Fiesta del Corpus Christi

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SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI

“Glorifica al Señor Jerusalén, alaba a tu Dios Sión (...) Él ha puesto paz en tus fronteras y te sacia con flor de harina” (Sal. 147).

La fiesta del Corpus Christi, celebrada solemnemente en esta plaza de la Magdalena y la procesión posterior por las calles de nuestra ciudad proclamando públicamente nuestra fe en la presencia real de Jesucristo en el Pan y en el Vino consagrados, nos llena de alegría y de gratitud, nos hace conscientes de nuestra condición de miembros de la Iglesia que peregrina en medio del mundo unida íntimamente su Señor, y despierta en todos nosotros el deseo y el compromiso de hacer llegar a nuestros hermanos la revelación del amor divino que estos sagrados misterios nos revelan. ”En este sacramento celebramos la memoria del inmenso y sublime amor que Cristo mostró en su pasión” (Sto. Tomás de Aquino. Oficio de lecturas)

Pedimos al Señor, en este día, que nos haga experimentar los frutos de la redención.“Te pedimos Señor que nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre que experimentemos constantemente en nosotros los frutos de tu redención”. Experimentar los redención significa reconocer que en Cristo hemos sido salvados del pecado. Y significa también que hemos de convertirnos en instrumentos vivos, en manos del Señor, para hacer llegar a todos los hombres, como miembros de Cristo, la vida, la salvación y la esperanza que en Él hemos encontrado.

Realmente la Eucaristía nos revela el Misterio de nuestra redención. Y nos lo revela porque, en la Eucaristía, el Señor nos ha dejado el memorial de su pasión y muerte en la cruz, por la cual el pecado fue definitivamente vencido. Y, al ser vencido el pecado, fue también vencida la muerte y quedaron abiertas para el hombre las puertas de la vida. En la Eucaristía, el Señor, muerto en la cruz por nuestros pecados, se nos manifiesta vivo y resucitado en medio de nosotros, edificando la Iglesia, realizando, por el don de su Espíritu, el milagro de la unidad y alimentándonos, con su Cuerpo y con su Sangre, en el camino de la vida, para ser testigos valientes de su Palabra salvadora.

Existe una estrecha relación entre la Eucaristía y la Iglesia. Y, entre la Iglesia y la evangelización. Quien, de una manera consciente se alimenta del pan eucarístico, se convierte en misionero y evangelizador. Al unirse a Cristo, la Iglesia y, en ella, cada uno de nosotros, se convierte en sacramento de salvación para la humanidad. Se convierte en obra de Cristo, en luz del mundo y en sal de la tierra. La misión de Cristo, su Palabra y su vida continua en su Iglesia. “Como el Padre me envió, así os envío yo” (Jn. 20,21). Por su unión con Cristo, la Iglesia recibe toda la energía necesaria para seguir creciendo y para continuar su misión perpetuando en la Eucaristía el sacrificio de la Cruz. La Eucaristía edifica y sostiene permanentemente a la Iglesia. La Eucaristía es el centro del proceso de crecimiento de la Iglesia. “Cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, en el que Cristo nuestra pascua, fue inmolado ( 1 Cor. 5,7), se realiza la obra de nuestra redención. El sacramento del pan eucarístico significa y al mismo tiempo realiza la unidad de los creyentes, que forman un solo cuerpo en Cristo” (cf. 1 Cor 10,17). Y los impulsa hacia la evangelización.

En la Última Cena, Jesús nos dice: “Tomad y comed, esto es mi Cuerpo”. Nos habla del Pan que se convierte en su Cuerpo. Y su apóstol Pablo, nos dirá, en sus cartas, que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Ambas afirmaciones son exactas. Realmente , lo que celebramos en el altar del Señor es el misterio mismo de la Iglesia. Cuando al acercarnos a recibir el Cuerpo del Señor se nos muestra el Pan consagrado, decimos “amen”. Y al decir este “amén”no sólo estamos haciendo un acto de fe en la presencia real de Cristo en ese Pan que se nos muestra sino que también estamos reconociendo que nosotros mismos unidos a nuestra Cabeza que es Cristo, nos convertimos en su propio cuerpo. Al mostrarnos el pan consagrado se nos esta diciendo: tu tienes que ser un auténtico miembro de Cristo para que tu “amen” sea verdadero. Al comulgar nos hacemos uno con el Señor y nos hacemos miembros de su Cuerpo que es la Iglesia para prolongar en el mundo, como evangelizadores valientes, su presencia salvadora. Sabemos que en el altar el Cristo-Cabeza está realmente presente. Pero sabemos también que, en torno al altar, la Iglesia se hace también presente, no de una forma real o física, sino de una manera mística, como Cuerpo Místico de Cristo, en virtud de la íntima conexión con Cristo su cabeza. En el altar, por tanto, se hace presente el Cuerpo real de Cristo y también su Cuerpo Místico que es la Iglesia. En el altar se realiza y edifica constantemente el Misterio de la Iglesia y brota permanentemente el manantial de vida que hace posible la evangelización.

En la celebración de la Eucaristía aparece constantemente la íntima relación entre el Cuerpo real de Cristo, su Cuerpo Místico que es Iglesia y la evangelización como energía vital que brota de esa unión íntima entre Cristo y su Iglesia.

Pero hay tres momentos en los que esta íntima relación aparece con una especial claridad.

Aparece con mucha claridad en el ofertorio. El ofertorio es el momento en el que la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, a imitación de Jesús su Cabeza, se ofrece al Padre. El pan y el vino ofrecidos son “fruto de la tierra y del trabajo del hombre”. Fruto de la tierra porque también la tierra, es decir, la creación, participa en la Eucaristía. La creación, que salió de la manos del Creador llena de belleza y de bondad, debe volver, nuevamente hacia Aquel que le dio vida. Pero debe volver unida al trabajo del hombre. Porque la tierra, después del pecado, se hizo hostil para el hombre y sólo ahora, el hombre redimido puede devolver a la creación toda su belleza y orientarla hacia Dios según su proyecto lleno de sabiduría, haciendo que la creación sirva al hombre en su camino hacia Dios; y todas la criaturas se unan en un único canto de alabanza. La Eucaristía nos hace descubrir la armonía de la obra creadora de Dios y nos invita a hacer de nuestro trabajo cotidiano, no siempre fácil, una participación en la obra del Creador. En el pan y vino ofrecidos en el altar está todo nuestro esfuerzo diario y todas nuestras tareas cotidianas vividas con amor y cansancio, pero llenas, por la gracia redentora de Cristo, de obediencia y fidelidad al plan de salvación revelado por nuestro Señor, que no es otro que la “gloria” del hombre, imagen suya y el respeto a su dignidad.

La gotas de agua que se mezclan con el vino son también un signo de la dignidad del hombre y de su vocación a participar en la vida divina. “El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana”. Esas gotas de agua que ponemos en el cáliz expresan nuestros esfuerzos , nuestras pruebas, nuestras alegrías, proyectos y esperanzas, que se unirán íntimamente al Cáliz de la Sangre de Cristo para hacernos partícipes con Él del Misterio de la Redención y para convertir nuestros sufrimientos y alegrías en fuente de vida y salvación para todos los hombres. Todo lo que hagamos, unidos al Señor y a su sacrificio redentor se convierte en fuente de redención para el mundo y camino de santidad para nosotros.

Un segundo momento es la consagración. En el momento de la consagración la persona del sacerdote se identifica de tal manera con Cristo que sus palabras son las palabras del mismo Cristo: “Tomad y comed, esto es mi Cuerpo (...) Tomad y bebed, esta es mi sangre”. Pero al decir estas palabras, el sacerdote no está sólo. El sacerdote está con toda la Iglesia. Podemos decir que quien pronuncia estas palabras no es sólo el Cristo del Cenáculo, sino que es el Cristo total , el Cuerpo Místico de Cristo, Cabeza y miembros. Es el Cristo total, Cabeza y miembros quien dice estas palabras no sólo para nosotros sino para el mundo entero. Son palabras, por tanto, que comprometen a la Iglesia entera. En la consagración, toda la Iglesia está diciendo al mundo: “Tomad y comed este es el Cuerpo de Cristo, el Cuerpo Místico de Cristo, que esta vivo en la Iglesia y se os ofrece a vosotros . Esta es la Iglesia de Cristo que se entrega a vosotros para que tengáis vida abundante. Tomad y bebed esta es mi sangre, es decir, esta es la vida de Cristo que, en la Iglesia, en su sacramentos, en la vida de sus consagrados, en el trabajo de sus misioneros, en la entrega llena de amor de sus catequistas, en el testimonio abnegado y feliz de muchos matrimonios que, con su amor mutuo, manifiestan sacramentalmente el amor de Cristo a la Iglesia y engendrando, educando y trasmitiendo la fe a sus hijos hacen que la Iglesia crezca en el mundo. Esta es mi sangre, esta es mi vida, la vida misma de Cristo, que se entrega por vosotros.

En la consagración, el Cristo total, Cabeza y miembros, está diciendo a todos los hombres: “ Tomad y bebed esta es mi vida, la vida de la Iglesia que se entrega al mundo, y que, como la sangre de Cristo en la cruz, se derrama sobre vosotros. Esta es la sangre de la Alianza nueva y eterna que será derramada sobre vosotros para la salvación del mundo”.

Y cuado el sacerdote dice en la consagración “haced esto en memoria mía”, todos nosotros, Iglesia de Cristo, hemos de sentirnos interpelados y animados a hacer por los demás lo que Cristo hizo por nosotros. Hemos de amar como Él nos amó.Y hemos de completar en nuestra carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo que es la Iglesia. (cf. Col,1,24).

El tercer momento, en que aparece con particular intensidad la unión íntima entre Eucaristía, Iglesia y evangelización es el momento de la comunión. La comunión construye a la Iglesia, en el sentido en que significa, manifiesta y realiza su unidad y cumple el deseo de Jesús: “que todos sean uno, como Tu Padre en Mi y Yo en Ti”. Hay un vínculo profundo entre consagración y comunión. Cristo se nos da como alimento en la comunión, porque antes, en la consagración, memorial de la cruz, entregó su Cuerpo al Padre como sacrificio por nosotros. El Cuerpo y la Sangre de Cristo que recibimos en la comunión, es un Cuerpo entregado al Padre, por nosotros, en la cruz, y una sangre derramada por nosotros y ofrecida al Padre por nuestra salvación. Por eso, cuando comulgamos, nos haremos capaces de darnos y entregarnos, los unos a los otros, solamente, si nos unimos antes al sacrificio de Cristo. Sólo es posible cumplir el mandamiento del Señor de amarnos los unos a los otros, si unidos a Él, en la cruz, amamos como Él, hasta dar la vida Sólo hay amor verdadero si hay cruz verdadera. Y sólo es posible la cruz verdadera, cuando llenos de la gracia y el don del Espíritu Santo nos unimos a Cristo en la Cruz y nos convertimos con Él en víctima que se inmola para la salvación del mundo. En esto consiste la espiritualidad de comunión, a la que con tanta insistencia nos invita hoy la Iglesia. Sólo hay verdadera comunión si estamos dispuestos, con Cristo, a dar la vida los unos por los otros.

