Ordenacion Presbiteros
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ORDENACIÓN SACERDOTAL
12 de Octubre de 2005
Queridos hermanos en el sacerdocio, queridos seminaristas, queridas familias de los que van a ser ordenados, queridos hermanos y hermanas y muy especialmente queridos diáconos que hoy vais ha recibir el sagrado orden del presbiterado:
En esta fiesta de la Virgen del Pilar, en la que la diócesis de Getafe celebra el décimo cuarto aniversario de su creación, vamos a ser testigos, con mucho gozo, de un gran acontecimiento para nuestra Iglesia Diocesana: catorce diáconos van a recibir la ordenación sacerdotal.
“Os daré pastores según mi corazón”(Jer. 3,15). Con estas palabras del profeta Jeremías Dios promete a su Pueblo no dejarlo nunca privado de pastores que lo congreguen y lo guíen. La Iglesia sabe que Jesucristo mismo es el cumplimiento vivo, supremo y definitivo de esta promesa de Dios: “Yo soy el Buen Pastor y conozco a mi ovejas (...) y doy mi vida por ellas”(Jn.10,14).Él es el “el gran Pastor de las ovejas” (Heb.13,20), que prolonga sacramentalmente su presencia entre nosotros en aquellos que son llamados para estar junto a Él y para ser enviados a predicar su evangelio con palabras de vida y con obras de salvación (Cf. Mc. 3,13) (Cf. PDV 1)
Hoy damos muchas gracias al Señor porque en nuestra Diócesis de Getafe Él sigue cumpliendo su promesa en estos catorce diáconos que van a ser ordenados presbíteros. Él los ha llamado y ellos han respondido.
Realmente el sacramento del Orden sólo podremos entenderlo si losituamos en el misterio de la llamada de Dios al hombre. Una llamada que es universal. Dios llama a todo hombre. Y lo llama a la plenitud de la vida cristiana. Lo llama a la santidad. Todos los que hoy habéis venido aquí a participar con gozo en esta celebración estás llamados a la santidad. La vocación fundamental que el Padre dirige a todos, desde la eternidad, es la vocación a ser “santos e inmaculados ante su presencia por el amor” (Ef.1,4-5).”Todos los fieles de cualquier estado o condición están llamados a la plenitud de la vida cristiana y la perfección de la caridad” (LG.40). Y esta llamada universal, encuentra en los presbíteros una aplicación concreta y peculiar. Dios llama a algunos, en la Iglesia, con una llamada específica para que sus vidas estén al servicio de esa vocación universal a la santidad de todos los cristianos.
La lectura que hemos escuchado del profeta Jeremías nos ayuda a entender este misterio de la llamada divina referida al ministerio sacerdotal. Dios de muy diversas maneras y por caminos que cada uno conoce en su intimidad os ha manifestado, queridos ordenandos, su voluntad:”Antes de formarte en el vientre te escogí, antes de que salieras del vientre materno, te consagré” (Jer.1,4-10). La llamada que Dios hace al hombre está primero en la mente divina y en la decisión que el Señor toma. Y el hombre tiene que leer esa llamada en su corazón. Y cuando la reconoce siente , como el profeta, por un lado una gran alegría, pero por otro, una gran sensación de incapacidad y trata de defenderse ante la responsabilidad que le viene encima: “¡Ay Señor mío!. Mira que no sé hablar, que soy un muchacho”. Y así la llamada se convierte en el fruto de un diálogo con el Señor. Es como un forcejeo. Dios que insiste una y otra vez y el hombre que se resiste y le da miedo asumir responsabilidades. Pero ante las reservas y objeciones que el hombre pone ante la llamada, Dios ofrece el poder de su gracia. La respuesta generosa y confiada a la llamada de Dios es un fruto de la gracia. Si habéis dicho sí al Señor es porque la gracia ha triunfado en vosotros. Y con el poder de la gracia seréis capaces de ir mucho más allá de lo que vuestra mente pueda imaginar: “Irás a donde yo te envíe y dirás lo que yo te mande. No les tengas miedo que yo estoy aquí para librarte (...)Mira que yo pongo mis palabras en tu boca”. ¡Permaneced fieles a la gracia recibida! Y a la confianza total en la incondicional fidelidad de Dios unid, por vuestra parte, la responsabilidad de cooperar con la acción de este Dios que os llama, contribuyendo a crear y mantener las condiciones en las cuales la buena semilla que ha sido sembrada en vosotros, pueda echar raíces y dar frutos abundantes. (cf. PDV 2)
