro de cada uno de nosotros. Y para que nazca dentro de nosotros sólo hace falta una cosa: que le abramos la puerta, que le dejemos entrar, que dejemos a un lado nuestras fantasías de poder y nuestro afán de suficiencia, que nos hagamos pobres y pequeños como los pastores, y que avivemos en nosotros el deseo de amor y de verdad. Solo los que buscan el amor y la verdad, los limpios de corazón, verán a Dios.

Dejad que hoy la luz de Dios nazca en vosotros y vuestros temores se convertirán en fortaleza y vuestras tristezas encontrarán consuelo. Dejad que nazca en vosotros la Vida misma. Jesús es la Palabra de Vida : “en la Palabra había vida y la vida era la luz de los hombres”.

Hoy es un día para renacer a la Vida. Para descubrir en el Niño del pesebre al Autor de la Vida. Dejemos a un lado todo lo viejo: nuestros temores, rencillas, complejos y cansancios, nuestro egoísmo, nuestra insolidaridad y nuestra rutina. Dejemos que entre a raudales la Vida nueva del Niño recién nacido.

Hemos de salir de aquí con una esperanza renovada. Hoy es, ante todo, un día de esperanza. Una esperanza renovada en su raíz. Una esperanza que se apoya en la seguridad del amor inmenso de un Dios que es capaz de entrar en la debilidad humana para salvarnos. “Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra; cantad al Señor y bendecid su nombre” (S.95)

Que la Virgen María nos ayude recibir a su Hijo Jesús con el mismo amor con que ella lo recibió. Y caminando en la fe, en la escuela de María, lleguemos un día a la comunión perfecta con Cristo en la gloria (Cf. Postcomunión)

Navidad

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NAVIDAD-2005

Unidos a toda la Iglesia entonamos hoy en esta solemne celebración del nacimiento de Cristo un himno de acción de gracias y de alabanza a Dios porque “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, lleva a hombros el principado y es su nombre: Mensajero del designio divino” (Is.9,5).

Realmente en torno a la fiesta de Navidad se han ido añadiendo muchas cosas. Y casi sin darnos cuenta la cultura que intenta dominarnos y dirigir nuestras vidas está haciendo todo lo posible por vaciar de contenido religioso una fiesta que no tendría ningún sentido si la separamos del acontecimiento histórico que está en su origen. Y ese acontecimiento es algo verdaderamente insólito que cuando lo contemplamos con fe no sobrecoge y nos llena de asombro y despierta en nosotros una inmensa gratitud y un gran deseo de conformar nuestras vidas con el plan de Dios. El gran acontecimiento que celebramos es que Dios se ha hecho hombre, Dios ha asumido en las entrañas virginales de María una naturaleza humana exactamente igual a la nuestra menos en el pecado.” Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre lleno de gracia y de verdad” . Ayer escuchábamos en la Misa de medianoche las palabras de Isaías anunciando proféticamente la llegada del Mesías: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. ; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló” (Is.9,1-·3).

Ciertamente el acontecimiento histórico del nacimiento de Cristo sucedió hace dos mil años. Pero ese acontecimiento sigue vivo y el nacimiento de Cristo tiene que irse realizando en cada uno de nosotros y en nuestras familias y en nuestra sociedad. Nuestro mundo y en él cada uno de nosotros sigue siendo es pueblo que camina en tinieblas y que necesita se redimido y transformado por la luz de Jesucristo. En nuestro mundo aparentemente opulento y lleno de comodidades y bienes materiales hay muchas sombras que impiden al hombre ser feliz. Y en el trasfondo de todas esas sombras está el pecado, que es la negación de Dios. Una
negación en algunos casos explícita y quizás agresiva, pero en la mayoría de los casos, una negación silenciosa y solapada. Es la negación de Dios de todos aquellos que viven como si Dios no existiera. La negación de muchas gentes que organizan su vida sin tener en cuenta a Dios, sin abrirse a su Palabra, sin reconocer en Cristo su presencia, sin aceptar a la Iglesia como sacramento, signo e instrumento de la salvación de Dios en medio de los hombres. Entre nosotros son muchos los que sin negar su condición de cristianos viven alejados de la fe hasta el punto de llegar a producirse entre nosotros lo que Juan Pablo II, refiriéndose a Europa llamaba la apostasía silenciosa. Y esta negación de Dios va unida a la negación del hombre y de su dignidad. Y los efectos los tenemos a la vista, en los atentados contra la vida humana, en el deterioro de la familia, en las dificultades para la convivencia, en la ambición y el afán de atesorar riqueza a costa de lo que sea, en el abandono de los mayores o en el miedo a tener hijos

La Navidad tiene que producir en nosotros unas gran sacudida. Tenemos que salir del aturdimiento. Tenemos que recuperar la sencillez de los niños para contemplar con asombro el milagro de un Dios que se nos acerca en la debilidad de un recién nacido para caminar con nosotros hacia la gloria del Padre y con amor y paciencia nos invita y nos da su gracia para recuperar la belleza de nuestra dignidad de hijos de Dios. Tenemos que abrirnos a la misericordia de un Dios que ha querido cargar con nuestra debilidad y ser víctima en la cruz de nuestro pecado para librarnos del pecado y abrirnos las puertas con su resurrección a una vida nueva y feliz llena de luz y de bondad.