Hoy es el día del “Amor Fraterno”, “Día Nacional de Caridad”. Día de Cáritas. El Ministerio de la Caridad, nace de la Eucaristía y se nutre de la Eucaristía. Que la contemplación del Misterio Eucarístico nos haga crecer en el amor y nos impulse a poner nuestra mirada, de una manera especial, en los que más necesitan amor: en los pobres, en los débiles, en los desvalidos ... en todos lo que más necesiten nuestra ayuda y nuestro afecto. Y que bebiendo de este manantial de amor que es la Eucaristía, nuestras “caritas”, diocesana y parroquiales, sea cada día el mejor instrumento para hacer visible en nuestra diócesis el amor a los pobres.

Que la Virgen, mujer eucarística, nos lleve a Jesús y nos vaya descubriendo, cada día, sus entrañas de misericordia para que, unidos a Él, seamos en el mundo reflejo de ese amor. La Eucaristía, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias. Cuando María exclama: “proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador” lleva a Jesús en su seno. Alaba al Padre “por” Jesús, pero también lo alaba “en” Jesús y “con” Jesús. Esta es la verdadera “actitud eucarística”: alabar al Padre “por” Jesús, “con” Jesús y “en” Jesús. Que ella nos alcance del Señor la gracia de vivir también nosotros esta misma actitud. Amén

 

Solemnidad del Sagrado Corazon de Jesus

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SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
(Jornada de oración por la santificación de los sacerdotes)

Todos los textos litúrgicos de esta solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús son una proclamación de la grandeza del amor de Dios a los hombres manifestada en Cristo, cuyo corazón traspasado en la cruz fue la prueba máximo de su total entrega y la fuente de la que manaron los sacramentos de la Iglesia. “Concédenos recibir de esta fuente divina una inagotable abundancia de gracia” (Colecta)

La primera lectura, del profeta Oseas, habla del amor de Dios paternal y misericordioso, siempre fiel, a pesar de la ingratitud del hombre. “Yo enseñé a andar a Efraín, le alzaba en brazos y él no comprendía que yo le curaba (...) me inclinaba y le daba de comer” (Os. 11, 3-4.8-9). Es un amor lleno de ternura.

En la segunda lectura, el apóstol Pablo hace un acto de fe y de adoración ante la riqueza insondable que es Cristo y pide al Padre que de a conocer a los cristianos de Éfeso los tesoros de su gloria y los robustezca en lo profundo de sus ser: “Doblo las rodillas ante el Padre (...) pidiéndole que de los tesoros de su gloria, os conceda por medio de su Espíritu: robusteceros en lo profundo de vuestro ser; que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento (...) Ef. 3, 8-12; 14-19).

Y finalmente, en el evangelio aparece el misterio de Cristo clavado en la cruz, con el corazón abierto por la lanza del soldado. (cf. Jn. 19,31- 37)

La meditación de estos textos no invita a introducirnos en el misterio de Dios y de su amor, dejándonos transformar por él. Es el amor de un Dios que, nos ha dicho quien es y nos ha revelado su intimidad, a través de la encarnación de su Hijo. En Cristo, Dios se ha hecho visible. Sólo en la relación con Cristo podremos reconocer quien es verdaderamente Dios. Y, puesto que el amor de Dios ha encontrado su expresión más profunda en la entrega que Cristo hizo de su vida en la Cruz, al contemplar su sufrimiento y muerte podemos reconocer de manera cada vez más clara el amor sin límites de Dios por nosotros. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Único para que tengamos vida por medio de Él” (Jn.3,16). La devoción al Corazón de Jesús, es algo más que una devoción. En realidad, sólo se puede ser verdaderamente cristiano mirando “al que traspasaron” (cf. Zac. 12,10). La contemplación del “costado traspasado por la lanza”, en la que resplandece la voluntad de salvación sin límites de Dios no puede considerarse como una forma pasajera de culto o de devoción. Es, en su sentido más profundo, la adoración del amor de Dios, que ha encontrado en el símbolo del “corazón traspasado” una forma de devoción privilegiada para llegar a una relación viva con Dios. La experiencia del amor que surge del culto al Corazón traspasado del Redentor nos protege del riesgo de replegarnos egoístamente sobre nosotros mismos y nos hace más disponibles para entregar nuestras vidas a los demás .”En esto hemos conocido lo que es el amor: en que Él dio su vida por nsoostros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos” ( 1 Jn. 3,16) (cf. Hauriétis.Aquas. 62,38))

En la Solemnidad del Corazón de Jesús celebramos, en comunión con toda la Iglesia y por voluntad expresa del Santo Padre, la jornada mundial de oración por la santificación de los sacerdotes. Una jornada que nos ofrece la oportunidad de rendir un homenaje de gratitud a los sacerdotes que este año celebran sus bodas de plata sacerdotales y, a la vez, nos permite dar gracias a Dios por el don del sacerdocio, pedir por la santificación de los sacerdotes y reflexionar, junto con todos los fieles cristianos, sobre el significado y la misión del ministerio sacerdotal.

El Santo Padre Benedicto XVI, en su homilía de la Misa Crismal hizo una preciosa reflexión sobre el ministerio sacerdotal fijándose en los signos mediante los cuales la Iglesia nos entregó a los sacerdotes este sacramento. Con el gesto de la imposición de manos, decía el Papa, Jesucristo tomó posesión de cada uno de nosotros diciéndonos: “Tu me perteneces”. Y , al decirnos “tu me perteneces”, también nos estaba diciendo: “Tu estás bajo la protección de mis manos. Tu estás bajo la protección de mi corazón. Tu quedas custodiado en el hueco de mis manos y precisamente así te encuentras dentro de la inmensidad de mi amor. Permanece en el hueco de mis manos y dame las tuyas”.

En el gesto sacramental de la imposición de manos por parte del obispo fue el mismo Señor quien nos impuso las manos. Ese signo sacramental resume lo que es la vida del sacerdote. “En cierta ocasión, como sucedió a los primeros discípulos, todos nosotros nos encontramos con el Señor y escuchamos su invitación: “Sígueme”. Tal vez al inicio lo seguimos con vacilaciones, mirando hacia atrás y preguntándonos si era ese nuestro camino. Y tal vez en algún punto del recorrido vivimos la misma experiencia de Pedro después de la pesca milagrosa, es decir, nos hemos sentido sobrecogidos, ante la grandeza de la tarea y ante la insuficiencia de nuestra pobre persona, hasta el punto de querer dar marcha atrás: “Aléjate de mi, Señor, que soy un hombre pecador” (Lc.5,8). Pero luego, con gran bondad, el Señor nos tomó de la mano y nos dijo: “No temas. Yo estoy contigo”. No te abandono. Y tu no me abandones a mi”Tal vez en mas de
una ocasión a cada uno de nosotros nos ha acontecido lo mismo que a Pedro cuando, caminando sobre las aguas al encuentro del Señor, repentinamente sintió que el agua no lo sostenía y que estaba a punto de hundirse. Y, como Pedro, gritamos: "Señor, ¡sálvame!" (Mt 14, 30). (...) Pero entonces miramos hacia él... y él nos cogió la mano (...) Dejemos que su mano nos agarre con fuerza; así no nos hundiremos, sino que nos pondremos al servicio de la vida que es más fuerte que la muerte, y al servicio del amor que es más fuerte que el odio.(...)

El Señor nos impuso sus manos. El significado de ese gesto lo explicó con las palabras: "Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15, 15). Ya no os llamo siervos, sino amigos (...)

Este es el significado profundo del ser sacerdote: llegar a ser amigo de Jesucristo. Por esta amistad debemos comprometernos cada día de nuevo. Amistad significa comunión de pensamiento y de voluntad. (...) Y esta comunión de pensamiento no es algo meramente intelectual, sino también una comunión de sentimientos y de voluntad y por tanto también es una comunión en el obrar.

Los evangelistas nos dicen que el Señor en muchas ocasiones -durante noches enteras- se retiraba "al monte" para orar a solas. También nosotros necesitamos retirarnos a ese "monte", el monte interior que debemos escalar, el monte de la oración. Sólo así se desarrolla la amistad. Sólo así podemos desempeñar nuestro servicio sacerdotal; sólo así podemos llevar a Cristo y su Evangelio a los hombres.

El simple activismo puede ser incluso heroico. Pero la actividad exterior, en resumidas cuentas, queda sin fruto y pierde eficacia si no brota de una profunda e íntima comunión con Cristo.(...)

Ya no os llamo siervos, sino amigos. El núcleo del sacerdocio es ser amigos de Jesucristo. Sólo así podemos hablar verdaderamente in persona Christi, (...) Ser amigo de Jesús, ser sacerdote significa, por tanto, ser hombre de oración. Así lo reconocemos y salimos de la ignorancia de los simples siervos. Así aprendemos a vivir, a sufrir y a obrar con él y por él.

La amistad con Jesús siempre es, por antonomasia, amistad con los suyos. Sólo podemos ser amigos de Jesús en la comunión con el Cristo entero, con la cabeza y el cuerpo.”

Ser sacerdote significa convertirse en amigo de Jesucristo, y esto cada vez más, con toda nuestra existencia. El mundo tiene necesidad de Dios, no de un dios cualquiera, sino del Dios de Jesucristo, del Dios que se hizo carne y sangre, que nos amó hasta morir por nosotros, que resucitó y creó en sí mismo un espacio para el hombre. Este Dios debe vivir en nosotros y nosotros en él. Esta es nuestra vocación sacerdotal: sólo así nuestro ministerio sacerdotal puede dar fruto.” (cfr. Homilía Misa Crismal. 2006)

Realmente cuando el sacerdote vive con integridad su entrega sacerdotal, su vida se convierte en experiencia permanente del amor de Dios. Es el amor de Dios el que nos sostiene en nuestra debilidad. Es el amor de Dios el que nos hace sentir la alegría del pastor que da su vida por las ovejas, especialmente cuando vemos que un pecador se convierte o que un hombre perdido descubre por fin, en Cristo y en la Iglesia, la salvación y el hogar tantas veces añorado. En medio de las dificultades y del cansancio el Señor nos hace sentir constantemente su consuelo, cuando fiándonos totalmente de Él ponemos en sus manos nuestras vidas y nos dejamos conducir por Él.

El Papa nos invitaba a recordar también ese momento de nuestra ordenación en el que nuestras manos eran ungidas con el santo crisma, signo del Espíritu Santo y de su fuerza. Si las manos del hombre representan simbólicamente, decía él, su facultades, su capacidad de poder dominar el mundo, cuando estas manos son ungidas se convierten en signo de su capacidad de entrega y de donación. Con la unción, las manos del sacerdote se llenan de creatividad para modelar el mundo con el amor de Dios. Una capacidad y una creatividad que sólo son posibles por el don del Espíritu Santo. Por la unción con el santo crisma, nuestras manos, es decir, nuestra capacidad de transformar el mundo, con nuestra inteligencia y nuestra afectividad y nuestra imaginación se convierten en instrumentos dóciles del Espíritu Santo para llevar a los hombre a Cristo, manantial vivo del amor divino.