A lo largo de vuestra futura vida como sacerdotes tenéis que meditar muchas veces este diálogo con Dios, para daros cuenta constantemente de que la iniciativa en todo ha de tenerla el Señor. Sed hombre de oración y vida interior. La oración y la intimidad con Dios ha de ser un sello distintivo de vuestra vida sacerdotal, para que vuestras palabras y vuestra vida acerquen a los hombres a Dios y les ayude a caminar hacia la santidad. Las palabras del profeta, que hemos leído nos descubren el secreto de la identidad sacerdotal. El sacerdote es alguien que ha sido llamado por una elección, que ha sido consagrado con una unción y que ha sido enviado para una misión. Habéis sido llamados por Dios, en Jesucristo Buen Pastor que da la vida por sus ovejas, seréis consagrados con la unción del Espíritu Santo que vais a recibir en la ordenación y vais a ser enviados para realizar en la Iglesia la misión del mismo Jesucristo: “Como el Padre me envió, así os envío yo”
Vuestro punto central de referencia es Jesucristo y sólo Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Sólo hay un Sumo sacerdote: Cristo Jesús, ungido y enviado al mundo por el Padre. Y de este único sacerdocio participamos todos los que hemos sido llamados al ministerio apostólico: obispos y presbíteros, cada uno en su grado, para continuar en el mundo la misión de Cristo. La misión de Cristo es que todos los hombres tengan vida eterna. “Padre glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a Ti. Y que según el poder que tu le has dado sobre toda carne de también la vida eterna a todos los que tu le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y al que tu has enviado: Jesucristo” (Jn 17, 2-3) .
Vais a recibir la unción del Espíritu Santo. Vais a recibir el Espíritu de santidad. Cuando vaya ungiendo vuestras manos con el santo crisma os diré a cada uno: “Jesucristo, el Señor, a quien el Padre ungió con la fuerza del Espíritu Santo te auxilie para santificar al pueblo cristiano y para ofrecer a Dios el sacrificio”. Esta es vuestra misión: santificar al pueblo cristiano y ofrecer a Dios el sacrificio de Cristo. Consagrados por el Señor, participaréis en la misión salvadora de la Iglesia y, enviados a una comunidad particular, congregareis la familia de Dios instruyéndola con la Palabra de Dios para hacerla crecer en la unidad y `para llevarla, por Cristo y en el Espíritu hacia el Padre.
Llamados, consagrados y enviados. Esta triple dimensión de la vocación sacerdotal tiene que determinar vuestra conducta, vuestro modo de vivir, vuestro modo de hablar y hasta vuestro modo de vestir. Cuando el Señor llama a lo Doce, según nos cuenta el evangelista S. Marcos, ellos , dejando el lugar que tenía entre la gente, fueron donde Jesús, se pusieron junto a Él, para , a partir de ese momentos, segregados, de entre la gente, aunque no separados, sino más íntimamente unidos con sentimientos de amor y compasión, contemplaran el mundo desde Jesús, con la mirada del Buen Pastor.
La consagración que vais a recibir llenará vuestra vida, de tal manera, que sólo Cristo y su misión de Pastor orientará radicalmente todo vuestro ser. Por la unción del Espíritu Santo vais a ser instrumentos vivos de la acción de Cristo en el mundo y prolongación de su misión para gloria del Padre. Y a una misión tan grande sólo se puede responder con el don total de vuestras vidas al Señor. Un don total que es compromiso de santidad. Cuando os entregue la patena con el pan y el cáliz con el vino para la ofrenda eucarística os diré: “Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor”. Compromiso de santidad significa conformar la vida con el misterio de la cruz del Señor. Y la cruz del Señor significa amar como Él hasta el extremo. Significa entrega total con Cristo para reproducir en vuestro ministerio y en vuestra vida la imagen de Cristo, sacerdote y víctima: la imagen de Cristo, el Redentor crucificado.
En este contexto de entrega total, tiene pleno sentido la obligación del celibato por el Reino de los Cielos, como expresión de la dedicación exclusiva a la obra que el Padre se os ha confiado. El celibato tiene que ser para vosotros el signo de vuestra donación plena, de vuestra consagración peculiar y de vuestra disponibilidad absoluta. Al don y a la confianza que Dios os otorga en el sacerdocio, la Iglesia os pide que respondáis, en el celibato sacerdotal, con la ofrenda de todo vuestro ser, dando todo un significado esponsal al amor que llena vuestra vida, que nos es otro que el amor a Cristo y la entrega total a su Iglesia. El sacerdote se signo vivo de Cristo, Esposo de la Iglesia, que vive sólo para ella y, en la cruz, da su vida por ella.