Los santos padres cuando hablan del nacimiento de Cristo lo hacen con un gran vigor y nos exhortan a despertar del sueño y recibir la salvación que nos viene de Cristo:

“Despiértate. Dios se ha hecho hombre por ti. Despierta tu que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz. Por ti precisamente Dios se ha hecho hombre. Hubieses muerto para siempre, si Él no hubiese nacido en el tiempo. Nunca te hubiese visto libre de la carne del pecado si Él no hubiese aceptado la semejanza de la carne de pecado. Una inacabable miseria se hubiera apoderado de ti si no se hubiera llevado a cabo esta misericordia. Nunca hubieras vuelto a la vida, si Él no hubiera venido al encuentro de la muerte. Te hubieras derrumbado si Él no te hubiera ayudado. Hubieras perecido si Él no hubiera venido” (San Agustín. Of. Lect. 24 de Dic.)

Queridos hermanos: con mucha frecuencia nos sentimos abrumados y como sin fuerzas y faltos de esperanza por las muchas dificultades sufrimientos y retos que la vida nos plantea, ya sea en nuestro trabajo o en nuestra familia o en la aceptación de nosotros mismos y de nuestras debilidades y defectos. Y queremos arreglarlo nosotros solos creyéndonos muy capaces y fuertes. Y vamos de fracaso en fracaso. Y para no aceptar ese fracaso para no enfrentarnos cara a cara con él buscamos mil evasiones o entretenimientos. Pero sabemos que eso en el fondo nos satisface y nos vemos sumidos en el vacío y la tristeza.

No nos engañemos. Despertemos del sueño, como nos dice S. Agustín y dejemos que entre en nosotros la luz de la navidad. Dejemos que entre nosotros la Palabra de Vida: “En la Palabra había vida y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibió. (Jn. 1,1-18). El drama del hombre es no querer recibir la luz. El drama del hombre es la soberbia, creerse Dios. Creer insensatamente que todo debe girar entorno a él mismo, siendo el único árbitro y juez de todas sus acciones, haciendo de su conciencia la fuente única de todas sus normas de conducta.

Vivir la Navidad es descubrir que en la humildad y en el reconocimiento de nuestra propia debilidad está la verdadera sabiduría. Porque sólo el humilde se abre a la verdad y sólo el humilde, como los pastores de Belén o los magos venidos de Oriente son capaces de descubrir en la pequeñez de un niño y en el fracaso de un crucificado la sabiduría de un Dios que derriba del trono a los poderos y enaltece a los humildes.

Siendo humildes seremos capaces de entender el gozo de la Navidad. Ese gozo y esa alegría a la que nos exhorta otro santo padre: S. Leon Magno:

“Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador, alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad y nos infunde la alegría de la eternidad prometida. Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo. A todos es común la razón por el júbilo: porque nuestro señor destructor del pecado u dela muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para librarnos a todos. Alégrese el justo, puesto que se acerca la victoria; regocíjese el pecador, puesto que se le invita al perdón, anímese el pagano, ya que se le llama a la vida(...) Demos, por tanto, gracias a Dios Padre por medio de su Hijo, en el E.S., puesto que se apiadó de nosotros a causa de la inmensa misericordia con que nos amó. Estando nosotros muertos por el pecado nos ha hecho vivir con Cristo para que gracias a Él, fuésemos una criatura nueva, una nueva creación. Despojémonos pues del hombre viejo con todas sus obras y ya que hemos recibido la participación de la generación de Cristo, renunciemos a las obras de la carne” (Of. Lect. 25 de Dic.).

Contemplando a Cristo en el pesebre, en la más absoluta pobreza y en la debilidad más humilde, acojámosle, abrámosle la puerta, porque acogiéndole a Él estamos acogiendo la salvación y acogiendo la salvación seremos criaturas nuevas.

Contemplemos también a María, la humilde sierva del Señor que nos muestra a su Hijo. Ella es el primer Sagrario. Ella acogiendo la Palabra de Dios hizo posible que el Dios Omnipotente se aposentara en su seno para devolver al hombre la dignidad perdida por el pecado. Gracias a María nuestros ojos, como Simeón, han visto al Salvador y en Él hemos encontrado el camino de la Vida. Que la Virgen María interceda por nosotros para vivir con gozo el misterio de la Navidad y ser testigos valientes ante el mundo de la misericordia divina. Amén