Démosle gracias a Dios en este día por el don del sacerdocio y recibamos ese don con verdaderos deseos de santidad. Pidamos por la santificación de todos los sacerdotes para que la Iglesia entera pueda sentir, por nuestro ministerio, la cercanía de Jesucristo Buen Pastor.

La solemnidad del Corazón de Jesús nos invita a vivir la inmensa alegría, esa alegría que supera a cualquier otra: la alegría de la caridad, la alegría de la entrega incondicional a los demás. Cada mañana podemos decir, al comenzar el día: “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas”. El Señor nos hace contemplar, en cada jornada, cómo en nuestro ministerio sacerdotal, a pesar de nuestra debilidad, de nuestra pobreza e incluso de nuestro pecado, el Señor sigue manifestando a los hombres las maravillas de su amor.

Nuestra vida es, queridos hermanos sacerdotes, un misterio de predilección divina y un don de su misericordia. En nosotros se cumple la Palabra de Dios que escuchó el profeta Jeremías: “Antes de haberte formado en el seno materno te conocía y antes de que nacieses te tenía consagrado; yo te constituí profeta de las naciones .” (Jer.1,5).

Y, esta especial predilección, esta inmensa gracia del sacerdocio nos está pidiendo a los sacerdotes una generosa correspondencia. No podemos ni debemos escatimar esfuerzos. Los hombres necesitan y desean contemplar en el sacerdote el rostro de Cristo. Los hombres necesitan y desean encontrar en el sacerdote a la persona que, como nos dice la carta a los hebreos esté puesta “a favor de los hombres en lo que se refiere a Dios”. ¡Ojalá pudiéramos siempre decir los sacerdotes las palabras de S.Agustín: “Nuestra ciencia es Cristo y nuestra esperanza también es Cristo. Es Él quien infunde en nosotros la fe con respecto a las realidades temporales y es Él quien nos revela esas verdades que se refieren a las realidades eternas” (De Trinitate 13. 19. 24)

Que la Virgen Santa María, Reina de los Apóstoles, Madre de los sacerdotes interceda por nosotros para que , en el Corazón de Cristo, como sus amigos más íntimos, llenos de su amor, ofrezcamos a los hombres por nuestro ministerio sacerdotal la riqueza inagotable de su misericordia. AMEN.

 

Profesion de M. Gema

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PROFESIÓN PERPETUA DE M. GEMA (HIJAS DE MARÍA NTRA. SEÑORA)

2 de Septiembre de 2006

La Celebración de la profesión perpetua de la Hermana Gema, nos ofrece la oportunidad, una vez más, de alabar a Dios y darle gracias por el don que constituye para la Iglesia la vida consagrada. Realmente, la vida consagrada, que brota del ejemplo y de las enseñanzas del mismo Cristo, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio de su Espíritu; un don que se concreta, en nuestra diócesis de Getafe, junto con otras muchas formas de vida consagrada, en esta comunidad de Hijas de María Nuestra Señora.

Con la profesión de los consejos evangélicos los rasgos característicos de Jesús - virgen, pobre y obediente - podríamos decir que se hacen visibles en medio de nosotros, en nuestra sociedad, en nuestra cultura y aquí, de una manera especial, en el mundo de la educación; y, de esta forma, la mirada de los hombres es atraída hacia el misterio del Reino de Dios, que ya actúa en la historia, aunque todavía no haya alcanzado su plena realización en el cielo (Cf. Vida Consagrada 1). Dentro del Pueblo de Dios, decía Benedicto XVI, los que han sido llamados por Dios a la vida consagrada son como centinelas que descubren y anuncian la vida nueva ya presente en nuestra historia y su completo abandono a las manos de Cristo y de la Iglesia es un anuncio fuerte y claro de la presencia de Dios con un lenguaje comprensible para nuestros contemporáneos (Cf. Benedicto XVI. Homilía del 2 de Febrero de 2005). Por eso, dice el Catecismo de la Iglesia Católica, recogiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II, que “el estado de vida que consiste en los consejos evangélicos, aunque no pertenezca a la estructura jerárquica de la Iglesia, pertenece sin embargo indiscutiblemente a su vida y a su santidad” (Catecismo de la Iglesia Catolica. n.914). Una comunidad religiosa, como esta, a la que la Hermana Gema se va a incorporar, dentro de unos momentos, de una manera definitiva y la obra educativa y evangelizadora que está comunidad realiza en este colegio, enriquecen la vida de nuestra comunidad diocesana y de la Iglesia entera haciéndola crecer en santidad. Por eso estamos alegres y damos gracias al Señor.

Muchos se pueden preguntar en este momento: ¿de donde nace esta vocación a la vida consagrada? ¿ qué es lo que sucede en el corazón, en la intimidad, de una persona para dar un paso tan trascendental como este? ¿qué es lo que ha movido a estas religiosas para entregarse en cuerpo y alma a una tarea tan difícil y para seguir un camino con tantas renuncias, con tantos desprendimientos y con tantas incomprensiones? Indudablemente lo que ha sucedido es algo muy intenso. Lo que ha sucedido es una llamada. Sí, una llamada del Señor. Una llamada que se ha ido clarificando poco a poco a través de múltiples acontecimientos y de muchos momentos íntimos de oración y de muchos encuentros personales. Una llamada verdaderamente cautivadora y fascinante. Es el descubrimiento de un inmenso tesoro que cambia completamente la vida. Es un descubrimiento tan deslumbrador que hace palidecer cualquier bien terreno. S. Pablo tuvo ese encuentro con el Señor; y esa llamada; y ese descubrimiento fascinante. Y por eso él llegará a decir : “Todo es pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en Él”(Fil. 3,8-14). Verdaderamente quien encuentra a Cristo lo encuentra todo. Y cuando ese encuentro va seguido de una invitación a vivir con Cristo una especial cercanía, consagrándose a Él en la vida religiosa, sólo queda decirle que “sí”, alejando de nosotros todos los temores y fiándonos plenamente de Él, diciendo una y mil veces la palabras del salmo: “El Señor es mi Pastor y nada me falta (...) aunque pase por valles de tinieblas ningún mal temeré, porque tu vas conmigo y tu vara y tu callado me sosiegan” (Salmo 22). Ante esa llamada, la hermana Gema ha sido generosa y se ha fiado del Señor. Y puede estar segura de que Dios nunca la va a defraudar.

La vocación religiosa siempre es fruto de un intenso y luminoso encuentro de amor con Jesucristo en quien uno descubre, por una gracia especial, el Misterio mismo de la Redención y el deseo, imposible de resistir, de participar con Cristo en ese misterio de un manera plena, total, dándolo todo, sin apenas mediaciones humanas, siendo sólo del Señor, viviendo en Él y para Él. La hermana Gema ha escuchado en su corazón las palabras del salmo: “Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna: prendado esta el rey de tu belleza, póstrate ante Él, que Él es tu Señor” (Salmo 44, 11-12.14-15). Es un encuentro esponsal. Un encuentro que abarca a la persona entera, cuerpo y espíritu. Un encuentro que supone una elección. La persona llamada a este modo de vida es elegida por Dios para participar con Él, de una forma particularmente intensa en el Misterio de la Redención. No podemos separar llamada de Cristo y participación en el Misterio de la Redención. Aquel que dándose eternamente al Padre se da a sí mismo en el Misterio de la Redención te ha llamado a ti, Gema, para que te entregues al servicio de la obra de la Redención, mediante tu pertenencia a una comunidad fraterna reconocida y aprobada por la Iglesia (Cf. R.D. 3).

La llamada al camino de los consejos evangélicos nace del encuentro interior con el amor de Cristo, que es amor redentor. Tu vocación Gema nace del deseo de hacer presente a Cristo Redentor, tal como dirás en la fórmula de la profesión, en el mundo de la educación, dedicándote con particular cuidado a la instrucción de la niñas. Te espera una inmensa tarea: la tarea de conducir hacia Cristo a una juventud que sólo en Cristo encontrará la respuesta a sus grandes deseos de felicidad de amor y de verdad; la tarea de llegar al corazón de muchas familias para hacerles partícipes del gozo del evangelio.

La consagración religiosa tiene, como sabemos muy bien, su fundamento en la consagración bautismal y expresa de una manera más plena la pertenencia a Cristo, mediante los votos de castidad, pobreza y obediencia.

La virginidad es la expresión del amor esponsal a Cristo Redentor. No es sólo la libre renuncia al matrimonio y a la vida de familia sino que es una elección carismática de Jesucristo como Esposo exclusivo. Es una elección que no sólo le va a permitir a la hermana Gema preocuparse específicamente a las cosas del Señor, pudiéndole dedicar largos ratos de oración y de intimidad con Él y de entregarse, en el colegio, a la educación y a la atención personal de las niñas y de sus familias, sino también esta elección de la virginidad por el Reino de los Cielos es todo un signo bien elocuente para el mundo de hoy donde todo se relativiza y todo es fugaz y pasajero. En este mundo, donde muchas personas viven con mucha superficialidad y frivolidad, la virginidad por el Reino de los Cielos tiene también un carácter profético al hacer presente al mundo de hoy el reino de amor, de verdad, de justicia y de paz que un día, la final de los tiempos alcanzará toda su plenitud. Esta forma de vida hace comprender a los que viven en este mundo que pasa el anuncio de la resurrección y de la vida eterna. Es un modo de vivir que testimonia que sólo Dios basta y que su amor contiene en sí e invade íntimamente todos los demás amores del corazón humano (Cf. R.D. 11).