Que la caridad pastoral llene vuestra vida. Una caridad pastoral alimentada con un diálogo íntimo con el Señor Resucitado como el que tuvo Pedro junto a lago de Tibieríades, según hemos escuchado en el evangelio. Es un diálogo centrado sobre una sola pregunta. La pregunta acerca del amor especial y exclusivo hacia Cristo, hecha a quien ha recibido una misión muy especial y que ha podido experimentar su propia debilidad humana. Cristo sólo le pregunta y le examina sobre el amor.”Pedro ¿ me amas?. Es la pregunta que el Señor nos hace a los pastores todos los días. Después de cada jornada, no nos va a preguntar si nuestro trabajo ha sido muy eficaz o si hemos convertido a mucha gente. El Señor simplemente nos va a preguntar como a Pedro: ¿Me amas?.¿ En el trabajo que has realizado, en el modo de tratar a la gente. en tu oración, en tu estudio, en tus alegrías y en tus dificultades: has buscado únicamente amarme de verdad? Ójala, todos lo días podamos responderle como Pedro: “Si Señor, tu lo sabes todo, tu sabes que te amo”
El momento central de este diálogo íntimo con el Señor ha de ser la Eucaristía de cada día. La Eucaristía no es un acto más de vuestro ministerio. La Eucaristía es la raíz y la razón de ser y el fundamento de vuestro sacerdocio. Vais a ser, dentro de un momento, sacerdotes, ante todo para celebrar y actualizar permanentemente en la Iglesia el sacrificio de Cristo, siempre vivo y resucitado que intercede por nosotros. Es el sacrificio, único, e irrepetible que se renueva y se hace presente en la Iglesia de manera sacramental, por el ministerio de los sacerdotes.
La vivencia del misterio eucarístico debe marcar vuestras vidas. Al ofrecer sacramentalmente el Cuerpo y la Sangre del Señor, vuestra vida debe convertirse también, con Cristo, en ofrenda agradable a Dios. Actuando en la persona de Cristo “·in persona Christi”, vuestra palabra se convierte en palabra de Cristo y vuestra vida en sacramento de Cristo para la salvación de los hombres. Unidas a Cristo, en el sacrificio de Cristo, vuestras vidas son asumidas por Él y transfiguradas por Él y convertidas por Él en fuente de vida para el mundo, en energía transformadora y en semilla fecunda de un mundo renovado en Cristo. La Eucaristía es el culmen de la evangelización. Y hacia la Eucaristía debe tender siempre vuestra misión evangelizadora, para que todos lleguen algún día a gozar de ese banquete de amor y libertad que es el sacrificio redentor de Cristo actualizado , por vuestro ministerio en el altar.
Vivid todas las tareas sacerdotales que realicéis como actos que manifiestan vuestra consagración y que brotan de esa consagración convencidos de que todas ellas conducen a reunir la comunidad que os haya sido confiada en la alabanza de Dios Padre, por Jesucristo y en el Espíritu, para que, teniendo como centro la Eucaristía, sean, en medio de los hombres sacramento de salvación, luz del mundo y sal de la tierra.
Haced de vuestra total disponibilidad a Dios una disponibilidad total para vuestros fieles. Dadles el verdadero Pan de la Palabra con fidelidad a la verdad de Dios y a las enseñanzas dela Iglesia. Facilitadles todo lo posible el acceso a los sacramentos, y en primer lugar al sacramento de la penitencia, signo e instrumento de la misericordia de Dios, siendo vosotros mismos asiduos en recibir este sacramento. Amad a los enfermos, a los pobres, a los emigrantes, a los marginados. Ved en sus rostros el rostro mismo de Cristo que nos dice. “lo que hicisteis a mis hermanos más humildes me lo hicisteis a mi” (Mt.25). Comprometeos en todas las causas que sean justas, consolad a los afligidos; ayudad y defended a las familias, dad esperanza a los jóvenes y mostradles el camino de la verdadera libertad y mostraos siempre en todo como ministros de Jesucristo.
La Virgen María, cuya fiesta hoy celebramos en su advocación del Pilar os llene de todo su amor y os haga fieles discípulos de su Hijo Jesucristo. Acogedla como Madre, como Juan la acogió al pie de la cruz y que ella sea para vosotros signo y modelo de una Iglesia que escucha la Palabra, la guarda en su corazón y la comunica a todos los hombres con sus palabras y con sus obras. Amen.