Para entender el voto de pobreza hemos de contemplar a Cristo que asume la pobreza radical de la condición humana para enriquecernos, librándonos del pecado y de la muerte. “Bien conocéis lo generoso que ha sido nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, por vosotros se hizo pobre, para que vosotros, con su pobreza, os hagáis ricos” (2 Cor. 8,9). Jesús se hace pobre para enriquecernos. La pobreza es parte esencial de su gracia redentora. Sin pobreza es imposible entender la redención. Vivir la pobreza evangélica es hacerse uno con Cristo, desprendiéndose de toda codicia, para llevar a los hombres la gracia de la redención. Si el corazón está atado por la riqueza poniendo en ella la confianza y la seguridad es imposible entender que la única riqueza que salva al hombre es Jesucristo. Por eso la pobreza se encuentra en el centro mismo del Evangelio al comienzo del mensaje de las bienaventuranzas. “Bienaventurados los pobres de espíritu por que de ellos es el reino delos Cielos”. La pobreza de Cristo encierra en sí la riqueza infinita de la divinidad y sólo los pobres de espíritu, los que no ponen su confianza en los bienes perecederos, los que siguen al Señor, amándole con toda su alma, pueden entrar en ese abismo de riqueza, de verdad y de belleza infinitas que es el Misterio de Cristo. La pobreza evangélica abre a los ojos del alma humana la perspectiva de todo el misterio “oculto desde los siglos”. “A mi, el más insignificante de todo pueblo santo, se me ha dado esta gracia: anunciar a los gentiles la riqueza insondable que es Cristo; e iluminar la realización del misterio escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todo” (2 Cor. 3,8-9). El Señor te ha elegido, Gema, para que viviendo tu voto de pobreza, como expresión de tu confianza plena en el Señor, manifiestes a todos la riqueza de Cristo. Sólo los que son de este modo “pobres”, son capaces de comprender la pobreza de Aquel que es infinitamente rico. La pobreza de Cristo encierra en sí la infinita riqueza de Dios, es su manifestación, es su revelación. Porque una riqueza como la riqueza dela Divinidad nunca podría expresarse y revelarse en ningún bien creado. Tu misión, Gema, es abrir los ojos de tus alumnas y de toas las personas que el Señor te confíe, para que a través de los bienes de la creación sean capaces de percibir la belleza del Creador y para que comprendan que ese Creador infinito e inefable ha querido mostrarnos su Rostro, en el Rostro humano de Jesucristo, nuestro Señor (Cf. Redemptionis Donum. 12). El voto de obediencia irá configurando y conformando tu vida, querida Gema, con Aquel que “a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios , sino que tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como uno cualquiera, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (Fil. 2,6-11). Estas palabras de S. Pablo nos sitúan en la esencia misma del Misterio de la Redención. El mismo S. Pablo dirá en otro lugar: “ Lo mismo que por la desobediencia de un solo hombre entró el pecado en el mundo, así también por la obediencia de uno muchos serán constituidos justos” (Rom. 5,19). Vivir, como Cristo, la obediencia hasta la muerte, es situarse con Cristo entre el misterio del pecado que destruye y degrada al hombre y el misterio de la gracia que lo salva y lo redime. Es hacer frente al pecado, es decir hacer frente a ese fondo pecaminoso de la propia naturaleza humana con toda la herencia que lleva de soberbia y de tendencia egoísta a dominar y no a servir, para ponerse junto a Cristo obediente al Padre hasta la cruz y dejarse transformar por Él, que redimió y santificó a los hombres por la obediencia, y ser instrumento suyo para acercar a los hombres a la gracia salvadora del Señor (Cf. Redemtionis Donum. 13).

El evangelio nos ha relatado ese momento en el que Cristo, en la cruz, nos entrega a la Virgen María como Madre. Ella es la más plenamente consagrada a Dios. Su amor esponsal alcanza el culmen en la Maternidad divina por obra del Espíritu Santo. Ella que como Madre llevó en sus brazos a Cristo, al mismo tiempo es su discípula mas perfecta siguiéndole como a su maestro, en castidad, pobreza y obediencia. Fue pobre en Belén y pobre en el Calvario. Fue obediente en la anunciación y después, al pie de la cruz y durante toda su vida terrena vivió entregada a la causa del Reino de los cielos por puro amor a Dios y a los hombres (Cf. Redemtionis Donum. 17).

Que Ella guíe y acompañe siempre a todos los que, dóciles a la llamada del Señor, se han consagrado a Él. Que ella sea siempre su modelo y su ejemplo; y con amor maternal les proteja y conduzca hacia su Hijo Jesucristo, fuente inagotable de sabiduría y de paz.

“A Ti Madre, que deseas la renovación espiritual de tus hijos e hijas en la respuesta de amor y de entrega total a Cristo, elevamos confiados nuestra súplica. Tu que has hecho la voluntad del Padre, disponible en la obediencia, intrépida en la pobreza y acogedora en la virginidad fecunda, alcanza de tu divino Hijo, que cuantos han recibido el don de seguirlo en la vida consagrada, sepan testimoniarlo con una vida transfigurada,caminando gozosamente junto con todos los otros hermanos y hermanas hacia la patria celestial y la luz que no tiene ocaso”(Vida Consagrada, 112). Amen

 

Ntra. Sra. del Rosario (Valdemoro)

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Ntra. Sra. del Rosario – Valdemoro
(8 de Septiembre de 2006)

La Virgen María nos convoca un año más en esta fiesta litúrgica de su Natividad para dar gracias a Dios nuestro Padre por todos los dones y gracias que hemos recibido durante el año de su divina misericordia; y, también, para poner ante Él, junto a María como intercesora, nuestras preocupaciones y sufrimientos pidiéndole luz y fortaleza para afrontarlos con fe.

Realmente la fiesta de hoy es una fiesta de familia. Nos sentimos contentos de estar con nuestra Madre, a la que Valdemoro invoca especialmente con el nombre de Ntra. Sra. del Rosario. El Santo Rosario es una oración familiar y humilde. Es la oración de los sencillos. Una oración que está al alcance de todos. Pero una oración que, en su sencillez, encierra una gran hondura teológica y espiritual. Rezar el Rosario es ir recorriendo con una mirada contemplativa los misterios de la vida de Ntro. Sr. Jesucristo, misterios de gozo, de luz, de dolor y de gloria, de la mano de María, repitiendo una y otra vez la oración del Ave María, en la que saludamos a nuestra Madre con las palabras del Ángel de la Anunciación, y pedimos a Ntra. Sra. que nos ayude “ahora y en la hora de nuestra muerte”. Juan Pablo II, en su carta apostólica sobre el Santo Rosario nos decía que el Rosario nos ayuda a recordar a Cristo con María, a comprender a Cristo con María, a rogar a Cristo con María y a anunciar a Cristo con María. Tenemos que recuperar esta preciosa oración y convertirla, como ha sido durante siglos, en la oración familiar por excelencia.

Por eso, invocar . a María como Ntra. Sra. del Rosario, da también a nuestro encuentro festivo de hoy un tono de sencillez y familiaridad que nos permite compartir nuestros inquietudes más hondas y nuestros deseos más sinceramente buscados.

Este año la Iglesia de Valdemoro, en sus diversas parroquias e instituciones, ha vivido momentos verdaderamente luminosos, que, sin duda, producirán frutos muy abundantes.

Quiero referirme, en primer lugar, a la numerosa participación de Valdemoro en la Jornada Mundial de las familias, celebrada en Valencia, con su Santidad Benedicto XVI, el pasado mes de Julio. Fue ciertamente un encuentro feliz para todos y un momento de afirmación de lo que la familia significa en el plan de Dios. La familia, santuario de la vida, del amor y de la fe tiene un papel decisivo e insustituible para la construcción de una sociedad en paz donde se respete el valor inviolable de la vida y se promueva la dignidad de la persona humana.

“La familia es una institución intermedia entre el individuo y la sociedad y nada la puede suplir totalmente. Ella misma se apoya, sobre todo, en una profunda relación interpersonal entre el esposo y la esposa, sostenida por el afecto y la compresión mutuas (...) La familia es un bien necesario para los pueblos, un fundamento indispensable para la sociedad y un gran tesoro de los esposos durante toda su vida. La familia es un bien insustituible para los hijos, que han de ser fruto del amor, de la donación total y generosa de los padres. Proclamar la verdad integral de la familia, fundada en el matrimonio como Iglesia doméstica y santuario de la vida es una gran responsabilidad de todos” (Benedicto XVI. Encuentro mundial con las familias. Homilía de la Vigilia de oración. Valencia 8-7-06)

En este día de fiesta, junto a María, nuestra Madre, le damos gracias a Dios por la experiencia eclesial, intensa, gozosa y multitudinaria de Valencia y le pedimos que nos conceda la gracia de ser verdaderos apóstoles del “Evangelio de la Familia”. Los esposos cristianos viviendo una auténtica espiritualidad matrimonial, fundamentada en la Eucaristía, en la Palabra de Dios, en el magisterio de la Iglesia y en el sacramento del perdón, han de ser - y así se lo pedimos a al Virgen - verdaderos apóstoles para sus propios hijos y para otras familias, convirtiendo su amor de esposos en signo y sacramento del amor irrevocable de Cristo a su Iglesia, siendo generosos en su apertura al don de la vida, acogiendo a los hijos no tanto como un derecho que les pertenece, sino como un regalo de Dios que han de cuidar con esmero y haciendo de sus hogares, a ejemplo del hogar de Nazaret, un lugar donde los hijos crezcan en edad, sabiduría y gracia
ante Dios y ante los hombres.

Haciendo memoria de la obra que Dios va realizando en vosotros, en Valdemoro, creo que hay que destacar, el trabajo evangelizador que se está haciendo con los jóvenes. Además de la tarea ordinaria que se viene realizando en la catequesis y en los diversos grupos de pastoral juvenil, tenemos que dar gracias a Dios por los momentos en que los jóvenes de Valdemoro han vivido el gozo de sentirse Iglesia y de encontrarse personalmente con Cristo en peregrinaciones, campamentos, experiencia misioneras y en multitud de encuentros de oración, celebraciones litúrgicas, retiros espirituales o convivencias en los que han sentido la cercanía de Dios y han escuchado en su intimidad la voz del Maestro que les decía: “Ven y sígueme. No tengas miedo y acércate a Mi para encontrar todo lo que tu corazón busca; y para descubrir en mi Palabra, proclamada en la Iglesia, la fuente de donde brota la Verdad más auténtica y el amor más limpio y la alegría más luminosa y la paz que más serena el corazón”.

Hoy quiero invitar a los jóvenes de Valdemoro y a los sacerdotes y catequistas que los acompañan a la gran Misión Juvenil Diocesana que nos disponemos a comenzar en este curso y en cuya preparación, muchos de vosotros ya estáis participando. Los evangelizadores de los jóvenes tienen que ser los mismos jóvenes. La Iglesia os llama y os necesita para que lleguéis a muchos compañeros, amigos o vecinos vuestros que se sienten perdidos, buscando una felicidad que nunca encuentran porque la buscan mal o porque no saben donde buscarla o porque son víctimas de intereses ideológicos o simplemente comerciales, que lo que intentan es manipularlos, anulando su libertad y aprovechándose de ellos.

Hay muchos jóvenes que están esperando que alguien se acerque a ellos para responder a sus preguntas y para escuchar sus preocupaciones y para llenar sus muchos momentos de soledad y para descubrirles su dignidad de hijos de Dios y devolverles su capacidad inmensa de entrega a los ideales más nobles. Muchos jóvenes están necesitando que, aquellos que han descubierto el tesoro maravilloso del encuentro con Cristo y con la Iglesia, les ofrezcan caminos por los que ellos puedan encauzar toda su energía vital orientándola hacia el amor a Dios y a los hermanos de tal manera que saliendo de un egoísmo estéril, que no lleva a ninguna parte y que sólo engendra tristeza, puedan descubrir en la entrega a los hermanos un amor más grande: el Amor que es el fundamento de todo amor, el Amor que da sentido a todos los amores humanos, el Amor que es Dios mismo, que en Jesucristo, nacido de María Virgen, por obra del Espíritu Santo, asumiendo nuestra naturaleza humana, se ha hecho hermano nuestro y amigo nuestro, compartiendo con nosotros las alegría y la penas y muriendo en la cruz por amor para redimirnos de todo pecado y liberarnos de todas las esclavitudes.

La misión juvenil tiene que sacarnos de nuestras rutinas, tiene que despertarnos de nuestros adormecimientos y tiene que empujarnos con ímpetu para acudir a todos los lugares donde los jóvenes, viven o estudian o trabajan o llenan sus ratos de ocio para anunciarles con el testimonio de nuestras propias vidas a un Dios, amigo del hombre que quiere que los hombre tengan vida y una vida abundante y feliz y eterna. Tenemos que anunciarles, animados por la fuerza del Espíritu Santo y enriquecidos por sus dones, que ese Dios, en su Hijo Jesucristo, vivo y resucitado en la Iglesia, quiere liberarles de la atadura del pecado que esclaviza al hombre y no deja que resplandezca en él su dignidad de hijo de Dios.

La misión diocesana juvenil tiene que reforzar en todos nosotros el amor a la Iglesia y los lazos que nos unen. Nos tiene que ayudar a fortalecer nuestra comunión eclesial. Estamos unidos no sólo en la fe, en los sacramentos sino también en la misión, que es fruto de la caridad. No somos individuos aislados que viven su relación con Dios de una manera subjetiva, condicionada por la emotividad o por el puro sentimiento. Somos miembros del Cuerpo de Cristo y, por eso, el Señor nos invita a superar cualquier tentación de particularismo para trabajar, como Iglesia Diocesana, en esta gran misión dirigida a los jóvenes

En este día de fiesta queremos proclamar con María nuestra confianza en Dios y nuestra inmensa gratitud por la maravillas que diariamente Dios realiza en medio de nosotros. Le pedimos a María que se cumpla en nosotros la bienaventuranza de los limpios de corazón para ser capaces de ver a Dios y sentir su consuelo en los acontecimientos de cada día.

Que la Virgen María que fue no solo la madre de Jesús sino también su discípula y que escuchó su Palabra y la puso por obra, nos acerque a su Hijo y nos ayude a ser discípulos fieles para que también nosotros escuchando su Palabra nos convirtamos para todos los hombres, especialmente para los más necesitados de amor, para los más pobres y los más débiles, auténticos testigos de su misericordia. Amén

 

Fiesta del Santísimo Cristo (Fuenlabrada)

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FIESTA DEL SANTÍSIMO CRISTO
Fuenlabrada - 2006

En torno a la mesa del altar, en esta fiesta del Santísimo Cristo que tantas resonancias afectivas despierta, especialmente en los que habéis nacido y vivido siempre en Fuenlabrada, el Señor nos convoca y nos llama para estar con Él, para escuchar su Palabra, para manifestarle con gozo que queremos seguirle y para caminar con Él en el camino de la vida. Y nosotros hemos respondido a su llamada con nuestra presencia aquí, en un ambiente de fraternidad y de fiesta y queremos hoy acompañarle con nuestros cantos, con nuestra plegaria y con nuestra fe. En medio de la rutina diaria necesitamos estos momentos de expansión, de fiesta y de encuentro familiar para que Cristo desde la cruz nos recuerde las cosas esenciales de la vida y nos consuele en la tribulación. Contemplando el rostro del Señor, crucificado por amor, queremos hoy renovar nuestro deseo más íntimo de quitar de nosotros todo lo que estorba para el encuentro con Cristo, de acudir a los sacramentos, particularmente al sacramento de la reconciliación para recibir el perdón de los pecados, actualizar en nosotros la gracia bautismal y orientar nuestra vida definitivamente según la luz del Evangelio.

Celebramos esta fiesta del Santísimo Cristo en el marco litúrgico de la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz. En el oficio de lecturas leíamos esta mañana estas preciosas palabras de san Andrés de Creta: “Por la Cruz, cuya fiesta celebramos, fueron expulsadas las tinieblas y devuelta la luz. Celebramos hoy la fiesta de la cruz y, junto con el Crucificado, nos elevamos hacia lo alto, para, dejando abajo la tierra y el pecado, gozar de los bienes celestiales (...) Quien posee la cruz posee un tesoro. Y, al decir un tesoro, quiero significar con esta expresión a aquel que es, de nombre y de hecho el más excelente de todos los bienes, en el cual, por el cual, y para el cual culmina nuestra salvación y se nos restituye al estado de justicia original”

Este misterio de amor que es la cruz de Cristo quiso el Señor anticiparlo, en la Última Cena, en el Misterio Eucarístico. Os invito especialmente en este día a contemplar el rostro de Cristo en el pan y en el vino consagrados, donde el Señor ha querido permanecer con nosotros, acompañando y dando unidad a su Iglesia hasta el final de los tiempos.

Este año nuestra Iglesia Diocesana, en sus diversas parroquias e instituciones, ha vivido momentos verdaderamente luminosos, que, sin duda, producirán frutos muy abundantes. Quiero referirme, en primer lugar, a la numerosa participación diocesana en la Jornada Mundial de las familias, celebrada en Valencia, con su Santidad Benedicto XVI, el pasado mes de Julio. Fue ciertamente un encuentro feliz para todos y un momento de afirmación de lo que la familia significa en el plan de Dios. La familia, santuario de la vida, del amor y de la fe tiene un papel decisivo e insustituible para la construcción de una sociedad en paz donde se respete el valor inviolable de la vida y se promueva la dignidad de la persona humana.

“La familia es una institución intermedia entre el individuo y la sociedad y nada la puede suplir totalmente. Ella misma se apoya, sobre todo, en una profunda relación interpersonal entre el esposo y la esposa, sostenida por el afecto y la compresión mutuas (...) La familia es un bien necesario para los pueblos, un fundamento indispensable para la sociedad y un gran tesoro de los esposos durante toda su vida. La familia es un bien insustituible para los hijos, que han de ser fruto del amor, de la donación total y generosa de los padres. Proclamar la verdad integral de la familia, fundada en el matrimonio como Iglesia doméstica y santuario de la vida es una gran responsabilidad de todos” (Benedicto XVI Encuentro Mundial con las familias. Homilía de la Vigilia de oración. Valencia 8-7-06)

En este día de fiesta, le damos gracias a Dios por la experiencia eclesial, intensa, gozosa y multitudinaria de Valencia y le pedimos que nos conceda la gracia de ser verdaderos apóstoles del “Evangelio de la Familia”. Los esposos cristianos viviendo una auténtica espiritualidad matrimonial, fundamentada en la Eucaristía, en la Palabra de Dios, en el magisterio de la Iglesia y en el sacramento del perdón, han de ser verdaderos apóstoles para sus propios hijos y para otras familias, convirtiendo su amor de esposos en signo y sacramento del amor irrevocable de Cristo a su Iglesia, siendo generosos en su apertura al don de la vida, acogiendo a los hijos no tanto como un derecho que les pertenece, sino como un regalo de Dios que han de cuidar con esmero y haciendo de sus hogares, a ejemplo del hogar de Nazaret, un lugar donde los hijos crezcan en edad, sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres.

Haciendo memoria de la obra que Dios va realizando entre nosotros, creo que hay que destacar, el trabajo evangelizador que se está haciendo con los jóvenes. Además de la tarea ordinaria que se viene haciendo en la catequesis y en los diversos grupos de pastoral juvenil, tenemos que dar gracias a Dios por los momentos en que los jóvenes de la diócesis han vivido el gozo de sentirse Iglesia y de encontrarse personalmente con Cristo en peregrinaciones, campamentos, experiencia misioneras y en multitud de encuentros de oración, celebraciones litúrgicas, retiros espirituales o convivencias en los que han sentido la cercanía de Dios y han escuchado en su intimidad la voz del Maestro que les decía: “Ven y sígueme. No tengas miedo y acércate a Mi para encontrar todo lo que tu corazón busca; y para descubrir en mi Palabra, proclamada en la Iglesia, la fuente de donde brota la Verdad más auténtica y el amor más limpio y la alegría más luminosa y la paz que más serena el corazón”.

Hoy quiero invitar a los jóvenes de Fuenlabrada y a los sacerdotes y catequistas que les acompañan a la gran Misión Juvenil Diocesana que nos disponemos a comenzar en este curso y en cuya preparación, muchos de vosotros ya estáis participando. Los evangelizadores de los jóvenes tienen que ser los mismos jóvenes. La Iglesia os llama y os necesita para que lleguéis a muchos compañeros, amigos o vecinos vuestros que se sienten perdidos, buscando una felicidad que nunca encuentran porque la buscan mal o porque no saben donde buscarla o porque son víctimas de intereses ideológicos o simplemente comerciales, que lo que intentan es manipularlos, anulando su libertad y aprovechándose de ellos.

Hay muchos jóvenes que están esperando que alguien se acerque a ellos para responder a sus preguntas y para escuchar sus preocupaciones y para llenar sus muchos momentos de soledad y para descubrirles su dignidad de hijos de Dios y devolverles su capacidad inmensa de entrega a los ideales más nobles. Muchos jóvenes están necesitando que, aquellos que han descubierto el tesoro maravilloso del encuentro con Cristo y con la Iglesia, les ofrezcan caminos por los que ellos puedan encauzar toda su energía vital orientándola hacia el amor a Dios y a los hermanos de tal manera que saliendo de un egoísmo estéril, que no lleva a ninguna parte y que sólo engendra tristeza, puedan descubrir en la entrega a los hermanos un amor más grande: el Amor que es el fundamento de todo amor, el Amor que da sentido a todos los amores humanos, el Amor que es Dios mismo, que en Jesucristo, nacido de María Virgen, por obra del Espíritu Santo, asumiendo nuestra naturaleza humana, se ha hecho hermano nuestro y amigo nuestro, compartiendo con nosotros las alegría y la penas y muriendo en la cruz por amor para redimirnos de todo pecado y liberarnos de todas las esclavitudes.

La misión juvenil tiene que sacarnos de nuestras rutinas, tiene que despertarnos de nuestros adormecimientos y tiene que empujarnos con ímpetu para acudir a todos los lugares donde los jóvenes, viven o estudian o trabajan o llenan sus ratos de ocio para anunciarles con el testimonio de nuestras propias vidas a un Dios, amigo del hombre que quiere que los hombre tengan vida y una vida abundante y feliz y eterna. Tenemos que anunciarles, animados por la fuerza del Espíritu Santo y enriquecidos por sus dones, que ese Dios, en su Hijo Jesucristo, vivo y resucitado en la Iglesia, quiere liberarles de la atadura del pecado que esclaviza al hombre y no deja que resplandezca en él su dignidad de hijo de Dios.

La misión diocesana juvenil tiene que reforzar en todos nosotros el amor a la Iglesia y los lazos que nos unen. Nos tiene que ayudar a fortalecer nuestra comunión eclesial. Estamos unidos no sólo en la fe, en los sacramentos sino también en la misión, que es fruto de la caridad. No somos individuos aislados que viven su relación con Dios de una manera subjetiva, condicionada por la emotividad o por el puro sentimiento. Somos miembros del Cuerpo de Cristo y, por eso, el Señor nos invita a superar cualquier tentación de particularismo para trabajar, como Iglesia Diocesana, en esta gran misión dirigida a los jóvenes

Acudamos hoy con mucha confianza al Señor para que nos alcance la gracia de sentir el gozo y la belleza de la vida cristiana, y para que, dejándonos transformar por Él, contribuyamos con nuestro esfuerzo a la construcción de un mundo en el que, respetando las legítimas diferencias, resplandezca la dignidad del hombre, imagen de Dios.

Que la cruz salvadora de Cristo nos llene de su luz y todos los días podamos decir como el apóstol Pablo: “”vivo yo, pero no soy yo es Cristo quien vive en mi. Y, mientras vivo en esta carne, vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mi” (Gal. 2,19 sig.)

Que la santísima Virgen, Madre del Redentor y Madre nuestra, que junto a la cruz de su Hijo permaneció obediente a la voluntad del Padre interceda por nosotros y nos conduzca a la gloria de la resurrección. Amen.

 

Profesion de Sor Virgina

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HOMILÍA PROFESION DE SOR VIRGINIA
(Cantalapiedra 17 de Septiembre de 2006)

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes.
Querida comunidad de hermanas clarisas
Queridos amigos y hermanos
Y muy especialmente querida Sor Virginia y queridos padres y familia de Sor Virginia

Es este un día que nos llena a todos de mucha emoción y alegría. Vamos a ser testigos, en esta celebración, de la entrega plena al Señor de nuestra hermana Virginia. Cuando yo le pregunte dentro de un momento: “¿Qué pides a Dios y a su Santa Iglesia?”. Ella me va a responder: “Pido humildemente ser admitida a la Profesión en esta familia de Hermanas Pobres de Santa Clara, para seguir con fidelidad, hasta la muerte, a Cristo pobre y crucificado, y entregar mi vida en alabanza de Dios para bien de la Iglesia y la salvación del mundo.”

Sor Virginia, por una gracia especial del Señor, ha sentido en su corazón el deseo de entregarse totalmente al Señor. “Dichoso aquel – decía Santa Clara - que le es dado alimentarse en el banquete sagrado y unirse en lo más íntimo de su corazón a Aquel cuya belleza admiran sin cesar las multitudes celestiales, cuyo afecto produce afecto, cuya contemplación da nueva fuerza, cuya suavidad llena el alma, cuyo recuerdo ilumina suavemente”. (Santa Clara a la Beata Inés de Praga)

Sor Virginia ha escuchado en el silencio de su corazón, como dirigidas personalmente a ella, las palabras del salmo: “Escucha hija mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna, prendado está el rey de tu belleza, póstrate ante Él, que Él es tu Señor”. Y ella, lo mismo que la Virgen María cuando escuchó las palabras del ángel, ha respondido: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu Palabra”

Hoy se van a cumplir en Virginia las palabras del profeta Oseas que hemos escuchado en la primera lectura: “Yo la cortejaré, me la llevaré al desierto y le hablaré al corazón (...) Me casaré contigo en matrimonio perpetuo, me casaré contigo en derecho y en justicia, en misericordia y compasión; me casaré contigo en felicidad, y te penetrarás del Señor” (Os. 2,14-16,19-20). Hoy Virginia se va a consagrar totalmente al Señor para que el Señor se su único Esposo; y el amor del Señor sea el único y definitivo amor de su vida, llenando de plenitud y de sentido cualquier otro amor humano.

Una vocación como la de Sor Virginia es imposible de entender en un clima cultural, como el que desgraciadamente nos domina, en el que el valor supremo es el bienestar material, a costa de lo que sea; en el que el amor se ha desvirtuado de tal manera que se ha convertido en pura emotividad, egoísta y sin control, a merced de los sentimientos y de las pasiones, sin entrega, sin donación, sin sacrificio, sin constancia, sin Dios; y la libertad, en lugar de ser esa cualidad maravillosa del ser humano que, fundamentándose en la verdad, le anima y guía para orientar la vida hacia los bienes que le hacen feliz y en especial hacia el Bien Supremo, que es Dios, se ha deteriorado hasta el punto de convertirse en un dejarse llevar irresponsablemente por el capricho o por la comodidad.

Para quien cree que la felicidad sólo consiste en la posesión egoísta de bienes materiales la vocación de Sor Isabel es una locura. Pero ya hemos escuchado lo que dice el apóstol Pablo: “Lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios (...) Ha escogido Dios la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta para anular a lo que cuenta” (I Cor. 1,26-31) Esto que dice el apóstol sigue siendo una realidad palpable. Porque para quien vive en la fe, para quien ha conocido a Jesucristo y ha descubierto en Él la perla preciosa, esta vocación es verdaderamente admirable y sólo accesible, por una gracia especial, para aquellos a quienes Dios quiere llamar. Es una vocación de total entrega a Dios, sin las mediaciones humanas, de tipo familiar o social, ordinarias y habituales. Es una vocación que se convierte en un signo del amor absoluto de Dios, ayudando y mostrando a la Iglesia entera, llamada también a la santidad, a descubrir cual es su meta. “La comunidades de clausura – nos decía Juan Pablo II – puestas como ciudades sobre el monte y luces en el candelero (cf. Mt 5,14,15), a pesar de la sencillez de vida, prefiguran visiblemente la meta hacia la cual camina la entera comunidad eclesial que, entregada a la acción y dada a la contemplación, se encamina por las sendas del tiempo con la mirada fija en la futura recapitulación de todo en Cristo, cuando la Iglesia se manifieste gloriosa con su Esposo y Cristo entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad para que Dios sea todo en todo”(VC 59 c)

Y el actual Papa, Benedicto XVI, insistía en lo mismo diciendo: “ (...) como la vida de Jesús, con su obediencia y su entrega al Padre, es parábola viva del “Dios con nosotros”, también la entrega concreta de las personas consagradas a Dios y a los hermanos, se convierte en signo elocuente de la presencia del Reino de Dios para el mundo de hoy. Vuestro modo de vivir y de trabajar puede manifestar sin atenuaciones la plena pertenencia al único Señor; vuestro completo abandono en las manos de Cristo y de la Iglesia es un anuncio fuerte y claro de la presencia de Dios con un lenguaje comprensible para nuestros contemporáneos. Este es el primer servicio que la vida consagrada presta a la Iglesia y al mundo. Dentro del pueblo de Dios, son como centinelas que descubren y anuncian la vida nueva ya presente en nuestra historia” (Homilía- 2 de Febrero de 2006)

La vida de las monjas de clausura es un gran don para la Iglesia. Su modo de vivir nos esta recordando a todos los cristianos, muchas veces enredados y agobiados por las ocupaciones diarias y por la seducción de las cosas terrenas, que nuestra vocación es la santidad y que sólo en Dios encuentra el hombre la verdadera alegría y la paz del corazón. Nos cuenta el Evangelio que en cierta ocasión Jesús acudió a Betania y se hospedó en casa de Marta y de María. María estaba absorta, a los pies de Jesús, escuchando su Palabra. Marta estaba ocupada en las cosas de la casa. Y cuando Marta, nerviosa y agobiada por sus muchas tareas, se queja por la aparente inactividad de María, el Señor le dice: “Marta, Marta, estás nerviosa e inquieta por muchas cosas, pero sólo una es necesaria. María ha elegido la mejor parte y nadie se la va a arrebatar.” Podemos decir hoy que Virginia ha elegido la mejor parte: ha elegido estar con el Señor y en el silencio del claustro escuchar su palabra, como esposa escogida por ÉL; y nada ni nadie le arrebatará este privilegio.

Dentro de un momento, Sor Virginia, después de pedir a Dios, por medio de Jesucristo, el don del Espíritu Santo y en unión de la Santísima Virgen y de todos los santos, va a prometer y a hacer voto solemne a Dios Omnipotente de vivir por todo el tiempo de su vida en castidad, pobreza y obediencia.

Hacer voto de castidad significa testimoniar ante el mundo “la fuerza del amor de Dios en la fragilidad de la condición humana. La persona consagrada manifiesta que lo que muchos creen que es imposible es posible y verdaderamente liberador con la gracia del Señor Jesús (...) En Cristo es posible amar a Dios con todo el corazón, poniéndolo por encima de cualquier otro amor, y amar así con la libertad de Dios a todas la criaturas” (VC.88)

El voto de pobreza consiste en dar testimonio de Dios como la verdadera riqueza del corazón humano. Frente a la idolatría del dinero que encadena hoy el corazón de mucha gente, la pobreza evangélica aparece ante nosotros como un verdadero gesto profético en una sociedad que corre el peligro de perder el sentido de la medida y hasta el significado mismo de las cosas. La pobreza que S. Francisco y Santa Clara vivieron y que sus hijas siguen haciendo presente entre nosotros, es un testimonio evangélico de abnegación y sobriedad. Es un estilo de vida lleno de sencillez, belleza y hospitalidad, convirtiéndose en un ejemplo vivo para todos lo que, dominados por el egoísmo y el afán de acumular riquezas, permanecen indiferentes ante las necesidades del prójimo. (cf. VC. 90)

Y finalmente el voto de obediencia hace presente de un modo particularmente vivo la obediencia de Cristo al Padre y testimonia que no hay contradicción entre obediencia y libertad. Porque la verdadera libertad consiste en orientar nuestra vida de una manera decidida y responsable hacia su plenitud y felicidad. Y esa plenitud sólo Dios la conoce y, por tanto, sólo la alcanzaremos haciendo su voluntad. La actitud de Jesucristo, Hijo de Dios, desvela el misterio de la libertad humana como camino de obediencia a la voluntad de Padre y el misterio de la obediencia como camino para lograr progresivamente la verdadera libertad. (cf. VC 91). Este testimonio de obediencia en la vida religiosa y, en particular en nuestras hermanas clarisas, tiene una importante dimensión comunitaria. La vida fraterna es el lugar privilegiado para discernir y acoger la voluntad de Dios y caminar juntas en unión de espíritu y de corazón, reconociendo en la priora la expresión de la paternidad de Dios y el ejercicio de la autoridad recibida de Él al servicio del discernimiento y de la comunión” (VC. 92 a)

Damos gracias a Dios por la llamada especial que el Señor hace hoy a Virginia y por su generosidad en la respuesta; y damos gracias también por sus padres y su familia que ofrecen al Señor el sacrificio de entregar a su hija para su servicio y alabanza. Tened la seguridad de que Dios os recompensará con el ciento por uno, participando con ella en su felicidad y en la alegría de darse por entero al Señor.

Todos nos alegramos y damos gracias a Dios porque el carisma de Santa Clara sigue vivo en este querido convento de Cantalapiedra.

El mensaje de Santa Clara sigue estando hoy muy vivo entre nosotros. Santa Clara nos invita a dejar que Dios llene totalmente nuestras vidas: que Jesucristo, en quien se ha manifestado la gloria y el amor divino, sea el centro de nuestra existencia; que Él lo llene todo, para poder encontrar en Él todo lo que el corazón humano desea, y se convierta Cristo para nosotros en fuente de alegría incesante.

Nos encomendamos especialmente a la Virgen María, hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo y esposa de Dios Espíritu Santo. Que como la Virgen María, estemos siempre abiertos a la llamada del Señor para que, como dice la liturgia de Adviento “cuando el Señor venga y llame a la puerta nos encuentre velando en oración y cantando su alabanza”. AMEN

 

Entrada del nuevo parroco (Parroquia de Serranillos del Valle)

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ENTRADA DEL NUEVO PÁRROCO
(Parroquia de Serranillos del Valle)

“Os daré pastores según mi corazón!”(Jer.3,15). Con estas palabras del profeta Jeremías Dios promete a su pueblo no dejarlo nunca privado de pastores que lo congreguen y lo guíen. La Iglesia, Pueblo de Dios, experimenta siempre el cumplimiento de este anuncio profético y con alegría, da continuamente gracias al Señor. Y sabe que ese cumplimiento se realiza en Jesucristo:”Yo soy el Buen Pastor y conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mi (...) y doy la vida por mis ovejas” (Jn.10,11 sig.); y que su presencia sigue viva entre nosotros, por voluntad suya, en todos los lugares y en todas las épocas, por medio de los apóstoles y de sus sucesores. Sin sacerdotes la Iglesia no podría cumplir el mandato del Señor de anunciar el evangelio:”Id y haced discípulos a todas las gentes”(Mt. Mt.28,19). Ni podría renovar cada día, en el misterio eucarístico el sacrificio de su cuerpo entregado y de su sangre derramada para la vida del mundo.

La inauguración solmene del ministerio pastoral del nuevo párroco nos da la oportunidad, una vez más, de darle gracias al Señor, porque , en esta Parroquia de Serranillos, nunca ha faltado esa presencia de Jesucristo, como Buen Pastor, en los sacerdotes que, han ido ejerciendo aquí su servicio apostólico. Les recordamos ahora a todos con cariño y gratitud. Y especialmente recordamos a D Javier, que está realizando ahora en la Diócesis, como Vicario General, tareas de mucha responsabilidad.

El nuevo párroco D.Lorenzo ha sido hasta ahora Párroco de S. Nicasio en Leganés y me consta que en este tiempo que lleva con vosotros está siendo recibido con mucha cordialidad y afecto por todos.

Él viene a ahora, en el nombre del Señor, como párroco, para asumir, en nombre del obispo, la responsabilidad ultima en la animación pastoral de esta Parroquia. Le encomendamos, con mucha confianza, al Señor y a la Santísima Virgen, para que , por medio de él, se haga presente entre vosotros el amor de Cristo a su Iglesia. Y rezamos también para que esta comunidad parroquial, entienda bien, a la luz de la fe, lo que es propio del ministerio que hoy se le confía, le ayude en sus tareas apostólicas y, en comunión con él y con su Obispo, realice la misión de ser sal de la tierra y luz del mundo entre las gentes de este pueblo que va creciendo por momentos y al que van llegando nuevos familias que necesitan se atendidas en su vida de fe.

Un primer deber del párroco es anunciar a todos el evangelio de Dios, cumpliendo así el mandato del Señor:”Id por todo el mundo y anunciad el evangelio a todos los hombres”(Mc.16,15). Con su palabra y con el testimonio de su vida debe ayudar a todos a conocer a Jesucristo y a crecer en la fe. El párroco, como colaborador del Obispo, ha de cuidar la transmisión de la fe, garantizando la fidelidad al magisterio de la Iglesia en esta transmisión, tanto en la homilía, como en la catequesis, como en cualquier otra forma de enseñanza, exhortando a todos a descubrir en Jesucristo el verdadero tesoro que llenará de alegría y de esperanza sus vidas. Y ha de tener un cuidado especial, como nos dice Jesús en el evangelio, por los más débiles en la fe, por los que viven experiencias de sufrimiento y dolor, por los enfermos y por los niños y los más pequeños, ayudando a los matrimonios cristianos en la educación de la fe de sus hijos. La palabra del párroco no es un palabra más entre otras sino que, de una manera especial en determinados momentos, y particularmente en lo que se refiere a la doctrina cristiana, es la voz autorizada de la Iglesia que garantiza la correcta transmisión de la fe.” Los sacerdotes, cuando con su conducta ejemplar entre los hombres los llevan a glorificar a Dios, o cuando enseñan la catequesis cristiana, o cuando explican las enseñanzas de la Iglesia, o cuando se dedican a estudiar los problemas actuales a la luz de Jesucristo, siempre enseñan no su propia sabiduría, sino la palabra de Dios, e invitan insistentemente a todos a la conversión y a la santidad” (PO. 4).

El sacerdote es también ministro de los sacramentos y de la Eucaristía. Por el bautismo introducen a los hombres en el Pueblo de Dios¸ por el sacramento de la penitencia reconcilian a los pecadores con Dios y con la Iglesia, por la unción de los enfermos alivian a los que sufren la enfermedad y, sobre todo, por la celebración de la Eucaristía ofrecen el sacrificio de Cristo y hacen permanentemente presente entre nosotros el memorial de la cruz redentora de Cristo y de su gloriosa resurrección. La Eucaristía ha de ser el centro de la Parroquia y de una manera muy especial la Eucaristía del domingo. En torno a la Eucaristía, decía el Papa a los jóvenes en Colonia hemos de construir comunidades vivas. Comunidades que vivan el mandamiento del amor, teniendo todos un mismo corazón; comunidades cristianas con capacidad de perdón, con sensibilidad hacia las necesidades de los demás, comprometidas en su servicio al prójimo y siempre dispuestas a compartir sus bienes con los necesitados. Cuando el mandamiento del amor a los pobres se separa de la Eucaristía corremos el riesgo de convertirlo en pura demagogia. El alma de la Iglesia es el amor, con una especial predilección hacia los más pobres, Pero ese amor ha de tener siempre como fuente y alimento la Eucaristía. La Eucaristía nos empuja a un modo de vivir activo, dinámico y transformador. La Eucaristía es acción de gracias, alabanza, bendición y transformación a partir del Señor. “La Eucaristía es el centro propulsor de toda la acción evangelizadora de la Iglesia, como lo es el corazón en el cuerpo humano. Las comunidades cristianas sin la celebración eucarística, en la que se alimentan con la doble mesa de la Palabra y del Cuerpo de Cristo, perderían su auténtica naturaleza; sólo en la medida en que son eucarísticas pueden transmitir a los hombres a Cristo, y no sólo ideas por muy nobles e importantes que sean” (Benedicto XVI. 2/10/2005). No perdamos nunca el sentido del domingo como día de la Eucaristía, como día del Señor. El día en que Jesucristo, venciendo la muerte salió del sepulcro. El día de la nueva creación. La Eucaristía, nos dice el concilio, es la fuente y la cumbre de toda la evangelización. (PO.5)

Los presbíteros ejercen también la función de ser punto de encuentro de los diversos carismas y ministerios que pueda haber en la comunidad. Son centro de unidad y de comunión. Hacen presente a Jesucristo, Cabeza de la Iglesia, que da unidad y consistencia a todo el Cuerpo. Ellos convocan y reúnen, en nombre del Obispo a la familia de Dios, como una fraternidad con una sólo alma y la conducen a Dios Padre, por Cristo, en el Espíritu. La Parroquia es una comunidad muy diversa, que congrega personas con edades y mentalidades muy diferentes. Cada una con su propia historia personal, con sus penas y alegrías y con una gran variedad de ministerios y carismas. A todos debe llegar el sacerdote, como padre, hermano y amigo. Y, como educador de la fe, ha de procurar personalmente, o por medio de otros, que cada uno de aquellos que la Iglesia le confía, descubra su propia vocación y sea llevado por el Espíritu hacia la madurez de la vida cristiana que es la santidad.

Para conseguir todo esto, como también nos dice el concilio “debe portarse con ellos no según los gustos de los hombres, sino conforme a las exigencias de la enseñanza y de la vida cristiana”( P.O. 6). Y sabemos muy bien que en el mundo en que vivimos, con una mentalidad dominante, muy alejada de Dios y de los valores evangélicos, esto no es fácil; y, en muchos momentos, el sacerdote tendrá que decir cosas que no estén de moda y tendrá que ir contracorriente de un modo de pensar y de un modo de comportarse que, por muy habituales que sean, está produciendo verdaderos estragos en las familias y en el crecimiento moral y religioso de los niños y de los jóvenes. El sacerdote, como decía S. Pablo a su discípulo Timoteo, tiene la obligación de predicar el evangelio, insistiendo a tiempo y a destiempo, corrigiendo, reprendiendo y exhortando con toda paciencia y doctrina. (Cf.Tim.4,2) . Y no le faltará la gracia de Dios para realizarlo.

Aunque el sacerdote se debe a todos, sin embargo, nunca debe olvidar, que, como representante de Jesucristo Buen Pastor, ha de tratar con especial predilección a los pobres y a los más débiles. Y hay muchas formas de pobreza. Está la pobreza material de los que no tienen lo necesario para vivir. A ellos hay que atenderlos directamente o través de los servicios de Cáritas. Pero está también la pobreza espiritual de quienes han vivido o viven momentos de especial sufrimiento, en la enfermedad , en el desamparo afectivo, en el desarraigo por causa de la emigración o en la soledad. Y está finalmente la más radical de las pobrezas, que es la pobreza del que vive alejado de Dios, la pobreza del pecado. Hemos de tener un gran deseo de llegar a todos. Y hemos de procurar por todos los medios, con la ayuda del Señor, hacer llegar la luz de la fe a los que no conocen al Señor. La Parroquia ha de ser un comunidad misionera, que busque como el Señor a tantas ovejas perdidas y a tantos hijos pródigos como hay por el mundo y les muestre en Jesucristo el camino de la verdadera felicidad.

Dentro de un momento el Párroco renovará ante mi sus promesas sacerdotales y después le iré haciendo entrega de las diversas sedes en las que ejercerá su ministerio. Le entregaré la sede presidencial, desde la que predicará la Palabra de Dios, presidirá la Eucaristía y guiará, con el espíritu del Buen Pastor, a esta comunidad cristiana que la Iglesia le confía. Le haré entrega después de la pila bautismal en la que por el agua y el Espíritu, en el sacramento del bautismo, incorporará nuevos miembros a la Iglesia. Y le entregaré la sede penitencial en la que, por el sacramento de la reconciliación, hará llegar, por su ministerio, a todos los con un corazón arrepentido confiesen personalmente sus pecados, la gracia infinita de la misericordia divina. Después de la comunión le haré entrega de la llave del sagrario, pidiéndole que cuide con mucho respeto este lugar santo y con una luz, siempre encendida, indique a los fieles, la presencia del Señor, para que vengan aquí a orar y que lleve la sagrada comunión a todos aquellos que por estar enfermos o impedidos no hayan podido venir a la celebración de la Eucaristía.

El evangelio de hoy nos presenta a un escriba que le plantea a Jesús una pregunta esencial: “Qué mandamiento es el primero de todos”. Y Jesús uniendo dos textos del Pentateuco (Dt. 6,4-5: Lev.19,18), le contesta sin vacilar: “El primero es : Escucha Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos”. Jesús une el amor a Dios y el amor al prójimo y convierte estos dos mandamientos en la base de nuestra vida de fe. Sólo el amor a Dios hace posible el amor al prójimo y sólo en el amor al prójimo puede manifestarse nuestro amor a Dios. Dios es la fuente de todo amor. Y esa fuente de amor se ha manifestado en Jesucristo, que muriendo en la cruz nos amó hasta el extremo y resucitando nos ha dado la posibilidad, por el don de Espíritu Santo de ser, unidos a Él, criaturas nuevas, capaces de amar a nuestros hermanos con el mismo amor con que Él nos ama. Lo esencial en nuestra vida de fe es creer en el amor de Dios, acoger ese amor, dejarnos querer por Dios y vivir como verdaderos hijos suyos que confían en su misericordia. Y así llenos de ese amor de Dios, entregarnos a los hermanos con un amor universal: un amor que nos excluya a nadie; una amor que alcance incluso a los enemigos y que convierta el amor a los pobres en nuestra principal preferencia. Que ese amor sea el principal distintivo de esta comunidad parroquial.

Esta comunidad parroquial que hoy recibe a su nuevo Párroco tiene que ser buena noticia de salvación y evangelio vivo, para todos los que, con sincero corazón busquen el bien y la verdad.

Ponemos nuestro mirada en la Virgen María. Que ella nos proteja constantemente con su protección maternal y sea para nosotros el modelo de una vida entregada a la voluntad de Dios y el signo de una Iglesia que, unida a su Señor, proclama al mundo las maravillas de Dios.

 

Nochebuena

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HOMILÍA - NOCHEBUENA

Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Hoy nos unimos a los cristianos del mundo entero, que con gozo celebran el nacimiento del salvador.”Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor con alegría, bendecid su nombre”(Samo 97). “Bendito el Niño que hoy ha hecho regocíjese Belén. Bendito el bebé que hoy ha rejuvenecido a la humanidad. Bendito el fruto bendito de María que ha enriquecido nuestra pobreza y ha colmado nuestra necesidad. Bendito Aquel que ha venido a curar nuestra enfermedad, nuestra torpeza, nuestro pecado. Gloria a tu venida, que ha dado vida a los hombres” (S. Efrén). Nos unimos a las voces de todas las criaturas para dar gracias a Dios por su bondad.

Somos como los pastores que en la noche, a la intemperie, vieron una gran luz y se llenaron de inmensa alegría: cada uno viene hoy aquí con su “noche”, con sus oscuridades y con sus deseo de vida, de luz y de paz.

Sabemos que en esta noche de Navidad no todo es alegría. Se mezclan muchas cosas: recuerdos, añoranzas, el vacío de personas queridas que nos dejaron, nuestras dudas, nuestras penas, nuestros temores También nosotros, como los pastores estamos en la “noche”: participamos de la noche del mundo.

Pero “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló”(Is.9,1).En nuestra “noche” y en la “noche” del mundo ha brillado la luz. Nuestra “noche” se ha llenado de esperanza. “No temáis, hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”(Lc. 2,1-14). No temáis, quitad de vuestro corazón toda tristeza, porque un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado.(cf. Is. 9,5-6). Un Niño que ha quebrantado la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombro. Nos ha nacido un Niño cuyo nombre es Príncipe de la paz. El ángel les dijo a los pastores: esta será la señal: “lo encontraréis envuelto en pañales y acostado en un pesebre”(Lc.2,1-14).

Hoy os invito a vivir la sorpresa y la emoción de aquellos pastores.

Los pastores dijeron: vamos a Belén a ver el suceso que nos ha dado a conocer el Señor. Tenemos que ir a “Belén”. Hoy la Iglesia nos invita a caminar hacia el Misterio de Belén. Pero, para entrar en Belén hay que hacerse pequeño y tener un corazón limpio:”Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”.

Los limpios de corazón “verán” a Dios en el Niño del pesebre. Verán a un Dios que se hace pequeño para llegar a los pequeños. Verán al Inmenso, al Inmortal, humillándose para mostrar su Rostro a los que viven sumidos en la tristeza del pecado. “Celebremos el día afortunado en el que quien era el inmenso y eterno día, que procedía del inmenso y eterno día, descendió hasta este día nuestro tan breve y temporal. Y se convirtió para nosotros en justicia, santificación y redención” (S.Agustín).

Hoy celebramos la venida al mundo de Aquel que ha querido compartir con el hombre la condición humana para destruir, en la misma naturaleza humana, la raíz de toda tristeza, que es el pecado, y para que el hombre compartiendo la vida divina recuperase la fuente de la alegría y alcanzase su dignidad de hijo de Dios. “Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro salvador. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; esa misma que acaba con el temor de la inmortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida (...) Demos, por tanto, queridos hermanos, gracias a Dios Padre por medio de su Hijo, en el Espíritu Santo, puesto que se apiadó de nosotros por la gran misericordia con que nos amó. Estando nosotros muertos por los pecados nos ha hecho vivir con Cristo, para que gracias a Él fuésemos una criatura nueva, una nueva creación. Despojémonos, por tanto, del hombre viejo con todas sus obras (...) y renunciemos a las obras de la carne. Reconoce , cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de que cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado al reino de la luz” (S. León Magno).

Ante el misterio de Belén uno no puede permanecer indiferente. Uno no puede seguir aprisionado por el pecado. Ante un Dios que, en su infinita bondad, se nos muestra en la fragilidad de un recién nacido, uno no puede seguir aprisionado por el pecado, endurecido en su egoísmo y engañado en su soberbia. Ante un Dios que nos abre los brazos lleno de ternura en este niño, envuelto en pañales y recostado en un pesebre, uno tiene que cambiar de conducta, tiene que ablandar su corazón y, rendido ante tanta benevolencia, tiene que abrir también sus brazos al que con tanto amor quiere acogerle.

Celebrar el nacimiento de Cristo es celebrar nuestra liberación. Entrar en el misterio de Belén es entrar en el misterio del amor infinito de Dios. “Tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su Hijo querido para que alcancemos por medio de Él la redención y el perdón de los pecados” . Hoy “ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres; enseñándonos a renunciar a una vida sin religión y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y salvador nuestro y Salvador nuestro Jesucristo” (Tit. 2,11-14).

Queridos hermanos, Belén nos invita a una vida nueva. No perdamos la oportunidad que esta Noche santa nos ofrece. Abracemos a Cristo que viene a salvarnos, entremos decididamente en la Iglesia que es nuestra Madre y en la que Cristo sigue vivo, alimentemos nuestro espíritu con la Palabra de Dios hecha carne, recibamos la gracia del Señor en los sacramentos y caminemos hacia la santidad que es nuestra meta.

Feliz Navidad a todos. Llevemos la alegría de la Navidad a nuestras familias. Seamos en el mundo testigos de la esperanza. Y anunciemos a todos los hombres, como el ángel a los pastores, la Buena Nueva de la Salvación.

 

Navidad

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NATIVIDAD DEL SEÑOR
(Misa del día)

“A Dios nadie le ha visto jamás. El Hijo Unigénito que está en el seno del Padre nos lo ha revelado (...) De su plenitud hemos recibido gracia tras gracia”. En todo ser humano hay un deseo de infinito, hay una sed de amor y vida abundante. En el fondo de todo ser humano hay un profundo anhelo de ver a Dios. Pero a Dios nadie le ha visto jamás. El hombre trata de llenar su sed de plenitud de muchas maneras. Pero, aunque es verdad que todos necesitamos de los bienes materiales para poder vivir, sin embargo el afán desordenado de bienes materiales no es capaz de calmar esa sed. Y, aunque todos necesitamos encontrar respuesta a nuestra necesidad de afecto, no es dando rienda suelta a los afectos y dando satisfacción a cualquier sentimiento como llenamos la sed de amor que hay en el corazón. Y, aunque todos necesitamos un reconocimiento de nuestras cualidades y el ser valorados en nuestro trabajo profesional, cuando sólo centramos la vida en el trabajo tampoco llegamos a encontrar respuesta a nuestro deseo de vida y paz interior.

Hoy hay mucha gente que vive experiencias de una gran frustración. Buscan y no encuentran, tratan de llenarse de muchas cosas y en ninguna de ellas encuentran verdadera satisfacción. Y es que en realidad se cumple lo que nos decía S. Agustín: “Nos hiciste, Señor, para it y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti”.

Celebrar la Navidad con fe es vivir el gozo del encuentro con Aquel que ha venido a dar respuesta a nuestras preguntas: es encontrarnos con Aquel que ha venido a llenar nuestra sed de infinitud y a curar la herida del pecado para que recuperemos íntegramente nuestra dignidad de hijos de Dios. “A Dios nadie le ha visto jamás. El Hijo Unigénito que está en el seno del Padre es quien nos lo ha dado a conocer”. El misterio inefable de Dios se ha desvelado. La Palabra eterna del Padre, por la cual todo ha sido creado, se ha hecho carne. Aquella Palabra que existía desde el principio, que estaba en Dios y era Dios, ha venido a visitarnos. “La Palabra se ha hecho carne y habita entre nosotros y hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”.

El drama de la humanidad es no querer recibir esa Palabra. “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron”. La luz vino a las tinieblas, pero las tinieblas no quisieron recibir la luz. El peor de los pecados es cerrarse a la verdad. La mayor desgracia para el hombre es negarse a buscar la verdad, encerrándose en un modo de vida intrascendente y banal, relativizando todo y fabricándose pequeños oasis de aparente felicidad que, al final terminan por descubrir su propia falsedad.

Sin embargo a cuantos recibieron la Palabra, luz verdadera, les dio poder para ser hijos de Dios. Nosotros, por la misericordia de Dios, hemos recibido esta luz y hemos conocido el amor de Dios. Nosotros hemos experimentado cómo la vida del hombre se llena de esperanza cuando recibe a Jesús; y hemos visto cómo la gracia divina es capaz de curar las heridas que deja el pecado.

Vivir la Navidad es abrirse a la gracia que nos viene de Dios: es recibir a Dios, es acogerle, es dejar a un lado una vida superficial y egoísta que nos aparta de Aquel que da verdadero sentido a la vida.

Hay actitudes que tenemos que promover en nosotros para acoger la gracia que nos viene del Misterio de la Navidad.

La sencillez de corazón: “Te doy gracias Padre porque has revelado a los pequeños los misterios del reino”. Para entrar en el misterio de Belén hay que hacerse pequeño, hay que hacerse pobre, hay que hacerse niño.

La sinceridad con nosotros mismos: no pretender engañarnos “con grandezas que superan nuestra capacidad” (salmo 130); buscar al Señor con todo el corazón, entregarle no una parte de nuestra vida o unos momentos, abriéndonos a Él sólo en circunstancias especiales o cuando sentimos nostalgia de Él, sino dándole todo lo que somos.

El deseo y la necesidad de acudir a los cauces que la Iglesia nos ofrece para recibir la gracia divina.:
· el cauce de la oración: buscar el silencio interior, sentir la presencia de Dios, descubrirle en sus criaturas.
· El cauce de la Palabra divina: acudir a la Palabra con una actitud de escucha, no de una manera individual y subjetiva, sino en el seno de La Iglesia.
· Y, sobre todo, unirnos al Misterio de la Pascua del Señor, en al Eucaristía.

“Concede, Señor Todopoderoso, a los que vivimos inmersos en la luz de tu Palabra hecha carne, que resplandezca en nosotros la fe que haces brillar en nuestro espíritu” (Oración de Navidad)